El Duque Portland
El Duque Portland
El Duque Portland
Duke of Portland, Auguste Villiers L'Isle-Adam (1838-1889) Al seor Henry La Luberne. Gentlemen, you are welcome to Elsinore. Shakespeare, Hamlet. Esprame all: no tengas duda de que me reunir contigo en ese profundo valle. Obispo Hall. En estos ltimos aos, a su vuelta de levante, Ricardo, duque de Portland, el joven lord clebre antao en toda Inglaterra por sus estas nocturnas, sus victoriosos purasangre, su ciencia de boxeador, sus caceras de zorros, sus castillos, su fabulosa fortuna, sus viajes de aventuras y sus amores, no se haba dejado ver. Una sola vez, al oscurecer, se haba visto su secular carroza dorada atravesando Hyde-Park con las cortinillas cerradas, a plena carrera y rodeada de jinetes portando antorchas. Despus reclusin tan brusca como extraa, el Duque se haba retirado a su casa solariega, hacindose habitante solitario de aquel macizo castillo construido en viejas edades, en medio de sombros jardines y campos con rboles, y situado en el cabo de Portland. Por toda vecindad, un rojo fulgor que iluminaba da y noche, a travs de la bruma, los pesados barcos que cabeceaban a lo lejos, cruzando sus penachos de humo en el horizonte. Una especie de sendero en pendiente hacia el mar, una sinuosa galera excavada en las rocas y bordeada de pinos salvajes, que abre sus pesadas verjas doradas sobre la misma arena de la playa, sumergida a las horas de la marea alta. Bajo el reinado de Enrique VI se forjaron leyendas de este castillo fortaleza, cuyo interior resplandeca de riquezas feudales. En la plataforma que une las siete torres vean an, esculpidos en piedra, entre las almenas, un grupo de arqueros y algunos caballeros del tiempo de las Cruzadas; todos en actitudes de combate. En la noche, estas estatuas cuyas guras aparecen ahora borradas por las lluvias tempestuosas y los hielos de varios centenares de inviernos y las expresiones de sus rostros muchas veces cambiadas por los retoques del rayo, ofrecen un vago aspecto que se presta a las ms supersticiosas visiones. Y cuando, levantadas en masas multiformes por una tempestad, se estrellan las olas, en la oscuridad, contra el promontorio de Portland, a la imaginacin del paseante perdido ayudada por la iluminacin de la luna entre las sombras granticas, se puede presentar, frente al castillo, algn antiguo asalto sostenido por una heroica guarnicin de soldados fantasmas contra una legin de malos espritus. Qu signicaba este aislamiento del despreocupado seor ingls? Padeca alguna crisis? Un corazn tan naturalmente alegre!... Imposible! Alguna mstica inuencia sufrida en su viaje por Oriente? Quizs. En la Corte se inquietaban por esta desaparicin. Un mensaje de Westminster, de la propia Reina, haba sido dirigido al lord invisible. Acodada cerca de un candelabro, la reina Victoria estaba atareada aquella tarde de audiencia extraordinaria. A su lado, sentada en un taburete de marl, una joven lectora, miss Elena H. Lleg la respuesta, sellada en negro, de lord Portland. La muchacha, habiendo abierto el pliego ducal, recorri con sus ojos azules sonrientes pedazos de cielo las pocas lneas que contena. Bruscamente, sin una palabra, con los ojos cerrados, la present a Su Majestad. Tambin la Reina
ley en silencio. A las primeras palabras, su rostro, generalmente impasible, pareci ensombrecerse con extraa tristeza. Incluso se estremeci. Despus, en silencio, aproxim el papel a las bujas encendidas. Inmediatamente dej caer sobre las losas la carta que se consuma. Milords dijo a los pares, agrupados a escasa distancia, no volvern a ver a nuestro querido duque de Portland. Ya no acudir ms al Parlamento. Lo dispensaremos de ello mediante un privilegio. Su secreto debe ser respetado. No se preocupen ms por l y que ninguno de sus huspedes intente jams dirigirle la palabra. Despus, despidiendo con un gesto al viejo correo del castillo: Le dirs al duque de Portland lo que acabas de ver y de or agreg lanzando una mirada a las cenizas negras de la carta. Tras estas palabras misteriosas, la Reina se haba levantado para retirarse a sus habitaciones. Sin embargo, al ver a su lectora que se haba quedado inmvil y como dormida, con la mejilla apoyada en su brazo joven y blanco, sobre el muar purpreo de la mesa, la Reina, sorprendida an, murmur dulcemente: Me sigues, Elena? Como la muchacha persistiera en su actitud, todos los presentes corrieron hacia ella. Sin que palidez alguna revelara su emocin cmo iba a palidecer una or de lis? , se haba desvanecido. Un ao despus de las palabras pronunciadas por Su Majestad durante una tormentosa noche de otoo los navos que pasaban a algunas leguas del cabo Portland vieron el castillo iluminado. Oh, no era la primera de las estas nocturnas ofrecidas a comienzos de cada estacin del ao por el lord ausente! Y daban que hablar, pues su sombra excentricidad alcanzaban lo fantstico y el Duque no asista jams a ellas. No era en las habitaciones del castillo donde se daban las estas. Nadie haba vuelto a entrar all; el mismo lord Ricardo, que habitaba un solitario un torren, pareca haberlas olvidado. Desde su vuelta, haba mandado cubrir, con inmensos espejos de Venecia, los muros y las bvedas de los vastos subterrneos de su mansin. El suelo estaba ahora enlosado de mrmoles y de brillantes mosaicos. Cortinas de trama vertical, entreabiertas por franjas de cadeneta, separaban una serie de salas maravillosas, donde bajo magncas balaustradas de oro iluminadas, apareca un conjunto de muebles orientales con arabescos preciosos, en medio de vegetaciones tropicales fuentes de agua perfumada sobre prdo y hermosas estatuas. All, con la amable invitacin del castellano de Portland, que "lamentaba estar siempre ausente", se reuna una multitud elegante, lo ms escogido de la joven aristocracia inglesa, los ms seductores artistas y las ms bellas despreocupadas de la gentry. Lord Ricardo estaba representado por uno de sus amigos de antes. Y comenzaba entonces una noche principescamente libre. Slo, en el sitio de honor del festn, el silln del joven lord quedaba vaco, y el escudo ducal del respaldo siempre apareca velado por un amplio crespn de duelo. Las miradas, muy pronto encendidas por la embriaguez, se volvan gustosamente a presencias ms encantadoras. As, a medianoche, se ahogaban bajo tierra, en Portland, en maravillosas salas, entre aromas de ores exticas, las risas, el tintineo de las copas, las canciones ebrias y la msica! Pero si a aquella hora se hubiera levantado de la mesa alguno de los convidados y, para respirar el aire del mar, se hubiese aventurado al exterior, en la oscuridad, por la playa, entre las rfagas de desolados vientos, quizs hubiera percibido un espectculo capaz de turbar su humor optimista, al menos para el resto de la noche. En efecto, frecuentemente y a aquella misma hora, por las vueltas del sendero que conduca hacia el mar, un caballero envuelto en amplia capa, cubierto el rostro por una mscara de
seda negra a la que estaba adaptada una capucha circular que ocultaba toda la cabeza, se encaminaba, la lumbre de un cigarro en la mano enguantada, hacia la playa. Como en fantasmagora de gusto anticuado, le precedan dos servidores de cabellos blancos; a algunos pasos, le seguan otros dos con humeantes antorchas rojizas. Delante de ellos caminaba un nio, tambin con librea de duelo, y este paje agitaba una vez por minuto el corto batir de una campana, para advertir a lo lejos que se apartaran del camino del paseante. Y el aspecto de este pequeo grupo produca una impresin tan glacial como si fuera el cortejo de un condenado. Se abra ante ese hombre la verja de la ribera; la escolta lo dejaba solo y avanzaba entonces hacia el borde del agua. All, como perdido en una pensativa desesperacin, embriagndose en la desolacin del espacio, permaneca taciturno, semejante a los espectros de piedra de la plataforma, bajo el viento, la lluvia y los relmpagos, ante el mugir del ocano. Tras una hora de meditacin, el ttrico personaje, acompaado siempre de las antorchas y precedido del sonar de la campana, volva por el sendero hacia la torre. Y, frecuentemente, vacilando, se agarraba a las asperezas de las rocas. La maana que haba precedido a esta esta, la joven lectora de la Reina, siempre en gran duelo desde el primer mensaje, rezaba en el oratorio de Su Majestad cuando le fue entregado un billete escrito por uno de los secretarios del Duque. Slo contena estas dos palabras, que ley con un estremecimiento: "Esta noche". Esta fue la de su arribada a Portland en una de las embarcaciones reales. Una forma juvenil y femenina, con sombro manto, descendi sola. La visin, tras de orientarse por la playa nocturna, se apresur corriendo hacia las antorchas, hasta el sonido de campana que traa el viento. En la arena, apoyado en una piedra y agitado a cada momento por un temblor mortal, el hombre de la mscara misteriosa estaba tendido sobre su capa. Desgraciado! exclam en un sollozo, y ocultando el rostro con las manos, la joven aparicin, cuando lleg a su lado. Adis! respondi l. Se escuchaban a lo lejos canciones y risas, procedentes de los subterrneos de la mansin feudal, cuya iluminacin se reejaba ondulada en el agua. Eres libre agreg l, dejando caer su cabeza en la piedra. Y t ests liberado! respondi la blanca aparicin, elevando una pequea cruz de oro hacia los cielos plenos de estrellas, ante la mirada del hombre silencioso. Despus de un gran silencio, y como ella permaneciera as ante l, inmvil, con los ojos cerrados: Hasta luego, Elena! murmur. Cuando, tras una hora de espera, se aproximaron los servidores, vieron a la muchacha de rodillas sobre la arena y rezando, cerca de su dueo. El duque de Portland ha muerto les dijo. Y, apoyndose en el hombro de uno de los viejos, volvi a la embarcacin que la haba trado. Tres das despus se lea esta noticia en el Diario de la Corte: "Miss Elena H..., la prometida del duque de Portland, convertida a la religin ortodoxa, ha tomado ayer el hbito de las Carmelitas de L..." Cul era el secreto por el cual el potente lord acababa de morir? Un da, en sus lejanos viajes por Oriente, habindose alejado de su caravana por los alrededores de Antioqua, el joven Duque, charlando con los guas del pas, oy hablar de un mendigo ante el cual todo el mundo se alejaba con horror y que viva solo, en medio de unas ruinas.
Se le ocurri la idea de visitar a este hombre, pues nadie escapa a su destino. Ahora bien; ese Lzaro fnebre era el ltimo depositario de la gran lepra, de la lepra seca y sin remedio, del mal inexorable del cual slo Dios poda resucitar. Solo, pues, Portland, a pesar de los ruegos de sus aterrados guas, se atrevi a desaar el contagio en la especie de caverna donde respiraba aquel paria de la Humanidad. Y all, por una fanfarronada de gran gentilhombre, intrpido hasta la locura, dndole un puado de oro a ese agonizante miserable, el plido seor le haba dado la mano. En el mismo instante pas una nube por sus ojos. Al oscurecer, sintindose perdido, abandon la ciudad y las tierras del interior, para ganar el mar e intentar una curacin en su castillo o morir en l. Pero, ante los terribles progresos que se declararon durante la travesa, el Duque comprendi que no poda conservar otra esperanza que la de una rpida muerte. Todo haba terminado! Adis, juventud, brillo de un nombre ilustre, prometida amada, posteridad de la raza! Adis, fuerzas, alegras, fortuna incalculable, belleza, porvenir! Todas las esperanzas se haban sepultado en el hueco de aquella mano terrible. El lord haba heredado del mendigo. Un segundo de arrogancia un momento demasiado noble, ms bien haba arrebatado esta existencia luminosa y llevado al secreto de una muerte desesperada... As pereci el duque Ricardo de Portland, el ltimo leproso del mundo. Auguste Villiers L'Isle-Adam (1838-1889)