Daudet Alfonso - Poquita Cosa PDF
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P O Q U I T A
ALFONSO
POQUITA
C O S A
DAUDET
COSA
3
PRIMERA PARTE
I
LA FBRICA
Nac el 13 de mayo de 18... en una ciudad del
Languedoc, donde se encuentra como en todas las
ciudades del Medioda mucho sol, una cosa regular
de polvo, un convento de carmelitas y dos o tres
monumentos romanos.
Mi padre, el seor Eyssette, que por aquella poca era comerciante de tejidos de seda tena a las
puertas de la ciudad una gran fbrica en una nave de
la cual se hizo construir una habitacin cmoda
sombreada por altos pltanos y separada de los talleres por un vasto jardn. All fue donde yo vine al
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mundo y pas los primeros, los nicos aos buenos
de mi vida. Por eso mi memoria reconocida ha conservado del jardn, de la fbrica y de los pltanos un
recuerdo imperecedero, y cuando despus de la ruina de mis padres me fue preciso separarme de esas
cosas, su prdida la he sentido como si se tratara de
personas.
Para empezar, debo decir, que mi nacimiento no
trajo la dicha a la casa Eyssette. La vieja Ana nuestra
cocinera me ha contado ms tarde muchas veces
que mi padre, en viaje entonces recibi a un mismo
tiempo la noticia de mi aparicin en el mundo y la
de la desaparicin de uno de sus clientes de Marsella que se le llevaba ms de cuarenta mil francos;
hasta el punto de que el seor Eyssette, alegre y desolado a un mismo tiempo, se preguntaba como el
otro, si haba de llorar por la desaparicin del
cliente de Marsella o rer por el feliz advenimiento
del pequeo Daniel... Lo prudente era llorar, mi
buen seor Eyssette, lo prudente era llorar doblemente.
No es posible negarlo, yo fui la mala estrella de
mis padres. Desde el da de mi nacimiento, increbles desdichas les persiguieron por veinte lados diferentes. En primer lugar, lo del cliente de Marsella;
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luego, dos incendios en un ao; despus, la huelga
de urdidores; ms tarde nuestra ria con el to Bautista; en seguida un pleito muy costoso con los comerciantes de colores, y por ltimo, la revolucin de
18.. que fue el gol de gracia.
A partir de ese momento, la fbrica no vol ms
que con un ala; poco a poco, los talleres fueron vacindose; cada semana un telar menos, cada mes
una mesa de estampado que desapareca. Daba lstima ver cmo se iba la vida de nuestra casa como
de un cuerpo enfermo, lentamente, un poco cada
da. Lleg un momento en que ya no se entr en las
salas del segundo. Algo despus el patio del fondo
fue condenado. As continuaron las cosas dos aos
todava; dos aos dur la agona de la fbrica; hasta
que, por fin, un da los obreros no volvieron, la
campana de los talleres no son, la rueda del pozo
no rechin, el agua de los grandes tanques donde se
lavaban los tejidos permaneci inmvil, y no tardaron en quedar tan slo en toda la fbrica el seor la
seora Eyssette, la vieja Ana, mi hermano Jaime y
yo, y bajo, all en el fondo, para guardar los talleres,
el conserje Colombo y su hijo el pequeo Rouget1.
1 Juego de palabras, intraducible en castellano, ya que Rouget
significa a
la vez salmonete y rojizo.
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Decididamente, estbamos arruinados.
Tena yo entonces seis o siete aos. Como me
criaba muy desmedrado y enfermizo, mis padres no
haban querido enviarme a la escuela. Mi madre me
ense a leer y escribir nicamente unas cuantas
palabras en espaol y dos o tres piezas de guitarra
gracias a lo, cual entre la familia se me haba creado
una reputacin de nio prodigio. Debido a tal sistema de educacin no me mova nunca de casa y he
aqu porqu hube de asistir en todos sus detalles a la
agona de la casa Eyssette. El espectculo no me
conmovi lo ms mnimo, lo confieso; y hasta encontr a nuestra ruina el lado agradable de que poda corretear a mi gozo y capricho por toda la
fbrica lo cual, cuando haba obreros, no me estaba
permitido ms que los domingos. Gravemente le
deca yo al pequeo Rouget: Ahora la fbrica es
ma; me, la han dado para jugar Y el pequeo Rouget me crea. Crea todo lo que le deca.
En casa no todos tomaron, sin embargo, nuestra
catstrofe tan alegremente. Sbitamente el seor Eyssette se convirti en un hombre terrible. Por sus
hbitos y maneras se le hubiera credo una naturaleza fogosa violenta, exagerada, aficionado a los gritos, al estruendo; pero en el fondo era un hombre
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abandonado mi cabaa muy temprano y haca armado hasta los dientes, un viaje de exploracin a
travs de mi isla. De pronto vi venir hacia m un
grupo de tres o cuatro personas, que hablaban casi a
gritos y gesticulaban vivamente. Dios mo! Hombres en mi isla! No tuve tiempo ms que para oculA L F O N S O D A U D E T
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tarme detrs de un macizo de arbustos y me tend
con l vientre contra el suelo... Los hombres pasaron cerca de m sin verme... Cre reconocer la voz
del portero Colombe, y esto me tranquiliz un poco;
pero, de todos modos, cuando se hubieron alejado
los segu a distancia para ver en qu parara todo
aquello.
Aquellas gentes extraas permanecieron largo
tiempo en mi isla... La visitaron de un extremo a
otro y le fijaron en todos los pormenores. Les vi
entrar en mis grutas y sondear con sus bastones la
profundidad de mis ocanos. De cuando en cuando
se detenan y meneaban la cabeza. Mi mayor temor
era que al fin llegasen a descubrir mis residencias...
Qu hubiera sido de m, gran Dios! Afortunadamente no ocurri nada y a la media hora se marcharon aquellos hombres.
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15 II
LAS CUCARACHAS
Oh recuerdos de infancia qu impresin habis
dejado en m! Me parece cosa de ayer aquel viaje por
el Rdano. Veo an el barco, sus pasajeros, su tripulacin; oigo an el ruido de las ruedas y el silbido
de la mquina. El capitn se llamaba Genies y el cocinero Montelimart. Esas cosas no se olvidan nunca.
La travesa dur tres das. Yo pas aquellos tres
das sobre el puente, bajando al saln el tiempo
justo para comer y dormir. El resto del tiempo me
iba a la punta extrema de la embarcacin, cerca del
ncora. Haba all una gran campana que tocaba cada vez que llegbamos a una poblacin; yo me senA L F O N S O D A U D E T
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taba al lado de aquella campana entre montones de
cuerdas, pona la jaula del loro entre mis piernas y
dejaba vagar la mirada en el horizonte. El Rdano
era tan ancho que apenas, si se vean sus orillas. Yo
an lo hubiese querido ms ancho, y que se hubiese
llamado: el mar! El cielo rea sobre las aguas verdes. Grandes barcazas descendan. Marineros, vadeando el ro a lomos de sus mulas, pasaban cerca
de nosotros cantando. Algunas veces el vapor costeaba una isla frondosa cubierta de juncos y de sauces. Oh! una isla desierta!, le deca devorndola
con los ojos.
Hacia el fin del tercer da cre que bamos a tener
tempestad. El cielo se haba obscurecido sbitamente; una niebla espesa se agitaba sobre el ro; en
la proa del buque se haba encendido una gruesa
linterna y, a fe ma en presencia de tales sntomas
comenzaba ya a asustarme... En aquel momento alguien dijo cerca de m: Estamos en Lyn! Al
mismo tiempo la gruesa campana comenzaba a tocar. Era Lyn
Confusamente, a travs de la niebla vi luces que
brillaban en las dos orillas; pasamos por debajo de
un puente y despus de otro. A cada momento el
enorme tubo de la mquina arrojaba torrentes de un
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humo negro que haca toser... En el barco haba un
barullo espantoso. Los pasajeros buscaban sus
equipajes, los marineros empujaban, jurando, toneles en la obscuridad. Llova...
Me apresur a reunirme con mi madre, Jaime y la
vieja Ana que estaban al otro extremo de la embarcacin... y henos a los cuatro apretados, los unos
contra los otros bajo el gran paraguas de Ana
mientras que el vapor iba a colocarse a lo largo del
muelle y comenzaba el desembarque.
Verdaderamente, si el seor Eyssette no hubiese
venido a sacarnos de all, creo que no hubisemos
salido nunca. Vena hacia nosotros, a tientas, y gritando: Quin vive! quin vive!, cuando a aquel
quin vive!, tan conocido, respondimos: amigos!,
los cuatro a la vez, con una alegra y una satisfaccin
indecibles... El seor Eyssette nos bes rpidamente, tom a mi hermano de una man, a mide la otra
dijo a las mujeres : Seguidme!, y en marcha... Ah!
Era todo un hombre.
Avanzbamos con trabajo ; anocheca y el puente
estaba resbaladizo. A cada paso tropezbamos con
las cajas u otros objetos... De pronto, del extremo
opuesto del barco, una voz estridente, desconsolada
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lleg hasta nosotros: Robinsn! Robinsn!, deca la voz.
Ah! Dios mo! -exclam yo, al mismo tiempo
que forcejeaba. para desasirme de la mano de mi
padre, quien creyendo que haba resbalado, apret
an ms.
La voz repiti, ms estridente y ms desconsolada: Robinsn! mi Pobre Robinsn! Hice un
nuevo esfuerzo para que mi padre me soltase gritando: Mi lorito! mi lorito!
-Es que ahora ya habla? -dijo Jaime. Ya lo creo
que hablaba; se le oa de una legua..., En mi turbacin yo le haba olvidado all bajo, en el sitio en que
acostumbraba sentarme, y desde all me llamaba
gritando con todas sus fuerzas: Robinsn! Robinsn! mi pobre Robinsn!
Desgraciadamente estbamos lejos y el capitn
daba prisa a todo el mundo.
-Maana volveremos a buscarlo -dijo el seor
Eyssette-; en estos barcos, no se pierde nada.
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barcarla a la fuerza y al llegar al Medioda de puro
desesperada se cas.
Al marchar Ana, no tomamos nueva criada lo
que me pareci el colina de la miseria... La portera
suba a hacer las faenas ms pesadas; mi madre, a la
lumbre del hornillo, calcinaba sus blancas y hermosas manos, que tanto me gustaba besar; en cuanto a
las provisiones. Jaime se encargaba de adquirirlas.
Le ponan un cesto debajo del brazo y le decan:
Comprars esto y aquello, y l compraba esto y
aquello muy bien pero sin dejar de llorar, por supuesto.
Pobre Jaime!, no era tampoco feliz. El seor Eyssette, del verle eternamente con las lgrimas en los
ojos, le haba tomada aversin y le abrumaba continuamente... Todo el da se le oa decir: Jaime, eres
un ganso. Jaime, eres un asno Lo cierto es que,
cuando su padre estaba all, el desgraciado Jaime
perda los estribos. Los esfuerzos que haca, adems, para retener las lgrimas, le afeaban mucho.
Como demostracin de que la presencia del seor
Eyssette no le permita hacer nada a derechas, os
contar la escena del cntaro.
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Una noche, en el momento de ir asentarnos a la
mesa nos dimos cuenta de que en casa no haba ni
una gota de agua.
-Si queris, yo ir a buscarla -dijo el bueno de
Jaime.
Y sin esperar contestacin, cogi el cntaro, un
hermoso cntaro de arcilla. El seor Eyssette se encogi de hombros.
-Si es Jaime el que va -dijo-, de seguro que rompe
el cntaro.
-Ya lo oyes, Jaime -observ la seora Eyssette
con su voz tranquila-, fjate bien y no lo rompas.
El seor Eyssette:
-Lo mismo da que le digas una cosa que otra; no
por eso dejar, de romperlo.
Aqu, la voz quejumbrosa de Jaime:
Pero, en fin, por qu quiere usted que lo rompa?
-Yo no quiero que lo rompas; lo que digo yo ese
lo rompers -respondi el seor Eyssette en un o
que no admita rplica.
Jaime no replic: tom el cntaro con mano febril y sali como si quisiera decir:
-Conque lo romper? Bueno, ya lo veremos.
Pasaron cinco minutos, diez, y Jaime no volva.
La seora Eyssette empezaba a inquietarse.
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-Mientras no le haya ocurrido nada!
-Voto a tal! qu quieres que le haya ocurrido?
dijo el seor Eyssette en un tono spero-. Es que
oto el cntaro y no se atreve a entrar.
Y diciendo esto -pues a pesar de: su aire malhumorado era el mejor hombre del mundo -se levant
y fue a abrir la puerta para ver si realmente le haba
ocurrido algo a Jaime. No tuvo que ir muy lejos;
Jaime estaba en el rellano, ante la puerta, con las
manos vacas, silencioso, petrificado. Al ver al seor
Eyssette, palideci, y con voz afligida y dbil, tan
que casi no se oa dijo: Lo he roto... Lo haba
roto!...
En los anales de la familia Eyssette, aquel episodio es conocido por la escena del cntaro
Haca ya unos dos meses que estbamos en
Lyn, cuando nuestros padres comenzaron a preocuparse de nuestros estudios. Ellos hubieran querido ponernos n un colegio, pero esto era demasiado
caro. Y si os hiciramos monaguillos? -dijo la seora Eyssete-; creo que all los nios estn muy
bien La idea a mi padre y como San Nazario era
la iglesia prxima a San Nazario nos enviaron.
Oh! era muy divertido aquello! En lugar de llenarnos la cabeza de griego y de latn, como en otras
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instituciones, nos enseaban a ayudar misa a cantar
las antfonas, hacer genuflexiones y a incensar con
elegancia, lo cual es muy difcil. Tambin dedicbamos algunas horas del da a las declinaciones y al
Eptome, pero esto era lo accesorio. Antes que todo,
nosotros estbamos all para el servicio de la iglesia.
Al menos una vez por semana el abate Micou, con
aire solemne y entre dos tomas de rap, nos deca:
Maana seores, no hay clase por la maana. Tenemos entierro.
Esto era lo que ms dichosos nos haca. Despus, tambin eran otros tantos acontecimientos para nosotros los bautizos, las bodas, la visita pastoral,
el Vitico que se llevaba a un enfermo. Sobre todo
el Vitico! Qu orgulloso iba aquel de nosotros que
poda acompaarlo! ... Bajo un pequeo palio de
terciopelo rojo, marchaba el sacerdote, llevando la
Hostia y los Santos Oleos. Dos monaguillos sostenan el palio, otros dos lo escoltaban con gruesos
faroles dorados y, otro iba delante, agitando una carraca. Ordinariamente, stas eran mis funciones... Al
paso del Vitico, los hombres se descubran y las
mujeres se persignaban. Cuando pasbamos por
delante de un cuerpo de guardia el centinela gritaba:
A formar!, y los soldados acudan presurosos y se
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ponan en fila. Presenten armas! -deca el oficial... Y
se oa el ruido de los fusiles y el redoble de los tambores. Yo agitaba tres veces mi carraca como en el
Sanctus, y pasbamos.
Cada uno de nosotros tena en un pequeo armario, un equipo completo de sacerdote una sotana
negra con su largo, cola un alba una sobrepelliz, con
grandes mangas rgidas, medias. de seda negras, dos
pares de pantalones, uno de pao y el otro de terciopelo, alzacuellos bordados, en fin, todo lo nece-
sario.
Y, adems, parece que aquella ropa me sentaba
muy bien. Est que no cabe dentro de su traje, deca la seora Eyssette. Desgraciadamente yo era muy
pequeo, y esto me desesperaba. Figuraos que, aun
levantndome sobre las puntas de los pies, no era
mucho ms alto que las medias blancas del seor,
Caduffe, nuestro suizo, y adems tan dbil! Una
vez, durante la misa, al cambiar los Evangelios de
sitio, el peso del libro me arrastr y ca tan largo
como era sobre las gradas del altar. Romp el facistol y la misa qued interrumpida. Era un da de Pascua.. Qu escndalo!.. Aparte de estos pequeos
inconvenientes producidos por mi corta estatura yo
estaba muy contento de mi suerte, y con frecuencia
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al acostarnos por la noche nos debamos Jaime y yo:
Es muy divertido ser monaguillo. Por desgracia
aquello dur poco. Un amigo de la familia rector de
una Universidad del Medioda escribi un da a mi
padre dicindole si quera una plaza gratuita para
uno de nosotros en un colegio de Lyn.
-Ser para Daniel -dijo el seor Eyssette.
-Y Jaime? -observ mi madre. -Se quedar
conmigo; me ser muy til. Adems, observo que
tiene aficin al comercio. Haremos de l un negociante.
Verdaderamente, no s cmo el seor Eyssette
haba podido notar la aficin de Jaime por el comercio. En aquellos tiempos, el pobre muchacho no
tena gusto ms que por las lgrimas, y si se le hubiese consultado... Pero no se le consult, ni a m
tampoco.
Lo que me impresion ms, a mi llegada al colegio, es que yo era el nico que llevaba blusa. En
Lyn, los hijos de los ricos no llevan blusa; eso se
queda para los chicos callejeros, los golfos, como les
llamaban, Yo llevaba una blusita a cuadros, de la
poca de la fbrica, y tena con ella el aire de uno de
aquellos golfitos... Cuando entr, en la clase los
alumnos me acogieron con una sonrisa burlona.
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Toma! lleva blusa!, se decan entre ellos.. El profesor hizo una mueca y en el mismo instante me cobr aversin. Desde entonces, siempre me habl en
tono despectivo. Nunca me llamaba por mi nombre;
siempre me deca: Eh! se de ah, Poquita Cosa! Y
no obstante yo le haba dicho ms de veinte veces
que me llamaba Daniel Eyssette... Al final, mis camaradas me llamaron tambin Poquita Cosa y me
qued el apodo...
No era solamente mi blusa lo que me distingua
de los otros chicos... Ellos tenan bonitas carteras de
cuero amarillo, tinteros de boj que olan muy bien
cuadernos forrados, libros nuevos con letras doradas, mis libres, en cambio, eran viejos libracos
comprados en los muelles, amarillos enmohecidos,
oliendo a rancio, con las cubiertas a jirones y mu-
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ssette, porque ya saba por anticipado que nos habas de anunciar algo muy terrible y cuando te abr,
no me dijiste nada de nuevo, telegrama maldito...
Nada que mi corazn no hubiese ya adivinado.
-Era un pobre? -me pregunt mi padre, mirndome.
Yo contest sin vacilar: S, era un pobre y para
desviar sus sospechas, volv a la ventana.
All permanec algn tiempo, sin moverme, sin
decir nada apretando contra mi pecho aquel papel
que me quemaba.
Momentneamente, intentaba razonar, darme
valor, y me deca: Qu sabes t?, tal vez es una
buena noticia. Tal vez dice que est ya bien... Pero
en el fondo, yo saba que eso no era verdad, que me
engaaba a m mismo, que el telegrama no dira. que
ya estaba bueno. Al fin me decid a pasar a mi habitacin para saber de una vez a qu atenerme. Sal del
comedor despacio, para que mi padre no se fijase
pero al llegar a ella con qu febril rapidez encend
la lmpara! Y cmo temblaban mis manos al abrir
el telegrama malhadado!.. Y con qu lgrimas tan
ardientes lo regu cuando lo hube abierto!.. Lo rele
veinte veces, esperando siempre haberme equivocado, pero pobre de m! por mucho que lo leyese y
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volviese a leerlo y le diese mil vueltas entre mis manos, no hacerle decir otra cosa que lo que haba dicho al principio y que lo que yo saba perfectamente
que dira:
Ha muerto! Rogad por l!
Cunto tiempo estuve all, de pie, llorando ante
el telegrama abierto? Lo ignoro. Me acuerdo nicamente de que los ojos me escocan mucho y que
antes de salir de la habitacin, me lav la cara repetidas veces. Despus, entr en el comedor, llevando
en mi mano crispada el telegrama tres veces maldito.
Y, una vez all qu deba hacer? Cmo me
arreglara para anunciar a mi padre la horrible nueva
que una ridcula puerilidad me haba llevado a guardar para m solo? Un poco ms pronto, un poco
ms tarde es que al fin no haba de saberlo? Qu
locura! Al menos, si cuando lleg el telegrama se lo
hubiese dado, lo hubisemos abierto los dos juntos
y ya estara todo resuelto.
Mientras que me haca todas estas reflexiones,
me acerque a la mesa y fui a sentarme al lado del seor Eyssette, precisamente a su lado. El pobre
hombre haba cerrado sus libros y se entretena en
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hacer cosquillas con la pluma a Finet. Esto me apen
mucho. Vea su rostro bondadoso, iluminado a medias por la luz de la lmpara animarse y sonrer, y
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poema en doce cantos estaba lejos de estar terminado y hasta creo que no tena ms que los cuatro
primeros versos del primer canto; pero ya sabis
que en esta clase de obras, la preparacin es siempre
lo ms difcil, y como deca Eyssette (Jaime) con
mucha razn: Ahora que ya tengo mis cuatro primeros versos, el resto es coser y cantar; no es ms
que cuestin de tiempo3 .
Aquel resto que no era ms que cuestin de
tiempo, Eyssette (Jaime) no pudo verle jams termina de... Qu queris? los poemas tambin tienen su
destino y parece que el destio de Religin! Religin!,
poema en doce cantos, era el de no llegar nunca a
tenerlos. El poeta tena muy buenos deseos, pero no
poda pasar de los cuatro primeros versos. Era una
cosa fatal. Al fin, el desgraciado muchacho, impaciente, envi su poema al diablo y despidi a la Musa (en aquellos tiempos an se deca la Musa). El
mismo da volvieron a llenarse sus ojos de lgrimas
3 He aqu esos primeros versos, tal como yo los vi aquella noche moldeados en hermosa letra redondilla en la primera pgina del cuaderno
rojo:
Religin! Religin!
Palabra sublime y misteriosa!
Voz conmovedora y portentosa
Compasin! Compasin!
No os riis porque eso le hubiera disgustado mucho.
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y la lumbre volvi a estar llena de los pucheritos de
cola... Y el cuaderno rojo?.. Oh! el cuaderno rojo
tambin tuvo su destino.
Jaime me dijo: Te lo doy para que pongas en l
lo quieras Y sabis lo que puse en l?.. Mis poesas
ay! las poesas de Poquita Cosa. Jaime me haba
contagiado su mal.
Y ahora si el lector no ha de tomarlo a mal,
mientras Poquita Cosa se dispone a la caza de sus rimas, franquearemos de un salto cuatro o cinco aos
de su vida. Ardo en deseos de llegar a cierta primavera del 18... cuyo recuerdo aun no se ha perdido en
la casa Eyssette. Adems, nada perder, el lector con
no conocer aquel perodo de mi vida.. Era siempre
la misma cancin, lgrimas y miseria!, los negocios,
de mal en peor; alquileres que se retrasan, acreedores que arman escndalo, los diamantes de mam
vendidos, los cubiertos en el Montepo, las ropas de
la Cama agujereadas, los pantalones remendados, las
privaciones de todas clases, las humillaciones de todos los das, el eterno qu haremos maana?, los
campanillazos insolentes de los alguaciles, la sonrisa
del portero al pasar y despus los prstamos, los
protestos y despus y... qu s yo!..
Llegamos as al 18...
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Aquel ao Poquita Cosa terminaba su filosofa.
En aquella poca s mal no recuerdo, era un muchacho presumido, cine tena el ms elevado concepto de sus dotes como filsofo y como poeta; por
lo dems, no era ms alto que una bota y no tena ni
un pelo en la barba.
Pues bien, una maana que el famoso filsofo de
Poquita Cosa se dispona a ir a clase el seor Eyssette,
padre, le llam al almacn, y as que lo vio entrar,
dijo con su spera voz:
-Daniel, puedes tirar tus libros, porque, ya no irs
ms al colegio.
Despus, el seor Eyssette se puso a pasear, a
grandes zancadas, por la habitacin, sin aadir una
palabra. Pareca muy emocionado, y Poquita Cosa
tambin, os lo aseguro... Transcurrido as algn
tiempo, el seor Eyssette continu:
-Hijo mo, voy a darte una mala noticia oh! muy
mala... vamos a tener que separarnos todos, ya te
dir por qu.
Al llegar aqu, un sollozo desgarrador reson
detrs de la puerta entreabierta.
-Jaime, eres un asno! -grit el seor Eyssette sin
volverse.
Despus continu:
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-Cuando llegamos a Lyn, hace ocho aos,
arruinados por los revolucionarios, yo esperaba a
fuerza de trabajo, reconstituir mi fortuna; pero el
demonio se ha enredado en esto. No he conseguido
ms que hundirnos hasta el cuello en las deudas y en
la miseria... Para salir de aqu, ahora que ya. sois mayores, no tenemos ms que un partido que tomar;
vender lo ,poco que nos queda y cada uno que se
gane la vida por su lado.
Un nuevo sollozo del invisible Jaime vino a interrumpir otra vez al seor Eyssette, pero l mismo
estaba tan conmovido, que no se enfad, limitndose solamente a hacer una seal a Daniel para que
cerrase la puerta y una vez cerrada continu -Ya vers lo que he decidido; hasta nueva orden tu madre
Ir a vivir al pueblo, al lado de su herma no, el to
Bautista. Jaime se quedar en Lyn, colocado en el
Montepo. Yo he encontrado una plaza de viajante
en la Sociedad Vincola... En cuanto a ti, pobre hijo
mo, ser necesario tambin que te ganes la vida...
Precisamente he recibido una carta del rector que te
ofrece una plaza en un colegio; toma, lee!
Poquita Cosa cogi la carta.
-Por lo que veo -dijo mientras lea, no hay tiempo que perder.
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-Tendrs que marchar maana.
-Est bien maana partir...Despus, Poquita Cosa
dobl la carta y la devolvi a su padre con una ma-
Sin dejar de hablar, el seor rector escriba al director, del colegio de Sarlande para presentarle a su
protegido. Terminada la carta la entreg a Poquita
Cosa recomendndole que partiese el mismo da; le
dio algunos conseajos muy juiciosos y le despidi
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dndole una amistosa palmada en la mejilla y prometindole acordarse de l.
Ya tenis a Poquita Cosa loco de contento. Baj de
cuatro en cuatro las escaleras seculares de la Academia y sin respirar apenas fue a encargar un
asiento para Sarlande.
La diligencia no sala hasta por la tarde; le quedaban, pues, cuatro horas, que Poquita Cosa aprovech para tomar el sol en la explanada y mostrarse a
sus compatriotas. Este primer deber cumplido, pens en tomar algn alimento y se ech a buscar una
taberna al alcance de su portamonedas... Precisamente, frente a los cuarteles, advirti una muy limpia reluciente, con una bonita muestra nueva.
AL COMPAERO DE LA VUELTA DE
FRANCIA
-He aqu lo que necesito -se dijo.
Y despus de algunos momentos de vacilacin
era la primera vez que Poquita Cosa entraba en un
restaurant-, atraves resueltamente la puerta.
En aquellos momentos la taberna estaba desierta
resaltando ms sus paredes, blanqueadas de cal...
aqu y acull unas cuantas mesas de encina... En un
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rincn largos bastones para los compaeros, con conteras de latn, adornados de cintas multicolores...
En el mostrador, un gordinfln roncando, con la
nariz hundida en un peridico.
Hola! quin hay por aqu! dijo golpeando las
mesas con su puo cerrado, como si en toda su vida
no hubiese hecho otra cosa que recorrer tabernas.
El gordinfln del mostrador no hizo ni el ms ligero movimiento, pero la tabernera sali apresuradamente de la trastienda... Al ver al nuevo cliente
que, el ngel Azar le enviaba lanz un grito:
-Misericordia! seor Daniel!
-Ana! mi vieja Ana! -respondi Poquita Cosa
mientras que ambos se abrazaban estrechamente.
Dios mo! s, es Ana la buena Ana antiguamente
criada de los Eyssette, ahora tabernera madre de los
compaeros, casada con Juan Peyrol, el gordo que
ronca en el mostrador... Y si supieseis qu dichosa
era en aquellos momentos la querida Ana al volver a
ver al seor Daniel! y cmo le besaba! cmo le
abrazaba hasta ahogarle!
En medio de estas efusiones, se despierta el
hombre del mostrador. De momento se extraa un
poco de la calurosa acogida que su mujer hace al joven desconocido, pero cuando le dicen que el joven
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desconocido es el seor Daniel Eyssette en persona
Juan Peyrol se vuelve rojo de placer y se apresura
ase para todo a su ilustre visitante.
-Ya se ha desayunado usted, seor Daniel?
-A fe ma que no, mi buen Peyrol... precisamente
eso es lo que me ha hecho entrar aqu.
Justicia divina!.. El seor Daniel no se ha desayunado aun!.. La vieja Ana corre a su cocina, Juan
Peyrol se precipita en la bodega una famosa bodega
al decir de los compaeros.
En un abrir y cerrar de ojos queda puesta la mesa; Poquita Cosa no tiene ms que sentarse y empezar
a funcionar... A su izquierda Ana le corta molletes
de pan para los huevos, huevos del mismo da,
blancos, cremosos y de un sabor exquisito... A su
derecha Juan Peyrol le escancia un viejo Chteau-Nufdes-Papes, que parece un puado de rubes
arrojados en el fondo del vaso... Poquita Cosa es muy
dichosa; bebe como un Templario, bebe como un
Hospitalario, y aun encuentra el medio de contar,
entre trago y bocado, que ha entrado en la Universidad, lo que le permitir ganarse honradamente la
vida. Hay que ver el aire con que dice ganarse honradamente la vida! La vieja Ana queda pasmada de admiracin.
A L F O N S O D A U D E T
54
El entusiasmo de Juan Peyrol no es tan vivo. Por
lo visto, encuentra muy sencillo que el seor Daniel
se gane la vida puesto que est en edad de hacerlo.
Cuando Juan Peyrol tena la del seor Daniel, ya corra el mundo desde cuatro o cinco aos antes y no
costaba ni un cntimo a la familia al contrario...
Naturalmente, el digno tabernero guarda; sus reflexiones para l solo. Atreverse a comparar a Juan
Peyrol con Daniel Eyssette!.. Ana no lo tolerara.
Mientras tanto, Poquita Cosa no para un instante.
Habla, bebe, come, se anima; sus ojos brillan, sus
mejillas estn encendidas. Hola! maestro Peyrol!
que traigan vasos! Poquita Cosa va a brindar... Juan
Peyrol llena los vasos y brindamos... primero por la
seora Eyssette, a continuacin por el seor Eyssette, despus por Jaime, por Daniel, por Ana por
el marido de Ana por la Universidad... y por quin
ms?
De pronto Poquita Cosa se levante para partir...
-Ya? -dice tristemente Ana.
Poquita Cosa se excusa; tiene que ver a alguien en
la ciudad antes de marcharse una visita muy importante.... Qu lstima! tan bien que estbamos
Tantas cosas que an tenamos que contar!.. En fin,
puesto que es necesario, puesto que el seor EyP O Q U I T A C O S A
55
ssette tiene que hacer una visita sus amigos de la
Vuelta de Francia no quieren retenerle por ms tiem-
A L F O N S O D A U D E T
58
iluminado. Apenas descend de mi imperial, me hice
conducir al colegio, sin perder un minuto. Tena
prisa de entrar en funciones.
El colegio no estaba lejos de la plaza; despus de
haberme hecho atravesar dos o tres anchas calles
silenciosas, el hombre que conduca mi equipaje se
detuvo ante un inmenso casern, en el que todo pareca muerto desde muchos aos antes.
Aqu es -dijo levantando el enorme aldabn de
la puerta.
El aldabn volvi a caer pesadamente, muy pesadamente... la puerta se abri sin que visemos nadie detrs... Entramos...
Aguard un momento en el portal, en la sombra.
El hombre dej mi equipaje en el suelo, le pagu y
se march bien deprisa. Detrs de m se cerr la
puerta pesadamente... Poco despus, un portero
somnoliento, que llevaba en la mano uno gran linterna se aproxim a m.
-Usted es seguramente uno de los nuevos? me
dijo con su aire medio dormido.
-Me tomaba por un alumno...
-No soy precisamente un alumno, al contrario,
vengo aqu como maestro; llveme ante el director...
P O Q U I T A C O S A
59
El portero pareci sorprendido; se quit ligeramente su casquete y me hizo entrar en su habitacin;
el seor director estaba en aquellos momentos en la
iglesia con los nios y tardara un cuarto de hora en
salir; as que acabase ya me conduciran ante l. En
la portera terminaban de cenar. Un mocetn de bigotes rubios paladeaba un vaso de aguardiente, al
lado de una mujercita delgada de aspecto miserable,
amarilla como un membrillo y envuelta hasta las
orejas en un mantn descolorido.
Quin es, pues, seor Cassagne? -pregunt el
de los bigotes.
-Es el nuevo maestro -contest el conserje designndome-. El seor es tan pequeo, que al
pronto lo haba tornado por un alumno.
-Efectivamente -dijo el hombre de los bigotes
mirndome por encima de su vaso, tenemos aqu
alumnos mucho ms altos y aun de ms edad que el
seor... Veillon el mayor, por ejemplo.
-Y Crouzat -aadi el conserje.
-Y SoubeyroI dijo la mujer.
Despus, se pusieron a hablar en voz baja con la
nariz metida en el asqueroso aguardiente y mirndome, con el rabillo del ojo... De fuera venan los
A L F O N S O D A U D E T
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ronquidos de la tramontana y las voces chillonas de
los chicos que recitaban letanas en la capilla.
De pronto son una campana y se oy un, estruendo de pasos en los vestbulos.
P O Q U I T A C O S A
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Aqul reglamento, copiado con amor por la propia mano del seor Viot, su autor, era un verdadero
tratado, dividido metdicamente en tres partes:
1 Deberes del profesor hacia sus superiores.
2 Deberes del profesor hacia sus colegas.
3 Deberes del profesor hacia los alumnos.
Todos los casos estaban provistos, desde el vidrio roto hasta las dos manos que se elevan al mismo tiempo en clase; todos los detalles de la vida de
los profesores estaban consignados, desde el importe de sus sueldos hasta la media botella de vino
que les corresponda por comida.
El reglamento terminaba por un hermoso fragmento de elocuencia un discurso sobre la utilidad
del repetido reglamento, pero, a pesar de su respeto
por la obra del seor Viot, Poquita Cosa no tuvo
fuerzas para llegar hasta el final, y precisamente en
el ms bello pasaje del discurso se durmi.
Aquella noche dorm mal. Mil pesadillas fantsticas turbaban m sueo... Tan pronto eran las llaves
del seor Viot que yo crea or con su trinc! trinc!
trinc!, o bien el hada de los anteojos que vena a
sentarse a mi cabecera y me despertaba sobresaltado; otras veces eran los ojos negros oh! y qu neA L F O N S O D A U D E T
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gros eran! que se instalaban a los pies de mi cama y
me miraban con una extraa obstinacin...
Al da siguiente, a las ocho, llegaba al colegio. El
seor Viot, de pie a la puerta con su manojo de llaves en la mano, vigilaba la entrada de los externos:
Cuando me vio, me dirigi una de sus ms dulces
sonrisas.
-Espere en el soportal -me dijo -, cuando hayan
entrado todos los alumnos, le presentar a sus colegas.
Esper en el soportal, pasendome en todas direcciones e inclinndome hasta el suelo al paso de
los seores profesores que iban llegando sofocados.
Slo uno de aquellos seores devolvi mi saludo;
era un sacerdote, el profesor de filosofa; un original, segn me dijo el seor Viot... Aquel original se
capt inmediatamente mis simpatas.
Son la campana. Las clases se llenaron... Cuatro
cinco mozos de veinticinco a treinta aos, mal vestidos, de cara vulgar, llegaron a grandes pasos y se
detuvieron cohibidos ante el aspecto del seor Viot.
-Seores -dijo el inspector general sealndome
con un gesto -, les presento al seor Daniel Eyssette, su nuevo colega.
P O Q U I T A C O S A
69
Dicho esto, hizo una profunda reverencia y se
retir, siempre sonriente, siempre con la cabeza inclinada sobre el hombro y siempre agitando las horribles llaves.
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Oh! mi querida bohardilla qu hermosas horas lo
pasado entre tus cuatro paredes! Cmo trabajaba!
Qu animoso me senta!..
Pero si tena buenos ratos, tambin los tena muy
malos. Dos veces por semana el domingo y el jueves, haba que llevar a los muchachos a paseo.
Aquel paseo era un suplicio para mi.
Habitualmente, bamos a la Pradera un gran espacio cubierto de csped, que se extenda como un
tapiz al pie de la montaa a una media legua de la
poblacin. Algunos enormes castaos tres o cuatro
merenderos pintados de amarillo y una fuente viva
corriendo por entre la hierba alegraban y encantaban la vista... Las tres clases acudan separadamente:
una vez all se las reuna bajo la vigilancia de un solo
pasante, que siempre era Poquita Cosa. Mis dos colegas iban a hacerse convidar por los chicos mayores
en los merenderos vecinos, y como nadie me invitaba me quedaba solo para guardar a los dems... Un
oficio bien feo en lugar tan hermoso!
Hubiera sido tan agradable tenderme sobre
aquella verde hierba bajo los castaos, y emborracharme de los olores silvestres, oyendo cantar la
fuentecilla!.. En lugar de eso, tena que vigilar, gritar,
A L F O N S O D A U D E T
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castigar... Todo el colegio dependa de m. Aquello
era terrible...
Pero ms terrible an que vigilar a los nios en la
Pradera era atravesar la ciudad con mi divisin, la
divisin de los pequeos. Las otras marcaban el paso a maravilla y taconeaban fuerte, como si fuesen
veteranos; all se adivinaba la disciplina y el tambor.
Mis pequeos, en cambio, no entendan nada de
todo aquello. No iban en filas y, cogidos de la mano,
atronaban las calles con su charla. Yo ya tena buen
cuidado de gritarles: Guardad las distancias!, pero
ellos no me oan y continuaban marchando de travs.
Estaba bastante satisfecho de mi cabeza de columna formada por los mayores, los ms serios, los
mejor vestidos, pero la retaguardia qu escndalo!
qu desorden! Una chiquillera loca cabellos desgreados, manos puercas, pantalones llenos de remiendos!
No me atreva ni a mirarles.
Desinit in piscem, me deca el sonriente seor Viot,
hombre de talento a ratos. Lo cierto es que, la cola
de la columna tena el ms triste aspecto.
Comprendis mi desesperacin, al tener que
exhibirme por las calles de Sarlande en semejante
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compaa sobre todo el domingo!... Volteaban las
campanas, las calles estaban llenas de gente. Pasaban las seoritas de los pensionados que iban a vs-
VII
EL PEN4
Tom, pues, posesin de la clase de los medianos. Encontr all medio centenar de perversos bribones, montaeses mofletudos entre doce y catorce
aos, hijos de colonos enriquecidos, a quienes sus
padres enviaban al colegio para hacer de ellos pequeos burgueses, a razn de ciento veinte francos
por trimestre.
Groseros, insolentes, orgullosos, hablaban entre
ellos la ruda jerga de su pas, de la cual no entenda
yo ni una palabra y tenan casi todos aquella fealdad
especial de la infancia de la poca de transicin,
4 Nombre despectivo que dan los escolares en Francia a los pasantes y
celadores de los colegios.
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grandes manos rojas con sabaones, voz de gallo
acatarrado, mirada embrutecida y sobre todo el olor
del colegio... Me odiaron desde el primer da sin conocerme. Yo era para ellos el enemigo, el pen, y
desde que me sent ante mi pupitre, estall la guerra
entre nosotros, una guerra encarnizada sin tregua de
todos los instantes.
Ah! cunto me hicieron sufrir aquellos crueles
nios!
Yo quisiera hablar sin rencor de aquellas tristezas
tan alejadas ya... Pues bien!, no puedo; y ahora
mismo, en el momento de escribir estas lneas, mi
mano tiembla de fiebre y de emocin. Me parece
que an estoy con ellos.
Ya me figuro que ellos no acuerdan de s. Seguramente ya no se acuerdan de Poquita Cosa ni de
hermosos anteojos que se compr para aparentar un
aire ms grave...
Mis antiguos alumnos son hombres a la hora
actual, hombres serios. Soulbeyrol debe ser notario
de cualquier pueblo de las Cevennes ; Veillon, el pequeo, escribano; Loupi, farmacutico, y Bouzanquet, veterinario. Son, por lo tanto, hombres de
posicin, con su barriga y todo.
A L F O N S O D A U D E T
92
Alguna vez, no obstante, cuando se encuentren
en el crculo o en la plaza de la iglesia recordarn los
buenos tiempos de[ colegio, y entonces, quiz, se les
ocurra hablar de m.
-Oye, escribano, te acuerdas del pequeo Eyssette, nuestro pasante de Sarlande con sus largas
melenas y su cara de papel moscado? Qu malas
partidas le jugbamos!
Es verdad, seores. Vosotros le habis jugado
muy malas partidas y vuestro antiguo pasante no las
ha olvidado an.
Ah! desgraciado pen! bastante os ha hecho
rer!.. Y bastante le habis hecho llorar!.. S, llorar!..
Vosotros le hacais llorar y esto es lo que daba ma-
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Desgraciadamente, la biblioteca del colegio era bien
pobre y los libreros de Sarlande no tenan semejante
artculo. Resolv dirigirme al abate Germn. Sus
hermanos me haban dicho que en su habitacin tena ms de dos mil volmenes, y no dudaba que entre ellos encontrara el libro de mis sueos. Pero
aquel diablo de hombre me atemorizaba y para decidirme a subir a su reducto tuve que echar mano de
todo mi amor por el seor de Condillac.
Al llegar delante de su puerta mis piernas temblaban... Llam dos veces muy suavemente.
-Adelante! -me respondi una voz de titn.
El terrible abate Germn estaba sentado a horcajadas en una silla baja las piernas extendidas, la
sotana remangada dejando ver unas piernas musculosas que resaltaban vigorosamente debajo de sus
medias de seda negra. De codos sobre el respaldo
de lasilla lea un infolio, y fumaba a grandes chupadas una pequea pipa corta y negra de las llamadas
quema-gargantas
-Eres t! -me dijo -levantando apenas los ojos
de su infolio-. Buenos das! Cmo ests?.. Qu
quieres?
Su voz penetrante, el aspecto severo de la habitacin tapizada d libros, el modo caballeresco como
A L F O N S O D A U D E T
98
estaba sentado, y aquella pipa que tena entre los
dientes, todo me intimidaba mucho.
Consegu, no obstante, explicarle el objeto de mi
visita y le ped el famoso Condillac.
-Condillac! t quieres leer Condillac! me respondi el abate Germn sonriendo -. Vaya una
idea rara! No preferiras fumar una buena pipa
conmigo?.. Descuelga esa tan bonita que hay colgada all abajo, contra la pared, y encindela... ya vers
cmo es mejor que todos los Condillacs de la tierra.
Me excus con el gesto, ruborizndome.
-No quieres?.. A tu gusto, muchacho... Tu Condillac est all arriba en el tercer estante de la izquierda... puedes llevrtelo, te lo presto. Sobre todo
no lo estropees, si no te cortar las orejas.
Alcanc el Condillac del tercer estante de la izquierda y me dispona a retirarme, pero el abate me
detuvo.
-Te ocupas, pues, de filosofa? -me dijo mirndome en los ojos-. Es que por casualidad crees en
esas cosas?.. -Son historias, querido, nada ms que
historias... Y pensar que han querido hacer de m
un profesor de filosofa! Y yo pregunto: A qu ensea eso? A nada... cero... Lo mismo me hubieran
podido nombrar inspector general de las estrellas o
P O Q U I T A C O S A
99
interventor del humo de las pipas... Ah! msero de
m! Es necesario a veces desempear singulares oficios para ganarse la vida... T ya sabes lo que es eso
verdad?.. Oh! no hay que ruborizarse amigo. Ya
P O Q U I T A C O S A
107
las vacaciones, que aprovechaba para estudiar con
furia los filsofos griegos. nicamente que la habitacin era demasiado caliente y el techo demasiado
bajo... Se abogaba uno all... Las ventanas no tenan
cortinas. El sol entraba como una antorcha y lo incendiaba todo-El enyesado de las vigas cruje, se
desprende... enormes moscas, aturdidas por el calor,
duermen pegadas a los vidrios... Poquita Cosa hace
grandes esfuerzos para no dormirse tambin. Su cabeza le pesa como el plomo; sus prpados se cierran.
Trabaja , pues, Daniel Eyssette!.. Es necesario
reconstruir el hogar... Pero no! no puede... Las letras de sus libros danzan ante sus ojos, despus es el
mismo libro el que da vueltas, despus la mesa y por
ltimo la habitacin. Para arrojar fuera aquella modorra Poquita Cosa se levanta y da algunos pasos; al
llegar frente a la puerta vacila y cae como una masa
arrollado por el calor.
Fuera los gorriones pan, las cigarras cantan que
se las pelan, los pltanos, blancos por el polvo, se
resquebrajan al sol estirando sus mil ramas.
Poquita Cosa tiene un sueo singular; le parece que
golpean su puerta y que una voz fuerte le llama por
su nombre: Daniel, Daniel! ... Ha podido recoA L F O N S O D A U D E T
108
nocer aquella voz. Es la misma que gritaba otras veces: Jaime, eres un asno!
Los golpes se redoblan a la puerta: Daniel, Daniel mo, soy tu padre, abre pronto
Oh! qu pesadilla tan espantosa! Poquita Cosa
quiere responder e ir abrir. Se incorpora sobre el
codo, pero su cabeza lo pesa demasiado, vuelve a
caer y pierde el conocimiento...
Cuando Poquita Cosa volvi en s, se extra mucho de verse en una camita muy blanca rodeada de
grandes cortinas azules que le dejaban en una agradable penumbra... Una luz dulce, una habitacin
tranquila y ningn ruido, a excepcin del tic-tac: del
reloj y del tintineo de una cucharilla en la porcelana... Poquita Cosa no sabe dnde est, pero se encuentra muy bien. Al entreabrirse las cortinas, el
seor Eyssette, padre, con una taza en la mano, el
rostro sonriente y los ojos llenos de lgrimas, se inclina hacia l. Poquita Cosa cree estar soando an.
-Pero es usted, padre? Es usted, padre?
-S, Daniel mo, -si, mi querido nio, Soy yo.
-Dnde estoy?
En la enfermera, desde hace una semana... ahora ya ests bien pero has estado muy enfermo...
P O Q U I T A C O S A
109
-Pero usted, padre mo... cmo es que est aqu?
Bseme otra vez!... Ya ve usted, me parece que aun
estoy soando.
El seor Eyssette, padre, le besa.
-Vamos, abrgate, s juicioso... El mdico no
quiere que hables.
Y para impedir que el nio hablase el buen hombre habla continuamente.
Figrate t que hace ocho das, la Compaa
Vincola me mand que hiciese un viaje por las Cevennes. Ya comprenders si estara contento... una
ocasin de ver a mi Daniel! Llego al colegio... te
llaman, te buscan... Daniel no parece por ninguna
parte. Me hago conducir a tu habitacin: la llave estaba por fuera... Llamo... y nada. Entonces plam!
Hundo la puerta de una patada y te encuentro all
por el suelo, con una fiebre como un caballo... Ah!
pobre nio qu enfermo has estado! Cinco das de
delirio! Excuso decirte que no te he abandonado ni
un minuto...
Continuamente decas desatinos; hablabas de reconstruir el hogar. Qu hogar?, te preguntaba...
gritabas: Fuera llaves! quitad las llaves de la cerradura!.. Te res? Te juro que yo no me rea.
Dios! qu noches me has hecho pasar!.. Pues, y el
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110
seor Viot? -creo que es el seor Viot, verdad?-,
quera impedirme que me quedase en el colegio...
Para ello invocaba el reglamento... El reglamento!
Es que conozco yo, por ventura su reglamento? El
muy estpido se crea darme miedo metindome las
llaves por debajo de la nariz. Y yo le he despedido
bonitamente... no faltara ms!
Poquita Cosa se estremeci ante la audacia del seor Eyssette; despus, olvidando bien pronto las
llaves del seor Viot: Y mi madre?, pregunt extendiendo los brazos como si su madre estuviese
all, al alcance de sus caricias.
-Si te destapas no sabrs nada -contest el seor
Eyssette incomodado-. Vamos! abrgate... Tu madre est bien vive en casa del to Bautista.
-Y Jaime?
Jaime es un asno!.. Bueno, no hagas caso... es
costumbre... Jaime, al contrario, es un excelente muchacho... Vaya! no te destapes, voto a mil diablos!..
Tiene una posicin muy bonita. Llora siempre, desde luego; pero, por lo dems, est muy contento. Su
director le ha tomado como secretario... No tiene
ms que escribir al dictado... Una situacin muy
agradable.
P O Q U I T A C O S A
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El pobre Jaime estar condenado siempre a escribir al dictado!..
Al decir esto, Poquita Cosa se ech a rer de muy
buena gana y el seor Eyssette ri tambin al verle
rer, rindole siempre por la maldita ropa de la cama que se empeaba en irse hacia bajo...
Oh! Bienaventurada enfermera! Qu horas
tan dulces pas Poquita Cosa entre los cortinajes
azules de su camita!.. El seor Eyssette no le deja un
118
primer coche la msica. Orden a las trompetas de
tocar fuerte. Los ltigos chasquean, los cascabeles
suenan, las pilas de latos chocan contra los cubos de
porcelana... Todo Sarlande, en gorro de dormir, se
asoma a la ventana para ver pasar la comitiva.
La Pradera es el lugar indicado para la fiesta.
Apenas llegados, quedan extendidos los manteles
sobre la hierba y los nios se revientan de risa al ver
a los seores profesores sentados al fresco entre las
violetas como simples colegiales... Circulan las rebanadas de pastel. Los capones saltan... El nico, en
medio de la animacin general, que aparece preocupado, es Poquita Cosa. De pronto se le ve enrojecer...
El seor director acaba de levantarse con un papel
en la mano: Seores, en este instante me han entregado unos versos que me ha dedicado un poeta
annimo. Parece que a nuestro Pndaro ordinario, el
seor Viot, le ha salido un mulo este ao. Aunque
estos versos sean harto lisonjeros para m, os pido
permiso para leerlos.
-S... s..! que los lea! que los lea!..
Y con su mejor voz, la voz de los das de reparto
de premios, el seor director da principio a la lectura.
P O Q U I T A C O S A
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Es un cumplido, bastante bien versificado, lleno
de rimas amables para el director y para todos aquellos seores. Para cada uno una flor. Ni siquiera el
hada de los anteojos es olvidada. El poeta la llama
el ngel del refectorio, lo que es el colmo.
Se laude calurosamente. Algunas veces piden al
autor. Poquita Cosa se levanta encarnado como una
amapola y se inclina modestamente. Aclamaciones
generales. Poquita Cosa se convierte en el hroe de la
fiesta. El director quiere besarle. Los ms antiguos
profesores le estrechan la mano con aire de proteccin. El regente de la segunda le pide los versos para publicarlos en el peridico. Poquita Cosa est muy
contento; todo aquel incienso se le sube a la cabeza
con los vapores del vino de Limoux. nicamente, y
esto le vuelve un poco a la realidad, cree or murmurar al abate Germn: Qu imbcil!, y a las llaves
de su rival que rechinan ferozmente.
Pasado el primer entusiasmo, el seor director da
unas palmadas reclamando silencio.
-Ahora Viot, le toca a usted. Despus de la Musa
juguetona la Musa severa.
El seor Viot saca gravemente de su bolsillo un
cuaderno, rico en promesas, y empieza su lectura
despus de haber mirado de soslayo a Poquita Cosa.
A L F O N S O D A U D E T
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La obra del seor Viot es un idilio, un idilio
completamente virgiliano, en honor del reglamento.
El alumno Menalco y el alumno Dorilas sostienen
un dilogo en estrofas alternas... El alumno Menalco
pertenece a un colegio en el que florece el reglamento; el alumno Dorilas a otro colegio del que el
reglamento ha sido desterrado... Menalco canta los
austeros placeres de una rigurosa disciplina; Dorilas
las infecundas alegras de una insensata libertad.
Al final es vencido Dorilas que pone entre las
manos del vencedor el premio de la lucha y ambos,
al unsono, entonan un canto de alegra a la gloria
del reglamento.
Ha terminado el poema... Silencio de muerte!..
Mientras ha durado la lectura los chicos se han
llevado sus platos al otro extremo de la pradera y
comen sus pasteles tranquilamente, lejos, bien lejos
del alumno Menalco, y del alumno Dorilas. El seor
Viot los mira sonriendo con amargura... En cuanto
a los profesores, han odo el poema de cabo a rabo,
pero ni uno ha tenido valor para aplaudir... Infortunado seor Viot! Es una verdadera derrota.. El
director trata de consolarle: El asunto es muy rido, seores, pero el poeta ha sacado gran partido de
l
P O Q U I T A C O S A
121
-Pues yo le encuentro muy bonito -dice descaradamente Poquita Cosa a quien su triunfo comienza ya
a dar miedo.
Intil adulacin! El seor Viot est inconsolable. Se inclina sin responder, y conserva su amarga
sonrisa que no le abandon en todo el da... Por la
noche al volver, en medio de los cantos de los
alumnos, de los estampidos del metal de la msica y
del estruendo de los coches rodando sobre el pavimento de la ciudad dormida Poquita Cosa oa en la
sombra casi a sus odos, las llaves de su rival que
murmuraban malvolamente: Trinc! trinc! trinc!
Ya nos veremos las caras, seor poeta!
A L F O N S O D A U D E T
122 IX
EL ASUNTO BOUCOYRAN
Con la fiesta del director, enterramos las vacaciones. Los das siguientes fueron tristes, como los
que vienen despus de Carnaval. Nadie tena ganas
de hacer nada ni los maestros ni los alumnos. Despus de dos meses largos de reposo, el colegio pareca resistirla a reanudar su movimiento habitual. Las
ruedas funcionaban mal, como las de un viejo reloj
al que no se hubiese dado cuerda en mucho tiempo.
No obstante, poco a poco, gracias a los esfuerzos
del seor Viot, todo fue adquiriendo regularidad.
Cada da, a las mismas horas, al son de la misma
campana, se abran las puertas de los patios y se
vean hileras de nios, rgidos como soldados de
P O Q U I T A C O S A
123
madera, desfilar de dos en dos bajo los rboles;
despus la campana volva a sonar -din! don! -y
des manazas y todo el aspecto de un mozo de labranza: tal era el seor marqus de Boucoyran,
terror del patio de los medianos y nico representante de la nobleza de las Cevennes en el colegio de
Sarlande. El director hacia mucho aprecio de aquel
alumno, en consideracin al barniz aristocrtico que
su presencia daba al establecimiento. En el colegio,
no le llamaban ms que el marqus Todo el mundo le tema y yo mismo sufra la influencia general y
no le hablaba ms que con toda suerte de contemplaciones.
Durante algn tiempo vivimos en bastantes buenas relaciones.
El seor marqus, es verdad, me miraba a veces
de una manera impertinente o me diriga la palabra
en un tono que recordaba demasiado el antiguo rA L F O N S O D A U D E T
126
gimen pero yo haca ver que no adverta nada comprendiendo que tena las de perder.
Un da no obstante, el faqun del marqus se
permiti replicarme, en plena clase con una insolencia tal, que perd los estribos.
-Seor de Boucoyran -le dije tratando de aparentar sangre fra-, coja usted sus libros y salga inmediatamente.
Era un acto de autoridad inaudito para aquel
bergante. Se qued estupefacto y sin moverse de su
sitio, me mir estpidamente.
Comprend que me meta en un mal negoci, pero haba avanzado demasiado para retroceder.
Salga usted, seor de Boucoyran! -le orden de
nuevo.
Los alumnos esperaban, ansiosos. Era la primera
vez que haba conseguido imponer silencio.
A mi segunda intimacin, el marqus, vuelto de
su sorpresa me respondi ms insolentemente an:
No saldr!
Hubo un murmullo de general admiracin. Yo
me levant mi silla indignado.
-Que no saldr usted?... Ahora enseguida lo veremos.
Y baj...
P O Q U I T A C O S A
127
Dios es testigo de que en aquel momento no
abrigaba ninguna idea de violencia quera nicamente intimidar al marqus por la firmeza de. mi
actitud; pero, cuando me vio bajar del estrado, empez a rer de una manera tan despectiva que yo hice ademn de cogerle del cuello para hacerle salir
del banco...
El miserable llevaba oculta bajo sus vestidos una
regla de hierro. Apenas hube levantado la mano, me
asest un golpe terrible sobre el brazo. El dolor me
arranc un grito.
Todos los colegiales palmotearon.
-Bravo, marqus!
El golpe me hizo perder la cabeza. De un salto
me plant sobre la mesa y de otro sobre el marqus;
algunas declaraciones epistolares. Desgraciadamente, los maestros de armas no son muy diestros en
los ejercicios de la pluma. Pase an si se tratase de
una modistilla; pero para una persona de una situacin talmente, etc; no era el estilo de cantina el ms
apropiado, y aun un buen poeta no estara de ms.
-Ya veo de que se trata dijo Poquita Cosa con
un aire de inteligencia -; usted tiene necesidad que le
A L F O N S O D A U D E T
140
redacten una retahila de frases galante envirselas a
esa persona y se ha acordado de m.
-Precisamente -respondi el maestro de armas.
-Pues bien! yo soy el hombre que usted necesita
y empezaremos cuando usted quieta; nicamente
que para que nuestras cartas no parezcan copiadas
del Perfecto secretario, ser preciso que me d. algunos
pormenores de esa persona...
El maestro de armas mir a su alrededor con aire
de desconfianza y despus, en voz muy baja, me
dijo, metindome sus bigotes en la oreja:
-Es una rubia de Pars. Huele como una flor y se
llama Cecilia.
Y no pudo decirme ni una palabra ms, a causa
de la situacin de la dama situacin talmente, etctera; pero con aquellos detalles me bastaban, y la
misma tarde durante la clase escrib mi primera carta
a la rubia Cecilia.
Aquella singular correspondencia entro Poquita
Cosa y la misteriosa dama dur un mes. Durante
aquel mes escrib, por trmino medio, dos apasionadas cartas por da. De aquellas cartas, unas eran
tiernas y vaporosas, como las de Lamartine a Elvira
las otras inflamadas y rugientes como las de Mirabeau a Sofa. Haba algunas que comenzaban por
P O Q U I T A C O S A
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estas palabras: Oh Cecilia algunas veces sobre un peasco
salvaje!.. y que acababan: Dicen que se puede morir... intentmoslo! Otras veces intervena la Musa:
Oh! tus labios, tus ardientes labios!
Dmelos! que quiero besarlos!
Hoy, al hablar de estas cosas, me ro; pero en
aquella poca Poquita Cosa no se rea, os lo juro, y
conduca con mucha seriedad el asunto, de Roget.
Cuando haba terminado una carta se la daba al
maestro de armas que se iba corriendo a copiarla
con su hermosa letra de suboficial; l, por su parte,
cuando reciba las respuestas (porque la desgraciada
contestaba), me las entregaba enseguida y yo basaba
mis operaciones sobre ellas.
En resumidas cuentas, el juego me agradaba; quiz me agradaba demasiado. Aquella rubia invisible
perfumada como una lila blanca no me sala del
pensamiento. En algunos momentos llegaba a figurarme que escriba por mi cuenta y llenaba mis cartas de confidencias; absolutamente personales, de
maldiciones contra el destino, contra aquellos seres
viles y malvados, en medio de los cuales estaba
obligado a vivir: Oh Cecilia! si t supieses cunta
Corran alrededor de la sala ruidosamente y levantaban nubes de polvo. Algunos ensayaban alcanzar
la argolla; otros, suspendidos por las manos, gritaban; cinco o seis, de temperamento ms tranquilo,
coman su pan delante de las ventanas, mirando la
nieve que cubra las calles y los hombres armados
de palas que se la llevaban en enormes bolas.
Pero yo no oa nada de todo aquel estruendo.
Solo, en un rincn, con los ojos llenos de lgrimas, lea una carta y los nios hubieran podido en
aquellos momentos demoler el gimnasio por completo, sin que yo lo hubiese advertido siquiera. Era
una carta de Jaime que acababa de recibir; estaba
fechado, en Pars -Dos mo, s, en Pars!-, y he aqu
lo que deca:
Querido Daniel:
Esta carta te sorprender mucho. T no sospecharas eh? que yo estuviese en Pars desde hace
quince das. He abandonado Lyn, sin decir nada a
nadie, una calaverada... qu quieres?, me aburra
demasiado en aquella horrible ciudad, sobre todo
desde tu partida:
A L F O N S O D A U D E T
146
Llegu a Pars con treinta francos y cinco o seis
cartas del seor cura de San Nazario. Afortunadamente, la Providencia me ha protegido enseguida
hacindome encontrar a un viejo marqus que me
ha tomado como secretario. Est poniendo en orden sus memorias; yo no tengo ms que escribir al
dictado y me da por esto cien francos al mes. No es
una cosa del otro mundo, como t ves, pero as y
todo, espero poder enviar algo a casa de cuando en
cuando.
Ah! mi querido Daniel qu ciudad tan hermosa es Pars! Aqu, al menos, no hace siempre niebla,
y no es que no llueva tambin con frecuencia pero
es una lluvia alegre, mezclada con rayos de sol y
como no la haba visto jams. Tambin yo he cambiado completamente y ya no lloro nunca sabes?...
Es increble.
Al llegar aqu, se oy de pronto, debajo de las
sordo de un coche rodando sobre la aje se detuvo
delante d la puerta del colegio y yo o gritar a los
nios con alborozo: El subprefecto! El subprefecto!
Una visita del seor subprefecto presagia evidentemente, algo extraordinario. Apenas si vena
dos o tres veces cada ao, al colegio de Sarlande y
P O Q U I T A C O S A
147
sus visitas eran un acontecimiento. Pero en aquel
momento lo que me interesaba antes que todo, lo
que me haca latir el corazn, ms que el subprefecto de Sarlande y que Sarlande toda era la carta de
mi hermano Jaime. As, mientras los alumnos, alegres por la novedad, se abalanzaban a las ventanas
para ver bajar al seor subprefecto del coche yo,
volv a mi rincn y reanud la lectura.
Creo que sabrs, mi buen Daniel, que, nuestro
padre est ahora en Bretaa donde se dedica al comercio de sidra por cuenta de una Compaa. Al
enterarse de que yo era secretario de un marqus,
quiso que colocase en su casa algunas toneladas de
sidra. Por desgracia el marqus no bebe ms que vino, y aun vino de Espaa y cuando lo escrib as a
pap, sabes lo que me contest? Jaime, eres un
asno!, como siempre. Pero es igual, mi querido,
Daniel, yo creo que en el fondo me ama mucho.
En cuanto a la mam, no ignorars que ahora
est sola. Deberas escribirla con ms frecuencia
pues se queja de tu silencio.
Me olvidaba de decirte una cosa que seguramente te causar el mayor placer: Tengo mi habitacin en el barrio Latino... en el barrio Latino!
figrate!.. una verdadera habitacin de poeta, como
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148
en las novelas con su pequea ventana y un mar de
tejados que se pierden de vista. La cama no es muy
grande, pero en casa de necesidad, cabramos los
dos; despus, en un rincn, hay una mesa de trabajo
que parece puesta all a propsito para hacer versos.
Estoy seguro de que, si vieses esto, querras venir en seguida; por mi parte, tambin te querra cerca de m, y el da menos pensado recibes una carta
ma dicindote que vengas.
Mientras tanto, quireme siempre mucho y no
trabajes demasiado en tu colegio, para no caer enfermo.
Te abraza tu hermano,
JAIME
Excelente Jaime! Qu mal tan delicioso me hizo
con su carta! Lloraba y rea al mismo tiempo. Toda
mi vida de los ltimos meses, el ponche el billar, el
caf Barbette, me hacan el efecto de una pesadilla y
yo pensaba: Vamos! todo ha terminado. Ahora a
trabajar y a ser un hombre como Jaime. En aquel
momento son la campana. Mis alumnos se pusieron en fila sin dejar de hablar del subprefecto y ensendose unos a otros, al pasar, el coche detenido
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149
ante la puerta. Yo los dej en manos de loa profesores y, despus, cuando me hube desembarazado de
ellos me lanc corriendo por la escalera. Me tardaba tanto quedarme solo en mi habitacin con la
carta de mi hermano Jaime!
-Seor Daniel! Le esperan a usted en el despacho del director.
En el despacho del director?.. me querra el
buen hombre?... El portero me miraba con aire irnico. De pronto me acord del subprefecto.
-Es que el seor subprefecto est ah arriba?
pregunt.
Y con el corazn palpitante de esperanza sus
peldaos de la escalera de cuatro en cuatro.
Hay das en que uno parece loco. Al or que el
154
A esta terrible palabra arrojado, me abandon
todo mi valor. Salud sin decir nada y sal precipitada mente. Apenas estuve fuera estall en lgrimas...
Corr sin alentar hasta mi cuarto, ahogando mis sollozos en el pauelo...
Roger me esperaba; tena el aire muy inquieto y
se paseaba agitadamente.
Al verme entrar, se precipit haca m.
-Seor Daniel!.. -me dijo al mismo tiempo que
me interrogaba con la mirada.
Yo me dej caer en una silla sin contestar.
-Nada de lgrimas, ni de nieras! -continu el
maestro de armas en tono brusco-. Eso no quiero
decir nada. Veamos!.. pronto!.. Qu ha pasado?
Entonces le cont en todos; sus detalles la horrible escena del gabinete.
A medida que hablaba vea despejarse la fisonoma de Roger; no me miraba ya con aquel aire arrogante, y al final, cuando oy cmo por no hacerle
traicin, yo me haba dejado despedir del colegio,
me tendi sus dos manos abiertas y me dijo sencillamente:
-Daniel, es usted un noble corazn.
En aquel momento, omos en la calle el rodar de
un coche; era el subprefecto que se marchaba.
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-Es usted un noble corazn -continu mi buen
amigo el maestro de armas, apretndome las manos
hasta deshacrmelas-, es usted un noble corazn, no
le digo ms... Pero ya comprender usted que yo no
puedo permitir a nadie que se sacrifique por m.
Mientras hablaba se haba aproximado a la
puerta.
No llore usted, seor Daniel ahora voy a buscar
al director y le juro que no ser usted el despedido.
Dio an otro paso para salir y despus, volviendo sobre sus pasos como si se olvidase de decirme
algo, aadi en voz baja:
-Solamente, oiga usted bien esto antes de que
marche... El gran Roger no est solo en el mundo;
tiene all bajo una madre enferma en un rincn...
Una madre!.. pobre santa mujer!.. Promtame que
le escribir cuando todo haya terminado.
Esto lo dijo gravemente, tranquilamente, en un
tono que me horroriz.
-Pero, que quiere usted hacer? -grit.
Roger no respondi; se limit a entreabrir su
chaqueta y me dej ver en su bolsillo la brillante
culata de una pistola.
Yo me abalanc a l, conmovido.
A L F O N S O D A U D E T
156
-Usted quiere matarse desgraciado, usted quiere
matarse?
Y l, muy framente:
-Querido, cuando estaba en el servicio, me haba
jurado, que si alguna vez, por mi mala cabeza llega-
Afortunadamente, me iba aproximando a la Pradera y ya vea los grandes rboles cubiertos de nieve. Pobre amigo, me deca mientras llegue a
tiempo!
Las huellas de los pasos me condujeron hasta el
merendero de Espern.
Aquel merendero era un lugar obscuro de malsima reputacin, donde los libertinos de Sarlande
iban a hacer sus orgas. Yo haba ido ms d una
vez en compaa de los nobles corazones, pero jams le haba encontrado un aspecto tan siniestro
como aquel da. Amarillo y sucio, en medio de la
blancura inmaculada de la tierra se ocultaba con su
puerta baja, sus paredes decrpitas y sus ventanas
con los cristales mal lavados, detrs de un soto de
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162
pequeos olmos. La casita tena el aspecto vergonzoso del villano, oficio a que se dedicaba.
Al acercarme, o un ruido alegre de voces, de risas y de vasos que chocaban entre s.
Dios mo! -me dije estremecindome-, es el
estribo.
Y me detuve para tomar aliento.
Me encontraba entonces en la parte trasera del
merendero; empuj una puerta de madera y entr en
el jardn. Y qu jardn! Una gran haya desnuda macizos de lilas montones de basura en la nieve, pabellones completamente blancos, que parecan chozas
de esquimales. Era tan triste aquello, que daba ganas
de llorar.
estruendo sala de la sala del primer piso y la
francachela deba calentar los nimos porque, a pesar del fro, estaban completamente abiertas las dos
ventanas.
Ya pona el pie en el primer peldao de la rstica
escalinata cuando o algo que me detuvo en seco y
me hel la sangre en las venas: era mi nombre pronunciado en medio de grandes risotadas. Roger hablaba de m, y cosa singular, cada vez que
pronunciaba el nombre de Daniel Eyssette, los
otros se desternillaban de risa.
P O Q U I T A C O S A
163
Llevado de una curiosidad dolorosa y comprendiendo que iba a or algo extraordinario, retroced
un poco y sin ser advertido de nadie que amortiguaba mis pasos como si fuese una alfombra, me deslic en una de las glorietas, muy apropsito para
enterarme de todo.
Me acordar toda mi vida de aquella glorieta; veo
an la verdura muerta que la tapizaba un suelo cenagoso y sucio, su mesita pintada de verde y sus
bancos chorreando agua... A travs de la nieve de
que estaba cargada apenas si pasaba la claridad del
da; la nieve se funda lentamente y caa gota a gota
sobre mi cabeza.
Fue all, en aquel pabelln negro y fro como una
tumba donde yo supe cunta puede ser la maldad y
la cobarda de los hombres; es all donde aprend a
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168
Aqu el estruendo aumenta; Poquita Cosa se inte-
rrumpe y reparte algunos castigos a derecha e izquierda pero gravemente, sin clera. Despus
contina:
Ya ves, Jaime! era demasiado desgraciado. No
poda hacer otra cosa que matarme. Mi porvenir
perdido, echado del colegio -es una historia de mujeres, cosas demasiado largas para contrtelas-;
adems, estoy lleno de deudas, he perdido la aficin
al trabajo, estoy avergonzado, aburrido, disgustado,
la vida me da miedo... Prefiero irme...
Poquita Cosa se ve, obligado a. interrumpirse de
nuevo: Quinientas lneas a Soubeyrol, Fouque y
Loupi no saldrn de paseo el domingo Dicho esto,
termina la carta:
Adis, Jaime! Aun tendra muchas cosas que
decirte, pero estoy a punto de llorar y los chicos me
miran: Di a mam que he resbalado en tina roca
yendo de paseo, o bien que me he ahogado patinando. En fin inventa una historia; pero que la pobre
mujer ignore siempre la verdad!.. Dale muchos besos d m parte; dselos tambin a pap y trata de
reconstruirles pronto un hermoso hogar... Adis!
Acurdate de Daniel que tanto te ha querido.
P O Q U I T A C O S A
169
Terminada esta carta Poquita Cosa comienza otra
inmediatamente, concebida en los siguientes trminos:
Seor abate: Le ruego haga llegar a manos de mi
hermano Jaime la carta adjunta; adems, le suplico
corte un mechn de mis cabellos y haga con ellos
un paquetito para mi madre.
Le pido perdn por el disgusto que seguramente
le ocasiono. Me mato porque aqu era muy desgraciado. Solamente usted, seor abate, solamente usted se ha mostrado siempre muy bueno para m. Le
doy las gracias.
DANIEL EYSSETTE
Despus de lo cual, Poquita Cosa mete esta carta y
la de Jaime en un mismo sobre, con la siguiente inscripcin: Se ruega a la persona que encuentre mi
cadver, que entregue este pliego al abate Germn
Luego, arreglados ya todos sus asuntos, espera tranquilamente que termino la clase.
La clase ha terminado. Cenamos, hacemos oracin y subimos al dormitorio.
Los alumnos se acuestan; Poquita Cosa se pasea
esperando que se duerman. El seor Viot hace su
ronda; se oye el tintineo misterioso de sus llaves y,
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170
el' ruido sordo de sus zapatillas sobre el entarimado.
Buenas noches, seor Viot, murmura Poquita Cosa.
Buenas noches, seor, responde el celador en voz
baja; despus se aleja y sus pasos se pierden en el
corredor.
Poquita Cosa est solo. Abre dulcemente la puerta
y se detiene un instante en el rellano temiendo que
los chicos se hayan despertado; pero todo est tran-
quilo en el dormitorio.
Entonces baja la escalera y se desliza cautelosamente pegado a las paredes. La tramontana sopla
tristemente por debajo de las puertas. Ya abajo, al
pasar ante el peristilo, advierte el patio, blanco por
la nieve, entre sus cuatro grandes cuerpos del edificio perdidos en la sombra.
All arriba cerca de los tejados, vela una luz; es el
abate Germn que trabaja en su grande obra. Desde
el fondo de su corazn, Poquita Cosa enva un ltimo
saludo, bien sincero, el buen abate; despus entra en
la sala...
El viejo gimnasio de la escuela de marina est
lleno de una sombra fra y siniestra. Por el enrejado
de una ventana desciende un poco de luz dando de
lleno en la grande argolla de hierro -oh! aquella argolla en la que Poquita Cosa piensa continuamente,
P O Q U I T A C O S A
171
hace horas-, en la gran argolla de hierro, que reluce
como si fuera de plata... en un rincn, duerme un
viejo escabel. Poquita Cosa se apodera de l, lo arrastra hasta debajo de la argolla y se sube en l; no se
haba equivocado; tiene justamente la altura necesaria Entonces desata su corbata una larga corbata de
seda violeta que lleva arrollada alrededor de su cuello, como una cinta. Ata la corbata a la argolla y hace
un nudo corredizo... Es la una de la madrugada.
Vamos! hay que morir... Con mano trmula abre el
nudo corredizo. Una especie de fiebre le transporta.
Adis, Jaime! Adis, seora Eyssette!..
De pronto, cae sobre l una mano de hierro. Se
siente asido por la mitad del cuerpo y colocado, do
pie, en el suelo, frente al escabel. Al mismo tiempo
una voz ruda y picaresca que conoce muy bien, le
dice Vaya una idea la de hacer tteres a estas horas!
Poquita Cosa se vuelve, estupefacto.
Es el abate Germn, el abate Germn sin sotana
con pantalones cortos, con su alzacuello flotando
sobre el chaleco. Su horrible y hermoso rostro,
alumbrado a medias por la luna sonre tristemente...
Una sola mano le ha bastado para poner al suicida
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172
en el suelo; en la otra aun lleva su garrafa que haba
ido a llenar a la fuente del patio.
Al ver la cara azorada y los ojos llenos de lgrimas de Poquita Cosa el abate Germn, ha cesado de
sonrer y repite, pero esta vez con una voz dulce y
casi enternecida
Qu rara idea mi querido Daniel, la de hacer
tteres a estas horas!
Poquita Cosa ruborizado y cohibido:
-No hago tteres, seor abate; es que quiero morir. Cmo!.. morir?.. Tan desgraciado eres?
Oh!.. respondi Poquita Cosa mientras ardientes lgrimas caen por sus mejillas.
-Daniel, ven conmigo -dijo el abate.
El pequeo Daniel hace un signo de denegacin
dormido; y pensando en aquella existencia misteriosa en la que adivinaba tanto valor, tanta bondad
oculta tanta resignacin y abnegacin, no pude menos que avergonzarme de mis cobardas y me jur
acordarme siempre del abate Germn.
Mientras tanto, el tiempo pasaba... Tena an que
hacer mi equipaje, pagar mis deudas y encargar mi
asiento en la diligencia.
En el momento de salir, advert en un rincn de
la chimenea muchas pipas, viejas y renegridas. Tom a la ms vieja, la ms negra , la ms corta y la
coloqu en mi bolsillo como una reliquia; despus
baj.
La puerta del viejo gimnasio aun estaba abierta.
Al pasar, no pude menos que mirar, y lo qu vi,
me hizo estremecer.
Vi la gran sala sombra y fra la argolla de hierro
que reluca y mi corbata violeta con su nudo corredizo, que el aire haca balancear encima del escabel,
derribado por el suelo.
A L F O N S O D A U D E T
178
XIII
LAS LLAVES DEL SEOR VIOT
Cundo sala del colegio precipitadamente, emocionado an por el horrible espectculo que acababa
de ver, la vidriera de la portera se abri bruscamente, y, o queme llamaban:
-Seor Eyssette! seor Eyssette!
Eran el dueo del caf Barbette y su digno amigo
el seor Cassagne, con el aire azarado; casi insolentes.
El cafetero fue el primero en hablar:
-Es verdad que se marcha usted, seor Eyssette?
-S, seor Barbette -respond tranquilamente-, me
marcho hoy mismo.
P O Q U I T A C O S A
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El seor Barbette dio un salto y el seor Cassagne otro; pero el salto del seor Barbette fue mayor
que el del seor Cassagne, porque deba ms dinero
a aqul.
-Cmo! hoy mismo!
-S, hoy mismo, y ahora voy corriendo despacho
a encargar el asiento para la diligencia.
Cre que me iban a saltar a la garganta.
-Y mi dinero? -dijo el seor Barbette.
-Y el mo? -aull el seor Cassagne.
Sin contestar, entr en la portera y sacando con
gravedad, a puados, las hermosas monedas de oro
del abate Germn, me puse a contar, sobre un extremo de la mesa lo que deba a ambos.
Fue un efecto teatral! Las dos caras ceudas se
desarrugaron como por encanto... Cuando se hubieron guardado su dinero, algo avergonzados de la
desconfianza que me. haban demostrado y muy
Mira tu hermana! -le deca a su marido. La alegra de volver a ver a Daniel le ha quitado el apetito.
Ayer tom dos veces pan, hoy nada ms una.
Ah! querida seora Eyssette! cmo hubiera
querido llevarte aquella misma noche! cmo hubiera querido arrancarte a aquella implacable vaca
lechera y a su esposa! pero ay! yo mismo iba al azar,
teniendo lo justo para pagar mi billete y pensaba que
la habitacin de Jaime no era bastante grande para
los tres. Al menos hubiera podido hablarla besarla a
mi placer, pero no! No nos dejaron solos ni un
instante... Acurdese usted; despus de terminada la
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190
comida el to volvi a su gramtica espaola la ta se
puso a secar los cubiertos y los dos nos espiaban
con el rabillo del ojo... Lleg la hora de la partida
sin que nos hubisemos podido decir nada.
Poquita Cosa tena el corazn bien oprimido al salir de casa del to, Bautista; y mientras caminaba solo, en la sombra de la gran avenida que conduce a la
estacin, se jur dos o tres veces solemnemente,
portarse como un hombre en lo sucesivo y no pensar ms que en la reconstruccin del hogar.
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SEGUNDA PARTE
I
MIS CHANCLOS DE GOMA
Aunque viviese tan largos aos como el to Bautista que a estas horas debe tener tantos como un
viejo baobab del frica central, jams olvidara mi
primer viaje a Pars en coche de tercera clase.
Era en los ltimos das de febrero; an haca fro.
Fuera., un cielo gris, el viento, el granizo, colinas
peladas, praderas inundadas, largas hileras de vides
muertas; dentro, marineros borrachos que cantaban,
fornidos campesinos que dorman con la boca
abierta como pescados muertos, viejecitas con sus
cestos, nios, pulgas, nodrizas, todo el aparato de
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192
los coches de los pobres, con su olor de pipa de
aguardiente, de salchicha condimentada con ajo, de
paja enmohecida. Aun me parece estar all.
Al partir, me haba instalado en un rincn, cerca
de la ventanilla para ver el cielo; pero al poco tiempo, un enfermero militar me tom mi sitio, con el
pretexto de estar enfrente de su mujer, y ya tenis a
Poquita Cosa demasiado tmido para quejarse condenado a hacer doscientas leguas entre aquel gordinfln de enfermero que ola a linaza y una mujerona
delque, durante todo el trayecto, estuvo roncando
sobre su hombro.
estuve a su lado.
Jaime! hermano mo!..
Ah! querido nio!
Y nuestras dos almas se abrazaron con toda la
fuerza de nuestros brazos. Desgraciadamente, las
estaciones no estn organizadas para estas dulces
expansiones. Hay sala de equipajes, pero no de
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195
abrazos. Por todas partes nos empujaban y nos pisaban.
Circulad! circulad! -gritaban los mozos.
Jaime me dijo: Vmonos. Maana enviar a
buscar tu bal. Y cogidos del brazo, ligeros como
nuestros portamonedas, nos pusimos en marcha para el barrio Latino.
Ms tarde he intentado muchas veces recordar la
impresin que me hizo Pars aquella noche; pero las
cosas, lo mismo que los hombres, adquieren la primera vez que los vemos, una fisonoma particular,
que despus ya no vuelve a presentarse. Jams he
podido reconstruirme el Pars de mi llegada. Es como una ciudad brumosa que hubiese atravesado de
nio, hace muchos aos, y a la cual ya no hubiese
vuelto.
Me acuerdo de un puente de madera sobre un ro
negro, despus de un gran muelle desierto y de un
inmenso jardn a lo largo de aquel muelle. Nos detuvimos un momento ante aquel jardn. A travs de
la verja que lo bordeaba se vean confusamente
chozas, praderas, charcos de agua rboles cubiertos
de escarcha.
A L F O N S O D A U D E T
196
-Es el Jardn de Plantas -me dijo Jaime-. Ah hay
gran nmero de osos blancos, de leones, de boas, de
hipoptamos...
Efectivamente, se adivinaba all la selva y de
cuando en cuando un grito agudo, un ronco rugido
sala de aquella sombra.
Apretado contra mi hermano, miraba fijamente a
travs de la verja y, mezclando en un mismo sentimiento de terror aquel Pars desconocido, al que llegaba de noche y el jardn misterioso, me pareca que
acababa de desembarcar en una gran caverna negra
llena de bestias feroces, que iban a arrojarse sobre
m. Afortunadamente, no estaba solo; all tena a
Jaime para defenderme. Ah! Jaime! Jaime! por
qu no te he conservado siempre a mi lado?
Anduvimos an largo tiempo por calles obscuras, interminables; de pronto Jaime se detuvo en una
pequea plaza en la cual haba una iglesia.
-Aqu tienes a San Germn de los Prados -me
dijo-. Nuestra habitacin est ah arriba.
-Cmo Jaime!.. en el campanario?
-En el campanario mismo... Es muy cmodo para saber la hora.
Jaime exageraba un poco. Habitaba en la casa de
al lado de la iglesia una buhardilla del quinto o sexto
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197
piso, y su ventana daba al campanario de San Germn, precisamente a la altura del reloj.
Al entrar, lanc un grito de alegra: Lumbre!
qu dicha! Y corr a la chimenea presentando los
pies a la llama aun a riesgo de que se fundiesen mis
chanclos de goma. Hasta entonces, Jaime no haba
advertido la originalidad de mi calzado. Esto le hizo, rer mucho.
-Querido -me dijo-. Hay una porcin de hombres clebres que han llegado a Pars con zuecos y
se alaban de ello. T podrs decir que has llegado
en chanclos; eso es bastante ms original. Mientras
tanto, ponte estas zapatillas y entablaremos relacin
con el pastel.
Diciendo esto, el buen Jaime arrastr hasta la
chimenea una mesita que esperaba en un rincn,
cubierta de manjares.
A L F O N S O D A U D E T
198
II
DE PARTE DEL CURA DE SAN NAZARIO
Gran Dios! Qu bien se estaba aquella noche
en la habitacin de Jaime! Qu alegres y claros reflejos enviaba la chimenea sobre los manteles! Y
aquel aejo vino lacrado con su perfume de violetas!
Y, el pastel con su corteza de oro obscuro! Ah!
ahora ya no se hacen pasteles como aquellos! ni
bebers ya ms vinos iguales, mi pobre Eyssette!
Al otro lado de la mesa enfrente de m, Jaime me
echaba de beber; y cada vez que levantaba mis ojos,
vea su mirada tierna como la de una madre, dulcemente risuea. Yo me consideraba tan dichoso, que
seguramente tena fiebre. Y hablaba, hablaba sin cesar...
P O Q U I T A C O S A
199
-Come! -me deca Jaime llenndome el plato; pero yo hablaba siempre y no coma.
Entonces, para hacerme callar, empez l a
charlar y me cont largamente, sin tomar aliento,
todo lo que haba hecho en el ao que habamos
estado, sin vernos.
-Cuando t te marchaste -y las cosas ms tristes
las contaba siempre con su divina sonrisa resignada-, cuando t te marchaste, la casa an se qued
ms desolada. Pap ya no trabajaba y se pasaba todo
el da en el almacn jurando contra los revolucionarios, y llamndome asno, lo que no haca adelantar
gran cosa los negocios. Letras protestadas todas las
maanas, visitas del alguacil da s y da no, cada
campanillazo nos haca saltar el corazn! Ah! te
fuiste bien oportunamente.
Al cabo de un mes de aquella terrible existencia
pap march a Bretaa por cuenta de la Compaa
A L F O N S O D A U D E T
202
De habitacin en habitacin, las condenadas me
empujaron hasta nuestra antigua alcoba en el fondo
del corredor. All, me dejaron dos o tres das de
respiro; despus, una maana al despertarme, advert un centenar de ellas que trepaban silenciosamente a lo largo de mi escoba mientras que otro
cuerpo de ejrcito se diriga ordenadamente hacia
mi cama... Privado de armas, batido en mi ltimo
reducto, no me quedaba otro recurso que la fuga. Es
lo que yo hice huir. Abandon a las cucarachas el
colchn, la silla y la escoba y me march de aquella
horrible casa de la calle de la Linterna para no volver jams.
Pas an algunos meses en Lyn, pero muy
tristes, muy largos, muy negros. En el despacho no
me llamaban ms que Santa Magdalena. No iba a
ningn lado. No tena ni un amigo; mi nica distraccin era leer tus cartas... Ah! Qu manera ms bonita de decir las cosas tienes, mi querido Daniel!
Estoy seguro de que, si quisieras, podras escribir en
los peridicos. Al contrario que yo. Figrate que a
fuerza de escribir al dictado he llegado a ser tan inteligente como una mquina de coser. Soy incapaz
de pensar nada por cuenta propia. El seor Eyssette
tena razn al decirme: Jaime, eres un asno! DesP O Q U I T A C O S A
203
pus de todo, no es un mal del todo ser un asno.
Son unos buenos animales, pacientes, fuertes, laboriosos, con un corazn bondadoso y unos slidos
remos... Pero volvamos a mi historia.
En todas tus cartas me hablabas de la reconstruccin del hogar, y, gracias a tu elocuencia, me
senta tan entusiasmado como t por tan grandiosa
idea. Desgraciadamente, lo que yo ganaba en Lyn
apenas si me bastaba para comer. Entonces fue
cuando se me ocurri la idea de venir a Pars. Me
pareca que aqu estara en mejor situacin para ayudar a la familia y que tendra ms a mano todos los
materiales para nuestra famosa reconstruccin. Mi
viaje pues, qued decidido; nicamente que tom
mis precauciones. No quera caer en las calles de Pars como un gorrin sin plumas. Eso est bien para
ti, mi querido Daniel: los nios bonitos caen bien en
todas partes; Pero un grandulln lloroso como yo!..
Fui, pues, a pedir algunas cartas de recomendacin a nuestro amigo el cura de San Nazario, que es
hombre muy bien relacionado en el barrio de San
Germn. Me dio dos cartas, una para un conde y la
otra para un duque. No me puse por poco. De all
fui a casa de un sastre quien por mi buena cara consinti en hacerme a crdito un hermoso traje negro
A L F O N S O D A U D E T
204
con sus dependencias, chaleco, pantaln, etctera.
Jaime ha terminado su odisea y ahora toca el turno a la ma. La hoguera casi extinguida nos hace seas y nos dice: Idos a acostar, nios!, las bujas
nos gritan: A la cama! a la cama! Estamos consumidas hasta las arandelas No os escuchamos, dice Jaime riendo, y nuestra velada contina.
Cmo comprenderis, lo que cuento a mi hermano me interesa mucho. Es la vida de Poquita Cosa
en el colegio de Sarlande; aquella triste vida que el
lector no habr olvidado. Son los nios feos y feroces, los odios, las humillaciones, las llaves del seor
Viot siempre encolerizadas, el cuartito del sotabanco donde se alojaba, las traiciones, las noches en lA L F O N S O D A U D E T
214
grimas; y despus tambin -porque Jaime es tan
bueno que se puede decir todo-, las orgas del caf
Barbette, la absenta con los sargentos, las deudas, el
abandono de s mismo, todo, en fin, hasta el suicidio y la terrible prediccin del abate Germn: Sers
un nio toda tu vida
Con los codos sobre la mesa y la cabeza entre
sus manos, Jaime oye hasta el final mi confesin, sin
interrumpirla... nicamente veo que de cuando en
cuando se estremece y le oigo murmurar: Pobre
nio! pobre nio!
Cuando he terminado, me toma la mano y me
dice con una voz dulce y trmula: El abate Germn
tena razn: ya lo ves, Daniel, eres un nio, un nio
pequeo incapaz de manejarse solo en la vida, y has
hecho muy bien al refugiarte a mi lado. Desde hoy
no sers solamente mi hermano, sers tambin mi
hijo, y puesto que nuestra madre est lejos, ser yo
quien la reemplace, Lo quieres? di, Daniel! quieres que sea tu mam, Jaime? No, te aburrir mucho,
ya vers. Todo lo que te pido es que me dejes marchar siempre a tu lado y llevarte de la mano. De ese
modo, puedes estar tranquilo y mirar la vida frente a
frente, como un hombre: no te comer
P O Q U I T A C O S A
215
Por toda respuesta salt a su cuello: -Oh mam
Jaime, que bueno eres! -Y ya me tenis llorando a
lgrima viva sin que nada pudiera consolarme, como el antiguo Jaime de Lyn. El Jaime de ahora ya
no llora; el pozo, est, seco, como l dice, y que pase
no llorar.
En aquel momento dan las siete. Los vidrios se
iluminan. Una luz plida y trmula entra en la habitacin.
-Ya es de da, Daniel -dijo Jaime-. Es hora de irse
a dormir. Acustate pronto... debes tener necesidad
de ello.
Y t, Jaime?
Oh! yo no llevo doscientas leguas de ferrocarril en el cuerpo... Adems, antes de ir a casa del
marqus, tengo que devolver algunos libros al gabinete de lectura y no tengo tiempo que perder... ya
sabes cmo las gasta el de Hacqueville... Volver a
menguado inventario. Jaime, de rodillas ante mi bal, saca los objetos uno despus del otro y los anuncia a medida que los va sacando.
-Un diccionario... una corbata... otro diccionario... por lo visto fumas! Otra pipa... Bondad divina! cuntas pipas!.. Si al menos tuvieses tantos
pares de calcetines... Y este libro, qu es? Oh!
oh!.. Cuaderno de castigos... Boucoyran, 500 lneas... Soubeyrol, 400 lneas... Boucoyran 500 lneas... Boucoyran...
Boucoyran... Pardiez! no lo economizabas el nombre
de Boucoyran... de todos modos, para nuestro
asunto nos hubieran venido mejor dos o tres docenas de camisas.
Al llegar aqu del inventario, mam Jaime lanz
un grito de sorpresa.
-Misericordia divina!.. Daniel... qu es lo que
veo? Versos! s, son versos... Es que an los haA L F O N S O D A U D E T
224
ces? Vaya con el misterioso! por qu no me has
hablado nunca de ellos en tus cartas? Y, sin embargo, ya sabes que no soy un profano... Tambin yo he
hecho poemas en otros tiempos... Acurdate de Religin! Religin! poema en doce cantos... Vamos, seor
poeta veamos esos versos!..
-Oh! no, Jaime, te lo ruego. Eso no vale la pena.
-Todos estos poetas son lo mismo -dijo Jaime
riendo-. Vamos! a leer tus versos o si no los leo yo
mismo. Y ya sabes lo mal que lo hago!
Esta amenaza me decidi y empec mi lectura.
Eran versos que yo haba escrito en Sarlande
bajo los castaos de la Pradera, mientras vigilaba a
los chicos... Buenos? malos? No me acuerdo; pero con qu emocin los le!.. Figuraos, pues! eran
poesas que no habla enseado a nadie. Y, adems,
el autor de Religin! Religin! no era un juez ordinario. Se burlara de m? No obstante, a medida que
leo, la msica de las rimas me exalta y mi voz es ms
firme. Sentado delante de la ventana Jaime, impasible me escucha. Detrs de l, en el horizonte, se esconde el sol, enorme, rojo, incendiando las
vidrieras. Al borde del tejado, un gato flaco se lame
y se estira mirndonos; tiene el aspecto enfurruado
de un societario de la Comedia Francesa mientras
P O Q U I T A C O S A
225
escucha una tragedia... Yo veo todo esto con el rabillo del ojo, sin interrumpir mi lectura.
Triunfo inesperado! Apenas concluyo, Jaime,
entusiasmado, se levanta y me salta al cuello.
-Oh! Daniel! qu hermoso es eso, qu hermoso!
Yo le miro con un poco de desconfianza.
-De veras, Jaime, crees t..?
Magnfico, querido, magnfico!.. pensar que
tenas todas esas riquezas en tu bal y no me habas
dicho nada! es increble!..
Y ya tenis a mam Jaime que da grandes pasos
por la habitacin, hablando solo y gesticulando.
De pronto, se detiene adoptando un aire solem-
ne.
-No hay que hablar ms; Daniel, t eres poeta y
es necesario que contines sindolo y que te busques la vida sin dejar de serlo.
- Oh! Jaime, eso es muy difcil... Sobre todo al
principio. Se gana tan poco...
-Bah! yo ganar para los dos, no tengas cuidado...
-Y el hogar, Jaime, el hogar que queremos reconstruir?
A L F O N S O D A U D E T
226
El hogar! me encargo yo. Me siento con fuerzas para reconstruirlo por m solo. T, por tu parte,
le dars lustre, y figrate lo orgullosos que estarn
nuestros padres de sentarse en un hogar clebre!..
Intent an algunas objeciones, pero, Jaime tena
respuestas para todo. Despus, hay que decirlo, ya
no me defend ms que dbilmente. El entusiasmo
fraternal empezaba a contagirseme. La fe potica se
apodera de m y ya siento en todo mi ser un prurito
lamartiniano... Hay, un punto, en cambio, sobre el,
Jaime y yo no estamos completamente de acuerdo.
Mi hermano quiere que a los 35 aos entre en la
Academia Francesa. Yo me niego enrgicamente.
Nada de Academias! Eso es anticuado, pasado de
moda.
Razn de ms para que entres! -me dice Jaime.
T les pondrs un poco de sangre en las venas a
esos vejestorios del Palacio Mazarino... Y despus
ser tan dichosa la seora Eyssette!
Qu responder a esto? El nombre de la seora
Eyssette es un argumento sin rplica. Ser preciso
resignarse a vestir la casaca verde. Vaya pues, por
la Academia! Si mis colegas me aburren demasiado,
har lo que Merime, no asistir jams a las sesiones.
P O Q U I T A C O S A
227
Durante la discusin, se ha. hecho de noche y las
campanas de San Germn voltean alegremente, como para celebrar la entrada de Daniel Eyssette en la
Academia Francesa. Vamos a comer!, dice mam
Jaime; y muy orgulloso de exhibirse en compaa de
un acadmico, me conduce a una chocolatera de la
calle de San Benito.
Es un pequeo restaurant para gente pobre, con
una mesa redonda en el fondo para los clientes.
Comimos en la primera sala entre gentes radas y
hambrientas, que rebaaban sus platos en silencio.
Casi todos son literatos, me dijo Jaime en voz baja
lo que me llev, mal de mi grado, a hacerme algunas
reflexiones melanclicas; pero me guard muy bien
de comunicarlas a Jaime, por miedo de enfriar su
entusiasmo.
La comida fue muy alegre. El seor Daniel Eyssette, (de la Academia Francesa) mostr mucha locuacidad y aun ms apetito. Al terminar, se
apresuran a subir a su campanario, y mientras que el
seor acadmico fuma su pipa a horcajadas sobre la
ventana Jaime, sentado ante su mesa est absorto en
A L F O N S O D A U D E T
238
La musa, los gorriones, las campanas: he ah las
nicas visitas que recibir Quin haba de
venir a verme? Nadie me conoca. En la chocolatera de calle de San Benito, tena buen cuidado d
ponerme en una mesita separado de todo el mundo;
coma deprisa, sin levantar los ojos del plato; despus, terminada la comida tomaba mi sombrero
furtivamente, y me volva a casa con toda la ligereza
de mis piernas. Jams una distraccin, ni un paseo;
ni siquiera a or la msica del Luxemburgo. Esta timidez enfermiza, que haba heredado de la seora
Eyssette, se aumentaba an por el deterioro de mi
traje y por aquellos malditos chanclos de goma que
aun no haba podido reemplazar. La calle me daba
miedo; me senta como avergonzado. No hubiera
querido descender nunca de mi campanario. No
obstante, algunas veces, en esos encantadores anocheceres hmedos de la primavera parisiense encontraba al volver del restaurant, bandadas de
alegres estudiantes, y al verlos cogidos del brazo,
con sus grandes sombreros, sus pipas y sus amantes,
me entraban unas ideas... Entonces suba bien deprisa mis cinco pisos y me entregaba al trabajo rabiosamente, hasta la llegada de Jaime.
P O Q U I T A C O S A
239
Cuando llegaba Jaime, la habitacin cambiaba de
aspecto. Entonces todo era alegra ruido, movimiento. Mi hermano cantaba rea me preguntaba
noticias de la jornada: Has trabajado mucho, preguntaba; adelantan tus poemas? Despus me
contaba alguna invencin de su original marqus,
sacaba del bolsillo algunas frioleras que haba guardado para m y gozaba viendo cmo yo las coma.
Despus, yo volva al banco de las rimas, Jaime daba dos o tres vueltas por la habitacin, y cuando ya
me crea absorto en el trabajo, escurra el bulto dicindome: Puesto que t trabajas, voy un momento
all abajo All abajo quera decir a casa de Pierrotte,
y si no habis adivinado ya por qu Jaime iba con
tanta frecuencia all abajo, es porque no sois muy sagaces. Yo lo comprend todo desde el primer da
slo con verle alisarse el cabello delante del espejo y
comenzar tres o cuatro veces el nudo de la corbata;
pero, para no molestarle, aparentaba no sospechar
nada y me contentaba con rerme interiormente
pensando unas cosas...
Una vez Jaime fuera adelante con las rimas! A
aquellas horas, no llegaba hasta m ni el menor ruido; los gorriones, los Angelus, todos mis amigos estaban acostados. No me quedaba. ms que la Musa...
A L F O N S O D A U D E T
240
Hacia las nueve, oa alguien que suba la escalera
una escalerilla de madera que empalmaba con la
volv del lado de los ojos negros; pero ay! el encanto se habla deshecho, los ojos negros haban desaparecido. En su lugar haba quedado una
burguesita muy tiesa en su taburete...
En aquel momento se abri la puerta del saln y
entr Pierrotte, ruidosamente. Detrs de l el flautista con su flauta debajo del brazo. Jaime, al verle
descarg Pobre l una mirada fulminante capaz de
aturdir a un bfalo, pero le debi fallar porque el
hombre de la flauta ni siquiera vacil.
7 Por alusin a alouette, alondra.
P O Q U I T A C O S A
261
-Y bien pequea! -dijo el cevenols besando
ruidosamente a su hija en las mejillas-, ests contenta? ya te han trado a tu Daniel?.. Cmo le encuentras? Es muy lindo, verdad? Es el caso de
decirlo... el retrato clavado de la seorita.
Y ya tenis al buen Pierrotte que vuelve a comenzar la escena del almacn y me conduce casi a
rastras al centro del saln, para que todo el mundo
pueda ver los ojos de la seorita... la nariz de la seorita la barba de la seorita... La exhibicin me
molestaba mucho. La seora Lalouette y la dama de
gran mrito haban interrumpido su partida y casi
inclinadas fuera de sus sillones, me examinaban con
la mayor sangre fra criticando o elogiando en alta
voz tal o cual rasg de mi cara; lo mismo que si fuese un pollito, de venta en el mercado.
Aqu entre nosotros, me parece que la dama de
gran mrito deba ser muy inteligente en volatera
joven.
Afortunadamente, Jaime vino a poner fin a mi
suplicio, pidiendo a la seorita Pierrotte que tocase
algo bonito. Eso es, toquemos algo bonito, dijo
vivamente el flautista dispuesto a lucir sus habilidades. Jaime grit: No, no, nada de dos, nada de
flauta! El flautista dirigi a mi hermano con sus
A L F O N S O D A U D E T
262
ojos azules claros una mirada envenenada como un
a flecha de caribe, pero Jaime no pestae y sigui
gritando: Nada de flauta!.. A final de cuentas, fue
Jaime quien obtuvo la victoria y la seorita Pierrotte
toc, sin auxilio de ningn acompaante, uno de
esos trmolos tan conocidos con el nombre de Rveries de Rosellen... Mientras tocaba el seor Pierrotte
lloraba de admiracin, Jaime estaba sumido en xtasis, el flautista silencioso, pero con la flauta en los
dientes, llevaba la medida con los hombros y tocaba
interiormente.
Acabado el Rosellen la seorita Pierrotte se volvi hacia m.
-Y usted, seor Daniel? -me dijo bajando los
ojos-. Es que no le oiremos? Ya s que es usted
poeta.
-Y buen poeta! -dijo el indiscreto de Jaime.
A m no me haca muy feliz la idea de recitar versos delante de todos aquellos Amalecitas. Si al me-
265
-Efectivamente -dijo Jaime riendo tambin-, la
verdad es que la seorita Cucu-Blanc no carece de
atractivos.
El nombre de Cucu-Blanc aument la hilaridad
de Pierrotte.
Cmo dice usted, seor Jaime? Cucu-Blanc?
se llama Cucu-Blanc... Vaya! vaya! con el joven... a
su edad...
Al advertir que su hija escuchaba se detuvo, pero
ya estbamos abajo y an oamos su ruidosa risa
que, haca retemblar la escalera...
-Bueno, y qu te parecen? -me dijo Jaime as que
estuvimos en la calle.
-Querido, el seor Lalouette es muy feo, pero la
seorita Pierrotte es encantadora.
-Verdad que s? -me dijo el pobre enamorado
con tal vivacidad que no pude por menos de rerme.
-Vamos, Jaime, te has descubierto -le dije tomndole la mano.
Aquella noche nos paseamos hasta bien tarde a
lo largo de los muelles. A nuestros pies, en el ro
tranquilo y negro, se reflejaban millares de estrellas.
Las amarras de las barcazas crujan. Era un verdadero placer para m caminar dulcemente en la sombra y or a Jaime hablar de su amor... El la amaba
A L F O N S O D A U D E T
266
con toda su alma pero no era correspondido: estaba
bien seguro de ello.
-Entonces, Jaime, es que ama a otro, indudablemente.
-No, Daniel; no creo que antes de esta noche haya amado a nadie.
Antes de esta noche Jaime! qu quieres decir?
-Caramba! si ya te quieren todos, Daniel, no
tendra nada de particular que ella te quisiera tambin.
Pobre y querido Jaime! Con qu aire tan triste y
tan resignado pronunci aquellas palabras!.. Para
tranquilizarle me ech a rer estrepitosamente, ms
estrepitosamente an de lo que yo mismo hubiera
querido.
-Diablo! vas muy de prisa querido... Entonces es
que yo soy irresistible o la seorita Pierrotte muy
inflamable... Pero no! tranquilzate, mi querida mam Jaime. La seorita Pierrotte est tan lejos de mi
corazn como yo del suyo; te aseguro que no es a
m a quien has de temer.
Al hablar as lo haca con entera sinceridad. La
seorita Pierrotte no exista para m... Los ojos negros, en cambio, eso ya es distinto.
P O Q U I T A C O S A
267
VII
LA ROSA ENCARNADA Y LOS OJOS
NEGROS
Despus de aquella primera visita a la antigua casa Lalouette, estuve bastante tiempo sin volver all
abajo. Jaime, en cambio, continuaba fielmente sus
peregrinaciones dominicales, y cada vez inventaba
algn nuevo nudo en su corbata lleno de seducciones. La corbata de Jaime era todo un poema un
poema de amor ardiente y contenido, algo as como
un selam de Oriente, uno de esos ramos de flores
emblemticas que los bajaes ofrecen a sus amadas y
a los cuales saben hacer expresar todos los matices
de la pasin.
A L F O N S O D A U D E T
268
Si yo hubiese sido mujer, la corbata de Jaime, con
sus mil nudos que l variaba hasta lo infinito, me
hubiera conmovido ms que una declaracin. Pero,
qu queris? las mujeres no entienden de eso... Todos los domingos, antes de partir, el pobre enamorado no dejaba ni una sola vez de decirme: Voy all
abajo, Daniel... quieras venir? Y yo le responda
invariablemente: No, gracias, Jaime; me quedo a
trabajar... Entonces se marchaba rpidamente y yo
me quedaba solo, inclinado sobre el potro de las rimas.
Esto era por mi parte, una resolucin seriamente
tomada. Tena miedo de los ojos negros y me haba
dicho: Si los vuelves a ver, ests perdido... pero
como si no... porque tena metidos en la cabeza
aquellos diablos de ojos negros. En todas partes me
encontraba con ellos y siempre tena el pensamiento
en ellos trabajando, hasta dormido. En todos mis
cuadernos hubieseis podido ver grandes ojos negros dibujados a la pluma con sus largas cejas. Era
una obsesin.
Ah! cuando mam Jaime, con la mirada brillante
de placer, parta al paso ms rpido de sus largas
piernas, en direccin al pasaje del Salmn, con un
nudo de corbata indito, Dios sabe qu locos deP O Q U I T A C O S A
269
seos me entraban de bajar brincando la escalera y de
gritarle: Esprame! Pero no. Algo me deca en mi
interior que no obrara bien yendo all abajo y por
lo menos tena el valor de continuar en mi potro... y
decir: No! gracias, Jaime; me quedo a trabajar
As pas algn tiempo. A la larga con el auxilio
de la Musa conseguira indudablemente arrojar a los
ojos negros de mi cerebro. Desgraciadamente, comet la imprudencia de volverlos a ver. Aquello era
ya irremediable. Perd la cabeza y el corazn. Ved
en qu circunstancias:
Desde las confidencias que me hiciera a orillas
del ro, mam Jaime no haba vuelto a hablarme de
sus amores, pero yo ya comprenda en su aspecto
que las cosas no marchaban como l hubiera querido... El domingo, cuando volva de casa Pierrotte,
estaba siempre triste. Por la noche oa sus suspiros...
Si le preguntaba: Qu tienes, Jaime?, me responda bruscamente: No tengo nada Pero yo com-
A L F O N S O D A U D E T
272
Encontr a Pierrotte en la mesa con su hija y. la
dama de gran mrito. Los ojos negros no estaban
all, muy afortunadamente. Cuando yo entr, hubo
una exclamacin de sorpresa. Por fin, aqu est!
-exclam Pierrotte con su voz de trueno-. Es el caso
de decirlo... Tomar caf con nosotros.
Me hicieron sitio. La dama de gran mrito fue a
buscarme una linda taza con flores doradas, y me
sent al lado de la seorita Pierrotte...
Estaba muy bonita aquella noche la seorita Pierrotte. En sus cabellos casi encima de la oreja -no es
se el sitio en que se colocan hoy, haba puesto una
pequea rosa encarnada, tan encarnada... Entre nosotros, creo que, aquella rosa tena algo de hechicera de tal modo embelleca a la pequea filistea... i
Ah! seor Daniel -me dijo el cevenols con una risa
afectuosa y llena de bondad-, ya se ve que todo ha
terminado entre nosotros y que usted no quiere venir a vernos... Intent excusarme y hablar de mis
trabajos literarios. S, s, ya conozco los trabajos del
barrio Latino, dijo el cevenols. Y se ech a rer de
muy buena gana mirando a la dama de gran mrito
de que tosa significativamente con aire de inteligencia y me enviaba puntapis por debajo de la mesa.
Para aquellas buenas gentes, barrio Latino significaP O Q U I T A C O S A
273
ba orgas, violines, bailes, fuegos artificiales, cacharros rotos y otras muchas ms cosas. Ah! si yo les
hubiese contado mi vida de cenobita en el campanario, Germn, a buen seguro que se habran extraa
mucho. Pero, ya se sabe, cuando se es joven no le
desagrada a uno pasar por mala persona. Ante las
acusaciones de Pierrotte, yo adoptaba un afectado
aire de modestia y me defenda dbilmente: No!
no! yo le aseguro... No es lo que usted se figura!
Cmo se hubiera redo Jaime si me hubiera visto!
Cuando hubimos terminado de tomar caf, se
oy un trino de flauta en el patio. Es que llamaban a
Pierrotte al almacn. Apenas hubo vuelto la espalda
la dama del gran mrito se fue a su vez a la cocina a
hacer una partida con la cocinera. Entre nosotros,
creo que el principal mrito de aquella dama consista en embrollar las cartas con mucha habilidad...
Cuando vi que me dejaban solo con la pequea
rosa encarnada pens: Este es el momento, y ya
tena el nombre de Jaime en los labios, pero la seorita Pierrotte no me dio tiempo de hablar. En voz
baja sin mirarme, me dijo de pronto: Es esa seorita de Cucu-Blanc la que no le deja venir a casa de
los amigos? Al principio crea que se rea; pero no!
no rea. Pareca incluso, muy emocionada, a juzgar
A L F O N S O D A U D E T
274
por el color subido de sus mejillas y por su voz
ahogada. Sin duda haban hablado de Cucu-Blanc
cabeza sobre mi hombro. Por su corpio entreabierto vea yo unas medallitas de plata que brillaban
en su garganta... De pronto se present la seorita
P O Q U I T A C O S A
281
Pierrotte. Haba que ver cmo me envi al otro extremo del sof y, despus, qu sermn, Virgen
santa! Eso que hacis, est muy mal, queridos nios, nos dijo... Es abusar de la confianza que os
demuestran... Hay que hablar al padre de vuestros
proyectos... Vamos! Daniel, cundo le hablar usted? Promet hablar a Pierrotte as que hubiese
terminado mi gran poema. Esta promesa apacigu
un poco a nuestro centinela pero, por si acaso, desde aquel da qued prohibido a los ojos negros
sentarse en el sof al lado de Deseo de agradar.
Oh! era muy rgida aquella seorita Pierrotte. Figuraos que al principio no quera permitir a los ojos
negros que me escribiesen; al fin, no obstante, accedi, con la condicin de que le enseara las cartas.
Desgraciadamente, la seorita Pierrotte no se conformaba con leer aquellas adorables cartas llenas de
pasin que me escriban los ojos negros; a lo mejor
intercalaba frases como sta:
... Esta maana estoy muy triste. He encontrado
una araa en mi armario. Araa por la maana, disgusto seguro.
O bien:
-No se pone una casa con huesos de melocotn...
Y por ltimo la eterna cantinela:
A L F O N S O D A U D E T
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-Hay que hablar al padre de nuestros proyectos...
A lo que responda yo invariablemente:
Cuando haya terminado mi poema!..
P O Q U I T A C O S A
283
VIII
UNA LECTURA EN EL PASAJE DEL
SALMN
Por fin termin el famoso poema. Fue esto al cabo de cuatro meses de trabajo, y me acuerdo que
cuando llegu a los ltimos versos ya no poda escribir ms; de tal modo me temblaban las manos de
fiebre de orgullo, de placer, de impaciencia.
En el campanario de San Germn, aquello fue un
acontecimiento. Jaime, en aquella ocasin, fue por
una sola vez, el Jaime de otros tiempos, el Jaime de
las encuadernaciones y de los pucheritos de cola.
Me confeccion un magnfico cuaderno para copiar
en l, de su propia mano, mi poema Cada verso le
arrancaba gritos de admiracin, pataleos de entuA L F O N S O D A U D E T
284
siasmo, pero yo no tena tanta confianza en mi obra.
Jaime me amaba demasiado, y por lo tanto no poda
ser un buen crtico. Yo hubiera querido leer mi
poema a alguna persona imparcial. Desgraciadamente, no conoca a nadie.
Sin embargo, en el restaurant, no me haban faltado ocasiones de hacer amistades. Desde que ramos ricos, yo coma en la mesa de los escogidos, en
la sala del fondo. Se encontraban all una veintena
de jvenes, escritores, msicos, pintores, arquitectos, o por mejor decir, el germen de todo ello. -Hoy
ya ha granado el germen; muchos de aquellos jvenes son clebres, y cuando veo su nombre en los
peridicos, me entra una tristeza muy grande a m,
que no soy nada-. Cuando me sent por primera vez
a aquella mesa, todos me acogieron con los brazos
abiertos; pero como yo era demasiado tmido para
mezclarme en sus discusiones, pronto se olvidaron
de m, y me encontr tan solo entre ellos como
cuando coma en mi mesita. Yo escuchaba pero no
hablaba.
Una vez por semana vena a comer con nosotros
un poeta muy famoso, de cuyo nombre ya no me
acuerdo, pero a quien aquellos seores llamaban
Baghavat, del ttulo de uno de sus poemas. Ese da
P O Q U I T A C O S A
285
bebamos Burdeos de a diez y ocho sueldos; despus, a los postres, recitaba un poema indio. Los
poemas indios eran su especialidad. Tena uno titulado Lakamana otro Daaratha otro Kalatcala otro
Bhagiratha y, adems, Cudra, Cunocepa, Vivamitra...
pero el ms hermoso de todos era Baghavat. Ah!
cuando el poeta recitaba Baghavat, la sala se vena
abajo. Los admiradores aullaban, pataleaban, se suban a las mesas. Yo tena a mi derecha a un pequen, arquitecto, con la nariz rola que empezaba a
sollozar desde el primer verso, y todo el tiempo que
duraba la lectura se lo pasaba enjugndose los ojos
con mi servilleta...
Yo, por seguir la corriente, chillaba ms que nadie, pero en el fondo no me entusiasmaba mucho el
tal Baghavat. Todos sus poemas indios venan a ser
por el estilo. Siempre haba un lotus, un cndor, un
elefante y un bfalo; algunas veces el lotus se llamaba loto, pero por lo dems, completamente igual;
despus ni pasin, ni verdad, ni fantasa. Solamente
rimas sobre rimas. Una mixtificacin... Esto es lo
que yo pensaba del gran Baghavat y quiz, yo le hubiese juzgado con menos severidad si a m tambin
me hubiesen pedido versos; pero nadie me peda
nada y. esto haca que fuese implacable... Por lo deA L F O N S O D A U D E T
286
ms, no era yo el nico que sustentaba semejante
opinin respecto de la poesa india. Mi vecino de la
izquierda no era tampoco de los entusiastas. Singular personaje el tal vecino! Aceitoso, rado, relu-
P O Q U I T A C O S A
293
LA MARIPOSA (empujndola haca la hierba)
Eh! revulcate en la hierba; nos pertenece.
LA COCCINELA (agitndose)
No! dejadme. Os digo que es preciso que me
marche.
LA MARIPOSA
Chist! oyes?
LA COCCINELA (asustada)
Qu?
LA MARIPOSA
Esa codorniz que canta en la via de al lado;
hermosa cancin para este hermoso da de verano.
Y qu bien se oye desde aqu!..
LA COCCINELA
Sin duda pero...
LA MARIPOSA
Cllate.
A L F O N S O D A U D E T
294
LA COCCINELA
Por qu?
LA MARIPOSA
Porque hay hombres.
(Pasan hombres)
LA COCCINELA (en voz baja, despus de un
momento de silencio)
El hombre es un ser muy malvado, verdad?
LA MARIPOSA.
Muy malvado, s.
LA COCCIINELA
Siempre tengo miedo de que uno de ellos me
aplaste tienen unos pies tan grandes y yo un cuerpo
tan endeble... Vos, es verdad, no sois tampoco muy
grande pero al menos tenis alas.
LA MARIPOSA
Pardiez! querido, si esos pesados campesinos te
dan miedo, encarmate sobre mi espalda; yo soy
muy fuerte! mis alas no son de piel, de cebolla como
P O Q U I T A C O S A
295
las de algunas seoritas, y te llevar a donde quieras
y por tan largo tiempo como quieras.
LA COCCINELA
Oh! no, seor, gracias! Jams me atrevera...
LA MARIPOSA
Tan difcil es de subirte a mis espaldas?
LA COCCINELA
No, pero...
LA MARIPOSA
Sube, pues, tonto!
LA COCCINELA
Vos me conduciris a mi casa desde luego; porque si no fuera as...
LA MARIPOSA
Tan pronto partamos, tan pronto habremos llegado.
A L F O N S O D A U D E T
296
LA COCCINELA (encaramndose sobre su camarada)
Es que por la noche en mi casa rezamos. Comprendis?
LA MARIPOSA
Sin duda... un poco ms hacia atrs. As... Ahora,
silencio.
(Salen volando; el dilogo contina en el aire)
Querido, esto es maravilloso! No pesas nada.
LA COCCINELA (asustada)
Ah!.. seor...
LA MARIPOSA
Bien! y qu?
LA COCCINELA
No veo nada... La cabeza irle da vueltas quisiera
bajar...
LA MARIPOSA
No seas simple! Si la cabeza te da vueltas, cierra
los ojos. Los has cerrado?
P O Q U I T A C O S A
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LA COCCINELA (cerrando los ojos)
s...
LA MARIPOSA
Te encuentras mejor?
LA COCCINELA (con esfuerzo)
S, un poco mejor.
LA MARIPOSA (riendo con disimulo)
Decididamente no sois muy buenos aeronautas
en tu familia...
LA COCCINELA
Oh! s...
LA MARIPOSA
No es culpa vuestra si an no se ha encontrado
la direccin de los globos...
LA COCCINELA
Oh! no...
A L F O N S O D A U D E T
298
LA MARIPOSA
Habis llegado, seor.
(Se posa sobre un lirio)
LA COCCINELA (abriendo los ojos)
Perdn! Pero... no es aqu donde yo vivo.
LA MARIPOSA
Ya lo s, pero como an es temprano, he querido
traerte a casa de un lirio amigo mo... Creo que est
permitido refrescar el pico?
LA COCCINELA
Oh! no tengo tiempo
LA MARIPOSA
Nada ms que un segundo...
LA COCCINELA
Adems, aun no he hecho mi presentacin en el
mundo...
LA MARIPOSA
Ven pues! Te har pasar por tino de mis bastados. Ya te aseguro que sers bien recibido...
P O Q U I T A C O S A
299
LA COCCINELA
Y, adems, es tan tarde...
LA MARIPOSA
Te digo que no es tarde! oye la cigarra...
LA COCCINELA (en voz, baja)
Y, adems... no tengo dinero...
LA MARIPOSA (arrastrndola)
Ven! El lirio no cobra.
(Entran en casa del lirio. -Cae el teln)
En el segundo acto, cuando se levanta el teln, es casi de noche... Se ve a los dos camaradas salir de casa del lirio... La
Coccinela est algo embriagada.
LA MARIPOSA (tendiendo el lomo)
Y ahora, en marcha!
LA COCCINELA (encaramndose valerosamente)
En marcha!
A L F O N S O D A U D E T
300
LA MARIPOSA
Qu tal? Cmo encuentras a mi lirio?
LA COCCINELA
Es encantador, querido os da su bodega sin conoceros...
LA MARIPOSA (mirando al cielo)
Oh! oh! Febo mete la nariz en la ventana; despachmonos pronto...
LA COCCINELA
Despachemos; por qu?
LA MARIPOSA
Ya no tienes prisa por volver a tu casa?..
LA COCCINELA
Mientras llegue a tiempo para la oracin... Adems, no vivo muy lejos... mi casa est ah detrs...
LA MARIPOSA
Pues si t no tienes prisa, yo tampoco.
P O Q U I T A C O S A
301
LA COCCINELA (con efusin)
Eres el mejor muchacho del mundo!.. No s,
por qu todos los seres que habitan sobre la tierra
no han de ser tus amigos. Dicen de ti: Es un bohemio! un holgazn! un poeta! un saltarn!..
LA MARIPOSA
Toma! y quin dice eso?
LA COCCINELA
Dios mo! El escarabajo...
LA MARIPOSA
Ah! s, se me llama saltarn porque l tiene
vientre.
LA COCCINELA
Es que no es l nicamente quien te detesta...
LA MARIPOSA
Ah! diantre...
LA COCCINELA
Tampoco los caracoles te tienen mucha simpata.
Bueno! ni los escorpiones, ni las hormigas.
A L F O N S O D A U D E T
302
LA MARIPOSA
De veras?
LA COCCINELA (confidencialmente)
No hagas nunca el amor a la araa; te encuentra
horroroso.
LA MARIPOSA
La han informado mal.
LA COCCINELA
S, eh?.. pues las orugas son de la misma opinin...
LA MARIPOSA
Lo creo... Pero, dime, en el mundo donde t vives porque al fin y al cabo t no eres del mundo de
orugas, soy tan mal visto?
LA COCCINELA
Caramba! eso es segn la edad; la juventud est
de tu parte; los viejos, generalmente, dicen que no
tienes bastante sentido moral.
LA MARIPOSA (con tristeza)
Ya veo que no cuento con muchas simpatas, En
fin...
P O Q U I T A C O S A
303
LA COCCINELA
A f ma! no, pobre mariposa! La ortiga te araa el sapo te odia y hasta el grillo habla de ti despectivamente.
LA MARIPOSA
Acaso t tambin me odias, como todos esos
bribones?
LA COCCINELA
Yo?.. al contrario, te adoro se est tan bien sobre tus espaldas! Y, despus, me llevas siempre a casa de los lirios, y eso me divierte mucho... Oye, si
por casualidad estuvieses fatigado, no tengo inconveniente en que descansemos un ratito... supongo
que no ests cansado?
LA MARIPOSA
Cansado no, pero s me parece que pesas ms.
LA COCCINELA (sealando a los lirios)
Entonces, entremos aqu y descansars.
LA MARIPOSA
Gracias!.. Ms lirios?
A L F O N S O D A U D E T
304
(En voz baja y con aire libertino)
Preferira ir al lado...
LA COCCINELA
A casa de la rosa?.. Oh! no, nunca...
LA MARIPOSA (arrastrando a su compaero)
Vamos! nadie nos ver.(Entran discretamente en
casa de la rosa) -Cae el teln.
En el tercer acto...
Pero yo no quisiera mis queridos lectores, abusar
por ms tiempo de vuestra paciencia. Los versos, en
los tiempos que corren no gustan, ya lo s. Por lo
tanto, acabo aqu y voy a contentarme con contar
someramente el resto de mi poema.
En el tercer acto ya ha cerrado la noche... Los
dos camaradas salen juntos de casa de la rosa... La
mariposa quiere conducir a casa de sus padres a la
coccinela pero sta se niega; est completamente
embriagada hace cabriolas sobre la hierba y lanza
gritos sediciosos... La mariposa la lleva a la fuerza a
su casa. Se separan a la puerta despus de prometerse que pronto se volvern a ver... Entonces la mariposa se va en la soledad de la noche. Tambin est
P O Q U I T A C O S A
305
algo embriagada pero con una embriaguez triste; se
acuerda de las confidencias de la coccinela y se pregunta amargamente por qu hay tantos seres que la
detestan, cuando no ha hecho dao a nadie... Un
cielo sin luna y un viento que sopla en la obscuridad
de la noche. La mariposa tiene miedo y fro; pero se
consuela pensando que su camarada est ya en seguridad en el fondo de su camita bien caliente... En la
sombra se ven grandes pajarracos nocturnos que
atraviesan la escena en silencio. De cuando en
cuando brilla el relmpago. Insectos repugnantes
estn emboscados detrs de las piedras y sealan
burlonamente la mariposa. Ya te tenemos!, se dicen los unos los otros. Y mientras que la infortunado, va de un lado a otro, llena de espanto, un cardo,
al pasar la atraviesa con su espada un escorpin la
despanzurra con sus pinzas, una enorme araa velluda la arranca un faldn de su manto de raso azul
y, finalmente, un murcilago le rompe los lomos de
un aletazo. La mariposa cae, herida de muerte... Y
mientras agoniza sobre la hierba las ortigas se alegran y los sapos dicen: Muy bien hecho!
Al alba las hormigas que iban al trabajo, encontraron el cadver al borde del camino. Le miraron
apenas al pasar y se alejaron sin quererle enterrar.
A L F O N S O D A U D E T
306
Las hormigas no trabajan por nada... Afortunadamente una cofrada de necrforos acert a pasar por
all. Estos son, como saben ustedes, unos animalitos
negros que han hecho voto de enterrar a los muertos... Piadosamente, se uncen a la difunto, mariposa
y la arrastran hasta el cementerio... Una curiosa
multitud se agolpa al paso de la comitiva y cada uno
hace sus reflexiones en alta voz... Los grillos, sentados a las puertas de sus casas dicen gravemente:
Amaba demasiado las flores! Era demasiado
trasnochador!, aaden los caracoles; y los escarabajos de enorme vientre se pavonean en sus vestidos de oro refunfuando: Demasiado bohemio!
demasiado bohemio! Entre toda aquella multitud,
ni una palabra de pesar por el pobre muerto; nicamente en los campos inmediatos, las grandes azuce-
sentido temblar entre sus manos una manecita demasiado impresionable o sorprendido una mirada
demasiado ardiente; sea lo que fuere, es lo cierto que
Pierrotte tema aquella noche es el caso de decirloun aire especial, que permaneci toda la velada peA L F O N S O D A U D E T
310
gado al corpio de Camila que no pude decir una
palabra a los ojos negros y que me retir muy temprano sin querer or una cancin nueva del miembro del Caveau, quien nunca me perdon el desaire.
Dos das despus de aquella lectura tan memorable recib de la seorita Pierrotte una carta tan breve
como elocuente: Venga pronto, mi padre lo sabe
todo Y ms abajo mis queridos ojos negros haban
aadido: Le amo
La gran noticia lo confieso, me turb un poco.
Precisamente en aquellos das me dedicaba a visitar
a los editores con mi manuscrito, y me ocupaba mucho menos de los ojos negros que de mi poema.
Adems, la idea de una explicacin con Pierrotte no
me seduca... As, a pesar del apremiante llamamiento de los ojos negros, estuve algn tiempo sin
comparecer por all abajo, dicindome in mente para
tranquilizarme sobre mis intenciones: Cuando haya
vendido mi poema Desgraciadamente no lo vend.
En aquellos tiempos -no s si ahora ocurre igual-,
los seores editores eran unos seores muy afables,
muy corteses, muy generosos y muy benvolos pero
tenan un defecto capital, y es que jams se les encontraba en casa. Como ciertas estrellas demasiado
pequeas que no se revelan ms que con la ayuda de
P O Q U I T A C O S A
311
los potentes telescopios del Observatorio, aquellos
seores no estaban tampoco visibles para la multitud. No importa a qu hora llegaseis; siempre os decan que habais de volver...
Dios! las tiendas que yo llegu a correr! las
puertas que tuve que empujar! las estaciones que hice ante los escaparates de las libreras preguntndome con el corazn palpitante: Entro? no
entro? En el interior haca calor. Siempre haba
unos hombrecitos calvos, muy ocupados, que os
respondan de detrs de un escritorio colocado en
lo alto de una doble escalera. En cuanto, al editor,
invisible... Todas las noches volva a casa.. triste,
cansado, enervado. Valor!, me deca Jaime, maana sers ms afortunado Y al da siguiente me pona de nuevo en campana amado de mi manuscrito.
De da en da lo encontraba ms pesado, ms incmodo. Al principio lo llevaba debajo del brazo, orgullosamente, como un paraguas nuevo; despus va
me daba vergenza y lo ocultaba en el pecho, con el
abrigo cuidadosamente abotonado por encima.
As pasaron ocho das. Lleg el domingo y Jaime, segn su costumbre, fue a comer a casa de Pierrotte, pero fue solo. Estaba tan cansado de mi caza
de las estrellas invisibles, que me qued todo el da
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312
acostado... Por la noche cuando regres, vino a
sentarse al borde de mi cama y me dijo entre
malhumorado y risueo:
-Oye, Daniel, haces muy mal en no ir por all
abajo. Los ojos negros lloran, estn desolados; se
mueren de pena... Hemos hablado de ti toda la noche... Ah, bribn! te quieren ms de lo que t te
mereces...
Al decir esto, la pobre mam Jaime tena las lgrimas en los ojos.
-Y Pierrotte? -pregunt yo tmidamente-. Qu
dice Pierrotte?
-Nada... Slo que le extraa mucho de no verte...
Es necesario que vayas, Daniel; irs, no es verdad?
-Maana mismo, te lo prometo.
Mientras hablbamos, Cucu-Blanc, que acababa
de entrar en su casa la emprendi con su interminable cancin: Tolocototin! Tolocototifin!.. Jaime se
ech a rer: No sabes?, me dijo en voz baja los
ojos negros estn celosos de nuestra vecina... Creen
que es su rival... Por ms que yo me he esforzado en
decirles de lo que se trataba do han querido creerme... Los ojos negros celosos de Cucu-Blanc! Es
chocante verdad? Yo aparent que me rea como
l, pero en el fondo estaba avergonzado al pensar
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313
que era yo el culpable de que los ojos negros tuviesen celos de Cucu-Blanc.
Al da siguiente, despus del medioda, me fui al
pasaje del Salmn. Yo hubiera querido subir directamente al cuarto piso y hablar con los ojos negros
antes de ver a Pierrotte, pero el cevenols me espiaba a la puerta del pasaje y no pude evitarlo. No tuve
ms remedio que seguirle a la tienda y sentarme a su
lado, detrs del escritorio. De cuando en cuando
llegaba hasta nosotros un discreto trino de flauta.
-Seor Daniel -me dijo el cevenols con una seguridad de lenguaje y una facilidad de elocucin que
nunca haba observado en l-, lo que quiero saber
de usted es bien sencillo y no me costar gran cosa
exponrselo. Es el caso de decirlo... la pequea le
ama a usted... la quiere usted tambin a ella?
-Con toda mi alma seor Pierrotte.
-Entonces todo va bien. He aqu ahora lo que yo
pienso proponerle... Usted el es muy joven y la pequea tambin para pensar en casarse antes de tres
aos. Son, pues, tres aos, los que tiene usted por
delante para hacerse una posicin... Yo no s si
piensa usted continuar toda la vida con el comercio
de mariposas azules, pero s muy bien lo que hara
en su lugar... Es el caso de decirlo; plantara mis
A L F O N S O D A U D E T
314
historietas, entrara en la antigua casa Lalouette, me
pondra al corriente del negocio de la porcelana y
323
-Tus camisas en aquel rincn, ves, Daniel?.. los
pauelos al lado, las corbatas detrs.
-No es tu bal el que arreglas Jaime, es mi armario...
Armario y bal, cuando todo estuvo presto, envi a buscar mi coche y, partimos para la estacin.
En el camino, Jaime me haca sus recomendaciones.
Las haba le todos gneros.
-Escrbeme con frecuencia... Todos los artculos,
que se publiquen sobre tu libro me los envas, especialmente el de Gustavo Planche. Har una carpeta y
los coleccionar en ella. Ser el libro de oro de la
familia Eyssette... A propsito, ya sabes que la lavandera pasa los martes... Sobre todo no te dejes
deslumbrar por el xito... Porque claro que lo vas a
tener muy grande y los xitos parisienses son peligrosos. Afortunadamente ah est Camila para guardarte de las tentaciones... Sobre toldo, mi querido
Daniel, lo que te pido, es que vayas a menudo all
abajo y que no hagas llorar a los ojos negros.
En aquel momento pasbamos por delante del
Jardn de Plantas. Jaime se ech a rer.
-Te acuerdas? -me dijo-. Hace cuatro o cinco
meses pasamos una noche por aqu.. Eh!.. Qu diferencia entre el Daniel de entonces y el de ahora!..
A L F O N S O D A U D E T
324
Verdaderamente has hecho una bonita carrera en
cuatro meses...
Mi buen Jaime crea con toda sinceridad que yo
haba hecho mucha carrera en poco tiempo, y yo
tambin, pobre simple, estaba convencido.
Llegamos a la estacin y el marqus ya se encontraba all. Conoc de lejos al extravagante hombrecillo, con su cabeza de erizo blanco y dando saltitos
de un extremo al otro de la sala de espera.
-Pronto, pronto, adis! -me dijo Jaime.
Y tomando mi cabeza entre sus anchas manos
bes tres o cuatro veces con todas sus fuerzas y corri a reunirse con su verdugo.
Al verle desaparecer, experiment una singular
sensacin.
Me encontr de repente ms pequeo, ms despreciable ms tmido, ms nio, como si mi hermano, al marcharse se hubiese llevado la medula de
mis huesos, mi fuerza m audacia y la mitad de mi
estatura. La multitud que me rodeaba me daba miedo. Volv a ser Poquita Cosa...
Caa la noche. Lentamente, por el camino ms
largo, por las calles ms solitarias, Poquita Cosa
volvi al su campanario. La idea de encontrarse en
aquella habitacin vaca le entristeca horriblemente.
P O Q U I T A C O S A
325
Hubiera querido quedarse fuera hasta la maana siguiente.
No obstante, era necesario volver.
328
Sola en una rica estancia acolchonada de seda de
color malva y resplandeciente de luz, Irma Borel
daba largos pasos declamando. Un amplio peinador, azul celeste, cubierto de blondas, flotaba a su
alrededor como una nube. Una de las mangas del
peinador, levantada hasta el hombro, dejaba ver un
brazo de hielo de una incomparable pureza blandiendo, a modo de pual, un cortapapeles de ncar.
Con la otra mano, ahogada en encajes, sostena un
libro abierto...
Poquita Cosa se detuvo deslumbrado. Jams la
dama del primero le haba parecido tan hermosa.
Por de pronto estaba menos plida que cuando su
primer encuentro. Al contrario, fresca y rosada, pero de una rosa algo velado, tena el aspecto aqul da
de una linda flor de almendro, y la blanca cicatriz
del ngulo del labio an pareca ms blanca. Despus, sus cabellos que no pudo ver la primera vez, la
embellecan dulcificando lo que en su cara haba de
altivez y casi de dureza. Eran unos cabellos rubios,
de un rubio ceniciento, abundantes, que le ponan
como un nimbo de oro, alrededor de la cabeza.
Cuando vio a Poquita Cosa la dama interrumpi
en seco su declamacin. Arroj sobre un sof el libro y el cuchillo de ncar, baj con un gesto adoraP O Q U I T A C O S A
329
ble la manga del peinador y fue al encuentro de su
visitante tendindole cordialmente la mano.
-Buenas noches, vecino! -dijo con gentil sonrisa-; me sorprende usted en pleno furor trgico;
estoy aprendiendo el papel de Clitemnestra...
Le hizo sentar en un divn, a su lado, y la conversacin qued iniciada.
-Se ocupa usted de arte dramtico, seora? (No
se atrevi a decir vecina)
-Oh! no crea usted, un capricho... como me he
ocupado de escultura y de msica... No obstante
esta vez creo que he encontrado mi verdadera vocacin... Voy a debutar en el Teatro Francs!..
En aquel momento, un enorme pjaro de moo
amarillo vino, con gran estrpito de alas a abatirse
sobre la encrespada cabeza de Poquita Cosa.
-No tenga usted miedo -dijo la dama rindose de
su azoramiento-, es mi cacata... un hermoso animal
que traje de las islas Marquesas.
Tom el pajarraco, lo acarici, le dijo dos o tres
palabras en espaol y lo dej sobre un travesao
dorado que haba en el otro extremo del saln... Poquita Cosa abra unos ojos tamaos como platos. La
negra la cacata el Teatro Francs, las islas Marquesas.
A L F O N S O D A U D E T
330
Qu mujer tan singular! -se deca con admiracin.
La dama volvi a sentarse a su lado y continu la
conversacin. Al principio, la Comedia pastoral hizo
todo el gasto. La dama la haba ledo y reledo muchas veces; saba de memoria algunos pasajes y los
recitaba con entusiasmo. Jams la vanidad de Poquita
Cosa se haba encontrado tan halagada. Lo pregunt
su edad, su pas, el gnero de vida que llevaba si frecuentaba el mundo, si estaba enamorado... A todas
aquellas preguntas, responda con el mayor candor,
de tal modo, que al cabo de una hora la dama del
primero conoca a fondo a mam Jaime, la historia
de la familla Eyssette y de aquel pobre hogar que los
nios haban jurado reconstruir. En cambio ni una
palabra de la seorita Pierrotte. Se habl solamente
de una joven del gran mundo que se mora de amor
por Poquita Cosa y de un padre brbaro pobre Pierrotte! que contrariaba su pasin.
En medio de estas confidencias, entr un nuevo
personaje en el saln. Era un viejo escultor de blancas melenas que haba dado lecciones a la dama, en
los tiempos en que sta se dedicaba a la escultura.
P O Q U I T A C O S A
331
Jurara -dijo a media voz mirando maliciosamente a Poquita Cosa-, jurara que es un pescador de
coral napolitano.
-Precisamente -dijo riendo, y despus, volvindose al pescador de coral que pareca muy sorprendido de orse designar as -: Se acuerda usted de la
maana en que nos encontramos por primera vez?..
Usted iba con el cuello desnudo, la camisa entreabierta los cabellos en desorden y un cntaro de arcilla en la mano... yo cre tener delante a uno de esos
pequeos pescadores de coral que se encuentran en
la baha de Npoles... Y por la noche habl de usted
a mis amigos; pero entonces no sospechbamos que
el pequeo pescador de coral era un gran poeta y
que en el fondo de su cntaro de arcilla haba la Comedia pastoral.
No queris saber lo encantado que estara Poquita
Cosa al verse tratar con una admiracin respetuosa.
Mientras se inclinaba y sonrea con modestia CucuBlanc introdujo a un nuevo visitante, que no era
otro que el gran Baghavat, el poeta indio, mi compaero de mesa. Al entrar se fue directamente a la dama tendindole un libro con cubierta verde.
-Aqu le devuelvo a usted sus mariposas -dijo-.
Vaya una literatura extravagante!..
A L F O N S O D A U D E T
332
Un gesto de la dama le detuvo. Comprendi que
el autor estaba all y mir a su alrededor con tina
sonrisa forzada. Hubo un momento de silencio y de
embarazo, del que la entrada de un tercer personaje
nos sac. Era el profesor de declamacin, un horroroso jorobado, de cara descolorida peluca roja y
sonrisa afectada. Parece que, sin su joroba aquel jorobado hubiese sido el mas grande actor de su poca; pero como su defecto no le permita salir a las
tablas, se consolaba formando discpulos y diciendo
p s todos los cmicos.
En el momento en que apareci, le grit la dama:
P O Q U I T A C O S A
337
especiales sobre las bohardillas de los estudiantes.
En cambio, las campanas de San Germn -las pobres campanas consagradas al Seor y enclaustradas
toda la vida como carmelitas -se congratulaban de
ver a su amigo Poquita Cosa sentado ante su mesa y,
para darle nimos, le dedicaban su mejor msica.
Mientras tanto, se recibieron noticias d Jaime.
Se haba instalado en Niza y daba minuciosos
pormenores de su instalacin... Hermoso pas, mi
querido Daniel; y cmo te inspirara este mar que
tengo bajo de mis balcones! No creas que yo gozo
mucho de l; no salgo nunca... El marqus dicta todo el da. Diablo de hombre! Algunas veces, entre
dos frases, levanto la cabeza, veo una pequea vela
en el horizonte y ya me tienes otra vez de narices
sobre el papel... La seorita de Hacqueville contina
siempre muy enferma... Desde aqu la oigo toser de
continuo... Yo mismo, apenas puse el pie en esta
ciudad, atrap un resfriado que no quiere irse...
Un poco ms abajo, hablando, de la dama del
primero, Jaime deca
Si quieres creerme, no vuelvas ms a casa de esa
mujer. Es demasiado complicada para ti, y, adems
por qu no decrtelo? adivino en ella una aventurera... Mira! ayer precisamente he visto en el puerto
A L F O N S O D A U D E T
338
un bric-barca holands que vena de dar la vuelta al
mundo y traa productos del Japn, de Chile y una
tripulacin abigarrada como una carta geogrfica...
Pues bien! querido, creo que Irma Borel se parece
ese navo. Para un bric-barca es una cosa muy buena
haber viajado mucho, pero para una mujer, ya es
distinto. En general, las que han visto mucho mando, lo hacen ver a los dems... Desconfa Daniel,
desconfa! y sobre todo, te lo suplico, no hagas llorar a los ojos negros...
Estas ltimas palabras fueron directamente al corazn de Poquita Cosa. La persistencia de Jaime en
velar por la dicha de aquella que no haba querido
amarle le pareci admirable. Oh! no, Jaime, no
tengas miedo, no la har llorar, se dijo, e inmediatamente adopt la firme resolucin de no volver
ms a casa de la dama del primero... Fiaos de Poquita
Cosa para las grandes resoluciones.
Aquella noche cuando la victoria rod bajo los
prticos, apenas si par atencin. La cancin de la
negra no le distrajo en lo ms mnimo. Era una noche tempestuosa y pesada de septiembre... Trabajaba con la puerta entreabierta. De pronto, oy crujir,
la escalera de madera que conduca a su habitacin.
Bien pronto distingui un ligero ruido de pasos y un
P O Q U I T A C O S A
339
roce de telas. Alguien suba seguramente... pero
quin?
Cucu-Blanc ya haca mucho tiempo que haba
entrado en su habitacin... Quiz la dama del primero que iba a dar algn encargo a su negra...
A esta idea Poquita Cosa sinti latir su corazn
con violencia; pero tuvo el valor de permanecer
sentado ante su mesa... Los pasos se oan ms prximos cada vez, detenindose en el rellano... Hubo
un memento de silencio; despus un ligero golpecito
a la puerta de la negra que no respondi.
-Es ella -se dijo sin moverse de su sitio.
De repente, una luz perfumada se esparci por la
estancia.
Rechin la puerta y alguien entr.
Entonces, sin volver la cabeza Poquita Cosa pregunt temblando:
-Quin va?
A L F O N S O D A U D E T
340 XI
L CORAZN DE AZCAR
Ya va para dos meses que Jaime ha partido y aun
no habla de volver. La seorita de Hacqueville ha
muerto. El marqus, escoltado por su secretario, pasea su dolor por toda Italia sin interrumpir ni un
slo da la terrible tarea de dictar sus memorias.
Jaime, rendido por el cansancio, encuentra apenas
tiempo de escribir a su hermano algunas lneas fechadas en Roma Npoles, Pisa, Palermo. Pero si la
procedencia de aquellas cartas vara a menudo, el
texto no cambia mucho: Trabajas mucho?.. Cmo van los ojos negros?.. Ya se ha publicado el
artculo de Gustavo Planche?.. Has vuelto a casa de
Irma Borel? A estas preguntas, siempre las mismas,
P O Q U I T A C O S A
341
Poquita Cosa responde invariablemente que trabaja
mucho, que la venta del libro va muy bien y los ojos
negros tambin; que no ha vuelto a ver a Irma Borel, ni odo hablar de Gustavo Planche.
Qu hay de verdad en todo esto?... La ltima
carta escrita por Poquita Cosa en una noche de fiebre
y de tempestad, nos lo dir:
Seor Jaime Eyssette, en Pisa.
Domingo, a las diez de la noche.
Jaime, te he engaado. Desde hace dos meses
no hago ms que engaarte. Te escribo que trabajo y
desde hace dos meses mi tintero est seco. Te escribo que la venta de mi libro va bien y en dos meses
no se ha vendido ms que un solo ejemplar. Te escribo que no he vuelto a ver a Irma Borel y hace dos
meses que no salgo de su casa. En cuanto a los ojos
negros ay!.. Oh Jaime, Jaime! por qu no te he
escuchado? Por qu he vuelto a casa de esa mujer?
Tenas razn, es una aventurera nada ms. Al
principio la crea inteligente. No lo es... todo lo que
dice es simple imitacin. No tiene cerebro, ni entraas. Es trapacera cnica y malvada. En sus accesos
de clera la he visto moler a su negra a latigazos,
353
-Me resist todo cuanto pude pero fue necesario
pasar por lo que ella quera como siempre. Soy tan
cobarde...
Se celebr la representacin... Ah! si estuviese
de humor, cmo te divertiras con el relato de la
jornada... Se haba contado con que asistiran los
directores del Gimnasio y del Teatro Francs, pero
parece que esos seores tenan otras ocupaciones, y
nos hubimos de contentar con un director de los
arrabales, trado a ltima hora. De todos modos,
aquel espectculo de familia no fue completamente
mal... Irma Borel fue muy aplaudida... Yo, por mi
parte, opinaba que aquella Atalia cubana era demasiado enftica, que careca de expresin, y hablaba el
francs como una curruca espaola; pero qu importa! sus amigos, los artistas no hilaban tan delgado. El traje era autntico, el tobillo fino, el cuello
admirablemente colocado... Era todo lo que se necesitaba. En cuanto a m, el carcter de mi cabeza
me vali tambin un envidiable xito, no tan envidiable, sin embargo, como el de Cucu-Blanc en el
papel mudo, de la nodriza. Verdad es que la cabeza
de la negra tena an ms carcter que la ma. As,
cuando en el quinto acto apareci llevando sobre el
enorme puo cerrado la cacata -su turco, su negra
A L F O N S O D A U D E T
354
su cacata la trgica haba querido que, figursemos
todos en la obra -moviendo con extraeza sus
grandes y feroces ojos blancos, hubo en la sala una
formidable explosin de aplausos. Qu xito!,
deca Atalia resplandeciente...
Jaime! Jaime!.. Oigo su coche que entra. Oh!
miserable mujer! D dnde puede venir tan tarde?
Ha olvidado, sin duda la horrible escena de esta
maana y yo an estoy temblando!
La puerta ha vuelto a cerrarse... Mientras no
suba ahora!
Ya ves si es terrible la vecindad de una mujer a
la que se odia!
La representacin de que te hablo tuvo lugar
hace tres das.
Durante esos tres das ha estado alegre, dulce,
afectuosa encantadora. No ha pegado ni una vez a
su negra. Me ha pedido muchas veces noticias tuyas,
me ha preguntado si tosas an, y, no obstante, Dios
sabe que no te quiere... Hubiera debido sospechar
algo.
Esta maana entr en mi habitacin cuando daban las nueve. Las nueve!.. Nunca la haba visto a
semejante hora! Se aproxim a m y me dijo sonriendo:
P O Q U I T A C O S A
355
Son las nueve.
Despus, de pronto, adopt un aire solemne.
-Amigo mo -me dijo-, he engaado a usted.
Cuando nos encontramos yo no era libre. Haba un
363
adormecidos se despiertan, las horas muertas salen
de sus tumbas, y veo a Poquita Cosa tal corno era
entonces, en una casa nueva del bulevar Montparnasse entre Irma Borel que ensayaba sus papeles, y
Cucu-Blanc que cantaba continuamente:
Tolocototin! Tolocototin!
Puaf! horrible casa! aun la veo ahora con sus
mil ventanas, su pasamanos verde y polvoriento, sus
puertas numeradas, sus largos corredores blancos
,oliendo a pintura fresca... tan nueva y ya suela!..
All dentro haba ciento ocho departamentos, y en
cada departamento una familia. Y qu familias!.. En
todo el da no se oan ms que escndalos gritos,
amenazas, golpes; por la noche los chillidos de los
nios, pies desnudos sobre el pavimento, y despus
el balanceo uniforme y pesado de las cunas. De
cuando en cuando, para variar, visitas de la polica.
All, en aquel antro de siete pisos, fue el que Irma
Borel y Poquita Cosa eligieron para nido de amor...
Triste nido y bien apropiado para ellos! Fueron all
porque as estaban cerca del teatro; y, adems, como
en todas las casas nuevas, no pagaban mucho alquiler. Por cuarenta francos al mes, tenan dos habitaciones en el segundo piso, con un balcn corrido
sobre el bulevar; el mejor departamento de la casa...
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364
Entraban siempre a media noche despus de terminada la funcin. Era un espectculo siniestro pasar
por las grandes calles desiertas, sin ver ms que
hombres vestidos de blusa mujeres desgreadas y
casacas de policas.
Atravesaban deprisa por el centro de la calle. Al
llegar, encontraban un poco de carne fra en un ngulo de la mesa y a Cucu-Blanc que les esperaba...
porque Irma Borel haba conservado a su negra. El
seor de Ocho a Diez le haba tomado su cochero,
sus muebles, su vajilla. Irma Borel se haba quedado
con Cucu-Blanc, la cacata y la ropa. Esta desde
luego, no la usaba ms que en escena porque las
colas de terciopelo y de moar no se haban hecho
para barrer las calles de las afueras... Slo la ropa
ocupaba una de las dos habitaciones. All estaban
los trajes colgados en perchas de acero y sus grandes pliegues de seda y sus colores chillones contrastaban extraamente con el piso deslucido y los
pobres muebles. En aquella habitacin, adems,
dorma la negra.
All haba instalado su jergn, su herradura y su
botella de aguardiente; slo que, por miedo a un incendio, no se le dejaba luz. As, por la noche cuando ellos volvan, Cucu-Blanc, acurrucada en su
P O Q U I T A C O S A
365
jergn, a la claridad de la luna tena el aspecto, entre
aquellas ropas misteriosas, de una vieja hechicera
encargada por Barba Azul de la custodia de las siete
el extrao y melanclico:
Tolocototin! Tolocototin!
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377
XIII
EL RAPTO
Era una noche aproximadamente a las nueve, en
el teatro de Montparnasse. Poquita Cosa que tomaba
parte en la primera. pieza haba terminado su trabajo Y suba a su cuarto. En la escalera se cruz con
Irma Borel, que se dispona a ir a escena. Estaba
deslumbrante, envuelta en raso y terciopelo, el abanico en la mano como Celimena.
-Sal a la platea -le dijo al pasar-, hoy me siento en
vena... creo que estar muy bien.
Poquita Cosa apresur el paso hacia su cuarto y se
desnud con rapidez. Aquel cuarto, que comparta
con dos camaradas, era una habitacin sin abertura
alguna baja de techo, y alumbrada con petrleo. Dos
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378
o tres sillas con asiento de paja formaban el mobiliario. A lo largo de las paredes pendan trozos de
espejo, pelucas desgreadas, andrajos adornados de
lentejuelas terciopelos rados, dorados amarillentos.
En el suelo, en un rincn, botes de pomada sin tapa,
brochas de polvos sin plumas...
Poquita Cosa estaba all, y se dispona a desnudarse, cuando oy a un maquinista que le llamaba
desde abajo: Seor Daniel! seor Daniel! Sali
de su cuarto e inclinado sobre la hmeda madero,
del pasamanos, pregunt: Quin? Despus, como
nadie le contestase baj, tal como estaba apenas
vestido, embadurnado de blanco y rojo, con su gran
peluca amarilla que le caa sobre los ojos.
En la parte baja de la escalera tropez con alguien.
-Jaime! -grit retrocediendo.
Era Jaime... Se miraron un momento sin hablar.
Al fin, Jaime uni las manos y murmur con una
voz dulce y sollozante: Oh Daniel! Esto fue bastante. Poquita Cosa conmovido hasta el fondo de sus
entraas mir a su alrededor como un nio temeroso y dijo quedo, tan quedo que apenas s su hermano pudo orle: Llvame de aqu, Jaime
P O Q U I T A C O S A
379
Jaime se estremeci, y tomndole de la mano, le
arrastr fuera del teatro. Un coche esperaba a la
puerta; subieron los dos. Calle de las Damas, en
Batignolles, grit mam Jaime. Es mi barrio!, respondi alegremente el cochero, y el carruaje se puso
en movimiento.
haba llegado a Pars dos das antes. En
Palermo una carta de Pierrotte, que corra desde ha-
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386
Busquemos al nio Desgraciadamente era ya demasiado tarde para empezar la caza el mismo da;
adems, la fatiga del viaje, la emocin, la tosecita seca y continua que le minaba desde haca tiempo, haban aniquilado totalmente a la pobre mam Jaime,
que hubo de volver a la calle de Bonaparte para tomarse algn descanso.
Ah! cuando entr en el cuartito y a los ltimos
rayos de un plido sol de octubre vio todos los objetos que le hablaban de su hijo, la mesita delante de
la ventana su vaso, su tintero, sus pipas cortas como
las del abate Germn; cuando oy sonar las campanas de San Germn, un poco enronquecidas por el
huracn, cuando el Angelus de la tarde -aquel Angelus
melanclico que Daniel tanto amaba-, fue a batir sus
alas contra los vidrios hmedos, slo una rnadre
podra decir lo que mam Jaime sufri...
Dio dos o tres vueltas por la habitacin, mirndolo todo, abriendo todos los armarios, con la esperanza de encontrar algo que le pusiera sobre la pista
del fugitivo. Pero ay! los armarios estaban vacos.
No haban dejado en ellos ms que algunos trapos.
Toda la habitacin acusaba el desastre y el abandono. Se vea bien que no haban partido, se haban
fugado. En el suelo, en un rincn, se vea un candeP O Q U I T A C O S A
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lero, en la chimenea debajo de un montn de papel
quemado, una caja blanca con filetes dorados.
Aquella caja era la de las cartas de los ojos negros.
Ahora la encontraba entre las cenizas. Qu sacrilegio!
Continuando sus investigaciones, descubri en
un cajn de la mesa algunas hojas cubiertas de una
escritura irregular, febril, la escritura de Daniel
cuando estaba inspirado. Esto es un poema seguramente, se dijo mam Jaime aproximndose a la
ventana para leer. Efectivamente, era un poema un
poema lgubre que empezaba as
Jaime, te he engaado. Durante dos meses no he
hecho ms que engaarte... Esta carta no haba salido, pero no por ello dejaba de llegar a su destino.
Esta vez, la Providencia haba hecho el servicio de
correos.
Jaime la ley de cabo a rabo. Cuando lleg al prrafo en que se hablaba. de un contrato en Montparnasse propuesto con tanta insistencia rehusado
con tanta energa dio un salto de alegra.
-Ya s dnde est -exclam, y, guardando la carta
en el bolsillo, se acost, ya tranquilo, pero aun-, que
estaba aniquilado por el cansancio, no pudo dormir,
a causa de aquella maldita tos... A la primera clariA L F O N S O D A U D E T
388
dad de la aurora una aurora de otoo, perezosa y
fra se levant con rapidez. Su plan estaba hecho.
Recogi las pocas ropas que quedaban en el fondo de los armarios las puso en su bal, sin olvidar la
cajita de las cartas, dijo un ltimo adis al viejo
campanario de San Germn y parti dejndolo todo
abierto, la puerta la ventana los armarios, para que
no quedase nada de su vida en aquel departamento
que en lo sucesivo sera habitado por otros. Despus, pag los alquileres atrasados y sin contestar a
las preguntas del portero, tom un coche y se hizo
conducir al hotel Pilois, calle de las Damas, en Batignnolles. El dueo del hotel era un hermano del
viejo P el cocinero del marqus. No se alquilaban
habitacin por menos de un trimestre, y eso a personas recomendadas. As, en el barrio, la casa gozaba de una reputacin excelente. Vivir en el hotel
Pilois era un certificado de buenas costumbres. Jaime, que se haba captado la confianza del cocinero
de Hacqueville llev a su hermano de parte de
aqul, un cesto de botellas de vino de Marsala.
Esta recomendacin fue bastante y, cuando pidi
tmidamente formar parte de los huspedes del hotel, le dieron sin vacilar una bonita habitacin del
piso tajo, con dos ventanas que daban al jardn. Este
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389
no era muy grande: tres o cuatro acacias -un cuadro
de verdura indigente -la verdura de Batignolles-, una
higuera sin higos, una parra enfermiza algunos crisantemos, y pare usted de contar; no era mucho, pero s lo suficiente para alegrar la estancia que era
triste y hmeda... Jaime, sin perder un instante, hizo
su instalacin, clav los clavos, guard la lencera
puso una rinconera para las pipas de Daniel, coloc
el retrato de la seora Eyssette a la cabecera de la
cama y, en fin, arregl lo mejor que pudo para hacer
desaparecer de all aquel aire de banalidad caracterstico de las habitaciones amuebladas, despus,
cuando hubo tomado posesin se persign con el
pulgar y sali. Al salir advirti al seor Pilois que
aquella noche por excepcin, volvera quizs un poco tarde y le rog que le tuviese preparada en su habitacin una buena cena para dos, sin olvidar el
vino aejo. En lugar de alegrarse de aquel extraordinario, el bueno del seor Pilois se ruboriz hasta
las orejas como un cura novel ante una confesin
escabrosa.
-El caso es que dijo con aire embarazado, yo
no s... El reglamento del hotel se opone... tenemos
sacerdotes aqu...
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Jaime sonri: Ah! muy bien ya comprendo... Lo
que le asusta a usted son los dos cubiertos... Tranquilcese mi querido seor Pilois, no se trata de una
mujer Y aparte, bajando hacia Montparnasse; se
deca: Y, sin embargo, s, es una mujer, una mujer
sin valor, un nio sin juicio al que nunca hay qu
volver a dejar solo
Ahora quiero que me digis por qu mam Jaime
estaba tan seguro de hallarme en Montparnasse. Yo
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393
XIV
LA PESADILLA
-Mira ves, Daniel? me dijo mam, Jaime cuando
entramos en la habitacin del hotel Pilois-; igual que
la noche de tu llegada a Pars.
Como aquella noche en efecto, nos esperaba un
apetitoso refrigerio sobre un blanco mantel: el pastel
ola muy bien, el vino tena un aire venerable la llama clara de las bujas rea en el fondo de los vasos...
Y, no obstante, no obstante, no era lo mismo. Hay
felicidades que no se reanudan. La cena era la misina pero faltaban los mejores de nuestros antiguos
invitados, los hermosos ardores de la llegada los
proyectos de trabajo, los sueos de gloria y sobre
todo aquella santa confianza que anima el apetito y
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394
la risa. Ni uno ay! ni uno solo de aquellos comensales del tiempo pasado haba querido acudir a la
casa del seor Pilois. Se haban quedado todos en el
campanario de San Germn; hasta la Expansin,
que nos haba prometido ser de los nuestros, a ltima hora nos envi recado de que no contsemos
con ella.
Oh! no, no era lo misino. Lo comprend tan
bien que en lugar de alegrarme la observacin de
Jaime me llen los ojos de lgrimas. Estoy seguro de
que en el fondo de su corazn senta tantos deseos
de llorar como yo, pero tuvo el valor de contenerse
y me dijo adoptando un afectado aire de alegra:
-Vamos, Daniel, ya has llorado bastante! No has
hecho otra cosa desde hace tina hora. (En el coche
mientras l me hablaba no haba hecho sollozar sobre su hombro.) Vaya una acogida rara! Me recuerdas los peores das de mi historia, los tiempos de los
pucheros de cola y del Jaime, eres un asno! Vamos! Seque usted sus lgrimas, joven arrepentido y
mrese en el espejo, eso le har rer.
Me mir al espejo, pero esto no me hizo rer...
Me dio vergenza... Llevaba mi peluca amarilla
hundida hasta la frente, las mejillas llenas de colorete y, mezcladas con todo el sudor, las lgrimas.
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Era repugnante! Hice un gesto de disgusto y arranqu mi peluca; pero en el momento de ir a tirarla reflexion y fui a colgarla en un sitio bien visible de la
pared.
Jaime me mir con extraeza. Por qu la pones
ah, Daniel? Es muy feo se trofeo de guerra apache... Se creer la gente que hemos arrancado el crneo de Polichinela Y yo, muy gravemente: No,
Jaime, no es un trofeo. Es mi remordimiento, palpable y visible que quiero tener siempre ante m
tena en el sueo una expresin de sufrimiento resignado que nunca le haba visto y que no obstante,
no era nueva para m.
Sus rasgos adelgazados, su cara alargada la palidez de sus mejillas la transparencia enfermiza de sus
manos, todo esto me daba mucha pena pero me haca la impresin de que no era la primera vez que la
senta.
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398
No obstante, Jaime nunca haba estado enfermo.
Jams le haba visto aquel crculo amoratado en los
ojos, ni aquel rostro descarnado... En qu mundo
anterior haba tenido yo la visin de aquellas cosas?.. Repentinamente el recuerdo de mi pesadilla se
present a mi imaginacin. S! era aqul el Jaime de
la pesadilla plido, horriblemente plido, tendido
sobre el sof, muerto... Jaime ha muerto y, eres t,
Daniel Eyssette, quien lo ha matado... En aquel
momento entr tmidamente por la ventana un rayo
de sol gris y fue a correr como un lagarto sobre
aquel rostro inanimado... Qu alegra! Ved al
muerto que resucita se frota los Ojos, y vindome,
de pie ante l, me dice dulcemente: Buenos das,
Daniel! Has dormido bien? Yo demasiado y para
no despertarte me he dejado caer en este sof.
Y, mientras que me habla bien tranquilamente,
siento que mis piernas tiemblan an ante el recuerdo
de la terrible visin que acabo de tener y digo en el
secreto eterno de mi corazn:
-Eterno Dios, conservadme a mam Jaime!
A pesar del triste despertar, la maana fue bastante alegre. Incluso supimos hallar un eco de nuestras antiguas alegres risas al advertir, mientras me
vesta, que por todo traje posea unos pantalones
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399
cortos y un chaleco teatral que llevaba puestos en el
momento del rapto.
Pardiez! querido -me dijo Jaime-. No se puede
pensar en todo. No hay ms que los Don Juanes sin delicadeza que piensen en el ajuar cuando
roban a una bella... Pero, de todos modos, no tengas
miedo... Te vestiremos de nuevo. Ya ves, igual que a
tu llegada a Pars.
Deca esto para distraerme, pero saba perfecta,
Deca esto para d mente, como yo, que no era igual.
-Vamos! Daniel -me dijo al ver que volva a ponerme triste-, no pensemos ms en el pasado. Tenemos ante nosotros una vida nueva; entremos en
ella sin remordimientos, sin desconfianza y tratemos
nicamente de que no nos haga las mismas jugarretas que la vida antigua... Lo que pienses hacer en lo
sucesivo, hermano mo, no te lo pregunto, pero me
parece que, si quieres comenzar un nuevo poema, el
sitio es muy bueno para trabajar. La habitacin es
tranquila. Hay pjaros que cantan en el jardn. Puedes poner la mesa delante de la ventana...
Le interrump vivamente: No! Jaime, se acabaron los poemas, se acabaron las rimas. Son capri-
saba. Tiene miedo de que haga alguna locura estando aqu la seora Eyssette... Por eso es por lo que
quiere esperar an... Yo me equivocaba... No era
por eso por lo que Jaime deca: Esperemos!
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409
XV
Lector, si eres lo que se llama un espritu fuerte,
si los sueos te hacen rer, si nunca has sentido en el
corazn la mordedura del presentimiento de las cosas futuras, si eres un hombre positivo, una de esas
cabezas de hierro a las que slo la realidad impresiona y no dejan entrar ni un tomo de supersticin
en sus cerebros, si no quieres en ningn caso creer
en lo sobrenatural ni admitir lo inexplicable no acabes de leer estas memorias. Lo que me queda por
decir en estos ltimos captulos es verdad como la
verdad eterna; pero t no lo creers.
Era el 4 de diciembre...
Yo volva de la institucin Ouly, an ms deprisa
que de ordinario. Por la maana haba dejado a Jaime en casa quejndose de una gran fatiga y, estaba
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en ascuas hasta saber de l. Al atravesar el jardn me
enred entre las piernas del seor Pilois, de pie, cerca de la higuera y hablando en voz baja con un personaje joven y de corta estatura que pareca muy
ocupado en abotonar sus guantes.
Quise excusarme y pasar de largo, pero el seor
Pilois me detuvo.
Una palabra seor Daniel!
Despus, volvindose hacia el otro, aadi:
-Es el joven en cuestin. Creo que usted hara
bien previnindole...
Me detuve muy intrigado. De qu quera prevenirme aquel buen hombre? De que sus guantes e
demasiado estrechos para sus manazas? Ya lo ve
pardiez!..
Hubo un momento de embarazoso silencio. El
seor Pilois, con la nariz en el aire, miraba a su higuera como para buscar unos higos que no existan.
El hombre de los guantes continuaba en su ocupacin... Al fin, no obstante, se decidi a hablar, pero
sin dejar de apretar sobre los botones de los guantes
no faltara ms!
-Seor -me dijo -, hace veinte aos que soy mdico del hotel Pilois, y me atrevo a afirmar...
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No le dej terminar su frase. Lo adivin todo,
Usted viene de ver a mi hermano, le dije temblando. Est muy enfermo, verdad?
No creo que el mdico aquel fuese un mal-vado,
pero en aquel momento eran sobre todo sus guantes
lo que le preocupaba y sin pensar en que hablaba al
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Prueba de rezar -me dijo-, eso te har bien.
Entonces nicamente le reconoc... Era mi antiguo amigo del colegio de Sarlande el abate Germn
persona con su hermoso rostro mutilado y su aspecto de dragn con sotana... El sufrimiento me haba anonadado de tal modo, que no me extra
verle all... Me pareci la cosa ms natural del mundo...He aqu cmo haba ocurrido.
El da en que Poquita Cosa abandonaba el colegio,
el abate Germn le haba dicho: Yo tambin tengo
un hermano en Pars; un excelente sacerdote... pero,
qu conseguira con darte la direccin?.. Estoy seguro de que no iras a verle Para que veis lo que
hace el destino! El hermano del abate era cura de la
iglesia de San Pedro d Montmartre y es a l a quien
el pobre Jaime haba llamado en su lecho de muerte.
Precisamente entonces, el abate Germn se hallaba
de paso en Pars, hospedado en casa de su hermano... Por la noche del 4 de diciembre al volver el cura a casa dijo:
-Vengo de llevar la Extremauncin a un desgraciado nio que se est muriendo cerca de aqu. Es
preciso rogar por l, abate!
El abate respondi: Maana cuando diga mi misa lo har. Cmo se llama?..
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-Espera... es un apellido del Medioda bastante,
difcil de retener... Jaime Eyssette... s, eso es, Jaime
Eyssette...
Este nombre record al abate cierto pequeo pasante de su conocimiento, sin perder ni un minuto,
corri al hotel Pilois... Al entrar me vio de pie, asido
a la mano de Jaime. No quiso distraer mi dolor y
despidi a todos los que haba en la habitacin diciendo que se quedara a velar conmigo; despus se
arrodill y, ya muy entrada la noche asustado de mi
inmovilidad, me golpe en el hombro y se dio a conocer.
A partir de aquel momento, me es imposible recordar lo que pas. El fin de aquella noche terrible
el da que la sigui, el otro da y aun otros muchos
das, no me han dejado ms que confusos recuerdos. Hay una gran laguna en mi memoria. No obstante, me acuerdo -pero como de cosas ocurridas
hace siglos de una marcha interminable sobre el
cieno de las calles, detrs del coche negro. Me veo
andando, con la cabeza desnuda entra Pierrotte y el
abate Germn. Una lluvia fina mezclada con granizo, nos azota el rostro; Pierrotte lleva un enorme
paraguas, pero lo sostiene con tanta torpeza y la lluvia cae tan abundante que la sotana del abate choA L F O N S O D A U D E T
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rrea... Cmo llueve! Cerca de nosotros, junto al co-
427
Brum Brum, un buen mozo que no pierde el tiempo
ni se distrae abrochando sus guantes a la cabecera
de los enfermos. Se aproxima a Poquita Cosa le toma
el pulso, le mira los ojos y la lengua y despus, dirigindose a Pierrotte:
-Qu me viene llorando usted?.. Pero si ese
muchacho est curado!..
Curado! -dice el buen Pierrotte juntando las
manos.
-Tan curado, que ahora mismo va usted a tirar
ese hielo por el balcn y a darle un ala de pollo rociada con una buena copa de vino... Vamos! no se
aflija usted ms pequea; dentro de ocho das, estar
levantado ese joven burla la muerte, le respondo de
ello... De aqu all, que est bien tranquilo en su cama evitadle toda emocin, todo sobresalto, eso es lo
principal... Por lo dems, dejemos hacer a la naturaleza; ella le cuidar mejor que ustedes y mejor que
yo...
Despus de haber hablado as el ilustre doctor
Brum Brum, da un papirotazo al joven burla la
muerte, dirige una sonrisa a la seorita Camila y se
aleja gilmente, escoltado por el buen Pierrotte que
llora de alegra y repite continuamente: Ah! seor
doctor, es el caso de decirlo...
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Mientras tanto, Camila quiere hacer dormir al enfermo, pero ste se niega con energa:
-No se marche usted, Camila, yo se lo ruego... No
me deje solo... Cmo quiere que duerma con lo
disgustado que estoy?
-S, Daniel, es preciso... Es preciso que duerma
usted... Necesita reposo... El mdico lo ha dicho...
Vamos! sea razonable cierre los ojos y no piense en
nada... Pronto volver a verle y si usted ha dormido,
me quedar aqu un buen rato.
-Ya duermo... ya duermo -dijo Poquita Cosa, cerrando los ojos; despus, animndose otra vez aadi: Una pregunta Camila; quin es esa seora
vestida de negro que siempre, est aqu? Una seora vestida de negro!..
-S, ya lo sabe usted, una seora que trabaja con
ustedes al lado del balcn... Ahora no est... Pero
tengo la seguridad de que la he visto...
-Oh! no! Daniel, usted, se equivoca... He trabajado aqu toda la maana con la seora Tribou, su
antigua amiga la seora Tribou, ya sabe! la que usted llamaba la dama de gran mrito, y sta no 'va
vestida de negro... contina llevando el mismo traje
verde.... No, seguramente no hay ninguna seora de
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luto en toda la casa... Usted ha debido soarlo...
Vaya! me voy... Duerma usted mucho...
Canilla Pierrotte se retira apresuradamente, confusa y con las mejillas encarnadas, como si hubiese
mentido.
Poquita Cosa se queda solo, pero no duerme. La
mquina de las sutiles ruedecitas hace de las suyas,
en su cerebro. Las hebras de seda se cruzan; se enredan... El piensa en su bien amado que duerme entre la hierba en Montmartre; piensa tambin en los
ojos negros, en aquellas bellas antorchas sombreadas que la Providencia pareca haber encendido para l y que ahora...
De pronto, la puerta de la habitacin se entreabre
dulcemente, como si alguien quisiera entrar; pero en
el mismo momento se oye a Camila Pierrotte decir
en voz baja:
-No vaya... Si se despertase la emocin le matarla...
La puerta vuelve a cerrarse dulcemente, como se
haba abierto. Por desgracia, un faldn negro ha
quedado prisionero en ella y Poquita Cosa desde su
cama ve aquel faldn negro...
El corazn le da un salto en el pecho, sus ojos se
llenan de luz y, apoyndose sobre un codo, grita con
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todas sus fuerzas: Madre! madre! por qu no
viene usted a besarme?
La puerta vuelve a abrirse. La seora vestida de
negro que ya no puede contenerse ms se precipita en la habitacin, pero en lugar de dirigirse al
lugar donde se encuentra Poquita Cosa, va hacia el
otro extremo del cuarto, con los brazos abiertos y
llamando:
Daniel! Daniel!
-Por aqu, mam... -grita Poquita Cosa que lo tiende los brazos riendo-. Por aqu, es que no me ve
usted?..
Y entonces la seora Eyssette, vacilando, tanteando a su alrededor con las manos trmulas responde con una voz desgarradora:
Ay! no! -mi querido tesoro, no te veo... Jams
te ver... Estoy ciega!
Al or esto, Poquita Cosa lanza un grito y cae derribado sobre la almohada...
Cierto, no es una cosa extraordinaria que despus
de veinte aos de miseria y de sufrimientos, con dos
hijos muertos, el hogar destruido, su marido lejos,
no es extraordinario, repito, que la pobre madre Eyssette tenga sus divinos ojos quemados por las lgrimas... Pero, para Poquita Cosa qu coincidencia
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con su pesadilla! Qu golpe tan terrible le tena an
reservado el destino! Es que no ser preciso morir
despus de esto?..
Pues bien! no!.. Poquita Cosa no morir. No debe morir. Qu sera de la pobre madre ciega?
Dnde encontrara lgrimas para llorar a un tercer
hijo? Qu sera del padre, Eyssette, esa vctima del
honor comercial, ese judo errante de la vinicultura
que no tiene ni an tiempo para venir a besar a su
hijo enfermo ni para llevar una flor a su hijo muer-
to? Quin reconstruira el hogar, ese hermoso hogar donde los dos viejos vendrn un da a calentar
sus pobres manos heladas?... No! no! Poquita Cosa
no quiere morir. Al contrario, se agarra a la vida con
todas sus fuerzas... Le han dicho que para curarse
ms pronto era preciso no pensar, y l no piensa: no
hablar, y l no habla; no llorar, y l no llora... Es un
placer verle en su cama con su aire apacible los ojos
muy abiertos, jugando para distraerse con las borlas
del edredn. Una verdadera convalecencia de cannigo...
A su alrededor, toda la casa Lalouette est a sus
rdenes. La seora Eyssette pasa los das al pie de la
cama con su media la querida ciega tiene tal costumbre de manejar las largas agujas, que lo hace
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como en sus mejores tiempos. La dama de gran mrito, tambin est all; de cuando en cuando asoma
por la puerta la bondadosa cara de Pierrotte. Hasta
el flautista sube cinco o seis veces diarias a preguntar noticias. Slo que, hay que decir la verdad, no es
el enfermo el que le atrae; es la dama de gran mrito... Desde que Camila Pierrotte le declar formalmente que no quera nada con l, el fogoso
instrumento dirigi sus fuegos a la viuda Tribou,
que no por ser menos joven y menos rica que la hija
del cevenols, estaba desprovista de encantos ni de
economas. El hombre flauta no haba perdido el
tiempo con aquella romntica matrona; a la tercera
sesin ya vagaba en el aire la palabra matrimonio y
se hablaba de establecer una herboristera en la calle
de los Lombardos, con las economas de la viuda.
Para no dejar que se durmiesen tan bellos proyectos
es para lo que suba con tanta frecuencia el joven
virtuoso a la habitacin de Poquita Cosa.
Y la seorita Pierrotte? Ni se habla de ella! Es
que ya no est en la casa? S, siempre; slo que desde que el enfermo est fuera de peligro no entra casi
nunca en la habitacin. Cuando viene es por un
momento y para acompaar a la ciega al comedor;
pero a Poquita Cosa ni una palabra... Oh! cun lejos
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estn los tiempos de la rosa encarnada los tiempos
en que para decir Le amo, los ojos negros se
abran como dos flores de terciopelo. En su cama el
enfermo suspira pensando en aquellas dichas pasadas; pero l lo ha querido. No tiene derecho de
quejarse.
Y, no obstante, hubiese sido tan bueno en medio de tantos duelos y de tantas tristezas, tener un
poco de amor para consuelo del corazn! poder
llorar sobre un hombro amante!.. En fin!.. la cosa
no tiene remedio, se dice el pobre nio, no pensemos ms en eso... tregua a los ensueos! Ahora no
se trata de ser dichoso en la vida; se trata de cumplir
el deber... Maana hablar a Pierrotte
En efecto, al da siguiente, a la hora en que el cevenols atraviesa la habitacin a paso de lobo, para
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quieren comer los huevos de otro modo... Con su
permiso, seor Daniel, sus libros servirn para embalar las hueveras.
En efecto: quince das despus, la Comedia pastoral se pona en camino para el pas del ilustre RanaVolo. Quiera Dios que tenga xito que en Pars!
... Y ahora lector, antes de dar por terminada esta
historia quiero introducirte una vez ms en el saln.
Es un domingo, al medioda un hermoso da de invierno fro seco y buen sol. Toda la casa Lalouette resplandece. Poquita Cosa est completamente
curado y s ha levantado por primera vez. Por la
maana, en honor de tan dichoso acontecimiento,
se ha sacrificado a Esculapio unas cuantas docenas
de ostras regadas con un famoso vino blanco de la
Turena. Ahora estn todos reunidos en el saln,
donde se disfruta de bienestar; la chimenea chisporrotea. Sobre los vidrios cargados de granizo, el sol
intenta pasar sus rayos.
Delante de la chimenea Poquita Cosa sentado sobre un taburete, a los pies de la pobre ciega habla en
voz baja con la seorita Pierrotte, ms encarnada
que la encarnada rosa que lleva en el pecho. Se
comprende est tan cerca del fuego!.. De cuando en
cuando, un chillido de murcilago -es la cabeza de
P O Q U I T A C O S A
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pjaro que picotea en un rincn-, o bien un grito de
angustia -es la dama de gran mrito que est en peligro, de perder al juego el dinero de la herboristera-.
Os ruego os fijis en el aire triunfal de la seora
Lalouette, que gana y en la sonrisa inquieta del flautista que pierde.
Y el seor Pierrotte?.. Oh! el seor Pierrotte no
est lejos. Est all abajo, en el marco del balcn,
casi oculto por la cortina entregado a una labor silenciosa que le absorbe, y le hace sudar. Ante l, sobre un velador, compases, lpices, reglas cartabones,
tinta china pinceles y un pliego de papel de dibujo
que cubre de signos singulares... La obra parece
gustarle. Cada cinco minutos levanta la cabeza, la
ladea y sonre complacido.
Qu es, pues, aquel misterioso trabajo?..
Esperad; vamos a saberlo... Pierrotte ha terminado. Sale de su escondrijo, se coloca detrs de Camila
y de Poquita Cosa y de pronto les pone ante los ojos
su obra diciendo: Qu tal! Qu os parece esto,
jvenes enamorados?
Dos exclamaciones le responden:
Oh! pap!.. Oh! seor Pierrotte!..
-Qu es eso?.. qu es eso?.. -pregunta la pobre
ciega que se ha despertado sobresaltada.
A L F O N S O D A U D E T
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Y Pierrotte alegremente:
Que qu es esto, seora Eyssette?.. Es... es el
caso de decirlo... Es un modelo de la nueva muestra
que pondremos sobre la puerta dentro de algunos
meses... Vamos! seor Daniel, lalo en voz alta para que, podamos juzgar el efecto.
En el fondo de su corazn, Poquita Cosa dedica
una ltima lgrima a sus mariposas azules y tomando el papel con sus dos manos -Vamos! s hombre,
Poquita Cosa! -lee en voz alta y firme esta muestra en
la que su porvenir est escrito en letras de a palmo:
P O Q U I T A C O S A
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Porcelanas y Cristales
Antigua casa Lalouette
EYSSETTE Y PIERROTTE
sucesores
FIN