Manuel Mujica Lainez - Narciso
Manuel Mujica Lainez - Narciso
Manuel Mujica Lainez - Narciso
Los gatos, entretanto, vagaban como sombras. Una noche, mientras Serafn
cumpla su vigilante tarea frente a la quieta figura, uno lanz un maullido loco y
salt sobre la cmoda. Serafn lo apart violentamente, y los felinos no reanudaron
la tentativa, pero cualquiera que no fuese l, cualquiera que no estuviese
ensimismado en la contemplacin absorbente, hubiese advertido en la nerviosidad
gatuna, en el llamear de sus pupilas, un contenido deseo, que mantena trmulos,
electrizados, a los acompaantes de su abandono.
Serafn se sinti mal, muy mal, una tarde. Cuando regres del trabajo, renunci
por primera vez, desde que all viva, al goce secreto que el espejo le acordaba
con invariable fidelidad, y se estir en la cama. No haba llevado comida, ni para
los gatos ni para l. Con suaves maullidos, desconcertados por la traicin a la
costumbre, los gatos cercaron su lecho. El hambre los torn audaces a medida
que pasaban las horas, y valindose de dientes y uas, tironearon de la colcha,
pero su dueo inmvil los dej hacer. Llego as la maana, avanz la tarde, sin
que variara la posicin del yaciente, hasta que el reclamo voraz trastorn a los
cautivos. Como si para ello se hubiesen concertado, irrumpieron en la salita,
maulando desconsoladamente.
All arriba la victoria del espejo desdeaba la miseria del conjunto. Atraa como
una lmpara en la penumbra. Con giles brincos, los gatos invadieron la cmoda.
Su furia se sum a la alegra de sentirse libres y se pusieron a araar el espejo.
Entonces la gran imagen del muchacho desconocido que Serafn haba encolado
encima de la luna -y que poda ser un afiche o la fotografa de un cuadro famoso,
o de un muchacho cualquiera, bello, nunca se supo, porque los vecinos que
entraron despus en la sala slo vieron unos arrancados papeles- cedi a la ira de
las garras, desgajada, lacerada, mutilada, descubriendo, bajo el simulacro de
reflejo urdido por Serafn, chispas de cristal.
Luego los gatos volvieron al dormitorio, donde el hombre horrible, el deforme, el
Narciso desesperado, conservaba la mano izquierda abierta como una flor sobre
la solapa y empezaron a destrozarle la ropa.
FIN