Lugones, Leopoldo - El Escuerzo

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El escuerzo
Ilustracin del libro Wild life of the world vol. 2, Londres, 1916

Leopoldo Lugones

Un da de tantos, jugando en la quinta de la casa donde habitaba la familia, di


con un pequeo sapo que, en vez de huir como sus congneres ms corpulentos, se
hinch extraordinariamente bajo mis pedradas. Horrorizbanme los sapos y era mi
diversin aplastar cuantos poda. As que el pequeo y obstinado reptil no tard
en sucumbir a los golpes de mis piedras. Como todos los muchachos criados en la
vida semicampestre de nuestras ciudades de provincia, yo era un sabio en lagartos y
sapos. Adems, la casa estaba situada cerca de un arroyo que cruza la ciudad, lo cual
contribua a aumentar la frecuencia de mis relaciones con tales bichos. Entro en estos
detalles para que se comprenda bien cmo me sorprend al notar que el atrabiliario
sapo me era enteramente desconocido. Circunstancia de consulta, pues. Y tomando
mi vctima con toda la precaucin del caso, fui a preguntar por ella a la vieja criada,

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confidente de mis primeras empresas de cazador. Tena


yo ocho aos y ella sesenta. El asunto haba, pues, de
interesarnos a ambos. La buena mujer estaba, como
de costumbre, sentada a la puerta de la cocina, y yo
esperaba ver acogido mi relato con la acostumbrada
benevolencia, cuando apenas hube comenzado la vi
levantarse apresuradamente y arrebatarme de las manos el despanzurrado animalejo.
Gracias a Dios que no lo hayas dejado! exclam con muestras de la mayor alegra, en este mismo
instante vamos a quemarlo.
Quemarlo? dije yo; pero qu va a hacer,
si ya est muerto...
No sabes lo que es un escuerzo replic en
tono misterioso mi interlocutora y que este animalito resucita si no lo queman? Quin mand matarlo!
Eso habas de sacar al fin con tus pedradas! Ahora voy
a contarte lo que le pas al hijo de mi amiga la finada
Antonia, que en paz descanse.
Mientras hablaba, haba recogido y encendido
algunas astillas sobre las cuales puso el cadver del
escuerzo.
Un escuerzo!, deca yo, aterrado bajo mi piel de
muchacho travieso: un escuerzo! Y sacuda los dedos
como si el fro del sapo se me hubiera pegado a ellos.
Un sapo resucitado! Era para enfriarle la mdula a un
hombre de barba entera.
Pero usted piensa contarnos una nueva batracomiomaquia? interrumpi aqu Julia con el amable
desenfado de su coquetera de treinta aos.
De ningn modo, seorita. Es una historia que
ha pasado.
Julia sonri.
No puede usted figurarse cunto deseo conocerla...
Ser usted complacida, tanto ms cuando que
tengo la pretensin de vengarme con ella de su sonrisa.
As, pues, prosegu, mientras se asaba mi fatdica
pieza de caza, la vieja criada hilvan su narracin, que
es como sigue:

54 | casa del tiempo

Antonia, su amiga, viuda de un soldado, viva


con el hijo nico que haba tenido de l, en una casita
muy pobre, distante de toda poblacin. El muchacho
trabajaba para ambos, cortando maderas en el vecino
bosque, y as pasaban ao tras ao, haciendo a pie la
jornada de la vida. Un da volvi, como de costumbre,
por la tarde, para tomar su mate, alegre, sano, vigoroso,
con su hacha al hombro. Y mientras lo haca, refiri
a su madre que en la raz de cierto rbol muy viejo
haba encontrado un escuerzo, al cual no le valieron
hinchazones para quedar hecho una tortilla bajo el
ojo de su hacha.
La pobre vieja se llen de afliccin al escucharla,
pidindole que por favor la acompaara al sitio, para
quemar el cadver del animal.
Has de saber le dijo que el escuerzo no perdona jams al que lo ofende. Si no lo queman, resucita,
sigue el rastro de su matador y no descansa hasta que
pueda hacer con l otro tanto.
El buen muchacho rio grandemente del cuento,
intentando convencer a la pobre vieja que aquello era
una paparrucha buena para asustar chicos molestos,
pero indigna de preocupar a una persona de cierta reflexin. Ella insisti, sin embargo, en que la acompaara
a quemar los restos del animal.
Intil fue toda broma, toda indicacin sobre lo
distante del sitio, sobre el dao que poda causarle,
siendo ya tan vieja, el sereno de aquella tarde de noviembre. A toda costa quiso ir, y l tuvo que decidirse
a acompaarla.
No era tan distante, unas seis cuadras a lo ms.
Fcilmente dieron con el rbol recin cortado, pero
por ms que hurgaron entre las astillas y las ramas
desprendidas, el cadver del escuerzo no apareci.
No te dije? exclam ella echndose a llorar.
Ya se ha ido; ahora ya no tiene remedio esto. Mi padre
San Antonio te ampare!
Pero qu tontera, afligirse as. Se lo habrn llevado las hormigas o lo comera algn zorro hambriento.
Habrse visto extravagancia, llorar por un sapo! Lo

mejor es volver, que ya viene anocheciendo y la humedad de los pastos es daosa.


Regresaron, pues, a la casita, ella siempre llorosa,
l procurando distraerla con detalles sobre el maizal
que prometa buena cosecha si segua lloviendo; hasta
volver de nuevo a las bromas y risas en presencia de su
obstinada tristeza. Era casi de noche cuando llegaron.
Despus de un registro minucioso por todos los rincones, que excit de nuevo la risa del muchacho, comieron
en el patio, silenciosamente, a la luz de la luna, y ya se
dispona l a tenderse sobre su montura para dormir,
cuando Antonia le suplic que por aquella noche,
siquiera, consintiese en encerrarse dentro de una caja
de madera que posea y dormir all.
La protesta contra semejante peticin fue viva.
Estaba chocha, la pobre, no haba duda. A quin se
le ocurra pensar en hacerlo dormir con aquel calor
dentro de una caja que seguramente estara llena de
sabandijas!
Pero tales fueron las splicas de la anciana, que
como el muchacho la quera tanto decidi acceder a semejante capricho. La caja era grande, y aunque un poco
encogido, no estara del todo mal. Con gran solicitud fue
arreglada en el fondo la cama, metise l adentro, y la
triste viuda tom asiento al lado del mueble, decidida
a pasar la noche en vela para cerrarlo apenas hubiera
la menor seal de peligro.
Calculaba ella que sera la medianoche, pues la
luna muy baja empezaba a baar con su luz el aposento,
cuando de repente un bultito negro, casi imperceptible,
salt sobre el dintel de la puerta que no se haba cerrado por efecto del gran calor. Antonia se estremeci
de angustia.
All estaba, pues, el vengativo animal, sentado sobre las patas traseras, como meditando un plan. Qu
mal haba hecho el joven en rerse! Aquella figurita
lgubre, inmvil en la puerta llena de luna, se agrandaba extraordinariamente, tomaba proporciones de

monstruo. Pero si no era ms que uno de los tantos


sapos familiares que entraban cada noche a la casa en
busca de insectos? Un momento respir, sostenida
por esta idea. Ms el escuerzo dio de pronto un saltito,
despus otro, en direccin a la caja. Su intencin era
manifiesta. No se apresuraba, como si estuviera seguro
de su presa. Antonia mir con indecible expresin de
terror a su hijo; dorma, vencido por el sueo, respirando acompasadamente.
Entonces, con mano inquieta, dej caer sin hacer
ruido la tapa del pesado mueble. El animal no se detena. Segua saltando. Estaba ya al pie de la caja. Rodela
pausadamente, se detuvo en uno de los ngulos, y de
sbito, con un salto increble en su pequea talla, se
plant sobre la tapa.
Antonia no se atrevi a hacer el menor movimiento. Toda su vida se haba concentrado en sus ojos. La
luna baaba ahora enteramente la pieza. Y he aqu lo
que sucedi: el sapo comenz a hincharse por grados,
aument, aument de una manera prodigiosa, hasta triplicar su volumen. Permaneci as durante un minuto,
en que la pobre mujer sinti pasar por su corazn todos
los ahogos de la muerte. Despus fue reducindose,
reducindose hasta recobrar su primitiva forma, salt
a tierra, se dirigi a la puerta y atravesando el patio
acab por perderse entre las hierbas.
Entonces se atrevi Antonia a levantarse, toda temblorosa. Con un violento ademn abri de par en par la
caja. Lo que sinti fue de tal modo horrible, que a los
pocos meses muri vctima del espanto que le produjo.
Un fro mortal sala del mueble abierto, y el muchacho estaba helado y rgido bajo la triste luz en que la
luna amortajaba aquel despojo sepulcral, hecho piedra
ya bajo un inexplicable bao de escarcha.
Publicado con el ttulo de Los animales malditos, en El Tiempo, Buenos Aires, ao iv, nm. 965, 10 de diciembre de 1897.
Incluido en el volumen de relatos Las fuerzas extraas de 1906.

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