Material73 PDF
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La fe nos dice qu sucede exactamente despus de la muerte, pero con la sola razn podemos demostrar que no todo termina con la muerte. Ya Platn, hace 24 siglos, demostr que nuestra alma es inmortal. San Agustn y Santo Toms de Aquino recogen sus argumentos y los perfeccionan. En general, esos argumentos se apoyan en la naturaleza espiritual del alma humana. Si conseguimos mostrar que en el hombre no todo es materia como sostiene un materialismo que afortunadamente est cada da ms aguado, si observamos que el hombre es capaz de trascender la materia por ser mucho ms que un simple animal algo ms sofisticado, si mostramos que en la persona humana hay una realidad que est ms anclada en el ser que lo est la materia, podremos concluir que el alma es incorruptible, es decir, que futuro de esta realidad espiritual presente en nosotros no se rige por las leyes de la materia. La materia sufre cambios substanciales (la madera quemada pasa a ser otra cosa: ceniza), mientras que el alma no es una sustancia contingente, sino necesaria. El nico devenir posible de una sustancia de naturaleza espiritual es la aniquilacin, algo que, en principio, el Dador del ser (Dios) nunca hace. Al contrario que la materia, el alma es simple: no se puede destruir. Como afirma Ronald Knox, Dios puede aniquilarla, como poda aniquilar a cualquiera de sus criaturas, pero en el curso natural de las cosas, por qu y cmo debera ser destruida? Toda idea de destruccin que tenemos es, cuando se piensa en ello, de cosas que son disgregadas y reducidas a sus partes componentes. Pero tiene el alma partes componentes a las que pueda reducirse?1. Desde el punto de vista filosfico, la persona humana es de naturaleza a la vez corporal y espiritual. No somos ni animales ni ngeles, sino una mezcla de ambos. Los humanos dice Lewis son anfibios: mitad espritu y mitad animal. [...] Como espritus, pertenecen al mundo eterno, pero como animales habitan el tiempo. Esto significa que mientras su espritu puede estar orientado hacia un objeto eterno, sus cuerpos, pasiones y fantasas estn cambiando constantemente, porque vivir en el tiempo equivale a cambiar2. En el hombre se dan realidades corporales (hambre) y espirituales (inteligencia que abstrae y voluntad libre). Ambas dimensiones estn ntimamente unidas. Por un lado, si te pegan una torta, aparte de dolerte la cara y el corazn, sientes que se atenta contra tu dignidad, o si no duermes lo suficiente, eres incapaz de reflexionar. Por otro lado, si te duele el alma, el cuerpo lo exterioriza, por ejemplo con dolor de cabeza. La unidad de la persona humana es impresionante. Como observa Thibon, la operacin ms groseramente carnal por ejemplo el acto de comer implica un cierto consentimiento
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. R. A. Knox, El torrente oculto, Rialp, 5 edicin, Madrid 2000, p. 71. . C.S. Lewis, Cartas del diablo a su sobrino, Rialp, 4 ed., Madrid 1994, p. 48.
y una cierta delectacin del espritu; y, recprocamente, la ms noble actividad espiritual se apoya sobre un mnimum de resonancia sensitiva3. Esta perfecta unidad de la persona humana slo ha sido explicada satisfactoriamente sin caer en dualismos por la filosofa aristotelico-tomista. Segn sta, el alma es forma del cuerpo; necesita del cuerpo para expresarse y obtener datos a travs de los sentidos, aunque, de por s, es una sustancia subsistente (capaz de existir con independencia del cuerpo). Algunos expertos en neurologa, influidos por prejuicios reduccionistas, afirman que somos animales ms evolucionados. Su materialismo no logra explicar la conciencia y pensamiento del ser humano. Se apoyan en una especie de creencia segn la cual llegar un da en que sabremos explicarlo todo de modo cientfico. Ciertamente no conocemos suficientemente el funcionamiento del cerebro, pero nuestros 20.000 millones de neuronas y 1.600 billones de conexiones entre ellas no podrn jams explicar nuestras habilidades intelectuales y volitivas. Nuestra mente es superior a un ordenador de gran capacidad. Tambin hay expertos en neurofisiologa Wilder Penfield o premios nbeles como John Eccles y Charles Sherrington que defienden posiciones no materialistas. Como afirm Roger Sperry (Nobel de Medicina en 1981 por sus estudios de las funciones especializadas del cerebro humano): nuestra interpretacin de los hechos tiende a devolver a la mente su antigua posicin privilegiada sobre la materia, porque muestra que los fenmenos mentales trascienden los de la fisiologa y la bioqumica4. En filosofa, el camino ms sencillo para mostrar la espiritualidad del alma consiste en estudiar sus dos potencias: intelecto y voluntad. En cuanto al intelecto, veamos tres aspectos que seran imposibles si ste fuese meramente material: la capacidad de abstraccin, la universalidad de los conceptos que pueden ser abstraidos y la autorreflexin. Ya la simple capacidad de abstraccin presupone espiritualidad. Los animales no trascienden el mbito de lo particular. Tienen un sentido interno (la estimativa) que les permite sacar lecciones de la experiencia, pero no tienen capacidad de abstraccin. Recuerdo una conferencia de Jerme Lejeune (el que descubri en Gentica el sndrome de Down) en la que preguntaba: Se imaginan ustedes un congreso filosfico de chimpancs intentando dilucidar la esencia del ser chimpanc?. Ya lo deca Chesterton: Hay gente intentando demostrar con su inteligencia que con su inteligencia no se puede demostrar nada.El conocimiento de la verdad sintetiza Joseph Pieper, a pesar de sus condicionamientos orgnicos, es un fenmeno ntima y naturalmente independiente de todo trmino material. Esto es reconocido, de hecho y por la evidencia de la misma cosa, por todos los hombres, tanto por los que lo saben, como por los que no lo saben, en incluso por aquellos que lo niegan expresa y formalmente5. Aparte de inducir conclusiones universales a partir de datos particulares, podemos abstraer un nmero ilimitado de objetos. Si nuestra intelecto se redujese a las neuronas del cerebro, su capacidad sera necesariamente reducida. En todo disco duro de un ordenador cabe una cantidad limitada de informacin. Sin embargo, podemos abstraer una infinidad de objetos diversos.
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. Citado por R. Montalat en La revolucin sexual, Folletos mc, n. 611, Palabra, Madrid 1995, pp. 21. En O. Rico, El cerebro y la mente, realidades distintas, Aceprensa, 54/02, p. 4. . En J. B. Torell, Psicologa abierta, Rialp, Madrid 2003, p. 223.
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Ms llamativa an es nuestra capacidad de autorreflexin. Puedo ahora pensar sobre mi pensar de mi pensar... Si mi intelecto fuese material no podra volverse de modo inmediato sobre s mismo. Mis ojos, por ejemplo, al ser materiales, pueden ver cualquier cosa menos a s mismos de modo directo (en un espejo, s). La materia siempre est extendida en el espacio: no puede volver sobre s misma. Sen cambio, el hombre usa su intelecto para discurrir sobre su intelecto... Otro tanto podra decirse sobre la voluntad. Sabemos por experiencia que, a pesar de las circunstancias, la ltima decisin siempre es nuestra. Si el hombre, a pesar de sus condicionamientos, es libre, podemos trascender la materia. No me imagino a un animal haciendo una huelga de hambre. Un animal se conduce siempre por sus instintos. Si est hambriento y, fuera de peligro, ve comida, siempre va a por ella. En cambio, un hombre firmemente decidido, es capaz de no apartar la mano del fuego, por mucho que todas sus neuronas estn transmitiendo rdenes a los msculos para retirar la mano. Muchos autores que han pretendido negar la libertad humana como modo de evitar la responsabilidad personal. Contrariamente a lo que deca, por ejemplo, Skinner, fundador del conductismo, la experiencia muestra que el hombre es su ltimo determinante: que nuestra libertad es limitada pero real. En una novela, una catedrtica de biologa dice a propsito de su novio: En ocasiones, justifica a los dems casi hasta el punto de negar que son responsables de sus actos. Yo creo en el libre albedro y no niego la influencia de la gentica y del entorno (cmo podra un bilogo negar eso?, y estoy segura de que estamos programados biolgicamente para hacer muchas de las cosas que hacemos. Sin embargo, aun dentro de esos lmites, creo que podemos elegir. La idea de que el destino nos dirige, y de que somos incapaces de oponer resistencia o alterar nuestro rumbo, me suena a excusa6. El hombre es capaz de actuar de modo contrario a todas las expectativas lgicas. Una prueba fctica de la existencia de la libertad es la conversin personas depravadas. Frankl cuenta al respecto7 el caso del Doctor J., destacado miembro de las SS. Fue llamado el asesino de masas de Steinhof (un hospital psiquitrico de Viena), porque no par hasta llevar a las cmaras de gas a todos los enfermos psiquitricos de ese hospital viens. Aos despus, Frankl se enter de que haba muerto como un santo. Alguien que haba coincidido con ese alemn durante aos de cautiverio en Rusia le cont a Frankl que el Doctor J. haba sido su mejor amigo. La poca comida que les daban la reparta entre sus compaeros de prisin. Se desviva por todos. Otro ejemplo en la misma lnea lo refiere Silvester Krcmry, un mdico catlico que, al ser arrestado, fue testigo de los horrores de los campos de concentracin comunistas en Eslovaquia: Entre los tuberculosos tenamos a un antiguo miembro de las SS y de la Gestapo muy odiado. Pareca que estuviera autnticamente endemoniado y haca la vida imposible a todo el mundo, hasta el punto de que se deca que, si alguien mereca la pena de muerte, era l. Por eso nos sorprendi a todos verle pasear un par de veces con un sacerdote. Todos pensamos que estaba preparando una de sus fechoras y tratamos de convencer al cura de que se quitara de en medio, pero l nos dijo con toda serenidad: "esperemos a ver qu pasa". Al poco tiempo, uno de nosotros se qued atnito cuando le vio rezando. A partir de entonces, empez a comportarse de forma totalmente distinta, hablando educadamente y ayudando a los dems. Pareca imposible que alguien as se hubiera convertido, pero tuvimos que rendirnos a la evidencia. Es increble lo que puede conseguir una persona santa! Adems milagro sobre milagro su
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. M. Lawson, A orillas del lago, Salamandra, Barcelona 2002, p. 132. . Cfr. V. E. Frankl, El hombre en busca de sentido, Herder, Dcima ed., Barcelona 1989.
enfermedad incurable empez a remitir, a pesar de que habamos dejado de tratarla, por considerarlo un caso perdido y guardar los medicamentos a los que todava podan curarse8.
. I. Socas, Sin miedo a la verdad. Conversaciones con Silvester Krcmry, Palabra, Madrid 1999, p. 185.