Francisco Urondo - Poemas

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Francisco Urondo

Poemas

El ocaso de los dioses

No hay nadie en la calle, en los ruidos hmedos, en el vuelo de las hojas y mis pasos quieren reiniciar las maderas de la adolescencia. Pero todo est abandonado, no hay nada que pueda favorecernos; ningn aire de inconsciencia, ningn reino de libertad. Slo hbitos tolerantes haciendo crujir nuestra memoria. "Ha estado bien", decimos. Dueos del incendio, de la bondad del crepsculo, de nuestro hacer, de nuestra msica, del nico amor incoherente; soberanos de esa calle donde los tactos y la impresin hicieron su universo. Las sombras acarician an sus veredas, tu mismo nombre y tu gesto son una forma nocturna que en esa constelacin crece y sabe enrostrar nuestra culpa. Y todo termina con una esperanza, con una dilacin "ha estado bien", o en un bostezo, o en otro lugar donde es menester el coraje.

_____________________________________________________ De "Historia Antigua", de Paco Urondo. Herederos de Francisco Urondo

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Algo

a Rubn Rodrguez Aragn

con tu muerte algo vendr algo que jams sacudi tu conciencia no importar la tierra que te rodea el rbol que te soporta el agua que admiti tu pereza no ser algo que ahora retumba en tu memoria ni las resonancias que prefiri olvidar vendr algo sin vnculos una lluvia sin pasado sin gestos censurables o bondadosos no estar en juego tu salvacin tampoco el olvido ni el arrepentimiento el "ngel tuerto" no vendr a consolarte no ser necesario y olvidars tambin el consuelo

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para tu corazn no habr consuelo el da en que caigas no habr estaciones ni pjaros ni trenes ni alcohol ni sangre penosa que aguantar no por eso habr descanso el da en que llegue algo que no suponas algo que vendr a reclamar el lugar en el mundo que supiste negarle una indescriptible culpa haciendo estallar las huellas que minuciosamente lograbas distribuir ningn rastro con tu muerte vendr una nueva y desconocida vergenza

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Dos lineas de fiebre, mareas y pronsticos

Oigo tu paso que se acerca o se despide; revolcar la sangre, el odio; conocer, reconocernos. Saber para qu sirven los fracasos, las victorias del amor. Dejar que a tu rincn se siente quien no debe sentarse. Sin poder iluminarte; embarazada, sepultada, mejor que valga la pena, que todo salga bien. Perdn y desconfianza: tu pesado calor es una muela de reproches y agradecimientos y ternuras y miedos. Rastro luminoso y clido, perdido para encontrarme. Rastro de la verdad que alcanzo a tocar, rescatado por mi flagrancia vacilante, hirviendo de terror. Rostro que levantamos para destrozar. De una punta a la otra de la verdad, voy a levantar tu nombre, como si fuera mi brazo derecho.

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Del otro lado

Cuando estuvimos desesperados, alguien cont la historia. No se la puede escuchar serenamente, tiemblan las manos, el corazn se encoge de dolor; da un poco de miedo mirar a la gente, detenerse. Ocurre lo de siempre. Estbamos perdidos y la historia era confusa. Nada tena que ver con la certeza, ni con el muslo de la bataclana. No intervinieron traiciones; no es una vulgar historia de fervores o de mantenidas. Tu mano es necesaria para sobrellevarla. Tambin aquella vez (siempre aquella vez) apagaron las luces y fue necesaria la presencia de tu mano. Nos apretamos las manos en la sala impenetrable, temblamos ante la clera que an no se haba manifestado, que nunca llegara a marcarnos como sospechbamos, sino de otra manera. Nuestras manos procuraban ordenar el temblor, dominar el doloroso pnico; y todo porque Humphrey Bogart haba resucitado. Estbamos perdidos en aquel cine y l no era como el redentor; su cruz no era un mandato, era la inteligencia del hombre, era la resurreccin de la ciencia y de nuestros queridos finados.

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Hace mucho que nos pas esto; la mano fra del cadver impenitente rozaba los sueos, acariciaba nuestros tiernos rostros despavoridos. Desde aquella vez no sabemos qu hacer con las historias, con los muertos que no aceptan su desdichada condicin, no sabemos qu hacer con el miedo; no sabemos encontrar nuestras manos, nuestra tristeza. El mundo inconsistente. Hubo muchas ancdotas como sta Quin no tiene cosas horribles que contar? Quin no tiene su historia? Pero nadie supo qu decir, nadie supo qu hacer, cuando alguien cont la historia. Seguramente al escucharla buscars una mano; ser como antes, pero enseguida intentar olvidar que estuvimos tristes o asustados. Tampoco sabrs qu decir cuando se haga tarde; lo de siempre: tendrs ganas de llorar, y nada ms. Nadie esperaba una historia como sta, tan lamentable Por qu no llorar entonces? Por qu no perderse en la espesura de la sala? Se derramar sobre tu memoria, como el alcohol que se vuelca entre los nervios y la madrugada; la historia sobrevolar tu linda cabecita, ser un cuervo que sacudir tus entraas corrompidas, que despeinar cariosamente tu pelo De "Historia Antigua", de Paco Urondo. Herederos de Francisco Urondo No puedo quejarme Estoy con pocos amigos y los que hay suelen estar lejos y me ha quedado un regusto que tengo al alcance de la mano como un arma de fuego. La usar para nobles empresas: derrotar al enemigo salud y suerte, hablar humildemente de estas posibilidades amenazantes. Espero que el rencor no intercepte el perdn, el aire Francisco Urondo Poemas www.artepoetica.net

lejano de los afectos que preciso: que el rigor no se convierta en el vidrio de los muertos; tengo curiosidad por saber qu cosas dirn de m; despus de mi muerte; cules sern tus versiones del amor, de estas afinidades tan desencontradas, porque mis amigos suelen ser como las seales de mi vida, una suerte trgica, dndome todo lo que no est. Prematuramente, con un pie en cada labio de esta grieta que se abre a los pies de mi gloria: saludo a todos, me tapo la nariz y me dejo tragar por el abismo.

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Muchas gracias

Sirve y me inclino ante tu palabra, luz de mi pensamiento. Abrirn las puertas, dejarn entender: los artistas, los intelectuales, siempre han sacudido el polvo de la realidad; descubrieron caminos, emancipaciones que no siempre lograron recorrer: era prematuro en algunos casos, en otros fue distinto convengamos, otras palabras son, bajar la corredera de la mira, buscar con el guin y dar justamente sobre algo que puede moverse; un bulto, un meneo a menos de cien metros de tu corazn vulnerable, tambin enemigo. La suerte ha dejado aqu de andar fallando: se encendi la luz y pudo verse el caos, las flagrancias: esa mano all, esta codicia; el miedo y otras mezquindades se pusieron en evidencia y el amor no apareca por ninguna parte. Recompuestos de la sorpresa, rendidos ante los hechos, nadie pudo negar que en este pas, en este continente, nos estamos todos muriendo de vergenza. Aqu estoy perdiendo amigos, buscando viejos compaeros de armas, ganndome tardamente la vida, queriendo respirar trozos de esperanzas, bocanadas de aliento; salir volando para no hacer agua, para ver toda la tierra y caer en sus brazos.
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