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LOS NMADES DEL MAR


por JOSEPH EMPERAIRE

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INDICE

Introduccin I. El Descubrimiento de los Archipilagos Primeros viajes La conquista de Chile Austral por los espaoles Juan Ladrillero Dos viajes de Sarmiento La ciudad del Rey Felipe Soldados y misioneros Expediciones cientficas a Magallanes. II. El Mundo de los Archipilagos 1. Rocas, bosques y pantanos. Soledades. Relieves. Paisajes de granito. Antiguos glaciares de la Patagonia. -Los glaciares actuales.- El bosque magallnico. 2. La vida del mar y el bosque. Animales de las pampas australes.- La fauna marina: los mariscos.- Los mamferos marinos.- Las aves.- La vida de los bosques. 3. Archipilagos de las tempestades. Lluvias y vientos.- El paisaje y el hombre de los archipilagos. III. Las Antiguas Poblaciones de los Archipilagos 1.- Las reas del nomadismo. Los indios nmades del extremo sur.- Los indios de la pampa.- Chilo y los chilotes .- Los chonos .- Los yganes.- Los alacalufes. 2.- Evolucin de los Alacalufes desde el siglo XVI al siglo XX. Los documentos histricos.- Contactos con los chilotes.- Contactos con los blancos.- Onas y alacalufes en la misin de Dawson. 3.- Los ltimos Alacalufes. La investigacin demogrfica.- Las partidas.- Las muertes violentas.- Las muertes por enfermedad.- La disgregacin del grupo.- Lautaro Edn Wellington. IV. El Tipo Humano 1..- Descripciones y medidas. Documentos histricos y prehistricos.- El tipo actual.- El crneo y la denticin.- La pilosidad.- La pigmentacin.- Los grupos sanguneos. 2.- Observaciones mdicas. V. Tcnicas de Ayer y de Hoy. I. La Vida en el Campamento 1.- El ambiente y la evolucin tcnica. 2.- La vida material del campamento. La choza india de los archipilagos.- El fuego.- La alimentacin.- El vestuario.- Los adornos.- Los perros. 3.- Armas y utensilios. Materiales antiguos y nuevos .- El trabajo de las cortezas y del cuero.- Los trabajos de cestera. VI. Tcnicas de Ayer y de Hoy. II. Las Tcnicas del Mar

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1.- La canoa. La canoa de las tablas cosidas.- La canoa de cortezas.- Recuerdos y supervivencias.- La forma actual de la canoa y su construccin..- Seleccin y corta del rbol.- El adelgazamiento.- La formacin.- Calafateo y terminacin.- Los accesorios de la canoa.- El transporte de la embarcacin. 2.- La caza y la pesca. La caza de focas .- La nutria, el coipu y el huemul.- La caza de pjaros.- La honda y el arco.- La pesca. VII. El Mundo y Las Relaciones Humanas 1.- Observaciones de los navegantes 2.- La oposicin entre las nuevas y las viejas generaciones 3.- El espacio, El tiempo, Los nmeros y los nombres. Las divisiones del tiempo y del espacio.- El lenguaje y la conversacin.- La numeracin y los nombres. 4.- Vida social. Las relaciones entre individuos.- Manifestaciones estticas.- La organizacin social.- El tchas. VIII. Ayayema, El Espritu del Mal 1.- Creencias e interdicciones. Los espritus del mal.- Los sueos y presagios.- Los tabes.- La importancia de los cabellos. 2.- Los ritos del nacimiento, de la enfermedad y de la muerte. Ritos y fiestas del pasado.- Tratamiento de las enfermedades.- Los curanderos.- El paso de la vida a la muerte.El luto.- La ltima morada. Apndice I. Inventario de las materias primas autctonas y de los aportes extranjeros contemporneos. Apndice II. Bibliografa sumaria correspondiente a los nombres citados en la obra.

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LMINAS Lmina I. 1. El puesto militar de Edn. 2. Los rboles torcidos por el viento. Lmina II. 3. El pantano, dominio de Ayayema. 4. Un glaciar desembocando en un canal. 5. Un paso en los Archipilagos. Lmina III. 6. Kostora algunas semanas antes de su muerte (1948). 7. Yuras, 55 aos (1950). 8. Terekstat, 27 aos, caso de sensibilidad precoz (1947). Lmina IV. 9. Kankstay, 30 aos. 10. Kyewaytcaloes, 45 aos. Lmina V 11. Kyeyakyewa, 35 aos. 12. Workwa, 20 aos (1952). Lmina VI. 13. Markset, 15 aos. 14. Tcakwol, 12 aos. 15. Yanoeks, 10 aos (1953). Lmina VII. 16. Madre e hijo. Lmina VIII. 17. El transporte del nio. 18. Juegos infantiles. 19. Nios desnudos en la nieve. Lmina IX. 20. Alacaluf sobre el puente de un navo. 21. Alacalufes de visita a bordo de un navo. Lmina X. 22. Kostora y su nieta, hacia 1930. 23. Tcefayok enfermo, con la frente vendada con una trenza de cuero. Lmina XI. 24. Tcelokwe (1952) confeccionando un cesto de junco. 25. Yuras (1950) remendando. Lmina XII. 26. Kyasto (1949) ciega. 27. Tcefayok (1948) delante de su choza. Lmina XIII. 28. Yuras descuartiza una foca. 29. Alacalufes en sus canoas junto a una goleta chilota. Lmina XIV. 30. La fabricacin de la canoa, separando los dos lados del casco. 31. La fabricacin de la canoa: levantando el casco. Lmina XV. 32. Canoas alacalufes. 33. Cobertura de la choza: pieles de focas, sacos, vestidos, planchas metlicas. Lmina XVI. 34. La choza en la nieve. 35. Campamento alacalufe en un da de invierno.

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INTRODUCCIN LA AMRICA DEL SUR alberga todava varios grupos humanos, en vas de rpida extincin, que no dejaran otra huella en la historia de la humanidad que algunos estudios fragmentarios y algunos episodios curiosos contenidos en los relatos de los viajeros y de los navegantes de los mares australes. Pero su vida real, con sus resonancias afectivas, tal como se desarrolla cotidianamente, si la presencia ms o menos perturbadora de un investigador inslito, escapa casi siempre a los hombres blancos. Entre los pueblos del Extremo Sur de Amrica, algunos, como los indios chonos, han desaparecido completamente desde hace cerca de un siglo. Nadie not su desaparicin y ningn documento utilizable fue recogido de ellos. Los sobrevivientes de otros grupos, como los onas y los yaganes, se han incorporado ahora a las poblaciones blancas instaladas en sus territorios* . Otros, como los ltimos indios alacalufes, confinados al mundo hostil de los archipilagos de la Patagonia occidental, han entrado ms recientemente por los caminos rpidos y paralelos de la asimilacin y de la desaparicin. Son esos indios alacalufes los que constituyen el tema de este estudio. Ciertamente, si recogiramos todo lo que ha sido escrito sobre ellos desde los primeros sucesores de Magallanes, nos hallaramos frente ha una suma relativamente importante de documentos de valor muy desigual: relaciones anecdticas, encuentros episdicos mencionados en los diarios de navegacin, ensayos muy incompletos de sntesis, etc. A menudo la recopilacin est cerca de la informacin directa, pero ninguno de estos testimonios constituye un estudio sistemtico ni se apoya sobre una experiencia directa y de larga duracin de este grupo humano, que, desde hace medio siglo, sobrevive desparramndose en una regin an mal conocida, una de las ms desiertas y desoladas del mundo. Apenas terminada la guerra, el doctor Robin y yo, volviendo a tomar un antiguo proyecto, quisimos emprender un estudio completo de este grupo fueguino constituido por los alacalufes. Queramos realizar una manografa minuciosa de su vida real considerada en todos sus aspectos, tcnicos-materiales, vida social, psicolgica y religiosa. Nuestros medios eran limitados, pero decidimos pasar en compaa de los alacalufes todo el tiempo que fuera necesario para llegar a se uno de ellos. En ese mundo lejano de los archipilagos, la nocin del tiempo se borra, por lo dems, bien pronto..... El proyecto y el programa de esta misin fueron presentados al doctor Ribet, que los aprob y estimul. El Centro Nacional de Investigaciones Cientficas nos concedi los fondos necesarios y pudimos as partir de Francia hacia Amrica del Sur en el primer barco que reanudo los viajes normales despus de una interrupcin de varios aos. Tras una corta estancia en Buenos Aires, llegamos a Santiago de Chile a mediados de enero de 1946. Tomamos all contacto con la autoridades universitarias y administrativas chilenas que nos ayudaron a completar nuestra documentacin sobre el estado actual y la situacin de los diversos grupos indgenas de los archipilagos. Gracias a la bondad del Ministro de Defensa, pudimos dirigirnos con la mayor rapidez a Punta Arenas, en el Estrecho de Magallanes. El objetivo final de nuestro viaje era Puerto Edn, en la costa este de la isla Wellington. All vivan algunas familias de alacalufes, agrupadas al lado de un punto militar que debi servir de escala a una lnea de hidroaviones destinada a unir Valparaso con Punta Arenas. Despus de un ensayo desgraciado, se abandon este proyecto, pero el puesto militar subsista a cargo de un sargento y la baha continuaba como siempre sirviendo de refugio ocasional a los buques que segua la ruta de los archipilagos. A fines de marzo, un barco de una compaa chilena de navegacin nos desembarc en plena noche en el puesto militar de la Isla Wellington . Era sobrecogedora la impresin de encontrarse bruscamente lanzado entre los ltimos fueguinos, en el centro de esa gigantesca estela de archipilagos desiertos, estirados a lo largo de doce grados de latitud entre la Cordillera Austral y el Pacifico, que fuera en otro tiempo el dominio de los

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nmades del mar. No haba entonces en Puerto Edn sino cuatro chozas cuyos habitantes nos acogieron con sus rostros hermticos. Los otros, que eran poco ms de cien en total, giraban en torno del Faro de San Pedro, noventa millas ms al Norte. Poco a poco vinieron a instalarse unos tras otros en torno nuestro y los ms se radicaron definitivamente en las playas pantanosas de la baha. Pronto este mundo dislocado que se extiende desde la Isla de Chiloe hasta el Cabo de Hornos, y el fragmento de humanidad que lo habita, iban a vivir para nosotros con toda su fuerza y todo su atractivo. Se trataba ahora de conocer este espacio y aquellos hombres, fuera del tiempo y fuera del mundo. Pasamos all lejos veintids meses en que tratamos de integrarnos de una manera autentica y profunda a las formas todava vivientes de la vida tnica de los alacalufes y de encontrar en su memoria tradiciones y tcnicas en vsperas de desaparecer junto a esa humanidad que ellas no animan ya. Despus de una larga estancia en esos archipilagos, volvimos a Punta Arenas. Desde all, en el curso de numeroso reconocimientos en las regiones vecinas al Estrecho y en la parte oriental de la Tierra del Fuego, tratamos de delimitar la antigua rea de extensin del pueblo alacalufe. Este trabajo nos ocup cuatro meses y necesitamos otros cuatro para consultar en los archivos y museos de Chile los documentos ms antiguos sobre los pueblos del extremo Sur. Estuvimos de vuelta en Francia en septiembre de 1948* . * * Este libro es el resultado de dos aos de presencia y de vida cotidiana con una minora humana, aislada, miserable, y condenada, a la que pronto nos unieron vnculos afectivos, durables y profundos. Nos proponemos exponer de la manera ms objetiva posible la vida de ese grupo, buscando al hombre total y no slo algunos de sus aspectos exticos y pintorescos, los nicos que es posible conocer desde fuera. No tenemos otras referencias de objetividad que las que se traducen en contar sin retrica lo que hemos observado, sin prejuicios ni sistemas preconcebidos. Este libro no trata de defender ninguna tesis. Nos esforzaremos slo por presentar lo esencial de los documentos recogidos. Todos los que se remontan a la poca actual son, salvo mencin contraria, fruto de experiencias personales. En lo que se refiere a las consideraciones histricas, ellas provienen de la literatura clsica sobre el tema o de documentos, entre ellos algunos escasos o inditos, que fueron consultados en los archivos de Santiago. Como disponamos de mucho tiempo, pudimos dejar deliberadamente de lado el mtodo de los cuestionarios y encuestas y utilizar un mtodo ms largo con menores riesgos de error. Las reacciones del indio son lentas y diferentes de las nuestras. Es, por eso, de rigor no precipitarlo, saber esperar y volver al asalto, y no recoger como vlidos sino sus testimonios espontneos. Cuando practicamos el interrogatorio, sus resultados fueron desastrosos y nos llevaron a los peores absurdos. An en su forma, las preguntas del etnlogo no corresponden a las categoras mentales del indio. Algunos ejemplos demuestran los errores a que puede conducir este mtodo, y cuando las preguntas son ms sutiles, los errores son an ms lamentables. No hay que imaginar que a fuerza de preguntas se pueda reconstituir el pasado prximo. En este dominio, sobre todo, el mtodo interrogativo es ms esterilizador que fecundo y provoca la mentira, la simulacin, el s y el no indiferentemente aplicados a los mismos objetos. Era necesario primero aprender la lengua alacalufe, cuyo vocabulario y cuya gramtica no eran completamente desconocidos. Los alacalufes no conocen sino algunas palabras muy elementales de espaol y, en ausencia de todo interprete, esta adquisicin fue larga. Aun ahora, nos hallamos lejos de dominar
* Ver los trabajos de GUSINDE y en particular Die Feuerland Indianer, 1. Die Selknam (1931). 2. Die Yamana (1937). 3. Anthropologie der Feuerland Indianer. (1939) Modling bei Wien. * Se envi una segunda misin a la misma zona desde agosto de 1951 a septiembre de 1953. Sus actividades fueron sobre todo arquelgicas, pero una breve estancia en Puerto Edn permiti completar la documentacin lingstica y prolongar en 5 aos los datos sobre la evolucin demogrfica. Los Nmades del Mar en Libros Biblioteca Territorio Recursos Ser Indgena http://www.serindigena.cl/territorios/recursos/biblioteca/libros/f_nomades.htm

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perfectamente la lengua fueguina, llena de riquezas y sutilezas sorprendentes. Conocemos, sin embargo, lo bastante como para escuchar una conversacin e intervenir en la sin ser un elemento perturbador. Nos costo largo tiempo llegar a esta simple etapa. Durante semanas, debimos contentarnos con coexistir en silencio. La verdadera toma de contacto se produjo en ocasin de una epidemia que casi extermin a todo el campamento. Tuvimos entonces la suerte de salvar a una parte de los enfermos. Cuando la epidemia termin, nos habamos incorporado definitivamente al grupo. En esta civilizacin tan simple como la de los alacalufes, las tcnicas materiales se aprenden relativamente pronto. Participando en una expedicin de caza, ayudando a la fabricacin de una canoa cavada en un tronco de rbol, mirando en la noche en la cabaa tallar un arpn de hueso y trenzar un canasto, probando uno mismo torpemente entre las risas de los dems, se aprende muy rpido lo esencial. Y despus viene lo importante . Es inevitable que en uno u otro momento los indios hablen de su pasado, de sus tradiciones, de los ritos que ya no estn en uso. Tales conversaciones son ms frecuentes de lo que se piensa. El etnlogo tiene que aprobecharse de ellas. Si participa por dentro de la vida del grupo en el cual vive, si comparte su actividad en la ms estrecha convivencia, no con una simple mascara de cordialidad, sino con la simpata profunda nacida del contacto humano, percibir bien pronto que las ocasiones de informarse sobre el pasado se le ofrecen a cada instante. Aunque las informaciones recogidas sean incompletas, tendrn por lo menos el privilegio de la verdad. Ellas constituirn, adems, toda una documentacin sobre la psicologa del indio y sobre sus reacciones afectivas frente a la historia y al destino de su grupo. Tales fueron en sus grandes lneas, los mtodos de trabajo que nos sirvieron para dirigir nuestra investigacin. No quisimos trabajar ni sobre documentos recopilados muchas veces ni sobre testimonios provocados, sino sobre la vida misma, con el mismo ritmo con que ella se desarrolla, sobre los vestigios an vivos de lo que fueron las actividades materiales, psicolgicas y religiosas de los indios de las canoas, de los nmades del sur. * * El programa de trabajo consultado constitua, en realidad una mamografa de los alacalufes. Pudimos realizarlo, por lo menos en sus lneas esenciales. Comenzamos por el estudio de los diferentes aspectos de la vida material de los alacalufes, en su estado actual y en lo que sobrevive de sus formas tradicionales. Las transferencias y los problemas de transculturacin tcnica son sorprendentes y fciles de estudiar en este dominio, pues los contactos continuos de los blancos o con los mestizos de Chiloe no datan sino de hace treinta aos y hay actualmente utilizacin simultnea de herramientas o productos de origen industrial y de tcnicas primitivas que se remontan sin duda a varios milenios. Desde el punto de vista antropolgico, todos los datos antropomtricos de base fueron obtenidos sobre el conjunto de la poblacin. El estado sanitario de los indios y la apreciacin de su morbilidad constituyeron tambin un elemento importante de nuestro trabajo. Su estado sanitario actual es deficiente, a causa de una herencia patolgica cargada. Los riesgos de contaminacin son permanentes, pues, a causa de su declinacin numrica, viven ahora agrupados. Adems, la vencidad de cazadores y pescadores chilotes igualmente nmades, desfavorable a la propagacin de ciertas enfermedades ( sfilis, tuberculosis). Hemos observado muertes brutales e imprevistas entre seres jvenes que parecan hallarse en buena salud. Es siempre de temer que, a causa de las facilidades de contagio y de la fragilidad de los alacalufes, cualquiera epidemia produzca un da estragos masivos y esta vez, irreparables. Hemos establecido un inventario de las poblacin indgena que ha vivido en los archipilagos durante los ltimos cincuenta o sesenta aos, pues cada uno se acordaba fcilmente de sus padres y abuelos, de sus hijos o de sus hermanos o hermanas desaparecidos. Esta documentacin genealgica ha permitido establecer que la rpida cadencia de mortalidad observada durante veintids meses no era un hecho nuevo y que a debido seguir el mismo ritmo en un pasado reciente. Hace cincuenta aos, los alacalufes eran por lo menos un millar y
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tal vez mucho ms. Las causas de su desaparicin eran ms o menos las mismas de hoy, pero su renovacin se verificaba de una manera ms regular. Actualmente muchos jvenes matrimonios son estriles y una importante proporcin de nios muere a temprana edad. Toda precisin estadstica sobre el porvenir sigue siendo, pues, catastrfica. Hemos podido establecer que los alacalufes, cuando llevaban todava una vida tnica independiente, se extendan sobre una gran parte , del territorio del extremo sur: los vestigios arqueolgicos son importantes en todo ese dominio, pero en el curso de la primera misin, fueron objeto slo de investigaciones rpidas a causa de la falta de tiempo y de medios, y sobre todo para no violentar la suseptividad de los indios escarbando en sus antiguos campamentos y sepulturas. La segunda misin se preocupo ms especialmente de estos problemas de arqueologa que sern el tema de una publicacin separada. Ms importante que la descripcin de las tcnicas materiales de los alacalufes, que se llega a conocer muy pronto, pues son las de un grupo humano de los ms atrasados de la humanidad, y que el estudio de su miseria fisiolgica, es el testimonio, el testamento, podramos decir, de la vida mental, social y religiosa de esta minora que esta a punto de perder su unidad tnica por la muerte de los ms y la asimilacin definitiva de los sobrevivientes. Una era nueva se abri bruscamente ante ellos, la de la tentacin de un modo de vida que no tiene nada de comn con sus tradiciones ancestrales. Poco a poco, por los contactos con los barcos, el puesto militar, el Faro de San Pedro o los cazadores chilotes, bien miserables, pero a los que ellos consideran como seres superiores, se han ido sumergiendo en un mundo nuevo. Los de ms edad tienen la clara conciencia de que todo aquello a lo cual podan sujetarse se ha derrumbado, y los ms jvenes estn impacientes por abandonar la dura vida nmade que les pesa, pero ignoran que no llegarn jams a adaptarse. De todas maneras, en ausencia de todo plan de conjunto, de educacin o de reeducacin, solo una nfima minora podr tener acceso a esta vida nueva. A la prdida de muchos elementos de su cultura material corresponde para los alacalufes la perdida de la mayora de las tradiciones y manifestaciones de la vida religiosa. No hemos podido recoger sino migajas de estas tradiciones, de estos cantos mtico, de estas creencias, y han sido sobre todo el estudio del nuevo psiquismo que ellos han adquirido durante este periodo de decadencia lo que constituye el documento humano al cual atribuimos ms valor. El mismo ambiente hostil y desolado de la Patagonia Occidental ha conferido a sus habitantes una especial personalidad. Agregndose a este hecho geogrfico, su disminucin numrica ha tenido por consecuencia su repliegue hacia un presente sin objetivos y un porvenir irremediablemente cerrado. El grupo de los alacalufes sufre actualmente del complejo de las minoras. En 1946 eran poco ms de un centenar en un inmenso escalonamiento de archipilagos ms o menos vacos de seres humanos. En 1953 quedaban 61. Contrariamente a sus hbitos de nmades, tienden a agruparse de una manera estable y, hallando ms fcil pedir que buscar, se degradan progresivamente a la condicin de mendigos. pero ellos lo saben. Comprenden su incapacidad y estn heridos en su dignidad ntima, desalentados y medrosos. Cuando a bordo de los barcos de trnsito los miran con curiosidad festiva, su aparente impasibilidad no es sino una mascara que encubre sus verdaderos sentimientos. Nada de esto es nuevo, sin duda. Y recuerda extraamente el drama de la desaparicin de otras minoras de la Amrica del sur o de otras partes. Los problemas relativos a la transculturacin de los pueblos atrasados estn a la orden del da. Los pueblos colonizadores comienzan a adquirir conciencia de sus responsabilidades frente a estas desapariciones y tratan de remediarlas. Pero para los alacalufes ya es tarde, demasiado tarde. Cuando los programas sean elaborados, los ltimos alacalufes habrn desaparecido.

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CAPTULO

PRIMERO

EL DESCUBRIMIENTO DE LOS ARCHIPILAGOS Primeros viajes. El 1 de noviembre de 1520, Hernando de Magallanes penetraba por primera vez en el estrecho que denomin Estrecho de Todos los Santos, pero al cual la posteridad atribuy su nombre. Despus de que hubo atravesado sus dos angosturas, el paisaje desnudo y desolado de la costa plana que vea desde la baa de San Julian, cedio su lugar a las costas escarpadas y a las altas montaas de la que es hoy la Patagonia Occidental. En esta primera navegacin, lenta e incierta, se divisaba cada noche sobre la costa sur del Estrecho la luz de grandes fuegos, unicos indicios de de vida humana. La isla grande fue bautizada Terra del Fuoco, lo que errneamente se tradujo al francs ms tarde por "Tierra de Fuego", en lugar de "Tierra del Fuego". Las tres fragatas, que haban llegado a la extremidad austral del continente ( Cabo Froward), hallaron, al seguir el estrecho canal del Noroeste, la desembocadura del Estrecho hacia el Pacifico. Al navegar en seguida frente a los archipilagos. Magallanes no divis ya de la costa occidental de la Patagonia sino las altas cimas nevadas de los Andes. Cerca de la latitud del golfo de Penas, enfil hacia el Oeste: un ocano solitario y tranquilo se abra por primera vez en la historia ante las carabelas espalas en el nuevo camino de las Indias. La audaz aventura de Magallanes alento nuevas expediciones. Poco tiempo despus de la vuelta de la ltima nave de la expedicin, Carlos V equip seis buques bajo el comando de Garcia Jofr de Loaysa, investido del ttulo de "Capitn General y Gobernador de las Molucas". El segundo jefe de la nueva Armada, Sebastin Elcano, era uno de los 19 sobrevivientes de la expedicin de Magallanes. Los seis buques partiern de Espaa el 14 de agosto de 1525. El 14 de enero de 1526 se hallaban a la entrada del Estrecho. Una violenta tempestad los devolvi al Atlntico y se perdi una nave. Diez das despus, Loaysa pudo de nuevo atravesar el Cabo Virgenes, pero dos de sus barcos fueron por segunda vez rechazados al Atlntico. Uno de ellos naufrag y el otro fue arrastrado hasta el paralelo 55. Este pudo, sin embargo, reunirse a lo que quedaba de la flota, despus de haber casi alcanzado, sin darse cuenta, hasta el extremo de la Tierra de fuego. Pero era tan firme la crrencia - no compartida, por lo dems, por Magallanes- de que al sur del Estrecho se extenda otro continente, que el viaje de la fragata extraviada no hall crdito. La flota debi volver por la ruta atlntica hasta el ro Santa Cruz, para reparar sus averas. El 6 de abrilde 1526, la expedicin de Loaysa penetrataba de nuevo al Estrecho, para encontrarse esta vez con calmas chichas que le impidieron pasar la primera angostura. Despus de muchos esfuerzos y luchas contra la corriente, pudo penetrar a la parte ms ancha del Estrecho. Como las tripulaciones de Magallanes cinco aos antes, las de las cuatro fragatas divisaron a su paso fuegos encendidos en las dos orillas. Esta vez encontraron en tierra una canoa, unas costillas de ballena y "un arpon de hueso" y algunos das ms tarde, el 22 de abril,vieron por primera vez, en el extremo occidental del Estrecho, en la costa sur, a unos indios que eran sin duda alacalufes. "Esos indios blandan tizones y algunos de nosotros pensaron que iban a incendiar las naves. No se atrevieron a avanzar y no pudimos perseguirlos en chalupa porque nos dejaban atras con sus canoas." Por fin, el 25 de mayo, la flota, bien disminuida, entraba al Pacifico. Por lo dems, una solo de las naves lleg hasta las Molucas. Jofr de Loaysa y Sebastin Elcano murieron durante la travesa. El rey de Espaa, para estimular el espritu de descubrimiento y empresa, dividi la Amrica Meridional en cuatro provincias. La ms austral fue confiada a Simn de Alcazaba. El monarca pensaba que un portugus al servicio de Espaa podra triunfar all donde haba fracasado una tercera expedicin hacia el Estrecho, la de Sebastian Cabot, que no pudo ir ms all del Ro de la Plata. simon de Simn de Alcazaba, con dos naves, la Madre de Dios y el San Pedro, dej el Guadalquivi el 1 de septiembre de 1534 y lleg al Estrecho de Magallanes en enero de 1535. All encontr la cruz erigida por el propio Magallanes y despojos de la expedicin de Loaysa. Sin embargo, Alcazaba no fue ms alla del lmite oriental del territorio de los indios alacalufes - la isla Isabel- ,
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donde encontr algunos indgenas. De vuelta a la costa atlntica, intent una expedicin por tierra. Pero se declar una hambruna, seguida de un motn. Alcanzaba fue asesinado y su tripulacin lleg a Brasil en busca de refugio, "despus de haber deborado los cueros que forraban las vergas". As termin trgicamente la tercera expedicin que logr penetrar el Estrecho de Magallanes. Despus de estas tentativas que tenan por fin el descubrimiento y la ocupacin poltica de los territorios mgallnicos, viniern operaciones de carcter ms netamente comercial. El Estrecho de Magallanes pareca ser la va ms comoda para ir al Per y se pensaba que era preferible a la difcil travesa por tierra del itsmo de Panam. El obispo de Plasencia, don Gutirre de Vargas lanzo hacia la ruta del Sur una flota de tres naves que haba equipado l mismo a su costa "en hombres, pertrechos y todo lo necesario para una larga navegacin". Los fines de la expedicin eran puramente comerciales. La flota, bajo el comando de don Alonzo de Camargo, parti de Sevilla en agosto de 1539. El 20 de enero de 1540, los buques entraban al Estrecho, pero el mal tiempo les impidi pasar la primera angostura. La nave capitana se perdi, pero su tripulacin fue salvada. las otras naves fueron rechazadas hacia la costa oriental de la Tierra del Fuego, hasta la isla de los Estados. Una de ellas volvi a Espaa, y Alonzo de Camargo, con un solo barco, pas de nuevo el Estrecho y lleg hasta el Per. El diario de navegacin de ese primer viaje por mar al Per es una relacin casi ininteligible, sin indicaciones de lugares ni de posiciones geogrficas, y no aporta casi ninguna luz sobre la regin meridional de la Patagonia del Oeste. La Conquista del Chile Austral por los espaoles. El primer Conquistador de Chile Austral fue Diego de

Almagro, compaero de Pizarro en la conquista del Per. En julio de 1935, Almagro parti del Cuzco y, despus de una marcha forzada a travs de las altiplanicies de los Andes, atraves la Cordillera y lleg a Chile central por el Valle del ro Aconcagua. El viaje fue para l una decepcin, pues, en lugar de las riquezas esperadas, no hall sino plantaciones establecidaspor los incas un siglo antes. Las tres columnas expedicionarias debieron, pues, retirarse tras una ocupacin de algunas semanas, no sin haberse entregado a horrores dignos de los conquistadores de la poca. La expedicin, despus de atravesar esta vez los desiertos de Atacama, lleg a Arequipa en 1537, justamente a tiempo de reprimir una revuelta de los indios del Per. Pero Pizarro y Diego de Almagro codiciaban el mismo poder. Almagro fue tomado prisionero y decapitado. La conquista de Chile recomenz con el segundo gobernador, Pedro de Valdivia, que fund a Santiago el 12 de febrero de 1541. El consolid sus conquistas y quiso extenderlas hacia el sur, ms alla del Bo-Bo, es decir, mucho ms lejos que los incas. As comenz la conquista de la Araucana, que deba durar tres siglos. La intencin de Valdivia era alcanzar las comarcas ms australes del continente, "desde el puerto de Valparaiso hasta el Estrecho de Magallanes". Se envi una expedicin de dos naves hacia el Sur con este fin, pero no pas ms all del grado 41 de latitud. Despus de este fracaso, Valdivia envi desde el puerto de su nombre otras dos expediciones encargadas de tomar posecin del territorio austral, la una por tierra, la otra por mar. La primera, bajo el comando de Villagra, deba avanzar por la Cordillera, pero ante la resistencia de los araucanos, no pudo llegar sino a la region del Lago Villarica. La expedicin maritima, bajo el comando de Francisco de Ulloa y del piloto Corts de Ojea, comprenda dos naves. Parti de Valdivia en octubre de 1553. Algunos das ms tarde, las dos naves reconocieron sucesivamente en su travesa la isla de Chilo y la isla de de San Martn, llamado hoy Guafo. Siempre en direccin Sur, descubriern por primera vez "un bosque de islas y el archipilago de los Chonos, as como numerosas bahas y caletas". Tratarn de desembarcar en la regin de Cabo Gallegos (47 S.), pero los indios Chonos los rechazaron vigorozamente y les hicieron sufrir prdidas importantes. Siguieron por el mar hasta el paralelo 51, donde reconocieron numerosas entradas de mar hacia el interior de lo que presuman ser el continente. Penetrando por un estrecho "cerrado por cimas nevadas que pareca la entrada sombra del Estrecho de Magallanes", los pilotos y marinos intentaron con tenaz obstinacin verificar ese hecho.
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Un marino flamenco que haba formado parte de la expedicin de Magallanes y que se jactaba de conocer esos parajes, afirmaba que no era esa la entrada del Estrecho. Su opinin prevaleci, y "recorrieron de nuevo aquellos mares hasta que, sin poder resistir ms a las tormentas, volvieron proa hacia Chile y, despus de seis meses de ausencia, regresaron al puerto de Valdivia, sin otro resultado que el mrito de la obediencia y el reconocimiento de los archipilagos de Chilo y los Chonos". Haba sido un primer paso en el conocimiento de la Patagonia Occidental y de sus habitantes, hasta entonces completamente ignorados. Un poco ms tarde, el capitn Juan Ladrillero iba a recorrer durante dos aos el laberinto de los canles martimos, recogiendo sobre la topografa, el pas y sus habitantes informaciones de una precisin notable. Juan Ladrillero. A pedido del Virrey del Per, cuyo hijo, Gacia Hurtado de Mendoza, era gobernador de Mendoza, era gobernador de Chile, se envi una nueva expedicin a reconocer y ocuar el estrecho de Magallanes. Comprenda dos naves San Luis, que tena por capitn a Juan Ladrillero, y San Sebastan, bajo el comando de Francisco Corts de Ojea, que haba tomado parte en la expedicin precedente. Los dos buques partieron de Valdivia el 17 de Noviembre de 1557. Tocaron tierra en la Baha de Nuestra Seora, en la costa occidental de la actual isla Byron, Trabaron all conocimiento con los naturales del archipilago, lo cual nos valo los primeros documentos histricos sobre los antepasados de los indios alacalufes. Cuando prosiguieron la ruta hacia el Sur, una tempestad separ a los dos barcos, que no supieron ms el uno del otro. Ladrillero comenz por primera vez la exploracin del laberinto insular. Recorri el canal Fallos, sali hacia el ocano por la costa occidental del Archipilago Madre de Dios, donde se habre el actual Canal Concepcin, que el tom a su vez por la entrada del Estrecho de Magallanes. Se intern por all, avanzando hacia el noroeste, y este error le significo descubrir el fiordo Eyre. Al no encontrar naturalmente salida, volvi sobre sus pasos y remont hacia el Norte por el Canal Messier hasta el Golfo de Penas, explorando los archipilagos Guayaneco, las islas Byron y Wager. En los ltimos das de diciembre, Ladrillero volvi a partir, por el ocano esta vez, en busca del Estrecho. Cometi otro error y lo confundi con el Canal Nelson. Por all se meti entonces, navegando hacia el Este, y pas por los canales San Esteban y Sarmiento, el Estrecho de Collingwood, para deslizarse por fin por el paso estrecho del Kirke, hacia un vasto laberinto de canales sin salida, llamados hoy Seno de Ultima Esperanza, Obstruccin y Desengao. una vez ms, al no encontrar salida hacia el Atlntico, Ladrillero volvi a tomar el camino del Pacifico por la misma va. Una tercera tentativa, ms al Sur, tuvo al fin xito, y las dos orillas del Estrecho de Magallanes pudieron por fin ser exploradas minuciosamente. Por razones que no esclarece su diario de a bordo, Ladrillero permaneci entonces cuatro meses en un mismo puerto, del cual sali el 22 de julio, continuando sus exploraciones costeras, hasta llegar a la primera angostura vecina del Atlntico. Antes de dejar esos lugares, tom solemnemente posecin del Estrecho y de las tierras australes segn el ceremomial acostumbrado, en nombre del Rey de Espaa, del Virrey del Per y del Gobernador de Chile. Cumplida su misin, ladrillero se dirigi a Concepcin, a donde llego amediados de 1559. El diario de a bordo nada dice acerca de las peripecias del viaje de vuelta. Ladrillero haba dado cima a la primera exploracin minuciosa de los archipilagos de la Patagonia Austral,estudiando el complicado ddalo de los fiordos. No slo haba recorrido miles de millas. Adems, haba anotado con talento y sobriedad en un admirable diario de a bordo, inslito en los navegantes de esa poca, los menores detalles geogrficos e hidrogrficos. Slo algunos nombres se mencionan en la carta que l dibuj de los archipilagos, la primera de esas regiones. Sin embargo, su itinerario est tan minuciosamente jalonado que es posible con exactitud todas sus evoluciones. Las descripciones de las montaas, de los glaciares, del clima, de la fauna y de los naturales son muy escasas. La posteridad, desgraciadamente, ech al olvido el derrotero del ilustre navegante. El olvido dur tres siglos y tendremos que esperar la expedicin de Parker King y de Fitz Roy
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en 1830 para resolver el problema del acceso al Estrecho de Magallanes por los archipilagos de la Patagonia. Entretanto, Corts Ojea, en la San Sebastan, sufra los peores desagrados. La relacin de su viaje, pintoresca y anecdtica, se debe al escribano Miguel de Goicueta. Si bien los detalles hidrogrficos son menos abundantes que el diario de Ladrillero, la relacin del escritor de la San Sebastan es el primer documento etnogrfico preciso sobre los indios de los archipilagos. Separado de Ladrillero el 9 de diciembre de 1557, Corts Ojea, por su lado, trato tambin de cumplir la misin que le haba sido confiada. Los elementos no lo ayudaron. Despus de costear la Isla Hanover para buscar el Estrecho de Magallanes, la San Sebastan fue asaltada por una tempestad de excesiva violencia. La fragata permanecio 19 das en un refugio natural de la Isla Campana con guardia permanente en los cables de las anclas, en un ruido infernal que no dejaba dormir de noche ni de da. La tripulacin a cada instante se crea perdida. Por fin, sobrevino un da de buen tiempo que permiti la partida, pero la tempestad volvi a comenzar al da siguiente y el viaje no fue durante un mes sino una sucesin de tempestades. Como el barco haba perdido sus anclas, hubo que vararlo en una caleta del Canal Picton, en la costa oeste de la isla Wellington. Ah se vio que el casco estaba irreparable, con lo cual la expedicin tuvo que instalarse en tierra, desguazar la nave y, con los materiales de demolicin y los rboles del bosque, pudiern construir un bergantn para regresar a Chile. El trabajo dur seis meses. Tl campamento, inslito y rstico, no dej de llamar la atencin de los indios y suscitar sus frecuentes visitas. Sobre los naturales, los documentos de Goicueta son precisos y sinceros. El bergantn fue lanzado el 25 de julio, y el 03 de agosto, con muy buen tiempo, la tripulacin remontaba el canal Fallos. Pero el buen tiempo no es nunca de larga duracin en esas regiones. El 10 de septiembre no haban recorrido sino 20 leguas, cuando el bergantn estuvo a punto de naufragar. Cinco das depus llegaban al Golfo de Penas y el buen tiempo favoreci su peligrosa travesa. La descripcin del itinerario de vuelta se hace confusa, pero se puede suponer que, despus de haber atravesado los archipilagos Chonos y Guaitecas, Corts Ojea y sus compaeros llegaron a Guafo. En el Golfo de los Coronados, su bergantn pas sobre el lomo de una ballena que emerga en ese momento bajo la embarcacin "y le dio tal choque que sus ocupantes la creyeron reducida a migajas". Los dos viajes de Sarmiento. A pesar de estas tentativas, el trfico comercial entre Espaa y sus colonias de la costa del Pacfico se efectuaba por el istmo de Panam. Sin embargo, en 1578, el corsario ingls Francis Drake utiliz con xito el pasaje del Estrecho de Magallanes para fructferas caceras de galeones espaoles. Este hecho poda sealar el fin de la seguridad colonial de Espaa y los actos de piratera de Drake sembraron el terror en los Virreinatos de Amrica. Los territorios de Chile y Per eran demasiado vastos para ser defendidos. La nica estrategia posible era cerrar el estrecho de Magallanes para evitar la vuelta del corsario "enemigo de nuestra santa fe". Eso, por lo menos, pens el Virrey del Per, Francisco de Toledo, Comendador de Acebuche y Mayordomo de Su Majestad Catlica Felipe II. Para realizar su designio, escogi una nueva figura de conquistador espaol, Pedro Sarmiento de Gamboa, qmbicioso, letrado y devoto, muy versado en astronoma, magia y alquimia, lo que le vali, a pesar de su fe, algunas sospechas de la Inquisicin. Pero como Drake, el hereje, era ms amenasador aun para los interese de la Corona de Espaa, Francisco de Toledo puso bajo el comando de Sarmiento dos fragatas, la Nuestra Seora de la Esperanza y la San Francisco. Esta ltima tena por capitn al almirante Juan de Villalobos. Segn las instrucciones del Virrey, las naves haban sido bien equipadas. Deban "descubrir" el Estrecho de Magallanes, tomar posesin de l en nombre de Su Majestad y estudiar sobre el terreno el proyecto de bloquear el paso. Deban anotar todo lo que descubrieran, y al dar cuenta de ello, averiguar la vida de los indgenas y tratarlos lo mejor posible. Y, "si llegaban a encontrar a Drake, que lo capturen , maten o desagan", aun cuando la lucha fuera arriesgada para la expedicin. Por fin, deban dirigirse a Espaa "para dar cuenta de la ejecucin y de cumplimiento de sus instrucciones ante Su Real Persona y el Real Consejo de Indias.
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As fue como Sarmiento y Villalobos partieron del Callao el 11 de octubre de 1579. El 19 de noviembre se encontraban a la altura del Golfo Trinidad (49,9,S). Desde las dos bahas vecinas de Puerto Rosario y Puerto Bermejo exploraron todo el archipilago Madre de Dios con una chalupa y diez hombres. Hasta el final de las operaciones de reconocimiento, los buques permanecieron en Puerto Bermejo, mientras Sarmiento exploraba en chalupa todos los canales martimos hasta la pennsula Zach, buscando un paso para entrar al Estrecho sin correr los peligros del mar abierto. El 21 de enero de 1580, las dos naves, ms un bergantn construido entretanto con los medios de que podan disponer, volvieron a partir por el ocano en busca del Estrecho. Pero, desde la primera noche de navegacin, se elev una violenta tempestad y el San Antonio fue arrastrado hasta ms alla de la Tierra del Fuego. El 21 de febrero estaba de vuelta en Valdivia. Por su lado, la fragata de Sarmiento se hallaba en estado lamentable, con los cables podridos y molidos, las anclas perdidas y la tripulacin fatigada, desesperado ya de encontrar la entrada del Estrecho y falta de confianza en su jefe. Pero Sarmiento estaba determinado a perseverar hasta el fin, a "descubrir el estrecho o perder la vida buscndolo, y a esto no tengo nada que agrgar sino que en un instante nos hacemos a la vela". La Nuestra Seora de la Esperanza se encontraba entonces de lleno en el Estrecho tan buscado, pero tardaron largo tiempo en darse cuenta de ello, de tal manera es confusa y labern tica su salida por el Oeste. Hacia la mitad del Estrecho, tuvo lugar la ms solemne de las tomas de posesin, la tercera que all se verificab. Conforme a las instrucciones recibidas, Sarmiento, una vez cumplida su misin, tom el camino de Espaa, para dar cuenta d el camino de Espaa, para dar cuenta de todo a Felipe II y convencerlo de que "era tan necesario como fcil fortificar las dos costas de la primera angostura y ms tarde poblar el Estrecho". Con los viajes de Ladrillero y de Sarmiento fueron exploradas las primeras arterias martimas de la Patagonia occidental. No slo los diarios de navegacin de los dos navegantes contienen las observaciones geogrficas ms minuciosas, claras y exactas. Adems, Sarmiento nos proporciona documentos comparativos muy preciosos sobre la vida de los naturales a fines del siglo XVI. La Espaa de 1580 pensaba ms en utilizar sus descubrimientos que en realizar otros nuevos, Sarmiento, satisfecho de su primer viaje, pareca hallarse en el buen camino de la gloria. Los especialistas de la corte de Badajoz contabilizaban los gastos que iba a ocasionar la defensa del Estrecho, estudiaban los planos de las fortificaciones futuras y, entre otras medidas, proponian tender una fuerte cadena entrelas dos orillas y consideraban aun, como ltima defensa contra los agresores de Su Majestad Catlica en sus posesiones, la excomunin. El 25 de septiembre de 1581, una armada de 25 naves zarp del Puerto de San Lcar de Barrameda en direccin al Estrecho de Magallanes. Llevaba a bordo tres mil personas, una tripulacin minuciosamente escogida que deba proveer a todas las necesidades futuras. La expedicin inclua 600 soldados, que deban apoyar la conquista de los araucanos del Sur. El futuro Gobernador de Chile, Alonso de Sotomayor, los acompaaba. Diego de Flortes Valds era capitn General de la expedicin, al paso que Sarmiento no exhiba sino el ttulo de "Capitn General del Estrecho de Magallanes y Gobernador de quienes hayan de poblarlo". Adems de los mejores marinos de Espaa y de los inevitables funcionarios, el resto de la flota estaba compuesto de los futuros pobladores del Estrecho: 30 mujeres, 23 nios y hombres de todas las profesiones. Desde la partida una violenta tempestad asalt a la flota, que perdi 4 barcos y 800 personas. se necesitaron ms de dos meses para reparar el desastre, y el 9 de diciembre la flota reconstituida parta de nuevo de Cdiz. Entonces empez el ms impresionante crucero de la historia de navegacin. Todo pareca coaligarse para impedir el xito: adversidad del tiempo, motines de una parte de la tripulacin, fallas del material, incompetencia de los jefes, rivalidades mezquinas y pusilamidad de Flores Valds. La flota lleg a Ro de Janeiro hacia fines de 158. Forzosamente tuvieron que esperar en la costa brasilea la vuelta del verano austral y al fin slo dos naves pudieron tomar direccin al Sur. El mal tiempo los persigui, se deterior la moral, y para colmo,
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una violenta tempestad, en el mismo sitio de la llegada, rechaz la flota al Atlntico. Uno de los buques naufrag. No hub otra solucin que volver a las costas del Brasil. Otra nave se perdi en este trayecto. Adems, la escuadra se desorganiz, pues el Gobernador de Chile, Sotomayor, inquieto por tantas aventuras y poco interesado en el conocimiento del Estrecho, tomo el partido de dirigirse a su puesto por otra va. Con su equipo y sus 600 soldados desembarc en el Ro de la Plata, desde donde atraves las pampas y la Cordilera, considerando ms segura la ruta terrestre. La armada reducida se diriga de nuevo hacia el sur cuando una nueva tempestad la rechaz porsegunda vez hacia las costas del Brasil. Un barco naufragen el camino. Esta vez, Diego de Flores Valds, el propio jefe, a pesar del refuerzo de cuatro nuevos enviados por la metrpoli, dio medrosamente la orden de volver a Espaa. Las mejores tripulaciones no pedan otra cosa que capitular con sus jefes y con las mejores naves, Flores volvi a tomar la ruta de Espaa. Sarmiento se qued solo, con 5 barcos y ms o menos 500 personas. No tom el ttulo de jefe de la expedicin, pero nombr como reemplazante de Diego Flores Valds a Diego de Ribera, quien pas a ser General de la Armada. El 22 de diciembre de 1583, dos aos despus de su partida de Espaa, la flota volvi a zarpar del Brazil e hizo por fin un viaje sin percances hasta el Estrecho, adonde lleg el 1 de febrero de 1584. Ya era tiempo, pues una tempestad tan repentina como violenta se elev en ese momento. Hubo que anclar con urgencia cerca de Cabo Vrgenes. El viento era tan fuerte "que los cordajes vibraban como cuerdas de violn a punto de romperse". La gran baha que protega, a pesar de todo, a las naves, pareca un lugar favorable para la futura poblacin. Pero nada poda hacerse sin una nueva toma de posesin sobre las tierras que en adelante estaran bajo el dominio espaol. Sarmiento fue el primero en desembarcar con una brillante escolta. Eligi un valle propicio y erigi una cruz sobre el futuro emplazamiento del fuerte. Alz all tambin una horca y enterr bajo un montn de piedras el pergamino donde estaba registrada el acta de fundacin de la colonia y de toma de posesin de estas tierras. La futura iglesia deba elevarse en tal sitio. Dos das despus de estas solemnes formalidades (6 de febrero), los trescientos primeros colonos del Estrecho de Magallanes pudieron desembarcar en la playa de esta inhospitalaria regin, por lo que se extendan hasta perderse de vista las deslucidas ondulaciones de un terreno recubierto de pastos escasos y de arbustos espinosos; por lo dems, dos aos de travesa les haban informado ampliamente sobre las condiciones del clima. Una colina protega de los vientos a la futura ciudad. Las fuentes de un valle podran alimentarla. El pasto que debe acompaar a la fundacin de toda nueva ciudad se desarrollsobre el mismo terreno: se aclam solemnemente a Espaa y a Felipe II, y el servicio religioso fue celebrado en el espacio reservadoa la futura iglesia. Se delimitaron con cordeles las calles de la ciudad "que debe ser como un taller de ajedrez". Con la fiebre de la organizacin, nada fue olvidado, ni el rbol de la justicia, ni el consejo administrativo en regla. Cada cual fue provisto de una parcela de terreno. As fue fundada la primera ciudad del Estrecho, que se denomin Nombre de Jess. Faltaba ahora dedicarse al trabajo y hacer eficaz aquella serie de ceremonias, y, cuando la ciudad hubiese adquirido forma, cuando cabaas miserables se hubieran edificado a lo largo de las calles trazadas a cordel, habra que sembrar, quizas sin muchas iluciones, las semillas tradas de Espaa. Durante este perodo de actividad, la tempestad maltrataba a los barcos, excepto el ms grande, la Trinidad, que haba sido varado para facilitar el desembarco. Varias veces los barcos haban sido arrastrados hacia el Atlntico, pero volvan con el buen tiempo. Finalmente, El General de la Armada, Diego de Ribera, tom sin decir nada, con los tres mejores navos, la ruta de Espaa. Sarmiento quedaba solo con sus esperanzas y sus desilusiones, a cargo de ms de trescientas personas desprovistas de vestimenta, de provisiones, de muebles, en el extremo del mundo. Su nico navo, el ms pequeo, La Mara, en malas condiciones, era incapaz de emprender el viaje de regreso, y no poda siquiera alcanzar a la colonia espaola ms cercana.

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La ciudad del Rey Felipe.

Era evidente que Nombre de Jess no poda subsistir en esas condiciones.

Sarmiento record un paraje mejor, encontrado cuatro aos antes, hacia la mitad del Estrecho donde hallaran un buen puerto, bien abrigado, con una playa, bosques y un riachuelo, y donde sera fcil pescar y cazar. Haba que encontrar este lugar. Mientras La Mara, incapaz de llevar ms de cincuenta hombres, se haca a la mar, Sarmiento y un centenar de soldados trataron de seguirle por va terrestre. Del 7 al 25 de marzo, van a recorrer caminos interminables. Acompaados de sus 80 perros, sin vestidos ni zapatos, siguen por ms de cuatrocientos kilmetros una playa en la que no encuentran ms que una marga subsistencia de mariscos y aves de mar. A pesar de los discursos emocionales y promisorios del jefe, estn a punto de amotinarse, cuando una chalupa de La Mara viene a su encuentro y les anuncia que el navo esta anclado en el lugar de la cita, la Punta Santa Ana. Aparentemente, el lugar es favorable. No hay necesidad de buscar ms lejos. En el estado de misera en que se encuentra, la pequea tropa se vera en serias dificultades si prolonga la bsqueda en medio de esos escarpes de rocas y de esos bosques impenetrables que contrastan con el aspecto desnudo de la primera colonia. El ceremonial solemne de la toma de posesin en forma por Vuestra Majestad se repite. El lugar es despejado de rboles; la cruz, la iglesia y el rbol de justicia ocupan su lugar. Las calles son trazadas a cordel y se nombra un concejo. Como los naturales de esta regin son poco seguros, la nueva ciudad es fortificada y puede contar con la defensa de sus caones. En pocos das la ciudad del Rey Felipe ha surgido del bosque. Sarmiento puede estar satisfecho. Nolo est, sin embargo, pues piensa en lo que el porvenir reservar a este puado de hombres, privados de vveres, de vestidos y de calzado en los comienzos de un invierno que se anuncia desde abril por una abundante nevada. Estas sombras perspectivas tampoco escapan a los colonos. Fomentan una revuelta, pero antes de que estalle, su promotor, Antonio Rodrguez, es decapitado, y su cabeza expuesta, como ejemplo en el rbol de la justicia. En la ciudad magallnica del Rey Felipe, no se deba dudar de la energa del jefe. El 25 de marzo, con 30 hombres, Sarmiento se embarca a bordo de La Mara para hacer una visita a la primera colonia y traer armas y municiones para la ciudad del Rey Felipe. Pero lo que aprende, aun antes de desembarcar, no es para tranquilizarlo: un hombre ha sido colgado pues ha intentado asesinar al lugarteniente de Sarmiento; los colonos sufren y se quejan. Mientras Sarmiento, desde la borda de su navo, recibe sus quejas, una tempestad repentina se levanta; las amarras se rompen y La Mara es rechazada hacia el Atlntico contra toda previsin, y se encuentra veinte das ms tarde en la capital brasilea. Qu pensar de tal suceso?Ser una huida ante el fin trgico previsto desde mucho tiempo antes, y la tempestad no ser sino un pretexto bien recibido Sarmiento no volvo nunca a las colonias magallnicas. De Ro trat de enviarles algunos socorros, pero el navo de refuerzos no llego jamas al Estrecho. Quizo equipar un segundo barco, pero no lo pudo. Quedaba slo recurrir a Espaa. Sarmiento decido hacer el viaje, pero durante la travesa, el corsario ingles Walter Raleigh, le hizo prisionero y lo llev a Inglaterra, donde la reina Isabel le devolvo su libertad. Fue por poco tiempo, pues Sarmiento fue de nuevo capturado, esta vez por los hugonotes franceses, y encarcelado durante dos aos. Finalmente fue rescatado por Felipe II. Que sucedio con lo 293 colonos abandonados a su suerte en dos puntos del Estrecho de Magallanes? Hostigados por el hambre y por el fro invierno austral, los colonos de Nombre de Jesus, bajo las rdenes de Andres de Viedma, tomaron la ruta de tierra para tratar de alcanzar a la ciudad del Rey Felipe, adonde llegaron hacia la mitad de agosto de 1584. Ellos esperaban un lugar menos desamparado, en el cual pudieran vivir juntos a la espera de algn socorro. Pero pronto Viedma debi rendirse ante la evidencia: sera la muerte para todos si toda esa masa de poblacin permaneca en la ciudad del Rey Felipe. Enva, pues, a todos los soldados, 200 aproximadamente, a
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Nombre de Jess. Un ao de sufrimiento y de muerte transcurre todava en las dos colonias. Ninguna nave aparece a la entrada del Estrecho. Los colonos de la ciudad del Rey Felipe construyen dos rsticos barcos para tratar de regresar allugar de aquellos otros que pueden contener unas cincuenta personas. Una de las dos embarcaciones se destroza contra la costa a gran distancia del punto de partida, pero los ocupantes son salvados. Afines de 1586, los sobrevivientes, una veintena, resuelven tomar a su vez el camino de Nombre de Jess, que creen ya socorrida. El camino est jalonado con los cadveres de los 200 soldados que haban partido el ao anterior. Cuando la tropa frentica llega a la Baha Posesin, el 7 de enero de 1587, hay tres barcos en el Estrecho. Al da siguiente, bajan una embarcacin que se dirige a tierra para ver quienes son esos errantes inslitos. Son los navos del Corsario ingls Cavendish, ilustre mulo de Drake, saqueador de los galeones y delas ciudades espaolas de la costa del Pacifico, quien ofrece repatriar a los desgraciados al Per. Uni slo acepta de buenas a primeras. Los dems vacilan largo tiempo en confiarse a un navo hereje. Y cuando al fin deciden aceptar la oferta, es demasiado tarde: un fuerte viento acaba de levantarse y Cavendish ha ordenado izar las velas. Ya se alejan los barcos, dejando a los desgraciados espaoles condenados a la muerte. Poco despus, Cavendish llegaba a la ciudad desierta del Rey Felipe. Los cadveres estaban todava en las casa "donde murieron como perros". A pesar de todo, hasta los ltimos das que precedieron el abandono, y despus de tres aos de miserias, se haba aplicado una justicia severa, y del patbulo colgaba an el cuerpo de un ajusticiado. La fortaleza como sus cuatro bastiones estaba en ruinas. Hombre prctico, Cavendish se apoder del nico bien utilizable: los cuatro caones de fierro que los espaoles haban enterrado en el momento de su partida. Los corsarios permanecieron algunos das en la ciudaddel Rey Felipe para rehacer su provisin de agua y de lea. Cavendish denomin a ete lugar Puerto del Hambre, nombre que deba conservarle la posteridad. Despus de 53 das de navegacin por el Estrecho, desemboc en el Pacifico para continuar sus incursiones en las costas de Chile y Per. En cuanto a Tom Hernandez, el nico que se escap de a ciudad del Rey Felipe, aprovechando su papel de intrprete y parlamentario, se escap del navo ingls en la baha de Quintero, cerca de Valparaiso. Soldados y Misioneros. En esta poca, los holandeses, tratando de liberarse dela dominacin espaola,

buscaban en el Norte de Europa y de Asia e pasaje que le dara tambin acceso a las riquezas de las Indias. En sus tentativas encontraron tantas dificultades que, siguiendo el ejemplo de los corsarios ingleses, Drake y Cavendish, tomaron la ruta del estrecho de Magallanes, con la esperanza de saquear, de pasada, como ellos, a las naves espaolas. La primera expedicin, llamada "de los cincos barcos de Rotterdam", fue equipada por los Estados Generales de Holanda y tena por misin saquear las poseciones espaolas y portuguesas de las dos Indias. Las cinco naves, colocadas bajo la direccin de Sebald de Weert y Simn de Cordes, salieron de Texel en 1598. Las relaciones de este viaje dan detalles numerosos sobre los indgenas encontrados. El mismo ao, la expedicin de Van Noort, que tena la misma misin que la precedente, se encontraba tambin en el Estrecho: los holandeses recibieron una acogida brutal de parte de los fueguinos. Unos y otros se masacraron recprocamente. Al relato de Van Noort se debe la creencia, que no carece quiz de fundamento, en el canibalismo de los fueguinos. En 1613 tuvo lugar una nueva expedicin de corsarios holandeses, bajo las ordenes de Georges de Spilberg. Las dificultades de la travesa del Estrecho estaban por amilanar a la flota de Holanda en su empresa de intercepcin de las fuentes de riquezas espaolas, cuando un descubrimiento importante les permiti volver a sus antiguos proyectos.

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Jacobo le Maire era hijo de un rico comerciante de la ciudad de Hoorn. Con la intencin puramente comercial de sustraer algunos asuntos privados de la tirana de la Compaia Holandesa de las Indias Orientales, que tena el privilegio exclusivo de la travesa por el Cabo de Buena Esperanza y por el Estrecho de Magallanes, buscando un nuevo pasaje por el Sur, descubri, en 1616, el Estrecho que lleva su nombre y desemboca en elCabo de Hornos. As se conocieron para siempre las formas y los lmites de la Tierra del Fuego. El descubrimiento de este nuevo paso, ms corto y ms facil, que abra a la navegacin unos mares y acaso continentes sobre los cuales Espaa pretenda tener derechos, alarm a la Corte de Madrid. Organiz inmediatamente una nueva expeicin, bajo las rdenes de los hermanos Nodales. Estos se limitaron a rehacer el viaje de Le Maire y a volver a bautizar los descubrimientos holandeses. Desde el punto de vista que nos interesa, esta expedicin fue, sin duda, la primera en traer a Espaa documentos de historia natural y objetos utilizados por los fueguinos. Otro almirante holands, Jacobo IHermite, en 1624, puso a prueba el podero martimo de su pas. Una flota de 11 navos, de 300 caones y equipado con 1.700 hombres, fue organizada por Mauricio dOrange, que pretenda con ella conquistar al Per. En el curso de su viaje por el nuevo Estrecho, encontr algunos indgenas en las costas de Tierra del Fuego, sobre los cuales su juicio es tan somero como definitivo: "estos salvajes se aproximan ms a los animales que a los hombres: fuera que despedasan a los hombres y devoran su carne cruda y sangrienta, no se nota en ellos la menor huella de religin ni de polica". Un tal juicio se adelanta en los siglos y cas en trminos idnticos al de Darwin. La ltima expedicin holandesa, la de Brouwer, trato de valerse de otro medio: sublevar a los indgenas contra los espaoles. Brouwer reconoci en su travesa que la Tierra de los Estados era efectivamente una isla y no formaba parte de ningn continente. Su incursin no tuvo ms que un efecto muy limitado a Chilo y Araucana. Los comienzos del siglo XVII y el largo perodo que va a seguir estn marcados por una intensa actividad de descubrimiento en toda la costa occidental de la Patagonia. Las causas de este movimiento son muy diversas. Una de las ms influyentes fue quisz la busqueda de la fabulosa ciudad de los Csares. Se deca que una tierra de suelo frtil y rico se hallaba poblada con descendientes de espaoles que haban remontado desde el Estrecho de Magallanes hasta 41 de latitud Sur. Esta leyenda estaba, seguramente, fundada en el desastre de la flota del Obispo de Plasencia, en 1536, o quizs en el desgraciado ensayo de Sarmiento. Otras leyendas se mezclaban confusamente a sta. Se contaba, por ejemplo, que un Eldorado haba sido descubierto en 1530, en las faldas orientales de la Patagonia por uno de los capitanes de la expedicin de Sebastan Cabot. Incas fugitivos haban encontrado ah refugio, y, si duda, en esta misma regin maravillosa se haban refugiado los espaoles despus de la destruccin de las ciudades del Sur, como Osorno y otras, en 1601. Cualquiera que fuese su origen, la leyenda de la Ciudad de los Csares suscito empresas de conquistadores vidos de enriquecerse y de misioneros que pensaban descubrir nuevas poblaciones que catequizar. Los gobiernos de Lima, de Santiago, de Buenos Aires, y aun la Corona de Espaa, a pesar de no creer mucho en las leyendas de las fabulosas riquezas, no se desinteresaban, sin embargo, del hecho, creyendo, efectivamente, que ciertos puntos del territorio austral deshabitados y apenas conocidos, pudiesen estar ocupados por enemigos. Por otra parte, la conquista espaola, durante largo tiempo an inestable en la Araucana, se haba extendido ms al Sur hasta la isla de Chilo. Dos fuertes espaoles fueron construidos en la isla Grande: Chacao y Castro. Estas dos ciudades seran en adelante puntos avanzados de vigilancia sobre los territorios del Sur, y un centro de partida ms accesible para las futuras expediciones de reconocimiento. La primera expedicin que parto de Chilo fue una misin religiosa. El superior religioso de la provincia de Chile era el padre Diego de Torres, quien design para evangelizar las islas del archipilago de Chilo a los P.P. Melchor Venegas y Juan Bautista Ferrufino. Se embarcaron en octubre de 1608 en un navo chilote, que
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llevaba cada ao a Valparaso un cargamento de indios esclavos. Los que eran objeto de este comercio no eran otros que los indios que vivan en los contornos del Golfo de Penas. La actividad religiosa de estos misioneros nos la cuenta el P. Pedro Lozano, en su Historia de la Compaia de Jesus en la provincia del Paraguay (1755), segn las cartas anuales del P. Diego de Torres, quien era informado, a su vez, por los misioneros. Despus de dos aos de etada en Chilo, los dos religiosos fueron llamados a Santiago. Luego el P. Venegas volvi a Chilo con un nuevo compaero, el P. Mateo Esteban. Los dos misioneros trabajaron desde 1611 hasta 1614 en el archipilago de Chilo, las islas Guaitecas y Chonos. Desgraciadamente, muchos de los documentos relativos a sus actividades son poco explcitos y los ms interesantes han desaparecido. Las notas y los informes fueron entregados a la Casa de los Jesuitas de Lima. Sabemos tan slo que el P. Esteban aprendi el idioma de los indios Chonos, tradujo plegarias, redact un catecismo parael uso de los indios dispersos en las islas. Venegas y Esteban llevaron a cabo tres misiones lejanas entre los Chonos. Utilizaban el material de navegacin de los indios convertidos que los acompaaban, es decir, la piragua hecha de tres tablas de ciprs ensambladas con lianas. Era realmente una expedicin extraordinaria a travs de esas islas desheredadas, minuciosamente reconocidas, exploradas, en busca de indios Chonos. Al P. Venegas no le inspira confianza esta mar interior: ... " el mar de este pas es loco, y mslocos an son los vientos: ahora el mar est como una taza de leche y en el instante despus la tempestad alla con furia". Los escasos documentos que nos quedan despus de estas expediciones contienen pocas notas puramente geogrficas, pero s observaciones muy equilibradas y ntidas sobre la esterilidad de este pas, "en el cual podemos extraarnos de que los raros y pobres habitantes puedan mantenerse con vida y no desaparecer". Ay!, ya estaban en vas de aquello, pues no queda ni un solo Chono en nuestros das. Las observaciones de losmisioneros los describen como seres pacficos ("La naturaleza, por el hecho de haberlos relegado a los confines del mundo, los ha librado de la codicia y de los defectos que dominan en los pases ms aventajados"), y dan algunos detalles sobre su modo de vida. Sabemos pocas cosas sobre lo que sucedi a las misiones de Chilo a partir de 1614. Los dos padres fueron llamados a Concepcin y de ah, el P. Venegas, con todos los documentos de su misin, se dirigi a Lima. Las expediciones posteriores entre los Chonos, y en particular las de P. Agustn Villaza, no agragan ningn nuevo detalle. Afines del siglo XVII, una expedicin, militar esta vez, nos muestra hasta que punto los espaoles teman una intrusin extranjera en los territorios del Sur. Como contara un indio de Chilo, que unos extranjeros se haban establecido en los archipilagos, el Gobernador de Chilo envi una expedicin, al mando de Bartolom Daz Gallardo. Se trataba de un reconocimiento de poca envergadura, de acuerdo con los recursos de la isla: comprenda 7 embarcaciones chilotas, con una tripulacin de 30 espaoles y 40 indios. Durante su largo periplo a travz del mar interior de Chilo, de las Guaitecas y de los Chonos, capturaron algunos indios, para obtener de ellos datos sobre los posibles invasores. Como la expedicin no poda contornear, con medios tan precarios, la temible pennsula de Taitao, atraves por tierra el itsmo de Oqui y continu sus bsquedas costeando el Golfo de Penas. El viaje dur ms de un ao (1674-1675) y no aport ningn hecho nuevo. Habra podido dar lugar a observaciones interesantes, pero la relacin de Gallardo es muy confusa y ofrece poco inters. La expedicin siguiente de Antonio de Vea (1675-1676), organizada con los mismos fines y con los mismos medios, ha dejado un diario an ms confuso que el precedente, y, adems, las distancias recorridas estan exageradas y las estimaciones de la rutas exploradas son calculadamente inexactas. Es evidente que ni Gallardo ni Vea alcanzaron el paralelo 48, y que estas dos expediciones no adelantaron gran cosa en el conocimiento geogrfico de la regin. Otra expedicin, dirigida por Pascual de Iriarte, deba de reunirse con la de
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Vea en el Estrecho de Magallanes, pero dspus de serias dificultades en la Islas Evangelistas, fue obligada a regresar a Chilo. Antes del tratado de 1677, las relaciones entre Inglaterra y Espaa haban estado lejos de se cordiales; mejoraron a continuacin, pero con reticencias recprocas justificadas. Un ingls, John Narborough, pudo, con toda tranquilidad, efectuar en 1670 un viaje de exploracin en el estremo Sur. Fue un trbajo pacfico y muy importante de hidrografa e historia natural y una gran parte se dedic a las observaciones sobre la vida de los indios del Estrecho y de los archipilagos. Sin embargo, Espaa estaba inquieta con esas incursiones extranjeras por los dominios de su Corona. El viaje Narvorough, y, sobre todo, las giras de losfilibusteros que pasban por el Estrecho, haban dado la voz de alarma: el contrabando y el pillaje amenazaban la seguridad del comercio. Los filibusteros y los navos ingleses y espaoles que les daban caza, as como las flotas de las naciones que los sostenan, fueron a menudo obligados por las fortunas del mar a vivir largos meses en los archipilagos, y los raros testimonios que de ellos nos quedan son de un inestimable inters. El tratado de Utrecht, de 1713, que puso fin a la guerra de sucesin, dejaba a Espaa mutilada y a Inglaterra gananciosa por ciertas clusulas martimas y coloniales. Inglaterra habaobtenido el privilegio de importar esclavos negros a las colonias espaolas de Amrica, y el libre trnsito de un barco de 500 toneladas, una vez al ao, por esas mismas colonias. Estos privilegios originaron abusos que debilitaron de manera singular el comercio espaol con sus posesiones de Amrica. El contrabando ingls era en todas partes bien acogido y protegido. Espaa trat de reprimirlo: tal fue la causa de un nuevo conflicto que estall en 1739. Se supona que la flota del Almirante Anson dara fcil cuenta de los barcos espaoles. Ms las tempestades del Cabo de Hornos se encargaron de dispersar las dos Armadas tan poderosamente equipadas la una como la otra. Este suceso no habra tenido ninguna relacin con el descubrimiento de los archipilagos, si uno de los navos ingleses no se hubiera despedazado contra las rocas de una de las islas Guayaneco el 14 de mayo de 1741. Los nufragos, un centenar, se rebelaron cas unnimente contra el Capitn Cheap, comandante del Wager, el buque naufragado que a todo precio deba de reunirse con el Almirante Anson en las islas de Juan Fernndez. A esta solucin, 80 amotinados prefirieron laincreible tentativa de llagar al Brasil por el Estrecho de Magallanes, con la ayuda de tres pequeas embarcaciones sin puentes. El viaje de estos hombres harapientos fue una de las ms aventuradas odiseas de la historia de la navegacin: sin vveres, en barcas en mal estado, alimentndose a su paso con los perros de los indios, llegaron, despus de 8 meses deluchas y de sufrimientos increbles, al Brasil. En cuanto al Capitn Cheap, no pudo conquistar para su causa sino a unos 12 hombres que necesitaron 13 meses de asombrosas aventuras para atravesar los pocos cientos demillas que los separaban de Chilo. Slo cuatro de ellos llegaron vivos a la meta y se entregaron prisioneros a los espaoles. Entre ellos se encontraba el joven guardiamarina John Byron, quien 20 aos despus debera dirigir otra Expedicin al Estrecho. Las narraciones de los nufragos del Wager proveen datos preciosos sobre la vida de los indgenas, entre los que vivieron durante largos meses, compartiendo sus miserables condiciones de vida. En particular, debemos al relato de Byron documentos de alto valor sobre la vida de los alacalufes y de los chonos, gracias a los cuales los nufragos ingleses pudieron salvar la vida. Los espaoles doblaron la guardia. Enviaron a los archipilagos de la Patagonia Occidental expediciones de vigilancia, gracias a las cuales avanz un tanto el conocimientode esas regiones. Desgraciadamente, los resultados delos trabajos de Miguel de Orizuela y de Mateo Abraham (1750), de Pedro Mancilla y de Cosme Ugarte (1768) no fueron jmas publicados. Sera necesario buscarlos en los archivos de la Marina espaola. Por otra parte, los resultados obtenidos por la ltima expedicin no debieron de satisfacer a los espaoles, pues, a fines de 1768, el Gobernador de Chilo puso en camino una nueva comisin encargada de explorar el archipilago austral y el Estrecho.

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La goleta Nuestra Seora de Montserrat parti de Chacao el 17 de diciembre, bajo el mando de Jos de Sotomayor, acompaado del piloto venezolano Francisco Machado. Como de costumbre, el viaje se efectu entre las Guaitecas y los Chonos y luego por la laguna San Rafael. Para atravesar el istmo de Ofqui, la expedicin hizo uso de piraguas chilotas y estas mismas embarcaciones sirvieron para explorar los archipilagos Guayaneco. Las islas Ayautau, la extremidad norte del canal Messier y el canal Fallos hasta la isla Campana. Si bien los datos geogrficos e hidrogrficos de Machado son infinitamente preciosos, abundantes y precisos, en cuanto a las poblaciones indgenas que encontr, no nos dej sino unas pocas observaciones. Su expedicin termin en junio de 1769. Los misioneros establecidos en Chilo hicieron, hacia fines del siglo XVIII, algunas expediciones por los archipilagos. Hy que sealar, entre otras, la inestable relacin del P. Garca Mart sobre su viaje a "la nacin Calen", es decir, entre los indios que vivian al suroeste del Golfo de Penas (1766). Entre otros, los informes sobre la vida religiosa son detallados: el P. Garca describe minuciosamente y sin interpretarlas, algunas escenas de "brujeras" que lo haban impresionado particularmente. Por otra parte, inconsientemente y luchando por la buena causa, el P. Garca Mart, que aplic "los mtodos de reduccin" recomendados por su Orden1 , contribuy a depoblar las islas Chonos y Guaitecas en beneficio de la misin de Chilo. Cuando los jesuitas fueron expulsados de los Virreinatos espaoles, los franciscanos ocuparon su lugar en la misiones de Chilo. Los PP. Benito Martn y Julin Real hicieron, en 1778, una expedicin a los archipilagos del Sur. Cuando llegaron al Canal Fallos, fueron recibidos sin amenidad por los indios alacalufes. Sin embargo, pudieron convenser a uno de ellos para que los siguiera a la misin de Chilo". Al ao siguiente, los PP. Francisco Menndez e Ignacio Vargas hicieron una expedicin a la misma regin en solicitud de indios gentiles. * * *

Con el tratado de Pars, Francia perdi casi todo su imperio colonial. Luis Antonio de Bougainville era, en el Canad, oficial de dragones y ayuda de campo de marqus de Montcalm. Luego del tratado, cambi su ttulo de coronel por el de capitn de fragata, con el fin de crear en la islas Malvinas un centro de colonizacin francesa. Fund, en 1764, la modesta colonia de Port-Louis. Al ao siguiente, hizo un viaje al Estrecho para traer madera de construccin y cepas de rboles que necesitaba la colonia de Port-Louis. Pero, 1766, la soberana de la Malvinas fue imperiosamente reclamada por Espaa, y Bougainville fue encargado por Luis XVI del traspaso de la soberana. Esto dio ocasin a un nuevo viaje al Estrecho, en 1768, y all, antes de emprender su viaje alededor del mundo, Bougainvile se puso en contacto con los indios de Puerto Galant. A principios de 1765, Byron, el antiguo oficial de la flota Anson, ahora Comodoro, se diriga hacia las Indias Orientales con la fragata Dolphin y la corbeta Tamar; pero el objetivo secreto de su viaje era la exploracin clandestina delos mares del Sur. El Amirantazgo planeaba apoderarse de las Islas Malvinas. Los dos navos ingleses se encontraron en el Estrecho de Magallanes, al mismo tiempo que el Aigle de Bougainville. Al regreso de Byron (1766), el Dolphin fue puesto inmediatamente bajo el mando del capitn Wallis y volvi a tomar, en compaia del Swallow, la ruta del Estrecho. Los relatos de Wallis y de Byron tienen interesantes descripciones ela vida de los indgenas y de sus realciones amistosas con la tripulacin. Expediciones cientficas a Magallanes. Wallis y Carteret estaban todava en el Hemisferio Sur, cuando la Sociedad Real de Londres equipaba la expedicin del Endeavour, bajo el mando del capitn Cook para observar en Tahiti el paso de Venus sobre el disco solar. Fue en el curso de este primer viaje, en 1769, cuando Cook
1 En 1608, Felipe III encarg a los jesutas del Paraguay establecer su autoridad sobre los indios. Fundaron centros de evangelizacin y de colonizacin llamados reducciones. Los mismos mtodos fueron empleados en otras partes de Amrica del Sur. Los Nmades del Mar en Libros Biblioteca Territorio Recursos Ser Indgena http://www.serindigena.cl/territorios/recursos/biblioteca/libros/f_nomades.htm

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descans en los parajes del Cabo de Hornos. Un segundo viaje, en 1774, esta vez con la Resolution y la Adventure, permiti a Cook reconocer la zona entonces desconocida, en la cual se supona la existencia de un Continente Austral. Fue aqul uno de los viajes ms notables de todos los tiempos en l Cook visit de nuevo las islas ms australes de Tierra del Fuego. En la relacin de sus dos primeros viajes, Cook nos ha dejado extensas descripciones sobre los naturales de la regin. Si bien los detalles de la vida material de los seres humanos han sido bien captados, el juicio sobre este pueblo es sumario. "su vida afectiva, escribe, se acerca ms a la de los brutos que la de cualquiera otra nacin". Cook perpetu, por su parte, la idea ya emitida por Jacobo IHermide, sobre el canibalismo de los indios. Es de notar que en todos estos relatos se recalca que los indios de los Archipilagos o del Estrecho perdieron el siglo XVIII la agresividad que haban a menudo manifestado contra la tripulacin de los buque. Llegaron a se, a la vez, deferentes y ms desconfiados. Hacia fines de 1785, con el fin defacilitar el trfico comercial entre Espaa y sus colonias, la fragata espaola Santa Mara de la Cabeza, bajo el mando de Antonio de Crdova, inici la primera exploracin minuciosa del Estrecho. Durante largos meses, los oficiales de este barco estuvieron en relacin con los alacalufes de Puerto Galant y de Port-Famine. Estaban sorprendidos de "lo que despus de dos meses y medio de permanencia continuada conlos indios, y a pesar de sus esfuerzos, no pudieron recoger sino pocos datos" y que " otros viajeros pudiesen adquirir en dos o tres das conocimientos definitivos sobre las costumbres, las leyes, la religin y aun sobre el idioma de los indgenas". A pesar de ser escasos, los datos y las observaciones anotadas en la relacin del viaje provienen de una investigacin minuciosa hecha con real objetividad sobre la vida de los indgenas, sus vestimentas, sus canoas, sus habitantes, sus procedimientos de caza y pesca,etc. Se tomaron algunas medidas antropolgicas. Se complet este precioso documentocon elensayo sobre la vida psicolgica de los diversos grupos humanos del extremo sur, sus relaciones y sus conexiones recprocas. Como el gobierno espaol hallara insuficientes los datos recogidos por la expedicin de la Santa Mara de la Cabeza, otra expedicin cientfica fue confiada a un marino italiano al servicio de Espaa, Alejandro Malespina, que deba de configurar las cartas del Estrecho de Le Maire y de la regin del Cabo de Hornos (1793). Los trabajos hidrgrficos y geogrficos ms interesantes de esta poca sobre los archipilagos situados entre las islas de Chilo y el sur del Golfo de Penas, son los de Moraleda y Montero. Los recorri durante cuatro aos (1792-1796) con embarcaciones y remeros chilotes. Los informes obtenidos sobre las poblaciones son los de un hombre que las ha frecuentado, conocido y comprendido ntimamente. Trat a su vez de descubrir, despus de tantos otros, la misteriosa Ciudad de los Csares. Las expediciones de los cazadores de focas y delos balleneros y las expediciones de descubrimiento antrtico recalaron en el Estecho o en los archipilagos. Entre los diarios de a bordo que contienen algunas indicaciones sobre la vida de los indgenas, hay que citar el de Weddell (1823) y de J. Clark Ross (1842). En cuanto a las dos expediciones de Morell (1823 y 1825), sus descripciones ednicas de los Archipilagos del Oeste pueden dejarnos escpticos sobre la veracidad de su relato, y aun sobre la autenticidad de sus viajes. De todos los trabajos que en esta poca llevaron al conocimiento geogrfico de los archipilagos, los ms importantes y los ms completos son incontestablemente los de los capitanes Parker king y Fitz Roy. La primera expedicin dur tres aos (1826-1830). En 1831, en el curso de su viaje alrededor del mundo, Fitz Roy, esta vez acompaado por Darwin, volvi a Tierra del Fuego para traer de regreso a tres jvenes indios (2 alacalufes y un yagn), que haba llevado, muy contra su voluntad, en su primer viaje para educarlos en Inglaterra. A partir del momento en que Chile ocup los territorios de la Patagonia Occidental (1842), la vida del estrecho adquiri un carcter propio y definitivo. Punta Arenas, primero colonia penitenciaria, crece lentamente y se transforma enel centro de la vida econmica austral, cuyos territorios son valorizados. Las expediciones
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hidrogrficas, los estudios del inmenso litoral magallnico y los reconocimientos que efecta peridicamente la marina chilena, hacen avanzar, sobre todo entre 1880 y 1914, el conocimiento de los archipilagos. Los documentos humanos recogidos a lo largo de estas expediciones son de valor desigual. A veces los encuentros con indios son mencionados como simples sucesos episdicos; otras veces las tripulaciones recogen observaciones ms completas, hasta vocabularios. Desgraciadamente, la huella de una nueva civilizacin en la "tierra de los indios" coincide con la desaparicin de stos. No obstante, las expediciones cientficas extrangeras conservan la libertad de entregarse a sus investigaciones en aguas chilenas. Son especialmente numerosas en la segunda mitas del siglo XIX. La mayor actividad cientfica recae entonces sobre la Tierra del Fuego. Todas las naciones se encuentran all representadas. En 1855, es la expedicin de Parker Snow; de 1866 a 1869, la corbeta inglesa Nassau explora la parte occidental el Estrecho y los archipilagos del Oeste, al mismo tiempo que la corbeta italiana Magenta. Los trabajos cientficos ingleses fueron reiniciados en 1879 por el Alert, que pas ocho meses en el archipilago Madre de Dios, seguido en 1882 por la Sylvia. La marina italiana, por su parte, continu sus trabajos cientficos, enviando tres misiones, la de Vittorio Pisani, del Cristforo Colombo y del Caracciolo. Hay que sealar tambin la expedicin alemana del Albatross en los archipilagos y la de la Romanche, en 1882, en el sur de la Tierra del Fuego. Se realizaron muchas expediciones de menor envergadura que tenan por objeto los aspectos variados de las ciencias naturales, la misin sueca de Nordenskjld, la misin del museo Carnegie, la expedicin del Blgica, las de Steffen, Furlong y Skottsberg, para no citar sino las principales. Todos los problemas botnicos, geolgicos, zoololgicos, paleontolgicos son estudiados o abordados; slo el hombre de tierra del Fuego y de los archipilagos tiene, para la mayora, un inters menor. CAPTULO SEGUNDO

EL MUNDO DE LOS ARCHIPILAGOS 1. ROCAS, BOSQUES Y PANTANOS Soledades. La extremidad austral del Continente Americano se divide en dos mundos bien distintos: al Este el lado atlntico, las inmensas Pampas de la Patagonia que se prolongan hasta Tierra del Fuego: al Oeste, bordeando el pacfico, las alturas rocosas de los Andes que terminan en el Ocano con un fantstico desparramiento de islas y de islotes montaosos. Glaciares completamente inexplorados forman un obstculo infranqueable entre las dos vertientes, que, por ms de 12 grados de latitud, no se comunican sino por la nica ruta martima del Estrecho de Magallanes. Punta Arenas, la ciudad ms austral de Chile, y tambin del mundo, est situada sobre la costa norte del Estrecho en el lmite de los territorios martimos, montaosos y boscosos del Oeste de las Pampas del Llano atlntico. Tiene 36.000 habitantes. 350 kilmetros ms al norte, tambin en los lmites del bosque y la estepa, la pequea ciudad de Natales alinea sus pocos centenares de casa de zinc ondulado a lo largo del Seno de Ultima Esperanza , una especie de callejn sin salida al mar, completamente alejado del trfico de los buques. En Tierra del Fuego los nicos ncleos e poblacin son la ciudad chilena de Porvenir, al borde del Estrecho, centro de una regin de crianza de animales, que cuenta conunos dos mil habitantes, y, en el extremo meridional de la gran isla, la antigua penitenciara argentina, Ushuaia, conservada en vida, gracias a la creacin de una base naval, de algunos aserraderos y pequeas industrias de conservas de pescado y mariscos. Su poblacin es de dos mil habitantes.

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Estos centros de poblacin, con excepcin de Ushuaia, estn situados en la frontera de las regiones de crianza de animales, hacia la cual tienden todas sus actividades. Constituyen el lmite extremo a que ha alcanzado el hombre blanco en estas regiones. Ms alla, se penetra en el mundo desierto de los archipilagos. Al oeste de los 2000 kilometros, a lo largo de los cuales se despliegan la extremidad de la cadena andina, se extienden los territorios desolados de los Archipilagos de la Patagonia, habitados solamente poe algunas descenas de indgenas, ltimos sobrevivientes de un grupo humano prximo a su total desaparicin. Algunos cazadores de pieles y pescadores, originarios de Chilo, frecuentan durante el verano la soledad de los archipilagos. Slo algunos puestos de la Armada y de la Aviacin, seis en total contando el de Evangelistas, situado en pleno Pacfico a la salida del Estrecho; una pequea mina de cal al borde del ocano, algunos miserables ranchos de calamina en la regin del Baker en el Norte y de Navarino en el Sur, estan ocupados por una poblacin no indgena. El conjunto no debe alcalzar a 400 personas, lo que corresponde a una densidad aproximada de un habitante por 450 kilmetros cuadrados: 61 alacalufes, 27 yaganes, 8 marinos o aviadores chilenos, 125 colonos y loberos de la regin de Navarino, algunos colonos del fiordo Baker y unas cuantas docenas de loberos nmades1 . Ningn otro ser humano vive en la estrecha franja insular que se etiende entre el sur de Chilo y el ltimo extremo de Amrica, el Cabo de Hornos. La densidad de la poblacin de los archipilagos correspondera para Francia a una poblacin total de 1.200 habitantes. El ambiente en los archipilagos es siniestro. Durante casi todo el ao, ahogados por los torrentes de lluvia y abrumados por la fuerza agresiva de la tempestad, son, como decia Darwin, "tristes soledades donde la muerte ms que la vida parece reinar soberanamente". Una continua capa de nubes bajas, una cortina de lluvia que borra todo contorno, los huracanes del Pacfico austral, el inmenzo glaciar patagnico, los acantilados de granito desnudo o el bosque compacto, forman los elementos habituales de este paisaje. Unos pocos das en el ao surge el sol; se crea entonces un universo nuevo. La desnudez de la roca se destaca hasta en sus menores detalles. El bosque vive con sus luces y sus sombras. El baluarte cordillerano domina el inmenso horizonte, entremezclando de tierra y de ocano y atravesando por el viento del polo. Los contornos sinuosos que en el mapa esbozan los archipilagos de Magallanes, estan lejos de evocar ese fantastico laberinto de miles de islas e islotes, de rocas a flor de agua, de canales y de fiordos, esos lagos innumerables, ese relieve submarino tan atormentado como el de las montaas. Se ha hablado de laberinto, de resquebrajaderos, palabras que sugieren imgenes, pero que no logran sino acercarse a la realidad. Slo las cartas marinas describen con exactitud esta dislocacin que se extiende por 12 grados de latitud. Las lneas de puntos y los espacios en blanco cuyo numero disminuye cada ao, nos dicen bastante sobre las incertidumbres geogrficas de esta regin.Aun los trazos llenos estn lejos de conformarse a la realidad. Los nombres ingleses, italianos, castellanos, alemanes, franceses, recuerdan las fases de una lenta exploracin que no ha terminado an. Los signos convencionales que localizan algunos de los bajos, y los buques naufragados a lo largo de la carrera, es decir, del camino conocido y marcado con boyas que siguen los navos, muestran sin frases los peligros de la navegacin. Los archipilagos son un verdadero cementerio de barcos. El borde occidental est sembrado de escollos; sera preferible afrontar la gran marejada del Pacfico austral antes de aventurarse a lo largo de estas costas, frente al mar abierto. "Se previene a los navegantes que estas costas son desoladas, imperfectamente conocidas y que es peligros acercarse a ellas", dicen las instrucciones nuticas. Por eso, los barcos que pasan por el Estrecho de Magallanes, en vez de exponerse en el mar abierto a una navegacin difcil, prefieren la "carrera" y el largo recorrido de los canales interiores.

1 Se llama loberos, en los Archipilagos de Magallanes, a los cazadores nmades de pieles, la mayor parte de ellos originarios de la isla de Chilo. Equipados con la pesada chalupa chilota, con viejos fusiles de caza y acompaados de sus perros, llevan en pequeos grupos una existencia muy parecida a la de los indios alacalufes. El trmino lobero viene de lobo marino, foca. Los Nmades del Mar en Libros Biblioteca Territorio Recursos Ser Indgena http://www.serindigena.cl/territorios/recursos/biblioteca/libros/f_nomades.htm

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Relieves.

Los archipilagos de la Patagonia Occidental constituyen una regin natural que, a lo largo de 15

grados de latitud, incluyendo a las islas de Chilo, se destaca del resto de Amrica del Sur con sorprendente nitidez. A partirdel paralelo 41, la cordillera se divide en una sere de bloques separados por inmensos fiordos, y se disloca en un laberinto de canales martimos. Este mosaico insular termina en el Pacfico con una franja de escollos. Apartir del Estrecho de Magallanes, los archipilagos que bordean la gran isla de Tierra del Fuego, as como la cordillera continental, se desvan hacia el este en un inmenso arco que desaparece el el Cabo de Hornos. Todo el lado occidental de los Andes meridionales es abrupto y contrasta singularmente con la falda que desciende hasta el Atlntico en un escalonamiento de terraplenes llamados la "meseta" patagnica. En el paralelo 41, una profunda depresin atraviesa la Cordillera del Este a Oeste y determina una ntida superacin entre los Andes propiamente dichos y los Andes de la Patagonia. Los unos y los otros son geolgica y morfolgicamente diferentes. Por lo contrario, la estructura de los Andes de la Patagonia y de los archipilagos vecinos es homognea. Las cimas de la cordillera patagnica son ms bajas que las de la cordillera principal; por ltima vez se sobrepasan los 4.000 metros en el Cerro San Valentn, punto culminante de un macizo apenas explorado en los 4635 de latitud sur. Ms al sur, las alturas principales son el Cerro Pirmide (3.380 metros) y el Cerro Fitz Roy (3.875 metros). Tres pinculos, hacia el grado 49, los Cerros Muralln, Bertrand y Aguazis todava sobrepasan los tres mil metros. Al norte del Estrecho de Magallanes, la cumbre ms alta del macizo del Paine est a 2670 metros. La altura mxima sigue descendiendo, y en la Tierra del Fuego, las cumbres ms altas, los cerros Francs, Darwin y Sarmiento, sobrepasan apenas los dos mil metros. En cuanto a los macizos montaosos y poco conocidos de las grandes islas, en particular de la isla Wellington, no parecen alcanzar los 2.000 metros. Estamos lejos de las grandes cumbres de la Cordillera principal. A pesar de estas alturas relativamente moderadas, la barrera de los Andes Patagnicos es infranqueable. La muralla verde del bosque magllanico obstruye los valles desde el nivel del mar hasta la altura de 400 metros. Ms arriba, se extiende, por unos 300 metros, una zona de rocas desnudas, de lquenes y de musgos. Ms arriba an, una gigantesca extencin de nieve y de hielo cubre la montaa e impide el paso a todo ser viviente. En las islas la sucesin de zonas de vegetacin es idntica a la del Continente. Penetrar en el interior de las grandes islas es tan imposible como atravezar la Cordillera. En todas partes las pendientes vecinas al mar son abruptas, las paredes de los valles se cortan casi a pique y la nica va de penetracin es la de las arterias martimas. El relieve submarino es, por lo dems, igualmente atormentado. En los canales angostos, los fondos estn a profundidades considerables. Por ejemplo, en un punto en el que el Canal Messier tiene dos millas de ancho, los sondajes indican 1.200 metros; en el Canal Castillo, de una milla de ancho, encontramos ms de 400 metros; 300 metros en el canal Octobn, cuyo ancho es una media milla. Estos canales corresponden a la multitud de valles estrechos y profundos del Continente y de las islas ms grandes. Parece evidente que los archipilagos pertenecen a la misma unidad geogrfica que los Andes de la Patagonia, cuya parte Occidental se habra hundido en el transcurso de su historia geolgica por razones que no han sido estudiadas an. Un unbral submarino de una profundidad casi uniforme de 60 metros y de un ancho de 10 a 20 millas separa al mundo dislocado de los archipilagos de los grandes fondos del Pacfico Sur. Sin duda representa el zcalo comn en que descansan las montaas de granito de los archipilagos y de los Andes de la Patagonia. La geologa de la Patagonia occidental es an imperfectamente conocida. Entre los trabajos que le han sido consagrados, los ms recientes y completos son los de la Corporacin de Fomento1 , Paisajes de granito.

1 La Corporacin de Fomento es un notable organismo estatal destinado a planificar los recursos industriales y agrcolas de Chile, y crear vastas empresas nacionales; entre otras, la extraccin de petrleo en Tierra del Fuego y en la costa norte del Los Nmades del Mar en Libros Biblioteca Territorio Recursos Ser Indgena http://www.serindigena.cl/territorios/recursos/biblioteca/libros/f_nomades.htm

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que ha levantado la primera carta geolgica de conjunto. Desde los macizos montaosos de la Cordillera hasta las ltimas avanzadas de islotes rocosos en el ocano, las rocas cristalinas, granitos y dioritas, constituyen, a partir del paralelo 41, un paisaje de un aspecto notablemente uniforme. Se encuentran aqu y all algunas afloraciones de esquisitos, reconocibles aun desde lejos, porque son ms despedazados que el granito y presentan aristas agudas en vez de superficies redondas. Los hay en los archipilagos de La Guaitecas y Los Chonos, en la isla Guarello, en la pennsula de Taitao, etc. Hacia el sur estas formaciones estn poco determinadas. Se las ha registrado en el fiordo Eyre, en la isla Campana, en el canal Trinidad, en la regin del Cabo Pilar, etc. Se encuentran tambin en los archipilagos algunos bancos de mrmolblanco de cristales gruesos, en diego de Almagro (antiguamente Cambridge) y en la gran isla Madre de Dios. En fin, grandes filones de carbonato de calcio son conocidos y explotados en la isla Guarello al Sur de Wellington y se encuentran en otros diversos puntos del archipilago Madre de Dios. Sus masas inmensas de un gris claro de varios centenares de metros de altura, casi enteramente desnudas, pulidas y gastadas, enteramente rayadas por anchos surcos producidos por la disolucin del calcio en el agua de lluvia, contrastan de manera impresionante con el granito sombro que se encuentra en todos los otros lugares. Son esos granitos casi negros, indefinidamente jaspeados y desolados, los que constituyen el rasgo esencial al paisaje de los archipilagos. En esta inverosmil confucin de islas, de islotes y de rocas, a lo largo de los canales y de los fiordos, por todas partes aparece la masa sombra del granito. Las playas y las terrasas son pocas, la roca aflora en todas partes. Aun cuando el bosque es espeso y desciende hasta el mar, adherido al flanco casi vertical de la montaa, deja siempre aparecer, con la baja marea, una faja rocosa de uno o dos metros. Al nivel del mar, alo largo de la costa, emergen siempre del bosque algunas rocas grises sobre las cuales la vegetacin no llega a prosperar. Ms arriba, a unas cuantas decenas de metros, el bosque generalmente es denso y forma una muralla compacta y continua. Pero no es jams tan alto como para no dejar luego lugar, hacia 50, 100 200 metros de altura, a zonas ms despejadas donde los rboles alternan con manchas de musgos y de lquenes y con desnudas grupas rocosas. Ms arriba an, la altura vriables segn la luz y la latitud, slo sigue la roca desnuda, montona, y indefinida. Cuando el canal es ancho y la vista se extiende a lo lejos por encima de la primera lnea de altura, se descubre un relieve muy gastado de forma redondeada, que desde lejos parece como un pulido. En todas partes es bien visible el paso de gigantescos glaciares que han cepillado los archipilagos. En las hendiduras entre las masas de granito circulan pequeos ros, que se transforman en cascadas de la agudas pendientes, que desaparecen un momento en la cuneta, reaparecen ms abajo y terminan por perderse en el bosque. En ninguna parte de este relieve de granito se encuentra un verdadero sistema hidrogrfico. El agua de la lluvia y de los glaciares corre sobre la superficie de la roca sin penetrarla, descendiendo al azar de las pendientes y hondonadas. Por fin, en el horizonte, a partir de una altura de 700 a 800 metros, aparece las primeras nieves eternas, cuya blancura brilla entre los grises ms o menos intensos del cielo, de la roca y el mar. Si el canal es estrecho, la vista se detiene a una altura de algunas decenas de metros, sobre una lnea de horizonte de donde parece brotar una multitud de cascadas blancas. Algunas veces, sobre la inmensa muralla sombra, una mancha ms clara marca el lugar de un alud reciente. Su color blanco rosado es el del granito que no ha sido an herido por la erosin atmosfrica. Hace miles de aos, en sus largos corredores estrechos, el antiguo glaciar acarri, transport en su masa los restos rocosos que arrancaban a los macizos que acababa de atravesar. Bajo la presin gigantesca del hielo, marcados como con escoplo en el sentido de la marcha del glaciar. Estas estras, de varios metros de largo, son bien visibles, por ejemplo, en el Paso del Abismo, algunas decenas de millas al Sur de Puerto Edn.

Estrecho. Las bsquedas en este dominio han necesitado de trabajos importantes sobre la topografa y la geologa en los

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Los antiguos glaciares de la Patagonia. La Patagonia Occidental muestra las seales de una glaciacin por lo menos anterior a la ltima, y que fue ciertamente muy importante: abrasin del suelo, bloques errticos suspendidos a veces sobre un medio costado, a veces pequeos guijarros de granito o de cuarzo en los lugares ms imprevistos, superficies estriadas, etc. Ciertas mesas rocosas, enteramente desnudas y pulidas, sembradas de bloques errticos, y sobre las cuales ninguna vegetacin, excepto lquenes, ha tenido an tiempo de implantarse, deben de prestar exactamente el mismo aspecto que cuando el ltimo fragmento de hielo desapareci de su superficie. All donde la vegetacin ha logrado intalarse, la capa de tierra vegetal es muy delgada. En ninguna parte el agua ha cavado valles y, exceptuando a los ros producidos por el deterrimiento de los glaciares actuales, ninguno ha tenido tiempo de habrir estuarios importantes. El modelado glacial de la Patagonia parece muy reciente. Es, sin embargo, difcil reconstituir la historia de las glaciaciones de los archipilagos. Carecemos de cuadros de conjunto y las inmensidades de esas soledades as como las dificultades de su acceso no han hecho posibles sino observaciones fragmentarias. La nica conclusin cierta a que conduce el examen directo de esta regin es que un continuo e inmenso glaciar se extenda, en una poca relativamente reciente, desde las altas cumbres de la Cordillera al Este hasta el Pacfico al Oeste, y del paralelo 41 hasta los ltimos islotes rocosos de la Wollaston y del Cabo de Hornos en el Sur1 . Para establecer la fecha de esta glaciacin no tenemos otro recurso que referirnos al estudio de las ltimas glaciaciones en las otras partes del mundo. Se admiten hoy que stas afectaron simultneamente en la poca cuaternaria en todas las altas latitudes del globo. En Europa del norte, la regin mejor estudiada desde este punto de vista, se distinguen cuatro glaciacionesseparadas por pocas muy clidas: los inicios de la primera se calculan en unos 600.000 aos, muy aproximadamente, y el final de la ltima, con mucho ms precisin, hace 12 15 mil aos. Esta tal vez ha durado ms de 100 aos, en el curso de los cuales se han alternado perodos rigorosos y perodos relativamente ms calidos. No hay ninguna razn para suponer que las glaciaciones del hesmiferio austral no tuvieron el mismo ritmo que las del hemisferio boreal. Este ritmo, sin embargo, es indescifrable en los archipilagos, donde no se puede observar ninguna lnea continua de morenas que hubiesen marcado en sus diferentes estados de retirada el antiguo borde occidental del gran glacial patagnico. Hay, pues, que admitir que la ltima capa glacial de la ltima glaciacin se retir muy rapidamente pues no abandon a su paso sino algunos vestigios rocosos aislados y, despus de todo, insignificantes. A causa de la topografa atormentada de los archipilagos, este retroceso debo rapidamente tomar el aspecto de una dislocacin ms que de un retiro regular, de pequeos glaciares aislados que subsistan sobre las alturas de las islas principales. De estos glaciares insulares se encuentran algunas huellas escasas. En las desembocaduras de antiguos valles glaciares, han construido a veces, como en el Ro Fro, por ejemplo, algunos montculos morenicos. Muy al sur, en la costa de la isla Navarino que mira hacia el canal Beagle, se encuentra una sere de largos cordones mornicos que se alargan paralelamente a la base de las alturas interiores de la isla. Sus alturas varan de unos treinta metros a mucho ms, quizs 80 100. Se cuentan tres o cuatrohileras de un kilmetro de largo, cuyos intervalos estn ocupados por lagunas pantanosas y por bosques quemados que dan a toa esta banda costera un trgico aspecto de catstrofe. Como estas morenas no se habren hacia el Pacfico sino hacia el Canal Beagle, frente a Tierra del Fuego, la masa glaciar que las ha edificado, corra desde el

territorios del Extremo Sur. 1 Hacia el lado occidental de la Cordillera la glaciacin a debido ser ms intensa que al lado oriental en la misma latitud. Las presipitaciones son ms abundantes y el estanque de alimentacin del vasto glacial patagnico deba de extenderse sin interruccin desde las cumbres de la Cordillera hasta el Pacfico. Los lmites de las nieves deban ser vecinos al nivel del mar. Las islas deban de estar ocultas bajo una gigantesca caparazn de hielo que en razn de su masa y de los aportes continuos no desapareci sino muy tardamente, probablemete en el ptimun climtico. Los Nmades del Mar en Libros Biblioteca Territorio Recursos Ser Indgena http://www.serindigena.cl/territorios/recursos/biblioteca/libros/f_nomades.htm

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interior de la isla hacia el Noreste, y no poda, pues, pertenecer a un glaciar que hubiese cubierto toda la extremidad del continente. Estos datos tan fragmentarios no dicen nada sobre la edad de los antiguos glaciares de los Archipilagos. Sera imposible establecer un sincronismo con las glaciaciones mundiales si no se poseyera un sistema de hecho ms coherentes sobre las etapas de los deshielos del lado Atlntico. Si el gran glaciar cuaternario hacia el Oeste, desbordaba directamente en el ocano, hacia el Este y el Sureste, se extenda largamente en la Pampa. En el momento de su retroceso, dej tras de s varios sistemas de morenas, alargadas en cordones continuos o apilados en montones irregulares de algunas decenas de metros de altura facilmente reconocibles en las extenciones montonas de la Pampa. Las ms antiguas de estas morenas, las que corresponden al ltimo retroceso glaciar, se encuentran en las regiones de los mares de Otway y de Skyring, que no son sino antiguos lagos glaciares comunicados recientemente con el Ocano. Se admite generalmente que las morenas de Skyring corresponden a la ltima fase de retroceso del gran glaciar patagnico, despus del cual lahistoria de la regin entra en los tiempos postglaciares, de la formacinde las turberas, la instalacin de los bosques , la llegada de los animales y de los hombres. Es muy provable que los cordones mornicos de la isla Navarino, por lo menos los ms recientes sean ms o menos contemporneos de las morenas de Skyring y correspondan a la ltima fase del gran glaciar continental, en el curso de la cual los ltimos lbulos, cada vez ms recortados, comenzaba a constituirse en glaciares independientes. Por el contrario, las muy escasas morenal de valles observadas en las islas hasta hoy da podra corresponder a un perodo todava ms reciente del retroceso glaciar en el cual los hielos no llegaban ya hasta el mar. A escala geolgica, las diferentes formacions glaciares han sido simultneas a ambos lados de los Andes, el de los Archipilagos y el de las estepas atlnticas. Sin embargo, es probable que en la escala de tiempo ms reducida que ahora nos preocupa, el retroceso haya sido ms tardo por el lado del Pacfico, en el cual las precipitaciones eran mucho ms abundantes, y cuya actitud media era mucho ms elevada. Cmo determinar este retraso? Esto es actualmente imposible: se puede unicamente suponer como hiptesis de trabajo que si el post-glaciar comenz en la regin de Skyring y Otway hace 12 15.000 aos, pudo haber comensado en los Archipilagos en una fecha natamente posterior, quisaz en el periodo del ptimun climtico del cual se encuentran huellas en todas partes del mundo (hace alrededor de 7.000 aos). La determinacin de la fecha de este deshielo sera de una importancia capital, pues marcara aproximadamente el ms antiguo lmite posible a la llegada de los nomades del mar a los archipilagos. Los glaciares actuales. El gran glaciar cuaternario no ha desaparecido completamente. Aun hoy, las partes

ms elevadas de la Patagonia Occidental estan todava cubiertas de enormes glaciares cuyo cnjunto forma una de las ms vasta aglomeraciones de hielos terrestres en el mundo1 . Cubre la cordillera de una manera prcticamente continua entre los grados 46 y 52 de latitud. Ms al sur reaparece ms alla del estrecho, en el borde meridional de Tierra del Fuego. Tambin en las grandes islas, Wellington, Hanover, Campana, etc., hay glaciares aislados en las alturas. En una latitud que en el hemisferio Norte correspondera a la de Vichy, los frentes de ciertos glaciares de vale se vierten directamente en el mar. Entre dos masas rocosas, profundamente excavadas, el ro de hielo se desliza lentamente y llega hasta el nivel del agua en el fondo de una pequea baha o de un estrecho fiordo. Las orillas estn bordeadas de rboles siempre verdes, y a cada lado del frente glaciar, a lo largo de los pequeos ros de deshielo, se forman lagunas o pantanos. La masa de hielo se sumerge bajo el nivel del agua.
1 Ver R. F. FLINT: Glacial Geology and the pleistocene epoch. New York, 1949. Los Nmades del Mar en Libros Biblioteca Territorio Recursos Ser Indgena http://www.serindigena.cl/territorios/recursos/biblioteca/libros/f_nomades.htm

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Avanza poco a poco, suspendida y semiflotante, empujada por las masas que la siguen. El peso de este hielo suspendido y semiflotante, empujada por las masas que las siguen. El peso de este hielo suspendido se hace insostenible y de pronto el frente azul transparente se derrumba con un ruido de trueno mil veces repetido. El mar se agita en largas olas concntricas sobre las cuales flota lentamente el nuevo iceberg , rodeado de centenares de trozos de hielo. Una quebradura nueva, azul, fresca, impecable, ha reemplazado a la antigua. No durar sino algunas horas o algunos das, segun la poca o la fuerza del sol. Las noches, en el fondo de los fiordos en que desembocan estos glaciares, estn rasgadas por esos hundimientos de masas de hielo o por las detonaciones de inmensos bloques que se parten como un vidrio gigantesco bruscamente enfriado. El ruido se amplifica con el silencio. El hombre en su choza se siente pequeo y solitario y se deja sobrecoger por el miedo. Los grandes glaciares de los Andes y de la Tierra del Fuego se vierten en el mar en casi toda su longitud, en una serie de glaciares de valle de este tipo. Los pequeos glaciares de poca importancia, los que cubren las alturas inexploradas de las grandes islas, no son bastante poderosos para alimentar ros de hielo que lleguen al mar. Vierten sus aguas recin derretidas en los canales por medio de torrentes cortos pero abundantes. Durante el verano austral, los frente glaciares se dislocan ; los hielos flotantes, al azar de las corrientes y de los hielos, pueden entoncesderivar muy lejos de su punto de partida. El la carrera, pueden constituir una molestia o un peligro para la navegacin. Pero la mayor parte de los bloques, a causa de la estrechez y de la complejidad de las arterias martimas, encallan o se bloquean en las dentaduras de la costa. Verdaderos icebergs de 7 metros de altura y de unos treinta metros de largo, han sido encontrados en el Fiordo Eyre, a treinta millas de su punto de partida. Los trozos de hielo de menor volumen, yendo y viniendo bajo el empuje del viento, pueden formar un pack continuo que obstruye el fondo de los fiordos. Los cursos de agua salidos de los glaciares de altura y alimentados igualmente por los derrames de agua, son de varias especies. Los unos, de curso torrentoso, se encauzan por corredores estrechos de pendiente rpida que los llevan hasta el mar. Sus aportes abundantes colman progresivamente el fondo submarino y crean en su desembocadura bancos o cordones de arena grantica recubiertos de una vegetacin forestal reciente. Otros son retardados por vastos terraplenes que ellos mismos han edificado en los bajos de los valles, o por una serie de lagos escalonados, entre el glaciar y el mar. El torrente, despus de desplomarse en cadas verticales en el primer lago que atraviesa, llega a travs de dos o cuatro lagos inferiores, progresivamente colmados por sus aportes, en una vasta zona pantanosa prxima al mar. Estos lagos, a menudo inmensos, son muy numerosos en el interior de los macizos montaosos del Continente y de las grandes islas; llenan prcticamente todas las cubetas granticas. Los reconocimientos terrestres y areos descubren una multitud de ellos. Hecho notable, en las topografas, sus formas alargadas y ramificadas, sus riberas abruptas y sinuosas tienen el mismo aspecto que los fiordos y los canales martimos. El bosque magallnico. Contrariamente a lo que quisiera una tradicin que califica de preantrtico, y hasta de antrtico el bosque de los archipilagos, ste no constituye un conjunto aparte; forma parte de agrupaciones forestales que se extienden desde la costa a la Cordillera, en todo el Chile Austral desde el grado 37 de latitud, es decir, desde Concepcin hasta el Cabo de Hornos. Toda esta regin de clima relativamente suave, est sometida a un rgimen de fuertes vientos del Oeste, tanto en verano como en invierno, que traen lluvias abundantes. Es verdad que en su parte septentrional ha sido bastante despojada de su bosque primitivo a lo largo de la costa, pero los contrafuertes de la Cordillera estn recubiertos de una selva impenetrable, como, por ejemplo, el macizo de Nahuelbuta. El bosque de los Archipilagos no es sino un conjunto de subformaciones del bosque de Chile Austral. En efecto, del Norte al Sur , los ejemplares caractersticos son raros y desaparecen: primero la araucaria, luego
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el lingue, que no llega ms alla del Continente; el alerce y el maio, que no sobrepasan la isla de los Chonos; el teni, que llega hasta el archipilago Madre de Dios; los ciprese, cuya abundancia y estatura van disminuyendo hasta el Estrecho de Magallanes. Pero toda una serie de ejemplares, coiges, robles con hojas perennes y y de hojas caducas:; canelos , especies menores de vegetacin bajo el bosque ; helechos gigantes, epfitas y musgos, son, con muy poca variacin, los mismos en el Norte y en el Sur y forman las asociaciones vegetales fundamentales y las ms estables de un extremo al otro de la regin de los bosques australes. Algunas circuntancias locales modifican el aspecto o la extensin del bosque magallnico. Una franja costera, en particular , comprendida entre el canal Cockburn y el Estrecho de Nelson, es pobre en vegetacin; el bosque no logra ni el vigor ni el desarrollo en altura que alcanza en el Canal Beagle o en los archipilagos al Norte del Estrecho de Nelson. Es probable que esta zona haya sido ms recientemente liberada de los hielos. Casi hasta la vecindad del mar la roca aparece como desesperadamente desnuda. El bosque no ocpa en forma continua sino una delgada banda costera, comprendida entre el nivel del mar y una altura de unos metros solamente. Es tan densa y tan impenetrable como en otras partes, los ejemplares son los mismos que en los bosques ms septentrionales, pero su desarrollo vegetativo es diferente. Los robles, canelos y coiges sanos y de gran altura son la excepcin; la mayor parte de los rboles son dviles y retorcidos; slo los matorrales forman un vigoroso entrelazamiento. A veces sobre una estrecha banda de bosque, aprovechando las vertientes mejor expuestas, los huecos olas raspaduras de las rocas, la vegetacin gana en altura algunas decenas de metros. Pero, a partir del Estrecho de Nelson, en direccin al Norte, el bosque se hace rpidamente ms vigoroso , se implanta sobre los acantilados verticales y se mantiene hasta una altura media vecina a los 300 400 metros. Cuando se navega en los canales, parece haberse perdido el acceso a tierra firme, de tal modo las costas abruptas o bajas del continente o de las islas , estn encercadas en una compacta muralla de verdura, verde an bajo la nieve. Este muro termina a una altura uniforme, y ms arriba da lugar a las rocas desnudas y, por fin, a las cimas nevadas. La vida vegetal se aferra a las menores salientes de las rocas: helechos, musgos, arbustos de formas atormentadas, lquenes y mohos. La roca chorrea agua. La pequea capa de tierra vegetal que la cubre est constantemente arrastrada, pero es tambin enriquecida sin cesar por nuevos aportes. El bosque magallnico se renueva con fuerza con sus propios despojos y vive de su propia podredumbre. Este mundo vegetal tan denso no vive bajo los rayos del sol. Una temperatura uniforme y moderada, una humedad permanente desarrollan esta exuberancia vegetal. Apesar de la aparente pobreza del suelo, se elaboran lentamente maderas muy duras. Sobre el substrato grantico, la capa vegetal es muy fina. as races se extienden en superficie y, por eso, durante el invierno, bloques enteros de bosques pueden desplomarse de golpe bajo el peso de la nieve. Sin embargo, una densidad vegetal tal no es sino la resultante de un equilibrio frgil entre la vida y la muerte, con una ligera ventaja para la vida, adquirida en el curso de una quietud milenaria. Pero si a los chilotes o a los indios les entra en gana el incendiar un jirn de bosque para proveerse de lea seca, renacern entre los troncos calcinados, solamente malezas, lianas y helechos. Los grandes rboles del bosque magallnico demorarn siglos antes de crecer de nuevo. Parece que la vegetacin forestal de todo el extremo Sur, incluso el lado oriente- y numerosos ndices fundamentan esta suposicin- estuviera en el lmite de una ruptura del equilibrio, debido a un cambio climtico1 . Las altas mareas cubren los ramajes, y la vegetacin terrestre se une sin discontinuidad notoria con la vegetacin de las algas submarinas. Es imposible circular entra la costa y las cumbres desnudas. Enmascarando el suelo, los troncos muertos enlazados se pudren en un magna gelatinoso, a veces de un

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espesor de varios metros. Toda esta fantstica vegetacin, viviente y muerta, est oculta bajo una extraordinaria red de musgos que unen el suelo con las ramas ms altas a travs de las lianas y de los matorrales. Los troncos y las ramas estn recubiertos de plantas epfitas y de lquenes. A partir de una altitud de 300 400 metros, a veces menos, segn la latitud, el bosque ralea. A 600 metros se encuentran aun entre los musgos y los lquenes, cipreses de 10 20 centmetros de alto y hayas achaparradas, nudosas y torcidas, apegadas a las rocas que las abrigan del viento. Aunque la zona forestal tiene una extensin considerable, a lo largo de un territorio continental e insular, cuyo desarrollo es inmenso, las variedades son poco numerosas. La altura media de los rboles no es elevada y es muy probable que no puedan alcanzar sino excepcionalmente su pleno desarrollo. No son grandes o muy grandes sino en ciertos lugares privilegiados, dispersos y de poca extensin, que reciben una cantidad moderada de lluvia. La explotacin industrial del bosque magallnico no parece posible. Las formaciones forestales que se encuentran habitualmente, estn compuestas de matorrales y de arbustos . El coige ( nothofagus betuloides), de hoja perenne como la mayor parte de las especies, es el ejemplar ms extendido; los especmenes de gran altura, de un dimetro de 50 70 centmetros, se encuentran en los valles abrigados y profundos a una altitud de 100 200 metros. Los robles comunes (nothofagus antarctica) de hoja caduca son poco numerosos. Por otra parte, una variedad de esta especie, cuyo follaje espeso se extiende en parasol (nothofagus pumillo) es extremadamente abundante desde el nivel del mar hasta el lmite de la vegetacin forestal. El canelo (drymis winteri), rbol sagrado de la Araucana, de corteza y follaje perfumados, es abundante y de un gran tamao hasta el Estrecho de Magallanes; ms al Sur es mal dbil. El ciprs (libocedrus tetragona) vive, sobre todo, el alturas, ah donde el bosque se hace ms escaso. Una ericcea, el tepu (tepualia stipularis), produce una madera notable, de un rojo violceo, incorruptible, que constituye un combustible de lujo aun cuando haya permanecido varios aos bajo el agua del mar. El bosque magallnico suministra, en suma, pocas especies de gran tamao. Est constituido, sobre todo, por una multitud de matorrales de helechos, de epfitas, de lianas y de musgos que recubren los rboles con una red impenetrable. Helechos de varias especies , una de las cuales es arborescente, ocupan los bajos fondos de los valles. Los nicos frutos comestibles son varias especies de bayas diminutas que maduran hacia fines del verano austral. Las bayas de calafate, espinoso (barberis buxifolia), o de tronco lizo y recto (berberis ilicifolia), dos arbustos que crecen en abundancia en las playas de aluvin , son muy azucaradas. La parrilla (ribes magallanicus) es el casis silvestre. La fuchsia o quila (f. macrosterma), cuyos frutos son comestibles, abunda en todas partes. Una ericcea, la chaura (pernettya pumilla) produce las ms grandes bayas de la regin, del tamao de una cereza silvestre, y con un gusto fresco y cido, que es agradable. Otras ericceas , la mayora de pequeo tamao, dan bayas del grosor de una murtilla. Para terminar esta rpida revista de la flora magallnica, sealaremos tambin una liana, el copihue (philesia buxifolia), cuyas flores carnosas son comestibles. Otra liana, el voqui (landizabalia ternata), es utilizada por los indios para la construccin de ciertas trampas y para la costura de las cortezas. En cuanto a la vegetacin herbcea, sus especies y variedades, que son muy numerosas, son poco utilizadas en la vida cotidiana de los indgenas. Algunas altas gramneas sirven para recubrir el suelo de las chozas. Slo entran en la alimentacin las ojas del apio salvaje ( apium chilense), que crece en las partes planas y pantanosas de las playas donde desembocan los cursos de agua. Entre varias especies de callampas, tres son de gran tamao y comestibles. El sabor agrio del polporo (fistulina antarctica), que crece en los troncos del coige, es muy apetecido. Dos variedades muy parecidas de callampas de forma globosa, acuosa y de consistencia elstica, son excesivamente abundantes en los robles:

1 Ver J. EMPERAIRE y A. LAMING. Prehistoria de Patagona (en preparacin: las variaciones del clima postglaciar en Patagona). Los Nmades del Mar en Libros Biblioteca Territorio Recursos Ser Indgena http://www.serindigena.cl/territorios/recursos/biblioteca/libros/f_nomades.htm

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una de ellas es de color naranja casi traslcido (cyttaria darwini), la otra de color negro y no crece sino en las ramas secas (tremella mesentrica). Las races de las plantas de los pantanos forman un fieltro tan compacto que pueden soportar el peso de un hombre por encima de un espesor de barro lquido de dos metros y a veces ms. Matorrales de juncos, droserceas, bloques de hepticas crecen en todos los lugares hmedos. Hay que sealar tambin las algas verdes, rojas y pardas que tapizan las rocas. Una especie gigantesca, llamada por los chilotes y los indios wiro o tambin kelpa, y que es la macrocystis pirifera, se adhiere por medio de una garra poderosa y ramificada a las rocas del fondo; se desarrolla en un tallo delgado, inmenso y resistente como un cable que soporta las hojas flotantes y se extiende en la superficie del agua en una extensin, a veces, de un centenar de metros. La presencia del macrocyste indica las profundidades, la orientacin de los tallos, el sentido y la intensidad de la corrientes. Esta alga sirve de boya en las costas peligrosas, y es un precioso auxiliar de la navegacin. No existen en los Archipilagos laminarias de gran tamao, como se las encuentra desde Chilo hasta la isla de Chonos. Sin embargo, los vientos y las corrientes pueden llevar muy lejos los haces de "cochayuyo" (durvillea utilis) cortados de su soporte, que los indios y pescadores chilotes comen, llegado el caso. 2. LA VIDA DEL MAR Y EL BOSQUE No se trata aqu, naturalmente, de estudiar en su conjunto el medio animal de los Archipilagos de Magallanes. Slo los aspectos que influyen sobre el ritmo y las modalidades de la vida humana llamarn nuestra atencin. La vegetacin ha sido abordada, sobre todo, en cuanto elemento de paisaje y en razon de utilizacin de sus ejemplares por los indgenas. De la misma manera, la fauna que constituye la parte esencial de la alimentacin de los indios alacalufes; no nos detendr sino por sus aspectos utilitarios y en la medida en que interviene en sus vidas afectivas, como tema de leyendas, o bailes o pantomimas, de creencias o prohibiciones. Sin duda, un estudio zoolgico hara resaltar otras caractersticas. Pero nos colocamos aqu en el punto de vista de hombres que viven en un ambiente particular, para quienes la caza y la pesca son los nicos medios tradicionales de subsistencia. Cuando se pasa del mundo de la pampa al de los Archipilagos, la escasez de vida animal hacia el lado occidental de la Cordillera nos sorprende. Uno esperara encontrar un pulular de mamferos y de aves en una regin en la que nada impide su desarrollo natural. Sin embargo, el bosque magallnico est prcticamente desierto, tanto al borde del mar como hacia el interior. Aun cuando ya se haya adquirido un conocimiento bastante preciso y detallado de los lugares y de las costumbres de los animales, la impresin rimera de nfima densidad subsiste. Las especies de aves son bastantes numerosas, pero el nmero de los individuos es siempre muy reducido. En cuanto a los mamferos terrestres, son escasos y se adaptan mal impenetrable bosque magallnico. En la regiones intermedias entre las Pampas y los Archipilagos, se encuentra una fauna terrestre mucho ms abundante, de la que se alimentaban en parte los antiguos fueguinos, como lo atestiguan los restos de cocina encontrados en las excabaciones. Esta fauna est compuesta en especial de guanacos y de avestruces, caza tradicional de la Pampa, mezclados con algunos escasos pumas. La realidad prueba que la distincin entre el dominio de los indios marinos y el de los indios de la Pampa no es tan ntida como se piensa generalmente. Animales de las Pampas australes. El guanaco , un camlido vecino de la llama, pero ms rpido y gil,

parece haber constituido, durante mucho tiempo, la base de la alimentacin de los pueblos que vivan en las costas orientales de los mares de Otway y de Skyring y del Golfo ramificado de ltima Esperanza. Hasta una
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poca muy reciente, el guanaco viva en grandes rebaos, a veces de varios centenares de cabezas, en los llanos orientales de Patagonia y de Tierra del Fuego. Cuando se introdujo la crianza del cordero en estas mismas regiones, los guanacos empesaron a desaparecer perseguidos, sin merced, por los colonos, convencidos que los corderos se contaminaban con la vecindad del guanaco. Por otra parte, el comercio de las pieles de los guanacos jvenes ( o chulengo) era muy lucrativo. Hacia la mitad de diciembre, los trabajadores de las estancias comenzaban a guanaquear a caballo y con boleadoras. Como distraccin durante el invierno, cuando los guanacos cercados por la nieve y debilitados por la falta de alimentos, se reunan en inmensos rebaos, continuaban las masacres intiles. La especie no resisti. En la actualidad ha desaparecido practicamente de la Patagonia Austral. Slo en los lugares ms retirados y ms dificilmente accesibles, los ltimos rebaos encontraron refugio. Por ejemplo, en la Sierra de los Baguales y en los campos de lava situados entre el Cerro del Diablo y el monte Aymond. En todo el resto de la Patagonia no se encuentran sino muy a lejos algunos grupos dispersos. El Tierra del Fuego, por el contrario, la especie ha resistido ms tiempo, preservada de sus perseguidores por los bosques de la precordillera y viviendo en paz en la gran isla Navarino. A principios de este siglo, cuando los alacalufes frecuentaban las costas orientales de los mares de Skyring y de Otway, los guanacos eran todava numerosos en esos parajes. Los recuerdos de los ms antiguos colonos de estas regiones lo atestiguan. En los conchales, probablemente, de algunos siglos de antiguedad, la abundancia de huesos de guanacos demuestra que los nmades marinos eran tambin cazadores terrestres. Los alacalufes actuales no tienen ningn recuerdo de lo que es el guanaco, pero designan al cordero bajo el nombre de "wesse", mientras los onas de la Tierra del Fuego emplean la palabra "weke" , para designar al guanaco. En los conchales de Skyring, se encuentran, igualmente, osamentas de avestruces, aunque en poca abundancia. Los nmades marinos predecesores de los alacalufes o los alacalufes mismos, deban tener ciertas dificultades para cazar esta ave tan rpida y desconfiada. Por el contrario, al principio de la primavera austral, los huevos de avestruz deban suministrar a los indios una alimentacin substancial . Cada nido contiene de 20 a 40 huevos de gran tamao. La especie haba resistido a los Tehuelches de la Pampa, pero los colonos actuales han disminuido considerablemente su nmero. Aunque la caza est actualmente prohibida, el comercio de las plumas sigue siendo lcito. En las grandes estancias de la zona seca y desnuda de la Patagonia, en las cuales los cercos son vastos, las avestruces son an relativamente numerosas. Pero han ido desapareciendo de las pequeas y medianas explotaciones de crianza, pues no pueden resistir a sus perseguidores a caballo en los cercados ms pequeos. El avestruz no puede ni atravesar las barreras de un salto, como el guanaco, ni pasar entre las alambradas de pa. Entre las otras especies de animales propios de la Pampa ,cuyos restos encontramos en los antiguos campamentos de los nmades marinos, hay que citar todava al puma, al zorro y al cururo. El puma, o len de Amrica, es un animal del Continente. Vive, de preferencia, en las regiones de bosques poco espesos de la Precordillera. Abunda en las regiones de crianza, pero no se lo encuentra sino excepcionalmente hacia el lado occidental de la Cordillera, en la Pennsula de Muoz Gamero y en la Baha Magenta. Entre las islas, slo la isla Riesco est habitada por escasos pumas. Esta isla no est, por lo dems, separada del Continente sino por un canal muy estrecho, el Canal Guajardo, a menudo obstruido por los hielos. Se dice que son dos variedades distintas de pumas los que viven a ambos lados de la Cordillera. El zorro rojo, o culpeu ,es un carnvoro de tamao ms grande y ms macizo que el zorro eueropeo. Deba de abundar en otros tiempos, a jusgar por el nmero de sus osamentas que se halla en los lugares arqueolgicos, tanto de los nmades marinos como de los indios de las Pampas. El culpeu, igual que el puma, es perseguido a causa de los estragos que produce en los rebaos. Se lo encuentra raramente en los llanos de la Patagonia, pero es familiar a los indios de los Archipilagos. Vive en las playas del lado Occidental, donde debe alimentarse de aves marinas, de huevos y, probablemente, de mariscos. Otra variedad de zorro, cuya presencia en la Patagonia se remonta al ltimo postglaciar, puesto que se encuentran sus huellas en las
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primeras turberas fsiles, es el zorro gris, mucho ms pequeo, ms elegante y ms fino que el culpeu. Parece muy improbable que el zorro gris viva en los Archipilagos. Un roedor del tamao de una rata grande, el cururo, pululaba en toda la Patagonia y la Tierra del Fuego y serva de alimento a las poblaciones de esas comarcas. Este animal vive en galeras a flor de tierra y en ciertos lugares el suelo estaba literalmente minado por ellas. Exista an una variedad insular de cururo bastante diferente a la de las pampa, que se encuentra en los niveles arqueolgicos de Ponsonby, y que subsiste hasta nuestros ds. Hace unos veinte aos, el cururo de Riesco desapareci espontneamente, sin que se conozcan las causas de su extincin. En otrs partes de la Patagonia ha desaparecido, iguamente, de los campos de corderos, hecho que se atribuye con razn o sin ella al incesante pisoteo de estos animales. Entre las aves que servan de alimento a los nmades marinos prehistricos, el cisne de cuello negro y a avutarda gris, llamada caiqun, son propios de la Patagonia Oriental. Este ltimo, exclusivamente herbvoro, es considerado como una de las plagas de los terrenosde crianza a los que ensucia con sus excrementos. Los cisnes viven siempre en grandes bandadas en las aguas marinas de Skyring. Otway y ltima Esperanza. No se pueden dejar en silencio especies de animales que se han extinguido en el transcurso de los tiempos postglaciares, un equino, el hippidium; un perezoso gigante, el mylodon, y un poderoso felino. Restos de estas tres especies han sido descubiertos en la regin de ltima Esperanza, en la clebre gruta donde fue encontrado, durante el verano de 1896, un importante pedazo de piel de de mylodon, que conservaba todava adheridos sus pelos y sus huesos drmicos. Algunos aos ms tarde, se desnterraron otros fragmentos de esqueleto de ete animal. En los ms antiguos niveles arqueolgicos del Skyring, se encuentran igualmente hippidium. La fauna marina: los mariscos. Existe una desproporcin evidente entre la fauna terrestre de los

Archipilagos y la que obtiene su subsistencia el mar. Esta ltima es mucho ms abundante en especies y en individuos. Lo esencial del alimento de los alacalufes actuales, est constituido por la fauna marina y, en primer lugar, por los mariscos. Salvo en los escasos lugares en que no se dan las condiciones locales necesarias a su vida, probablemente, la salinidad y la naturaleza de los fondos, stos se encuentran por doquier en los Archipilagos. Las especies comestibles son poco numerosas, pero los individuos existen en cantidades inagotables. Aparentemente nada en estos mares fros impide su multiplicacin. Tres especies de mytilus son comestibles. La ms extendida es el mylilus edulis, vulgarmente llamado chorito o quilmawe, que se adapta a lamayor parte de los fondos, tanto de las rocas como de las bahas fangosas. Es el husped habitual de las boyas y de sus cadenas, de los cascos de los navos nufragados. En tres o cuatro aos los recubre enteramente con una capa espesa y continua. El chorito vive desde el nivel de las altas mareas hasta tres o cuatro metros bajo ellas. Tiene unos siete centmetros de largo en promedio, se presenta exactamente como las almejas de las costas de Bretaa. Sus valvas son relativamente frgiles y tienen un color negro violceo. El chorito crudo tiene un sabor acre que pierde en parte una vez cocido. Otro bivalvo actualmente muy abundante es la cholga. Est menos extendida que el chorito y su habitat de eleccin es la costa o el fondo rocoso, desde la lnea de la baja marea hasta una profundidad aproximada de cuatro metros. Estos moluscos son, a menudo, de gran tamao: ejemplares de 12 a 14 centmetros de largo son normales. Las aguas de la Patagonia occidental deben de ser, por lo menos, actualmente, favorables a su rpido desarrollo. Cuatro aos despus de su inmersin, las cadenas de las boyas estn recubiertas de cholgas de 7 centmetros de largo, cuya concha color rubio y relativamente frgil, indica que el molusco no ha alcanzado todava su pleno desarrollo. Las conchas de las cholgas adultas son de un negro violceo, finalmente acanaladas, muy gruesas, a menudo incrustadas con otros moluscos adventicios o con algas. Su tnica, cuando viven en aguas poco profundas, agitada por las corrientes, est a menudo sembrada de una multitud de

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pequeas perlas. En este caso, el tamao delos moluscos es muy reducido, y son apenas comestibles. Pero cuando estn sanos, y sus glndulas genitales estn bien desarrolladas, tienen un sabor exquisito. Slo en algunos lugares de los Archipilagos, en profundidades que pueden alcanzas los doce metros, vive un mytilus, cuyo largo llega a veces a los 20 centmetros. Su concha, muy resistente, es de un hermoso negro uniforme. Es el molusco de los Archipilagos que tiene un gusto ms fino. Muy solicitado, el choro es objeto de una pesca intensiva por parte de los buzos. Los bancos de las islas Guaitecas han sido despoblados. La pesca se extendi luego hacia los Archipilagos del Oeste, donde prosper durante algunos aos. Actualmente, el choro se ha hecho escaso y esta pequea industria no es ya lucrativa. Los alacalufes encuentran en la costas de sus dominios cantidad de otros moluscos, y en gran abundancia: dos variedades de bucardes, una que vive en las arenas de las playas, y la otra, entre el nivel de las medias y las bajas mareas; lepadas y fisurelas, cuya carne coicea, gomosa y un poco amarga, es apreciada por los alacalufes. La lepada o macha es el ms antiguo representante de los moluscos marinos que se encuentran en los niveles arqueolgicos milenarios. La fisurela o lapa no aparece sino espordicamente en los niveles ms nuevos. Se encuentran a veces a poca profundidad gastrpodos de gran tamao, uno de los cuales, el concholepas patagonicus, vulgarmente llamado loco, es excesivamente escaso. El otro, frecuentemente lanzado a las playas despus de la tempestad, es un molusco de 18 centmetros de largo y ms an, cuya concha de volutas muy estiradas es lisa y de color bayo: es el caracol de mar. Dos especies ms de gastrpodos se encuentran en las mareas bajas sobre las rocas de las costas: el uno del gnero helix de color violeta con reflejos nacarados, es utilizado por los alacalufes para la confeccin de collares. El otro, del gnero murex, sirve de alimento cuando es de tamao apreciable. Dos moluscos, cuyas conchas estn formadas de elentos articulados viven sobre las rocas descubiertas por el mar: son los chaetopleura y el schizochiton, cuya carne de color naranja es muy apreciada. Otro molusco de aspecto muy curioso, una bellota gigante, muy abundante en la regin de las Guaitecas, no se encuentra en los Archipilagos sino en la costa sur de la isla Wellington y en el Archipilago Madre de Dios. Vive en el interior de inmensos alvolos calcreos soldados a las rocas: su nombre vulgar es pico. Los pecten u ostiones, semejantes a nuestras conchas de Saint-Jacques, son muy abundantes, pero viven a profundidades considerables. La broma es un molusco no comestible que cava sus galeras en el interior de las maderas flotantes y segrega una corteza tubular que sirve a los alacalufes para la confeccin de collares. Los erizos son muy numerosos en los Archipilagos y su pesca es facl. La especie de los Archipilagos no difiere de nada de la de Europa, salvo en que es de mayor tmao y de sabor ms delicado. La pesca ocacional de la centolla (lithodes antarcticus) suministra un complemento agradable al alimento de los indgenas. En ciertas pocas la centolla se encuentra a poca profundidad en los fiordos limpios y arenosos de ciertas bahas: es un crustceo decpodo, de color violeta-rojo, de patas muy desarrolladas y armadas con pas que recubren igualmente el cuerpo. Con las patas estiradas, la centolla alcanza un largo de 75 centmetros. Su sabor es muy parecido al de la langosta. Desde el 15 de diciembre al 15 de enero, la pesca de la centolla se practica en las bahas del Estrecho y del mar Otway por cuenta de algunas pequeas industrias de conservas de Punta Arenas. No sabemos mucho sobre los peces del Archipilago, y especialmente sobre las especies que viven a grandes profundidades. Prcticamente, no se conocen sino las especies costeras, aquellas que son pescadas en las bahas profundas, tales como el robalo, el pejerrey. No se toman en cuenta la sardina, que vive en bancos compactos, ni las sierras, de gran tamao. Esta especie es actualmente bastante escasa, pero no lo era en el pasado, pues en ciertos lugares geolgicos sus restos forman capas compactas. Las sardinas, cuando el mar est tranquilo y hay sol, se renen en bancos apretados. A veces la marea baja deja grandes cantidades de ellas sobre las playas. Se ven, en ocaciones, evolucionar a algunos metros bajo la superficie de las aguas, en los canales profundos, formas imprecisas y flotantes que deben de ser ryas de una envergadura de varios metros.
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Los mamferos marinos.

Ente las numerosas especies de mamferos que viven en el mar, hay que citar, en

primer lugar, a las ballenas, que se aventuran a menudo por los Archipilagos persiguiendo bancos de un pequeo crustceo. Sorprendidas a veces por una marea que decrece cuando estan en la vecindad de una costa baja, o perseguidas por las orcas, encallan y no tardan en morir. En todas las bahas, en todas las costas se encuentran osamentas de ballenas increblemente numerosas, casi todas, sino todas ellas, pertenecientes a la especie de ballenas con barbas. Alimentadas por los mismos crustceos que la ballena, de peces y, llegado el caso, de avesmarinas, dos especies de pinpedos carniceros encuentran en los Archipilagos una tierra de eleccin: el Otario comn, que tiene orejas externas, y la foca de piel fina, provista solamente de organos internos de audicin. La foca comn es llamada tambin lobo de mar o lobo de un pelo1 , haciendo alusin a su pelaje formado por pelos tiesos, cortos y apretados, sin pelusa lanosa, mientras que la foca de piel fina es el lobo fino o lobo de dos pelos. Fuera de la poca de la parcin, unos y otros viven aisladamente, o en pequeos grupos que se renen a lo lejos, en playas rocosas que abandonan cuando se los saca de su quietud. Las dos especies, que no viven jams en comn, tienen un modo de vida muy similar y caracteres fsicos comunes; entre otros, una notable diferencia de tamao entre el macho y la hembra, diferencia que puede ir de lo simple a lo doble (un macho puede tener un largo de dos metros cincuenta desde el hocico al nacimiento de la cola), as como la curiosa necesidad de cargarse el estmago con piedras redondas, cuyo destino no es muy claro, pero que deben, probablemente, servir de lastre. La foca comn era antiguamente cazada por su aceite. En nuestros das no se caza sino el popi o recin nacido del otario, caza ms bien ocacional, puesto que su piel no tiene gran valor. Pero desde hace ya tres cuartos de siglo, cada ao se organizan expediciones de caza del popi de foca de piel fina. La especie disminuy y los rebaos se retiraron a las islas inccesibles frente al Pacfico. En el interior de los Archipilagos no se encuentran sino pequeos grupos. En los otarios y en las focas de piel fina, el parto tiene lugar entre mediados de noviembre y mediados de enero. Las hembras se renen entonces sobre las "piedras loberas"1 , bajo la direccin de machos, generalmente un macho por cada 10 20 hembras. Inmediatamente despus del parto las hembras son de nuevo fecundadas. Hacia mayo o junio, la tribu se reune y dispersa: los jvenes van entonces por primera vez al agua. No llegan a su edad adulta sino despus de dos aos. Dos especies de pinpedos que vivan en el Sur de los Archipilagos han desaparecido casi completamente: los elefantes y los leopardos de mar. Algunos escasos especmenes de los primeros pueden divisarse a veces en el Estecho, ms frecuentemente hacia las islas australes y, sobre todo, hacia las islas de Diego Ramirez. Son animale macizos que llegan a pesar 3 a 7 toneladas. Han sido y son an, actualmente, cazados por su grasa. En cuanto a la especie de los leopardos de mar, cuyos dientes estn armados con puntas agudas, deben todava existir, pues se encuentran an sus osamentas. Existen en los Archipilagos dos variedades de nutrias, el "gato de mar" y el "huillin": tal es, al menos, la distincin que hacen los cazadores de pieles. La especie disminuye a consecuencia de la caza intensiva de que es objeto. La nutria es un carnivoro del tamao de un gato grande, que se alimenta de peces y de crustceos. Nada con una notable soltura, pero puesta en tierra su marcha se torna difcil y torpe, a causa de la palmadura de sus patas. Su pelaje est formado de lanas largas e irregulares de tamao, de un rojo amarillento y de una pelusa espesa y sedosa de color bayo oscuro. La camada de nutrias es de 5 a 6 pequeos. Otro animal activamente cazado, aunque su piel no es de gran valor, es el coypu, roedor de gran tamao, parecido a una rata, cuyas patas posteriores estn ampliamente palmadas y cuya cola anillada est desprovista de pelos. Las patas anteriores, bastante cortas, forman una verdadera mano, con la que se llevan el
1 Lobo de mar de sistema piloso simple en oposicin a la foca de piel fina cuyo pelaje est formado por lana y pelusa sedosa.

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alimento al hocico, hierbas, races, brotes nuevos de rboles. Vive, de preferencia en la desmbocadura de los ros, en las espesuras impenetrables, que son su salvaguardia contra los cazadores y los perros. Cada camada de coypu es de 9 pequeos, y es posible que se reproduzca dos veces al ao. El coypu se domestica fcilmente, si es capturado joven. Las Aves. Las aves de los Archipilagos estn representadas por un cierto nmerode especies que juegan un papel importante en la vida de los alacalufes; en particular, los cormoranes, los pinginos y los ganzos marinos. Hay dos especies principales de cormoranes y cada una de ellas tiene variedades. Una, el phalacrocorax caronculatos o pato lile, tiene cuello y el pecho blancos y el resto del plumaje negro. La otra ms pequea y de vuelo menos rpido que la precedente, es enteramente negra. Se la llama cuervo demar. Las dos especies tienen formas de vida muy parecidas. Los patos liles llegan muy de maana en largas filas, volando a ras de agua, pescan solitarios durante todo el da, y en el crepsculo vuelven a tomar la misma formacin para un vuelo de varias decenas de kilmetros hacia los lugares de refugio,donde psn la noche. Estos paraderos son siempre rocas o picos sobre el mar, en las asperezas de las cuales construyen sus nidos. Tales acantilados estn a veces poblados con millares de individuos, tanto de patos liles como de cuervos de mar. Estos ltimos pasan el da posados sobre los rboles secos o sobre las rocas cerca de la orilla, acechando los peces. Las tribus ms importantes de pinginos se encuentran en las islas cerca del pacfico. En el interior de los Archipilagos viven en pequeos grupos. El ave ms curiosa, cuya rea de dispersin corresponde alos bancos de choritos, en un nade llamado pato a vapor o pato quetro o, segn los relatos de Fitz Roy, steam duck (pato a vapor): como no puede volar, huye por sobre el agua, propulsndose con sus alas como con remos poderosos, dejando detrs una estela. Su velocidad de desplazamiento no es inferior a 10 millas por hora y puede mantenerla durante el tiempo necesario para escapar a sus perseguidores. Cuando est a punto de ser alcanzado, se sumerge y no reaparece sino para respirar un corto instante. El pato quetro o micropterus patagonicus es de color gris ceniciento, pesa, ordinariamente, de 6 a 10 kilos y a menudo ms. Su fuerza es poco comn y su pico poderoso le permite fracturar cmodamente las conchas de choritos de gran tamao. La especie vecina (m. cinereus), un poco ms pequea, comunmente designada con el nombre de pato volador, es, en todo punto, semejante a la precedente, pero puede volar, aunque slo con un vuelo pasado y de poco alcance: es muy probable que ste simplemente constituida por los jvenes de la especie precedente, que no han alcanzado an su pleno desarrollo, es decir, en el curso del primer ao de su existencia. El crecimiento del micropterus es, en efecto, muy rpido; tres meses despus de su nacimiento ha logrado casi su tamao normal. El ganzo ceniciento, tan abundante en las Pampas, no existe en los Archipilagos, donde es reemplazado por una especie vecina, migratoria, de plumaje dominante rojizo: es el caiqun colorado , llamado a veces avutarda (chloephaga poliocephala). Las avutardas llegan a los Archipilagos a principios de octubre. Anidan y viven en los estuarios de los ros. Otra especie de ganzos,no migratoria, vive constantemente en parejas sobre las rocas de la costa y se alimenta de algas y de pequeos crustceos. El macho es de un blanco muy puro, mientras que la hembra, de tamao ligeramente inferior, tiene un plumaje negro, manchado de rayas blancas. El fil-fil (oematopus) es una de las aves ms bella con su plumaje de un negro brillante, su pecho blanco, sus patas y su largo pico de un rogo berbelln. Su tamao es el de una gaviota grande. Se lo encuentra en todas las playas de los Archipilagos y en todas las costas de la Patagonia, siempre en bandadas bulliciosas. Dos variedades de somormujos, ambas conocidas con el mismo nombre de tagua, viven en las aguas marinas: la una, tagua fulica armillata, del tamao de una polla de agua, y la otra, colymbus chilensis, mucho ms pequea. El colimbo (podiceps) se encuentra a menudo en las aguas marinas de la vertiente oriental de la
1 Trmino chilote para designar los arrecifes en que las focas se renen. Los Nmades del Mar en Libros Biblioteca Territorio Recursos Ser Indgena http://www.serindigena.cl/territorios/recursos/biblioteca/libros/f_nomades.htm

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cordillera. Es, especialmente, curioso por las danzas nupciales que las parejas ejecutan cada primavera. Dos especies de zancudas viven solitarias en las playas de los Archipilagos: la una, la wanda o huairavo, de plumaje gris verdoso obscuro, cuyo grito nocturno es considerado como un signo de mal augurio por los chilotes y los indios; la otra, la garza gris, que es el ave real de los archipilagos, del tamao y del aspecto de la cigea. En la bahas retiradas y tranquilas se ven siempre martn-pescadores posados en observacin en las ramas secas suspendidas sobre el agua. Las especies y las variedades de gaviotas, petreles, gaviotas carniceras son muy numerosas, as como lo albatroces que viven de ordinario al borde del pacfico, pero se aventuran a veces en los canales. Todas estas especies anidan en las rocas desnudas de las islas prximas al ocano. Las golondrinas de mar son migratorias; llegan hacia diciembre a los Archipilagos y anidan en las islas bajas desprovistas de rboles, en las que construyen millares de nidos yuxtapuestos. La vida de los bosques. Lo que sorprende, sobre todo en el bosque magallnico, es la ausencia de

manifestaciones de vida animal. Slo el hued-hued (pteroptopus tarni), se acomoda al espesor del bosque, al igual que un pajaro carpintero de plumaje negro y de cabeza de un rojo chilln, que taladra con gran ruido los troncos de los rboles secos. De tiempo en tiempo, en la linde del bosque compacto o sobre los rboles ms diseminados, alguna rapaz de gran tamao monta una guardia solitaria sobre una rama suspendida; as el carancho (polyborus tharus), el jote (cathartes aura) o el tiuque (accipiter chilensis). Entre las rapaces hay que citar tambin dos especies nocturnas, la una de gran tamao (buho magallanicus) y una lechuza (glaucidium nanum). La fauna ms paradojal aparece durante los raros das de verano, en que brilla el sol. Una multitud de pequeos pjaros sale de no se sabe donde, probablemente de un estado de vida disminuida y se debaten al sol en los matorrales. Picaflores de un verde de oro viejo se inmobilizan con las alas vibrantes delante de las flores de fuchsia. Los rayaditos, barnizados de rojo, de amarillo y de negro; los tijerales de largas plumas de cola filiformes revolotean sin temor alrededor del visitante inslito. Los trogloditas, de plumaje azul pizarra, no se aventuran jmas fuera de las manchas de vegetacin ms compacta quelos protegen; son los ms miedosos, pero tambin los ms bulliciosos pjaros de los archipilagos. Golondrinas en escaso nmero aparecen brevemente en verano. En verano, igualmente, el zorzal frecuenta, sobre todo, las pendientes pantanosa en que encuentra gusanos. El piloto inspecciona sosegadamente lo que el mar puede dejarle como alimento al retirarse. Al principio del invierno llegan en bandadas bulliciosas los tordos, del tamao y del color de un mirlo europeo. Cuando la nieve cubre el suelo, los cometocitos frecuentan las proximidades de las rucas indias. Tan sorprendentes como la presencia de los picaflores en los das de sol, son los vuelos compactos y bulliciosos de los papagayos. Cuando se llega a algunos centenares de metros de altitud, en la zona forestal ms diseminada, se persibe a veces, en el suelo o en la corteza de los arbustos, los signos del paso del huemul (cervus chilensis). En el musgo se imprime en relieve la red complicada de las pistas de varios pequeos roedores (reithrodon y hesperomys). Viven, igualmente, en ciertas playas bajas y desnudas . Es todo. No se encuentran al puma sino en el continente. Lo mismo, ocurre con el gato de las Pampas y el zorro. Todos estos carnvoros viven, en general, sobre laspendientes menos hmedas y menos boscosas. Ninguna especie de reptil exite en los archipilagos, y, entre los batracios, slo numerosos sapos pequeos abundan en los charcos de agua dulce de los pantanos: Hacia los primeros das buenos, a principios de septiembre, depositan sus huevos gelatinosos, apetecidos por las aves de presa. Tbanos y mosquetos aparecen excepcionalmente durante los veranos secos. Algunos colepteros invaden el suelo de las rucas. A los alacalufes no les gusta esta compaia y, cuando los insectos llegan a ser numerosos, los humanos cambian de campamento. Ciertos gusanos, del grosor de un dedo, que viven en el interior de los rboles secos, son

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altamente apreciados por los indgenas por su sabor azucarado. En fin, entre los animales comestibles, los piojos del cuerpo son tan abundantes como requeridos. Lmina I

1. El puesto militar de Edn. Lmina II

2. Los rboles torcidos por el viento.

3. El pantano dominio de Ayaye

4. Un glaciar desembocando en un canal. 3. ARCHIPILAGOS DE LAS TEMPESTADES

5. Un paso en los archipilagos.

Lluvias y vientos. Bien conocidas son las malas condiciones del tiempo en los Archipilagos y en las regiones vecinas. Hace ya tiempo que se consolid el renombre de las tempestades del Cabo de Hornos y del Pacfico Sur. El lmite norte del mal tiempo permanente se sita enlo que los marinos llaman los roaring forties, los gruidores cuarenta de latitud sur. Con mayor o menor intensidad, segn las estaciones o los perodos mejores que pueden durar uno o dos aos, el viento es dueo y seor de esta parte del Hemisferio Sur, en donde el Ocano da la vuelta a la tierra, cortado solamente por la punta austral de Amrica y por las avanzadas septentrionales del Continente Antrtico. La cordillera es una muralla que determina dos climas bien diferentes hacia las dos faldas Patagnicas de los Andes. En los Archipilagos, el viento, a pesar de su poder, no puede modificar de una manera rpida y apreciable la base de granito, pero contorsiona, empobrece o impide la vegetacin forestal, mientras que en la vertiente atlntica, deseca, erosiona y esteriliza con una rapidez inquietante el suelo de las pampas. En la Patagonia, tanto oriental como eccidental, el vientoes de una rara violencia durante la mayor parte del ao. Los Archipilagos se ofrecen indefensos al asalto de los vientos dominantes del Oeste que toman impulso a lo largo de millares de millas de Ocano sin que ningn obstculo venga a quebrantar su fuerza. El viento es el soberano de estas soledades. Con todo su peso se descarga sobre el bosque. al cual aplasta, y sobre el mar que pulveriza, y que cava. Sin parar, durante da y, a veces semanas, el mundo de los Archipilagos, anegados de

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lluvia, es maltratado sin respiro por la tempestad: los rboles se pliegan bajo el irresistible empuje, el mar golpea violentamente las rocas y en medio de este desencadenamiento, pedazos de glaciares de derrumban con un ruido infernal. La frecuencia del mal tiempo aumenta regularmente de Norte a Sur de los Archipilagos, paralelamente, por lo dems, a un decrecimiento de las presiones medias entre el Golfo de Penas y el Estrecho de Magallanes. La violencia mxima de los vientos se da en el Archipilago Adelaida, donde rfagas de una fuerza superior a 8 soplan por trmio medio 80 das al ao. Los vientos del Noroeste, en particular, se descargan con una violencia terrible y duran a veces una semana sin disminuir, levantando olas que en el mar abierto pueden alcanzar a la asombrosa altura de ocho metros, determinando un tiempo espesamente cerrado y una lluvia continua. Aun cuando se apacigen, pasan numerosos das antes de que las olas de calmen. Curiosa particularidad, el viento, al engolfarse en los canales, puede cambiar de direccin. Sucede an que sopla en sentido opuesto a su direccin original. Pero cuando en sentido verdadero del viento concuerda con la orientacin de los canales, su velocidad puede ser multiplicada dos o tres veces, segn el efecto bien conocido de una masa de aire circulando entre dos lneas paralelas de tierras altas. A este efecto, se agrega otro ms, conocido bajo el nombre de turbonadas o de wiilliwaws, que se produce en las bahas y caletas bien encajonadas y aparentemente bien protegidas por montaas a pico. El viento que sopla en altura penetra y se abate con un ronquido sordo, convertido en un torbellino furioso y sbito. Bajo la fuerza del huracn el mar se cubre de olas cortas y molidas. En tales fondeaderos, la situacin de un barco puede tornarse peligrosa. Lo datos ciertos, provienen de observaciones de larga duracin sobre el rgimen de los vientos en los Archipilagos son escasos. Segn las que fueron efectuadas por nosotros durante cerca de dos aos en la costa Oeste de la isla Wellington, las depresiones parecen evolucionar de acuerdo a un ciclo bastante regular. Desde que una depresin se insina, un viento poderoso y hmedo sopla del Noreste, con muy fuertes rfagas, que alcanzaban, en elpuesto de observacin, velocidades de 30 a 35 millas por hora1 . En las zonas ms abiertas al ocano, las velocidades medias y extremas son superiores; en el Estrecho de Neson, por ejemplo, se han registrado velocidades medias de 30 millas con extremas de 60. Hacia el finalde la depresin, sbitamente el viento pasa al sector Oeste, disminuye la intensidad,la temperatura baja, se producen escampadas, cortadas por precipitaciones bruscas e intensas. Se producen calmas sbitas, seguidas de huracanes en torbellino, que parecen presipitarse del cielo. En algunos segundos el viento alcanza asombrosas velocidades. Son los perodos ms peligrosos para las pequeas embarcaciones. Es necesario prever estos espasmos de la atmsfera y refugiarse a tiempo en alguna brecha de la costa. Luego vienen calmas de ms larga duracin y ms estables; progresivamente, el viento pasa al sector Sur,la temperatura baja todava ms y, mientras que la alta presin se establece de nuevo, durante uno o dos das sobreviene un tiempo maravilloso, un cielo despejado, un viento glacial dvil o fuerte, pero siempre de una intensidad regular. Desde que se esboza un movimiento depresionario, el viento pasa al Noroeste y el ciclo vuelve a comenzar. Los cazadores chilotes de los Archipilagos dicen que el invierno dura todo el ao, o aun que las cuatro estaciones del ao desfilan en un slo da - algo de cierto hay en estas expresiones, pero, si nos atenemos a observaciones menos subjetivas, existen slo dos estaciones evidentes, el verano y el invierno, las nicas que estn estadsticamente marcadas por cambios en las condiciones atmosfricas. Las estaciones de transicin no existen en los Archipilagos. Hacia septiembre comienza un plido esto. El sol llega a veces a atravesar la masa compacta de la nubes, pero aumenta la intensidad de los vientos y las lluvias caen diariamente en copiosos chaparrones. A medida que se acerca el invierno, las lluvias se hacen torrenciales, y es frecuente el granizo que obscurece la atmsfera. Al nivel del mar, las nevazones empiesan en mayo.

1 Se trata siempre aqu de millas marinas (1852 m.). Los Nmades del Mar en Libros Biblioteca Territorio Recursos Ser Indgena http://www.serindigena.cl/territorios/recursos/biblioteca/libros/f_nomades.htm

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Las masas terrestres de la Patagonia occidental estn ampliamente quebradas y divididas, abiertas a la influencia del Pacfico, que acta como regulador de la temperatura, pero los vientos que de all vienen traen sin interrupcin enormes masas de vapor de agua. El clima trmico es, pues, para cada punto determinado, bastante uniforme a lo largo del ao. La infuencia reguladora del Ocano se prolonga hasta muy adentro por el interior de los macizos montaosos a causa de la desmembracin de la falda occidental de los Andes, pero las caractersticas del clima de la Patagonia occidental no corresponden en nada a las que reinan en las mismas latitudes en la meseta patagnica. Durante el esto austral, los promedios diarios de las temperaturas comienzan a alcanzar 8 C. hacia mediados de noviembre, y hasta abril llegan raras veces a 10 C. Sin embargo, frecuentemente se producen descensos de temperatura. A partir de abril, los bajos promedios se establecen definitivamente. Los primeros das de hielo se presentan en mayo. Raras veces la temperatura media de los das de invierno es inferior a 0, y -5, es un hecho excepcional. Si nos atuviramos a estos valores medios, la temperatura de los Archipilagos sera perfectament soportable, pero, lo mismo que el fro intenso, la sensacin benfica del calor es desconocida. El viento da la impresin de una temperatura mucho ms baja que la que existe en realidad. Los diagramas diarios indican que las temperaturas comprendidas entre 5 y 10 dominan todo el ao y recubren un 65% de la duracin total. En verano, estas temperaturas son, naturalmente, ms frecuentes, pero, en el curso de nuestra estada, la temperatura de 15 no fue nunca superada ni siquiera en un punto, y el tiempo, durante el cual se mantuvo, no representa sino el 1% del verano legal. Las temperaturas comprendidas entre 10 y 15 representan ms o menos un 40% de la duracin del verano, un 5% solamente de laduracin de laprimavera y del otoo, y una tasa prcticamente nula en invierno. En lo que concierne a las temperaturas invernales, el intervalo comprendido entre 0 y 5 cubre el 60% del tiempo, y aun durante una porcin no despresiable del verano, imperan estas temperaturas relativamente bajas. Sin descender, sin embargo, por debajo de -5, los perodos de hielo persistente representan el 18% de la duracin del invierno. Entonces, una costra de hielo de escaso espesor recubre la superficie del mar cuando se producen raros perodos de calma prolongada, en la bahas abrigadas, en las cuales se derraman grandes cantidades de agua dulce. En los Archipilagos, la lluvia es un acontecimiento cotidiano, si se exceptan unos 20 das anuales de inslacin continua. Las montaas del cordn insular no forman sino una pantalla fragmentada y de muy poca altura contra los vientos hmedos del Pacfico. En cambio, los macizos montaosos de las grandes islas y del Continente les oponen una masa elevada y compacta, sobre la cual se condensan los sistemas de nubes. En tal situacin, los Archipilagos estn sometidos a intensas precipitaciones y a una perpetua humedad de la atmsfera y del suelo. Durante un perodo de 12 meses (abril 1946- abril 1947), la altura de lluvia registrada fue de 327 centmetros, correspondientes a 227 das de precipitaciones superiores a un milmetro. Durante los seis meses siguientes, la altura de las precipitaciones alcanzaba la misma proporcin, o sea, 156,5 cm. de lluvia, repartidos en 138 das. La primavera de 1947 fue excesivamente lluviosa. Sobre 92 das de observacin, hubo, para 66 das de lluvia, 97 cm. de agua. El nmero de los das sealados como exentos de lluvia comprende, a la vez, los das sin precipitacin y aqullos durante los cuales la altura de agua cada fue inferior a un milmetro1 . Por fragmentarias que fueran, las observaciones practicadas en Puerto Edn sitan al rgimen de lluvias en un lugar no desfavorecido de los Archipilagos y permiten suponer la repercusiones de este elemento del clima sobre la vida de los hombres.

1 Las precipitaciones nocturnas no son las ms frecuentes, pero son las ms abundantes. Los Nmades del Mar en Libros Biblioteca Territorio Recursos Ser Indgena http://www.serindigena.cl/territorios/recursos/biblioteca/libros/f_nomades.htm

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Al nivel del mar, las nevazones abundantes son bastante raras y las capas de nieve en el suelo no persisten nunca largo tiempo. Pero la nieve cae con frecuencia durante todo el ao sobre las cumbres, a partir de una altura relativamente baja, variable segn las estaciones. En los 49 de latitud, las nevazones son frecuentes en verano a una altura de 400 metros, pero la nieve no dura. En cambio, en primavera y otoo se producen a menudo nevazones a partir de una altura de 50 metros sobre el nivel del mar y el granizo son fenmenos frecuentes a fines de otoo, en el invierno y a comienzo de la primavera. Las cumbres, hacia el grado 49 de latitud, estn constantemente nevadas a partir de una altura media de 850 metros. El rgimen de los vientos y las lluvias y la temperatura determinan los elementos secundarios del clima, tales como la humedad atmosfrica, la nebulosidad y la visibilidad. La saturacin de la atmsfera en vapor de agua es casi continua en un 40% a 50% de la duracin total. Las tasas de humedad inferiores a 70% no cubren sino un 15% del tiempo. En una regin tan intensamente barrida por el viento, la bruma en la superficie del mar es excepcional y se manifiesta slo durante los perodos tranquilos del invierno. 6 a 7 das de bruma en total se registran cada ao. El banco de bruma compacta que se forma antonces sobre la superficie del mar tiene slo un escaso espesor. Por encima de unos cincuenta metros, el cielo es de una pureza excepcional y la atmsfera es lmpida. En un perodo de 306 das de observacines ininterrrumpidas (abril a diciembre de 1946), contamos 16 das, durante los cuales el cielo estuvo completamente claro o con un ligero velo de cirrus; 38 das con lamitad del cielo despejado, 111 das de cierto cubierto con techo medio y 141 das de nebulosidad total y permenente con visibilidad reducida. El estado nuboso de la regin representa tal constancia que observaciones ulteriores, discontinuas o menos sistemticas, dieron resultados idnticos. Las mareas en los Archipilagos se producen bajo una forma compleja, debida en parte a las condiciones totogrficas y en parte a las circunstancias atmosfricas. Los canales, cuya anchura, profundidad y direccin son excesivamente variables, forman una red complicada por la cual penetran el flujo y el reflujo del Ocano. Segn los lugares, el movimiento de las aguas se retarda, se producen fuertes corrientes en los pasos estrechos y son frecuentes las anomalas de las mareas. Pero segn los sectores de donde sopla, hasta producir a veces una mayor amplitud de mareas. La presin atmosfrica es otro factor importante que entra en juego en el rgimen de las mareas. La presin media es siempre relativamente baja y corresponde, en consecuencia, a una mayor elevacin de las aguas. El paisaje y el hombre de los Archipilagos. Podemos preguntarnos que clase de relacin se ha establecido entre el destino de los indios alacalufes, trtese de su pasado lejano o del estado presente de extincin en que se encuentran, y el mundo que habitan, a la vez de prodigio y de su pesadilla. es difcil negar la influencia de un marco tan inhumano, tan desequilibrado como el de los Archipilagos; de recursos vitales, tan lmitados en cantidad, por lo menos extraordinariamente poco variados y casi idnticos de un extremo a otro del territorio. A lo largo de 12 de latitud, siempre los mismos paisajes barridos por las mismas tormentas, con el mismo corte, la misma espesura de bosque, las turberas gelatinosas y la coraza de hielo cuyas avalanchas gruen siniestras en el fondo de los fiordos. En ninguna parte, el refugio de un cambio, por mnimo que sea . . . Las oscilaciones climticas del postglaciar de la Amrica austral han debido ser muy amortiguadas en los Archipilagos, a causa de su posicin. Hemos visto que es posible que stos se hayan liberado de sus hielos ms recientemente que en el lado oriental. Por fin, se puede admitir que los hombres de los Archipilago, en el curso de su corta historia, se han hallado continuamente en lucha con condiciones casi idnticas a las que actualmente observamos. No se han dilucidado todava los misterios de la llegada de poblaciones humanas a este rincon de tierra. No se sabe qu grado tcnico haban conseguido cuando arribaron al ambiente de esta extrabagante geografa.
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Probablemente, ese grado era superior al de los fueguinos que encontraron los blancos. No es imposible que el marco natural modelara y, finalmente, hiciera degenerar a esa cultura. Parece ilisorio querer analizar las fuerzas que amanan de los diversos mundos en que viven los hombres y que influyen sobre su destino. Sin embargo, tales influencias existen y sin duda han debido pesar en el destino de los indios de los Archipilagos. Aunque no haya en esta materia sino suposiciones e interrogaciones, no es menos cierto que los unos son la imagen de los otros y que estas soledades atormentadas eran desde antes de la llegada de los hombres la imagen y la prefiguracin de la vida en sordina de aquellos que iban a ser hasta su extincin los retardados nmades del mar. Sin quere explorar impresiones personales y aplicar los mismos sentimientos a todas las generaciones de alacalufes que se sucedieron en los Archipilagos, debemos referirnos a la impresin enorme y debilitante que puede producir esta sujecin de la actividad fsica y, hasta cierto punto, de la actividad mental, al tiempo, sobre todo a su componente ms insoportable, el viento. El viento, que suprime la libertad de ir y venir; que encierra, por semanas algunas veces, en una interminable espera en alguna caleta de lacual es imposible escaparse. Esta sujecin de todo el ser al tiempo que hace o que va hacer es una de las ms duras pruebas de la vida de los Archipilagos. Es posible que las resonancias de tal hecho sean un poco diferentes en el alma de los alacalufes, pero alguna resonancia hay, pues mal tiempo para ellos significa enclaustramiento ms que hambruna. Pero el tiempo no es el nico elemento que influye sobre la vida. En todas partes reina una impresin de misterio, de poder desmesurado de las fuerzas naturales. Fuera de los rincones de la costa que dan asilo o permiten acampar, fuera del mar, slo se encuentran los misteriosos y anchos valles brumosos que se pierden hasta los glaciares de la Cordillera; los pantanos en que uno se hunde, las cimas inaccesibles. Todo en los Archipilagos delata demasiada grandeza y misterio, una desproporcin demasiado aplastante, para no provocar un eco en estos sere desheredados que no tienen otro recurso y proteccin que la tienda de pieles y la canoa de troncos. El hombre no supera fcilmente el efecto de desolacin de este mundo en el cual se ha cado. Siempre quedar algo de l en sus manos y en su alma. Costas indefinidas de granito con su cinturn de bosques podridos, rocas desnudas que se congregan hasta el infinito, todas cortadas de cuentas, pantanos, hendiduras por donde chorrean las aguas, vastas lagunas totalmente desiertas, tal es la "tierra" desordenada, de una grandeza lgubre y solitaria, de una eterna desolacin, sobre la cual sobreviven los ltimos alacalufes.

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CAPTULO TERCERO LAS ANTIGUAS POBLACIONES DE LOS ARCHIPIELAGOS 1. LAS AREAS DEL NOMADISMO Los indios nmades del Extremo Sur. Se acostumbra aplicar el trmino no impreciso fueguinos a las diversas poblaciones de indios nmades, cazadores, pescadores, que ocupaban la isla grande de la Tierra del fuego y la franja insular que se extiende desde la isla de Chile al Cabo de Hornos. Los antiguos navegantes llamaron a menudo fueguino aun a los patagones o, mejor dicho, a los tehuelches, que hallaban en las costas del Sur del Atlntico. El trmino fueguino que, en su origen, designaba a los habitantes de la Tierra del Fuego, adquiri as poco a poco un sentido mucho ms general y, por lo mismo, ms vago. No corresponde, por lo dems, a ninguna realidad tnica precisa, pues los antiguos habitantes de la Tierra del Fuego incluan representantes de dos grandes grupos humanos que constituan la poblacin indgena del extremo sur americano. Es preferible, entonces, dejar a este antiguo hombre su valor histtico, rico en recuerdos y en detalles pintorescos, y evitar utilizarlo para estudios etnolgicos. Los datos recientes, por lo dems bastante dispersos, permiten, en efecto, distinguir entre los indios del extremo sur dos grandes grupos etnlogica y antropolgicamente distintos: los indios de la Pampa y los indios de las costas y de las Archipilagos. A estos ltimos se aplic con ms frecuencia en nombre de fueguinos. Los tehuelches, los antiguos patagones, habitaban la meseta patagnica austral, es decir,la regin que se extiende entre el Estrecho de Magallanes, la costa atlntica y la precordillera. Eran de alta estatura y su actividad principal era la caza del guanaco y de la avestrus americana, el and. Ignoraban el uso de la canoa. sus pariente cercanos de la Tierra del Fuego, los Onas, tenan un gnero de vida ms o menos semejante. En contacto hacia el sur con los indios de la Pampa, los nmades insulares poblaban toda la falda occidental de los Andes, desde el archipilago de Chile hasta el Cabo de Hornos. Vivan esencialmente de la caza de focas y dela pesca demariscos. Se dividan en varios subgrupos, bastante parecidos antropolgicamente, y de una organizacin material y social ms o menos idntica. Esos subgrupos eran, de norte a sur, los chonos, hoy desaparecidos; los alacalufes, que son el tema central de este estudio, y, en la regin del canal Beagle, los yaganes. Los tehuelches y los Onas han desaparecido casi completamente. Excavaciones recientes - las de Bird y las nuestras1 -, han mostrado que la extremidad meridional de la Pampa estuvo poblada desde el comienzo de los tiempos postglaciales, hace ms o menos unos diez mil aos. Lo que conocemos de los hbitos de los tehuelches, segn los relatos histricos, muestra que los territorios del Sur constituan terrenos de caza estival y que el centro de la poblacin se hallaba ms al norte. El caballo, que fue trado a Amrica por los conquistadores, fue conocido por los Patagones desde el siglo XVII, y les permiti realizar giras considerables, desde la regin de la Plata hasta la orilla norte del Estrecho de Magallans. Segn los relatos de Faulkner, misionero del siglo XVIII, y de algunos viajeros que en el siglo pasado compartieron la vida de estas tribus2 , pareceque los Tehuelches, los ms meridionales entre los indios nmades de la inmensa Pampa argentina, no fueron nunca tan numerosos: unos pocos miles de individuos a lo ms en todo el territorio que se extiende desde el Ro Negro hasta el estrecho de Magallanes. El conjunto de los indios de la Pampa formaban tribus belicosas cuyas alianzas se establecan y deshacan al tenor de las circuntancias. es probable que los territorios de guerra fueran mucho ms extensos que los territorios de caza.
1 JANIUS BIRD: "Reports of results Expedition in Southern Patagona". Natural History, vol. 41, 1938, pp. 16 - 28 y 77 - 79. 2 Ver en particular T. COAN Adventures in Patagonia, NEW YORK, 1880, y G. C. MUSTERS, At home with the Pagonians, LONDRES, 18... Los Nmades del Mar en Libros Biblioteca Territorio Recursos Ser Indgena http://www.serindigena.cl/territorios/recursos/biblioteca/libros/f_nomades.htm

Los indios de la Pampa.

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Los relatos mencion varias veces a tribus ms australes con las cuales los Tehuelches estaban en malos trminos. Es probable que se trate delos indios nmades de los archipilagos que se aventuraban a la parte oriental del estrecho, pues, si los Tehuelches y los Onas desconocieron el uso de la canoa, no podan, en consecuencia, atravesarlo. Poco a poco, como ocurri, por lo dems, en todas partes en la Amrica del Sur,las poblaciones indias retrocedieron o desaparecieron ante la invacin de los blanco. hacia 1880, se contaba an un centenar de tehuelches que practicaban el nomadismo restringido en la parte chilena de la Patagonia. A comienzos del siglo, para evitar los choques con los estancieros recin instalados, y el robo de las ovejas que para estos nmades cazadores eran una pieza de caza igual a cualquiera otra, se otorg a los Tehuelches una concesin de 10.000 hectreas en la cual pudieran vivir libremente bajo la autoridad de su ltimo cacique, Mulato, segn cuenta la tradicin oral de Punta Arenas. Poco a poco, sin embargo, su grupo se desparram y desapareci. De l no quedan en la Patagonia chilena sinoalgunos individuos aislados que trabajan como peonesy como pastores en las estancias. En el sector argentino, los Tehuelches han subsistido ms largo tiempo. Quedan todava unos 400, mestizos en su mayora, que viven en una reserva de la provincia de Chubut. Estn casi totalmente asimilados, y su lengua, que todava hablan, es el nico vestigio viviente de su antigua civilizacin. Desgraciadamente es poco conocida1 . Los Onas tenan un gnero de vida bastante semejante al de los Tehuelches, pero, limitados a las estepas atlnticas de la Tierra del Fuego, practicaban el nomadismo en menor escala. No se sabe prcticamente nada de la prehistoria de los Onas, nisiquiera de su pasado ms , reciente. Antropolgicamente, sin duda se emparentan con los indios grandes de la Pampa. Su llegada a la Tierra del Fuego sigue siendo un problema. No es imposible que en otros tiempos conocieran, o que hayan sido transportados, tal vez en varias ocasiones, por los nmades de los archipilagos, con los cuales los nmades de la Pampa podan estar en relaciones de hostilidad o de comercio. Hay, sin embargo, otras hiptesis: el Estrecho de Magallanes es el vestigio de un rosario de antiguos lagos glaciales cuya cominicacin con el mar es acaso bastante reciente, del orden de algunos miles de ao. Los antiguos pueblos de la Pampa han podido frecuentar los llanos pantanosos que bordeaban esos lagos en aquellos tiempos remotos y un grupo pudo hallarse aislado en la isla grande en el momento de la ruptura, fuese sta progresiva o catastrfica. Los Onas de la Tierra del Fuego han tenido numerosos contactos con los Yaganes, los ms meridionales entre los nmades de los Archipilagos, segn constan varias ocasiones en los textos. Los Onas expulsados y masacrados por los primeros colonos de la Tierra del Fuego, estn prcticamente estinguidos. En territorio chileno, se conocen an algunos individuos de descendencia ona, pero casi todos son mestizos. Trabajaban en la estancia y estn completamente asimilados. En Argentina un pequeo grupo subsistente en la regin de Ro Grande, todos ellos, igualmente, muy mezclados. Chilo y los chilotes. En la franja insular que, desde Chilo al Cabo de Hornos, se extiende a travs de 12 de latitud, no existe ningn centro de poblacin blanca estable. Los nicos establecimientos de la zona austral son Punta Arenas (36.000 habitantes), situada en el Estrecho de Magallanes, y Puerto Natales (8.000 habitantes), situada en el Seno de ltima Esperanza, en el lmite de la meseta patagnica y de los Archipilagos del Oeste, a 350 kms. de la anterior por va terrestre. En el extremo Norte de la zona de los Archipilagos, la isla grande y los archipilagos de Chilo estn hoy habitados por una poblacin blanca poco numerosa y por los descendientes, ms o menos mestizos, de la poblacin indgena prehispnica. Por ms de dos siglos (1567-1826), Chilo fue el bastin ms miridional del Virreinato del Per, y la ocupacin espaolamodific notablemente la composicin tnica de la provincia. Sin embargo, la poblacin indgena conserv la mayor parte de sus caracteres
1 IMBELLONI: Los Patagones. Runa. Vol. II, 1949, pp. 5 - 58. Los Nmades del Mar en Libros Biblioteca Territorio Recursos Ser Indgena http://www.serindigena.cl/territorios/recursos/biblioteca/libros/f_nomades.htm

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antropolgicos, los cuales, segn parecen, estn muy cerca, si es que no son idnticos, a los de los Alacalufes1 . La poblacin de la provincia de Chilo, ha consecuencia de la explotacin de los recursos naturales, pesca e industrias forestales, se difunde actualmente hacia el sur, hacia las islas Guaitecas. Ms al sur, el archipilago de los Chonos est an desierto, desde que la antigua poblacin indgena que lo habitaba se extingui. Segn una costumbre que tiene ya por lo menos medio siglo , cierto nmero de chilotes abandona cada ao sus islas y adopta una existencia nmade de los archipilagos de la Patagonia occidental, desde el Golfo de Penas al Cabo de Hornos. Su ocupacin principal es la caza de animales de piel fina. otras veces son cortadores de rboles, pescadores de moluscos y crustceos y, en este caso, trabajan por cuenta de pequeas empresas de Punta Arenas o de Puerto Natales. Terminan a menudo por radicarse en uno u otro de estos dos centros urbanos de la provincia de Magallanes, dende se dedican a profesiones ms lucrativas. En sus excursiones en chalupa a travs de los archipilagos, se mezclan con las poblaciones alacalufes y yaganas. En efecto, su presencia en los cnales responde ms a un espritu de aventura y de independencia y una imposibilidad de adaptacin a una vida ms regular que a la necesidad de hayar un trabajo ms remunerador que en Chilo. Viven prcticamente al margen de todo control administrativo y ejercen sobre los ltimos indios nmades la ms nefasta influencia, pues se llevan como marineros a los hijos, se roban las mujeres, propagan el gusto desenfrenado por el alcohol y contribuyen a la propagacin de las enfermedades venreas. Los chonos. Entre el Golfo de Penas y de islas meridionales de l archipilago de Chilo vivieron hasta fines

del siglo XVIII los indios Chonos. La mayora de ellos eran nmades, pero su gnero de vida era poco ms evolucionado que el de los alacalufes. Su ambiente geogrfico y sus recursos naturales eran sensiblemente idnticos. Nuestros conocimientos sobre las relaciones entre los dos grupos, chonos y alacalufes, y sobre la extencin territorial en cada uno de ellos, son reducidos e imprecisos. Desde hace por lo menos siglo y medio, los chonos desaparecieron completamente, por alguna razn desconocida. Verosmilmente se retiraron ms al norte y se fundieron con la poblacin chilota. Cuando Darwin visit, en 1835, la islas Chonos, haca ya mucho tiempo que no viva all ningn indio. No hall otro ser humano que cinco marinos que haban desertado un ballenero norteamricano y que desde haca 15 meses vagaban por sus costas desoladas, sin vveres, sin ropa y sin instrumentos para construir una embarcacin y reemplazar la que se les haba destruido cuando llegaron a tierra. Segn sus propios testimonios actuales, los alacalufes pasaban frecuentemente, hasta hace no mucho, la regin costera del Golfo de Penas, por lo menos hasta la baha de San Quintn, pero es difcil hacerles precisar hasta dnde llegaban hacia el norte. Cules fueron en otro tiempo sus relaciones con los chonos? No poseemos, en este respecto, sino los relatos de los misioneros jesuitas de los siglos XVII y XVIII que visitaron los dos dominios, relatos extremadamente sucintos, pero, sin embargo ms autorizados que los navegantes que frecuentaban esas regiones. Los documentos ms antiguos y ms explcitos se remontan a 1611, cuando el centro de evangelizacin de Chilo extendi su accin a las islas del sur. Desde 1608, los jesuitas del Paraguay haban fundado la misin de Chilo y de las islas adyacentes. En 1611 y 1613, los padres Venegas y Ferrufino, y despus el padre Mateo Esteban, emprendieron dos largos viajes a travs de las islas Chonos. La mayor parte de los documentos relativos a estas expediciones, y uno de ellos sera inestimable desde el punto de vista lingstico, desgraciadamente a desaparecido. Los misioneros mencionan a los huiles - es decir, gentes que
1 LIPSCHUTZ, MOSTINY, etc. Am. J. Phys. Anthrop. V. 5. n. s. N 3, sept. 1947, pp. 295 - 322. Los Nmades del Mar en Libros Biblioteca Territorio Recursos Ser Indgena http://www.serindigena.cl/territorios/recursos/biblioteca/libros/f_nomades.htm

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vivan al sur del Golfo-, que seran los alacalufes, de quienes los chonos solan apoderarse para utilizarlos como esclavos y venderlos a los espaoles. Este no puede ser sino un hecho posterior al establecimiento de los espaoles en Chilo en 1567. La relacin del Padre Garca Mart, que en 1766 hizo un viaje al sur del Golfo de Penas, seala que los indios chonos y los del sur estuvieron varias semanas juntos banquetendose alrededor deuna ballena varada, despus de lo cual se aprovech la reunin para arreglar algn antiguo diferendo entre los dos grupos, lo que arroj un saldo de 11 muertos. Algunos aos ms tarde, los padres Benito Martn y Julian Real organizaron tambin una expedicin al sur del Golfo de Penas, para ganar a los indios gentiles a la Misin de Chilo. Los intrpretes chonos que los acompaaron conocan la lengua de los Alacalufes. Estos escasos documentos nos revelan la existencia de contactos ,s o menos espordicos e intercambios ms o menos amistosos que podan producirse entre los alacalufes y los chonos. Los otros textos antiguos no nos dicen ms. Por desconocimiento de los vestigios arqueolgicos de los archipilagos al Norte del Golfo de Penas, por el momento es imposible obtener datos ms precisos sobre la extensin de los antiguos ambientes chonos. Por lo menos durante un tiempo, el lmite de los dominios, alacalufe y chono, seguir siendo confuso. No parece que los alacalufes hayan obtenido, por medio de esos contactos, mejoramientos en su cultura material y en su gnero de vida. Los dos grupos eran nmades marinos y es posible que sus territorios de caza hayan sido comunes por lo menos hasta el Norte de la pennsula de Taitao. En cuanto a la cuestin del paso del Golfo de Penas, que podra parecer un obstculo infranqueable para canoas de cortezas o de tablas cosidas, no es necesario plantearla. El borde oriental del Golfo de penas no es ms fifcilde atravesar que muchas otras regiones delos archipilagos.Los refugios naturales son all muy numerosos y es fcil llegar al itsmo de Ofqui, atravesarlo cargando las embarcaciones por una milla y encontrarse en el territorio que se atribuye a los chonos. Esta travesa la han hecho muchas veces algunos alacalufes actualmente vivos. Sea como fuere, la zona de expansin de los alacalufes hacia el Norte sigue siendo imprecisa. Los yaganes. El otro extremo de dominio de los alacalufes, al Su del Estrecho de Magallanes, es decir, la

regin del Canal Beagle, de Navarino y de las islas adyacentes, hasta hace un siglo estaba poblado por gupos de yaganes nmadas. Sucivilizacin era la delos nmades del mar, cazadores y pescadores, ligeramente modificada por la presencia de numerosos rebaos de guanacos en Tierra del Fuego y en Navarino, y por sus contactos con los Onas. Los testimonios histricos y los vestigios arqueolgicos abundantes, atestiguan una evolucin tcnica ms avanzada que la de los otros nmades de los archipilagos. El pasado prximo de los yaganes es, por lo dems mejor conocido que el de los alacalufes. En 1850, fue fundada una misin anglicana en la baha Banner, en la isla Picton, por Allen Gardiner, con el fin de evangelizar y civilizar a los yaganes. Despus de aos de trgicas peripecias, la misin logr prosperar, bajo la direccin del pastor ingles Thomas Bridges, reinstalado en Ushuaia. All estableci un centro de atraccin para los pocos cintos de yaganes que vagaban por la zona. Se fund una escuela en la que los padres dejaban a sus hijos por largos perodos. Tambin funcionaba un hospital. En 1885, se declar una epidemia de rubeola en Ushuaia. La enfermedad, completamente desconocida en los archipilagos, adquiri una forma fulminante. Ms de la mitad de los 949 registrados por la Misin desaparecieron. ESta catstrofe seala el comienzo de la extincin rpida del grupo yagn que no cuenta hoy sino con 27 representantes, que viven en una reserva que les ha concedido el gobierno chileno, en Mejillones, en la costa norte de la isla de Navarino. Han abandonado completamente la vida nmade y, bajo la direccin de su jefe Jos Milicic, que habla en espaol muy correcto y que ha viajado a las Islas Falkland, viven del producto de unas cuantas vacas, algunas ovejas y caballos. Desde

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1840 hasta nuestros das, la historia de los yaganes bastante conocida, por los relatos de los misioneros y por los trabajos de Gusinde y Koppers1 . Los alacalufes. Entre los grupos humanos del extremo sur, los alacalufes son los que ocupan los territorios

ms extensos, cuyos lmites nos son conocidos a la vez por la reparticin de los vestigios arqueolgicos, los documentos historicos y los relatos de caza o de viaje de los ltimos sobrevivientes. SEgn la opinin ms comnmente admitida, su rea de poblacin se extenda solamente en los archipilagos de la Patagonia Occidental, es decir, desde el Golfo de Penas hasta el Estrecho. En realidad, los lmites de su territorio son menos precisos. Su vida de nmades marinos, su cultura material extremadamente precaria, su extructura social se prestan a desplzamientos considerables. Sus giras no se detienen sino cuando chocan con condiciones geogrficas diferentes, en las que no encuentran ya sus elementos habituales de subsistencia, o en la cercana de grupos ms dispuestos u hostiles. Slo el ambiente marino les resulta acogedor. Las inmensas extenciones desnudas de la Pampa que encuentran al trmino de sus viajes hacia el Este los inquietan y rechazan. Sus relaciones con los pueblos de esas regiones, onas y tehuelches, se limitaban en otro tiempo a trueques o batallas. Cuando se delimita el rea de extencinde los alacalufes, a menudo se olvida tomar en cuenta a los conjuntos marinos que se internan profundamente en el Continente al norte del Estrecho de Magallanes, en la vertiente oriental de la Cordillera. En la vasta regin de los golfos de Ultima Esperanza, por una parte, y de los mares de Skyring y de Otway, por otra , as como en todas las ramificaciones de sus fiordos estrechos y canales, las condiciones geogrficas cambian al pasar del mundo marino al mundo de la Pampa. En una ancha banda costera, la estructura montaosa de los archipilagos cede su lugar a espacios ms desprendidos que anuncian la meseta patagnica. Esas dos regioneseran igualmente frecuentadas por nmades marinos, as como lo atestiguan los vestigios arqueolgicos. El acceso al conjunto geogrfico de ltima Esperanza se obtiene, sea por el lado de los archipilagos, por el estrecho paso de Kirke, sea al sur del seno Obstruccin, por un itsmo estrecho, poco elevado y fcilmente atravesable cargando los botes por una senda jalonada de lagos que da al mar de Skyring. Slo desde hace poco los sitios de campamento de ltima Esperanza dejaron de ser frecuentados por los alacalufes. En torno a los recientes frigorficoa, situados en el centro de una regin ganadera, surgi la villa de Puerto Natales, que fue un centro de atraccin para algunos alacalufes. Los chilotes constituyen parte importante de la poblacin obrera y dan a la ciudad un aspecto menos cuidado que el de Punta Arenas. Mujeres alacalufes se han casado con chilotes o algunas veces con blancos que ejercen profesiones ambulantes. Se puede decir que, desde la colonizacin de ltima Esperanza, los alacalufes no han hecho ya viajes por esta regin sino cuando eran trados por chilotes. En sus migraciones tradicionales hacia el sur, ya no van ms all del paso Kirke. Al sur del Golfo Obstruccin, se halla el itsmo mencionado ms arriba, el camino de los indios, que da acceso al mar de Skyring. Por su lado oriental, el mar de Skyring, cuyas numerosas islas muestran huellas de ocupacin alacalufe, es en una gran extensin vecino de la meseta patagnica, y se puede comunicar directamente, por una serie de llanos escalonados, con las soledades de la pampa austral, sin tener que atravesar bosques ni regiones montaosas. Actualmente los alacalufes han desaparecido del Skyring a causa de la crianza de ganado. Se ignora casi todo lo que respecta a la naturaleza de las relaciones que han podido tener en otro tiempo con los tehuelches en esta regin. Fitz Roy menciona solamente que en 1830 los alacalufes practicaban all trueques con los tehuelches: piritas de hierro a cambio de instrumentos de piedra y pieles de guanaco. En realidad, nada se sabe acerca de la frecuencia de tales contacto, sus repercusiones culturales entre dos civilizaciones muy diferentes ni acerca de la posibilidad de ciertos cruzamientos.
1 GUSINDE, Op. cit. Los Nmades del Mar en Libros Biblioteca Territorio Recursos Ser Indgena http://www.serindigena.cl/territorios/recursos/biblioteca/libros/f_nomades.htm

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Dos estrechos abren comunicacin con el mar de Skyring: uno, el canal Gajardo, con el Estrecho de Magallanes; el otro, el canal Fitz Roy, con el inmenso Golfo de Otway, cuya orilla oriental poda ser frecuentada por los tehuelches. El sistemacomplicado de Otway no tiene ms que una salida marina hacia el estrecho, el canal Jernimo, donde se encuentran muy numerosas huellas de campamentos alacalufes. Estos disponan, igualmente, de un sendero a travs del bosque y podan cortar as la pennsula de Brunswick y llegar por tierra, a la altura del Puerto de Hambre, al Estrecho. Desde el siglo XVI, los diarios de a bordo mencionaban los encuentros frecuentes de anoas de indios y de cabaas habitadas en los doscostados del Estrecho. Estos documentosno prueban por s solos que esta regin haya sido ms poblada que las otras, pues hasta el siglo XIX fue la nica regularmente visitada por los blancos. Pero la abundanciade vestigios muestra que un gran nmero de bahas de la costa norte del Estrecho, especialmente, estaban habitadas y lo estuvieron de una manera ms o menos continua hasta una poca contempornea. En sus conversaciones, los alacalufes mencionan sus estadas en la baha Fortescue, en la bahaaguila, pero no ms all en direccin a Punta Arenas. Probablemente, desde la fundacin de Punta Arenas (1842), los alacalufes cesaron de frecuentar esa parte del Estrecho, pero en otro tiempo su dominio se extenda mucho ms al Este. La costa montaosa y boscosa se detiene en Cabo Negro, que marca aproximadamente el lmite de su territorio por el lado oriental. No es imposible, sin embargo, que ste se haya extendido hasta la baha San Gregorio, que est enteramente rodeada de conchales importantes. En esta parte de la costa, ciertamente mantuvieron contactos ms o menos pacficos con los tehuelches. Un relato de viaje del siglo XIX1 menciona la presencia de un alacalufe en un grupo de tehuelches a caballo. La costa sur del estrecho, extremadamente despedazada, no ha sido explorada desde el punto de vista arqueolgico. Slo las relaciones de viaje hacen mencinde campamentos, verosmilmente alacalufes, en las numerosas bahas de las islas Desolacin y Santa Ins. Los viajes de los alacalufes se prolongaban a las costas de la isla Dawson y del golfo de Almirantazgo, a los canales Gabriel, Brbara, Magdalena, como lo revelan las huellas de campamentos y los recuerdos de algunos indios actuales. Los alacalufes podan estar en contactocon los onas en las cercanas de la Baha Intil, pero no se sabe si estas relaciones fueron pacficas o belicosas. No obstante, algunos onas actualmente vivos descienden de madre alacalufe. Lmina III

6. Kostora algunas semanas antes de su muerte ( 1948)

7. Yuras, 55 aos ( 1959)

8. Terckstat, 27 aos, caso de senilidad precoz ( 1947)

Lmina IV

1 COAN, Op. cit. Los Nmades del Mar en Libros Biblioteca Territorio Recursos Ser Indgena http://www.serindigena.cl/territorios/recursos/biblioteca/libros/f_nomades.htm

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9. Kankstay, 30 aos

10. Kyewaytcaloes, 45 aos

En cuanto a la franja insular meridional, parece haber sido a la vez dominio de los alacalufes y de los yaganes, si damos fe al testimonio de varios de ellos que afirman haber estado en relacin con "los indios del sur". Por lo dems, es difcil distinguir las huellas de los unos de las huellas de los otros en los vestigios arquelgicos acumuldos en las islas del extremo sur y determinar los lmites de sus reas respectivas, si es que fueron diferentes en una poca remota. Si bien es posible establecer una distincin lingstica entre los dos grupos, sus caratersticas antrepolgica, las formas de su vida material y social son idnticas, salvo en detalles. Se puede legtimamente pensar que unos y otros han tenido en esta regin del extremo sur contactos ms numerosos y estrechos de lo que generalmente se cree. Los territorios precedentemente descritos no estan ya habitados por los alacalufes que, muy escasos en la actualidad, no frecuentan ya casi sino la zona central de los archipilagos occidentales. El laberinto insular que se extiende en una estrecha faja entre la Cordillera austral y el Pacfico ha constituido el ltimo dominio de los alacalufes. Acaso en este vasto territorio, severamente aislado de todo contacto humano, llegaron los alacalufes por fin a diferenciarse de sus parientes cercanos del norte y delsur, los chonos y los yaganes. Prcticamente, en estos archipilagos centrales, a causa de su escaso nmero, todos los sitios habitables han sid habitados, pero la abundancia de los sitios no es necesariamente el signo de una poblacin numerosa cuando se trata de nmades. Los puntos habitables estn limitados, por una parte, a algunas estrechas playas que sirven de refugio a ocasionales campamentos y, porotra parte, a playas ms abiertas que han sido habitadas de una manera continua poruna poblacin siempre cambiante. Los sitios temporales son muy numerosos, pero esta abundancia de lugares de campamento no corresponde sino a los incesantes desplazamientos de la poblacin: los conchales que all se encuentran son generalmente poco importantes. Aun en las playas que bordean a las bahas privilegiadas, no se hallan conchales muy espesos, como en Navarino, sino una multitud de montones vecinos unos a otros. Tal desparramamiento no permite sino estimaciones vagas sobre la densidad de la poblacin indgena de los archipilagos, falseadas a consecuencia del efecto destructor de las abundantes precipitaciones. Los sitios privilegiados elegidos por los alacalufes para una residencia prolongada son escasos. Deben presentar ciertas condiciones de exposicin, de abrigo y de espacio favorables a la vida colectiva. Bahas como las de Edn, de Puerto Grapler, de Puerto Bueno y de Muoz Gamero, para no citar sino algunas, parecen haber sido permanentemente habitadas. En su vida errante, los alacalufes tenan una preferencia marcada por ciertos sitios prximos al Pacifico que llegaban a ser as lugares de paso y de habitacintemporal muy frecuentados. Nadie podra decirpor qu ni explicar las razones de esta preferencia, tal vez sentimental. Las islas y canales que estn cerca del Pacfico son ms inhospitalarios que los otros. Sin embargo, si nos fundamos en el nmero dede nacimientos y defunciones que se han producido all en una poca reciente, e puede estimar que el

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canalFallos, los archipilagos Guayaneco y Madre de Dios, la red complicada de canales entre el canal Castilloy el Canal Ladrillero, el Brazo Norte y el canal Picton eran centros preferidos de estacia. En cuanto a la opinin difundida de que los alacalufes y los yaganes tenan divisiones territoriales asignada a cada familia, y que despus de cada uno de sus viajes volvan siempre al mismo punto, no se encuentra ninguna confirmacin histrica o actual de ella. 2. EVOLUCIN DE LOS ALACALUFES DESDE EL SIGLO XVI AL SIGLO XX Los documentos histricos. Desde que Magallane divis por primera vez las costas del Estrecho que lleva su nombre y no vo en l otros signos de vida humana que fogatas que brillaban en la orilla, hasta la poca de la casi total desaparicin de los indios del extremo Sur, no hubo nunca datosprecisos acerca del nmero de los alacalufes. Slo los ltimos sobrevivientes han podido ser contados con exactitud. Durante ms de cuatro siglos, las expediciones de toda clase, militares, hidrogrficas, cientficas, suministran sobre los archipilagosde Magallanes y sus habitantes una documentacin copiosa, pero de valor desigual. Los diarios de navegacin, en particular los de los siglos XVI y XVII, podran formar una suma de etnografa histrica, muy incompleta, por ciero, pero de gran valor, a la cual las ms recientes observaciones no aportan a menudo sino complementos de detalle. Por lo dems, los marinos estaban indicados para observar conjusteza y precisin la vida de esos otros marinos que eran nmades alacalufes. Todos estos documentos, por interesantes que sean, no suministran ninguna inforacin, siquiera aproximada, acerca de su nmero. Por falta de cifras, an las apreciaciones sobre la densidad de la poblacin son imposibles. Hacia fines del siglo pasado, poca en la cual el rconocimiento geogrfico de la Patagonia Occidental estaba a la orden del da, subsiste la misma laguna. Es cierto que el censo de una poblacin sin cesar errante, inaprehensible, que hua del blanco y poda esconderse en los ms inaccesibles rincones, habra sido bien ilusorio. Como no se conoca en su totalidad el rea de distribucin de los alacalufes, se crea que cada grupo encontrado en cualquier punto de los archipilagos era una tribu aparte, distinta de los grupos vecinos. As es como los alacalufes han sido distribuidosen una serie de grupos tnicos correspondientes a subdivisiones geogrficas. No imaginaban que estos nmades pueden moverse a travs de considerables distancias. En el tiempo del Padre Garca Mart, por ejemplo, en 1746, los indios que vivan al Oeste del Canal Messier fueron llamados los Kailen y los que frecuentaban el Canal Messier eran los Tayalaf. Ms tarde, se distingui alos Lecheleyesk, los Yekenawer, los Huemul, los Petcherey, etc. Tales diviciones tnicas estn absolutamente desprovistas de fundamento cuando se aplican a una poblacin que en el curso de un mismo ao puede vivir en los dos extremos de su dominio y recorrer en un mismo viaje varios centenares de millas. El que tal o cual familia o grupo de familias tenga sus campamentos predilectos, no tiene nada que ver con subdivisiones tnicas. En el curso de cuatro siglos de exploracin, los navegantes han encontrado alacalufes en todos sus itinerarios, en todas las bahas en donde anclaron, en todas las costas donde naufragaron naves. Los indios estaban casi siempre diseminados en pequeos grupos a lo largo de los archipilagos. Ladrillero fue el primero en recorrer durante los aos 1557 y 1559 toda la franja costera de la Patagonia Occidental. Encontr alacalufes en el canal Fallos. Ms tarde, el corsario Francis Drake los vio en el canal Jernimo y en las islas Ayautau. En el curso de un primer viaje de exploracin, Sarmiento de Gamboalos hallo en todos los puntos situados entre el Golfo de Penas y el Cabo Pilar, as como en las dos costas del Estrecho. Uno de los barcos de Sarmiento naufrag al Sur de la isla Wellington y las tripulaciones espaolas vivieron durante varios meses en la vecindad de los alacalufes. Cuando sarmiento volvo al estrecho para establecer all dos colonias, los 400 espaoles de la ciudad del Rey Felipe tuvieron que defenderse contra los indios durante tres aos.
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En 1609, los misioneros establecidos en Chilo hicieron un viaje a la parte ms septentrinal del territorio de los alacalufes, que hallaron ms inhspita que la isla de Chilo y que los archipilagos Chonos, pero en la cual no hallaron "sino pocos sitios sin habitantes". En 1779, los Padres Benito Martn y Jualin Real visitaron los mismos parajes y hallaron gran nmero de indios. Decidieron a 33 para que se vinieran con ellos a la Misin de Chilo. En otro viaje, los Padres Menedez y Vargas se llevaron a 31. El ltimo misionero que visit a los alacalufes, en la boca norte de los canales Messier y Fallos, el P. Garca Mart, seala que existen en todas las radas cabaas con recientes seales de haber sido habitadas. En 1785 y 1786 tuvo lugar una importante expedicin hidrogrfica realizada por la fragata Santa Mara de la Cabeza. El diario de a bordo seala agrupaciones de indgenas que comprendan 60 70 individuos, formadas de familias independientes, compuestas a su vez por 8 a 10 personas. de los 200 indios observados en la parte occidentaldel estrecho, "no ms de tres son ancianos, y entre los otros no hay uno solo que parezca haber llegado a los 40 aos. Se puede, pues, concluir con algn fundamento que su vida normal no supera ese lmite. Diversas causas influyen sobre la suerte de esos desgraciados salvajes: la gran facilidad con la cual satisfacen sus necesidades basta para hacerlos perezosos e indolentes y, aun sin eso, los bosques impenetrables en que viven, la dureza del clima, que los obliga a vivir constantemente cerca del fuego, sin ejercicio, contribuyen al mismo efecto. esta vida inerte influye de una manera desastrosa sobre el fsico. La humedad perpetua en la cual estn sumidos es otro enemigo de la saluddel hombre. La malignidad del aire que exhalan las plantas de los bosques hmedos y sombros es muy perjudicial. Su extraordinaria aficin por la carne cruda y podrida de ballena no puede dejar de ocasionarles importantes enfermedades. Por otra parte, se puede observar que, a pesar de todo, no estn habituados a soportar el fro: dan diente con diente en medio verano, y es evidente que muchos de ellos, principalmente los que estaban afligidos de alguna enfermedad, mueren a causa del rigor del invierno". Las observaciones de los comandantes Parker King y Fitz Roy, durante dos viajes efectuados de 1826 a 1836, precisan que los indios que vivan entre el Cabo froward y el Golfo de Penas deban pertenecer al mismo grupo y que eran probablemente numerosos. Apenas ven pasar un barco, surga un centenar y an ms, y cuando estn en buen nmero, no vacilan en atacar embarcaciones. Como signo de reunin, se elevan humos a travs de millas y millas a lo largo de la costa, y de cada caleta surge una canoa de indios que se dirige hacia el barco. Las observaciones de los dos marinos ingleses son particularmente interesantes, puesto que ellos recorrieron los archipilagos en todos los sentidos, mientras la expedicin de la Santa Mara de la Cabeza estaba limitada al Estrecho. Los que intentaron establecer un verdadero censo, como quiso hacerlo Weigardt en 1882, no tuvieron ningn resultado aceptable, pues sus observaciones no se hicieron sino en fracciones del territorio ocupado por los alacalufes. En el curso de un ao de exploraciones en el archipilago de la Reina Adelaida y en el Estrecho, el capitn Pacheco, en 1912, no encontr sino cabaas abandonadas y una sla familia de indios. El fue el primero en sealar la desparicin de los alacalufes. Con razn o sin ella, atribuy esta desaparicin al abuso de alcohol y de tabaco que haban suministrado a los indios los loberos de Chilo o de Punta Arenas que frecuentaban la regin hacia esa poca. "Cualquiera que sea la causa, escribe, lo cierto es que la poblacin indgena ha disminuido mucho". Por interesante que sea, el alcance de su observacin est limitado a la regin de los archipilagos de la Reina Adelaida y del Estrecho. Estos pocos ejemplos, escogidos entre los ms significativos de las relaciones de viaje en los archipilagos, muestran que no se posee nign documento completo sobre el conjunto del problema demogrfico. Un gran nmero de estos relatos de los navegantes de los siglos XVI al XX, contienen observaciones etnogrficas de una sorprendente exactitud e informaciones valiosas sobre el rea de dispersin de los alacalufes, pero nada que pueda ser considerado siquiera como aproximativo acerca de la densidad y su nmero. En la historia reciente de la exploracin de los archipilagos y en las tradiciones orales actuales, se
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hallan a veces apreciaciones cifradas, pero habra que preguntarse en qu se fundan. Tales indicaciones deben ser siempre acogidas con escepticismo y es preferible buscar en los mismos textosinformaciones menos precisas, pero ms significativas. Todo dato numrico sobre la poblacin de los archipilagos -sin que haya que poner en duda, sin embargo, la buena fe y la objetividad de los narradores- careca defundamentos. Casi siempre se trata slo de encuentros de algunas canoas de indios en el curso de alguna navegacin. Las bahas abrigadas en las que anclaban los barcos eran tambin sitios de campamento, escogidos por las mismas razones por indios y por blancos. Otras veces, la presencia inslita de un buque atraa a indios dispersos en torno al punto de anclaje. Por lo dems, las noticias circulan con rapidez, aun en los sitios ms remotos del mundo, y cualquiera estada ms o menos larga de un barco provocaba una reunin de nmades que podan venir de muy lejo. Se ha podido anotar con exactitud el nmero de personas as reunidas, y las cifras ordinariamente no pasan de unas cuantas decenas, que representan la poblacin momentnea de un territorio completamente indeterminado y pueden dar una falsa impresin de densidad. A la inversa, numerosos sitios de campamentos estaban situados al margen de las rutas habituales y la importancia de su poblacin escapaba,entonces, a los observadores. En ausencia de empadronamientos sistemticoa, y tambin a consecuencia de que a menudo los narradores descuidan indicar sus fuentes de documentacin, ser preciso tener como dudosas todas las cifras anticipadas. se puede decir que hasta una poca muy reciente, hacia 1940, nunca se tubieron informaciones vlidas acerca del nmero de los habitantes de los archipilagos de la Patagonia Occidental. Segn nuestras propias investigaciones, estimamos que el nmero de los alacalufes poda elevarse, a fines de siglo pasado, a uno o dos millares. Contactos con los chilotes. Desde 1880 a 1930, los alcalufes mantuvieron contactos mucho ms continuos que en el pasado con los extranjeros, chilotes y blancos.tal fue la primera fase de las modificaciones profundas introducidas en la vida material de los indios, as como de sus consecuencias demogrficas y psicolgicas. la segunda fase, que se puede hacer comensar en 1930, corresponde a su contacto ms o menos permanente con los blancos, y condujo al abandonodel sistema tradicionalde vida y a la aceleracin del movimiento hacia la total desaparici. En lo que se refiere a la poca anterior a 1930, existe una tradicin oral bastante abundante, que es preciso, por lo dems, recoger con prudencia, y que permite remontarse hasta 1917 y a veces ms lejos. La fecha de 1917 est fijada por el naufragio del Casma, del cual los alacalufes conservaron un recuerdo muy preciso. Los testimonios de algunos patrones de goletas que frecuentaban los archipilagos en el curso de las expediciones anuales delos cazadores de pieles, son tambin precisos, aunque en varios puntos estos patrones son reticentes en sus conversaciones y evitan temas delicados, como las reyertas, los raptos o aun las vas de hecho ms graves de que fueron vctimas los alacalufes. En cuanto a stos, los ms ancianos podan an en 1948 completar con sus recuerdos, precisos y detallados, la turbia historia de este perodo. Las expediciones de caza de las goletas chilotas duraban casi siempre de tres a seis meses, y a veces ms, pues era fcil infringir la limitacin legal de estas caceras en un territorio puramente administrativo, malconocido y mal vigilado. Las goletas dispersaban por los archipilagos, cerca de los roqueros de focas, a las cuadrillas de cazadores, compuestas de una chalupa y de seis hombres, todos originarios de Chilo, cuyo trabajo consista, principalmente en la poca de la paricin, en matar y despojar a las focas recin nacidas y las focas de pieles. Los campamentos de caza de las cuadrillas esran peridicamente visitados por las goletas, aprovisionados y reembarcados al final de la faena con sus cargamentos de miles de pieles de focas, cuidadosamente descarnadas, saladas y puestas en toneles. A pesar de su aversin por los chilotes, los alacalufes se establecan cerca de sus campamentos. Empezaban por ser desafiantes, pero entraban despus en confianza gracias a pequeos regalos, hasta llegar poco a poco a suministrar a los loberos una mano de obra diestra y gratuita. A cambio de su trabajo de preparacin de pieles, reciban alimentacin chilota, galletas de harina, papas, cebollas y caf de higos. A
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cambiode sus capasde pieles de nutria y de coipu, reciban ponchos y frazadas de valory calidad mucho menores. Estos negocios dejaban a los alacalufes esquilmados, pero satisfechos. En esa poca, los indios haban adquirido de algn modo los instrumentos, como hachas y cuchillos, que se ponana su disposicin para el trabajo. Otros objetos excitaban su codicia: velas, chalupas, fusiles. La astucia habitual consita en huir subrepticiamente llevandose todolo que poda. si la operacinllegaba a fracasa, se produca una salvaje masacre sin que pudieran ya distinguirse inocentes y culpables. Fueron asexterminadas familias enteras, incluyendoa nios de meses. Pero los autores de estas matanzas no siempre fueron chilotes. Los loberos manifestaban un vivo inters por las mujeres alacalufes. Los raptos de mujeres y muchachas, y aun de muchachos para hacerlos marinos, eran frecuentes. Es fcil suponer que tales hechos no se produscan sin violencias. un nmero considerable de alacalufes fueron as trasplantados a Chilo, Puerto Montt y Punta Arenas. Los contactos entre indios alacalufes y cazadores chilotes no se limitaron a tal o cual regin de los archipilagos. Los roquerosde focas son numerosos, especialmente en las islas avanzadas del Pacfico. Los chilotes establecan sus campamentos de caza en los mismos sitios que los alacalufes frecuentaban. unos y otros perseguan la misma presa y el mar era su elemento comn. Las dificultades de navegacin y el ddalo de los fiordos y canales martimos les eran igualmemte familiares.Todos afrontaban parajes de difcil acceso, abiertos al ocano:las costas occidentales de las islas Wellington, Hanover y Jorge Montt, de los archipilagos Madre de Dios y Reina Adelaida. Los cazadores de pieles, cuyo centro de actividad era Punta Arenas, trabajaban tambin en los archipilagos de la Tierra del Fuego, situados entre el Cabo Pilar y el Cabo de Hornos. All entraban, pues, en contacto con los alacalufes y los yaganes, pero las tradiciones relativas a las caceras en las islas del surpertenecen a la fantasa y la leyenda. Ninguno de los escasos testigos de esa poca, proveniente de Chilo o de Punta Arenas, es capaz de proporcionar informaciones objetivas, siquiera aproximadas, acerca del nmero de los alacalufes durante ese perodo. Aun las noticias que pueden dar sobre los detalles de la vida material de los indios son difusas y deben ser sujetas a caucin. de toda la tradicin oral an viviente, se puede concluir que la poblacin autctona de los archipilagos empez a declinar en el momento en que los extranjeros se instalaron de un modo semipermanente sobre su territorio. Adems de los actos de violencia sealados anteriormente, a los cuales es preciso agregar la introduccin, moderada, sin embargo, del alcohol, no hay duda de que tales contactos regeneraron y difundieros ciertas enfermedades sociales que son actualmente una de las causas ms importantes del descalabro fisiolgico de los alacalufes. Contactos con los blancos. Hacia fines del siglo pasado, los buques que unen a los puertos del Pacfico a los del Atlntico empesaron a tomar la ruta de los canales martimos. El trayecto era ms largo, pero la navegacin era menos fatigosa que en las olas abiertos del Pacfico. Antes de la abertura del Canal de Panam, la ruta de los archipilagos conoci un perodo de trfico intenso. Los naufragios, que fueron numerosos, atraan a los nmades. Para ofrecer ms seguridad a esta va promisoria, la Marina Chilena envo a los archipilagos a numerosas misiones hidregrficas a reconocer los pasos ms seguros y balizar la ruta, localizando y sondeando los abrigos naturales de las costas. Los pasos de los barcos se hicieron ms y ms frecuentes. Los puertos naturales en que los buques anclaban de noche o con mal tiempo eran las grandes bahas habitadas permanentemente por algunas familias alacalufes. Durante estas breves escalas, los indios fueron objeto de lamator curiosidad. Su desnudez y su miseria estimulaban a los espritus caritativos, que les daban alimento, ropas, tabaco, a veces alcohol y herramientas de metal. Las tripulaciones y los prctcos o pilotos que en cada viaje y en cada escala observaban agrupaciones de alacalufes, no pudieron proporcionar informaciones demogrficas de algun valor. No vale la pena tomar en cuenta algunos ensayos de clculo de la poblacin, pero
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todos concuerdan en afirmar que hace 20 30 aos el nmero de los alacalufes, ya reducido, poda an ser superior a mil individuos. Es evidente que estos contactos breves, pero repetidos, ejercieron influencia decisiva en la existencia de los alacalufes, modificando su vida material y sus concepciones tradicionales. La penetracin de los blancos en ciertos terrenos nuevos y an desconocidos de los archipilagos progresaba rpidamente. Hubo ensayos espordicos e influctuosos de crianza de corderos, de explotacin de mrmol de la Isla Cambridge y de corta de maderas en los bosques de cipreses de los archipilagos. Sobre todo la creacin de dos centros de poblacin blanca, en favor de los cuales algunosalacalufes abandonaron la vida nmade, intensific la revolucin provocada por la frecuentacin de la ruta de los archipilagos. Hacia 1880, el simple villorrio de Punta Arenas, que desde haca cuarenta aos vegetaba en la costa norte del Estrecho de Magallanes, aislada del resto de Chile, lleg a ser en pocos aos la capital de una red econmica de gran valor. Las pampas del sur se revelaron aptas para la crianza de ganado ovino; hallaron oro en los ros y en las playas atlnticas de la Tierra del Fuego, el carbn cerca de la ciudad. Llegaron emigrantes en masa de todos los paises de Europa. Punta Arenas se convirti en un centro econmico y bancario, que diriga a un pais recndito que, a pesar de la desolacin de sus pampas secas y azotadas por el viento, era teatro del desarrollo de una inmensa riqueza. Se hallaronterrenos aceptables para la ganadera en las regiones ms inhospitalarias y hasta en los rincones de la ltima Esperanza. En este ltimo punto, que era en otro tiempo un importante centro de poblacin alacalufe, se elev la ciudad de Puerto Natales, ligada actualmente a Punta Arenas por un camino. Pero tambin se puede ir a Natales por va martima, dando una vuelta de varios centenares de millas. La creacin de estos dos centros, los nicos de Chile austral, ejercio una influencia cierta, aunque limitada, en la demografa y la reparticin de los alacalufes, que se mantuvieron al margen de la poblacin blanca y abandonaron sus viajes a la parte oriental del Estrecho, que en otra poca frecuentaban tanto como los archipilagos del oeste. Algunas mujeres alacalufes se casaron con blancos y algunos nios fueron recogidos por instituciones o particulares de Punta Arenas. Las investigaciones efectuadas sobre los miembros vivos y asimilados de esta poblacin india han permitido encontrar la huella de algunos de ellos. Viven por lo general en un ambiente de leadores, pescadores, cazadores de pieles y parecen llevar con gusto una vida a menudo muy diferente de su vida tradicional. A consecuencia de circunstancias desconocidas, ha sucedido que una u otra familia alacalufe haya emigrado para establecerse en las afueras de la ciudad. Su gnero de vida es tan rudimentario como el que llevaban en los archipilagos. Siguen viviendo de la caza y de la pesca. Aunque pueden expresarse fcilmente en castellano, no han olvidado su lenguaje ancestral, lo hablan an entre s, pero se niegan categricamente a hablarlo delante de los blancos: los complejos que les ha creado una asimilacin incompleta lesimpiden ser intrpretes e informantes dignos de confianza. En cuanto a los nios adoptados recientemente por los blancos, nofue posible dar con las huellas. Es probable que la mayora haya muerte. Onas y alacalufes en la Misin de Dawson. Hacia 1880, a comienzos del desarrollo aconmico de la

provincia de Magallanes, comenz a plantearse el problema indgena. Se haba concedido alos cientehuelches, ms o menos, que subsistan en territorio chileno una reserva de 10.000 hectreas. La presencia de los yaganes en una regin que no se trataba todava de explotar, no creaba ningn problema, as como tampoco lo creaba la de los alacalufes en una regin tan desheredada como la de los archipilagos. Los onas, por el contrario, ocupaban en la Tierra del Fuego territorios que eran excelentes terrenos para la crianza de ovejas. La cuestin de la desaparicin de los onas ha suscitado numerosas polmicas y, segn el punto de vista o lapoblacin adoptada en el conflicto, el nmero de los que estaban establecidos en las concesiones de la Tierra del Fuego - un millm y medio de hectreas, ms o menos- ha sido ampliamente aumentado o disminuido. Cuatro mil, segn algunos; unos pocos centenares, en opinin de los nuevos ocupantes; 1500, segn
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Nordenskjld, 500 de los cuales se hallaban en territorio argentino. Esta ltima opinin tiene, por lo menos, el mrito de no ser parcial, mas es preciso confesar que la numeracin de los nmades terrestres era por lo menos tan imposible como la de los alacalufe. Por otra parte, vivan en un terrirorio an inexplorado y eran perseguidos como animales dainos. En todo caso es cierto que, de los grupos humanos del extremo sur, los onas fueron los ms numerosos y eran fsicamente los mejor constituidos. Es igualmente cierto que una parte de los onas fue masacrada por orden de las grandes compaas concesionarias de las tierras ganaderas. El desarrollo del ganado primaba sobre toda consideracin y escrpulo. La suerte de los onas se hallaba en las manos de los aventureros a quienes su reciente fortuna transformaba de golpe en avanzadas de la civilizacin. No se conocer nunca el nmero de los onas asecinados. Intereses y personas todava en juego continuan creando en torno a este asunto de ms de medio siglo de antiguedad un muro de silencio protector del respeto de sus fortunas. Cualquiera que sea el nmero de los onas masacrados; llegue a ciento a mil, sigue siendo una mostruosidad inborrable en el punto de partida de la colonizacin de la Tierra del Fuego. Las depredaciones de un grupo tan importante como el de los onas en un territorio en que la ganadera se implantaba difcilmente, no eran, por cierto, despresiables. A veces los indios llegaban a atacar a los propios colonos. Se imponan medidas eficaces de proteccin, tanto para preservar los rebaos como para socorrer y civilizar a los onas. Para evitar las incursiones, se pens instalar puestos militares escalonados por la orilla de los territorios recientemente ocupados, pero el proyecto fue considerado demasiado caro y de dudosa eficacia. La otra solucin era deportar a los onas a alguna isla inutilizable de la Tierra del Fuego, donde, bajo la direccin de misioneros y con la ayuda del Estado y de las estancias, pudieran hallar medios de existencia suficientes y ser educados poco a poco. Los misioneros salesianos llegaron a Punta Arenas en 1887. Solicitaron al gobierno chileno la concecin de la Isla Dawson, entoces sin ocupantes, e instalaron en la punta septentrional de la isla una estancia. En 1890, el gobierno le concedi por 20 aos el goce total de la isla, con el fin de establecerse all un centro para los indgenas, donde se les dara enseanza, cuidados sanitarios y todo lo que pudiera ayudarlos a readaptarse. Se edificaron una casa, una escuela, una enfermera y una capilla. La isla tiene una superficie de 130.000 hectreas, casi enteramente cubiertas de bosques explotables, e incluye 25.000 hectreas de praderas, una estacia de 500 bovinos y 7.000 ovejas, una umportante aserradero mecnico y talleres de carpintera, que fueron instalados por los misioneros. Durante los cinco primeros aos, los alacalufes fueron los nicos huspedes de la misin. Reciban algunos subsidios alimenticios y a veces dejaban all sus nios. Los onas se resistieron con la fuga a toda tentativa de aprehensin. Sin embargo, algunos fueron capturados y transportados a Dawson. En 1895, la misin contaba 176 indios, 65 alacalufes, con 27 hombres y 38 mujeres, y 111 onas, con 48 hombres y 63 mujeres. Al ao siguiente algunas decenas de onas, empujados por el hambre y el fro de un invierno excepcionalmente riguroso, se dejaron transportar a la misin. En 1899, segn el informe oficial haba 108 hombres y 170 mujeres, si distincin de grupos de este nmero, 31 nios y 38 nias de 6 a 9 aos reciban los primeros rudimentos de instruccin. 11 de ellos poda, con alguna dificultad, leer y escribir. Nios y nias de ms edad trabajaban en los talleres. Es evidente que la instalacin de los onas en Dawson, en una especie de campo de deportacin, fuera de su territorio, y sobre todo fuera de todo contacto con las gentes a las cuales se trataba justamente de adaptarlos, fue por lo menos un error lamentable, inexplicable, si no un acto de indiferencias frente al problema. Los resultados fueron desastrosos. Onas y alacalufes eran empleados como trabajadores en una misin bastante parecida a una empresa industrial. Se trataba de incorporar a la nacin chilena a un grupo indgena y, paradojalmente, para alcanzar tal fin, se los entreg a misioneros italianos, recientemente llegados de Europa con otros miembros y empleados a la misin, que hablaban mal el espaol y que utilizaban siempre la lengua italiana entre ellos. Un decreto ya antiguo, fechado en 1847, impona a todo misionero la obligacin de hablar, en
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un plazo de cuatro aos la lengua de los indgenas a su cargo. Ninguno de los misioneros de Dawson aprendi jams ni el ona ni el alacalufe. En la escuela, los mtodos de enseanza eran lamentables: los libros utilizados fueron los manuales de la escuela primaria de Chile, sin ensayo alguno de adaptacin al caso particular de los indiecitos de la misin. Segn los trminos del decreto de concesin, los productos de la isla beban ser empleados"en el sostenimientoy civilizacin de los indgenas". A pesar de las entradas financieras muy importantes provenientes de los productos de la estacia y del aserradero, as como de las donaciones del Estado y de las estacias de la Tierra del Fuego -que continuaban entregando por cada ona conducido a Dawson la suma de una libra esterlina: cada indio muerto haba sido igualmente de una prima -, jams se ejerci ningn control. Sin embarg, los resultados estuvieron poco de acuerdo con medios econmicos tan fuertes. Nueve aos despus de haberseinstalado la misin, ningn indio se encontraba en condiciones de entrar en la vida civilizada con un mnimo de conocimientos. El bienestar que hallaban en Dawson satisfaca, ciertamente, sus limitadas necesidades, pero la enorme mortalidad de la comunidad indgena, especialmente de nios, no suscit atenciones mdicas. Segn el informe del gobernador de Punta Arenas, suceda que murieran cuatro o cinco nios al mes. La enfermeraestaba desprovista de medicamentos de urgencia. Control y cuidados mdicos eran inexistentes. Sin embargo, Dawson no estaba sino a seis horas de navegacin de Punta Arenas y una embarcacin de la Armada, fuera de numerosos buques, visitaba peridicamente la misin. A un ritmo catastrofico, la muerte, y despus probablemente la dispersinde los ltimos sobrevivientes, resolvieron el problema de la adaptacin de los indios, y de una manera definitiva. En septiembre de 1911 expiraba el contrato acordado a a misin de Dawson. La misin haba contado con ms de 500 indios en el curso de losltimos aos. El cementerio, agrandado varias veces, contaba con 800 tumbas. 3. LOS LTIMOS ALACALUFES Actualmente, si dejamos aparte a las pocas familias o individuos que han adoptado el gnero de vida chilote y que, de una o de otra manera, se han fijado en los alrededores de Punta Arenas, de Puerto Natales o aun de Puerto Montt, los alacalufes representan un nfimo grupo humano que disminuye cada vez ms. A excepcin de dos familias, prcticamente han abandonado la vida nmade. Viven ordinariamente agrupados en Puerto Edn, en torno al puesto militar, o en los alrededores de San Pedro, donde hay un faro custodiado. Puerto Edn es muy abrigado. La baha es sin duda el mejor de los archipilagos y all hallan refugio los buques cuando el mal tiempo impide la navegacin nocturna y all tambin pueden esperar la marea para pasar la Angostura Inglesa. Al mismo tiempo, Edn es un puesto militar que deba originalmente servir de escala a una lnea de hidroaviones que unira Puerto Montt y Punta Arenas. Esta lnea fue suprimida despus de los primeros vuelos, que terminaron en accidentes. Peroel puesto de Edn fue mantenido, a cargo de dos o tres militares, a la vez como estacin meteorolgica y como puesto encargado de la aplicacin de un decreto protector a los indios alacalufes. All vive una parte del grupo en guaridas ms y ms srdidas y descalabradas, esperando de la mendicidad la mayor parte de su subsistencia. En la isla San Pedro, un faro importante es mantenido por algunos marinos chilenos frecuentemente relevados. Los ltimos alacalufes se agrupan en torno a estas dos bases, con la esperanza de una ayuda material- liberalmente concedida, por lo dems- de los militares y marinos o de los buques de trnsito. De vez en cuando, algunas familias abandonan, por perodos que llegan a barcar varios meses, su aglomeracin semiestable y, equipadas de proviciones cuidadosamente economizadas, vuelven a tomar la ruta de los canales para una expedicin de caza. Durante este tiempo, utilizan los lugares tradicionales de campamento y, a pesar del pequeo nmero de los nmades actuales, el ddalo de los archipilagos est an
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jalonado por varios centenares de armazones de chozas. Los alacalufes se prohiben destruir las arcadas de madera de la choza que abandonan. No se llevan consigo sino las pieles de foca que la han recubierto. Durante una permanencia de 22 meses consecutivos entre estos ltimos alacalufes, en Puerto Edn o vagando a travs del laberinto de los archipilagos, hemos podido recoger documentos genealgicos abundantes sobre los representantes postreros de una raza que muere. Estas causas directas son, sin duda, la consecuencia de causas ms lejanas que, estudiadas en otros grupos humanos, seran el objeto de un estudio apasionante y trgico sobre la desaparicin de los pueblos. La investigacin demogrfica. Esta investigacin ha sido realizada interrogando a los sobrevivientes, quienes poseen siempre un recuerdo muy intenso de los muertos y de los desaparecidos, aun de aquellos con los cuales no parecen haber tenido sino vnculos lejanos. Todas las informaciones han sido muchas veces revisadas y no han sido retenidas como vlidas sino cuando no subsista ninguna duda. No hemos tomado en cuenta en los cuadros genealgicos as establecidos sino a la filiacin biolgica, perfectamente conocida y comprendida por los alacalufes, independientemente de todo sistema social de parentesco. El punto de partida de cada genealoga han sido, pues una mujer y sus hijos. El mestizaje es igualmente bien conocido y como en ningn caso es considerado un hecho anormal, ni para la madre ni para el hijo, no parece que pueda haber errores importantes en el nmero de mestizos de chilotes o de blancos. Por lo dems, quedara por probar el que un hijo de padre chilote y madre alacalufe sea realmente mestizo. La encuesta, terminada el 2 de enero de 1948 y completada en 1953, se extiende a cuatro generaciones, siendo la ltima la de los nios actuales. Cubre, entonces, un perodo de 60 a 80 aos. Esta duracin puede parecer calculada de una manera demasiado estrecha, puesto que habitualmente se cuentan treinta aos por generacin, ms hay que tomar en cuenta aqu dos hechos: que la cuarta generacin es todava muy jven, y que los alacalufes se reproducen demasiado pronto y envejesen prematuramente. De 396 individuos nacidos durante este perodo, que comienza un poco antes del siglo XX, 61 estn todava vivos. Pero en nuestra encuesta no hemos tomado sino los grupos de los cuales quedaban por lo menos un sobreviviente. Por otra parte, las informaciones dadas por estos sobrevivientes muestran que por lo menos una de dos familias ha desaparecido completamente durante este perodo. Se puede, entonces, suponer arbitrariamente que los individuos nacidos en los canales desde hace 60 u 80 aos no son 396, sino ms o menos el doble. De estos 800 nacidos, quedaran 61 sobrevivientes. Hay otras cifras elocuentes. En 1946, la poblacin alacalufe comprenda an 48 mujeres, entre las cuales haba 27 adultas, 8 adolescentes y 13 nias. En 1948, no haba sino 43 mujeres: 25 adultas, 5 adolescentes y 13 nias. El balance demogrfico se caracterizaba ya por una disminucin de 10% de la poblacin femenina en el lapso de 2 aos. 5 aos ms tarde, en 1953, ha llegado a ser ms catastrfico todava. De los 17 grupos consideradospor la encuesta, 5 no incluyen ya ninguna mujer que viva en el territorio de los alacalufes. En los 12 grupos restantes se cuentan 24 mujeres -disminucin de 50% con relacin a 1946-, 2 de las cuales son personas ancianas, 4 jvenes que, casadas en varias ocasiones, no han tenido hijos; 5 mujeres cuyos hijos, pocos por lo dems, mueren de corta edad -2 hijos que escaparon de la muerte son mestizos-; 5 mujeres que han tenido una descendencia numerosa y aparentemente normal, pero 3 de ellas han pasado la cuarentena y muchos de sus hijos han muerto, sea accidentalmente, sea de enfermedades desconocidas, y, por fin, 8 nias o adolescentes de menos de 18 aos. Toda la probabilidad de sobrevivencia del grupo est, pues, representada por 2 3 mujeres adultas y por 8 nias o adolescentes varias de las cuales abandonarn ciertamente los archipilagos o morirn antes de haber llegado a la edad adulta. Sera muy interesante descubrir la causa de esta extincin catastrfica, que no es un fenmeno particular a los alacalufes, pues afecta a la gran mayora de los pueblos atrasados que entran en contacto con civilizaciones ms adelantadas. Aun siendo diferente, estas causas deben presentar algunas races comunes.
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Los nicos elementos de que disponemos son las informaciones recogidas en el curso de la encuesta demogrfica y de los exmenes mdicos a que fueron sometidos todos los alacalufes presentes en Puerto Edn. Ellos nos permitirn distinguir con nitidez varias series de factores. Las partidas. Es necesario entenderse primero acerca del sentido que se da a la desaparicin de un pueblo.

Desde el punto de vista del individuo, no hay ms que una sola manera de desaparecer, que consiste en morir. Ms, desde elpunto de vista del grupo, el alejamiento definitivo de un individuo tiene los mismos resultados que su muerte, puesto que no contribuir ya a ninguna de las actividades de la colectividad, ni sobre todo a su renovacin. En los prrafos que siguen, en los cuales nos hemos situado en el puntode vista del grupo alacalufe, el nmero de las partidas viene a incrementar en nmero de los muertos. El nmero de las partidas definitivas es importante, el 51 por 396 nacimientos o por 335 individuos eliminados del grupo,o sea, un 15% de las causas de desaparicin. este nmero deber retener nuestra atencin tanto ms cuanto que no se lo toma generalmente en cuenta para explicar la desaparicin de los alacalufes. Sin embargo,este 15% de emigracin representa, en realidad, una prdida mucho ms catastrfica de lo que a primera vista parece, y esto por dos razones. Las muertes de prvulos y nios son numerosas entrelos alacalufes y si, en lugar de comparar las partidas con el nmero totalde las desapariciones, las referimos al nmero de los nios que llegan a la adolescencia, el porcentaje resulta ms que doblado. Llega a un 34%. Lo anterior significa que de 100 individuos que han escapado a las enfermedades mortales, a los naufragios y a los accidentes de la infancia, 34 abandonarn el grupo tradicional para tratar de adaptarse al modo de vida propuesto por los recin llegados, blancos o chilotes. La proporcin es enorme, pero, como las partidas siempre se han efectuadode una manera espordica y al arbitrio de las fantasia individuales, nunca ha llamado la atencin. Este empobrecimiento para las 3 4 generaciones se reparti de la manera siguiente: 2 bebes, 5 nios, 18 adolescentes, entre los cuales se contaban 11 muchachos; 26 adultos, entre ellos 11 hombres, o agrupados por sexos, 4 mujeres con 2 nios, y 27 hombres, que incluyen 5 nios. Estas partidas hansido sobre todo numerosas en la poca floreciente de los cazadores de focas. Se rarificaron desde 1930, ms o menos. Pero hay algo ms grave.la relacin cuantitativa es fuerte. Ms en el plano cualitativo lo es ms. La gran mayora de las partidas afecta a muchachos o jvenes llevados por patrones de goletas o pescadores chilotes que buscan ayudantes recios y poco exigentes, o muchacahas y mujeres raptadas por las mismas tripulaciones y pescadores. Muchachos y muchachas han sido elegidos por su robustez, por su aspecto agradable o por su espritu ms despierto. Ellos representan una seleccin, a la vez fisiolgica y psicolgica. Su partida priva a la comunidad de sus mejores elementos. Aun cuando se habla de raptos, la curiosidad, el atractivo por riquezas de otro modo inaccesibles, la seduccin ejercida por hombres pertenecientes a un grupo superior, juegan evidentemente un papel preponderante en estas partidas. Para la lengua, la cultua y aun la raza alacalufe, esos individuos estn definitivamente perdidos. Ya no volvern jams a los canales, y sus hijos, si los tienen, se fundirn en las masas populares de Chilo, de Punta Arenas y de Puerto Natales, esencialmente formadas por chilotes. Gran nmero de ellos muere, sea de tuberculosis, contra la cual no estn inmunizados; sea de varias otras enfermedades contradas en las ciudades. Otros viven y se reproducen. Llegan a adaptarse al estilo de vida de los chilotes que, como los alacalufes, son esncialmente marinos. Nos falt tiempo, pero habra sido interesante seguir las vicisitudes de cada uno de estos individuos en su adaptacin a su nueva vida. Ver tabla en libro.

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Lamina V

11. Kyeyakyewa, 35 aos Lmina VI

12. Workwa, 20 aos ( 1952)

13. Markset, 15 aos

14. Tcakwol, 12 aos

15. Yanocks, 10 aos ( 1953)

Las muertes violentas. Bajo esta rbrica se pueden reunir losahogamientos o los accidentes en las rocas durante partidas de caza o de pesca, y los asecinatos. Unos y otros son extremadamente numerosos. Pueden hallarse en el origen de la desaparicin de una familia. En el segundo grupo de la investigacin, por ejemplo, una mujer llamada Kostora tena siete hijos, todos vivos. El mayor fue asecinado por un blanco, y los otros seis, escalonados estre 1 y 15 aos, se ahogaron cerca de la isla Solitario, cuando su canoa fue volcada por una tempestad. En el conjunto de las 4 generaciones, se cuentan 41 casos de ahogados y 24 asesinados. Los ahogamientos y accidentes afectan a todas las edades y sexos, con predileccin por los hombres, sin duda a causa de su vida ms aventurera, aunque la familia entera nomadice y la pesca sea el dominio exclusivo de las mujeres que llevan a menudo consigo a sus nios ms pequeos. 6 mujeres y 7 muchachas, 15 muchachos se ahogaron durante este perodo. Vale la pena observar que, en el caso de 5 hombres, el accidente se produjo a consecuencia de los desrdenes motivados por un exceso de bebida. El conjunto de los ahogamientos representa un 12% del nmero total de muertes, mientras los producidos por exceso alcohlico representan un 3.3% de las muertes de los individuos adultas y un 6.8% de las muertes de hombres adultos, pero slo un 1.5% de la mortalidad total. Los ahogamientos y las cadas de las rocas determinantes de muertes no han aumentado a consecuencia de la llegada de algunos blancos o chilotes a los archipilagos, salvo los 5 casos de ahogamientos en estado de ebriedad. Esta causa de mortalidad est directamente ligada a las condiciones climticas y al modo de vida de los indios. Su importanciapuede ser considerada como constante.
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Ms asombrosoque el de los ahogadoses el nmero de los asesinados. 24 asesinados en un lapso de medio siglo para un nmero totalde 335 muertos es enorme, desde que se trata siempre de asesinatos individuales y no de un estado de guerra o de abierta hostilidad. El representa un 7% de las causas totales de desaparicin, 13.5% de las muertes de adultos y 19% de las muertes de hombres adultos. Es difcil precisar la influencia de la presencia de los blancos sobre estas masacres. La matora de estos asesinatos tiene a un indio por autos. Se trata generalmente de una vieja venganza relativa a un robo, que el ofendido puede mantener largo tiempo en reserva antes de hallar una ocasin de realizarla. Por lo dems, a menudo ni siquiera piensa en ello. Pero surge una mnima disputa, o bien el enemigo se halla de sbito en una cituacin difcil, vuelve a encontrar su viejo rencor y lo satisface por el asesinato. Otras veces se trata de escenas conyugales, que sobreviven con motivo de un incidente de poca importancia, la prdida de un objeto, por ejemplo- La discusin se envenena y degenera en golpes. El marido termina por liquidar a su mujer sin haber tenido la menor intencin del mundo. Los alacalufes son a menudo polgamos. Las mujeres no tienen varios maridos, peroen este dominio la libertad es grande. Una mujer cambia de marido fcilmente, varias veces en el curso de su vida. Puede tambin ocacionalmente pasar una o varias noches con otro indio, con un chilote o un blanco, sin que el marido habitual nada tenga que reprocharle. Por eso los dramas de los celos no son muy frecuentes, aunque de todos modos, existen. Si un marido no le gusta su rival, lo mata. Si un hombre no puede convencer a una mujer que lo siga, la mata, o mata al marido. Todas las combinaciones son posibles, sin que, no obstante, en ninguna de las encuestas haya aparecido el caso de una mujer asesinada. Los asesinatos por chilotes o por los balncos giran alrededor de las dos mismas series mviles: el robo y el amor. un indio ha robado una chalupa, un fusil o algn instrumento. Entonces lo matan, al y a toda su familia con l, si la ocasin se presenta. Hace unos diez aos, un indio habia robado la chalupa de un cazador chilote. Fue capturado por el chilote cerca del Faro San Pedro, al norte de Puerto Edn, muerto atiros de fusil junto con su hijo mayor, mientras dos nios menores, entre ellos un recin nacido, eran liquidados a hachazos. Parece tambin que, a comienzos de siglo, blancos que frecuentaban los archipilagos se entretenan en disparar por simple gusto sobre los indios. Es difcil pronunciarse sobre la importancia de estos asesinatos en la desaparicin de los alacalufes. El porcentaje de hombres adultos muertos de este modo es de un 19%, ms, dentro de ese porcentaje, ms de la mitad de los casos obedece a causas propias de la vida del grupo, que no parecen haber sido multiplicadas por la presencia de los blancos. Otra porcin de casos se debe a chilotes, cazadores de focas, cuyo estilo de vida es tan prximo al de los indios, que no se puede considerar a sus asesinatos como esencialmente diferentes de los anteriores.Los pocos asesinatos que se asimilan al exterminioson tan escasos que no se puede contarlos como un fctor real de desaparicin. No es imposible que las nuevas condiciones de vida y la desaparicin de las tradiciones del grupo hayan desarrollado el espritu de asesinato entre las poblaciones de los archipilagos. Ms, si se toman en cuenta las antiguas rivalidades conlospueblos ms meridionales de los yaganes, o con los tehuelches de las pampas, y se recuerda igualmente el canibalismo, revelado a la vez por los relatos de los antiguos navegantes y por las excabaciones, se puede suponer que la proporcin de muertes violentas no ha aumentado entre los alacalufes durante la fase de su declinacin. Tal vez ha disminuido, a causa de la menor densidad demogrfica y de la ruputura de los contactos con las tribus vecinas. Las muertes por enfemedad. La proporcin de muertes de nios de corta edad revelada por la encuesta, o

sea, 89 muertes en 396 nacimientos, representa ms o menos 223 muertes por 1.000 nacimientos. Aun cuando evidentemente esta cifra es inferior a la realidad, pues los pequeos que no vivieron desaparecen pronto del recuerdo, ella no representa nada xtraordinario. Las estadsticas oficiale nos revelan que en a920 la mortalidad
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en el nacimiento o en los meses siguientes era en Chile, por trmino medio, de 250 por mil. En ausencia de todo cuidado mdico y en condiciones climticas e higinicas desastrosas, una proporcin aun superior a 221por mil no puede ser considerada como anormal1 . La mortalidad de nios y adolescentes es elevada, sin ser tampoco catastrfica, 39 nios murieron entre los 3 y los 12 aos, y 10 adolescentes entre 12 y 18 aos. Ello significa que de 299 nios que pasaron la primera infancia un 13% muri entre los 3 y los 12 aos y un poco ms de un 3% entre los 12 y los 18 aos. La mortalidad de los adultos es mucho ms elevada, pues 42 murieron entre 18 y 50 aos, dentro de un nmero ya mucho ms restringido de individuos, pues, si se toman en cuenta las muertes por enfermedad, asesinato o ahogamiento, y las partidas, slo 183 adolescente de los 396 nacidos atravesaron el cabo de la edad adulta. La mortalidad por enfermedad en este nuevo grupo representa un 28.3% del total. Finalmente, slo 39 personas han muerto despus de los 50 aos, lo que significa que no alcanza a un 10% de la poblacin la parte que llega a superar la edad de 50 aos. Este hecho no es acaso nuevo, pues los diarios de los antiguos navegantes sealan en varias oportunidades la ausencia o el escaso nmero de ancianos entre los indios que encontraban en los archipilagos. La casi totalidad de las 180 personas que han muerto por enfermedades durante las 3 4 ltimas generaciones no han recibido ningn cuidado ni examen mdico. Sera ilusorio formular hiptesis sobre las causs de esta mortalidad. Los indios en general son incapaces de explicar de que sufren. Con mayor razn, sus recuerdos de las enfermedades que han podido afectar a sus parientes o allegados estn desprovistos de inters y, por lo dems, son prcticamente nulos. Debemos, pues atenernos a los casos de fallecimientos observados entre 1946 y 1948 y al examen completo, antropolgico y mdico, que sufrieron entonces todos los indios de Puerto Edn. De las 99 personas fijadas en Puerto Edn o en las cercanas, 11 murieron durante este perodo. Cuatro nios, dos de los cuales presentaban desde el nacimiento caracteres evidentes de heredo-sfilis, murieron antes de la edad de 3 aos. Uno muri a consecuencia de una bronconeumona y otro muri en el curso de la ausencia de algunos das. Como pareca estar en buena salud, es probable que haya sido igualmente atacado por una infeccin pulmonar. Hay que sealar, adems, un quinto nio, que muri inmediatamente despus de nacer. Seis adultos murieron durante el mismo perodo, dos hombres de 25 y 30 aos y 4 mujeres de 60, 55 y 35 aos. Dos de las mujeres maduras (60 y 55 aos) y un hombre y una mujer, de 30 aos cda uno, murieron a concecuencia de un ictus hemipljico. En los jvenes, este era ciertamente de origen sifiltico. La cuarta mujer muri sin observaciones mdicas y un jven sucumbi a una fractura del crneo. Las causas de los 33 fallecimientos que se produjeron entre febrero de 1948 y enero de 1953 no han podido ser mdicamente determinadas. Hubo cuatro muertes por inmersin y un asesinato, que dejamos al margen, y algunos nios muertos despus de nacer. Es probable que no hayan sido sealados por el informador. en el resto de los fallecimientos , debidos todos a enfermedad, la reparticinpor edades es la siguiente: 8 nios entre 7 y 15 aos, 7 jvenes y mujeres entre 20 y 24 aos, 7 hombres y mujeres entre 30 y 45 aos, 6 hombres y mujeres de ms de 45 aos. Durante el primer perodo (1946-48), dficit demogrfico no se debe tanto a una mortalidad catastrfica como a una no renovacin del grupo: 6 nacimientos en 2 aos, pero tres muertes de recin nacidos heredo- sifilcos, y tambin lo son los 3 sobrevivientes. Entre los adultos, muchos de los cuales estriles, como entre los nios, las muertes anormales se deben especialmente a las enfermedades venreas. Los 5 aos siguientes estn marcados por una aceleracin de la digregacin del grupo: la proporcin de muertes aumenta, mientras los

1 Dr. GUY DINGEMANS. Lavenir de IAmrique Latine transforme par la mdecine moderne. La Presse Mdicale, 1953, 61, n. 51, 54, 57, 59. Los Nmades del Mar en Libros Biblioteca Territorio Recursos Ser Indgena http://www.serindigena.cl/territorios/recursos/biblioteca/libros/f_nomades.htm

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nacimientos de los nios viables llegan a ser prcticamente nulos. Ms adelante nos referiremos al aspecto mdico del problema, pero es bueno sealar desde ahora sus caratersticas ms visibles. Contrariamente a lo que a menudo se cree, la tuberculosis no interviene prcticamente en esta cada demogrfica. El alcoholco no desempea sino un papel borroso. En cambio, se puede atribuir a las enfermedades venreas el papel ms importante en la degeneracin fisiolgica de la poblacin alacalufe. No se puede adelantar con certeza ninguna cifra de fallecimientos. Ms, aunque elporcentaje de muertes de que son responsables no sea muy elevado, debe atribursele un gran nmero de los casos de nios muertos a temprana edad y sin duda la casi totalidad de los casos de esterilidad. En lo que se refiere a las dos ltimas generaciones, las que engloban a los nios actuales y a sus padres, los recuerdos son precisosy casi seguramente completos. Ellos nos relatan una cada demogrfica brutal y catastrfica. 38% de los nios ha muerto de enfermedad en la generacin precedente, y 56.4% en la generacin actual. Este aumento de 18% es poca cosa comparado con la cada que representa realmente. La cantidad absoluta de los nacimientos es mucho ms impresinante. En la generacin precedente nacieron 184 nios. En la ltima, en cambio, nacieron slo 49, y es poco probable que vazcan muchos otros. De los 17 grupos empadronados en el comienzo de la encuesta. 1 haba desaparecido en la generacin precedente a consecuencia de la partida de sus miembros. En la generacin actual ocho han desaparecido o estn en vas de desaparecer. Los miembros de 3 de estos grupos han emigrado. Los miembros de otros tres grupos han muerto jvenes o no tienen hijos. En el 7 grupo de 4 nios nacidos de tres mujeres diferentes, 4 han muerto, y en el 8, el nico nio nacido ha muerto, mientras otra mujer jven del grupo es estril. De los 22 niosque viven an en 1953 con sus padres alacalufes, admitiendoque todas las condiciones permanezcan iguales, se puede suponer que emigrar un 34% y que los otros se ahogarn, sern asesinados o morirn sin que se sepa por qu, y que slo 1 2 pasarn de los 50 aos. En esta poca el grupo alacalufe habr desaparecido desde hace largo tiempo y los ltimos sobrevivientes se habrn unido a los chilotes o habrn sido llevados a algn rincn de la Patagonia. La disgragacin del grupo. Si se hace el balance de las causas de la desaparicin de los alacalufes

introducidaspor la llegada de los blancos, se encuentran algunos factores secundarios -tabaco, alcohol, vestuario, enfermedades pulmonares- y dos factores esenciales: sfilis y emigracin. El tabaco y el alcohol han tenido ms difusin entre los indios de los archipilagos hacia comienzos del siglo, en la poca de los cazadores de focas, que en la actualidad. Ahora, la dificultad de procurrselos hace su accin prcticamente nula. Las borracheras de indios y loberos entremexclados eran frecuentes entonces, como lo revelan los testimonios orales y escritos, pero no hay que olvidar que los indios no podan procurarse alcohol o vino sino cuando se hallaban cerca de algn establecimiento blanco o campamento chilote. Cuando regresaban a los canales, volvan obligatoriamente a su antiguo rgimen alimenticio, pero nadie era testigo de esas fases de sobriedad. Si el alcohol ha desempeado una cierta funcin en la dislocacin de la comunidad alacalufe, ha actuado mucho menos por las taras fisiolgicas que ha podido acarrear que por la seduccin que ha ejercido sobre los indios, impulsndolos a ceptar un trabajo contrario a sus hbitos y a sus intereses, o aun a emigrar, con la esperanza de procurrselo fcilmente. La tuberculosis, como hemos visto, ha desempeado un papel prcticamente nulo. Por el contrario, los daosque se atribuyen a la ropa y a las frazadas de importacin no deben de ser imaginarios. En un pas en que llueve 280 das al ao y donde el viento sopla casi constantemente, es preferible una simple capa protectora de grasa sobre la piel desnuda y algunos mantos de pieles de animalesantes que vestidostodo el tiempo hmedos o empapados. Este vestuariodebe de ser responsable de una parte de las afecciones pulmonares. Pero estos factores tienen poca importancia en el debilitamiento nmerico y cultural de los alacalufes en comparacin con la sfilis y la emigracin, que dependende dos campos distintos, uno mdico y el otro
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psicolgico. Hay varias maneras de desaparecer del mapa de los pueblos vivientes. La desaparicin puede efectuarse por fusin conlos grupos invasores, o por extincin. Los alacalufes conocieron y conocen los dos procesos, que actan independientemente, pero cuyos efectos se adicionan. Se pueden trazar las etapas de su accin de la siguiente manera. En las cercanas de 1900 y en los aos posteriores, contactos continuados con los chilotes o blancos que, como se supondr, no representaban a la flor de la civilizacin, introdujeron toda una serie de cambios en la vida tradicional de los indios de los archipilagos. Los intereses vitales del grupo se ensanchan o se deforman. Ya no se vuelven nicamente hacia la caza y la pesca. Un mayor nmero de individuos adquiere herramientas ms numerosas, conocidas por ellos desde haca ms de un siglo, y pronto las adquiere la totalidad del grupo. Mientras no se trat sino de utensilios, hubo un simple mejoramiento de la vida tcnica. Mas los otros donativos hechos por los loberos a los indios a cambio de su trabajo fueron ms graves. El sentido de un trabajo retribuido en vestuario, en alimento y el alcohol se aprende poco a poco. Al mismo tiempo, nacen gustos nuevos, justamente por esos vestidos y ese alcohol, que son finalmente ms daosos que tiles a los individuosy a la colectividad. Probablemente de este perodo data tambin el primer quebramiento de las creencias. Mofas de los loberos y las tripulaciones, conciencia de la ineficacia de las prcticas tradicioneles frente a la potncia de los procedimientos de los blancos, restos de la enseanza de lejanas misiones de Ushuaia y Dawson, desquician las antiguas costumbres. Aun entre los alacalufes, el contacto entre dos sistemas de verdades y valores debilita al ms antiguo y engendra una especie de escepticismo, o de verguenza por lo que se crea tradicionalmente. En la actualidad, las antiguas creencias no estn completamente abandonadas, pero un alacalufe se avergonsara de aludir a ellas en pblico, demodo que no se habla de ellas sino en privado, en el misterio de la choza. La sociedad alacalufe empieza a disgregarse. Los hombres son seducidos por un modo de vida que juzgan superior al suyo; las mujeres, por hombres cuya riqueza y poder los acercan a los nuevos seres superiores llegados por los canales. Hombres y mujeres se embarcan de buen grado en las chalupas chilotas, que los llevan a Chilo, de donde no volvern. Todos ellos se sienten an ms movidos a partir desde que la vida en los campamentos no es ya lo que era en otro tiempo. Han desaparecido las fiestas y ceremonias. Ya no se usan las pinturas corporales, no hay sino muy raras veces cants y mmicas. El inters de los miembros de los grupos se desva de lo que constitua en otro tiempo la vida misma de la tribu para gravitar nicamente en torno de los loberos y sus vienes deseables. Muchos nios mueren. Los adultos por un mal conocido. Poco a poco, una especie de desaliento y de resignacin se apodera de los alacalufes en toda su plenitud, se resisten a la atraccin de lo nuevo mejor que los jvenes. Unos veinte o treinta aos ms tarde, por razones econmicas diversas, los cazadores defocas y las goletas desaparecieron o se hicieron muy escasos en los archipilagos. Se atenu la conmocin provocada por ellos. El alcohol se hizo raro. Los asesinatos se hicieron menos frecuentes, as como los raptos y las partidas. Pero un mal fue reemplazado por otro. Lneas regulares de barcos, chilenas y extranjeras, que unan Punta Arenas y Valparaso, emprendieron la ruta de los canales. Los pasajeros y tripulaciones, llenos de piedad por los desgraciados indios, desnudos al viento y bajo la lluvia, se pusieron a distribuirles de todo un poco, utilizable o no. Los indios empesaron a habituarse a recibir por el solo hecho de pedir. La caza y la pesca, que rean, sin embargo, las actividades vitales del grupo, pasaron a un segundo plano, pues eran menos remunerativas y mucho ms penosas que la espera del paso de los barcos. Hacia 1940, el gobierno chileno se alarm ante la disminucin numrica de los alacalufes y, por iniciativa del Presidente Pedro Aguirre Cerda, se dict una ley de proteccin de los indios de los archipilagos. En teora, se trataba de radicar a los indios en Puerto Edn y de llevarlos poco a poco hacia una vida ms civilizada. El primer punto del programa fue fcilmente realizado. Las distribucones de vveres bastaron para atraer a los indios en torno a Puerto Edn . En realidad, este ltimo remedio fue el golpe de gracia. Intervino
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cuando los alacalufes estaban ya en plena decadencia, y no hizo sino acelerar el movimiento. Nada cambi en el modo de construir las cabaas, pero estas se hiciern cada vez ms srdidas. Las pieles de focas, ahora ms escasas, fueron reemplazadas por viejas telas de buque, menos cmodas. La higiene se hizo ms deplorable. Lo que antes hacan el el viento, la lluvia y los continuos traslados en favor de la limpieza de la choza, no fue reemplazado por nada. En adelante los indios viviran amontonados en camastrs en una horrible promiscuidad. En una misma choza, cuyo dimetro mayor podra tener 3 metros, viven dos o tres familias con sus perros, es decir, una decena de seres humanos y una veintena de perros. Es fcil imaginar lo que pueden llegar a ser las enfermedades venreas u otras en semejantes condiciones. La inactividad de los hombres y las mujeres es casi total y su resistencia a la enfermedad disminuye correlativamente a la falta de trabajo. Ya no hay ceremonias. salvo en el caso de enfermedades graves o muertes, los contactos con lo sobrentural no sirven ya de gran cosa. El blanco lo proporciona todo y responde a todo. El didtribuye productos prefabricados. Las gentes, amontonadas en cabaas ms y ms repugnantes, terminan de morir, esperando la prxima ditribucin. Nacen pocos nios. Gran nmero de ellos muere a corta edad. Los otros esperan la primera ocasin de hacerse adoptar o raptar. No quedan del grupo sino muerte y enfermedad. La esperanza se vuelve por entero hacia el exterior. Lautaro Edn Wellington. En el plano mdico, mientras la poblacion fue nmade,era prcticamente imposible intentar nada para salvar a los alacalufes. Cuando empez el ensayo de radicacin que, en este sentido, hubiera podido ser eficaz, los indios eran an varios centenares. Un tratamiento masivo sin duda los hubiera salvado de la extincin. Hoy ya no es lo mismo.La accin mdica habra sido relativamente fcil en el puesto de Puerto Edn, bien instalado y con una pequea enfermera. Si fuera ahora emprendida, sera talvez demasiado tarda, y en todo caso, ineficaz por s sola. No basta aumentar las posibilidades de vida de un individuo. se necesita, adems, proponerle en gnero de vida que le sea accesible. Si la vida nmade, tal como era practicda en otro tiempo, no es ya posible, por la sola razn de que es demasiado fuerte la atraccin por otros gneros de vida o en un gnero anlogo ms cercano a sus nuevas aspiraciones, o, por el contrario, tratar de expatriarla, de desparramarla y, finalmente, de asimilarla a otros grupos humanos. En lo que se refiere a los indios de los archipilagos, el gobierno chileno ha tratado siempre de mantenerlos en sus propiosterritorios, proporcionndoles mejores medios de subsistencia. Se han ensayado tres sistemas, con fortunas diversas. Hemos visto que se haba aplicado con cierto xito el sistema de la reserva al grupo de los indios yaganes del sur. Contra todas las espectativas, los ltimos yaganes se han adaptado bastante bien a su nueva condicin de pequeos ganaderos y, como han casi perdido completamente su civilizacin propia, exceptuando su lengua, es probable que dentro de cualquier pobre estanciero de la costa occidental de la Tierra del Fuego. Hemos visto tambin que los misioneros salesianos de Punta Arenas haban tratado de agrupar onas y alacalufes en torno a su explotacin. La misin fue dispersada. Los indios sobrevivientes reanudaron su vida nmade sin que la experiencia pareciera haber dejado en ellos la huella ms mnima. En cuanto a los alcalufes, se intent una experiencia interesante al amparo de la ley de proteccin. Un jven alacalufe de unos dies aos, que pareca particularmente despierto, fue enviado hacia 1940 a Santiago, a una escuela de la Fuerza Area. La idea consista en darle una buena instruccin, civilizarlo, y despues devolverlo a los suyos, hacerlo jefe de su comunidad, para llevar as poco a poco alos indios, y por intermedio de uno de los suyos, a modificar su gnero de vida. Los promotores de esta experiencia fueron militares, no psicolgos. Por una extraa aberracin, quisieron hacer del muchacho un militar, y justamente en la rama que mejor simboliza el progreso de la civilizacin tcnica. En 1947, despus de 8 aos de vida urbana, Lautaro Edn Wellington, segn su nuevo nombre, ahijado del Presidente de la Repblica, suboficial mecnico de aviacin, desembarcaba en Edn, con un primer permiso
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de un mes. Llevaba uniforme militar, era perfectamente bien educado y de bella presencia; hablaba en castellano correcto, aunque no haba olvidado su lengua materna. Su primera experiencia de pionero de la civilizacin empes bajo extraos augurios que no dejaban esperar nada bueno para el porvenir. Lautaro, lleno de afectacin, vanidad y suficiencia, pareca profesar la ms mortal aversin por los otros indios y aun por sus propios padres. A su llegada, se neg a reconocerlos y no respondi siquiera al tmido buenos das que le dirigieron. Por el contrario, los indios, sin rencor por esta actitud que no poda asombrarlos ni apenarlos, sentan por su nuevo jefe una admircin total, que se traduca en una subordinacin incondicionada. Por lo dems, hacia el fin de su estada Lautaro haba modificado un poco esa actitud de menosprecio y aversin. La obra de la civilizacin empez al da siguiente de la llegada de Lautaro. Todos los hombres, alineados desde la maana ante el puesto, aprendieron primero a saludar al jefe unsono, como se practica en el ejrcito, y despus los primeros rudimientos militares: posicin firme, marcha al paso, media vuelta, bajo las rdenes de mando rugidas por Lautaro. En seguida, formando filas, con la pala alhombro, se iban al trabajo, que consista en echar al mar metros cbicos de barro. esta ridiculez dolorosa dur algunos das. Despus nada. Lautaro casi no sala de su puesto. Al finalde su mes de permiso, se volvi a Santiago. La nica consecuencia durablede esta primera estada fue el envo al servicio militar de tres alacalufes, y un poco ms tarde la partida del hermano menor de Lautaro a una escuela de Santiago. Lautaro pas otros dos aos en Santiago y durante ese perodo se cas con una enefermera. En 1949, regres sin su mujer a Puero Edn, designado provisionalmente para acupar la funciones de radio en la estacin que deba dirigir ms tarde. Durante cierto tiempo, cumpli normalmente sus obligaciones de trabajo, hasta que, de pronto, una maana desapareci. En compaia de una mujer alacalufe, Lautaro Edn Wellington, alias Terwa koyo (brazo tieso) haba partido en una canoa india. Esta rebelin abierta, subita e inesperada sealaba el comienzo de una conmocin, en la que se inmiscuy la autoridad militar, con su manera propia de considerar los problemas de orden psicolgico. Los alacalufes poco a poco bandonaron el puesto de Edn, para unirse a Lautaro, que haba vueltoa la vida nmade en los archipilagos. Al mismo tiempo, la Aviacin continuaba enviando vveres para aquellos que venan a reaprovisionarse o a radicarse por algn tiempo en Edn. Dos o tres militares -cabos u hombres de tropa- se sucedan cada seis meses en Edn, algunos de mala voluntad, otros incapaces, otros bien intencionados, pero inexpertos en el manejo de los problemas de medicina de urgencia, de igiene alimenticia o de spicolgia primitiva. Alternativamente, los alacalufes eran maltratados, ignorados o colmados de atenciones que no correspondan a sus necesidades y se desconsertaban con tantos cambios y maneras de proceder. Las incompresiones y los choques eran, en todo caso, cosa cotidiana entre mentalidades tan diferentes como las de un cabo de aviacin y un alacalufe. Los indios abandonaro completamente Edn cuando uno de los jefes del puesto se puso sin razn vlida a masacrar sus perros, que son el nico bien, completamente intil, por lo dems, al cual se hallan profundamente apegados. Los alacalufes, cansados, desorientados, se sentan tiranteados entre la autoridad draconiana de un Lautaro, que los explotaba, pero a quien queran, y la facilidad de vida que hallaban en Edn, en la ociosidad y la abundancia relativas. Sin embargo, en Edn, fuera de las distribucionesde arroz, pastas, legumbres secas, leche en polvo, azcar, no hacan nada por ellos. La ociosidad y la vida sedentaria hacan srdidas sus condiciones de vida. Los cuidados mdicos eran casi nulos. slo se les dispensaban socorros de urgencia en caso de accidente. en cuanto a los otros cuidados, que podan atacar al mal profundo y real, estaban entregadosa la fantasa de un practicante incompetente, si es que haba alguno, siempre incapaz de un diagnstico que se impona, o a la impotencia de un jefe de puesto que no naba recibido ni los rudimentos de la formacinindispensable. Mientras se inpona urgentemente un tratamiento sistemtico completoantisifilticode toda la poblaci, se contentaban con comprar los medicamentos ms abigarrados y con amontonarlos sin objeto en la pequea enfermera. Faltaban los medicamentos bsicos y hasta los simples biberones.
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Mientras un pequeo grupo, a veces compuesto de algunos individuos solamente vegetaba en edn, Lautaro y su tripulacin formaban cerca de San Pedro una nueva comunidad india que se dedicaba a la caza de animales de piel fina. La autoridad cerr los ojos a la desercin de Lautaro y los dejaron trabajar con los suyos con toda libertad. Despus de todo, vala la pena haber intentado la experiencia. La comunidad tena a su disposicin dos chalupas chilotas con sus aparejos, adquiridas provablemente por trueques; algunos viejosfusiles, sus canoas tradicionales y sus innumerables perros, que por esta vez servan de algo. Adems de sus dos mujeres regulares, el jefe se adjudicaba ocasinalmente a la mayora de las mujeres jvenes del grupo y la vida girab en torno a intercambios en crculo cerrado y acuerdos con los chilotes de la misma profesin.Las utilidades eran pocas, aun para el jefe y su lugarteniente, que se las embolsicaban de ordinario. Es difcil dar datos preciso sobre este perodo de la vida de los alacalufes, pues, fuera de los loberos, totalmente incapaces de observacin y descripcin, no haban ningn blanco de testigo. las cosas no dejaran de presentar dificultades. estas seran sin duda resueltas a la manera fuerte, y en cierto nmero de indios descontentos partieron a trabajar con otro grupo de loberos que tienen su cuartel general en la Baha Istmus, mucho ms al sur. Otros compartieron la suerte de los loberos errantes, y otros volvieron a frecuentar la Baha Edn. sin embargo, nunca ninguna queja ni recriminacin contra el jefe ni contra los chilotes. Para los alaclufes, esos tres aos fueron un perodo de euforia: libertad de accin reconquistada, retorno a la vida nmde, posibilidad de frecuentar sin restriccin a los loberos, siempre listos para suministrarles vino o alcohol a cambio de mujeres o de pieles, todo eso borraba fcilmente en sus recuerdos los malos tratos habituales, su papel de esclavos y aun un salvaje asesinato. Sin embargo, a comienzos de 1953 se produjo el drama: Lautaro, sus dos mujeres y dos compaeros se ahogaron en Puerto calcetn, en el estuario del fiordo Baker. ninguno volvo a escaparse. una parte de los alacalufes volvo a edn, otros e agrgarona loberos y el resto, dos familias, volvo a la vida de cazadores independientes entre el norte del canal messier y el Ocano. Hay una solucin alproblema de la adaptacin de los alacalufes, que no ha sido buscada por la parte oficial, sino espontneamente hallada por una parte de los individuos: la emigracin generalmente, sus resultados han sido a menudo catastrficos. Los indios son propensos a contraer enfermedades, especialmente la tuberculosis, apenas instalan en un centro urbno. Por su misma naturaleza, diseminacin en el seno de una colectividad ya numerosa, estas emigraciones son dificiles de seguir y se sabe pocode los que han logrado sobrevivir. Los pocos indios que habitan los suburbios de punta Arenas o de Natales se han asimilado ms o menosa las clases ms pobres de esos arrabales. La miseria y el alcoholismo son su suerte, y aun cuando haya supervivencia, difcilmente se puede hablar de xito. Hay otra clase de semiemigracinque parece dar mejores resultados y que finalmente podra constituir la slucin definitiva para los 60 indios, ms o menos, que han resistido a la diezma de la raza. Varias familias o individuos aislados, otras veces, han ligado su suerte a la de los chilotes taladores de bosques y cazadores, poco numerosos por lo dems, que viven en los canales. repetimos que estos chilotes tienen un gnero de vida muy cercano al de los indios nmades. Originarios de Chilo, aproximadamente a 700 kms. de Puerto Edn, los chilotes parecen pertenecer al mismo grupo humano que los alacalufes. No obstante, contactos ms antiguos, primero con los araucanos y despus con los espaoles, les habran permitido adquirir un gnero de vida mucho ms evolucionado. esta asimilacin por intermedio de los chilotes podra ser la mejor, y es la que elige espontneamente cierto nmero de alacalufes. Desgraciadamente los chilotes de los archipilagos representan casi siempre a losinadaptados de su grupo, a los que no han triunfado en sus islas y que vienen a intentar aventura ms lejos, fuera de todo control y compulsin. en estas condiciones, la similcin amenudo se torna de catstrofe, y actulmente les est prohibidoen principio a los loberos venir a Puerto Edn. Sin embargo, la fusin de los dos grupos es inevitabley puede ser desable. pero no tendra sentido sino en la medida en que unos y otros pudieran encontrar en Puerto
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Edn no solamente vveres, sino tambin rudimientos de instruccin para los hijos y sobre todo los cuiddos y tratmientos mdicos que se imponen.

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CAPTULO CUARTO EL TIPO HUMANO 1. DESCRIPCIONES Y MEDIDAS Documentos histricos y prehistricos. La primera pregunta que se formula en Amrica del Sur al etnlogo que se ocupa de los Fueguinos es esta: De dnde vinieron estos hombres? A menudo se considera que, a causa de su reducidonmero, de su modo de vida tan diferente al de las otras poblaciones amerindias y a su situacin como el grupo humano ms austral del mundo, los fueguinosdeberan estar dotados de un origen especial. En el hecho, este privilegio de origen exclusivo no parece justificarse: los fueguinos tienen ciertamente afinidades con otros grupos sudamericanos. en chilo, y probablemente en otros lugares tambin, se pueden hallar semejanzasmuy marcadas con los yaganes y alacalufes, pero ninguna deduccin de comunidad de origen podra formularse en el estado actual de nuestros conocimientos. Es evidente que muchos problemas antropolgicos no podrn tener solucin: la observaciones actuales llegan demasiado tarde y todo ensayo de generalizacin tropiez con lmites infranqueables, si quiere mantener su objetividad. Los documentos antropolgicos proporcionados por la prehistoria postglacial son an inexistentes. Las osamentas ms antiguas recogidas durante la campaa arqueolgica 1952-53 acusan a lo sumo uno o dos miles de aos y no presentan rasgos diferentes a los de las poblaciones actuales.La morfologia primitiva del grupo sigue siendo an inaprehensible1 . Podremos fijar con mayor exactitud la fecha del establecimiento humano en el extremo sur? Ciertamente esas mismas excabaciones arqueolgicas han permitido comprobar que el hombre apareci en la falda oriental de la Cordillera, despus de que la Patagonia fuera liberada de la ltima glaciacin, es decir, hace 10 12 mil aos. La Patagonia oriental presentaba en esa poca caractersticas geogrficas muy diferentes de lo que so hoy: vastos lagos glaciales recubran espacios hoy continentales o reemplazados por conjuntos marinos interndos en la precordillera, como los senos de Otway, Skyring y ltima Esperanza. Las aguas, tanto lacustres como marinas, han sufrido variaciones de nivel. En las altas terrazas de estos antiguos lagos se encuentran las huellas ms antiguas de la vida humana, y se halla, en las terrazas medianas y bajas, hasta llegar a las playas actuales, toda la sucesin de las culturas que se escalonan desde los comienzos del postglacial hasta los actuales nmades marinos. Se trataba, durante esos 10 12 milenios, de los mismos tipos humanos de nuetros das, es decir, de los antepasados directos de los antiguos fueguinos, tanto yaganes como alacalufes? Es bien difcil responder. durante el postglacial se han producido varias oscilaciones climticas que han determinado avances y retrocesos del bosque y, en consecuencia, notables modificaciones en las condiciones de la vida humana en el extremo sur. El clima se ha modificado hasta una condicin ptimapara volver en seguida a condiciones ms duras y actualmente, de toda evidencia, han evolucionado hacia un clima ms seco. Las poblaciones que han ocupadoel suelo de la Patagonia austral sudoriental han seguido las fluctuasiones del medio. Ellas fueron, sin duda, poblaciones de nmades, cazadores en las riberas de los antiguos lagos glaciales, y despus, cuando estos lagos se comunicaron con el Estrecho, se alimentaron principalmente de la fauna marina. se ha podido establecer con cierta precisin la evolucin de su cultura material,pero no ha podido exhumarse ningn documento antropolgico. Parece que los indios, en cuanto nmades marinos, poblaronlos territorios de los Archipilagos del Oeste en una poca ms reciente. Mientras toda la Patagoniasudoriental, desde Ro Gallegos hasta elEstrecho, y ms alla del Estrecho hasta la Tierra del Fuego oriental, y un poco ms tarde una parte de los archipilagos del
1 Cf. Prhistoire de Pagonie, por J. EMPERAIRE y A. LAMING (en preparacin). Los Nmades del Mar en Libros Biblioteca Territorio Recursos Ser Indgena http://www.serindigena.cl/territorios/recursos/biblioteca/libros/f_nomades.htm

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extremo sur, se liberan progresivamente de los hielos, los archipilagos occidentales estaban an bloqueados bajo una espesa cprazon de hielo que desapareci verosmilmente en el momento del ptimum climtico. se puede sustentar, como hiptesis de trabajo, porlo demssujeta a revisin, que la poblacin humana de los archipilagos no fue posiblesino en una fecha que no debe ser anterior al quinto milenio antes de nuestra era. Parece dudosoque haya habido hombres en el extremo sur antes de la ltima fase glacial. Si no fuera as, habra que descubrir los lugares privilegiados en los cuales la huellas del hombre no hubieran sido arrastradas por la formidable extensin de los hielos que cubrieron en seguida la Patagonia austral, esos hielos cuyos restos son tan perfectamente legibles y ntidos, que permiten seguir todas las fases del retiro glacial. Cualquiera que sea el problema de los origenes, el tipo humano que tenemos que descubrir aqu es el actual. En un segundo plano, el tipo prehistrico tiene que ser descubierto todava y el propio tipo histrico es an mal conocido. Los documentos relativos al origen de los restos humanos que se conservan en los museos, y a la agrupacin a la cual pertenecen, son imprecisos. Por lo dems, las sepulturas alacalufes son escsas, pues en la mayora de los casos los cadveres eran arrojados al mar. Las que subsisten estn cubiertas por las turberas o escondidas bajo el denso bosque magallnico. Como ningn signo las delata, se necesita, en verdad, un concurso de circuntancias excepcionales para descubrirlas. Slo son accesibles las sepulturas en grutas pero a menudo han recibido la visita de los loberos chilotes, que las destruyen sistemticamente. Si nos fundamos en los textos de los antiguos navegantes, el tipo humano histrico tampoco puede ser mejor determinado. Los pocos testigos de la vida de los indios desde comienzos del siglo XVI, no los describen sino de una manera vaga. Todos concuerdan en hallarles una estatura "mediana" o "pequea", una vez olivcea; en calificarlos de "raquiticos", de "miserables", de cuerpos "mal proporcionados". Slo Ladrillero y Drake se dieron cuenta de su musculatura poderosa y de su asombrosa fuerza fsica. El tipo actual. Casi todos los alacalufes vivientes fueron examinados desde el punto de vista mdico por el

doctor Robin, quien tom los datosantropomtricos. desgraciadamente, esos datos, que se refieren a unas pocas decenas de individuos, no pueden tener valor estadstico. En consecuencia, los promedios obtenidos debern corregirse con un cierto coeficiente de inexactitud. El tipo alacalufe actual es bastante uniforme. Su talla es un carcter distintivo: en los hombres adultos, las tallas ms comunes varan entre 1 metro 54 y 1 metro 58, siendolas medidas extremas 1 metro 63 y 1 metro 51. La estatura media de las mujeres adultas est comprendida entre 1 metro 44 y 1 metro 46. Sin embargo, son frecuentes las tallas de 1 metro 41 y los extremos son 1 metro 44 y 1 metro 47. Entre las medidas ms antiguas efectuadas con cuidado, hay que citar las tomadas por el doctor Coppinger en 1879, en 8 hombres que encontr en el Canal Trinidad. Ellos tenan como talla extrema 4 pies 10 pulgadas - es decir, 1 metro 48- y 5 pies 3 pulgadas - es decir, 1 metro 60-, y el indio de mayor estatura encontrado en los mismos parajes en el curso de la expedicin, meda 5 pis 3 pulgadas, o sea, 1 metro 63. El rasgo ms saliente de la constitucin de los alacalufes es la robustez y la anchura del tronco. Adems, una espesa capa de tejido adiposo subcutneo y una musculatura muy fuerte contribuyen a dar esa impresin y a atenuar la estrechez de las ancas. En cuanto a los hombres, el dimetro biacromial, es decir, la amplitud de las hombres contaba entre los dos acromiones, o extremidad sea de los omplatos, se escalona con regularidad entre los dos valores extremos: 32.3 cms y 39.2 cms., con una frecuencia particular de los valores alrededor de 36 y 37 cms. La misma medida en las mujeres tiene por valores extremos 29.9 y 36 cms., con predominio de los valores que oscilan entre 33.5 y 34.5 cms. El tronco macizo, sostenido por una fuerte armadura sea de los hombres y del trax, contrasta conlas piernas grciles y cortas, aunque bien musculosas. Esta desproporcin no llega, como se dice a menudo, hasta la deformidad, que por lo dems, se explica por las largas estancias de inmovilidad en la canoa o en la choza. La relacin entre la longitud del tronco y de los miembros inferiores es bastante estable en los hombres, con un
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valor mnimo de 52.3 y mximo de 54.7 y una frecuencia media de 53. este mismo ndice se escalona en las mujeres, sin frecuencia notable, entre 51.2 y 56.3. La curva que resulta de este ndice no representa sino un mximo ligeramente ms elevado que los valores comprendidos entre 53.5 y 54.5, siendo 51.3 el valor mnimo registrado. Lmina VII

16. Madre e hijo Lmina VIII

17. El transporte del nio

18. Juegos infantiles

19. Nios desnudos en la nieve

Los brazos, largos, son notablemente musculosos, lo que proviene del manejo continuo del remo. Las manos cortas y anchas estn deformadas por ese trabajo: la palma est apergaminada, cubierta de callosidades, de cicatrices y en las arrugas unas grietas siempre difciles de curar a causa del fro y la humedad.los dedoscarecen de agilidad y tienen siempre alguna dificultad para juntarse. Los pies son cortos y anchos, con empeine elevado y saliente y taln protuberante. Los dedos de los pies estn recurvados, son cortos y abiertos con un pulgar bien desprendido, que sirve a veces de rgano de aprehensin. La bveda plantar est aplanada, lo que da alos indios la marcha que los caracteriza. Como los pies estn siempre desnudos, su epidermis es extremadamente gruesa, resistente y surcada de tajos. Las articulaciones tienen una gran soltura, que permite al pie amoldarse a superficies irregulares o fuertemente abombadas. La articulacin es bastante movil como para permitir al indio encuclillarse, con la planta del pie reposando de plano sobre el suelo, as como para darle una gran agilidad en el escalamiento de farellones escarpados. Salvo raras excepciones, la adiposidad localizada es inexistente entre los hombres, pero, en condiciones de vida normal, la adiposidad general es fuerte y a veces aun excesiva. Aun cuando los rasgos faciales reflejan una cierta delgadez, el abdomen, el pecho y la espalda estn abundantemente provistos de tejido adiposo subcutneo: el rodete periumbilical puede permitir ampliamente un pliegue de 10 cms. en cuanto a las mujeres, una vez adultas, adquieren un aspecto pesado y sin gracia, que no hace sino acentuarse con la edad y conducir a una esteatopigia moderada. En las asentaderas, en el vientre, en las rodillas, en los muslos, en las caderas, presentan enormes panculos adiposos. Los nios, igualmente, a pesar del estado de semimiseria fisiolgica de la mayora, estn sujetos a una adiposidad pronunciada que conservan al crecer. Su abdomen es hinchado y sus msculos se relajan, se comprueba a menudo un ensanchamiento en la base inferior del trax. Hacia los 9 10aos, el abdomen llega a ser ms amplio y suelto. La tez del rostro de los indios alacalufes es de un amarillo pardo ms o menos oscuro. Las variaciones individuales son numerosas y la gama de pigmentacin muy extensa, desde los tonos fuertemente atezados hsta elpardo liso y llano. El resto de la piel es levemente ms claro. Todos tienen la frente estrecha, los pmulos muy pronunciados y el maxilar inferior forma un rodete saliente bajo la piel. La lnea dorsal de la nariz es a menudo cncaba, la punta redondeada, ligeramente respingada y gruesa. La raz nasal forma una depresin profunda, las aletas son anchas y elevadas obre el plano horizontal. La boca es grande y los labios , voluminosos,crasos y remangados. Los ojos son caf oscuro. Su coloracin no pesenta mayores diferencias individuales. Con frecuencia entre los adultos es poco pronunciada la oblicuidad de los ojos.
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Casi todos los nios, en grados diversos, presentan el pliegue monglico acompaado de una sensible hinchazn de losparpados. Este carcter se atena con la edad y entre los adultos no se lo comprueba sino en muy pocos casos. En muchos hombres y mujeres, el borde de los prpados est marcado por una inflamacin purulenta que forma una franja snguinosa. El hecho es citado muchas veces en los relatos de los navegantes de los siglos pasados y esta enfemedad generalizada parece ser consecuencia de las largas estadas en las cabaas llenas de humo. Los trastornos de la visin no parecen ser muy numeroso. en la mayora de los alacalufes jvenes, a menos que se trate de lesiones accidentales, la visin es normal y los reflejosa la luz son vivos. En un nio de 8 aos, el reflejo pupilar era perezoso y sus dos pupilas eran de dimensiones desiguales. Todos los trastornos de la visin comprovados son particulares a los viejos, es decir, a los hombres y mujeres de cincuenta aos y ms, a los cuales es preciso agregar un caso de senilidad precoz en un hombre de menos de 30 aos. Entre todos los alacalufes de edad, sin excepcin alguna, se notan reflejos perezosos, una acuidad visualatenuada o reducida y en tres casos, ceguera completa. El arco senil, esa zona blanca circular que rodea la crnea de los ancianos, es muy marcado. El cristalino llega a ser ms o menos opaco, en un lado o en los dos. En muchos casos, entre viejos y jvenes, descubrimos nubes de la crnea, desigualdades en el contorno pupilar, pupilas asimtricas, a veces ovaladas. Una mujer presentaba un orificio pupilar en vas de desaparicin.Otra mujer, fallecida a consecuencia de un ictus hemiplejico, estaba afectada de una desintegracin purulenta del globo ocular. Otra, que adems, presentaba lesiones cutneas y seas debidas a un accidente sifiltico, tena los dos ojos atacados por una oftalma purulenta que trmino del mismo modo. Es interesante mencionar algunas cualidades fsicas que forman parte de la personalidad y son, a la vez, datos antropolgicos. Los alacalufes no padecen de vrtigo. Al ladodel Puerto de edn hay dos pilotes metlicos de unos cuarenta metros de altura, que sostienen a las antenas de radio, terminando en una pequea plataforma con claraboya,que avanza bastante hacia el vaco. Cuando divisan el humo de un buque, en el canal Messier, a seis millas de su campamento, todos los hombres y los nios se instalan en racimos sobre las plataformas, para comentar el acontecimiento. Esta misma seguridad de sus gestos se observa, igualmente, cuando escalan acantilados apico sobre el mar, y a veces verticales, para buscar nidos de cormoranes. Otro de sus caracteres fsicos es su resistencia al fro, particularmente al agua helada. Aun en pleno invierno, cualquiera que sea la temperatura, los enfermos rompen el hielo para baarse. Las mujeres en la pesca hacen lo mismo. Por el contrario, hombres o mujeres no son buenos nadadores, por lo menos en cuanto al estilo de natacin, pero su resistencia es buena, mejor entre las mujeres que entre los hombres. A stos no les gusta sumergirse y no lo hacen sino en caso de necesidad absoluta, por ejemplo para ir a buscar a una foca que ha muerto a algunos metros de profundidad. Las mujeres, en cambio, bucean con facilidad y permanecen bajo el agua el tiempo necesario para llenar un canasto de mariscos, a veces a una profundidad de 8 metros. A pesar de la pequeez de su talla, el indio alacalufe posee un equilibrio de formas que hace de l un hermoso tipo humano, dotado de una musculatura superior a la normal, gil y resistente. El cuerpo femenino es ms desarmnico; sus formas se engruesan despus de la primera maternidad, pero su fuerza fsica y su resistenciason igualmente desarrolladas. Tanto entre los hombres como entre las mujeres, el envejecimiento es rpido y las fuerzas declinan de una manera brutal. El crneo y la denticin. Como las dems observaciones, el estudio de los dimetros craneanos no se ha

referido sino aalgunas decenas de individuos. Por ello es imposible llegar a conclusiones estadsticas definitivas. Sin embargo, para no proporcionar en el marco de este estudio los datos individuales, hemos establecido algunos promedios, que mencionaremos aqu a ttulo de indicacin.

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Los valores del ndice ceflico1 oscilan entre varias unidades, segn se trate de hombres adultos, los valores ms frecuentes giran en torno de 76, pero hay una notable proporcin de valores comprendidos entre 76 y 79, con una proporcin dbil, pero no desdeable, de braquicfalos.si se comparan estas medidas, tomadas en vivo, con las que son suministradas por los crneos supuestamente alacaufes, bastante numerosos en los museos de Santiago, se encuentra en los dos sexos una marcada tendencia a la mesocefalia. Ningn ndice supera 81 y la proporcin de dolicocfalos llega a un tercio de los casos. Ms todos estos ltimos datos podran estar falseados en la base. en efecto, todos los crneos recogidos en diversos sitios de los archipilagos y de la Tierra del Fuego contienen indicaciones insuficientes o poco claras, relativas al grupo al cual pertenecen. La mayora de estos crneos proviene de la antigua misin de la isla Dawson, donde enterraban entremezclados a onas y alacalufes y aun despus a algunos blancos. El valor antropolgico de estos documentos est, pues,sujeto a caucin y es preferible no hacer el estudio de estos crneos sino cuando su identidad sea conocida en forma precisa. si nos atenemos a esta exigencia, se pueden extraer de los documentos esteolgicos las siguientes caractersticas comunes: - existencia en los crneos masculinos de una fuerte glabela redondeada y saliente, que alcanza hasta las crestas orbitales desbordantes, como una especie de moo que forma una protuberancia saliente y rugosa en la base del crneo e inserciones musculares muy marcadas; estas carectirsticas estn atenuadas en los crneos femeninos; - frontalaplanado, con gran desarrollo de los lbulos posteriores, y a menudo lo alto del crneo en ojiva aplanada; - maxilar inferior robusto con un rofete angular muy narcado; - arcada alveolar en herradura; - gran abrasin de los dientes, a veces gastados hasta la raz, con presencia de numerosas caries y malposiciones notables, incisivos superiores mesiales cavados en forma de pala en su cara interna. Un pequeo nmero de denticiones son sanas y normales, marcadas a veces por una abrasin considerable y caries aisladas. En gran nmero de casos, las caries forman un verdadero galn y afectan a todos los dientes. Se observa, adems, un gran nmero de malposiciones de los incisivos y los caninos -las malposiciones de los molares son menos frecuentes-, dientes distrficos, raquticos o multituberculados, dientes manifiestamente ms voluminosos que sus homlogos, la midrodoncia de los incisivos inferiores, caninos situados entre dos premolares y premolares muy reducidos. En numerosos casos,los incisivos superiores estn ahuecados y ensanchados en forma de pala. El ltimo molar tiene una erupcin tarda, y a veces falta totalmente o aparece slo en la mandbula. En cuanto a los nios, no estn exentos de cabalgamientos o malposiciones de sus dientes de leche y en algunos casos faltan uno o varios incisivos. El desgaste de la primera denticin es del mismo tipo que el desgaste de la segunda. La pilosidad. La distribucin de lapilosidad entre los alacalufes es notable, sobre todo por el contraste entre la cabellera y el resto de la cara y el cuerpo. sus cabellos son abundantes, espesos y lisos, de seccin circular, sin ninguna tendencia a rizarse. Su color es un negro ms o menos intenso, con un reflejo castao ms claro que suele presentarse en las mujeres. La lnea de implantacin de los cabellos comienza muy abajo sobre la frente y en las sienes se une a las cejas, lo que da a los indios una frente particularmente baja, estrecha, completamente enmarcada de pelo. La calvicie no parece existir nunca y la canicie, siempre parcial, no aparece sino en ciertos casos, nicamente entre los ancianos varones, en quienes una dbil fraccin de los cabellos se pone blanca, pero conservando su tiesura. En los hombres, la barba es escasa, desparramada y localizada en los extremos
1 Recordemos que el ndice ceflico es la relacin entre la anchura y la longitud mxima del craneo multiplicada por 100. Se llama dolicocfalos a los individuos que tienen un ndice inferior a 76, mesocfalos a los que tienen un ndice comprendido entre 76 y 81, y braquicfalos si este ndice supera 81. Los Nmades del Mar en Libros Biblioteca Territorio Recursos Ser Indgena http://www.serindigena.cl/territorios/recursos/biblioteca/libros/f_nomades.htm

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del labio superior, en la parte media del labio inferior, en el mentn y a veces enlas sienes. los alacalufes se pasan depilndose el rostro. He aqu por qu parecen completamente lampios. Usan, actualmente, el pelo corto, aun las mujeres, que se lo cortan imitando a la moda europea. Slo despus de largos viajes unos y otras llevan, como en otro tiempo, la cabellera larga y cada. En cuanto al resto del sistema piloso masculino, su estilo se hizo utilizando una escala de referencia conforme a la pilosidad media de los indios, que es muy dbil. Entre los hombres, la pilosidad de las axilas es muy discreta, pero los individuos completamente desprovistos de eela, son unaexcepcin. La pilosidad pubiana es ms abundante, aunque es poco densa y tiene una extensin uniforme en todos los adultos: los pelos pubianos se prolongan ahcia arriba en una lnea fina. En el resto del cuerpo, en proporcione que varan segn los individuos, se nota una pilosidad muy reducida, localizada en los antebrazos, en la faz antero-externa de las piernes, y aveces en la regin lumbar y del sacro. En todos los casos, lapilosidad de un alacalufe calificada de abundante correspondera, balo otras normas, a un individuo de pilosidad muy escasa. En la mujeres, la diposidad corporal es prcticamente inexistente. Salvo dos excepsiones, en las cuales un vello ligero se prolonga en la regin del cuello y de la espalda, a lo largo de la columna vertebral, la mujeres no tienen en el cuerpo otros pelos que los muy escasos de la regin pubiana. En esta parte del cuerpo, un tercio de las mujeres son enteramente lampias. la pilosidad de las axilas, aun insignificante, es la excepcin (slo un quinto de los casos examinados). La cara no tiene nunca pelos, salvo, a veces, un vello muy sutil en la comisora de los labios. Slo dos mujeres tienen escasa patillas vellosas que llegan hasta el lbulo de la oreja y un ligero vello repartido sobre el rostro. La pigmentacin. Acaso ms significativas que la pilosidad como carcter racial son las manchas

pigmentarias que se advierten entre los alacalufes. Hay que sealar, a este respecto, primero las amplias superficies de piel muy fuertemente pigmentadas, indiferentemente en los dos sexos, y que, al ser ms oscuras, forman un ntido contraste de color con el resto de la pie. Estas manchas pigmentadas, indiferentemente en los dos sexos, y que, al ser ms oscuras, forman un ntido contraste de color con el resto de la piel. Estas manchas pigmentadas, bastante extensas, afectan, de preferencia, las regiones lumbar, vulvar, escrotal, peniana, la parte interior del brazo, y a veces aun el rostro. En este ltimo caso, son muy pequeas, semejantes a aflides. Otro gnero de manchas pigmentadas, lenticulares o puntiformes, de color pizarra, afecta en los dos sexos a la cara interna de las mejillas (habitualmente a la altura de los molares), la cara interna de los labios o aun su borde descubierto, el paladar y a veces la campanilla. Los nios muy jvenes, y slo dos o tres adultos, estn exentos de ellas. entre los adultos, la intensidad de color y la densidad de estas manchas pigmentarias bucales parece aumentar con la edad. Otra especie de pigmentacin, la de la esclertica, afecta a la mayora de los individuos adultos, hombres y mujeres, bajo forma de rayas parduscas, ms o menos difusas, pero acentuadas, que llegan a veses a formar un velo caf uniforme, que puede extenderse hasta el iris. A veces tambn estas rayas son reemplazadas por manchas de contornos precisos, igualmente pardas. Como la pigmentacin bucal, la pigmentacin ocular es a menudo bilateral, pero no simtrica. An los nios la presentan en gran proporcin. En los recin nacidos se nota la mancha pigmentaria congnita en la regin sacro-lumbar. Ella tiene color azul pizarra, ms ntido siempre al nivel del surco inguinal. La cloracin de esta mancha se atena con la edad. Nios de 30 meses la tenan tan visible como a su nacimiento. A los 5 aos, esta mancha era perfectamente reconocible, pero no fue nunca comprovada en nios de ms edad. Como se produjeron pocos nacimientos en el cursode nuestra misin, no es posible determinar si todos los alacalufes nacen con la mancha monglica as localizada, pero todos los nios muy jvenes la tenan, dispuesta de la misma manera.

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Los grupos sanguneos. Una de las caractersticas antropolgicas ms interesantes que presentan los alacalufes es su pertenencia global al grupo sanguneo O. Desgraciadamente, los estudios sobre lareparticin de los grupos sanguneos entre los diferentes grupos del xtremo sur no son suficientemente sistemticos.No obstante, parece que el grupo O sea la caraterstica predominante de estos grupos. La proporcin de 100% en el grupo es la prueba de una homogeneidad, de una estabilidad bastante raras en una poblacin humana. No se puede, sin embargo, hablar de la exclusinsistemtica de todo elemento extrao. En el pasado, los alacalufes se mezclaron con los otros grupos fueguinos, y, actualmente, continan mezclndose con los chilotes que frecuentan los archipilagos.Se puede as pensar que la distribucin de los grupos sanguneos en las poblaciones del extremo sur, incluso las de loselementos autctonos de Chilo, est marcada por un fuerte predominio del grupo O. Prcticamente, ninguna infiltracin blanca se ha producido entre las poblaciones chilotas, ni entrelos alacalufes, al contraio de lo que sucedi entre los onas, tehuelches y yaganes. La poblacin chilota, porrazones sociales, desde la colonizacin de la Patagonia y la Tierra del Fuego, ha sido mantenida al margen de la poblacin blanca. Por eso conserva cierta homogeneidad y una cierta pureza de sus rasgos raciales. Por el contrario, en el extremo sur, los colonos blancos han dejado numerosa descendencia en las poblaciones indias de la Tierra del Fuego,entre las cuales vivan de manera ms o menos estable. Por eso se encuentra onas y yaganes actuales una fuerte proporcin de grupos no O. Las ltimas determinaciones de grupos sanguneos de un cierto nmero de fueguinos, onas y yaganes tuvieron lugar a comienzos de 1946. En lo que concierne a los 20 onas examinados, puros y mestizos, el predominio del grupo O es evidente (14casos). En este grupo, no haba ms que 5 individuos de ascendencia ona pura y los 5 pertenecian al grupo O. Los otros tenan, en el mayor nmerode casos, una madre ona- que a veces era tambin mestiza- y un padre de raza blanca. De los 40 yaganes examinados, puros y mestizos, 31 pertenecian al grupo O. Lo mismoque entre los onas, los individuos de ascendenciayagana pura, es decir, 20, pertenecian al grupo O1 . En 1930, Rahm haba efectuado las primeras identificacione serolgicas entre los yaganes. En 33 individuos examinados por l, hall 30 casos de pertenencia al grupo B y solamente 3 al grupo O. Durante cierto nmero de aos, su opinin fue retenida y se vio en este hecho un caso curioso de mutacin serolgica en una poblacin enclabada en medio de grupos humanos, cuya pertenencia dominante al grupo o no ofreca la menor duda. El error de Rahm es manifiesto y, sin duda, se explica por un descuido en la dosificacin de los sueros. Las infiltraciones blancas fueron mnimas entre los alaclufes, cuyo territorio se encuentra an sustrado del imperio de la colonizacin. Sus grupos sanguneos han sido detreminados mediante sueros suministrados por el Instituto Pasteur, de Paris y luego por el Hospital San Vicente, de Santiago, y, por ltimo, frabicados en Edn, a partir de la sangre de tres sujetos pertenecientes a los grupos A, B y O. Cualquiera que fuese en suero empleado, no se practic ningn examen sin previo control. Todos los alacalufes puros, sin excepcin, pertenecen al grupo O. Slo una mujer de tres aos, nacida de una madre alacalufe (grupo O) y de su padre de raza blanca, pertenece al grupo A, as como sus dos hijos actualmente vivos, un nuo de 8 aos y una nia de dos meses, cuyos padres respectivos son del grupo O. En qu medidas la precencia exclusiva del grupo O en una poblacin puede servir para determinar su origen y su antigedad? Los datos serolgicos recogidos sobre los amerindios son an demasiado dispersos y no pueden fundar una respuesta a este problema capital de la antropologa sudamenricana. 2. OBSERVACIONES MDICAS

1 Ver: Prof. LIPSCHUTS, MOSTNY y Dr. ROBIN: The Bearing of technic and genetic conditions on the blood groups of the there fuegian tribes; Am. J. Phys., Anthrop. N. S. V. 4, N 3, sept. 1946. Los Nmades del Mar en Libros Biblioteca Territorio Recursos Ser Indgena http://www.serindigena.cl/territorios/recursos/biblioteca/libros/f_nomades.htm

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Los exmenes no han revelado entre los alacalufes ningn trastorno funcional del sistema digestivo. Entre los adultos, el abdomen es suelto; entre las mujeres que han tenido hijos, est vetado de venas. En todos los casos observados, tanto en los adultos como en los nios, raras vecez el hgado es normal, salvo en un quinto, ms o menos, de las mujeres, y un tercio de los hombres. En los otros casos, el hgado est hipertrofiado y se desborda a menudo de algunos dedos por debajo de las costillas falsas. Es, a menudo, doloroso a la presin de su consistencia es dura e irregular. La hipertrofia del bazo no se encuentra sino en los nios. Los nios de los dos sexos, salvo algunos casos aislados, presentan las mismas anomalas que los adultos, tal vez ms acentuadas. Las deficiencias del sistema ganglionar de los adultos aparece ms o menos en un quinto de los casos, en estado agudo de adenopata importante, localizada, en los casos examinados, en los ganglios inguinales, axilares y servicales. En otros casos existen cicatrices numerosas de fstulas antuguas. La casi totalidad de los alacalufes, hombres o mujeres, estaban afectados en el momento del examen de microadenopata, generalizada o circunscrita a ciertos territorios. El examen del aparato circulatorio de los alacalufes adultos muestra dos cosas: la posicin de la punta del corazn est en el quinto espacio fuera de la lnea mamelonal ms o menos en 3/4de los casos. En algunos casos espordicos, se halla en el cuarto espacio y en los dems en el sexto, a excepcin de un caso, en que estaba situada en el sptimo espacio. La ausculacin revela una gran proposicin de trastornos orgnicos, en ms de una mitadad de los casos: soplos diastlicos y sistlicos anormales diversamente localizados, posibilidad de insuficiencia artica y de estrechamiento mitral en algunos casos. Los mismos trastornos se observan, y en las mismas proporciones, entre los nios. La medida del ritmo cardaco no presenta, sin duda, sino un inters mnimo cuando se trata de nios. En efecto, entre stos, las medidas provocan a veces una aceleracin de origen emotivo, y algunos de ellos se hallaban en estado febril. Entre nios cuya edad vara entre 7 y 12 aos, las pulsaciones son de 57 a 90 por minuto. Entre las nias dela misma edad, el ritmo es mucho ms rpido, de 77 a 105. En los hombres, el ritmo cardaco es extremadamente lento: en la mitad de los casos, es inferior a 60 pulsaciones por minuto (de 40 a 58), y en la otra mitad, est comprendido entre 60 y 70 ( con excepcin de 3 casos, en los cuales era superior a 70). Entre las mujeres, ms de la mitad tiene un ritmo que va de 70 a 92 pulsaciones, y la otra mitad de 55 y 68. La tensin arterial mxima en ms de la mitad de los casos est comprendida en los adultos entre 11 y 12.5 - en un cuarto de los casos, est comprendida entre 13 y 13.5 y en el otro cuarto, entre 14 y 14.5. Las cifras que indican la tensin femenina son muy diversas: un poco ms de los 2/5 de los casos estn comprendidos entre 9.5 y 11.5, un poco menos de 2/5 entre 12 y 12.5 y 1/5 entre 13 y 16, que es el valor mximo, registrado en una anciana de 60 aos, afectada de osteomielitis gomosa sifiltica. En los nios de ambos sexos, la tensin mxima se escalona de 7.5 a 10.5 . El aparato pleuropulmonar de los alacalufes no ha revelado al examen sino un funcionamiento perfectamente normal en la casi totalidad de los casos. Los signos anormales constatados, tales como silbos, estertores bronquiales, murmullos vesiculares no indicaban sino indisposiciones pasajeras sin mayor gravedad, a las cuales los alacalufes estn sujetos en todo tiempo: traqueitis, bronquitis crnicas ms o menos difusas. Peridicamente, sobre todo durante el invierno, estallan epidemias de particular virulencia que afectan severamente a todo el campamento. A los primeros signos de fatiga, los indios se niegan a alimentarse, a ir a buscar lea y descuidan a los nios: todos se ponen o son puestos en un estado de debilidad fisiolgica y depresin moral. Amontonados en sus cabaas heladas, son vctimas de un contagio cierto y rpido. Cada una de sus epidemias se salda con la muerte por neumona de algunos de ellos. En cuanto al estado actual de la tuberculosis pulmonar entre los alacalufes de Edn, sobre 25 hombres adultos examinados, slo 8 tuvieron una reaccin positiva de la tuberculina ( 7 reacciones normales y 1 reaccin dbil), y sobre 28 mujeres, hubo 5 cuti-reacciones positivas (4 normales y 1 dbil). Todas las cuti-reacciones
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sobre nios fueron negativas. Slo tubieron 1 reaccin positiva los indios que haban vivido o vivan de una manera habitual con los loberos chilotes y con blancos. Un slo indio, de ms o menos 28 aos, sufra de una desviacion de la columna vertebral al nivel de la primera vertebra lumbar, desviacin que era ciertamente de origen tunerculoso. Con slo una excepcin, se nota en todos los alacalufes un esqueleto normalmente constituido, y aun en numerosos casos una armazn poderosa. Slo algunos nios tienen una contitucin ms bien grcil en un ligero ensanchamientoen la base del trax, que no es, sin duda, una secuela de raquitismo. Un nio de 8 aos esta dotado de un esqueleto anormalmente robusto, con huesos macizos y anchos. Con su cara lunar y una adiposidad de tipo femenino, es de tipo hipotirodeo. Ms, bajo el examen, la impresin general que dan los alacalufes es bastante satisfactora desde el punto de vista de su contitucin sea. La encilladura lumbar que presenta un cierto nmero de ellos, aunque bastante pronunciada, no parece tener mucha importancia. Las mujeres son en generalel tipo hipotirodeo e hipo-ovrico. Entre mujeres y hombres los musculos y ligamentos abdominales son poco resistentes. Los casos de hernia no son raros. Esta debilidad de la pared abdominal parece ser un rasgo, comn no slo a los alacalufes, sino tambin a los chilotes. Ha podido observrsela durante intervenciones quirugicas a las cuales son sometidos los conscriptos de Chilo, que por lo dems, presentan una delgadez anormal del peritoneo1 . En todos los alacalufes, se notan, adems de una multitud de llagas activas debidas a cortaduras y piodermitis, numerosas cicatrices debidas a enfermedades o a antiguos accidentes. Entre las primeras, lasms frecuentes son huellas de piodermitis generalizadas, principalmente en el trax, en la regin lumbar e inguinal, en las piernas; huellas de imptigo del cuerpo cabelludo y de la cara en los nios y en dos mujeres jvenes y un joven, cicatrices de adenopata bacilar tuberculosa que han provocado un adelgazamiento de la piel, formando un importante bloque fibroso subyacente. En tres mujeres, se comprueban cicatrices de abscesos al pecho. Las otras cicatrices son las de llagas banales, de cortaduras, especialmente en las piernas, de lesiones producidas por el rascarse debido a la sarna y a los piojos, de las mltiples incisiones curativas localizadas en lo alto del trax y el cuello. Se pueden notar algunas cicatrices ms importantes de heridas graves entre los hombres, provocadas por arreglos de cuentas; entre otras, una vasta cicatriz abdominal y otras dos en el omplato. Una mujer y un nio han sido vctimas de graves cortaduras hechas con vidrios de botellas depositadosen la playa y con un hacha. En el primer caso, hubo seccin de los ligamentos del pie, y de la mano en el segundo, provocando en uno y otro ina lesin funcional. Existe igualmente un buen nmero de cicatrices de mordeduras graves de nutrias o de perros, que llegan hastael seccionamiento de las ltimas falanges. Quemaduras enormes han provocado cicatrices en la espalda, los miembros y el trax. Estas quemaduras se han producido por cadas en el fuego de la choza durante escenas de ebriedad o en estados de nusea producidos por intoxicacin aguda de tabaco. Estas llagas, que se notan sobre todo en las mujeres, pueden tener una superficie de tres palmos y aun ms. Su supuracin fue largo tiempo combatida por lavados y aplicaciones hmedas de corteza de canelo. La cicatrizacin debi ser muy lenta y form despus un engrosamiento vetado dela piel que se ve ms o menos adherente y modificada. Una mujer muri a consecuencia de sus quemaduras. En cuanto a las quemaduras menores, han sido ocasionadas por accidentes ms normales. Se observ un solo caso de fractura de miembros: una antigua fractura de cuello del fmur, que data de una decena de aos, en un hombre de 30 aos. La inmovilizacin debo de ser larga y los cuidados, nulos.Actualmente el miembre et en ligera rotacin externa, con acortamiento y atrofia muscular del muslo. La articulacin de la cadera conserva, sin embargo, toda su movilidad.

1 Comunicacin personal del Dr. Retamal mdico militar en Punta Arenas. Los Nmades del Mar en Libros Biblioteca Territorio Recursos Ser Indgena http://www.serindigena.cl/territorios/recursos/biblioteca/libros/f_nomades.htm

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Los exmenes del aparato gnito-urinario permiten comprobar en un gran nmero de indios accidentes sifilticos antiguos o actuales y sus consecuencia, as como casos evidentes y numerosos de blenorragia aguda: 4 casos entre hombres jvenes y por lo menos otros tantos entre mujeres. 2 nias pequeas de 5 y 8 aos estaban afectadas de leucorrea gonoccica, adquirida probablemente por el contacto con objetos infectados, frazadas o vestidos.casi todas las mujeres examinadas estaban afectadas de leucorrea abundante. Un solo caso de fibroma, del grosor de una naranja, se comprob en una mujer de unos 40 aos. Hay que sealar igualmente elestado de desfloracin en nias de 10 a 11 aos. La opinin pblica hace corrientemente responsables de la desaparicin de la poblacin fueguina a la tuberculosis pulmonar, cuyo desarrollo habra sido favorecido "por el abuso del tabaco y del alcohol", y el sarampin, que habra hecho estragos en ls misiones de Ushuaia y de Dawson.La explicacin tendra valor si los casos de tuberculosis hubieran sido registrados por una autoridad mdica, previo exmen de indios enfermos en el marco habitual de su vida. Pero se evita con celo particular hablar de la sfilis como agente de desaparicin de los fueguinos, y en particular de los alacalufes. Como no podemos contar con las observaciones anteriores, nos atendremos a las efectuadas por el doctor Robin o a las hechas bajo su control inmediato, durante los aos 1946 a 1948.El doctor Robin ha diagnosticado y cuidado un cierto nmero de casos de sfilis en todos los estados de la evolucin de la enfermedad, tanto entre los alacalufes de Edn como entre los loberos acampados en un islote de la baha o que se detenan allpara someterse a los cuidados del mdico. Se conoce perfectamente la red de relaciones sexuales entre loberos e indias y entre los mismos indios y, aunque no hubiera sino un caso evidente y comprobado de lesiones sifilticas contagiosas, se podra decir de seguro que la enfermedad se ha abierto camino a travws de la poblacin nmade de los archipilagos. Entre los indios, la sfilis adopta indiferentemente las formas nerviosas, cardacas o cutneas. se ha observado un gran nmero de accidentes sifilticos en estado de cicatrices o de actividad: chancros, roseolas, placas mucosas, ulceraciones cutneas, manifestaciones de los caracteres de heredo-sfilis en los recin nacidos, trastornos nerviosos y tabes en los ancianos, y en sujetos en toda la fuerza de la edad y aparentemente resistentes, ictus hemipljico que produce rpidamente la muerte. Las cicatrices de accidentes sifilticos primarios son visibles en cuatro casos, se comprob un chancro activo primario, as como un acso de accidente secundario, bajo la forma de placas mucosas vulvares extendidas en capa, y un accidente terciario bajo forma de tumores mltiples. En este ltimo caso, la enferma, de ms o menos 60 aos, presentaba en la pierna izquierda lesiones cutneas y seas muy extensas, que recordaban el aspecto de una osteomielitis gomosa, asociada a gomas hipodrmicas. La piel era tenue y reluciente, muy intensamente pigmentada y perforada con pequeos crteres indoloros, que dan salida a un lquido serogelatinoso. La tibia y el peron haban engrosado considerablemente.La articulacin tibio-tarsiana tena mobimientos limitados y el pie no poda apoyarse sino sobre su cara externa.Lesiones anlogas, pero cicatrizadas y menos extensas, se notaban en la otra pierna. Las articulaciones de los miembros anteriores estaban igualmente afectadas: una masa fibrosa ovoidal, muy gruesa, estaba localizada al nivel de la cabeza radial y el antebrazo estaba fijo en semipronacin. Despus de algunas semanas de tratamiento, las gomas cicatrizaron, pero un ao despus se declar una oftalma purulenta y desapareci un ojo. El otro estaba ya perdido a consecuencia de una lesin traumtica antigua. La mujer muri algunos meses ms tarde. Se ha podido comprobar en dos recin nacidos caracteres evidentes de heredo-sfilis que, a pesar de los cuidados, produjeron la muerte al cabo de algunos meses. Otros accidentes, comprobados en un cuarto de la poblacin, por lo menos, deben ser atribuidos a la sfilis hereditaria: atrofia testicular, lesiones cutneas, ceguera, trastornos nerviosos. se puede atribuir igualmente a la sfilis y a la herdo-sfilis un cierto nmero de trastornos mltiples y frecuentes observados entre 1946 y 1948: dolores de cabeza y dolores vagos, especialmente de la cintura; adenopatas aparentemente tuberculosas, pero en el hecho sifilticas, trastornos cardiovasculares, dolores articulares agudos sin sntomas de reumatismo.
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En la mayora de los alacalufes, los reflejos siguientes, que han sido controlados, son normales: pupilar, rotuliano y aquiliano, estiloradial y olecraneano, cutneo plantar y cutneo abdominal. Pero puede suceder que en un individuo cualquiera, que pareca normal, el reflejo rotuliano, por ejemplo, llegue a ser policintico o perezoso, que el reflejo pupilar se debilite o que el cutneo plantar provoque la extensin. Algunos meses despus se produce un ictus hemipljico sbito, seguido de muerte en uno o dos das. Una mujer de ms o menos 60 aos presentaba un ao antes de su muerte trastornos nerviosos graves sealados por la abolicin de un cierto nmero de reflejos, por una marcha atxica articular que no permita sino el desplazamiento en cuatro pies. Un hombre de menos de treinta aos, pero que pareca de 50, sufra de ciertos trastornos urinarios concominantes a la abolicin del reflejo cutneo-abdominal: una ao despus, mora en tres das de un ictus hemipljico. Es altamente probable que de los 33 decesos que sobrevinieron entre 1948 y 1953, hubiera otros casos anlogos. Y finalmente es bien probable que la mortalidad infantil elevada, la muerte de muchachos y muchachas, la desaparicin de adultos jvenes, la esterilidad de muchos otros tengan igualmente un origen sifiltico. A una gran robustez constitucional se asocia ahora, entre los alacalufes, una fragilidad adquirida, que les ser probablemente fatal.

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CAPTULO TECNICAS DE

QUINTO Y DE HOY

AYER

I. L A V I D A E N E L C A M P A M E N T O 1. EL AMBIENTE Y LA EVOLUCIN TECNICA El primer contacto con los alacalufes trae una sorpresa: la extraordinaria escasez de sus herramientas. La exploracin minuciosa de lo que constituye sus medios de accin - la obtencin del fuego, los instrumentos de caza y de pesca, la habitacin, los medios de transportes, etc.-, no revela sino un conjunto restringido de tcnicas que casi no se han desarrollado en el curso de los siglos. El inventario de las tcnicasespecficamente indgenas se realiza muy pronto: pequeo nmero de utencilios, indigencia de las formas, ausencia de toda especie de produccin artstica. Se ordena estrictamente alrededor de las necesidades vitales esenciales. Adems de la utilizacin de los instrumentos tradicionales, por lo dems en vias de regresin, este inventario debe de mencionar diversos objetos de origen extranjero, ms y ms numerosos, que son el producto de la mendicidad a bordo de los buques de paso o de la recuperacin de especies nufragadas. La enumeracin del mobiliario tardicional de que dispone en indio de los archipilagos corresponde, en sus mismos trminos, a las descripciones que se encuentran en la mltiples relaciones de viaje de los cuatro ltimos siglos, en el curso de los cuales las tripulaciones de los barcos europeos tuvieron contactos espordicos con los alacalufes. Acaso, en un pasado ms lejano encontraramos tcnicas ms variadas y complejas, pero hasta ahora las investigaciones arqueolgicas que han sido prcticadas en estas regiones no se han acompaado de una cronologa lo suficientemente exacta, que sera la nica que podra informarnos sobre la evolucin o el estancamiento de las tcnicas indgenas. Aunque poco diversificados, estos instrumentos, sea en su fabricacin, sea en su empleo, ponen en juego una serie de tcnicas ms complicadas de lo que parece a primera vista. Una choza de indios alacalufes, por ejemplo, normalmente construida, nos parece de una simplidad elemental. Sin embargo, la eleccin de un sitio abrigado conveniente, la existencia de una pendiente por donde puedan deslizarse los detritus sin bloquear la entrada, ls posibilidades de secamiento del suelo, son otras tantas dificultades que resolver. En cuanto a la construccin misma, ella plantea otros problemas: entrecruzamiento de los arcos en forma de cpula, orientacin de las entradas, forma y altura ptimas para reservar elmayor volumen interior y resistir eficazmente al empuje de los vientos, todo eso exige soluciones que, aunque sean elementales, deben de ser precisas. Por el contrario, la especializacin de la herramienta y su utilizacin son extremadamente rudimentarias: soluciones tcnicas improvisadas, herramientas sumarias de inmediato rechazadas despus de usarlas son frecuentes. Asimismo, los instrumentos son fcilmente mltiples. Por ejemplo, existe un arpn para nutrias, de form y destino bien especificos, pero tambin se caza la nutria con el arpn de focas. Varias causas concurren a determinar esta indigencia de formas. Sera azaroso tratar de descubrirlas en tod su complejidad; ms, parece que en el caso preciso de este grupo, elambiente externo sea una causa importante del retardo en el desarrollo tcnico.El ambiente fsico en el cual evolucionan los alacalufes es de los ms desheredados. Los sitios habituales estn reducidos a playas estrechas y pantanosas. Los productosnecesarios a la subsistencia de un grupo humano estn localizdos en la costa y el mar, pues los productos de la tierra no constituyen sino un porte mnimo. El territorio de los archipilagos es inmenso, rocoso, rido. Los bosques de la costa son impenetrables. La temperatura media, sin ser excesivamente baja, es, sin embargo, difcil de soportar en su uniformidad. El promedio de las precipitaciones es muy elevado y la

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nebulosidad, compacta y persistente. Es posible imaginar las repercusiones que condiciones tan desfavorables han de tener en un grupo humano. Por otra parte, el aislamiento geogrfico de la regin de los archipilagos es un factor que influye a la vez sobre la homogeneidad de la cultura y sobre su estancamiento, seguida de una regresin que debe corresponder ms o menos a la declinacin numrica de los alacalufes. Sus contactos con los fueguinos del sur, que vivan en un ambiente tan desheredado como el suyo, no parecen haberlos enriquecido. Ellos podan a veces completar su haber por medio de cambios con los grupos vecinos, especialmente con los tehuelches de las pampas australes, de una cultura material y de una organizacin social muy diferentes a las de los alacalufes. Segn Fitz Roy, los tehuelches proporcionaban a sus vecinos de los archipilagos capas de piel de guanaco e instrumentos de piedra. Reciban, en cambio, piedras de fuego provenientes de la isla Solitario, situada centenares de millas ms al norte, en los parajes peligrosos del Golfo de Penas. Estos intercambios, sin duda, fueron muy limitados. Los contactos continuos de los alacalufes con tcnicas ms evolucionadas no datan sino de 60 70 aos y las adquisiciones que obtuvieron de ellos no condujeron casi nunca a creaciones nuevas. Los recursos de los archipilagos excluyen la aparicin de ciertas tcnicas y limitan el empleo de algunas otras: la alfarera, el tejido y el cultivo no han existido nunca, aunque hayan estado en uso en Chilo, a donde los alacalufes podan a veces dirigirse. No hay arcilla en los archipilagos, el clima hace all imposibles el cultivo y la ganadera, y la produccin de fibras que se puedan tejer. Parece, en suma, examinando bien su ambiente, que los alacalufes, antes de ser reducidos a la condicin de mendigos, a la cual se acostumbraron con facilidad, y que parece ser el timo estado de su historia han utilizado de una manera bastante satisfactoria los recursos de que disponan. El medio geogrfico predispone al hombre de los archipilagos a una cierta orientacin social y econmica. En primer lugar, favorece al nomadismo por pequeos grupos familiares, socialmente independientes. Estos se encuentran a veces en ciertas zonas de campamentos, y viven ladoa lado sin otras relaciones que ciertos vnculos religiosos librementes aceptados, que acentan la solidaridad del grupo en un ambiente de existencia difcil. Pero hay ausencia de autoridad comn algrupo entero. Sol el jefe de cada familia decide, segn sus intereses o conveniencias. Por otra parte, los productos de consumo estn dispersos y son inestables y el marco de vida es exclusivamente insular. De ah resulta una forma particular de nomadismo, el nomadismo por embarcacin en pequeos grupos limitados en nmero, con una propiedad personal o de grupo reducida al mnimo, pues la nica carga admisible en la canoa debe constituir el haber esncial necesario a la subsistencia del grupo embarcado. La infuencia reciente de los blancos ha desaquilibrado totalmente el estado tcnico al cual haban llegado los alacalufes. Las adquisiciones fueron espordicas en los primeros siglos y despus se intensificaron en la poca contempornea. desde mediados del siglo XVI, el metal, bajo foma de clavos, zunchos, cuchillos viejos, se introdujo en una poblacin que lo ignoraba por completo. Estos escasos aportes, con los pocos vestidos y objetos de pacotilla que desde los primeros tiempos dieron a los indios, fueron primeramente muy raros. imposibles de renovar, tubieron por principal resultado crear necesidades y deseos nuevos que no podan satisfacerse sino por el robo o la mendicidad, pero que, en conjunto, no llegaban a enriquecer el patrimonio de la poblacin indgena. En los siglos siguientes, el movimiento se acentu. Slo el hacha de metal constituy para los alacalufes un aporte que, reemplazando y perfeccionando una herramienta que ya exista, se integro de golpe en su vida propia y les permiti ciertas mejoras. Los otros aportes extraos siguieron siendo externos a la vida cotidiana y contribuyeron al abandono de las antiguas tcnicas que en otro tiempo haban asegurado la fuerza del grupo contra el ambiente externo. Lo que adoptaron de la nueva civilizacin no compens, ni dsiquiera en el plano extrictamente tcnico, la prdida de su antiguo savoir-faire. Para qu preparar largamente una piel cuando cualquier buque os dar por nada cobertores y trajes usados? Para qu partir con fro y con lluvia a la caza de focas, si el puesto va a distribuir vveres para toda la gente del campamento?
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En cada tcnica que describamos, nos referimos al punto de vista histrico, rataremos de poner en evidencia el paso entre las tcnicas tradicionales y la importacin de tcnicas extranjeras, las superposiciones, las decadencias, las supervivencias , que forman los aspectos ms interesantes del estudio de la cultura material de los alacalufes. 2. LA VIDA MATERIAL DEL CAMPAMENTO Las descripciones de chozas indgenas encontradas en la parte

La choza india de los archipilagos.

occidental del Estrecho, son invariablemente breves e insuficientes. Apenas si se hallan, en los relatos de los navegantes que, sin emnargo, cubren cerca de 4 siglos de viajes por los archipilagos, algunos detalles sobre la habitacin indgena. Ladrillero (1557-58), en el Canal Fallos, vio a los indios extraer de sus canoas cortezas de rboles (que provenan ciertamente de la cabaa que haban abandonado en su anterior campamento), palos delgados que enterraban en el suelo y que constituan todo el material necesario para construir "los ranchos en los cuales se preservan del agua del cielo y de la nieve". En la isla Campana, el mismo Ladrillero vio cabaas igualmente recubiertas de cortezas de rboles: unas eran cnicas y otras cupulares. El corsario ingls Drake (1586-88) vio tambin en la costa del canal Jernimo una choza de indios que haban debido huir precipitadamente a la vista del buque. Estaba hecha con palos, recubierta de pieles, y en el interior, haba un fuego, baldes de corteza que contenan agua, mariscos y carne de foca. Sarmiento (1579-80) encontr en el sitio en que algunos aos ms tarde deba elevarse la primera y efmera ciudad espaola en el estrecho, "una cabaa vaca, baja y redonda, hecha de palos enterrados y recubierta de anchas cortezas y pieles de foca". La relacin de viaje de la Santa Mara de la Cabeza (1785-86) al Estrecho, contiene la nica descripcin precisa: las cabaas indias de esta regin son circulares; estn hechas de estacas, cuyo extremo ms grueso es clavado en tierra; son recubiertas por pieles de focas en bruto. Un huyo en el techo permite escaparse al humo, el fuego esta en medio y en torno de este fuego se extiende la cama de ramajes sobre la cual duermen los humanos. La circunferencia de la mayor de las cabaas es de 8 a 10 varas- es decir, 7 a 9 metros- y la altura de 2 varas. El nico detalle que no concuerdacon lo que conocemos es que no haba sino una sola puerta, pero sucede aun en nuestros das que la puerta frente al mar est tapada con ramajes los das en que el vientolevanta demasiado humo en el interior de la choza. Byron, an guardiamarina, escapado del naufragio de la Wager, hambriento, en harapos, incapaz de hallar por s mismo su subsistencia, vivo durante varios meses bajo la choza de unos indios (1741). Estas cabaas, tales como las vio en la regin del Golfo de Penas y de la pennsula Tres Montes, estaban igualmente recubiertas por cortezs mal unidas, que se adaptaban mal a la armadura, dejando pasar el viento a travs de grandes vacos. Las cabaas indias por las cuales arrastra su infortunio, son circulares; son construidas por las mujeres y tienen dimenciones variables, segn la importancia dela familia que cobijan. La armadura est hecha de estacas plantadas en el suelo y despus encurvadas hasta la vertical del centro y amarradas con lianas, que las mujeres dividen con los dientes. Esta armadura es recubierta, en seguida, con follajes apretados. El fuego se enciende al medio y la gente se sienta alrededor, sobre ramajes. El humo es incmodo y la mayora de los indios tiene los ojos enfermos. Cuando el grupo quiere cambiar de campamento, se llevan las cortezas en la canoa, pero la armadura sigue en su lugar. Cuando unos 20 aos ms tarde, Byron volvo al Estrecho, pero esta vez como comodoro y comandante de una flota, not solamente que las cabaas estaban siempre edificdas en las cercanas de agua dulce. En la misma poca, Bougainville describo las chozas indias del Estrecho como dispuestas en forma de horno. El P. Garca Mart es el nico misionero que recorri el grupo de islas situadas al sur del Golfo de Penas y las bocas septentrionales de los Canales Fallos y Messier en busca de indios que deba traer a su
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misin de Chilo (1766-7). No encontr sino armaduras recin abandonadas, lo que denotaba en los naturales de estas regiones incesantes viajes, o bien la fuga precipitada ante los recin llegados, pues hasta abandonaron provisiones, "montones de cormoranes medio podridos". El P. Garca Mart llama a estas cabaas "ramaditas". Estaban recubiertas de follajes espesos, o bien de follajes y pieles de focas. Los documentos histricos nos ensean, entonces, que, desde el Golfo de Penas al Estrecho, haba ciertas diferencias, sea en la forma de las cabaas indias, sea en los materiales que las recubran, pieles de focas, follaje o cortezas. Es probable que los indios utilizaran los materiales que tenan a su disposicin en el sitio mismo donde establecan su campamento. La habitacin de los alacalufes responde plenamente a las exigencias de su vida nmade, junto con ofrecer la mejor proteccin contra la interperie. La cabaa es liviana. Su instalacin y su desmontaje son rpidos y fciles. En su forma, en los procedimientos de construccin y en las materias primas empleadas, se acerca bastante a la que describen los relatos del pasado. Las adquisiciones recientes, que han afectado tanto la vida de los alacalufes, no han influido sino dbilmente en su habitacin. Las cabaas, de dimenciones variables segn el nmero de personas que viven en ellas, tienen todas el mismo aspecto, el de ua cpula aplastada de base elptica. En cada nuevo campamento, si existe una armadura de cabaa que fuera utilizada por otra familia viajera y que permanece de pie, basta consolidarla, reemplazando las estacas quebradas o podridas y rehaciendo las ligaduras, antes de recubrirlacon las pieles de foca que cada uno trae. si la armadura es inutilizable, se construye una nueva con largos puntales rectos y desrramados de roble, canelo y saco. sobre el emplazamientoelegido, se entierran las dos estacas ms largas y robustas, despus se recurvan en arco y se amarran por sus extremos. Ms o menos a 40 cms. de este primer elemento de armadura, se construye otro exactamente igual. Las dos puertas estarn situadas entre estos dos primeros puntos de apoyo de la armadura, es decir, en los extremos del dimetro ms corto de la elipse de base. Las otras estacas son hundidas en el suelo y ligadas a las piezas maestras y, una vez terminada, la armadura aparece formada de dos series simtricas de arcosms o menos aplandos.En cada punto de interseccin de lss dos series de arcos, una fuerte ligadura de juncos mantiene a las estacas en su lugar. La armadura terminada tiene una apariencia delgada y frgil, pero forma un conjunto rgido que puede, a causa de su forma y de su poca altura, resistir al empujedel viento ms potente. Este modo de construccin presenta otra ventaja; una recubierta de pieles, la cpula aplanada forma un excelente reflector que reparte de manera uniforme el calor del hogar central. Cuando todas las aberturas estn cerradas, reina en las cabaas alacalufes una temperatura muy agradable. Sobre la armadura se extienden pieles de foca que se recubren parcialmente y se amarran a las estacas. El nmero de las pieles empleadas vara segn las dimenciones de la cabaa: de 8 a 10 bastan para recubrir una cabaa normal de 3 metros por 2 y una altura al centro de 1.80 metros. Cuando las pieles disponibles son insuficientes en nmero- tal es el caso de los alacalufes ahor sedentarios en Puerto Edn-, se las reserva para recubrir solamente lo alto de la cabaa: el contorno es calafeteado como se puede con trapos, ropa vieja, tiras de corteza, planchas de barriles viejos, sacos. Las aberturas para el paso de la gente son muy bajas y estrechas. Hay que entrar doblado en dos. estas aberturas estn cerradas con un cuero de foca o algn saco viejo. Se dispone otra abertura en lo alto de la cpula para el paso del humo. Esta especie de chimenea est practicamente tapada con un haz de hierbas o de ramajes. De otro modo, la lluvia, a menudo torrencial, podra apagar el fuego. Ese tapn de chimenea se inflama a menudo, provocando as el incendio de la cabaa. Cuando la cabaa est terminada, el primer cuidado de los ocupantes es aislarse del suelo impregnado de agua como una esponja. Posteriormente, el suelo, una vez protegido de la lluvia, se seca rpidamente. este suelo flojo es tambin muy buen absorbente de los detritus de toda clase que se acumulan en el interior. A excepcin de la superficiecomprendida entre las dos aberturas, el suelo de la cabaa est cubierto de una espesa capa de ramajes verdes, de preferencia las ramas terminales del roble de follaje muy denso, que aun
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seco no se deshoja. Los ramajes estn dispuestos en capas regulares, en un entrecruzamiento muy preciso, con el lado barnizado de las hojas vuelto hacia arriba, de manera de formar un tapiz sulto, espeso y despus de todo confortable. Si las ramas estn mojadas, se pasan una por una por las llams. En todo el contorno de la cabaa, un rodete ms espeso de follajes preserva del aire fro exterior. A cada lado de las dos aberturas se disponen verticalmente haces de ramajes que sirven de apoyo y de acodamiento a las mujeres que ocupan esos lugares. a veces, una piel de ciervo o de foca lanuda cubre lacapa de ramajes, pero al poco tiempo es despedazada por los perros. El lugar del fuego est en medio de la choza. Las mujeres ocupan sus lugares a ambos lados de la entrada y los del centro se reservan a los hombres. En la cabaa no existen acondicionamientos para guardar alimentos y herramientas. Estos, ollas, cajas o barriles, destinados a la coccin de los alimentos, permanecen al lado del fuego. Cada uno mantiene al alcance de la mano, bajo su capa de ramillas o dispuestas entre la armadura de la choza y las pieles que la recubren, sus proviciones personales: los mariscos por cocer, algunos restos de carne de la comida anterior, o el tiesto e agua potable. Los otros objetos se conservan, los de los hombres en una caja de madera, que reemplaza al cofre de cortezas de otro tiempo; los de las mujeres, en el tradicional canasto de juncos de mallas finas y apretadas. Entre chozas de antao y las que habitan los alacalufes semisedentarios de Edn, la nica diferencia est en que las pieles que recu bran la cabaa han sido reemplazadas por un amontonamiento maloliente y mojado de ropas y trapos viejos. Ya no son reemplazadas las pieles cuando el calor las ha hecho quebradizas y permeables o cuando estn medio devoradas por los perros. cada choza es ahora habitada durante meses consecutivos. El suelo saturado no absorve ya los detritus. Slo las pocas familias que de tiempo en tiempo parten para un largo perodo de vida nmade tienen cabaas construidas con mucho ms cuidado, buscando una proteccin eficaz contra la interperie. Durante sus expediciones de caza de focas, los alacalalufes se ven a veces en la necesidad de construirse abrigos provisionales cerca de los roqueros donde las foscs vienen a dormir. Son chozas cubiertas por ramajes estesos. Desde el interior se pueden observar las idas y venidas de las focas, al abrigo del viento y de la lluvia. En sus juegos, las nias pequeas - ellas solamente- construyen chozas reducidas que cubren con ramajes o con fragmentos de telas. Estas cabaas juguetes son demasiado pequeas para que ni siquiera un nio pueda mantenerse adentro.Las nias depositan en el interior algunos tizones para producir humo y all cuecen mariscos. Juegan a la cabaa durante das enteros , y a menudo varios das consecutivos, unas manteniendo el fuego, otras yendo abuscar agua o mariscos, lea o ramillas menudas, copiando el trabajo de las mujeres. El fuego. El uso de los fsforos qumicos ha entrado en la vida actual de los alacalufes. Los piden

constantemente a bordo de los buques que pasan y losconservan con una especie de respeto. Mientras la mayora de los objetos obtenidos por la mendicidad son desparramados en la cabaa, por adelantado destinados a la prdida o la destruccin, las cajas de fsforos forman parte del pequeo lote de cosas que se guardan en celo. los envuelven en trapos y no los utilizan sino en caso de necesidad absoluta. Por ejemplo, nunca se enciende un cigarrillo sino en las brasas. Los procedimientos antiguos de obtencin del fuego han sido completamente abandonados y,cuando se halla lejos de todo campamento o de las rutas del trfico martimo,el indio en viaje no puede encender fuego sino mediante su provisin de fsforos. Para preservarlos de la humedad en la canoa, donde nada puede mantenerse en seco, guarda aun en su piel el paquete precioso. En la cabaa, el fuego se prolonga fcilmente de un da a otro bajo la ceniza. Cada maana, apenas despiertan, lo reaniman. Cuando se apaga, antes de hechar mano de su provisin de fsforos, el indio pide un tizn a la choza vecina. Con tiempo fro, cuando las mujeres parten de pesca, se llevan en la canoa algunos
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tizones, que servirn para encender el fuego en torno del cual se calentarn despus de haberse sumergido en el agua glacial. y cuando una familia parte de viaje, lleva tambin brasas en la canoa. Corresponder a los nios velar por la conservacin del fuego. Aunque los indios alacalufes hayan adoptado completamente el procedimiento moderno de produccin del fuego, en lugares de campamento lavados por das y das de lluvia no es siempre fcil hallar conbustible seco que pueda quemar un fsforo. slo los cipreses secos que han permanecido de pie, pueden suministrar el primer conbustible: el interior contiene casi siempre una madera esponjosa y dura, semejante a la yesca, que se enciende fcilmente. Cuando falta esta especie de yesca, se la reemplaza por finas virutas obtenidas raspando, con cuchillo o conchas, un trozo de ciprs muerto, muy seco. Se pueden encontrar tambin manojos de ericceas que se han secado al abrigo de rosas a pico, que son inflamables. Con tiempo seco, las hojas verdes de roble pueden servir tambin de primer combustible. La lea no falta en ningn lugar de los archipilagosy los alacalufes mantienen sus fuegos con materias scogidas, que puedn producir sin mucho humo un abundante lecho de brasas. Por eso no vacilan en hacer largos viajes en busca de una madera excesivamente dura y densa, el tepu. Una vez llegada la noche, para tener un fuego que ilumine, queman de preferencia troncos de cipreses. Ms o menos en todas partes, a lo largo de la costa, inmensos paos de bosques han sido incendiados durante los aos secos. Estos son, desprendidos del sotobosque intil, inagotables reservas de lea seca. se utilizan slo los troncos que se han quedado de pie. Los que han cado de plano sobre el suelo turboso estn demasiado impregnados de agua para que puedan servir de combustible. Los bosques incendiados no son un nuevo aspecto de los archipilagos, pues Machado seala en 1768 que en las costas del canal Brbara los indios incendiaban los bosques. En la choza, el fuego mantenido a ras del suelo, entre las dos aberturas. Los troncos por quemar estn dispuestos paralelamente al eje menor. Ninguna piedra- es sta una interdiccin estrictamente observada- debe delimitar la superficie del suelo o servirde soportea los diversos utensilios, tarros, barriles o marmitas actualmente en uso. La reserva de lea se desparrama afuera. Los troncos ms gruesos y secos se destinan a la calefaccin nocturna y al alumbrado. Cuando hace demasiado fro, el fuego arde toda la noche. A menudo de ha deducido sin mucho fundamento que el hecho de mantener el fuegoen la canoa era un medio de calefaccin en uso entre los fueguinos durante sus desplazamientos. En realidad, parece bien improbable que dos o tres tizones que se consumen sobre una cama de tierra en el fondo de la canoa puedan producir un calor suficiente. Slo el que est encargado de no dejar que se apaguen podra llegar a caentarse las manos. Desde que cada indio tiene su provisin de fsforos fcilmente renovable, el transporte del fuego en la canoa no es ya una regla absoluta, pero antiguamente toda familia que se desplazaba llevaba el fuego con ella. Era ese un procedimiento de conservacin y no un medio de calentarse durante el viaje. La obtencin del fuego por percusin de dos piedras era, en efecto, larga y difcil. De un gran nmero de conversaciones y demostraciones sobre los diferentes mtodos de produccin del fuego, se desprende la certidumbre de que solo el procedimiento de percusin estaba en uso entre los alacalufes. Los testimonios de los ms viejos de ellos son formales en este punto. Ellos mismos lo practicaron en casos de necesidad en una poca que no es muy antigua. Es bien difcilprecisar en qu poca fueron abandonadas laspiedras de fuego. ya en 1919, en un cofrecillo de corteza abandonado por los alacalufes, se encontraron fsforos cuidadosamente envueltos en un pedazo de percala, pero no piedras de fuego1 . Segn el decir de los indios, la pirita de hierro nose encuentra sino en la isla Solitario. Como su nombre lo indica, esta isla est aislada entre un grupo de escollos que avanzan hacia el Pacfico, al sur del Golfo de Penas. El cuarzo que sirve para sacar chispas del pedazo de pirita, se halla ms o menos en todas partes de los

1 Dr. Aureliano Oyazn. Publ. del Museo de Etnologa y Antropologa. T. 2. 1920. Los Nmades del Mar en Libros Biblioteca Territorio Recursos Ser Indgena http://www.serindigena.cl/territorios/recursos/biblioteca/libros/f_nomades.htm

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archipilagos, pero en gran abundancia en san Pedro. Durante las demostraciones que nos hicieron, el operador se sentaba en tierra y se abrigaba cuidadosamente bajo una frazada vieja que reemplazaba a la capa de pieles de otros tiempos. La materia combustible esponjosa extrada del tronco ciprs, mezclada con plumillas, formaba una bola que se afirmba entre las rodillas. Entonces golpeaba una contra otra las dos piedras de fuego, pirita y cuarzo, dirigiendo el haz de chispas hacia la bola de estopa. Cuando se llegaba al primer punto de ignicin, junto con soplar para prolongar el fuego a toda la masa, el indio tomaba la bola entre sus manos abiertas en forma de copa y con pequeos movimientos reduca su volumen. Poco a poco el fuego se prolongaba entonces rpidamente: el indio pona en tierra la estopa inflamada y alimentaba el fuegocon fragmentos mayores de esa misma madera esponjosa y con astillas finas de ciprs. La demostracin ha sido muchas veces repetida por diferentes personas, y no se ha observado nunca ninguna modificacin en la manera de proceder. Ya ningn indio va a buscar las piritas de la isla Solitario. Nadie conserva sus piedras de fuego. Podran, en caso de necesidad, obtener el fuego de otra manera? No me parece, Para suscitar la contradiccin o la aprovacin, se intentaron diferentes modos de frotacin no suscit de parte de los indios sino reprobacin o entretenimiento. El mtodo alacalufe de produccin delfuego no debi de asombrar mucho a los navegantes, que apenas lo mencionan. Sarmiento vio en manos de los indios "pedazos de silex salpicados de oro y de plata" que les servan para encender el fuego: un indio les hizo la demostracin, utilizando plumas en lugar de yesca. Otros dos ejemplos de produccin del fuego observados por europeos son referidos por el narrador de la expedicin de la Santa Mara de la Cabeza y por Wallis (1766). Segn este ltimo, los indios que acampaban en la isla Rupert obtenan el fuego "golpeando un guijarro contra un pedazo de pirita, manteniendo por debajo, para recibir las chispas, un poco de musgo o de plumillas mezclado a la tierra blanquecina que se inflaba como yesca; tomaron en seguida hierba seca, que era muy abundante en esos parajes y colocando all el musgo encendido, lo inflamaban en un minuto, agitndolo en el aire". Esta tierra blanquecina que menciona Wallis, bien podra no ser otra cosaque lea descompuesta y seca. Weddel (1822-24) comprob tambin la produccin de fuego de la misma manera, pero probablemente ente los yaganes, "por choque de un bloque de pirita contra la piedra silicosa, y las chispas eran proyectadas sobre una substancia que se pareca al musgo y que se inflamaba fcilmente". A causa de la humedad ambiente, se necesitaba aveces mucho tiempo y esfuerzospara lograr que las chispas se comunicaran a la materia inflamable, pelota de plumas finas y de virutas de lea descompuesta. Cuando se presentaba una dificultad de este gnero, el indio llamaba al fuego, escandiendo su percusin por medio de pequeos silbidos breves, despus de haber barnizado las dos piedras frotndolas con carbon de lea. Esta evocacin no ha sido an olvidada. La alimentacin. El rgimen alimenticio tradicional de los alacalufes es casi exclusivamente carnvoro. su base son las ballenas varadas, las focas y lospajaros marinos. Siempre han tenido los alacalufes una inclinacin muy marcada por los alimentos grasos.a bordo de la fragata Santa Mara de la Cabeza, preferan el sebo y la grasa que sevan al calafateo del puente a lacarne salada que les ofrecan. El pescado y los mariscos han constituido igualmente en el pasado una porcin abundante de su alimentacin. Las arterias marinas forman la inmensa red tortuosa y desmadejada de los archipilagos sumunistran inagotablemente un alimento que, aunque es exclusivamente marino, esmuy variado y se hallaen todas partes, salvo en lasaguas demasiado poco saladas de los fiordos en los cualesse vacian los glaciares. Las ballenas se aventuran por los canalesmartimos y suelen ser sorprendidos por la marea que baja, quedndose en secoenalguna baha, donde no tardan en morir. El hecho se produce varias veces al ao y, si es advertido por loberos opor una familia alacalufe en viaje, la nueva llega rpidamente a Edn, y una que otra familia que no perdido an su espritu de independencia, parte silenciosamente durante la noche y se dirige
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hacia el lugar de varamiento del cetceo. El campamento se establece lo ms cerca posible de la ballena varada y durante tanto tiempo cuandopueda soportar un temperamento de alacalufe, se alimentan de carne de ballena. Despus la familia vuelve a Edn completamente transformada: la asimilacin debe de ser particularmente rpida y sus efectos duraderos, pues todos se mantienen largo tiempo en estado floreciente. Losnios, en particular, se ponen irreconocibles por la capa de grasa que acumulan bajo la piel. en otro tiempo, al decir de los ancianos, la varadura de una ballena era pretexto de fiestas y danzas para todo el grupo reunido. en tiempos an ms remotos, un banquete anlogo que relata el P. Garca Mart (1766-7), que tuvo lugar en las islas Guayaneco, dur un mes. Dos grupos de indios, probablemente chonos y alacalufes, fiestaron lado a lado y aprovecharon, adems, la reunin para saldar una antigua cuenta. Once indios perdieron la vida en la reyerta. El comodoro Byron asisti de lejos a uno de estos banquetes en el cabo Upright: losindios scaban del animal descompuesto, que difunda pestilencia por los alrededores, grandes pedazos de carne que cargabn en los hombros, llevndola a otro grupo, sentado en torno al fuego a alguna distancia de all. El encuentro de una ballena varada es un acontecimiento que se repite de tarde en tarde. la foca es el alimento bsico de la alimentacin cotidiana, al mismo ttulo que los mariscos. la fijacin del gryupo de Edn puso fin a este modo tradicional de alimentacin. En los aos 1946-48, slo las pocas familias que se negaban a habitar en Edn, o los habitantes de Edn durante sus fugas peridicas, vivan an exclusivamente de focas y mariscos. La foca es despojada primero a la vez de su piel y de la capa de grasa adherente, de 2 3 cms. de espesor. En seguida, durante una segunda operacin, la grasa s separada de la piel. El hgado, el corazn, los pulmones y los riones del animal, as como los intestinos, son botados, a causa de una interdiccin. Slo se utilizan lacarne y la grasa. Si la caza ha sido abundante, la carne se conserva colgada de un rbol p puesta sobre el techo de la cabaa, hasta que se encuentra en un grado bastante avanzado de putrefaccin. cuando el pelo de la cabeza se cae y la piel llega a ser ligeramente verdosa, la carne es considerada buena para el consumo. La cabeza, sobre todo los sesos y la lengua, son un guiso predilecto. la conservacin de la carne de foca por acecinamiento es poco practicada, y slo a imitacin del charqui (carne disecada y ahumada) de los cazadores chilotes. Las tiras de carne son entonces enfiladas en varas que se suspenden al lado delfuego hasta la disecacin completa. Pero los alacalufes recurren raras veces a este modo de conservacin. Prefieren la carne fresca, si los alimentos estn faltando, o en etado de putrefaccin avanzada. una parte de la manteca de foca, y a veces de delfn, es consumida en estado fresco, cortada en tiras, que se distribuyen a los asistentes: cada uno pasa su pedazo por el fuego el tiempo justo para que el aceite comience a correr, chupa este aceite y vuelve a calentar el pedazo hasta que el aceite no corra ms. lo que queda de la tira de manteca es tragado en seguida y cada bocado se corta con el cuchillo aras de labios. El resto de la grasa es puesto en conserv de una manera tan inesperada como repugnante: se corta en tiras y despus en dados, que se acumulan en la cara enterna de un trozo de cuero cuyos extremos son en seguida apretados con una fuerte ligadura de liana que pasa por ojetillos abiertos con este fin. Se obtiene as una especie de pelota de unos 30 cms. de dimetro, hermticamente cerrada , que van a enterrar en un pantano vecino. Al cabo de cierto nmero de das, la fermentacin ha producido su efecto y la grasa ha sufrido una notable transformacinde aspecto , olor y gusto. El baln de grasa permanece suspendido en la choza, difundiendo un olor ftido, y todos, de tiempo en tiempo, le sacan un bocado en el cuenco de la mano. sin embargo, cuando nosotros vivimos all, slo los ancianos y los nios absorban semejante alimento. Ostensiblemente, los jvenes se negaban a tomarlo, por lo menos en presencia de un extrao. Se halla muchas veces en los relatos de los misioneros de los siglos XVII y XVIII, que los indios, chonos o antepasados de los alacalufes, que vivan al sur del golfo de Penas, consuman, a guisa de bebida,aceite de foca, "del cual vendra el color plido de esos indios y su olor". El hecho es por lo menos curioso. Parece dudoso

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que el aceite de foca haya pododo servir de bebida. . . El P. Agueros, que es el historigrafo de las misions de Amrica del Sur, se ha hecho seguramente eco de alguna leyenda de la poca. En nuestros das, la carne de caza mayor, como la foca, no parece sino raras veces en las chozas de la pequea comunidad india de Edn. La caza de focas se reduce ahora al arponeo ocasional de algn animal dormido en una playa a alguna distancia del campamento o hallado durante alguna salida de pesca o de recolccin de lea. Pero la caza lejana, tal como se practicanba en otro tiempo, est abolida. Slo dos o tres familias independientes la practican todava. Por el contrario, los indios de Edn, sobre todo durante el invierno, practican an la caza del huemul, que se encuentra frecuentemente en los macizos montaosos de la isla Wellington. La carne de este cervdeoes menos apreciada que la de foca. Slo cuando se trata de mariscos, cada uno separademente hace cocer la cantidad que necesita. La carne de foca y de huemul es puest a cocer para toda la comunidad presente en la choza, es decir, e grupo familiar y sus visitantes.de vueltade la cacera, la foca es dividida en cuartos por un hombre del campamento; el huemul, caza menor, es cuarteado por una mujer. El repartidor, ayudndose con su cuchillo, sus pies y sus manos, corta y arranca, forma las partes y cada familia enva un representante para recibir la suya. Los pjaros, si hay gran abundancia, son distribuidos a cad familia por el mismo cazador. Si la caza es pobre, se guarda el producto para s. En cada choza, la mujer del jefe de familia es la encargada de la coccin del cuarto de carne, que es siempre asado a fuego vivo. La mujer dispone sobre el fuego leos gruesos y secos, despu extiende las brasasy clava en tierra, oblicuamente, ramas verdes, para formar una especie de encaado sobre el cual la carne es puesta a cocer. Durante la coccin, lamujer arregla el fuego, da vueltas conla mano la carne quemante, para que todas las partes estn igualmente asadas y vela por que la grasa no se inflame. Si eolleg a producirse, toma un trago de agua y lo proyecta en una red fina y bien dirigida sobre la carne en combustin. La piel blanca y crujiente, toda embebida de grasa lquida t traslcida, de la cbez y de las aletas son los pedazos apreciadosque pertenecen de derecho al jefe de familia. La cabeza de foca no es puesta al fuego sino despus de haberle sacado el hocico y los bigotes. Una vez cocida, por lo menossuperficialmente, la carne es dividida y repartida entre los asistentes, miembros de la familia o extraos, y cada uno, despus de haber comido las partes cocidas segn su gusto, cocina el resto a su manera. Una vez satisfecho, guarda elrestofuera del alcance de los perros, en los ramajes de la choza, encima de su sitio habitual. Despus de eso, cada uno se duerme. Las aves, quetros y cormoranes, son desplumadas de una manera muy sumaria. Se arrancan primero las grandes plumas y las otras que puedan sacarse fcilmente. El vello fino impermeable que recubre el cuerpo de estos pjaros es quemado en las llamas y lo que queda es rascado con conchas. Los muslos son despojados de la misma manera de sus plumas cortas y speras como escamas. En seguida, los pjaros son abiertos completamente por una incisin longitudinal, vaciados de sus entraas y empalados en trozos de madera sobre las brasas. Se los comen casi crudos. Una simple asadura superficial es suficiente y el interior est a menudo tibio todava. El hgado y las mollejas se cuecen separadamente. El pescado ocupa slo parteinsignificante en la alimentacin de los indios de Edn, que parecen haber renunciado de una vez por todas a la pesca. Slo aprovechan del regalo cuando un banco de sardinas se ha varado en la playa. En otro tiempo, gracias a tranquespara peces, los alacalufes atrapaban en gran nmero robalos y pejerreyes. En algunos de sus antiguos campamentos, capas arqueolgicasenteras estn formadas por detritus de peces de gran tamao, lo que deba corresponder a un perodo climtico diferente del actual. En nustros das, esos tranques no son ya mantenidos y no son visitados sino por las contadas familias que continan llevando una vida nmade. En Edn, la pesca no es ya sino una distraccin de nios, que atrapan cerca de la playa pequeos peces voraces que se dejan tomar sin anzuelo, nicamentecon un pedazo de choro

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amarrado a un hilo. As como lo hacen con las ratas o pajarillos, los nios asan al pescado apenas lo han cogido. Los mariscos, principalmente cholgas y choros, son el alimento cotidiano. En la choza, fuera de toda otra ocupacin, se pasa el tiempo en hacerlos cocer en la ceniza caliente, a la orilla del fuego. La seal de que estan cocidos es dada por el chorro de vapor que sale de las conchas depositados en la cenizas, con la abertura hacia arriba. El msculo adherente a las valvas es separado con la ua o con un pedazo de concha, y el interior del molusco se lo zampan casi hirviendo con un sonoro chasquido de lengua. Las manchas -patelas de gran tamao- constituyen una golosina. Se comen crudas el mismo da de la pesca y cocidas al da siguiente. Las pasan unos instantes por las brasas, justo lo suficiente para que el molusco, de consistencia gomosa, se separe de su concha de un papirotazo. La palabra que designa al pulgar viene, por lo dems, de esta funcin: athales okar, lo que sirve para sacar a la macha de su concha. Todas las variedades de mariscos, exceptuando a las machas y a los erizos, se comen cocidas al fuego. Bajo los ramajes que les sirven de cama, las mujeres guardan siempre una porcin disponible de cholgas y de choros. La carne de los animales cazados por la piel, la nutria y el coipu, sirven tambin de alimento. La carne de la nutria es particularmente nauseabunda, pero el mal olor desaparece en parte una vez cocida. En la primavera austral, de noviembre a febrero, los huevos y los pjaros nuevos en los nidos son muy abundantes. En otro tiempo, y en nuestros das en medida menor, los alacalufes se alimentan casi exclusivamente de ellos durante este perodo. Tienen preferencia por los huevos empollados, cocidos en la ceniza, despus de haber agujereado la cscara. Sirven tambin de alimento ocasional los grandes gusanos blancos que viven entre la corteza y la lea de los rboles secos. A causa de su sabor ligeramente azucarado, son una golosina muy buscada. Los nios son sometidos muy pronto al mismo rgimen alimenticio que los adultos. Desde su primera edad los padres les humedecen los labios con grasa tibia de foca, y ms tarde, cuando pueden chupar y tragar alimento slido, les ofrecen pedazos de tocino aceitoso y blando o mariscos. los nios muy pequeos comparten estos alimentos con el seno materno y, en caso necesario, con el de una abuela, hasta la edad de 3 aos, ms o menos. En los relatos histricos y en las tradiciones magallnicas siempre se dice que los indios de los archipilagos coman carne cruda. No es ata sino una aproximacin, pues los mismos navegantes sealan que comen la carne pasada por el fuego. Slo Wallis (1766) relata que un indio devor crudo un pescado de pies a cabeza. Actualmente los alacalufes no comen carne rigurosamente cruda. Siempre la pasan por el fuego y la hacen sufrir, por lo menos por fuera, un comienzo de cocin. Es probable que lo mismo sucediera en el pasado. En 1599, Simn de Cordes y Sebald de Weert pasaron cerca de 9 meses en el Estrecho presa de las peores dificultades. Tuvieron, pues, muchas veces la ocasin de notar las particularidades de la vida indgena. Un da la tripulacin captur a una mujer y sus dos hijos. "Ella era de estatura mediana, de color rojizo, con un gran vientre colgante, un aire feroz, el pelo corto hasta las orejas; en el cuello, conchas de caracol y en la espalda una piel de ternero marino, amarrada bajo su garganta por una cuerda de tripas. El resto del cuerpo estaba desnudo, sus pechos le colgaban. Tena la boca grande, las piernas torcidas y los talones muy largos. Como ella no quera comer carne cruda, le dieron los pjaros que estaban en la canoa. Les sac las plumas ms grandes, despus los abri con conchas de choro, cortando primero detrs del ala derecha, despus por encima del estmago y al final entre los dos muslos. En seguida, los limpi, bot la hiel, las entraas y el corazn; pero tom el hgado, lo pas por el fuego y lo comi tan crudo todava, que la sangre le corra a lo largo de los labios. Despus de eso, sac el buche, lo volvi del revs, rasp el interior dos o tres veces con ramillas y, despus de calentarlo un poco, se lo comi. Desgarr con sus dientes el resto del pjaro, mordiendo adentro de tal manera que la sangre le corra sobre los senos. Los nios hicieron lo mismo y devoraron a las aves crudas. Una era una nia de 4 aos. El otro no tena ms de 6 meses. Sin embargo, tena ya muchos dientes y coma solo (?). Esta extraa
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comida se desarrollaba con aire muy serio, sin que la mujer sonriera por nada del mundo, a pesar de las risas de los marineros. Despus de comer, se encluquill, sentndose sobre los talones, en la postura de una mona, mirando ms o menos de la misma manera.Para dormir, se repleg como un montoncito, tan bien que las rodillas le tocaban el mentn, mientras sostena a su hijo menor entre los brazos con la boca pegada al pecho". La alimentacin vegetal es muy reducida y depende de las circunstancias o de las estaciones: el apio silvestre, las callampas, de sabor un tanto agrio y fresco, se comen sin preparacin, en el sitio mismo en que se encuentran. A partir de enero, cuando las bayas empiezan a abundar por todos lados a lo largo de playas y terrenos pantanosos, las mujeres salen de cosecha. casi ninguna de esas bayas es dulce, excepto el calafate (berberis buxifolia), poco abundante en los archipilagos, pero que suele encontrarse en ciertas playas bajas y arenosas en los rincones menos expuestos. Es un arbusto espinoso, que forma parte del paisaje de estepa de las pampas, pero, transportada por los pjaros, su semilla ha germinado en todos los sitios favorables de los archipilagos. Produce unas bayas de un negro violceo muy jugosas, azucaradas y de gusto exquisito. Los frutos del michai (berberis ilicifolia) son semejantes a los del calafate, pero secos e inspidos. Una pequea baya rosada de agradable perfume, producida por una mirtcea rampante (myrteola nummularia), que vive entre los musgos de los pantanos, es muy apreciada por los indios. La chaura (pernetya mucronata) es una ericcea de follaje punzante que se encuentra en abundancia en las orillas de los estuarios de los ros. Las bayas que produce tienen el tamao de una cereza silvestre, bastante agradable al gusto, con un ligero sabor de almendras amargas. Los indios las consumen en pequeas cantidades cada vez, y slo despus de haber pasado por las llamas las ramas cargadas de frutas, a fin de defenderse, dicen, de las propiedades muy laxantes de estas bayas. Algunas otras plantas de la familia de las ericceas y de las mirtceas producen bayas, pero los indios generalmente no las cogen. En las playas ms abrigadas crecen el grosellero silvestre, cuyos racimos llegan a madurar hacia el mes de marzo, el fruto lobulado del canelo, cuyo sabor acre y quemante es intolerable; los frutos de la fucsia, los brotes del teno, de sabor resinoso. Los alacalufes consumen tambin, tal cual, las flores carnudas y crujientes del copihue (philesia buxifolia) y, a principios de la primavera, los bculos nuevos de los helechos. Este conjunto constituye la lista actual ms o menos completa de las bayas y frutos diversos que el verano austral proporciona a los habitantes de los archipilagos. El autor de la relacin del viaje de la Santa Mara de la Cabeza seala que, adems del apio silvestre, los indios "coman sus races cocidas a fuego como papas". Por otra parte, el teniente Kirke, compaero de Fitz Roy , seala en los archipilagos la existencia de patatas silvestres (wild potatoes) que crecen en cada baha, por encima del nivel de las altas aguas, entre el apio silvestre. se puede dudar de que la papa, cultivada en Chilo, pueda crecer en los archipilagos. Debe, pues, de tratarse,en las dos citas precedentes, de las races rizomatosas de ciertas hierbas canas. Pero actualmente los alacalufes no hacen caso de este vegetal, como tampoco de dos especies de algas con que se alimentaban en otra poca: una laminaria de gran tamao, el cochayuyo, (durvillea utilis), y una pequea alga verde laminada, el luche, que son elalimento tradicional de los habitantes de Chilo. Durante los siglos pasados y tal vez hasta poca reciente, estas dos especies de algas eran consumidas crudas por los habitantes de los archipilagos, con una clara preferencia del cochayuyo, "esas grandes hierbas que crecen en las rocas, en la resaca, y que parecen colas de culebra", segn la descripcin de Ladrillero. No hemos mencionado an la bebida de los alacalufes. No existe otra que el agua del ro vecino o, a falta de ro, el agua siempre teida de marrn que se junta en un hoyo cavado en la turbera, cerca de la cabaa. De da y de noche, los indios absorben a cada instante grandes cantidades de agua. se pasan sin cesar los tarros de agua que antes contuvieron aceite mineral, y que estn siempre en reserva en un rincn de la cabaa. Gracias a los recuerdos de los antiguos, es fcil descubrir las modificaciones recientes introducidas en el rgimen alimenticio de los alacalufes. estos recuerdos se remontan, con exactitud bastante grande y con todas las precisiones tiles, a los aos 1910 1920. Las expediciones de cacera de pielesen los archipilagos
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empleaban entonces un numerosos personal repartido en cuadrillas, que acampaban durante varios meses al lado de las playas de estacionamiento de las focas. los indios se unan a los trabajadores chilotes y los ayudaban con habilidad y eficacia en su trabajo de cacera y preparacin de cueros. Las novedades de esa poca eran sobre todo el alcohol, el vino y el tabaco, suministrados en abundancia por las goletas que volvan del puerto libre de Punta Arenas. Un da, tal vez hacia 1925, una embarcacin cargada de barricas se despanzurr en la costa. En poco tiempo llegaron los indios al lugar y mientras duraron las barrica, dur la orga. Los indios cuentan la aventura con una euforia y lujo de detalles que no se han debilitado desde ese tiempo: toda la tribu se emborrach perdidamente, hasta los nios chicos. Cuentan que hasta los perros, participando de la ebriedad general, se pusieron a beber. Hubo batallas y varios ahogados. Al remover estos recuerdos, con ms de un cuarto de siglo de antiguedad, toda la cabaa entra en una alegra desacostumbrada. Lmina IX

20. Alacaluf sobre el puente de un navo Lmina X

21. Alacalufes de visita a bordo de un navo

22. Kostora y su nieta, hacia 1930

23. Tcefayok enfermo, con frente vendada con una trenza de cuero

Por unos vasos de alcohol o de vino, que los loberos distribuan, por lo dems, liberalmente, los alacalufes estaban dispuestos a proporcionar mano de obra gratuita, aun a cambiar sus pieles de foca y de nutria que les servan de vestidos, y hasta sus mujeres. Pero, en manos de los chilotes, el alcohol no dura mucho, y no parece que su consumo haya tenido otras consecuencias que escenas de ebriedad ms o menos repetidas y acompaadas, como de costumbre, por reyertas, muertes violentas y ahogados. Los indios catalogan de buenos y malos a los capitanes o patrones de las goletas loberas de ese tiempo, segn su liberalidad en la distribucin del alcohol. Cuando declin el comercio de cueros de foca, los indios se quedaron prcticamente privados de alcohol, y no pudieron ya procurrselo sino de una manera ocasional cuando los cazadores de pieles que trabajaban por su cuenta, como se hace en nuestros das, podan adquirirlo a bordo de los buques en trnsito a cambio de su mercadera. Tal era para ellos el medio de atraer a los indios a sus ranchos, para quitarles las mujeres o algunos muchachos que les servan despus de marineros, o aun para robarles sus capas de nutrias

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de gran valor, a cambio de una botella de alcohol de mala calidad. desde esa poca, los alacalufes han conservado un apetito inquietante por el alcohol, que con tantas dificultades podan procurarse. Hacia 1846, sin embargo, no se abrian atrevido a proponer a bordo de los buques un cambio de wadchacay por pieles finas. tanto viejos como jvenes se contentaban con pedirlo tmidamente y casi siempre sin resultado a los hombres de la tripulacin. en 1953, los jvenes tenan ya sus conocidos entre las tripulaciones y negociaban clandestinamente sus pieles a cambio de alcohol. los alacalufes que viven con los loberos comparten definitivamente la suerte de stos. Algunas veces, despus deun ao de vida muy dura, todo el grupo vuelve a negociar las pieles en el boliche de Ro Verde, en la costa oriental del seno Skyring y todos se beben integramente las ganancias en dos o tres das, para volver, acabada la ltima botella, a su chalupa, con sus perros y algunos vveres, y volver a comenzar una nueva etapa de nomadismo y de caza. Esta experiencia del alcohol es un hecho relativamente reciente. En el curso de la historia se ha referido a menudo ( Wallis, Sarmiento, Vargas y Ponce) que se ofreca a los indios vino o alcohol y que, despus de provarlo, lo rechazaban. Cuando se empleaban con los loberos, los alacalufes beban a cada instante del da, a falta de alcohol, caf de higos y de avellanas tostadas y coman las "galletas" compacts cocidas bajo la ceniza. Por lo dems, la alimentacin de los loberos era idntica a la de los indios, y consista en productos del mar, carne de foca y mariscos, a los cuales se agregaban algunos productos de caza, y, en su tiempo, huevos. Los alacalufes eran sus proveedores. Haca 1940, cuando el decreto presidencial de proteccin a los indios empes a ser aplicado, el rgimen alimenticio se modific sensiblemente. Sobre todo los productos de la caza y de la pesca - stos en menor medida- llegaron a ser alimentos complementarios de los que no se poda, es claro, prescindir, pero dejaron de ser los alimentos bsicos. Los productos de la pesca, sobre todo los choros y los erizos, que tenan un justificado renombre de finura y que gozaban de gran demanda a bordo de los barcos, se convirtieron en artculo de cambio. Cuando los vveres eran distribuidos con abundancia y regularidad, los indios no salan de pesca sino cuando se prevea la llegada de algn buque. esto lleg a ser una especie de costumbre establecida, y los comandantes de naves, a veces chilenos, pero ms frecuentemente extranjeros, hacan una escala especial en Edn para aprovisionarse de choros y cholgas pescados por los indios. en cuanto a la caza, se convirti para ellos en una especie de deporte , en una diversin contra el aburrimiento y la inaccin forzada, sobre todo para los antiguos, que se acomodaban ms difcilmente que los jvenes a una estabilidad y seguridad alimenticias, que deban pagar ahora, sin embargo, al precio de su libertad. de tiempo en tiempo, despus de haber economizado en las distribuciones de vveres un saquito de arvejas y un poco de caf, alguna familia de alacalufes abandonaba el campamento silenciosamente en plena noche y desapareca por meses en los archipilagos. El alimento otorgadoa los alacalufes es adquirido por el puesto de Edn a base de un presupuesto especial de 100.000 pesos 8de 300 a 50 mil francos, segn el cambio), que permite adquirir un stock abundante de vveres, ms que suficiente, constituido en gran parte por legumbres secas, arvejas partidas, frjoles, lentejas, arros, chcharros, pastas, porridge, azcar y a veces lecheen tarros para los nios, y de tiempo en tiempo un poco de harina. se le han proporcionado slidas ollas de hierro al mismo tiempo que alimentos, pero las ollas hansido puestas rpidamente fuera de uso y han sido reemplazadas por grandes latas de conservas provistas de un mango de alambre. Para obtener elalimento cotidiano, los indios tienen que estar presentes en Edn y tienen que prestar pequeos servicios en el puesto, tales como ir a buscar lea, cortarla, traer mariscos, a cambio de un pequeo suplemento de alimentacin. Cada mujer viene a recibir su racin y prepara de inmediato la comida en la choza. la comida consiste en llenar de aguael recipiente, bibon o marmita, en echar adentro el alimento, aunque sea suficiente para varios das y en dejar hervir todo a fuego rpido, agregando agua para compensar la evaporacin. El azcar es el condimento adaptable a todos los guisos. Cuando el plato est cocido, o se lo considera tal para satisfacer la
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general impaciencia, el alimento es repartido entre todos los habitantes de la choza, inclusolos visitantes, en latas viejas o en platos de hierro enlozados marcadoscon eltimbre de las diversas compaias de navegacin. Sirvindose, a guisa de cuchara, de una concha de choro recogida al azar en el suelo y limpiada a dedo, todos comen en silencio y con gravedad. Los perros, ansiosos y hambrientos, van de un plato a otro, arriesgndose a los bastonazos cuando lamen el de algn nio sin defensa. El alimento sobrante se conserva en latas que cuelgan, por precaucin, de los puntales de la choza. La llegada del recipiente para cocer los alimentos, ollas o latas viejas de conservas que ocupan su lugar, as como la distribucin casi gratuita de vveres nuevos, es la nica revolucin que se ha producido en el rgimen alimenticio de los alacalufes. El uso de alimentos hervidos no se aplica, por lo dems, sino a estos productos extraos alos archipilagos. ms, aquello que en todos los tiempos el mar o la tierra proporcionan a los alacalufes, sigue siendo consumido segn la usanza tradicional, cocido al fuego o crudo, segn los casos, pero nunca hervido. Los alacalufes no aceptan comer carnes o mariscos hervidos sino cuando tienen que compartir la comida de europeos o de loberos chilotes. Cuando los alacalufes disponen de un poco de harina, hacen con ella galletas a la manera chilota. Arrastran siempre, de un campamento a otro, una artesa para amasar, tallada con hacha en un tronco de rbol, regalo de los loberos o robada en sus ranchos. Ah los indios amasan la harina con agua tibia, hasta obtener una galleta consistente, aplanada, que cuecen bajo la ceniza, pues, a causa de un tab, no pueden cocerla sobre la arena de playa sobre la cual han encendido un gran fuego. En la medida restringida y sujeta al azar, cada paso de buque significa para los indios de Edn un apresiable suplemento de alimentacin, pan, carne, fruta destinada a los nios, pero de la cual los adultos se aprovechan tambin. El fruto ms apetecido es la manzana. Los indios se llenan de manzanas cuando pueden obtenerla. Los barcos de pasajeros, no pueden casi ofrecer a los indios sino los restos de la comida del da. Por el contrario, las escalas de los barcos de guerra o de los buques de carga extranjeros, que pasan ms raras veces, pero cuyo personal es ms curioso y est menos adaptado al espectculo, dan lugar a generosas distribuciones de vveres o aplanturosas comidas a bordo, de las cuales se aprovecha toda la comunidad indgena de Edn. La reparticin es forzosamente desigual, pues se tiene ms consideracin por las caras acomodaticias y ms generosidad poer los que saben pedir mejor. Pero en el campamento se efecta la igualizacin y cada uno tiene su justa parte en la opulencia general, tanto en vveres como en cigarrillos finos, jabones y otros artculos. Toda hora es buena para comer. Al despuntar el da, sin salir de las pieles, ropas, frazadas viejas y sacos que la recubren, la mujer alacalufe estira el brazo y pone en orden brasas y tizones, a menos que el fuego haya sido mantenido toda la noche, si sta ha sido excepcionalmente fra. de todas maneras, lo ms a menudo en la maana el fuego arde an bajo la ceniza. Cuando el calor empieza a difundirse en la choza, los dormidos salen de su somnolencia, cada uno saca de debajo de los ramajes de su cama su provisin de mariscos y los pone a cocer. El tarro de agua pasa de mano en mano y todos beben en abundancia.Despusde estirarse, rascarse y, por fin, despertarse, todos ocupan en tornoal fuego la posicin sentada. Si al da debe pasarse en la inaccin y la alimentacin es suficiente, el tiempo se divide entre comer y dormir, en la propia choza o de visita en la chozas vecinas. a la cada de la noche, el fuego de la velada es preparado con gruesos troncos secos que darn calor y luz por largo tiempo sin humo. Cada uno vuelve insensiblemente a su rincn y a sus ropas de noche y se cala entre los perros. Un crculo de cholgas se cuece en torno del fuego, puestas en posicinrecta en la ceniza. de tiempo en tiempo, un brazo desnudo coge vvidamente alguna, la deja enfriarse y se oyen en la semioscuridad claqueos de lengua satisfechos. La velada puede, as, durar una parte de la noche, una vigilia silenciosa en que la conversacin alcansa el volumen de un soplo, acompaada por el alimento que se absorbe hasta el naufragio del sueo.

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As como es capas de absorver una enorme cantidad de alimento, conuna capacidad que parece ilimitada, as tambin el indio alacalufe es capas de resistir al hambre cuando circuntancias como el mal tiempo le imponen un ayuno forzado. No le queda entonces otro recurso que no emplear mal sus fuerzas y esperar en la inmovilidad que las mujeres puedan ir a pescar de nuevo. Si la cituacin amenasa volverse trgica, un hombre del campamento se sacrifica y sin comer parte a la montaa con sus perros. Volver con un huemul al hombro, sin haberlo tocado. A menudo la ausencia puede ser larga y durar dos o tres das, bajo la nieve, la lluvia o el viento. En casos menos extremos, cuando un alacalufe debe ir a tabajar por cuenta del puesto de Edn a una lejana jornada forzosa de lea, o por su propia cuenta a escabar su canoa en el bosque, a varias millas de su choza, no lleva nunca alimento consigo. No come sino lo que encuentre en el lugar, en la orilla del mar o en su camino en el bosque. El vestuario. No est tan lejos el tiempo en que los alacalufes llevaban an su vestimenta tradiciona, una capa corta de piel bruta de foca, de nutria, de coipu o algunas veces de guanaco, con que cubra sus espaldas. El vestuario europeo exista entre ellos de una manera espordica. Sarmiento (1578-80) distribuy los primeros vestidos. Los navegantes que vinieron despus hicieron a menudo otro tanto. Slo despus de las ltimas dos dcadas del siglo XIX se distribuyeron ropas con tanta largueza como para desplazar progresivamente a la capa de pieles. Casi todos los alacalufes de edad mediana se acuerdan de haber usado capa de pieles hace 25 30 aos. Segn los relatos de cuatro siglos de historia, la forma del vestuario indgena de los archipilagos casi no ha variado. Slo la materia prima cambiaba, segn los lugares habitados: pieles de foca o de nutria, especialmente en los archipilagos del oeste, pieles de huemul en el Estrecho y en los senos de Otway y de Skyring y pieles de guanaco hacia el lmite oriental del dominio de los alacalufes. Esta reparticin corresponde ms o menos al habitat de los animales de pieles finas. Sarmiento vio indios vestidos as en el Estrecho y Ladrillero en la isla Campana. Segn este ltimo, "estaban vestidos con pieles de focas y ciervos y otros animales, con los cuales se cubren las espaldas y que les llegaban un poco ms abajo de la cintura o a veces hasta las rodillas y se amarraban al cuello con una pequea correa; la piel pasa sin preparacin del animal al hombre y el cubre-sexo no existe". Wood (1670) cuenta que los indios que acampaban en la isla Isabel llevaban capas de piel de guanaco que deban probablemente cazar en las pampas continentales vecinas. Simn de Cordes y Seebald de Weert (1598-99) haban capturado a una mujer india" que estaba vestida con una piel de perro marino (foca) que le cubra las espaldas y que estaba amarrada bajo su garganta con una cuerda de tripa, pero todo el resto de su cuerpo estaba desnudo". Segn el testimonio de Narborough, en 1699, parece que todos los indios de la isla Isabel estaban vestidos con pieles de guanaco, que cambiaban por cuchillos y perlas a los marinos. En Agua Fresca, en el Estrecho, "tenan tambin capas de piel de nutria y de foca bien cosida juntas, formando una pieza cuadrada de ms o menos 5 pies de lado o aun a la medida de la persona, con la cual se envuelven. Tienen igualmente capas de pieles de pjaros con el vello adherente, y fragmentos de piel con los cuales se envuelven los pies. Pero raras veces usan sus vestidos y prefieren andar desnudos, aun con tiempo fro. Sus partes privadas estn al descubierto, aunque algunas mujeres las recubren con un pedazo de piel. El vestuario es el mismo para los hombres y las mujeres. Pero los hombres llevan bonetes y no las mujeres. En cambio, estas ltimas usan brazaletes de conchas en torno al cuello, y no los hombres". El P. Garca Martn (1766-67), observo en la isla Campana que los vestidos de hombre y mujeres eran idnticos, constituidos por pieles de nutria o de foca, que recubran lo alto de los hombros hasta la cintura, dejando la parte delantera del cuerpo enteramente desnuda. las pieles de aves eran igualmente utilizadas como vestido. Bougainville (1767) observ en puerto Galant que los vestidos de piel de Guanaco eran escasos: sin
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duda deban de provenir de parte oriental del Estrecho. Segn el mismo Boungainville, los indios hallados en la Baha Francesa llevaban pieles de focas muy pequeas y unas pocas pieles de guanaco. Las pieles de foca servan igualmente para recubrir la choza y como vela de la canoa. A menudo los indios encontrados en la parte ms occidental del Estrecho estaban vestidos con pieles de focas, nutria o de guanaco. Segn un texto de Byron (1741), los vestidos de los indios - hallados en el Cabo Quod y en la Isla Isabel - "son de una sola pieza de cuatro pies por cuatro, y se completan con una especie de calzado de piel. Los hombres llevaban bonetes de piel de pjaro con sus plumas, pero, en lugar de bonete, las mujeres llevaban collares de conchas y su vestido de piel era a veces amarrado a la cintura. Algunos hombres estaban completamente desnudos. Los indios hallados cerca del Cabo Froward llevaban pieles de animales desconocidos (se trata sin duda de huemules), tan pequeos, que apenas llegaban a cubrir su desnudes". El narrador de la expedicin de la Santa maria de la Cabeza anota que la piel de foca que los recubre desciende hasta medio muslo. La amarran a la cintura con una correa y lleban un tapa barro de plumas. Tienen tambin una especie de calzado hecho con un pedazo de piel de foca amarrado a los tobillos, que envuelve como una especie de saco. Las mujeres llevan tambin una capa amarrada a la cintura, pero a veces se envuelven con ella tambin el pecho, pasando la capa bajo los brazos y sujetndola en los hombros. Serrano Montaner, 1886, en el Canal Ojeda, no hall sino indios desnudos, con el sexo solamente recubierto por pedazos de cuero colgantes a la cintura. Fitz Roy, durante su largo perodo en el Estrecho y en el archipilago, desde 1826 a 1836, se top en numerosos puntos con indios siempre vestidos de diferentes maneras. A veces llevaban una capa de guanaco a la manera de los patagones; otras veces pieles de foca o de nutria o guanaco en fragmentos, como ocurri en el Canal Magdalena. Los rincones superiores de la piel eran mantenidos por una correa de tendones o de cuero que cubra el pecho y un lazo parecido lo sujetaba alrededor de la cintura. El apego de los indios a sus vestidos eran tan poco marcado y tan grande era su frenes por cambiar cosas cuando se presentaba la ocasin, que lo abandonaban todo y se quedaban desnudos y tiritando. En 1866, los indios que vio Cunningham en el Canal Brbara no llevaban vestidos europeos, pero s los pedan con insistencia, as como pedan tabaco. En sus forma tradicional, la vestimenta de los alacalufes era muy reducuda. Su estado de semidesnudez, y a menudo de desnudez completa, hay imprecionado siempre a los navegantes, hasta una poca muy reciente. Como muchos otros elementos de su vida, su vestimenta tradicional est hoy completamente abandonada, y todo lo que llevan es de origen exterior a los archipilagos. Desde que los buques que pasan por el Estrecho o por los archipilagos se hallaron en contacto, por necesidad o por simple curiosidad, con los alacalufes, les distribuyeron abalorios, perlas, pequeos espejos, cintas, trozos de tela y vestidos. De parte de los navegantes era un gesto bien natural de compasin dar artculos usados a esos pobres seres, que tiritaban bajo la mordedura del viento y de la lluvia helada, con el cuerpo desnudo untado de aceite de foca. Sera intil reproducir de estos relatos las escenas curiosas que han sido frecuentemente referidas. Espontneas o probocadas, las primeras experiencias vestimentarias han sido largamente descritas. Aun en los testimonios orales de algunos marinos; las escenas grotescas y los detalles burlescos son, a veces, todo lo que queda de las experiencias vividas con los alacalufes. Haciendo abstraccin de su valor anecdtico, estos relatos suelen suministrar informaciones interesantes, a menudo confirmadas por los mismos indios. Su excelente memoria puede reconstruir fielmente las circuntancias en las cuales abandonaron progresivamente o trocaron su capa de pieles por ropas europeas. Hace ms o menos un cuarto de siglo, la capa de pieles era la vestimenta nica y tradicional de los alacalufes. Existan dos clases de capas: una de piel bruta de foca (lo ms a menudo foca de piel fina); de una sola pieza, muy rgida, sujeta al cuello por una amarra de cuero, que protega, por lo menos, los hombros. Por el contrario, la capa de pieles cosidas juntas (nutrias, focas jvenes de piel fina o coipus), era mucho ms suelta y

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envolvente. su forma era rectangular y cubra el cuerpo desde los hombros hasta media pierna. Una tirilla de piel cerraba la vestidura en torno al cuello. Las pieles eran cuidadosamente descarnadas, adelgazadas, estiradas y rozadas. Decan los indios que las cosan "con hilos de cola de ballena", probablemente algunos tejidos fibrosos extrados de la cola de la ballena. El pelo de la capa de pieles era ordinariamente llevado hacia afuera. En canoa, el traje de pieles era molesto para remar. Por eso, preferan echrselo sobre los hombros o quedarse completamente desnudos. Lo mismo suceda con la caza o las caminatas a travs del bosque. La capa de pieles serva de frazada para la noche. Las capas de pieles de nutria eran bellas piezas de pieles que excitaban la codicia de los cazadores de todas las nacionalidades que frecuentaban los archipilagos hacia fines del siglo pasado, cuando los interesados no les daban mucha importancia, con tal que les dieran frazadas a cambio. estos intercambios, libres primero, fueron seguidos por robos de una y otra parte. Con seguridad data de est poca la palabra skin con la cual los alacalufes designan sus capas. En cuanto a las otras pieles, foca comn o huemul, servan y sirven a veces todava, ms raras veces ahora, para cubrir el suelo de la choza. La vestimenta tradicional se completaba con una tira de piel de foca apretada a la cintura, que llevaba en su parte anterior un pedazo de cuero que serva de tapa-sexo. Aun hoy, los hombres de ms edad, llevan solamente, como una supervivencia, un pedazo de cordel alrededor de los riones, con una tira de tela, que cae sobre el pubis. Las larguesas vestimentarias con los alacalufes fueron primero muy espordicas, y las ropas, tras haber sido objeto de una codicia y de una curiosidad infantiles, eran bien pronto abandonadas, despedazadas o utilizadas de una manera que no tena nada de comn con su destino primitivo. Se puede decir que desde mediados del siglo XVI hasta 1930, el llevar un vestido de forma europea no fue sino un acontecimiento anecdtico en la vida de algunos alacalufes. Cuando la navegacin se intensific en los archipilagos, pudieron obtener ropas, cuya existencia y cuyo uso conocan desde hacia largo tiempo, en cantidad suficiente y de una manera bastante continua como para abandonar definitivamente la tradicional capa de pieles. En los tiempos ms prosperos de la caza de pieles en los archipilagos, desde 1890 a 1914, buen nmero de alacalufes trabajaba a bordo de las goletas de los loberos. Entre los objetos que reciban a cambio de su trabajo, figuran las frazadas y las ropas usadas. Es curioso anotar que los alacalufes adoptaron de buena gana los vestidos que recubren la parte alta del cuerpo, pero el pantalon, que les entrababa la marcha, no fue utilizado sino ms tardamente. Fotografas tomadas en 1920 muestran a los hombres vestidos solamente con chaquetas y camisas. Las mujeres eran mantenidas al margen de las generosidades vestimentarias. Slo unas pocas familias alacalufes, que hacia 1912 trabajaban en el Estrecho de Magallanes por cuenta de cazadores de pieles vestan, tanto hombres como mujeres, a semejanza de sus patrones. Por el contrario, los chilotes que cazaban en los archipilagos del oeste no proporcionaban a sus ayudantes alacalufes vestidos para sus mujeres. Por razones muy precisas, stas eran cuidadosamente mantenidas a distancia de los loberos. Por eso las mujeres han conservado ms largo tiempo que los hombres el uso de la capa de pieles. Desde que se estableci el trfico de pasajeros en los archipilagos con regularidad y frecuencia, las mujeres recibieron tambin vestidos. Actualmente, los reciben en mayor cantidad qe los hombres. Los gastan tambin mucho ms, pues como los tejidos de los trajes femeninos europeos son ms frgiles que los de los trajes de hombres, no pueden resistir al uso sin ser reducidos al estado de andrajos. Por Decreto del Presidente Don Pedro Aguirre Cerda, los alacalufes fueron colocados bajo la proteccin de la Armada chilena, de la cual reciben una apreciable cantidad de ropa militar, usada, es verdad, pero en su mayora en estado de ser llevaba an con decencia. Estas donaciones, suficientes por s mismas, se completan

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con todo lo que los alacalufes pueden recibir a bordo de los barcos en trnsito: uniformes de marinos, gorras, tejidos, ropa interior, aun ropa interior femenina, corbatas y bufandas. Los trajes on a veces muy groseramente reparados. Con frecuencia sufren transformaciones. Con el hilo y las agujas que les dan a bordo, cada uno zurce o reajusta por su cuenta sus propios vestidos. Las mujeres confeccionan batas y a veces piezas ms complicadas, a base de sacos viejos de harina o de azcar. La naturaleza, el peso, el origen del antiguo contenido, impreso en grandes letras rojas o negras sobre la tela, sirven de motivos ornamentales. Es sorprendente comprobar con qu espritu de imitacin las mujeres alacalufes llegan a copiar con cierta habilidad un corte de vestido, redescubriendo todos los artificios de montaje y de costura, y recortando copias en gneros de sacos. Despus de algunas breves demostraciones, con ovillos de lana obtenidos a bordo y palillos hechos con alambres, algunas mujeres se han puesto a tejer. Cuando tenan ovillos de lana de diversos colores trataban de reproducir motivos a rayas. Pero ninguna a podido confeccionar otra cosa que fajas estrechas de tejido, primero por falta de lana y sobre todo por falta de competencia por parte del demostrador. En materia de costura, los hombres se muestran mucho menos inventivos. Los ms cuidadosos se contentan con reparaciones muy sumarias, pero la mayora se acomoda muy bien con ropas harapientas. Actualmente, los alacalufes que viven en la Baha de Edn se ven peridicamente bastante bien vestidos. Las pocas familias que sobrellevan an una vida completamente nmade estn menos acomodadas. Sin embargo, conservan preciosamente en su kyakyon (caja) los mejores vestidos que hayan podido obtener, para ponrselos cuando pasan por Baha Edn. El resto del tiempo, estos indios nmades se visten de andrajos. Parece que tanto ellos como los sedentarios han adoptado el vestido como un emblema de elevacin cultural. Para los alacalufes ms ancianos, esta cuestin de smbolo no se plantea. En cambio, es de primera importancia entre los jvenes de ambos sexos. Entre ellos, la adopcin del vestido aparece como una transformacin definitiva de uno de los puntos de su vida. Esta necesidad es a menudo satisfecha. A los antiguos, hombres y mujeres, les gusta, por el contratorio, liberarse de la coaccin de las ropas, y recuperar, en el interior de la choza o en sus aledaos, la completa libetad de sus movimientos, y calentarse el cuerpo entero sin la pantalla del vestuario. Pero ni los jvenesconsentir en mostrarse desnudos en la choza, ni los viejos se atrevern a presenterce afuera sin ropa. Sin, embargo, unos y otros conceden importancia secundaria a las formas, dimenciones, deteriores o destino original de sus ropas: hasta el andrajo informe salvaguardia el principio. Hasta los 12 aos, ms o menos, los nios viven completamente desnudos o vestidos con desechos de los grandes. En todo tiempo, con lluvia, viento o nieve, pueden jugar afuera sin ningn vestido. Los ms chicos juegan a ponerse trajes desmesurados para su estatura. El nio, hasta la edad de 2 3 aos, est siempre completamente desnudo.Cuando una mujer alacalufe se desplaza, transporta al menor de sus hijos de pocos meses, y algunas veces tambin al algn otro poco mayor, amarrado sobre su espalda en un pedazo de frazada que forma un saco, cuyos extremos pasan por encima de los hombros y sostenidos con las dos mano. en otrso tiempos, este saco lo hacan conla cap de pieles de la madre, o en una piel de foca nueva o de pingino. Contrariamente a la costumbre de las mujeres onas, las mujeres alacalufes no usan cuna. El pequeo duerme al lado de sus padres, bajo las mismas ropas. Durante el da, se acurruca en la falda de la madre o es portadoen la espalda de ella. Si la madre tiene que ausentarse, el padre carga al hijo. El calzado europeoes de introduccin ms reciente que el vetido. Su aprovisionamiento es tambin ms difcil y ms irregular. Su uso es ms limitado. Los jvenes ven en el calzado el complemento indispensable del vestido. Les cuesta prescindir de l, a pesar de su estado de ruina o incomodidad. los zapatos les traban la marcha, no slo porque se llenan de agua, sino tambin porque o son desmesuradamente grandes o demasiado estrechos. Los pies de los indios, anchos t planos, no calzan bien en zapatos estrechos y combados. a menudo los zapatos estn rotos. La primera preocupacin de los alaclufes que llegan a su choza es descalzrse. A
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vecestambin abandonan por un tiempo los zapatos. No les cuesta mucho acepatar que su uso es penoso y doloroso y que descalzos pueden caminar con mucha ms facilidad y destreza, pero hallan cantidad de razones para justificar la necesidad de zapatos, especialmente de botas de caucho, aun cuando estn rotas o desprovistas de suelas. Las mujeres y los ancianos andan descalzos. Muchas veces se ha ensayado el uso de zapatos en las mujeres, pero ninguna de ellas ha podido prongar la experiencia. Los adornos. Entre los alacalufes actuales, no existen ya los ornamentos tradicionales sino en cantidad de

raros vestigios. Los hombres, especialmente, los han abandonado. Cuando tienen la posibilidad de escoger cosas de su gusto, en un lote de trajes enviados por la Armada o el Ejrcito. o durante una distribucin a bordode algn barco, toman de preferencia lo que los distinguir menos. Para no singularizarse, rechazan los vestidos llamativos que les ofrecen, bien por broma, bien creyendo darles gusto, pero aceptan contentos corbatas y bufandas de color. anillos de pacotilla o guantes. Slo los alacalufes ms viejos se encasquetan sin chistar un gorro galoneado de uniforme o una bata de levantarse de colores abigirrados. Sin embargo, las mujeres han mantenido cierto gusto por los adornos. Todas estn ahora provistas de rojo para los labios y de afeites, de los cualesabusan descaradamente los dasen que se presenta un gran acontecimiento, como la llegada de un buque de la Baha Edn. Ellas conservan cuidadosamente en su tayo toda una coleccin de perendegues baratos, anillos y aros de oropel o de las materias plsticas, peinetas, cintas para elpelo, chales, y a veces pulseras y prendedores. Los nios juegan con ellos, los rompen, los pierden, pero el stock se renueva cada vez que un buque de pasajeros se detiene en Puerto Edn. Los vestidos de colores vistosos, especialmente las telas de flores estampadas son muy cotizados. Se detallan e interpretan detenidamente los dibujos, aunque sean escenas holandesas o plantas tropicales. Adornarse es un acto social. Cuando haba 60 alacalufes o ms acampados a la vez en Edn, las mujeres jvenes se preocupaban mucho de su toilette para ir a bordo de un barco. Ahora (1953), slo 2 3 familias viven cerca del puerto, y cuando fondea alguna nave, ya nadie se arregla para ir a mendigar a bordo. En la vida de todos los das, las mujeres de ms edad llevan ornamentos que recuerdan a los de tiempos pasados: collares con montura de hilo hechos de conchas de caracoles violetas y nacarados o de piezas tubulares de moluscos, intercalando a veces alguna medalla de aluminio o algn botn de uniforme. En cuanto a los jvenes, no han conservado el simblico collar de conchas, pero se confeccionan chucheras con trozos de materia plstica, botones, medallas, prendedores, hasta cajas viejas de relojes y aros hechos con monedas. Collares de mujer, perfectamente semejantes a los descritos por viajeros de tiempos pasados, ern usados todava hace 25 aos, segn testimonios fotogrficos: collares de conchas distribuidas artsticamente y con mucha solidez en minusculas trenzas de tendones, igualmente collares de conchitas de moluscos o de perlas de hueso pulido. Todo eso ha desaparecido para siempre. Los ornamentos masculinos han debido desaparecer en la misma poca. Se componan de estos mismos collares, pero, en lugar de llevarse al cuello a la manera de las mujeres, formaban una banda en la cabeza que sujetaba los cabellos. Esta faja no sola ser ms que una tira de cuero. los hombres llevaban, adems, una cruz, mas slo durante ciertas ceremonias, un cordn hecho con una faja de piel de pjaro cubierta de su vello blanco. se ponan ornamentos de plumas en los brazos y una especie de diadema, tambin de plumas, que les ceia la frente. Estos adornos eran muy finamente ejecutados, utilizando las rmiges blancas o cenicientas de las gaviotas o las plumas deshilachadas de la garza gris, el pjaro ms majestuosos del Continente. Las plumas eran distribuidas en una o varias finas trenzas de tendones. A falta de esta diadema, se fijaban dos alas de gaviotas en una especie de casco, hecho de pielde pjaro. De todos estos ornamentos, no queda nada, fuera del recuerdo deslumbrador de los fastos de antao que conservan los pocos mayores de 50 aos. En su juventud, fueron testigos de escenas cuyo sentido hoy se les escapa. Los jvenes ya no saben nada de eso y, si se trata de remover en ellos algunos recuerdos, no saben y no pueden sino responder con cierto
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desdn, que corresponde en ellos a una ignorancia real: "No s, cosas de los viejos", tal como en la pampael pastor, ante las puntas de flechas que encuentra, murmura: "cosa de indios". En cuanto a la pintura corporal, es posible concluir solamente, segn el testimonio de los viejos, que era ms ritual que ornamental. Pero la significacin de los colores, la disposicin de los motivos, lneas y puntos, negros, blancos o rojos, las circunstancias en las cuales se pintaba el cuerpo, sern para siempre desconocidas. Todo eso es ahora un recuerdo diluido, que sera intil querer precisar, para no obtener al fin sino una explicacin inconsistente. Sin embargo, cada viejo conserva en su choza un trapo, o un pedazo de trquea de foca cosida en forma de bolsa, que contiene una bolita de tierra roja amalgamada con grasa de foca y destinada a pintar los montantes de una especie de jaula edificada a veces sobre la cabeza de un agonizante. La tierra roja deba ser extrada en muchos sitios de los archipilagos. El ms prximo al campamento de Edn era el de la Baha Escarchada, es decir, el fiordo Eyre. La tierra blanca se encuentra en el Estrecho, pero no se puede precisar el sitio. El producto que serva para fabricar la pintura blanca era una especie de fango que aflora en muchos sitios de la pampa. Este fango est constituido por sedimentos de fondo de algunas lagunas glaciares y est formado por diversas clases de infusorios. Probablemente, debe de haber tambin yacimientos en los archipilagos. En cuanto al negro, es simplemente carbn de lea, aplastado sobre la piel, donde forma una pelcula firme, en contacto con la grasa que la recubre. El lenguaje afectivo del adorno ha desaparecido. Hace un cuarto de siglo, el indio de los archipilagos conservaba an en su tayo de juncos y cortezas, que viajaban con l, un tesoro de tierra blanca y roja sin utilizacin, de plumas y conchas mezcladas con arpones y de despojos que la civilizacin an lejana le haba dejado, clavos, una hoja rota de cuchillo, unas tijeras mohosas, a veces una cajade fsforos y un pedazo de vela, regalo de algn marino. Decorativo (se duda de que lo sea exclusivamente) o ritual, el adorno tena un valor simblico, era la expresin de una mentalidad y, ms an, el signo de una relacin con el mundo invisible. ahora,en el mismo canasto, o con el cofre de madera, cerrado a veces con candado, se entremezclan con algn vestido, una corbata, navajas de afeitar o cigarrillos de lujo y no queda de las riquezas de antao sino la bolita simblica de tierra roja envuelta en un trapito. Del cuello de las mujeres, penden an algunas veces una o dos conchas malvas enfiladas en un hilo. En el espirtu de los indios de los archipilagos se ha producido el mismo corte, profundo y radical, con el pasado. La sociedad de ha disuelto por extincin de us miembros. Todo elsimbolismo de la vida ritual, ms expresivo que el lenguaje, ha desaparecido. La generacin anterior a los ancianos actuales pudo conocer mscaras que deban de serviren las ceremonias ms secretas, o el sentido de las marcas corporales. Nosotros no podremos saber ya nada de ello. Qu nos dice la historia? A decir verdad, nada ms de lo que pueden decir los antiguos y, en todo caso, de una manera demasiado breve. Veamos, por orden cronolgico, los hechos principales destacados por los navegantes. Ladrillero no precisa si los indios que encontr durante su invernada en elarchipilago de Madre de Dios, "de cuerpos y rostros todos salpicados de rojo con algunas manchas de negro y blanco y con guirnaldas de plumas de pato en las cabezas", eran hombres o mujeres. Es probable que fueran hombres, pues durante esas visitas, las mujeres eran, en general, mantenidas al margen, en una baha vecina. Un indio quiso aun testimoniar su simpata a Ladrillero, ofrecindole un saquito de cuero de foca, lleno de esa tierra roja conla cual se embalsamaban el cuerpo. Sarmiento no vio de los indios de Puerto de Hambre sino cuerpos desnudos impregnados de tierra roja. Los marinos holandeses De Cordes y Sebald de Weer anotan que una mujer que capturaron en el Estrecho llavaba al cuello "conchas de babosa". Wood es tambin breve: los indios que acampaban en la isla Isabel "tenan collares de conchitas engarzadas en nervios o tripas de algunos animales". El P. Garca Mart describe a los que hall en la entrada norte del Canal Fallos: "los hombres tenan cara pintada de rojo y llevaban en la cabeza plumas que eran alas de pjaros. El ornamento comn a los hombres y a las mujeres era un collar de
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pequeos caracoles que ceian sus cabezas. Adems, la mujeres tenan en torno al cuello collares de conchas de moluscos que parecan de hueso". El narrador del viaje de exploracin de la Santa Mara de la Cabeza en el Estrecho, anota, en sus descripciones minuciosas, que slo los antiguos llevan un bonete de plumas, y que los hombres se pintan la cara, los miembros y el cuerpo con rayas blancas, rojas y negras. Cada vez que vienen de visita a la fragata, se pintan cuidadosamente, y el rojo es el color que ms frecuentemente emplean. Las mujeres llevan pulseras muy apretadas en las muecas y en los tobillos. Hombres y mujeres sujetan sus cabellos con una faja angosta. Los indios-hombres o mujeres?- llevan en el cuello un collar de conchas o, en su defecto, un collar trenzado de varias vueltas. John Narborough, en 1669, encuentra algunos indios en la isla Isabel. Se esfuerza por obtener de ellos informaciones acerca de la existencia de orou otros minerales en la regin. Los cuerpos de estos indiosestn pintados con tierra roja y grasa; las caras estn ambadurnadas en la parte inferior de las mejillas con arcilla blanca y algunos trazos negros, hechos con sebo y dispuestos sin orden. Weddel qued sorprendido del cuidados co que los collares de conchas minsculas del gnero hlix, de un bello color esmalte, haban sido reunidos en una cuerda de gut, hecha con cinco briznas tan finas, que se preguntaba cmo podan haber sido trenzadas a mano. Bougainville, en Puerto Galant, recibi a bordo la visita de los que llam Pecherais, que tenan el cuerpo pintado de manchas rojas y blancas. El diario de Fitz Roy refiere que las mujeres y los nios llevan collares de conchitas montadas sobre una trenza de pequeas fibras de intestino de foca. Como todos los otros navegantes, l encontr indios "de cuerpo embadurnado de tierra, de carbn de lea, de ocre rojo y de aceite de foca, ms un pigmento blanco".Pero en la isla Englefield, en el seno Otway, las observaciones del ilustre navegante ingls son ms precisas: "Un hombre estaba todo pintado de rojo, otro cubierto de una mezcla azuleja y el tercero completamente negro; varios tenan la mitad inferior del rostro ennegrecida, y los ms viejos, hombres y mujeres, estaban enteramente pintados de negro. Mientras una mujer daba a luz, su marido esperaba a la entrada de la choza, el cuerpo enteramente pintado de rojo y la cabezay el pecho adornados con una plumilla blanca de pjaro". Luego,segn Fitz Roy, el color rojo no tendra obligadamente una significacin belicosa. Una vez en que 80 alacalufes avanzaban hacia el Beagle, con intenciones hostiles, estaban desnudos, armados, con plumas blancas en la cabeza y el cuerpo embadurnado de pintura blanca. Los alacalufes tienen muy pocos pelos en la cara. Parecen albsolutamente lampios. En efecto, destinan una parte de su tiempo a depilarse cuidadosamente, arrancndose cada pelo con una conchita de choro que cumple el oficio de pinza depilatoria, Son muy escasos los que llevan barba, todos ellos ancianos.El hecho asombr a Fitz Roy, que lo seala tambin entre los yaganes del Canal Beagle. Narborough anota que los indios que encontr en la isla Isabel no tenan pelo ni en el cuerponi en la cara. Deban, pues, depilarse completamente. Los alacalufes no llevan ahora, como en otros tiempos, los cabellos largos. Se los dejan crecer nicamente durante sus expediciones, pero, cuando vuelven al puesto de Edn, piden que se los corten. Han abandonado la larga cabellera negra, cuidadosamente engrasada con manteca de foca o de ballena, que alisaban a veces con una mandbula de delfn. Fitz Roy observa quen para que sus cabellos no les taparan el rostro, los indios los matenan sujetos con una cinta trenzada, adornada de plumas. En otra poca, como lo atestiguan viejas fotogrfias, las mujeres usaban los cabellos ms cortos que los hombres, costumbre muy antigua, pues la relacin de Simn De Cordes y Seval de Weert (1598-1599) anota que "una mujer capturada llevaba los cabellos cortos, recortados hasta las orejas segn la costumbre, con conchas de choros en lugar de cuchillos o tigeras; en cuanto a los hombres, se dejan crecer los cabellos y no se los cortan".

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Los perros.

Cmo y cuando lleg el perro domstico al extremo sur? Es bien difcil determinarlo sis recurrir a

los trabajos de especialistas, como Dechambre. Antes de la llegada de los europeos, existan varias razs de perros en Amrica septentrional y en Mxico. Pero, e lo que toca a la Amrica del Sur, faltan los testimonios paleontelgicos. segn parece, no es posible basarse sino en testimonios escritos muy antiguos, pero posteriores a la conquista espaola. en sus Comentarios Reales, el Inca Garcilaso de la Vega menciona que los peruanos posean un gran nmero de perros. Mas, no seran de aporte espaol? La presencia de perros en el Extremo Sur es mencionada por primera vez en la relacin de Antonio de Vea, quien los vio en 1675 en las islasChonos. Pero en esa poca, Chilo estaba ocupada desde haca largo tiempo por los espaoles. En encuentro de 4 perros abandonados en un islote es mencionado por el P. Garca Mart, pero l piensa que provenan de algn barco naufragado, y no dice si los indiosque hall en su camino estaban o no acompaados de perros. Los testimonios ms tardos son abundantes. De Gennes en 1696 en Puerto del Hambre, Narborough en 1669 en Agua Fresca, Bougainville en la baha francesa, el guardiamarina Byron errante alrededor del Golfo de Penas, todos vieron los indios siempre acompaados de perros. slo la relacin del viaje de la Santa Mara de la Cabeza seala que los perros de los indios del Estrecho "son tan fieles compaeros de estos indios, que no se ven jams sin un gran nmero de estos animales, cuyo tronco parece ser el mismoque el de los que en la regin de Buenos Aires FALTA PAG. 145. Lmina XI

24. Tcelokwe ( 1952) confeccionando un cesto de junco

25. Yuras ( 1950) remendando

caceras futuras con cuyo producto podrn adquirir lo que desean. Para el alacalufe, todos sus perros son maravillososcazadores, lo que traducen por "trabajadores". Los perros forman de todos sus viajes. Al menor signo de partida, a lamenor agitacin inslita, los perros se alistan para saltar a la canoa. Segn Byron, los indios adiestran a sus perros como ayudantes de pesca, para ojear a los peces hacia la red sostenida por dos hombres. Fue Byron realmente testigo de estas escenas de pesca? Es dudosa, pues, fuera de la red para la caza de focas, en ninguna parte se menciona la existencia de una red para pescados entre los alacalufes. Se trata, tal vez, de una confusin. Todos los perros que nacen son conservados, a excepcin de algunas hembras, que son destruidas al nacer. Los nicos factores que limitan la multiplicacin indefinida de los perros son las enfermedades, el hambre, algunos accidentes y abandonos. Los perros que caen al agua con mar agitado no son recogidos. Si vagabundean por una isla cuando la canoa est lista, los abandonan lisa y llanamente, condenndolos a vagar y aullar hasta que les sobrevenga la muerte. A veces los perros son recogidos por otra familia alacalufe en viaje, que podr abandonar tambin sus propios perros, pero que recoger los que encuentre en el camino, perros de

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indios o de loberos chilotes. A pesar de la adhesin que profesan a los perros, los alacalufes vacilan en hacer un movimiento o un desvo o esperar algunos instantes para ponerlos fuera de peligro. Sin embargo, si llega a morir una perra, su prole ser recogida por una mujer en estado de dar pecho a los pequeos, con una ternura y un celo maternales. Matar voluntareamente a uno de los perros de los alacalufes es una grave ofensa. Algunos jefes del puesto de Edn, por razones a menudo absurdas engendradas por una falta completa de comprensin, han querido disminuir el nmero de perros. Como no podan responder por la violencia, los alacalufes abandonaron el campamento. Los perros del campamento del campamento de Edn participan en el estado de miseria y deterioro generales. Como los indios ya no cazan y, en consecuencia, no alimentan a sus perros, stos viven en estado de esqueletos, rados por los bichos, llenos de pstulas y llagas, cubiertos de parsitos, con la piel pelada en grandes placas, sin que sus amos se preocupen de ellos. Viven robando lo que pueden, una lenguarada de comida en la olla o en el plato de un nio o de alguna anciana o, llegada la ocasin, un hueso de pjaro o de ciervo. Roen lo que les cae bajo el hocico, los cueros que recubren las chozas, las cuerdas de arpn, los instrumentos de hueso de ballena y, aunque parezca extraordinario, la grasa mineral, el jabn, la pintura. Son tambin la polica de aseo de los excrementos. A veces, alguna mujer compasiva se dirige a la playa conla marea baja, seguida por un perro y quiebra para l algunos mariscos, choritos de sabor acre, llenos de arena y de perlas, que los indios se niegan a comer. Bajo este rgimen, los perros, ms y ms esculidos, no tardan en morir de inanicin. Es el espectculo ms entristecedor que no haya sido dado ver, ste de los perros agonizando en el barro, pelados y descarnados, despedazados vivos por sus congneres. Los perros, sobre todo los pequeos, son objeto de regalosy de cambios. Hombres y mujeres dedican a los perros nuevos una verdadera ternura, gozan con sus gestos torpes, los acarician con dulzura y delicadeza, les reservan un lugar bajo las ropas de la cama, se molestan cuando los nios juegan demasiado brutalmente con ellos. Cuando el animal se hace adulto, se acabaron las atenciones. El perro ha perdido su gracia. Es ahora fastidioso y ladrn. a pesar de eso, los perros, cuandono acompaan al amo afuera, viven normalmente en el interior de la choza. All se baten, disputndose el mejor lugar, pasan por encima de las personas, atropellan a los nios para precipitarse afuera con el menor pretexto. Cada alacalufe tiene al alcance de la mano un bastn para perros, que lo ayuda, a veces con gran trabajo, a restablecer el orden. los perros tienen una utilidad evidente en la noche: se intercalan entre los indios tendidos y contribuyen a mantener el calor. En el da, sirven para secarse las manos y a veces de pauelo. La nica caricia que elindio prodiga a su perro preferido es frotarle suavemente el hocico con su cara. Con los blancos, los perros de los alacalufes son feroces y solapados. Aun el husped habitual del campamento no puede hacercarse a una choza sin tener a su siga una jaura aullante que muestra los dientes y se aprovecha del menor momento de distraccin para morder con ferocidad. Cada vez los indios deben venir en ayuda del forastero, pues de otro modo un hombre, aun armado con bastn, no podra defenderse contra 30 50 perros desencadenados. En el interior de la choza, el extranjero debe velar cada uno de us movimientos, pues de otro modo los perros, siempre despiertos, no le ahorraran mordeduras. durante los aos de convivencia conlos alacalufes, ningn perro pudo acostumbrarse a nuestra presencia. Hecho curioso: no sucede lo mismo con los chilotes, aun desconocidos, que llegan de visita al campamento. Ellos pueden ir y venir sin que los perros les presten atencin, lo que probara, acaso, que los perros no pueden daptarse a un olor extrao. 3. Materiales antiguos y nuevos. ARMAS Y UTENSILIOS

La atencin de los navegantes ha sido atrada sobre todo por las armas y los

instrumentos de caza y de pesca de los indios, pero casi no observaron sus utensilios. La verdad es que ellos no vean a losindios sino al pasar de sus buques o cuando ellosvenan a visitarlos a bordo. Nadie, o casi nadie, vio
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al grupo en sus ocupaciones normales, fabricando las armas, construyendo sus canoas, cortando lea, calafateando los baldes de corteza o confeccionando canastos. los testimonios histricos de la existencia de algunos utensilios son muy escasos. Las armas que vieron los navegantes eran sin duda, en su mayora, mquinas de caza y de pesca. Segn Ladrillero (1557-58), los indios de Canal Fallos y del Canal picton tenan lanzas de dos palmos de largo, que etaban trabajadas en forma de dagas o puales, y un pequeo esquema en el texto indica que se trataba del arpn de una sola punta. Sarmiento (1579-80) descubro en chozas abandonadas del Estrecho unos hueso destinados a fabricar cabos de arpn, junto a los canastos, redes y pequeos sacos de tierra colorada. Spilbergen menciona, a comienzosdel siglo XVII, el arpn barbaro, entre los idgenas del estrecho. Despues de la muerte de la mayor parte de los habitantes de la Ciudad del Rey Felipe, los indios se apoderaron de los cuvhillos, de las espadas, de todo lo puntudo o cortante que hubiera pertenecido a los espaoles y armaron con ello las puntas de lanzas. Cavendish los hall armados de ese modo al lado de la ciudad muerta. Segn Sebald de Weert y Cordes (1598-99), las armas de los indios "eran flechas de una madera muy dura que ellos lanzaban muy recta y vigorosamente con la mano.La punta estaba hecha como un arpn y permaneca en el cuerpo de aquellos a quienes alcanzaba, pues no estaba adherida al cabo de ese largo palo sino con tripas de perros marinos, y slo con mucho trabajo poda sacrsela, por que entraba hasta muy adentro". En 1624, la tripulacin holandesa de Van Noort sufro en Puerto ganat la muerte de 2 hombres, por golpes de largas azagayas de madera y- es sta la nica mencin de tales armas- por golpes de "pesadas masa adheridas al estremo de una cuerda que ellos lanzan y retiran, conservando en la mano la otra parte de la cuerda". Adems de la mazas y las azagayas, estos indios tenan hondas, que eran para ellos el arma de ataque a distancia. Saban ponerse al abrigo de la mosquetera y contuvieron a sus asaltantes, que debieron batirse en retirada, llevndose a los heridos. Los dos marinos muertos de Van Noort fueron probablemente comidos. Entre los indios del Estrecho, Boungaville (1767) observ "huesos de pescado de un pue de largo, puntiagudos en un extremo y dentados en uno de sus bordes (se trataba ciertamente de arpones barbardos). Ellos lo adaptan a una larga prtiga y se sirven de l a la manera de arpn". Boungaville pensaba que fueran herramientas de pesca y no puales. Slo Weddel (1822-24) ha dado cuenta del modo cmo los indios se sirven del arpn. Las cabezas, de hueso duro, muy puntiagudas, tienen, segn los casos, una dentadura o una fila de barbas muy filudas, pero siempre por un solo lado. Estn fijadas en un mango de madera, derecho y pulido, de 10pies de largo, ms o menos. el lanzador sujeta el arma por la mitad a la altura del ojo derecho y la apunta con sorprendente precisin. la cabeza mvil del arpn de una sola barba tiene 7 pulgadas de largo y la barba est situada a 4 pulgadas de la punta. Segn el testimonio del narrador de la expedicin de la Santa Mara de la Cabeza, existen diferentes especies de cabezas de arpn de hueso muy filudo, que se amarran a prtigas de dos varas de largo y que "sirven sin duda para matar las focas y arponear las ballenas". Fitz Roy ha comprobado tambin diversas clases de arpones y aun, en la isla Carlos, lanzas con cabezales de madera. La historis de las navegaciones durante cuatro siglos en los archipilagos no es muy fecunda en la descripcin del instrumental indgena. Ladrillero, durante su invernada en el canal fallos, comprob que entre los indios no exista ninguna clase de alfareras, y no vioen ninguna parte seales de tierra que pudiera servir para confeccionarla. ladrillero, durante ese invierno en el cual tuvo que desmontar el San Sebastin para construirun bergantn con sus restos, estaba totalmente desprovisto de utensilios de cocina y tuvo que tratar de fabricarlos. Anota tambin que las armas habituales de los indios sonpiedras y dardos, es decir, probablementejabalinas con puntas de pidra, utilizadas como armas arrojadizas: " son prtigas de 2 pies y medio de largo, del grosor de un puo, en cuyo extremo se pone una piedra, moldeada a la manera de las puntas de flechas, pero de ms de dos pulgadas de largo y de un grososr proporcional, que los indios usan como un dardo,lanzandolo a mano". Estas mismas jabalinas son mencionadas por Wallis (1766-68), que las vio en manos de los indios en la isla Ruperto: "su punta es de piedra aguzada en forma de serpiente". Wallis se expresa palabra por palabra
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como De Gennes (1696), quien haba visto casi en el mismo sitio "flechas que tenan por punta una piedra tallada como lengua de serpiente con mucha industria". Fitz Roy menciona dagas de madera, armadas con una punta de piedra de bordes muy cortantes; piedras que llevaban en la mano y rebenques, que son tambin armas temibles. "Para los usos de la pesca y de la caza, tenan utensilios hechos con barbas de ballena (Boungaville) y una especie de prtiga de 8 a 10 pies, uno de cuyos extremos estaba abierto en cruz y mantenido as por dos trozos de madera (Fitz Roy). Una sola vez en esta suma considerable de crnicas se menciona -Byron es quien lo hace- "un instrumento de piedra que les sirve de cuchillo". De Gennes seala tambin "que ellos se servan de gruesos guijarros tallados para cortar la lea, pues no tenan ni uso ni conocimiento del hierro". Fue Drake quien hizo el descubrimiento ms interesante, a la entrada del canal jernimo: unos indios que afilaban en la piedra conchas de choros de gran tamao y que, con este cuchillo de conchas, cortaban no slo la lea dura, sino aun el hueso. Por cierto el metal no estaba profusamente difundido en los archipilagos, en la poca histrica. Mas, a consecuencia de los naufragios y los saqueos, aunque no fuera sino el saqueo de los dos primeros establecimientos del Estrecho, el hierro no tard en encontrarse bajo forma de clavos, de cuchillos, de instrumentos de desecho, y despus, bajo la forma muy apreciada de zunchos, que distribuy liberalmente Weddell. En el siglo XVIII, el hierro lleg a ser materia prima del instrumento autctono: "pedazos de hierro son aplicados a mangos de madera, imitando groseramente hachas y azuelas; este hierro lo adquirieron a la llegada de los ltimos viajeros ingleses y franceses , hace ms de 20 aos; por eo se preocupan enormemente de estos utensilios, porque les facilitan sus maniobras". (Santa Mara de la Cabeza). Wallis, en 1766, en el cabo Upright, seala que un indio tena un pedazo de hierro del tamao de unas tijeras ordinarias, amarrado a una pieza de madera, que pareca servir de herramienta. Un instrumento similar fue sealado por Fitz Roy: "una hachuela, o cuchillo, hecho con un pedazo de madera ganchuda y con un trozo de aro de hierro amarrado en el extremo". desde que fue conocido, el hierro se hizo una materia prima deseable hasta el punto de que los naturales tratan de apoderarse de ella por fuerza o por astucia. La reciben en trueque bajo forma de cuchillos de pacotilla, pero lo que les interesa mucho ms, es el trozo de hierro macizo, clavo o ferramenta, que podrn adaptar a su guisa a una herramienta parecida a las suyas. tratan de procurrselo por todos los medios. En 1699, mientras John Narborough cambiaba pacotilla con los indios encontrados en la isla Isabel, un grupo de stos se esforzaba por hacer saltar a pedradas los fierros de una chalupa que les interesaban vivamente. Todos los alacalufes actuales estn provistos de slidas hachas de metal de cinco libras de peso y del modelo que se halla difundido tanto entre los leadore de Chilo como en todas las ferreteras de Punta Arenas. Estas hachas les han sido entregadas por el pueto de Edn del presupuesto anual de ayuda a los alacalufes, o bien obtenidas por trueque. El hacha ha llegado a ser un objeto indispensable, realmente integradoa la vida, inseparable de todas las salidas en canoa, cuidada y afilada como una navaja. Las hachas fabricadas de un trozo de metal aguzado y amarradas en mangos de madera ya no existen. Solamente la azuela es an fabricada de este modo. Sobre este paso del hacha de hierro de fabricacin indgena al hacha de importacin, existe un documento que permite fijar su fecha. En la regin del canal trinidad, donde el Dr. Coppinger pas 10 meses a fines del siglo XIX, l observ que "todos los grupos encontrados estaban provistos de un hacha cualquiera de hierro. Las hachas eran habitualmente fabricadas con restos de hierro halados en algn buque nufrago u obtenidas por trueque a bordo de alguna nave en trnsito. algunas veces, aunque muy raramente, se vean tambin hachas de tipo civilizado. En los otros casos, el trozo de hierro, trabajado en una forma groseramente triangular, era adaptado a un mango de madera, as como se supone que las viejas hachas clticas de piedra eran montadas en mangos, es decir, con el cabo ms pequeo del hacha enclavado en un hoyo hecho en el cabezal de un slido trozo de madera. debo decir tambin que, a pesar de las investigaciones ms diligentes, no
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he logrado hallar sino una sola vez un hacha de piedra, que tena una forma muy primitiva, pulida en parte. La encontr mezclada con conchas de un montn muy antiguo de restos abandonados de cocina". Este pasaje permite fechar con cierta precisin la adopcin definitiva del hacha occidental en los archipilagos, a fines del siglo XIX, es decir, en la poca de los cazadores de focas. Aun hoy, los alaclufes recogen cuidadosamente el menor pedazo de hierro. Durante sus desplazamientos en canoa, tienen la costumbre de inventariar las playas de las bahas a donde las corrientes puedan llevar algunos restos, tablas, troncos rodados, etc. Casi siempre vuelven al campamento con algn botn, aunque no sea sino follaje fresco o hierba para renovar las cama. no dejan pasar un hueso de ballena que pueda servir, ni siquiera una curiosidad de cualquier tipo, como guijarros coloreados o formas extraas. A veces descubren, en viejos campamentos chilotes o extranjeros, que pesquisan con cuidado, tablas, cajas, zapatos viejos, un pedazo de lata, un tarro viejo, un trozo de hierro. As, por medio del trueque, la mendicidad, la recoleccin y algunas veses el robo, poco a poco se han agregado a la materia prima indgena nuevos materiales de proveniencia extranjera. Esta renovacin ha provocado la desaparicin de ciertas tcnicas indgenas, como el trabajo de la piedra. A la inversa, no ha sucitado casi nunca la aparicin de tcnicas o herramientas nuevas. en los prrafos que siguen, consideramos slo las tcnicas tradicionales an en uso, como el trabajo de las cortezas y del cuero, la cestera y la construccin de canoas. El trabajo de las cortezas y del cuero. En nuestros das ya no se emplea la corteza como materia prima para la fabricacin de utensilios. La canoa y lostiestos de corteza han sido abandonados desde hace tiempo. Los baldes de corteza no tienen ya razn de ser, puesto que han sido reemplazados por latas de conserva vacas y bidones de toda clase que son proporcionados a los alacalufes. La canoa de corteza no sobrevive sino bajo una forma reducida, como juguete de nio. Si an se sacan grandes tiras de corteza de los rboles, lo hacen slo para utilizarla tal cual, para taponear las corrientes de aire en la parte baja de la choza. O bien, a pedido nuestro, para reproducir las tcnicas antiguas del trabajo de corteza. Esta peticin despert, por lo dems, un verdadero entusiasmo por recordar gestos casi olvidados, y durante semanas los alacalufes de Edn fabricaron baldes de corteza de todos los tamaos, no para utilizarlos, sino por simple placer. La mejor corteza proviene del coigue, cuyo tronco liso proporciona cilindros de corteza gruesa, de varios metros de altura. El teno sirve tambin, pero es menos apreciado. la corteza ms fina y menos rugosa es la piel del ciruelillo, cuando llega a encontrarse un ejemplar bastante grueso, cosa difcil. actualmente, a nadie se le ocurrira separar la corteza sino con cuchillo. El mtodo antiguo que practicaban los alacalufes para sacar las cortezas es el mismo que el practicado por todas las sociedades humanas arcaicas: dos incisiones circulares y una longitudinal, hechas por medio de un instrumento cortante de piedra o de hierro. Despus de lo cual, los dos labios de la incisin longitudinal son separados por medio de cuas de hueso de ballena, y as la corteza es progresivamente estrada del tronco.debe de ser utilizada lo ms rapidamente posible, mientras conserve su frescura y su flexibilidad. Si no, se la deja a la interperie, pero, en este caso, el trabajo es ms difcil y, a pesar de todas las precauciones que se adoptan, se producen quebraduras. Si la corteza est destinada a la fabricacin de utensilios de dimenciones reducidas, com los recipientes de agua, el trabajo se efecta en el interior de la choza. primero se corta con cuchillo una tira cuyas dimenciones ms o menos a las necesarias. Esta tira es calentadacierto tiempo sobre las brasas. Una vez ablandada, la cogencon las dos manos, todava quemante, y despus le dan forma de cilindro. Las fibras son esta vez horizontales y los dos bordes de la hoja de corteza se superponen en algunos centmetros. Mediante un pedazo de madera hendida, se unen slidamente estos dos bordes, se da al cilindro una forma ms regular, y se igualan la base y la parte superior. El fondo se recorta de un trozo de corteza calentada y aplanada, ajustado y cosido

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con lianas. La costura se prolonga por un asa trenzada. El calafateo se obtiene con hilachas de trapos o con tierra mezclada de raicillas. Si bien la corteza no tiene ya ningn uso en la economa actual de los alacalufes, el cuero, por el contrario, sigue siendo una de sus materias primas indispensables.Lo era an ms en otro tiempo, cuando los mismos trajes eran de pieles. Actualmente, esas pieles son materia de trueque, y continan siendo preparadas segn los mismos mtodos que en otra poca, cuando servan de vestuario. As ocurre con las pieles de focas nuevas de piel fina, de jvenes lobos marinos, de nutrias y de ragondins. Los alacalufes no utilizan corrientemente sino la pielde lobo marino adulto, que sirve de cubierta a la choza y para la confeccin de diferentes artefactos de caza y de pesca. Destinada a tales usos, la pieldel lobo marino sufre la preparacin que describimos aqu y que es provablemente una tcnica tradicional. El animal muerto es conducido a la playa, donde es descuerado. La operacin empieza por una incisin ventral profunda, que corta a la vez la piel y la capa de grasa adherente que es, en los perodos de gordura del animal, de dos pulgadas por lo menos. Despus hacen una incisin circular en la base de la cabeza y otra en la raz de las membranas natatorias posteriores. Sacan conjuntamente piel y grasa hasta las membranas natatorias anteriores, al ras de las cuales se practica una incisin circular, por la cual el miembro es desplazado hacia adentro, lo que permite retirar la piel de una sola pieza, sin otro dao que los hoyos ovalados y la herida del arpn. Cuando se trata de un macho viejo, cuya piel est casi siempre muy daada por mordeduras feroces, se trata de sacarle partido recortando segmentos cilndricos en la parte posterior. La piel ya separada pesa, segn la talla del animal y el espesor de la capa de grasa, de 30 a 50 kilos. Despus es colocada, con el pelo hacia abajo, sobre una gran roca que hace de tabla de carnicero. La capa de grasa se saca con cuchillo, por pequeos cortes, lo ms cerca posible de la piel. Esta es una operacin larga y penosa, de ms o menos dos horas, pues a cada instante el cuchillo debe de ser vuelto a afilar. El operador corta con la mano derecha, mientras sostiene con la mano izquierda una napa viscosa de una sola pieza, ms y ms pesada. La piel es raras veces utilizada tal cual para el revestimiento de la choza, pues, al secarse, se arrugara y se pondra exageradamente tiesa y alabeada. No podra, entonces, enrollarse para su fcil transporte y, si no fuera devorada por los perros, se pudrira rpidamente. Se la somete, pues, a una preparacin que aumenta su superficie y hace desaparecer la grasa todava adherente. En primer lugar, las aberturas que corresponden a las membranas natatorias son cerradas por una costura de hilo o de lianas, as como la desgarradura hecha por la punta del arpn. En todo el contorno de la piel, cerca del borde, se abren con cuchillo, conla punta del arpn o aun con un simple clavo, unos ojales espaciados unos 5 cms., los cuales servirn para tender la piel sobre un marco de madera. Cuando la piel presenta una superficie aproximadamente rectangular, se ligan dos lados opuestos a dos prtigas talladas en punta. Otras dos prtigas, bastante ms largas que la piel, tienen una extremidad ganchuda y la otra cortada en forma de muesca. Las dos extremidades de las prtigas que sostienen la piel son introducidas en las muescas, fuertemente adheridas y, por intensa traccin insertadas en el gancho. Por estiramientos y ligaduras, la piel es extendid al mximo sobre el marco sufre una flexin muy fuerte, se lo refuerza con un travesao. La piel fresca se presta a alargarse considerablemente. Con el pelo hacia afuera, el marco es colocado a manera de sacador sobre un fuego de brasas muy extenso, cuidando disminuir la intensidad del fuego en la base del secador. La piel se seca poco a poco: se la da vueltas, de tiempo en tiempo, poniendo lo de arriba hacia abajo y vice versa. se prepara en dos das, mediante sesiones de varias horas, durante las cueles el calor y el humo producen su efecto. Este procedimiento de secado no se emplea sino durante los perodos de lluvia o de humedad. Con buen tiempo, la piel es estirada de la misma manera sobre su marco y secada lentamente al sol.
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La piel de foca no es slo utilizada para recubrir la choza. Preparada de otra manera, y despedazada en tiras, sirve para fabricar las cuerdas de arpones. Las focas machos de talla media son las que dan la piel de mejos calidad. Los machos viejos, por el contrario, presentan desigualdades demasiado grandes entre el espesor de la piel de la espalda y el de la vientre. Slo puede utilizarse la regin del abdomen. Se sacan del animal uno o dos segmentos cilndricos de piel, de 40 a 50 cms. de altura, practicando una incisin circular en torno al cuerpo. El desengrase se efecta sobre un marco rudimentario, se clavan en tierra dos puntales ganchudos, el clindro de piel se pone sobre un pedazo de madera que reposa en los dos puntales, y se le saca la grasa como de costumbre, pero aun con ms cuidado. La piel, enrollada como un paquete, es abandonada en seguida en algn rincn, donde sufre una ligera putrefaccin superficial, que permite sacar sin dificultad la epidermis y los pelos. Despus se recorta en espiral una tira de 1 cm. y mediode ancho. Esta tira puede tener unos 30 metros de largo. Este corte se efecta sobre una tabla o sobre un tronco. Para terminar la cuerda de arpn, ser preciso torcerla y estirarla muy fuertemente entre dos prtigas slidas clavadas en tierra que ejercen sobre la cuerda una traccin constante. Todo se fija despus a buena altura, para mantenerla al abrigo de la voracidad de los perros. Cuando se trata de fabricar instrumentos de cuero ms flexibles que la cuerda de arpn, como, por ejemplo, la red para pescar focas, se emplea slo la piel de animales muy nuevos, preparada exactamente de la misma manera, pero cortada en una tira dos veces ms estrecha. En cuanto a las pieles destinadas al trueque, se preparan como lo exige el comercio. La piel de la foca recin nacida es cortada siguiendo la lnea ventral, minuciosamente desgrasada, tendida sobre un marco, sacada al aire libre y conservada cuidadosamente en rollos. Lo mismo hacen con la piel de nutria, cuya ancha cola es estirada y secada aparte. Estas dos pieles son las que tienen ms valor. Los alacalufes los tratan con mucho cuidado, sin una mancha de sangre o de grasa, pulcramente adelgazadas y descarnadas. Apenas se notan los ojales que sirven para sujetar la piel al marco, y los hoyos, si los hay, son finalmente cosidos. Una vez secas, estas pieles sufren un nuevo rascado con conchas, para adelgazarlas, antes de guardarlas en el cofre de los tesoros, que cada alacalufe lleva consigo en los viajes. Cuando se trata de pieles de menor valor, como las del ragondin y del gato salvaje, se practica en el animal una incisin abdominal muy pequea, por donde se saca la carne de los miembros posteriores, y en seguida se da vuelta completamente a la piel, desde la extremidad de la cola hasta el hocico y las garras. Las pieles de los otros animales que se hallan ocasionalmente, no se destinan a ningn uso particular. La piel de huemul es utilizada tal cual como tapiz en la choza, pero sus pelos, muy quebradizos, se desprenden rpidamente. En cuanto a las pieles de pjaros, especialmente la de ganso blanco, que sirve an hoy de ornamento funerario, o las de gaviotas blancas, se las recorta en tiras o se les sacan las plumas, para no conservar sino el plumn. Los trabajos de cestera. Cuando, durante largas jornadas de inaccin, en las cuales ninguna necesidad los

invita a salir, los hombres pasan su tiempo dormitando en el rincn del fuego, tendidos, calados entre sus cofres, sus ropas empaquetadas y sus perros, haciendo cocer distradamente mariscos, las mujeres son mucho ms activas. su ocupacin favorita es el trenzado de diversas clases de canastos de juncos, par su uso personal o para las necesidades de la pesca, o bien, y sobre todo, como materia de trueque para el prximo paso del buque. Cada clase de cesta corresponde a una tcnica de fabricacin particular, pero la materia prima est siempre constituida por los juncos que crecen en los pantanos. Las mujeres, cuando salen, vuelven con los haces ms largos y las briznas ms gruesas. Si no las utilizan inmediatamente, las hunden, para mantenerlas frescas, bajo la cama de follajes. En estado natural, el junco no se presta al trenzado pues es quebradizo. Habr que hacerlo flexible. La mujer toma un manojo, iguala su base y lo pasa y repasa varias veces por encima de las brasas. Cuando los tallos empiezan a ablandarse, ella los sujeta con la boca, y con las dos manos hace un caneln apretado, que
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masca cuidadosamente en toda su longitud, para aplanar los juncos que, despus de este tratamiento, tendrn toda la flexibilidad y la resistencia deseables y podrn ser trenzados. El canasto destinado a la pesca es fabricado en espirales de mallas muy sueltas, de manera de formar un conjunto sin rigidez que puede aplanarse sobre s mimo. La abertura es circular y est formada por un anillo de lianas. El asa es de junco trenzado. Segn su destinacin, uso de hombre o uso de mujer, el canasto de pesca tiene un fondo diferente. En el primer caso, las primeras espirales de junco forman un valo muy aplanado, y en el segundo, forman un crculo. El canasto de pesca terminado es una especie de red de fondo sensiblemente hemisfrico, de abertura muy ancha. sus dimenciones medias son 30 cms. de dimetro mximo y 20 cms. de altura. Este canasto esta destinado exclusivamente a recibir los productos de la pesca, lo ms a menudo mariscos, y a transportarlos de una choza a otra en el campamento. Para guardar sus cosas personales, vestidos, hilo, agujas, botones, adornos y a veces aun las cosas de los hombres, las mujeres se confeccionan cestas rgidas, a menudo de muy grandes dimenciones. Se utiliza siempre el mismo principio de la cestera en espiral en torno a una fuerte armadura de junco. Su trenzado es excesivamente apretado y fino. Estos canastos, los tayo, tienen igualmente un fondo en forma de esfera ligeramente aplanada, pero el dimetro de la abertura es inferior al dimetro mximo. El tamao ordinario del tayo es 20 cms. de dimetro por 1 de altura, pero algunos tienen dimensiones dobles. Esta clase de cestas incluye una tapa circular amarrada por un junco que forma una bisagra. Los canastos destinados a trocarse a bordo de los buques por alimento, tabaco y vestidos, son del mismo tipo que el tayo, pero de factura mucho menos bien cuidada, las espirales son ms sueltas y el canasto, cuando est seco, tiene tendencia a deformarse. Haba antao otros trabajos de cestera, en particular la confeccin de cables de juncos trenzados para amarrar la canoa. En nuestros das, los alacalufes pueden recoger a bordo de los buques una cantidad de sogas de caamo que va ms alla de sus necesidades en esta materia. Si los cables son demasiado gruesos, demasiado delgados o estn en mal estado, los deshacen y los trenzan de nuevo en el grosor que desean. Se suelen hallar en los viejos campamentos restos de cables trenzados que no son de junco, sino de finas raicillas de una liana, el copihue de los archipilagos.

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CA PTULO TECNICAS II. LAS

SE X T O

DE AYER Y DE HOY

TCNICAS DEL MAR 1. LA CANOA

Desde Puerto Montt hasta el Cabo de Hornos, las nicas vas de comunicacin, las nicas en el sentido extricto de la palabra, son las del mar. Ningn sendero terrestre es posible a causa de la fragmentacin del territorio en una multitud de islas, as como por la naturaleza rocosa y escarpada de las islas y del continente. La embarcacin gobierna y condiciona toda la economa humana, desde que hay hombres en esta zona. Aun en la isla grande de Chilo, es imposible dirigirse de una aldea a otra sin una chalupa y los nios van a la escuela en bote. La explotacin del alerce y del ciprs en las islas Guaitecas, el aprovisionamiento de los pocos colonos de Aisn y de los de la isla Navarino, son tributarios de la embarcacin. En la mina recin explorada de la isla Guarello, los obreros van en una balandra a jugar ftbol en la playa arenosa de otra isla, a una media hora de su campamento. Los cazadores de pieles y pescadores de los archipilagos, y aun los hombres fuera de la ley que ah encuentran el ms inaccesible de los refugios, tienen tambin su embarcacin. La circulacin sobre las islas, aun las ms grandes, es prcticamente imposible, igual que en las faldas de la Cordillera, bloqueadas por la selva virgen, los acantilados a pique y lo pantanos del interior. El hombre desprovisto de embarcacin, si se encuentra aislado, en una isla, est condenado a una muerte cierta. En tiempos en que el nomadismo era todava realmente practicado por los alacalufes, suceda a veces que los indios que desembarcaban en algn islote para cazar o para pescar cometieran la imprudencia de amarrar mal su canoa y que a sta se la llevara elviento. Era casi siempre imposible alcanzarla a nado. No haba entonces posibilidad ninguna de escapar a una muerte lenta y segura. Los cazadores de pieles chilotes, que saban bien como sus chalupas excitaban la codicia de los indios, no las abandonaban nunca en la playa. Un pequeo grupo de ellos tuvo la experiencia de ver robada su chalupa. Por suerte tenan sus herramientas y con qu hacer fuego. Construyeron una piragua y durante semanas vagaron en busca de seres humanos. Terminaron por encontrar una canoa de alacalufes que, con un poco de astucia, robaron a sus ocupantes. Al cabo de dos meses y medio fueron recogidos por un buque. La canoa de las tablas cosidas. La historia magallnica menciona que las canoas indias de los archipilagos han sido de dos clases: desde el Golfo de Penas hasta el estrecho, la canoa de planchas cosidas y, a partir del Estrecho, la canoa de cortezas de la misma factura que la de los yaganes del extremo sur. La embarcacin de tablas cosidas1 es una versin de la dalca de Chilo, cuyas variantes formaban las embarcaciones de los indios de las islas Chonos y Guaitecas, as como las de los indios de archipilagos. El rea de dispersin de la embarcacin de tablas cosidas corresponde l rea de difusin del alerce y del ciprs, que son las dos nicas maderas que permiten obtener fcilmente, y slo con ayud de cuas, tablas regulares y flexibles de gran longitud. este mtodo de separacin de la madera contina siendo empleado en nuestros das en Chilo y en las Guaitecas para obtener tablas, vigas y las tejas que cubren lascasa de las aldeas chilotas. He aqu como, segn el jesuita Pedro Gonzlez de Ageros, historiogrfos de la Compaia en el siglo XVIII, se construan las embarcaciones de Chilo, llamadas por l piraguas: "Estn hechas con 5 7 tablas

1 Sobre la reparticin y la historia de la embarcacin de tablas cosidas, ver JOHN M. COOPER, 1917, pp. 198 - 204. Los Nmades del Mar en Libros Biblioteca Territorio Recursos Ser Indgena http://www.serindigena.cl/territorios/recursos/biblioteca/libros/f_nomades.htm

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(obtenidas partiendo el tronco del rbol) de una sola pieza, de 2 a 4 brazas2 de longitud y de una media vara o 3/4 de vara de ancho y de 3 a 4 pulgadas de espesor. Se las angosta en las dos extremiddes, de manera de poder formar una proa y una popa y se las calcina superficialmente. En seguida se practica en los dos bordes de cada tabla una serie de agujeros espaciados de 2 pulgadas". El calafateo, "formado por hojas de rbol desflecadas ( que no son otra cosa, segn los otros testimonios antiguos y actuales, que una especie de estopa hecha de albura de alerce), se hace, antes de la costura, interponiendo la estopa entre las tablas, de modo que esta estopa sobresalga de las junturas". Una liana slida aprieta las dos tablas y la estopa con una costura espiral "como si se tratara de coser juntos dos trozos de tela". Los hoyos de costura y las otras vas de agua, nudos, hendiduras, etc., eran en seguida obturdas por un tapn de esa misma estopa. Para dar ms solidez al conjunto se ensamblaban en el interior algunas membraduras o cuadernas, sujetas a las tablas del casco por clavijas de madera a guisa de clavos. La dalca de Chilo sirvo de embarcacin desde mucho antes de la llegada de los espaoles hasta la poca moderna. Hoy ha desaparecido completamente, aun en la tradicin, y probablemente nadie podra reconstruirla segn los datos antiguos, pero muchos pescadores conservan todava el sacho, una especie de arpn de 4 ganchos, enteramente de madera, con una pesada piedra de lastre. En 1953, uno de estos sachos se hall abandonados en una playa de la isla Navarino. Las dalcas de 5 7 tablas, de 20 metros de largo, deban de ser muy pesadas, pero los remeros chilotes son infatigables. Con 20 hombres en su embarcacin, podan afrontar la alta mar.Las embarcaciones de 3 tablas servan en el interior de los golfos o de los canales martimos. Los pocos documentos histricos que se poseen no permiten determinar hasta dnde avanzaba la dalca chilota en direccin al sur en la poca histrica. En las islas Chonos y aun hasta el archipilago Guayaneco, la canoa india, derivada de la dalca, no tena sino 3 tablas, segn el mismo Ageros. era una embarcacin tan frgil, al decir el autor, ciertamente poco familiarizado con las cosas del mar, "que su sola vista quita todo coraje al hombre ms audaz". Agueros da un detalle importante: para evitar el paso por el Golfo de Penas, las piraguas son descosidas, transportadas a travs del istmo de Ofqui y reconstruidas despus para continuar el viaje. No es imposible que los indios de los archipilagos al sur del Golfo de Penas hayan ido a construir sus embarcaciones all donde crecan el ciprs y el alerce. Moraleda, a fines del siglo XVIII, describo de la misma manera la embarcacin chilota y seala las ventajas de estopa de albura de alerce, filamentosa y dulce, imputrescible y que se hincha con el agua, pero que en seco se pone rpidamente inutilizable. Tales fueron las embarcaciones en que los misioneros, los padres Venegas y Ferrufino en 1608 y, ms tarde, el P. Garca Mart partan en sus expediciones a las islas Chonos y aun hasta los canales Messier y Fallos. El P. Garca Mart seala solamente que los indgenas estaban en posesin de clavos provenientes de los restos nafragados del Wager y que les servan, una vez que adelgazaban su punta, para afinar las tablas de sus embarcaciones, de 2 brazas de largo y "hechas a fuerza de fuego y de conchas", los dos medios de trabajo tradicionales que tenan a su disposicin para adelgazar las tablas. Se puede poner en duda la justeza de informacin del P. Garca Mart, cuando dice que se necesita un ao o un ao y medio para construir una embarcacin. El guardiamarina Byron, en la larga peregrinacin que realiz a mediados del siglo XVIII en compaia de indios por el norte de los archipilagos, seala que tenan canoas hechas con 5 tablas obtenidas con ayuda de conchas, instrumentos de piedra y fuego. Los hoyos de costura estaban espaciados en una pulgada, y la costura era hecha de lianas. La estopa que empleaban era confeccionada con corteza (de ciprs, sin duda, que es el nico rbol que pueda prestarse a esa operacin), que hacan macerar en el agua y que golpeaban con dos piedras. La estopa as obtenida formaba un calafateo muy eficaz.

2 Medidas chilotas: una braza = 1m. 80; una vara = 80 cms. Los Nmades del Mar en Libros Biblioteca Territorio Recursos Ser Indgena http://www.serindigena.cl/territorios/recursos/biblioteca/libros/f_nomades.htm

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La expedicinde Coppinger ha dejado una buena descripcin de la canoa de un grupo de indios encontrados en la baha Tom, en el archipilago Madre de Dios. La canoa estaba compuesta por 5 tablas de 20 pies de largo por 2 pies y medio de ancho en el fondo, mientras las otras cuatro, que forman los lados, tenan una anchura de 1 pie y medio. La tabla del fondo estaba encurvada en sus extremos, como para formar un arco aplanado y un travesao en la misma forma. En el borde de cada tabla, una fila regular de agujeros ms o menos cuadrados dejaba pasar una amarra, es decir, un tallo flexible, de los que se ven enrollarse en los troncos de los rboles. El calafateo por encima del cual pasaba la amarra estaba hecho con musgos y tiras de corteza de canelo y los hoyos cuadrados eran taponeados, en seguida, por una materia vegetal pulposa, constituida principalmente de musgo. Los remos eran de dos piezas, un mango de tronco de ciprs, en cuyo extremo estaba amarrado un trozo de madera elptica en forma de pagay. Reposaban sobre una chumacera en forma de media luna, hecha con una sola de madera unida a la borda.la embarcacin era dirigida por un remo timonel maniobrado por una mujer vieja sentada en la popa sobre un manojo de hierba. Esto pasaba hacia 1880. Fitz Roy seala que, cuando recorra los archipilagos occidentales, Canal Smith y Madre de Dios, las contadas canoas halladas en esa regin eran de tablas, y las maniobraban por medio de pagayes. En el Estrecho, en Batchelor River, hall por primera vez una canoa de remos, de construccin mixta, con fondo de tablas y costados de cortezas. 50 aos despus de Fitz Roy, el comandante Latorre, en 1878, hall en las aguas del Skyring una canoa de tablas cosidas. Es la ltima que se haya sealado. Son stos los nicos documentos histricos en los cuales se haga mencin de las canoas de tablas cosidas en la parte septentrional de los archipilagos. La canoa de cortezas . En 1577, Ladrillero cuenta que las canoas de los indios halladas en la isla Campana

estaban hechas de cortezas de rboles, segn l "cipreses y otros rboles" (pero l debe de equivocarse en cuanto al ciprs), "cosidas con juncos de barbas de ballena y reforzadas con nervaduras en varillas de un dedo de grosor. La forma de esta canoa es como la luna de cuatro das con puntas muy elevadas". En 1558, Ulloa encontr, igualmente en el archipilago Madre de Dios, canoas con fuego en el interior, lo que no ensea nada de particular sobre el asunto. Por el contrario, todos los navegantes han anotado algunos detalles sobre las embarcaciones que encontraron en la parte occidental del Estrecho. 6 aos despus de Magallanes, Loaysa, en los alrededores de lo que fue ms tarde Puerto del Hambre, hall una canoa abandonada, cuyas nervaduras y armazn eran de costillas de ballena. Tal comprobacin nos deja perplejos y habra que interpretar tal vez el texto en sentido figurado: "como costillas de ballena". Sea como fuera, haba al lado de ese casco de embarcacin cinco remos que parecan palas. Spilbergen, a comienzos del siglo XVII, en Puerto de Hambre, vio tambin canoas de extremos levantados, de remos cortos y con fuego en el interior. Drake, a la entrada del Canal Jernimo, describe "una canoa hecha de cortezas de rboles tan bien ligadas entre s con bandas de cuero de foca, que no haca sino muy poc agua a travs de sus costuras. Sus dos extremidades estabn encurvadas en forma de media luna" El comodoro Byron, en 1764, hall cerca del Cabo Upright a los indios en canoas de tablas, lo cual no dej de asombrarlo, puesto que en el Estrecho casi todas las embarcaciones estn hechas de cortezas. Segn Byron, estas ltimas estaban construidas, con mucho arte, de tres piezas. La pieza central estaba generalmente curvada a la vez en el sentido longitudinal y en el sentido transversal, de manera que las costuras quedaban fuera del agua. Este detalle introduca una modalidad nueva y un perfeccionamiento en el arte de construccin de canoas. siempre segn Byron, las canoas eran estrechas y tenan en cada extremo una punta que se elevaba notablemente. Los indios se preocupaban mucho de su conservacin, y todas las veces la sacaban a la playa, fuera del alcance de la marea.
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En la misma poca, Wallis y Boungaville, en el Estrecho, en la Baha Francesa, en el Cabo Upright y en la isla Rupert sealan canoas de cortezas cuyas descripciones son equivalentes: una canoa mide 15 pies de largo, 3 de ancho y 3 de profundidad. Una piel de foca les sirve a veces de vela. El relato de la expedicin de la Santa Mara de la Cabeza (1788-89) merece ser enteramente citado, pues la construccin de lacanoa de cortezas y de la canoa de tablas observadas en la parte occidentaldel Estrecho es all minuciosa. La canoa de cortezas, cuyo grosos es inferior a una pulgada, est compuesta de 3 piezas, entre las cuales la del medio hace de quilla, de fondo, de roda y de estambor, mientras las otras dos forman los costados. Es curiosa la manera cmo los indgenas extraen la corteza de los rboles, pues no tienen otroinstrumento que el de piedra con el cual hacen dos incisiones circulares y una vertical que se une a las otras dos. Con mucha habilidad, desprenden la corteza de una sola vez, llegando a veces hasta un largo de 32 pies para la pieza mediana ms larga de una canoa, que tendr 25 pies de largo, 4 en su mayor anchura y de 2 a 3 en sus mayor profundidad. Para aplanar el rollo de corteza, cargan sus extremos con piedras y lo dejan as durante 3 4 das.En seguida se juntan, casi perpendicularmente a la base, las dospiezas laterales por costuras que envuelven a un calafateo de hierbas y barro. Para dar resistencia y rigidez al conjunto, se colocan en el interior varillas en forma de arco, bien apretadas las unas contra las otras, mientras dos prtigas forman la borda superior y unos travesaos mantienen su separacin. El conjunto es mantenido por costuras, probablemente con una liana llamada voqui. El interior de la canoa es revestido en seguida con tiras de corteza de un pie de ancho, ablandadas al fuego para poder calzar perfectamente con las curvas, lo que formauna especie de piso interrumpido en el medio por un resumideros, destinado a colectar el agua. Muchas de estas canoas pueden contener hasta 9 10 personas. Ordinariamente, son las mujeres as que reman, con remos "a modo de canaletes". Pero en los viajes largos, si el viento es favorable, se instalaun mstilhacia la proa del bote, con una especie de verga en el estremo, a la cual se amarra una piel de foca, cuya parte inferior se sujeta a mano. En medio de la canoa, reposando sobre un lecho de piedras, de conchas y de arena, se mantiene un pequeo fuego, constantemente alimentado. el equipo de la canoa es completado por recipientes destinadosa achicar el agua y por algunos cables de juncos o de lianas finas trenzadas. Con estas embarcaciones frgiles y poco marineras los indios emprenden sus viajes por regiones en donde se pasa sbitamente de la calma absoluta a los vientos ms impetuosos, lo que denota a gentes que conocen perfectamente el mar, pero a menudo sucede que sean vctimas de la temeridad. En el apndice a la relacin del viaje de la Santa Mara de la Cabeza, los indiosvistos al oeste del cabo Ildefondo, cerca del cabo Pilar, tenan canoas de tablas, "lo cual revela una superioridad tcnica sobre los otros indios del Estrecho. Las tablas se sujetan unas a otras con una especie de cordn de media pulgada de grueso y una clase de estopa, que parece compuesta de hierbas mezcladas a un barro tan espeso y pegajoso que impide el paso del agua. Los costados se componen de dos gruesas tablas, a las cuales se ha dado la curvatura necesaria y la disminucin regular en los dos extremos. La quilla es un tabla larga y estrecha. La armazn interior de la canoa, parejas, defensas y travesaos, es la misma que la de la canoa de cortezas, pero ms resistente. Si bienla canoa de tablas es menos rpida que la de cortezas, tiene por lo menos la ventaja de una mayor solidez y estabilidad". De estos datos histricosse infiere que la canoa de tablas cosidas fue utilizada de preferencia a la canoa de cortezas en los arcghipilagos del Oeste, desde la isla de Chilo hasta el estrecho, durante cerca de 4 siglos. estabaconstruida con 5 tablas, pero tambin sola estarlo con 3, y era accionada con pagayes o con remos. No tena timn y se diriga por medio del pagay. El rea de extensin de la canoa de remos parece corresponder a la extensin de las conferas, alerces y cipreses y ser la canoa una adquisicin tcnica obtenida de los indgenas de Chilo. En cuanto a la canoa de cortezas, de forma bien caracterstica de media luna,

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maniobrada con pagay, es de una tcnica bien particular y corresponde al rea de extensin del Nothofagus betuloides (coihue), ms meridional. Recuerdos y supervivencias. Cules son las tradiciones y recuerdos que an sobreviven en la memoria de los alacalufes actuales, relativas a la embarcacin de tiempos pasados? De la canoa de tablas reunidas por costuras, no subsiste nada ms que el recuerdo. Ellos saben que tal canoa existi y que era muy grande, pero ningunode ellos la vio jams. Por el contrario, la mayora de los ancianos y de los indios de edad mediana alcanzaron a navegar en la canoa de cortezas. Para algunos, era esa la embarcacin normalmente empleada; para otros, era la embarcacin ocasional, rpidamente construida y con menos trabajo que la canoa hecha de un solo tronco. Los ms antiguos del grupo la utilizaron durante la mayor pate de su existencia, y permanece en la memoria de los hombres de 30 40 aos como un recuerdo de infancia. La canoa de corteza subsisto, paralelamente a la de un solo bloque, en los archipilagos del oeste, hasta 1925. Algunos oficiales de la marina las vieron. Sus descripciones, en cuanto a la forma y a las dimensiones de la embarcacin, son generalmente vagas y corresponden a recuerdos lejanos que emergen trabajosamente bajo la necesidad de responder a una pregunta. Algunos detalles de importancia, relativos al modo de construccin, se adaptan demasiado bien a las preguntas que se le hacen, como para aceptarlos sin una prudente reserva. Algunos detalles son extraos, pero, al fin de cuentas, plausibles, y merecen pasar por el control de los testigos ms ciertos, que son los propios alacalufes. Una afirmacin que se oye repetir a menudo es la de que la embarcacin primitiva de los alacalufes era de pieles de foca extendidas sobre miembros de madera, pero ella suscita siempre las ms firmes negaciones de parte de los alacalufes. Segn los ltimos testigos de la canoa de corteza, sta era construida de la manera siguiente, muchas veces descrita y una vez ejecutada a pedido del investigador. El tema de la canoa de cortezas volva, para afrontar sus respectivos relatos. la dificultad estaba en localizar un coihue vigoroso y sano, de tronco esbelto, sin nudos ni ramas. Se practicaban entonces, con cuchillo o con hacha, dos insiciones circulares y otra longitudinal. Pasando un bastn, de extremo tallado en forma de paleta, o una cua de hueso, se llegaba a levantar un poco de corteza sobre toda la altura y as, separada ms y m, toda la corteza era levantada de un solo bloque. Si la continuacin del trabajo tena que ser postergada para ms tarde, el rollo de corteza era mantenido bajo una cada de agua que lo tena constantemente mojado. A veces, la corteza era all aplanada con ayuda de grandes piedras. Lo esencial era que este pedazo permaneciera hmedo. Una vez aplanados, se recortaba a los trozos de corteza siguiendo una forma determinada. La pieza medida, que era la ms larga, tena sus extremidades simtricamente talladas en tringulo, y las dos piezas que deban formar los costados eran igualmente puestas en forma. Durante todas estas operaciones, las cortezas eran constantemente ablandadas a fuego, para darles sin dificultad la curvatura necesaria en el sentido longitudinal y en el sentido transversal. El ensamble por costuras espirales se haca por medio de un punzn y de briznas de voqui. El calafateo se haca paulatinamente, interponiendo en las junturas cortezas, trapos y raicillas mezcladas con una tierra extremadamnete compacta y viscosa. Durante toda la operacin, las cortezas eran mantenidas en sus lugar y en debida forma por medio de ligaduras, cuas de madera, cargas de piedra y piquetes clavados en tierra. La popa y la proa, muy peraltadas, se reforzaban, como en la dalca de chilo, por una especie de estribo de madera curvada, tallada o natural, que mantena juntas las tablas o las cortezas. Este detalle de construccin subsiste an en las chalupas que los loberos chilotes construyen en los archipilagos. Durante sus giras, cuando descubren en un tronco contorcionado de coihue la forma deseada, la guardan para la construccin eventual de una chalupa. Los bordes eran ligeramente reforzados por dos defensas. Algunos travesaos, en genetral tres, mantenan la distancia y estaban ligados a esas defensas. Despus el interior estaba provisto con varillas arqueadas, apretadas unas a otras, bien justadas a las formas del casco, recubiertas con un piso de corteza.

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El conjunto adquira una forma de huso, de amplio apoyo sobre el agua, con redondeces que no ofrecian sino una minma resistencia. Algunos pagayes de ciprs en forma de palas estrechas, de mangos tan largos como las palas, un mstil corto y una vela de piel de foca o una frazada completaban el equipo. La embarcacin era, sin duda, frgil, pero rpida y batante estable, a condicin de embarcarse en ella con cuidado. El nico inconveniente vena de la vela que, bajo el empuje de una rfaga imprevista, desequilibraba la embarcacin. Muchos se ahogaron de esa manera, cosa que los indios atribuan al aparejo defectuso. En 1946, un modelo reducido de canoa de corteza serva de juguete a los nios. Estaba hecha de una simple hoja rectangular de corteza de teno modelada al fuego y ligada en sus dos extremidades. Los nios le ponan de lastre algunos guijarros y la dejaban sobre el agua. Cuando pedimos a un indio viejo, an al corriente de las cosas del pasado, que construyera una canoa de corteza, tal como l las haba conocido, la ejecut con buena disposicin e hizo esta canoa que bastaba con holgura a dos nios. Tal fue el punto de partida de una industria nueva, la construccin en serie de canoas en miniatura de 20 a 30 cms. de largo destinadas al trueque a bordo de los buques de paso por Edn. Estas canoas las hacen con delgadas cortezas de teno unidas con amarras de voqui, y son de el mismo modelo, aunque menos bien ejecutadas, que los modelos reducidos de canoas que los yaganes ofrecan, desde hacia muchos aos a los turistas del canal Beagle. La forma actual de la canoa y su construccin. La canoa de corteza ha sido actualmente abandonada por

una embarcacin ms solida, ms estable y de mayor capacidad. Este aporte a los medios de existencia del indio alacalufe es muy reciente: se puede estimar que la canoa de corteza desapareci completamente alrededor de 1925. Hacia mediados del siglo XIX, los indios de los archipilagos, yaganes del extremo sur o alacalufes de los archipilagos del oeste, eran numerosos y fuertes, a pesar de su desamparo. A menudo tuvieron que habrselas con los primeros cazadores de pieles que desde Weddel visitaron los archipilagos. Las relaciones entre los cazadores y los naturales no dejaban de presentar dificultades y los trueques entre unos y otros eran mnimos. Los pedazos de hierro o instrumentos de metal que los indios podan poseer en esa poca provenan a menudo de robos o naufragios. La escasez de esas herramientas no poda permitir modificciones profundas en el modo de vida de los indios. Slo hacia 1880, los cazadores de pieles, blancos de todas nacionalidades y chilotes, se mezclaron ms a la vida de los alacalufes, por lo menos durante las estaciones de caza. Los indios, ahora menos numerosos, ms familiarizados con las presencias extrajeras, hallaban a menudo medio de hacerse emplear a bordo de las goletas para el trozado de las focas y la preparacin de las pieles. Llegaban a hacerse dar instrumentos de metal, sobre todo hachas y cuchillos, y con frecuencia abandonaban el taller, llevndose lo que les caa bajo las manos. No pocas veces huan en una chalupa robada. As introduca el metal en la vida de los alacalufes y empezaba a modificar seriamente sus tcnicas. Este hecho de importancia habra podido aportarles algunas facilidades de vida y cambiar radicalmente los datos de su vida nmade. Desgraciadamente, haban llegado ya a una poca trgica de su historia. Haban entrado por el camino de una irremediable desaparicin, cuando algunas decenas de aos ms tarde pudieron procurarse hachas de buena factura, slidos cuchillos y otras herramientas en nmero suficiente para ser repartidas entre todos. No quedaba ya sino un grupo de seres humanos, debilitados, inadaptados, que haban perdido casi todo su pasado tradicional y que no pudo sacar real provecho de la posibilidad de construirse una embarcacin ms segura que la frgil canoa de cortezas que durante su historia haba sido la causa de innumerables muertes colectivas por inmersin. Gracias a este nuevo instrumental, los alacalufes pasaron naturalmente de un modo de construir embarcaciones a otro, sin que haya necesidad de hablar de emprstito para explicar tal novedad. Los alacalufes haban visto, por cierto, a cazadores chilotes improvisar en unos cuantos das, escabando con hacha un tronco
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de rbol, una embarcacin rstica, pero suficiente para areglrselas en una situacin difcil: El caso se produjo en varias oportunidades. Los alacalufes los imitaron. Sim embargo, el trmino emprstito va ms alla de este hecho simple de dos grupos viviendo en las mismas condiciones, con los mismos medios tcnicos despus de un tiempo. Entre esos medios se hallaba el hacha de hierro, junto a otros que satisfacen una necesidad esencial, la de navegar, extremadamente simple. Por otra parte, como hemos visto, sola suceder que los alacalufes lograban apropiarse de las pesadas chalupas chilotas que excitaban su codicia. Los indios actualmente vivos cuentan con agrado sus hazaas en esta materia, pero no han olvidado las replesalias terribles que las seguan. Antes de disponer de medios materiales para construir algo mejor que su miserable canoa de cortezas, tenan ya el vivo deseo de una embarcacin ms basta y mejor construida que utlizaba gente que viva de un modo en mucho puntos semejante al suyo. Desde hace cerca de 10 aos, la mayora del grupo alacalufe se ha radicado alternativamente en Puerto Edn o en las cercanas del faro de San Pedro. Sin embargo, cada grupo familiar desea poseer una canoa en buen estado. Primero, para sus desplazamientos en un radio limitado en torno a esos dos puntos de residencia(aprovisionamiento delea para la calefaccin y de mariscos, caseras, acceso a los barcos en trnsito), pero tambin para reanudar, de tiempo en tiempo y por algunos meses, la ruta de los archipilagos. A pesar de todo, la llanmada de su vida ancestral no esta definitivamente abolida. La construccin de la canoa sigue siendo uno de los actos ms importantes de la vida de los alacalufes actuales, aquel al cual dedican mayores cuidados y actividades continuas. Por eso, describiremos en detalle las fases susesivas de la construccin de la canoa de que actualmente se sirve. Seleccin y corta del rbol. Los archipilagos de Magallanes estan recubiertos de una selva muy densa. Sin

embargo, no abundan en ellos los rboles de gran tamao en la medida que fuera dable esperar.Los rboles que crecen cerca de la orilla son demasiado pequeos o estan denmasiado torcidos por el viento para proporcionar una madera utilizable. Se necesita lejos los robles y coihues que se desarrollan mejor en los valles abrigados y casi siempre a una cierta altura. En sus escursiones a trvs del bosque, los alacalufes han localizado desde hace largo tiempo los troncos que podran convenir a la construccin de la canoa. Muchas veces los han cubicado, rodeandolos con sus brazos. Si las manos no llegan a tocarse, el rbol puede ser utilizado. Los boles as elegidos, casi siempre coihues, estan muertos desde hace varios aos, pero estan an en pie. Se conservan sanos durante largo tiempo.El tronco debe ser recto y sin ramas en una altura de 4 a 5 metros y no presentar huellas aparentes de pobredumbre. El rbol elegido se halla a menudo en el bosque a varias millas del campamento, lejos del mar, en medio de una vegetacin muy densa que es preciso derribar para abrirse camino. Ms tarde, cuando halla que llevar la canoa ms o memos desvastada hasta la playa, las dificultades seran an mayores. Son estas otras tantas razones para no equibocarse al elegir, para evitarse trabajos inutiles. Construir una canoa es una tarea de varias semanas. Esta duracin vara, por lo dems, segn el valor de cada uno y las dificultades de la estacin. Cuando el taller esta cerca del campamento, el trabajo es fcil y se puede consagrarle varias horas al da. En este caso, el indio alacalufe trabaja solo. Ms cuando, para dirigirse al taller, hay que recorresr varias millas en canoa y caminar en seguida largo trecho a travs del bosque y los pantanos, pide la ayuda de un compaero. Es ste un tipo de servicio que se prestan mutuament. Para que la tarea sea ms fcil, el rbol es siempre cortado a medio metro sobre el suelo. Economia de trabajo, pues as se evita cortar el espesor extra de la base del tronco y despus, al modelar la proa del bote, eliminar un importante volumen de madera. Se necesita preveeer y dirigir la caida del rbol, evitar que se derrumbe en el sentido de la pendiente si se trabaja en un terreno en declive, limpiar el terreno de rboles y materiales molestos. Como cualquier leador de cualquier sitio del mundo, el indio de los archipilagos de magallanes corta el rbol por dos biseles opuestos y desiguales, de modo que se derrumben por si mismno en el
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sitio preparado y en la posicin prevista. Los hachasos acompaan de exclamaciones cuando el coihue esta proximo a derrumbarse. Los golpes se precipitan y, cuando el rbol se desploma con gran estrpito de ramas quebradas, se puede ver en el rostro largo tiempo inmovil de estos leadores de magallane una expresin indefinible de alegra. El adelgazamiento. El fuste, limpio de ramas a largo de 4 metros, por lo menos, yace por tierra. Se le corta la mayor longitud utilizable. Si existe en el tronco alguna aplanadura, nudo o porcin afectada por pobredumbre, ello no tiene importancia, si est sano y regular en el resto. Bastar empesar el ahuecamiento por la porcin afectada y reservar para el futuro casco las partes no defectuosas del tronco. Se descorteza inmediatamente despus de la corta, para descubrir todos los defectos posibles. Cuando se trata de un rbol seco desde hace varios aos, en un clima tan hmedo, hay que esperar sorpresas desagradables que han escapado al ojo, aun a uno tan ejercitado como el de los alacalufes en materia de madera. A veces, para evitarse dar vuelta un tronco demasiado pesado, descuidan descortezarlo completo. Por eso se hallan con frecuencia en el bosque canoas abandonadas en todos los estados de fabricacin, despus de haber revelado durante el trabajo graves defectos ocultos. Con la sorpresa de la excabacin y los riesgos de las terminaciones slo puede acabarse una canoa entre dos. Una vez que el rbol esta limpio y en buena posicin, empieza el adelgazamiento. La proa del bote corresponde a la base del rbol. Se tallan en doble bisel los dos extremos, lo que da al perfil y las dimenciones de la embarcacin. En seguida, con hachazos precisos se procede al excabamiento. Si los que trabajan son dos, cada uno excaba un extremo. No es ste un trabajo indolente a manera de pasatiempo, sino una verdadera faena, en la cual el alacalufe emplea toda su fuerza. En este trabajo que le intereza por que es para el, para llegar a un fin que satisface sus necesidades, el indio alacalufe desarrolla un esfuerzo verdadero y duro, con tenacidad y resistencia y lo realiza sin economizar esfuerzos, sin torpeza en la obtencin de lo que desea y segn la representacin que se forma de ello. Sin duda acta con medios y tcnicas torpes. Para el observador ms evolucionado que compara el resultado de este trabajo con el de otras culturas, hay en l siempre algo de inconcluso. La actividad del indio de los archipilagos no debe medirse por una norma arbitraria, sino por su propia cultura. Muy distinta en su actitud cuando, por ejemplo, le sucede trabajar, ms omenos voluntariamente, para los blancos, cortando y picando lea para el puesto militar de Baha Edn o en otras faenas. Trabaja entonces medio dormido, puesto que su inters en ese gnero de ocupacin es nulo o casi nulo. As, de pie sobre el tronco, descalsos entre las astillas, los dos leadores alacalufes trabajan a hachazos regulares y rpidos. Cuando estan frente a frente, escabando entre los dos la parte media del tronco, las hachas caen alternativamente sobre el mismo tajo. Se necesita una gran destreza para seguir as, desde el interior, la encurbacin del tronco, junto con adelgazarlo hasta un grosor regular de 3 cms., con una reserva un poco ms gruesa en los dos extremos. Este adelgazamiento preliminar exige varias jornadas de trabajo. Despus de lo cual, el alacalufe, si bien tiene constancia en el momento mismo en que trabaja, deja pasar a menudo das y semanas antes de volver a su taller. Una vez terminado este primer ahuecamiento, la canoa est lo suficientemente liviana como para poder ser arrastrada hasta el mar. El trayecto es a menudo largo y difcil, a travs de bosques inextricables, por encima o por debajo de los troncos tendidos, sobre las pendientes rocosas o a travs de los pantanos. En el bosque, todo va sobre ruedas una vez que ha sido abierto el camino. De 6 a 10 alacalufes, hombres y mujeres a quienes se ha pedido ayuda, llegan fcilmente ha arrastrar el tronco ahuecado sobre el lecho de musgos hmedos que forman siempre el suelo del bosque. Pero, en los rodados de rocas o en las faldas granticas, o para pasar las quebradas, se corre el riesgo de daar el bote si no es llevado literalmente al brazo. En el pantano, el suelo muelle ofrece demasiada resistencia. En este caso, se fabrica con rodillos un camino de rodamientos. La canoa llega as, a fuerza de brazos, hasta el mar, para ser llevada a remolque al campamenteto, donde ser terminada con holgura.
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La formacin.

Es sta una operacin compleja y arriesgada, en la que slo entra en juego la habilidad del

propietario. Empieza, primero, por adelgazar suficientemente el casco, para que se preste sin romperse a un ensanchamiento importante, que triplicar por lo menos su capacidad. Esta operacin no puede efectuarse a hachazos, sino con la azuela. Si bien los alacalufes han sido provistos de hachas pesadas y de buena calidad, generalmente made in Sweden, que afilan como navajas, el complemento de instrumental que poseen tiene mucho menor valor. Son, en general, herramientas de desecho. Algunos han podido procurarse azuelas del comercio, abordo de los barcos, en los campamentos de los pescadores chilotes (a cambio de alguna peletera) que, como los indios trabajan exclusivamente con hacha y azuela. Las chalupas y aun las goletas que ellos mismos construyen en los archipilagos son producidas por este instrumental. Es fcil para los alacalufes robar una herramienta u obtenerla a cambio de una piel de nutria. A falta de eso, ellos mismos fabrican una azuela con una hoja cualquiera de hierro, modelada y aguzada a piedra y slidamente ligada a un mango de madera recurvado. Se obtiene as una herramienta que copia ms o menos a la azuela del comercio. A veces tambin el modo de montar y manejar este utensilio deriva directamente de la tradicional azuela hecha con una concha cortante. La concha solamente es reemplazada por la hoja de metal. Para este trabajo de terminacin de la canoa, el indio se pone en una posicin incmoda y fatigosa: se mantiene agazapado en el interior de un esbozo de casco, cuya abertura a penas permite el paso del cuerpo. Las virutas se sacan a contra pelo hasta que el hueco se ha regular y la grosura final de la madera sea de un 1 centmetro y medio a 2 centmetros. Como los dos extremos deben ofrecer ms resistencia, tienen ms o menos cuatro centmetros de grosor. Las ligeras protuberancias exteriores de la madera son alisadas. Los rboles utilizados no son nunca tan gruesos para que la capacidad del casco sea por s misma suficiente. Es entonces necesario separar fuertemente los bordes de este esbozo y levantarlos para obtener una embarcacin ms vasta, las seccin aproximadamente parablica y que presentar, adems, la ventaja de mantenerse mejor en el mar. Para conseguirlo, se moja abundantemente el proyecto de canoa. Si la lluvia no bastare, se la mantiene llena de agua durante varios das. La arrastran en seguida, hasta las cercanas de las chozas, detrs de la playa, pues est prohibido hacer fuego cerca del mar. La embarcacin es alzada sobre pilotes de madera. En las cercanas, se ha hecho un gran fuego de cipreses secos y, cuando hay un abundante lecho de brasas, se las reparte vivamente bajo la canoa, de manera que en toda su longitud est sometida a una fuerte temperatura. El fondo y las paredes son alternativamente sometidos al calor del fuego, mantenido, durante toda la operacin, con nuevos aportes de brasas. El interior de la canoa es igualmente provisto de brasas. Si la operacin es efectuada con cuidado, la madera es ligeramente carbonizada en toda su superficie externa e interna, y adquiere as bastante flexibilidad para prestarse a la ltima operacin, que consiste en apartar violentamente los bordes del casco. Cuando el proyecto de casco ha sido suficientemente calentado, un simple pedazo de madera, cortado a la longitud conveniente, es dispuesto en forma oblicua entre las orillas. Despus se lo fuerza hasta darle una posicin perpendicular al eje de la canoa. Otros travesaos ms cortos son puestos a la fuerza, de la misma manera, hacia proa y hacia popa. As el casco adquiere su definitiva forma fuselada. Durante este tiempo, las brasas han sido barridas. La operacin a durado ms o menos dos horas. La canoa permanece as durante varios das, que se aprovechan para rasparle con conchas la pelcula carbonosa que se form en toda la superficie. El mtodo supone sus riesgos, sobre todo si el fondo de la embarcacin presenta algn punto dbil, pues entonces se producira una hendidura longitudinal irreparable. Si las fisuras son de pequeas dimenciones, es posible obturarlas, pero despus se agrandarn con el uso y con los choques.

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Calafateo y terminacin.

Sin llegar hasta a poner fuera de servicio a la embarcacin, los defectos de la madera

son siempre numerosos. Ms que todo lo dems, la proa, que corresponde a la base del tronco, ha sufrido el ataque de la pobredumbre. Casi todos los rboles son esponjosos en su base. Se necesita, pues, consolidar la proa del bote. Adems, sobre toda la superficie de la madera hay hoyos y fisuras. Para conjurar estos defectos, se emplean los ms diversos materiales. Casi siempre, trozos de lata de tarros viejos y cajas de conserva cumplen esta funcin. La hojalata se adapta muy bien a las partes abombadas. Tablillas provenientes de cajones ciegan los agujeros en las partes planas. Para mantener seco el interior, se meten trapos a la fuerza en toda la fisura, y por encima de este relleno se clavan las tablillas o las placas de hojalata. Calafateado y ms o menos seco, el casco ensanchado es, sin embargo, muy poco profundo para ser utilizado tal cual. Los bordes deben de ser peraltados por medio de dos tablas gruesas, largas y flexibles. Este material es difcil de hallar abordo de los barcos. Los alacalufes tallan esas tablas en un tronco de ciprs. Hbilmente partiendo, un mismo tronco proporciona dos tablas que se separan con facilidad, siguiendo el hilo de la madera. En caso necesario, los nudos y asperezas se nivelan con azuela o con hacha. Como la parte terminal de la tabla que corresponde a la base del tronco es ms rgida, es ablandada a fuego e inmediatamente clavada en el extremo delantero de la canoa. Se fjan as dos tablas, que yuxtaponen en algunos centmetros, en cada borde del casco. Estas son irregulares y no calzan exastamente en el borde. Entre los dos que dan grandes huecos, rellenados por medio trapos y tierra mezclada con raicillas. Una vez peraltado y retirados los travesaos, la canoa adquiere su forma y sus dimensiones definitivas: cincuenta centmetros de profundidad, un interior amplio, una proa maciza y una popa muy baja sobre el agua. Algunos accesorios faltan todava. Primero, una muesca en la proa para fijar all una armella de madera con la cual se pueda atracar el bote. Por lo dems, no hay embarcacin que no perezca gracias a este desdichado artificio. Los clavos que fijan esta armella de madera, o bien son demasiado cortos, o son corrodos por el agua del mar. Si la canoa se encuentra a flote durante una tempesta nosturna, la armella es arrancada y la embarcacin parte a la deriva y se rompe contra las rocas. El resto de los agregados comprende: bancas, toletes, y dispositivo para la fijacin amovible de un mstil. Las bancas, de dos a cuatro segn el tamao de la canoa, son simples pedazos de tablas fijadas verticamente sobre el borde superior, detrs de cada banca. Una chumacera suplemetaria en la popa de la canoa sirve para el remo que hace de timn. En el fondo del casco, en el primer tercio anterior se instala permanentemente un estribo sobre el cual podr apoyarse el pie del mstil. La banca situada encima de este estribo tiene un ancho agujer, de manera que el mstil pueda sostenerse verticalmente en estos dos apoyos, aun cuando no se los amarre con cables. Queda as lista la canoa, presta a partir a remo o a vela. El conjunto es rstico, aboyado. Se ha hecho uso inmoderado de los aadidos en el momento de la construccin, de pedazos de hojalata y clavos que no van durar muchos. Muy rpidamente, los clavos ceden, las hojalatas se desprenden, los bordes agregados se sueltan. Pero bastan algunos otros clavos y nuevos fragmentos de tablas para reparar los destrozos. A pesar de todo, la canoa llega a durar algunos meses, al cabo de los cuales ser reemplazada por otra. Los accesorios de la canoa. El medio de propulsin ms corriente es el remo. En este ejercicio, los alacalufes,

como todos los chilotes, por otra parte, son infatigables. Una vez decidos a dirigirse a un punto determinado, pueden atravesar, en una sola etapa y fcilmente, unas sesenta millas y a veces ms. Mas de ordinario prefieren las etapas cortas y un paso ms tranquilo. La presencia de una foca, de un pjaro, de un banco de mariscos o la simple fantasa, modifican con gran facilidad sus intenciones primeras y sus itinerarios. Al mismo tiempo que la canoa de cortezas, los alacalufes han abandonado su accesorio, el pagay. No usan ya sino el remo que se apoya en el borde, entre dos toletes. Durante todo el siglo pasado, los alacalufes ciertamente conocieron la chalupa a remos de los foqueros, pero en esa poca an se usaba la canoa de cortezas. La canoa actual, con sus accesorios, remos y aparejos, no ha sido definitiva y universalmente
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adoptada sino despus de 1925. S e puede decir que todos los accesorios de la actual canoa han sido adquiridos de los chilotes, en particular el remo, que no es, como podra creerse, un pagay adaptado a un nuevo gnero de embarcacin, sino un prstamo hecho por los chilotes. Los alacalufes han llegado a perfeccionar singularmente su modelo. El remo chilote, de 18 pies de largo, es a menudo un instrumento simplemente adelgazado con hacha. Es verdad que son de corta duracin. Aunque muy flexible, estn sometidos a tales esfuerzos, que se quebran frecuentemente en los nudos de la madera. Al apoyarse en toletes redondos de hierro, se gastan rpidamente. Los chilotes deben renovarlos a menudo y se contentan con adelgazar palos. Mucho ms corto, el remo de los alacalufes es ms firme y su gasto por frotamiento de madera contra madera es menor. La materia prima es siempre un tronco de ciprs de talla media, que presenta la ventaja de una forma natural de la cual es fcial sacar partido. El tronco de ciprs es muy ancho en su base y con algunos hachazos lo transforma en un esbozo de pala de remo, que ser despus adelgazado con un instrumento cualquiera, azuela, cabeza del hacha manejada a mano o cuchillo. Los dos bordes de la paleta son cortados bien paralelos y el extremo inferior es a menudo redondeado. Se tiene buen cuidado de dejar un lomo en el eje de la paleta. El mango del remo es redondeado, ms ancho hacia el medio, adelgazado en el extremo para ser bien empuado. El remo es raspado con seccin cortante de un filo de concha hasta obtener un pulimiento perfecto. Aunque de cada banqueta no haya lugar sino para un solo remero, ste dispone de dos chumaceras simtricas, lo que permite a un hombre maniobrar solo la embarcacin, sea en la posicin ordinaria, sentado, sea remando de pie, cara a la proa, a la manera chilote. De los chilotes tambin, los alacalufes han aprendido a maniobrar su embarcacin cinglando. El empleo del remo estabiliza bastante bien la embarcacin. Una vez cargada y sostenida por amplios puntos de apoyo externos, ella es tan estable como cualquiera otra, aun con mal tiempo. Basta saber maniobrarla con habilidad y no dejarse tomar por las olas de travs. La experiencia lo prueba. Por lo dems, se puede suponer que, aparte de su habilidad, los alacalufes tienen sobre cualesquiera otros la superioridad de la inconsciencia del peligro y de la ignorancia del miedo. La navegacin a vela es mucho ms delicada y no permite impunemente las mismas audacias. A remo, se puede hacer frente a una rfaga sbita e imprevisible, y mantenerse remando con todas sus fuerzas sin poder avanzar un palmo. A vela, las consecuencias tendran un desenlace mucho ms rpido. Todos los accidentes trgicos, y son numerosos, se han producido de la misma manera, burlndose de todas las preocupaciones. Una ventolera repentina vuelca el bote. Por eso los alacalufes no navegan a vela sino con buen tiempo, fuerte y aun fresco, pero regular. los vientos del oeste y del noreste son demasiado violentos y caprichosos y reservan las peores sorpresas. Por el contrario, el viento su es de toda confianza. De aqu que la navegacin a vela sea solamente ocasional y practicada slo en ciertas circuntancias favorables. Sin embargo, toda la familia que se desplace a gran distancia llevar sus aparejos, mstil, vela, gua y un baston corto que sirve de picocangrejo. El aparejo es exastamente copiado de las chalupas chilotas: vela trapezoidal, casi triangular, llamada cuchilla, muy ancha en la base, estrecha arriba y ms ancha que alta. Los alacalufes utilizan como tela para las velas a sacos que han contenido harina o azcar y que pueden conseguir a bordo de los barcos que pasan. Los sacos, una vez abiertos y remendados, si es necesario, se unen unos a otros con una costura de hilvanes, si es posible con caamo. Refuerzan el contorno de la vela con una bastilla enrollada o bien, si pueden, cosiendo una trenza lisa de caamo. Las dimensiones de la vela varan notablemente segn la cantidad de tela de que dispongan. Una buena vela tiene ordinariamente dos metros y medio de altura y menudo ocho metros y ms en la base. En el campamento, la vela sirve a veces de frazada o, a la manera de los loberos, si faltan las pieles de foca, se la utiliza para recubrir la choza. El mstil, de ciprs, bien cilndrico, adelgazado y pulido, es muy liviano. Su extremo inferior est aguzado, para poder apoyarse en el agujero de un listn clavado en el fondo de la canoa. El otro punto de apoyo

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es la banqueta, igualmente atravesada por un hoyo, y la rigidez del conjunto es mantenida por dos cables, algunas veces de cuero de foca, que se amarra al borde de la canoa. El aparejo comprende igualmente una gua o botavara, delgada y tan larga como el mstil, fijada a este ltimo por un collar de cuerdas; y un simple bastn o pico, que sirve de cangrejo. Dos drizas de cordaje o de cuero, una para la escota y otra para izar la vela, completan el equipo. La maniobra de izar velas es facilitada si se ha podido obtener una pequea polea de metal o, si no, una simple argolla en un trozo de cuerda o un anillo, la bigota de madera, que realizarn el mismo servicio. El timn est constituido por un remo bayona, y el que dirige la embarcacin sujeta al mismo tiempo la escota. La confeccin del aparejo para la canoa no es ya asunto sino de las pocas familias que conservan an la tendencia a las largas migraciones peridicas. Para las otras, el empleo de la canoa est limitado a algunas salidas cerca del campamento de Edn, en busca de caza o de lea. Las distancias por recorrer son bastantes cortas y es raro que utilicen la vela, en cuyo caso la piden a quienes tengan una. Las mujeres, durante sus frecuentes salidas al mar para aprovisionarse de mariscos, no utilizan nunca la vela. Entre los accesorios de la canoa, no hay que olvidar el achicador que es un auxiliar de gran importancia. Las fisuras, siempre mal calafateadas dejan filtrarse una gran cantidad de agua, sin hablar de la que entra por el borde, que ha menudo va al ras del agua y de la que las olas suelen vaciar en el interior. Al cabo de poco tiempo, el agua as embarcada podra llegar a ser una sobre caraga peligrosa, si no fuera vaciada constantemente. El achicador actual es una vieja lata de conserva, de preferencia un resto de tarro de seccin restangular. Vaciar el agua es de ordinario la faena de los nios, amontonados junto a los perros en la mitad de la canoa. El achicador de la antigua canoa de cortezas est a veces en uso todavia, cuando no hay tarros viejos. El achicador es un cilindro de piel de foca, con un fondo cosido y una empuadura lateral de cortezas trenzadas, lo que da al conjunto la forma de un chop de dos litros de capacidad. El cable de atraque es a menudo un buen cable de caamo o de manila, adquirido a bordo de algn buque, y a falta de l, una trenza plana de trozos de lienza y, en algunos casos raros, una trenza de juncos. En otra poca hacan, con races finas de copihue, un cable grueso de varias hebras de una pulgada de dimetro, que constitua un notable trabajo de trenzado. De l no queda ms que el recuerdo. No existe ninguna clase de ancla. Las canoas son tan livianas que puede subrselas a la playa a la vuelta de cada salida. Para ms precauciones, se amarran a un tronco de rbol, a un poste o a una piedra. Con las altas mareas, el nivel del agua puede alcanzar el umbral de las cabaas y recubrir toda la playa. Las canoas quedan entonces a flote y, si hay un poco de oleaje, para evitar que se deterioren chocando unas con otras, se construyen anclas rudimentarias. Al extremo del cable se amarra un pedazo de madera o una roca que se mantiene en su lugar por medio de un amontonamiento de guijarros. El transporte de la embarcacin. Terminada, la canoa alacalufe pesa unos cien kilos. A pesar de este peso

considerable, es posible que sea transportada a travs de las tierras. En Puerto Edn, por ejemplo, una canoa fue transportada sobre un lago de montaa. El acceso a todo un pao de cerros frecuentado por los huemules era largo y difcil por el bosque, mientras que, atravesando ese lago, que es un fiordo interior, profundamente encajonado, el trayecto se acortaba considerablemente. Entonces, transportaron una canoa a hombros a travs de dos millas de bosques impenetrables, cortados por quebradas y ros, hasta que la instalaron en el lago. Este caso de transporte es, sin duda, excepcional. Hay otros que pertenecen a la tradicin. Algunos puntos de los archipilagos son accesibles por mar al precio de un largo desvo, mientras la travesa por istmos estrechos permite alcanzarlos en unas pocas horas, aun usando la canoa a travs de los terrenos turbosos. A menudo estos istmos son en el fondo antiguos valles glaciares, por los cuales se comunicaban, en una poca en que el nivesl de las aguas era ms elevado, sistemas martimos hoy independientes. Estos terrenos estn ocupados por turberas y jalonados de lagos. Los indios preferan a menudo estos trayectos, el ms conocido de
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los cuales, en los archipilagos del Oeste, era el del istmo de Ofqui, entre el Golfo Elefante y el Golfo de Penas, que permita evitar la temible travesa del golfo, imposible para embarcaciones menores en torno a la pennsula Tres Montes. El guardia marina Byron,que viaj en 1741 con los indios al norte de los archipilagos, cuenta que al atravesar el istmo de Ofqui, la canoa era desmontada. Cada hombre o mujer se encargaba de una tabla y de una parte del material, y as llegaba, con el barro hasta las rodillas, a la otra ribera del istmo. Casi todos los otros transportes estn localizados en la vecindad del estrecho, donde la fragmentacin en islas es poco importante y las masas terretres estn acuchilladas por profundas entradas marinas. Uno de portazgos, que siempre lleva en nombre de Camino de los Indios, de cinco millas de largo, comunica una de las ramificaciones del Seno Ultima Esperanza, el Seno Obtruccin, con el mar de Skyring. Este pasaje evita una vuelta de varios centenares de millas. Otro portazgo comunicaba el golfo Xaultegua con el Canal Jernimo, acortando as de modo apreciable el camino ordinario por el Estrecho. Haba un camino tambin en pleno bosque, en una regin montaosa, entre el Fiordo Silva Palma y el Estrecho. No era ese, por lo dems, un portazgo, pues los indios deban abandonar su canoa en el punto de partida y construir una nueva a la llegada. Utilizaban an este paso hace unos sesenta aos. 2. LA CAZA Y LA PESCA La caza de focas. En los archipilagos, las focas no pululan, como bien podra imaginarse, pero existen, sin

embargo, un nmero suficiente para que la alimentacin de los alacalufes, en la poca en que vivan una vida nmade antes de rradicarse en Edn, estuviera asegurada con abundancia y facilidad. La caza es asunto de los hombres, sobre todo cuando se trata de expediciones de caza de focas, otario comn o foca de dos pelos. Aisladas, las focas se encuentran ms o menos en todas partes a las horas en que persiguen su alimento en el agua. Es posible que dejen que las embarcaciones se les acerquen tanto como para que lleguen a ser fcil arponearlas. Una vez satisfechas, se retiran a la playa rocosa o sobre rocas a flor de agua cerca de la costa, para digerir y dormir. Ellas ocupan esos paraderos aisladamente o en pequeos grupos de algunas unidades. Son ms numerosas, hasta juntarse algunas decenas y aun ms, sobre las grandes losas de granito en plano inclinado, en ciertos islotes rocosos o en reforzamientos de la costa, que forman especies de grutas. Son los que los cazadores de pieles llaman las piedras o las cuevas loberas, bien conocidas de los indios. Estos roqueros de mediana importancia estn escalonados en las costas, en el interior de los archipilagos. Se sealan por el olor sofocantes de los excrementos acumulados sobre las rocas y que las lluvias no llegan a lavar. Los machos viejos, husmeando el aire y gruendo, montan guardia en los alrededores del lugar de descanso, mientras el resto del rebao se refocila o duerme. Si el rebao a sido molestado por la presencia del hombre, emigra a otra parte. Los cazadores de pieles chilotes actan sin adoptar la menor precaucin. Cuando descubren una gruta de focas, se gozan espantdolas, disparando sobre el rebao, sea por simple placer, sea para procurarse carne para ellos o para sus perros. La gruta de focas se despuebla de inmediato. Decenas y decenas de animales se deslizan al agua, se alzan hasta medio cuerpo examinando con sus ojos turbios a los intrusos y se marchan hacia otras grutas u otras playas ms tranquilas. Pasarn semanas o meses antes de que estos lugares sean ocupados de nuevo. En el momento de la paricin, las agrupaciones alcazan a varios miles de individuos, no en el interior de los archipilagos, sino slo en la franja de islas que bordean el Pacfico. Los cazadores de focas, y los indios antes que ellos, irrumpan all armados slo con rebenques, se precipitaban en medio del rebao, le bloqueaban el paso y podan hacer verdaderas hecatombes de popitos o focas recin nacidas. Los cazadores asestaban golpes de rebenques sobre el hocico del animal, sin tomar otras precausiones que la de defenderse de los machos cuando pasaban junto a ellos. La carne de los popitos es muy apreciada por los indios.

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Fuera del rebenque, el arma de casa de los alacalufes es el arpn. Aun ahora en Edn, cada alacalufe tiene en su cofre una serie de arpones para cazar focas. Cuando se halla un huesode ballena en la playa, lo recogen para fabricar un arpn ms, aunque sepan, por otra parte, que probablemente nunca va a servirles. En efecto la mayora de los indios de Ednno hace una salida de caza por los alrededores, por un da o dos, sino para romper la monotona de los das y el embotamiento de la inaccin completa. Slo las dos familias que se han negado a plegarse a este gnero de vida y que parten peridicamente en giras de caza, que pueden durar varios meses, poseen el instrumental completo del cazador: diversos juegos de arpones y de lienzas, redes para focas y trampas. La materia prima del arpn es hueso de ballena. En los fragmentos que encuentran en la playa, la parte ms apta, es decir, todo lo que no es hueso esponjoso, la separan con hacha. Para hacerla ms manejable, sacan el mango del hacha y con el hierro en la mano adelgazan el trozo de hueco y lo tallan sobre un yunque de madera, inmovilizando con el pie la pieza que trabajan. La cabeza del arpn es terminada y pulida mediante la arista aguda de una concha grueza rota cuya faz convexa se apoya en la palma de la mano. Con este instrumento rudimentario afilan la punta, adelgazan el filo lateral, desprendiendo cuidadosamente las barbaduras simtricas y aplanando la paleta que servir de mango. Excepcionalmente, la cabeza de arpn puede ser tallada en un cuerno de huemul. Es necesario anotar que los arpones actuales no presentan la perfeccin de las piezas que se descubren en las excavaciones. La forma de esta ltima es ms regular, ms esbelta, y el filo, las puntas y las barbaduras revelan una eficacia superior. Las familias nmades tienen arpones adaptados a las diversas clases de caza o de pesca: el arpn para focas, macizo y corto; el arpn para peces con una sola fila de barbaduras, largo y delgado; una especie de fisga de dos puntas para la nutria, el arpn para huemules, el ms largo de todos, con dos filas de barbaduras. En 1842, James Clark Rosse, durante una escala en la rada de San Martn (St. Martin Cove), cuando parta para la Antrtida, seal, entre los indios que all acampaban, tres clases de lanzas, de tallas variadas segn el uso a que estaban destinadas. La mss grande meda nueve pies de largo por una circunferencia de cuatro pulgadas. Terminaba en le extremo de ms grosor en una punta de hueso de treces pulgadas de largo, alojada en un mango hueco al cual estaba amarrada por una cuerda de piel de foca. Cuando hera al animal, la punta de hueso se quedaba prendida en su carne por una de las barbaduras, mientras el mango desprendido haca el papel de boya. El otro tipo de lanza era ms largo y ms liviano que el anterior. el arma, mancha de ocre rojo, terminaba en una punta barbada y fijay no tena cuerda. La tercera especie de lanza era de 5 pies de largo y terminaba en una punta de hueso con una serie de barbaduras (tena 17) que aumentaban de tamao desde la punta hasta el taln. Los indios posean, adems, flechas terminadas en puntas de obsidiana, de las cuales no queran separarse, y un arco que mantenan oculto. La cabeza mvil del arpn para focas es fijada a un asta de dos metros de largo. La hacen con madera de canelo. En su extremo dejan una cavidad elptica destinada a recibir la paleta de insercin.El extremo inferior del asta es hendido en todo el dimetro, ahuecado despus y fuertemente ligado por medio de una delgada correa de cuero. La cuerda, que tambin es de cuero bruto torcido, de 20 30 metros de largo, se fija a la cabeza mvil del arpn sobre el pednculo ms o menos circular situado entre las barbaduras y la paleta de incersin, amarrada en dos sitios al asta. el resto se enrolla como un lazo. armado as, el arpn est listo para ser empleado. La tcnica de caza consiste en operar con facilidad, silencio y rapidez. Se localiza primero al animal ms cercano o ms fcil de alcanzar, en lo posible apartado del rebao, a fin de no dar la alarma. Tal vez no sea muy exacto lo que sostienen los indios, de que fuera del agua la foca oye y ve muy mal. En efecto, no tiene orejas, pero la acuidad de su olfato es extraordinaria. Habitualmente, el cazador llega en canoa, da una gran vuelta para no pasar por el lado del animal, desembarca en la playa, y el arpn en mano se desliza arrastrndose, invisible y gil, a travs de las rocas. A pocos metros del animal, sobre todo si ste es de gran
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talla, amarra la extremidad de la cuerda a una piedra saliente. Si se trata de una foca de talla mediana, conserva la cuerda en la mano. La progresin es ms y ms prudente hasta la proximidad de la foca. Es el momento decisivo. A dos metros del fin, en una brusca parada, el arpn es hincado en el flanco del animal, justo debajo de las costillas, de modo de perforar los pulmones. Con la violencia del choque, el asta de desprende y el animal se precipita al agua. Si la agarradura del arpn es buena y la herida es ya eficaz por s misma, no le queda al cazador sino contener los primeros sobresaltos violentos de la foca, fatigndola mientras se debate con violencia bajo el agua o en la superficie, hasta llevarla cerca de la costa por movimientos combinados de traccin y relajacin de la cuerda. La lucha es a veces larga. Algunos machos, cuya longitud puede alcanzar 2 metros y medio, se debaten con furor. Se sumergen y emergen convulsivamente, tartando de liberarse del arpn. el mar se tie de sangre y el animal, con las fauces abiertas, tira con todas sus fuerzas, que se debilitan lentamente. Al fin, agotado, se deja arrrastrar. A veces el arpn es reemplazado por una especie de red cuadrada, de anchas mallas, hecha con tiras de cueros de foca. Este artefacto, de un metro medio por lado, sirve para capturar a las focas de talla pequea. Para aproximarse, se toman las mismas precauciones que en la caza del arpn. al llegar detrs del animal, el cazador se levanta bruscamente y lo cubre con su red. El movimiento de fuga que realiza la foca la hace enredarse y amarrarse en la red. Despus la remtan con un rebencazo. La caza al acecho es tambin conocida por los alacalufes. El cazador deja su canoabastante lejos de la roca, donde estn las bestias e instala en elbosque, en la rpida pendiente que cae hacia el mar, una cabaa de ramajes, desde donde espan las idas y venidas de los animales. En el momento oportuno, se desliza hasta la costa, arponea a uno, lo remata, y despus va por tierra a buscar su canoa para embarcarlo. Asi es posible capturar a varios animales por el da. En la caza de focas, los perrros estn de ms. Hay que dejarlos en el campamento. El cazador acta generalmente solo. El caso es raro, pero a veces es posible arponear a la foca cuando pasa al alcanse de la canoa. El guardiamarina Byron tuvo ocacin de observar la habilidad extraordinaria de los indios para cazar a la foca cuando sta se hallaba en el agua. La arponean a gran distancia y hieren sin errar nunca el tiro. Tambin capturan con arpn al delfin en plena agua, cuando pesca, movindose lentamente en la cercana de la playa, entre los sargazos, donde los peces sonms abundantes. No se sabe si el mtodo de caza referido por el P. Garca Mart, en el relato de sus viajes entre los chonos, era utilizado en tiempos ms antiguos por los alacalufes. Segn este misionero, los indios caucahus (chonos) se acercaban silenciosamente a la foca con su embarcacin. Despus se metan al agua, con un rebenque pendiente del cuello, para efectuar la ltima parte del trayecto ante la vista misma de los animales. No queda en la memoria de los antiguos ningn recuerdo relativo al empleo de anzuelos, redes ni represas. Por el contrario se acuerdan de haber utilizado en tiempos no tan lejanos arpones barbelados, que mencionaba ya a mediados del siglo XVIII el comodoro Byron, "con los cuales ensartan a los peces a varios pies bajo el agua". Siempre, segn Byron, que probablemente asisti a este gnero de pesca, los indios capturan a los peces por medio de perros especialmente amaestrados. Los perros, probablemente en bahas de poca profundidad, ayudan a los hombres a empujar a los peces hacia la costa, donde son atrapados a mano, con notable habilidad. La pesca con arpones, represas o perros era trabajo de los hombres. En nuestros das, como en el pasado, parece, la mujer se encarga de la pesca de mariscos.Las tcnicas no han variado casi en los tiempos histricos. Las mujeres no utilizan sino instrumentos rudimentarios: un bastn corto, tallado en forma de paleta, con el cual sacan de las rocas las machas y otros mariscos, una especie de gancho de cuatro puntas, de tres a cuatro metros de largo, con el cual aprehenden desde la canoa los erizos y los racimos de cholgas cuando son accesibles. Pero el modo habitual de pescar los erizos y las cholgas es el buceo. Los mariscos ms gordos y sabrosos estn siempre a una profundidad 7 u 8 metros y an ms, y no son accesibles por ningn otro medio.
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Las mujeres parten solas con marea baja a practicar este gnero de pesca. Llevan consigo en la canoa algunos tizones y se dirigen hacia las rocas que eligieron. All encienden fuego, se devisten y se sumergen, sin nada en las manos, si se trata de remontar a la superficie racimos de cholgas, o con un canasto entre los dientes, si hay erizos. Lo que dura la inmersin vara segn los individuos. Al comienzo de la pesca, las mujeres permanecen sumergidas por lo menos durante minuto y medio. Cuando remontan con su pesca, toman aliento y desaparecen de nuevo. Cuando una se fatiga, a menudo violeta de fro, va a calentarse y otra ocupa su lugar. Todas son ms sencibles a la mordedura del aire fresco y del viento que a la temperatura del agua, y siempre dicen que "el agua no es nunca fra". Esta clase de salidas es muy apreciada por las mujeres que charlan tranquilas en torno al fuego, lejos de la choza, comiendo mariscos que acaban de pescar, parloteando, dueas de su tiempo. A veces tambin, cuando las mareas son excepcionalmente bajas, ellas parten a pescar machas. Provistas de su canasto y de su bastn de paletas, una de ellas explora una roca en seco, mientras las otras continan parloteando en la canoa. Cuando la recoleccin a terminado en una roca, se pasa a otra. Si el tiempo est bueno, el paseo se prolonga indefinidamente, de isla en isla, para recoger, al mismo tiempo, juncos para los canastos, hierba larga y fina para renovar las camas en la choza o ramas frondosas. En la estacin, es decir, entre noviembre y fines de enero, aparecen las centollas en los fondos arenosos y limpios. Las mujeres no dejan de hacerles una visita. Mediante una prtiga terminada en punta, las ensartan hbilmente. Es siempre fructuoso visitar las playas despus de un largo perodo de mal tiempo. La resaca ha arrojado all grandes caracoles o pequeos piures. La nutria, el coipu y el huemul. Las nutrias en otro tiempo muy numerosas en los archipilagos, viven en las

bahas ricas en peces,en las costas bajas y boscosas. Establecen sus madrigueras de dos aberturas debajo de rocas o matorrales, bastante lejos de la orilla y sus huellas son fcilmente descubiertas por una especie de sendero bastante ancho y por los desechos que dejan a la entrada de sus cuevas, restos de pescado y excremento. Perseguida por los cazadores chilotes de pieles que destruyen a los animales jvenes y usan fusiles, la especie est ahora en regresin. Por lo dems, su caza es poco productiva. Despus de 5 6 meses de faena, los chilotes vuelven a Punta Arenas con unas 10 pieles, a lo sumo con 15, si todo ha ido bien. Los alacalufes, por su lado, truecan algunas a bordo de los barcos. Si en la caza de focas la presencia de los perros est proscrita, en la de nutrias y de coipus, por el contrario, el perro adiestrado es un auxiliar indispensable. Segn dicen los indios, para este gnero de trabajo los perros deben estar hambrientos, precaucin bien superflua, puesto que viven en estado de hambre permanente. La nutria se caza en canoa. Primero que nada, el cazador echa sus perros al agua. Estos alcanzan la playa y despus, hocico en el suelo, dan una vuelta por la baha. Desde la canoa se los sigue, junto con observarlos. Si hay una nutria en la madriguera, los perros la despistan fcilmente y montan guardia en las dos aberturas. Si se precipita al agua,los perros las siguen a nado y, por su parte, los hombres dela canoa se esfuerzan, o por arponearla con un arpn de dos puntas o por alcanzarla de un golpe de remo, o por dirigirla de nuevo hacia la costa, donde es atrapada por los perros. En su madriguera el animal se defiende ferozmente y sus mordeduras son terribles. Los perros que han tenido crueles experiencias, puesto que su calidad de nutrieros se juzga segn las mutilaciones que han recibido, hocicos colgantes o labios despedazados, son mediosos y no se enardecen hasta tratar de desalojar al animal de su madriguera. Se contentan con guardar las salidas. Es el hombre el que debe destruir la madriguera. En el momento en que la nutria se escapa, recibe un garrotazo o una terrible mordedura de perro sobre el lomo. Varios indios llavan en las manos cicatrices de mordeduras de nutrias. Mediante trueques con los chilotes, varios alacalufes han adquirido fusiles. De ellos se sirven para la caza de nutrias cuando pueden adquirir municiones que les suministran los chilotes a buen precio,
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a cambio de pieles. Cuando disparan, los indios son de una habilidad notable. Generalmente los fusiles estn desprovistos de punto de mira, pero eso no les importa. Casi nunca yerran el golpe. En la actualidad, algunos alacalufes estn igualmente equipados con trampas para nutrias, compradas a los cazadores de pieles. Son trampas ordinarias de resorte, como las que se encuentran en el comercio. La trampa se dispone a la manera chilota sobre el sendero trazado por el animal, con un pedazo de pescado o un marisco por cebo, y a veces sin nada. Lo colocan, no en la mitad del sendero, sino hacia un lado, de manera que la nutria sea capturada en los posible por una de las patas anteriores, para que su piel no sea deteriorada por las mandbulas de la trampa. En tierra, el andar de la nutria es bastante lento, con las patas separadas y un poco hacia afuera, y los dedos reposando de plano sobre el suelo. La trampa es amarrada a un rbol por medio de un pedazo de alambre o una pequea cadena. El coipu es un roedor de gran tamao, que vive en colonias en las espesuras pantanosas e impenetrables de los estuarios de los ros. Es un animal de agua dulce. Est protegido de la desaparicin por la depreciacin de su piel y por pariciones mucho ms prolficas que las de la nutria. Una camada de coipu puede llegar hasta 9 pequeos, mientras la nutria de los archipilagos pasa rara vez de 4. Los coipus se refugian en matorralesespesos que los protegen relativamente de los hombres y de los perros. Buscan su alimento en los sitios herbosos de las playas y de las rocas, donde pueden dormir. Los indios cazan los coipus por sorpresa. Los grupos son cercados por los perros o los hombres y los animales son muertos a garrotazos. La caza del huemul es muy diferente de las anteriores. Su teatro no es ya la orilla del mar, donde los animales viven en madriguerasms o menos conocidas. En las islas y en el continente, el huemul vive en las montaas, en los espacios despejados por encima del lmite del bosque, entre musgosy lquenes, cerca de las rocas desnudas y de las nieves eternas. A veces, durante el invierno, vuelve a bajar cerca de la costa. Este cervdeo tiene para s inmensos espacios, donde vive, al parecer, solitario o en grupos muy reducidos. Es, pues, difcil despistarlo. el indio parte de caza acompaado de sus perros. Se interna por las veredas pantanosas desprovistas de vegetacin forestal que lo llevan ms arriba del bosque. Trata, entonces, de descubrir las huellas de un paso reciente: pasadas en el terreno mvil de las turberas o en la nieve blanca, algn pedazo de corteza sacado del tronco de un ciprs, una raspadura o un manojo de musgo arrancado. Cuando se descubre una pista cierta y reciente, se suelta a los perros. Con grandes ladridos se ponen a perseguir al animal. Apenas ste es decubierto, el indio se acerca a sus perros. El ciervo, perseguido casi siempre, trata de refugiarse en una roca, desde la cual intenta hacer frente a sus perseguidores. En adelante todo ser fcil. Bastar con asestarle un garrotazo en la cabeza o con golpearlo con pedazos de roca. Durante las caceras invernales, sucede que, cuendo vienen a la playa a pacer en la desembocadura de los ros, los huemules se arrojan al agua y tratan de huir nadando en direccin de otra isla. La persecucin se hace en canoa y el animal es capturado por medio de un arpn armado de una larga cabeza con dos filas de dientes. Hay que sealar tambin la caza de baguales o animales domsticosque se han vuelto salvajes. Al comenzo de la colonizacin del extremo sur, se intentaron algunos ensayos de crianza en los archipilagos. Se fundaron tres estancias, una en el fondo del fiordo Baker, la otra en el fondo del fiordo Eyre, la tercera en Muoz Gamero. eran estancias bien pequeas, y, a causa del clima, de la falta de medios de transporte y de la falta de pastizales, tales ensayos no tardaron en ser abandonados. Algunos animales que all quedaron llegaron a reproducirse. As es cmo, de tarde en tarde, los alacalufes pueden permitirse el lujo de cazar a algn descendiente salvaje de bovinos abandonados hace unos 40 aos. La caza de pjaros Los recuerdos ofrecidos por la caza de aves marinas no son desdeables en la economa alimenticia de los alacalufes. En los archipilagos, se puede en todo tiempo, pero especialmente en primavera, cazar el pato quetro, ms conocido bajo el nombre de pato a vapor. Como todos del nades, es particularmente

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desconfiado, y, aunque no pueda volar, es intil tratar de perseguirlo en canoa: remando poderosamente con sus alas, deja atrs al bote ms rpido. A veces, especialmente hacia el mes de octubre, cuando estas aves empiezan a construir sus nidos, siempre ocultas en los matorrales, a buena distancia de la orilla, los indios irrumpen bruscamente en la playa y les cortan la retirada hacia elmar. Al sentir el peligro, el quetro se hunde entre las matas o bajo los troncos secos y se hace el muerto. pero pronto los alacalufes los descubren y les tuercen el cogote. sin embargo, deben de contar con la vitalidad increble de este pjaro, que es capaz de recobrar sus sentidos y de escaparse en el momento menos pensado. Los indios le cruzan rpidamente las alas por encima de la espalda y los dejan en sus sitio. El ave, aunque vuelva a la vida, no puede levantarse. Pero ms corrientemente la caza se practica de otra manera y es especialmente fructfera en la primavera, en los das tranquilos. En las apacibles bahas donde los quetros se renen en gran nmero, el cazador alacalufe construye muy cerca del agua y, si es posible, sobre un talud a medio metro de altura, una pequea choza bajo las ramas, apenas suficente para refugiar a un hombre tendido boca abajo. La trampa est formada por una vara, la ms larga y delgada que sea posible hllar. En el extremo se amarra un lazo o nudo corredizo muy abierto, hecho de una liana deshilada. el cazador se coloca detrs de su alero y espera que los pjaros hayan olvidado su presencia. Mantiene una perfecta inmovilidad y extiende su prtiga horizontal sobre el agua. cuando ha vueltola calma a la baha, modula la llamadadel macho. Prontos pjaros derivan lentamente en la direccin del que llama. la vara evoluciona sobre ellos y el lazo cae suavemente sobre el cuello de un quetro que es amarrado hacia el refugio y estrangulada. La maniobra recomienza varias veces. Por extraordinario que esto parezca, un solo hombre en su jornada puede capturar sin dificultad una docena de quetros, cada uno de los cuales pesa, por trmino medio, 7 kilos. el mismo mtodo era empleado hace ms de un siglo (W. Webster, 1829), pero,en su lugar de la trampa de nudo corredizo, los indios estaban armados con su arco. La avutarda de los archipilagos, llamada caiqun colorado, es capturada tambin en gran nmero en la poca de la muda, es decir, hacia fines de enero. Privadas de sus plumas, las avutardas se renen en bandadas miserables y compactas en las playas de las bahas tranquilas. Estn flacas y extenuadas. A la menor alarma, se deslizan en el agua, pero los alacalufes las persiguen en canoas, las cercan y dirigen el grupo de nuevo hacia la playa, donde su captura es fcil. Este mtodo ha de der bien antiguo, pues el P. Garca Mart lo observ al otro lado del istmo de Ofqui, en la laguna San Rafael, cuando se hallaba ah con un grupo de indios que conduca a su misin de Chilo: "Los indios llevan en sus botes un montn de piedrecillas, y cuando ven un grupo de caiquenes, se dirigen hacia l. Lanzando piedras a los pjaros que se apartan, los conducen como rebao de corderos hacia un acantilado, que domina a una playa sobre la cual los obligan a abandonar el agua y los cogen por centenares". El mismo misionero describe tambin una cacera de cormoranes que no se practica ya en nuestros dias: "Aqu se efecta la caza de los patos-liles (cormoranes ) (observada en el Canal Messier), ms grandes que una gallina, finos y de buen sabor. El cazador va de noche, provisto de un bastn delgado, de 6 a 7 palmos de largo y de una antorcha de cortezas secas infladas, hasta los acantilados donde duermen los pjaros. Estos, deslumbrados por la luz de la antorcha, no huyen, y el cazador les da un bastonazo en la cabeza. El contina su trabajo y vuelve atrs, en seguida, para recoger su presa. En poco tiempo y sin mayor esfuerzo, llega a un mejor resultado que el que el mejor europeo hubiera obtenido en una jornada, gastndo plvoro y municiones". El joven guardiamarina Byron, durante su odisea con los indios que lo llevaron desde el lugar de su naufragio hasta Chilo, fue tambin testigo de estas caceras nocturnas, a la luz brillante y clara de una antorcha de cortezas de haya, agitada ante los cormoranesposados en las grietas de los acantilados a pico. Los pjaros, deslumbrados, caan al agua y eran liquidados a bastonazos. Este modo de cazar ha sido completamente abandonado en nuestros das pero no desde hace mucho tiempo, pues hay an jvenes que participaron en estas caceras nocturnas. Tampoco la caza de pinginos en la franja de islotes cerca del Pacfico tiene ya adeptos. El pjaro
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bobo de los archipilagos, sin duda instruido por la experiencia, no es el ave bondadosa y familiar que se complacen en describir. Salvo en la estacin de los nidos, apenas divisa a un ser humano, se echa al agua. Los indios tienen que proceder con astucia, construyendo murallas de piedra o cavando fosos en el roquero, para retardar la fuga del pjaro y permitir su captura. Una verdadera excitacin se apodera del campamento en primavera, motivando fugas subrepticias, melancola en los que no parten y conversaciones en las chozas sobre la recoleccin de huevos y la caza de pjaros jvenes. Esta era, en otro tiempo, la poca de los viajes anuales, durante los cuales visitanban las rocas de la costa del Pacfico, all donde miles y miles de gaviotas hacan sus nios. Sternes, pinginos, quetros, caiquenes, fil-fils anidaban por todas partes, a lo largo de la costa. Eran das de segura abundancia.La recoleccin de huevos no induce ya a largos viajes sino a dos familias. Los que quedan en Edn hacen tambin alguna excursin corta, hasta los acantilados sembrados de guano donde anidan los cormoranes. Los indios no son siempre accesibles. Los ms altos son privados de us pequeos con ayuda de prtigas, y, los jvenes, aun desprovistos de plumas, semejantes a pequeos reptiles negros, caen al agua. En este caso, no destruyen sino los nidos que contienen a estos pequeuelos. los indios que bordean los acantilados en canoa,al escuchar los gritos de los pjaros nuevos, se dan cuenta de la edad de stos. Si la hembra del cormorn st todava echada, el nido es respetado, mientras salen del huevo los polluelos. Si no, es recogido todo lo que est al alcance de la mano, huevos en todas las fases de la incubacin o pequeos pjaros. Para despojar los nidos, los indios no temen escalar acantilados a pico, sin preocuparse por el vrtigo ni por el peligro, a menudo con una sola mano libre, pues la otra sujeta un bastn. Algunos se matan al caer sobre las rocas. la recoleccin de los huevos de quetros es menos peligrosa: basta seguir las costas boscosas, notar la presencia del macho que nunca se aleja mucho del nido, y seguir el sendero que conduce a l, ocultndose en los matorrales. Casi siempre, al mismo tiempo que se encuentran de 6 a 8 huevos de gran tamao hundidos en un colchn de clida plumilla, se apoderan del quetro hembra. Aparte los miles de huevos de golondrina de mar, cuyos nidos estn agrupados en islotes herbosos, la recoleccin de los huevos de otras especies de aves marinas es ms aleatoria y mucho menos fructfera1 . Al mismo tiempo que la recoleccin de los huevos, se efecta la caza de los nuevos pjaros de mar, cuando empiezan a nadar. La maniobra consiste en llevar la pollada hacia la playa. Al cabo de algunos das, los pollos de quetros y caiquenes tienen una talla respetable y sus carne es muy apreciada. Existan en otro tiempo medios ms perfeccionados para cazar pjaros? Imposible saberlo. El abandono del arco, de la honday del arpn para pjaros ha debido, por cierto, modificar las tcnicas. La honda y el arco. Entre los instrumentos utilizados en otro tiempo por los indios, hay, en efecto, dos, la

honda y el arco, cuya importancia debe de retenernuestra atencin. La honda subsiste en nuestros das slo como juguete. Por lo dems, ha perdido su antigua forma. La confeccionan de una manera muy simple: un pequeo mosaico de juncos trenzados y dos largas trenzas de juncos. Con este instrumento rudimentario, los indios, y aun los jvenes, lanzan pidras a los pjaros o a un trozo de madera que flota en el mar. En este gnero de ejercicio, son de notable habilidad. Los nios, en particular, en los das nevosos durante los cuales los tordos1 se renen en grupos, llegan a matar una cantidad apreciable. Pero la honda no es utilizada, como en otro tiempo, como instrumento de caza. En las antiguas relaciones de viajes, sus uso es pocas veces mencionado. Sin duda, esta arma no deba de atraer mucho la atencin pues, cuando no se la usaba, tena un uso bien definido, el de servir de cinturn, sosteniendo en las caderas la capa de piel. Segn la relacin de la
1 Un ingenioso procedimiento de caza empleado por los yaganes y referido por Fitz Roy merece sealarse. Atrapan un pjaro pequeo, le amarran un lazo en la pata y lo empujan al hoyo donde los petreles azules empollan sus huevos: stos se precipitan sobre el intruso y son capturados por el lazo. 1 El tordo es un pjaro propio de la falda occidental de la Cordillera. Tiene un hermoso color negro de reflejos metlicos y vive siempre en bandadas numerosas. Es ms o menos de la talla del zorzal de Europa. Los Nmades del Mar en Libros Biblioteca Territorio Recursos Ser Indgena http://www.serindigena.cl/territorios/recursos/biblioteca/libros/f_nomades.htm

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Santa Mara de la Cabeza (1785-86), el sitio donde se pona la piedra era de cuero y las cuerdas, "de tripas de pescado". Segn Weddell (1822-24) , la honda era el arma de tiro ms utilizada. Era de cuero de foca o de nutria y tena ms o menos 3 pies de largo. Las cuerdas estaban hechas de tiras trenzadas y terminaban en nudos de ingenioso trabajo . El comandante Parker King (1826-36) vio con sus propios ojos a un indio que quiso demostrarle su habilidad de la siguiente manera: dio vuelta la espalda al objetivo que se haba asignado, en este caso una canoa, tir la piedra en direccin opuesta, sobre un tronco de rbol, de donde rebot y pasando por encima de su cabeza, vino a caer al lado del caon. Segn Fitz Roy, un hondazo tiene mayor alcance que un tiro de mosquete, y en manos de tiradores tan hbiles, la honda poda llegar a ser medio de ataque muy eficaz. Eso lo experiment la tripulacin del Beagle, cuando vio llegar al buque una tropa de indios visiblemente malintencionados, hondas en mano y con una provisin de guijarros redondos en los faldones de su capa de piel de foca. No nos ofrece la historia documentos en que se pueda apreciar la reparticin del arco entre las poblaciones nmedes de los archipilagos. Especialmente en lo que concierne a los grupos que vivan entre el Golfo de Penas y el Estrecho, las informaciones nos faltan por completo. En este punto, como en muchos otros, por lo dems, las referenciasms interezantes y numerosas conciernen a los indios encontrados en la parte occidental del Estrecho. En 1669, Wood seala que en la isla Isabel y en Agua Fresca, los naturales tenan arcos y flechas. En la parte occidental del estrecho, segn la relacin de la Santa Mara de la Cabeza, una de las armas de los indios era "un arco de madera groseramente trabajado, con una cuerda de tripas de pescado. La flecha, de madera lisa, de 2 a 3 pies de largo, estaba armada en un extremo con un trozo de silex bien tallado, en forma de corazn, y llevaba en el otro extremo pedazos de pluma unidos con una ligadura muy fina". Los indios hicieron una demostracin: la flecha se clavaba en un rbol, y la piedra se separaba entonces del stil. Bougainvilla precisa que los indios encontrados en la baha Francesa, en 1767, estaban provistos de flechas fabricadas con madera de una berberis con hojas de acebo (que no puede ser otra que el michai, berberis ilicifolia), que da varillas cilndricas y rectas, armadas de puntas talladas con bastante arte. La cuerda del arco era de tripas. En el cabo Quod y en el Cabo Froward, el comodoro Byron seala en la misma poca que, entre los indios que frecuent, algunos estaban armados de arcos y flechas de madera muy dura que trocaban de buen grado, por lo dems, a bordo del Delfin, por bagatelas y abalorios. Los arcos estaban cuidadosamente alisados y eran muy flexibles y su cuerda era de tripas torcidas. Las flechas tenan 2 pies de largo y terminaban en la base en plumas y en lo alto en una piedra verdusca en forma de arpn, tallada con tanta delicadeza como la que podra poner un lapidario. Weddell, un poco ms tarde, da medidas ms precisas: los arcos tienen, generalmente, 3 pies 8 pulgadas de largo y las flechas, 25 pulgadas. Las cuerdas son de piel de foca o de tripa trenzada y las puntas de flecha se hace con un silex agudo triangular, fijado en una hendidura en el extremo de la flecha. Los indios que vio en el Canal Brbara estaban equipados de arcos y flechas. En la misma regin (Canal Gabriel), los indios se presentaron muchas veces durante el viaje de Fitz Roy, a bordo del Adventure, armados con sus arcos. Pero ya es esta poca, fabricaban en gran nmero puntas de flecha con vidrios de botella, para cambiarlas con las tripulaciones. Si, dejando al margen los datos de la historia, nos atenemos a las excabaciones en los sitios recientes de campamento, hallamos puntas de flechas en las costas de los Senos de Otway y de Skyring y en los Senos ltima Esperanza y Almirantazgo. Tal vez los nmades marinos utilizaban el arco y la flecha sloen las regiones vecinas del habitat del guanaco, pues esta arma se les haca intil cuando pasaban a los archipilagos del Oeste. Sera curioso, sin embargo, que poblaciones tan nmades no hubieran usado esta arma sino en un sector delimitado de su dominio. Se podra explicar esta particularidad por el hecho de que, en los archipilagos, los seres humanos llegana ser esencialmente tributarios del mar, ya que las focas y los mariscos forman la base

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de su alimento. La foca no puede cazarse con arco y la caza del huemul exige una tcnica particular. El arco tampoco puede servir en los espesos bosques de los archipilagos occidentales. Por cierto, los documentos histricos son escasos, pero sera bien curioso que navegantes como Ladrillero, que invernaron meses en el Canal Picton, no lo hubieran advertido y anotado, si los indios que los visitaban hubieran estado armados con arcos y flechas. Tampoco se pude recurrir a las excabaciones arqueolgicos, porque en los archipilagos, hasta los campamentos recientes son rpidamente invadidos por los matorrales. Nos quedamos en una ignorancia casi completa acerca de la antigua reparticin del arco. Sin embargo, el arco no es desconocido para los indios actuales que viven en Edn. Los ms antiguos de ellos lo conocieronen su infancia, es decir, hacia 1910, probablemente cuando se encontraban en el Estrecho. Son capaces de construir modelos de ellos en madera de canelo y algunos detalles de factura revelan, no una simple improvisacin sobre datos vagos, sino conocimientos precisos, de una forma ciertamente tradicional. Estos datos conciernen, en particular, al tamao de las extremidades, a la fijacin de la cuerda y a la extremidad inferior del stil de la flecha que reposa sobre la cuerda. Los indios saben tambin que la emplumadura es de plumas de colas de pjaros, divididas en dos, que las puntas se hacen con vidrios de botella, pero tambin con lminas afiladasde hueso de ballena. Siempre, segn el testimonio de los antiguos, el arco nunca les ha servido, sin embargo, sino como juguete de nios. Pero, no son los juguetes supervivencia de objetos ahora sin uso? Finalmente, no se sabe si en el pasado el arco y la flecha fueron armas tradicionales de los indios alacalufes, o si stos los adquirieron ocacionalmente de sus vecinos del sur. los yaganes, o del este, los tehuelches. Entre todos los pueblos primitivos, los nmades marinos tienen un rea de extensin mucho ms grande y ms contactos con otros pueblos. Se hallan en condiciones de ambiente ms variadas que otros. Sus formas tcnicas pueden ser, por eso mismo, sujetas a mayores variaciones. La pesca. De la pesca tradicional, no subsiste nada ya en estado viviente. Es precisorecurrir a los recuerdos de los antiguos. A veces, sin embargo, en radas de suave pendiente, donde desemboca un ro, vuelven a hallarse los restos de antiguas pesqueras, constituidas por murillos de piedra que bloquean completamente la entrada. Esta especie de dique permanente no es muy elevado. Tiene unos 30 centmetros a lo sumo y debe ser bastante recubierta por la alta marea, a fin de que los peces puedan entrar cmodamente en el cerco que forma y ser all retenidos en el momento de reflujo. Tales pesqueras existan en Chilo a comienzos del siglo XVIII, pero estaban constituidas, segn el P. Agueros, por barreras hechas con puntales y ramas entrelazadas. Los pescadores de Chilo las llamaban corrales, y podan recoger en una sola marea baja hasta 500 rbalos. Se ignora si estas barreras de palos eran igualmente utilizadas en los archiipilagos. Si nos atenemos a lo que cuenta el narrador de la expedicin de la Santa Mara de la Cabeza, "no se sabe cmo pescan, pues no tienen ni redes ni anzuelos . . . ; cuendo salen en canoa, llevan prtigas puntiagudas, con las cuales matan a los peces, poniendo en el extremo una carnada pendiente de un pedazo de cuerda. Pero nunca se ha podido obtener que ellos explicaran su manera de pescar y no se ha podido obtener que ellos explicaran su manera de pescar y no se han podido ver nunca tampoco sus astucias a este efecto". Se trata, tal vez, del mismo mtodo sealado 35 aos ms tarde, en 1829, por Webster, cirujano de la corbeta Chanticler, quien relata un curioso modo de pesca practicada por las mujeres por medio de un artificio que reemplazaba al anzuelo. "Amarran una pequea lapa en su concha, en el extremo de una cuerda. El pez se traga la carnada y el pescador pone entonces el mayor cuidado en tirar lentamente al pez hasta la superficie del agua, sin dejarle soltar su presa. La mujer espera el momento favorable, y con gran destreza, mientras sujeta con una mano el pescado en el cabo de la cuerda, lo atrapa con la otra y lo arroja rpidamente a la canoa. Es evidente que esta operacin exige mucho cuidado y que es difcil mantener la carnada en el interior del pez. Las mujeres son muy expertas en este mtodo de pesca y nos hemos entretenido ms de una vez mirndolas".
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CA PTULO S PTIMO EL MUNDO Y LAS RELACIONES HUMANAS Las nociones objetivas sobre la vida material de un grupo humano son relativamente fciles de obtener. Sea que la vida material de los alacalufes actuales conserve ciertos vnculos con la tradicin, sea que haya sido modificada por el contacto con formas superiores de cultura, para establecer su inventario completo basta observar sus gestos, su destino y su eficiencia. Los hechos se presentan por s mismos. Llegado el caso, podran aun ser suscitados, sin que su valor se afectara por ello. La descripcin de tcnicas, tan simples y tan reducidas en nmero, en un grupo poco evolucionado, como el de los alacalufes, no exige criterios especiales y es difcil que contenga errores. Cuando es imposible observar tal o cual tcnica, los resultados de la investigacin no presentarn sino una laguna, sin perjudicar a las otras observaciones. Con un mnimo de conocimientos del lenguaje, una observacin profunda originada de una prolongada frecuentacin, en caso necesario con informantes bien escogidos, se pueden reunir los elementos de un saber completo y objetivo de las tcnicas del grupo alacalufe. Mientras los hechos estn ligados a la materia, las probabilidades de error, en la reconstitucin de tcnicas que no estn ya en uso, son mnimas. En efecto, el nmero de hiptesis plausibles sobre la destinacin de ciertos gestos, el empleo de ciertas materias, es reducido: los documentos de segunda mano y el uso de la encuesta por interrogatorio siguen siendo vlidos o, por lo menos, su verosimilitud es fcilmente verificable. Por lo dems, puesto que existe un fin tcnico realizable, nada se opone a la reconstitucin o a la experimentacin. Pero estos hechos materiales por s solos no bastan para constituir una civilizacin. Las dificultades por vencer son mucho ms grandes y los resultados ms inciertos, cuando se trata de observaciones que se refieren a una vida mental profundamente modificada por aportes nuevos, a hechos religiosos y sociales cados en desuso o relegados, apenas comprendidos o tan tenues, en el fondo de la memoria de unos hombres cuya vida est, a la vez, en plena transformacin y cerca de su fin. En caso semejante, se peligroso pedir a los indios que reproduzcan una ceremonia o gestos de otro tiempo. El resultado de tales experiencias debe ser considerado como nulo si no se le aplican las reglas de una crtica estricta. Es bien fcil guiar una ceremonia y suscitar reacciones que se registran en seguida como autnticas. En todo lo que se refiere a la vida mental, es preferible eliminar las narraciones de segunda mano, y los interrogatorios son, a lo sumo, utilizables para conocerla existencia o las grandes lneas de un hecho, pero de nada valen en cuanto a los detalles. El nico lote de documentos valiosos es suministrado por la conversacin espontnea y la experiencia directa, por un conocimiento en profundidad, aun cuando, al fin de cuentas, los resultados obtenidos presenten ms lagunas que adquisiciones. En los dos captulos que siguen, vamos a pasar revista a lo que subsiste, en forma accesible al observador, de la mentalidad, la organizacin social y los fenmenos religiosos de la antigua cultura alacalufe. Aunque la sociedad actual, formada por los alacalufes en declinacin, haya perdido casi todas sus instituciones tradicionales, existen supervivencias en una forma u otra. Los hechos observados tienen, pues, una doble pertenencia: en cierta medida, a la tradicin: a fenmenos de transculturacin o, ms simplemente, de disgregacin, por otra parte, y no es simple fcil distinguir una cosa de otra. Esto es tanto ms difcil cuando los datos antiguos no tiene ya a los ojos de los interesados ningn sentido: son inorgnicos. Los indios continan viviendo de ellos, pero todo vnculo racional entre los actos y las creencia, completas o fragmentarias, ha desaparecido irremediablemente de su espritu. Lejos de constituirse sobre bases diferentes, la vida tnica de los alacalufes se ha desintegrado desde hace tiempo. 1. OBSERVACIONES DE LOS NAVEGANTES

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Cules son los rasgos de la psicologa primitiva de los alacalufes antes de sus contactos de ltima hora con los blancos? Es casi cierto que nunca sabremos nada de ello, pues los navegantes que vieron a los indios de los archipilagos, viviendo a menudo meses enteros a su lado, o no prestaron jams atencin al problema, o, cosa que se produjo a partir del siglo XVIII, consideraron a estos salvajes bajo un ngulo particular. Su opinin se expresa siempre de la misma manera: los indios son salvajes, repugnantes, que apenas pueden ser distinguidos de los animales. Las opiniones de Darwin y de algunos otros sabios no revelan tampoco la actitud serena del hombre de ciencia, aunque ellos mismos lo fueran. Por otra parte, los indios actuales no estn ya ligados a su vida de otro tiempo. Ya no poseen la personalidad que se haba formado libremente en el curso de siglos de vida aislada. El contacto con los blancos ha determinado un corte irreversible con el pasado. Aun aquellos alacalufes que no acepten el estado de cosas actual sino con reticencia, han perdido el vnculo que los una a su vida tnica y, en consecuencia, su mentalidad, su vida psicolgica, tienen poca relacin, o relaciones muy dbiles, con la vida de sus antepasados, que fueron conocidos por los navegantes del Estrecho y los archipilagos. Los fueguinos, tanto yaganes como alacalufes, merecan ciertamente el ttulo de salvajes que se les atribua, no slo por su aspecto, sino tambin por su conducta. "Salvajes y sin razn", segn el decir de Ladrillero, mostraron ante las primeras tripulaciones una agresividad feroz, que da que pensar, por otra parte, que hubo acaso provocaciones frecuentes de parte de los blancos. La tripulacin holandesa de Simn de Cordes y de Sebald de Weert (1598-99) fue acogida con una granizada de piedras. Los holandeses respondieron y mataron a 4 5 "salvajes". Pero estos ltimos no se quedaron tranquilos. Como algunos marineros se apartaron del grupo, los atacaron inopinadamente y mataron a tres, a quienes sus compaeros enterraron en el mismo sitio. Los "salvajes" los sacaron de su sepultura, se encarnizaron con los cadveres, los atravesaron a flechazos, les aplastaron la cabeza a golpes de maza, los mutilaron, y, aun, se llevaron un cuerpo, que nunca ms fue encontrado. Mas, en general, durante las primeras dcadas que siguieron al descubrimiento del Estrecho, los indios huan a la vista de un buque, abandonando sus canoas y sus chozas para ocultarse en el bosque. Sarmiento (1579-1584) cuenta que, habindolos hallado en el mar, debi usar la astucia para acercrseles y ofrecerles perlas, cascabeles y peines. Esta clase de cebos era frecuentemente empleada por los navegantes de los archipilagos y, mientras se distribuan menudos regalos, capturaban prestamente a algunos de los indios y lo llevaban a bordo, donde tenan la esperanza de usarlo como intrpretes. A menudo el cautivo, cuyo espanto deba no conocer lmites, recargado con vestiduras extraas y de un hedor insoportable, saba esperar el momento en que poda engaar la vigilancia de que era objeto, se arrojaba al agua y lograba distanciarse de sus perseguidores, ms diestro que ellos en el caminar sobre las rocas o en internarse en la selva virgen. Inversamente, los indios usaban a veces astucias para sorprender a las tripulaciones. Ladrillero, nufrago por varios meses en el Canal Picton, con toda su gente, debi mantenerse constantemente alerta. Lo que podan conseguir por la fuerza, los indios trataban de obtenerlo por vas indirectas. "Nos llegaban canoas con indios a los cuales dbamos mantas y otras cosas, a cambio de las cuales nos daban mariscos y aves marinas. Pero, cuando crean que estbamos sin desconfianza hacia ellos, simulaban partir, y cuando estaban fuera de nuestra vista, saltaban a tierra y venan a quitarnos las piezas (servidores de color a bordo de las naves espaolas) que lavaban la ropa en un arroyo. Era imposible apoderarse de estos indios, pues era difcil agarrar su piel impregnada de aceite, y, cuando se los coga por su vestidura de cuero, lo dejaban en manos de los perseguidores y escapaban desnudos". Un da, Cavendish (1587 - 1592), que acababa de recoger al nico sobreviviente de Puerto de Hambre, que consinti en embarcarse en un buque hertico, iba con algunos marineros a renovar su provisin de agua en un ro del Estrecho. Los indios simpatizaron con ellos, les regalaron una pieza de caza y con su actitud trataron de comprometerlos a venir al mismo sitio al da siguiente. Los ingleses volvieron y, si no hubieran contado con la experiencia del sobreviviente espaol, que estaba al corriente de las emboscadas de los indios, se habran hecho
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cercar y masacrar. Abrieron a tiempo un fuego nutrido de arcabuces y obligaron a los indios a huir a travs del bosque, abandonando unas veinte canoas que Cavendish quem, y un refugio, bajo el cual encontraron toda una reserva de armas de metal quitadas a los espaoles en la ciudad arruinada de Rey Felipe. Otras veces los indios saban permanecer en buena inteligencia con los intrusos. La tripulacin de Spilbergen (1614 - 1618) pas una semana en el Estrecho " con una grupo de indios que viva all, hacindose mutuamente regalos, como cuchillos y vino de Espaa, que los naturales encontraban muy bueno". A cambio de eso, los holandeses reciban collares y diversas provisiones. Pero ocho das despus, cuando el barco volvi al mismo sitio y unos marineros bajaron a cazar a tierra, los naturales hicieron irrupcin y mataron a dos hombres. A veces, pero tal vez mucho ms tarde, hacia fines del siglo XVIII, los indios parecan francamente pacficos frente a los extranjeros. Lo eran tambin entre ellos, segn parece. "Las disputas, manifestaciones de clera o de venganza no parecen existir", segn el autor de la relacin de viaje de la Santa Mara de la Cabeza (1785 - 1786). Este, a pesar de una larga permanencia entre los indios del Estrecho, a caso no pudo observar la vida ntima del grupo, an con todo el deseo que tena de hacerlo. Sin embargo, el hecho sigue siendo posible. Los alacalufes actuales son bastante pacficos entre s y las escenas de violencia no existen sino con cierto motivos determinados. Sera, sin duda, injustificado considerar como caracterstica de los alacalufes de los siglos pasados esos actos de violencia, de traicin y de astucia, con los cuales se enfrentaban a grupos ms poderosos que ellos. A menudo acogieron de este modo a los blancos que desembarcaban en otras comarcas. Se trata de una reaccin muy general que no expresa sino la defensa y el miedo. Los intrusos que, inslitamente, con el intervalo de una o dos generaciones humanas, venan a turbar la quietud de los archipilagos, eran, tal vez, a los ojos de los indios seres de tal modo diferentes, que no correspondan a su nocin de hombre, a la nocin que enemigos de razas vecinas que tienen que combatirse tienen unos de otros. Es posible tambin que la piel descolorada de los europeos les haya inspirado una especie de repugnancia incoercible. Esta sensibilidad al color de la piel se ha manifestado, aunque en sentido inverso, un da de 1947: los alacalufes de Edn fueron presa de un pnico sbito a la vista de la tripulacin hind de un barco britnico. El sentimiento de hospitalidad natural espontnea que pueden mostrar ciertos pueblos, es el producto de largos siglos de cultura. Entre los dems rasgos de carcter que resaltan de las relaciones de viaje, es muchas veces citada la proteccin celosa de los indios con respecto a sus mujeres, celos que no podan los marinos dejar de observar. Casi siempre eran los hombres solos, o acompaados por nios, quienes suban a bordo, como si estuvieran solos en el mundo. Por cierto, apenas advertan un barco a lo lejos, las mujeres se eclipsaban sin dejar huellas, en el bosque o en las rocas, tal vez con los perros. Aun actualmente no les gusta ser sorprendidas cuando estn solas en la pesca. Cuando un buque entraba en una baha donde los indios estaban ya instalados, las mujeres se retiraban a una sola choza para estar al reparo y mejor defendidas en caso de necesidad. Los marinos de Bougainville (1766) excitaron en los indios un vivo descontento, tratando de ver lo que pasaba en la choza en que se haban amontonado todas las mujeres del grupo. Sin embargo, los indios invitaron a los franceses a venir a las otras chozas, "donde ofrecieron a esos seores choros que ellos chupaban antes de regalarlos". Wallis (1766 - 1768) cuenta un episodio anlogo. Mientras unos indios estaban a bordo, echaron al agua una chalupa del barco, para ir a la playa a buscar la provisin de agua y lea. Algunos indios haban permanecido en sus canoas: "stos mantuvieron los ojos fijos en la chalupa, mientras la echaban al agua y, desde el momento en que se alej del barco, llamaron con grandes gritos a los que estaban a bordo. Estos, vivamente alarmados, saltaron con prisa a sus canoas despus de haber echo bajar a sus hijos y se alejaron sin haber pronunciado una sola palabra. Nadie poda adivinar la causa de una emocin tan repentina. Los indios remaban detrs de la chalupa lanzando grandes gritos, mostrando un trastorno y espanto extraordinario. La chalupa era ms rpida que la canoa. Cuando lleg a la orilla, los marinos divisaron a algunas mujeres que recogan mariscos en las rocas. Todo el misterio se explicaba: los indios teman que estos extranjeros atentaran por la fuerza o por la
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seduccin a los derechos de los maridos, de los cuales parecan mucho ms celosos que los habitantes de muchos otros pases, en apariencia menos salvajes y menos groseros que stos. Para tranquilizarlos, los marinos permanecieron en la chalupa sin remar y se dejaron pasar por las canoas. Por su lado, los indios no paraban de gritar para hacerse or de sus mujeres hasta el instante que ellas mismas se alarmaron y desaparecieron de la vista. Apenas los maridos estuvieron en tierra, dejaron sus canoas en la playa y siguieron a sus mujeres con la mayor celeridad". El comportamiento de los indios a la vista de un buque y de todo lo que a bordo poda suscitar su asombro, a sido relatado en varias oportunidades. Las descripciones que de ellos tenemos podan datar de nuestros das. Podran presentarles las cosas ms extraordinarias con el fin de asombrarlos y, sobre todo, de gozar con su asombro, y los indios se quedaban impvidos. Como en nuestros das, sin duda deban sonrer, murmurando algo entre dientes. Si los marinos los hubieran comprendidos, se habran dado cuenta que lo que ellos manifestaban no tena la menor relacin con lo que les era presentado. Cuando los dejaban solos, su admiracin iba a cosas mucho ms simples, como espejos o ropas. "Cuando pusieron all los ojos por primera vez, se volvieron de inmediato, mirndonos primero y mirndose entre ellos. Volvieron a mirar, bruscamente y como por sorpresa, volvindose como antes. Despus de lo cual iban a mirar detrs del espejo, con aire de urgencia. Cuando se familiarizaron por grados con este objeto, sonrean ante el espejo y, viendo sonrer a la imagen, manifestaban su alegra con grandes carcajadas. Parecieron, sin embargo, dejar lo que haban visto con la ms completa indiferencia. Al parecer, lo poco que posean bastaba a sus deseos" (Wallis, 1766). Refirindose a lo mismo Bougainville agrega a sus observaciones consideraciones filosficas propias de su poca. Colma a estos "salvaje" de todas las atenciones que pueda ofrecerles a bordo, y trata tambin, sin xito, de asombrarlos, "pero no manifiestan ninguna sorpresa, ni a la vista de los buques, ni ante los objetos diversos que ofrecan a sus miradas. Ocurre, sin duda, que, para sorprenderse ante las obras de arte, es preciso tener algunas ideas elementales sobre ellas. Estos hombres brutos trataban a las obras maestras de la industria humana tal como trataban a las leyes de la naturaleza y sus fenmenos". A veces los indios ponan toda su buena voluntad en ayudar a los europeos que, en el siglo XVIII, les manifestaron un cierto respeto que los navegantes no haban guardado hacia ellos 200 aos antes. Byron, en su segundo viaje (1765), aunque siempre distante, va a tierra slo con alguno de sus oficiales, para no asustar a los indios. A cambio de algunos abalorios, cintas, etc., que los encantaba, los indios ofrecan moluscos y bayas. Como los marinos de Byron se pusieron espontneamente a cortar pasto para los ltimos corderos de a bordo, los indios se pusieron espontneamente a ayudarlos y en pocos instantes el bote estuvo lleno. Sin duda, antes de Byron, ningn alacalufe oy nunca ningn instrumento musical. Un oficial del Dolfin les toc el violn y algunos marineros danzaron. Los indios estaban maravillados ante ese espectculo. Uno de ellos bajo rpidamente a su canoa y volvi a subir con un pequeo saco que contena grasa roja, con la que frot la cara del tocador de violn e insisti para hacer otro tanto en el rostro del propio Byron. En muchas circunstancias, los indios marcaban su preferencia por el color rojo de sus vestidos, hecho que fue sealado por Wood y por Frzier. A pesar de la amistad demostrativa que a veces los europeos les manifestaban, los indios, sin embargo, continuaban la mayor parte del tiempo en actitud desafiante. Estas demostraciones les parecan ms bien sospechosas. Ante de subir a bordo de la Jane de Weddell (1823)1 , conversaron interminablemente con mucha vivacidad a unas diez brazas de la nave, y dieron una vuelta de ella ante de decidirse a abordarla. "Como haba mujeres en la canoa, probablemente la seguridad de estas ltimas era lo que motivaba tales concilibulos. Finalmente los hombre subieron a bordo y las mujeres se quedaron en la canoa". "Los hombres mostraron asombro ante todo lo que vean, y las obras de hierro llamaban su atencin ms que cualquier otra cosa. Una olla

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de fundicin de 200 galones los sorprendi hasta el punto de que no se atrevan a acercrseles. Al ver su predileccin por este metal y como tena a bordo una cantidad de aros de hierro, di uno cada uno, con lo cual se sintieron plenamente satisfechos y, apenas recibieron estos presentes, nos dejaron y volvieron a su wigwam". Los indios aprendieron rpidamente, si es que antes no la conocan la nocin del trfico. "A cambio de ciertas herramientas de su fabricacin, cuenta an Weddell, pedan cosas brillantes, como botones, pero los pedazos de aros de hierro eran los objetos particulares de su estimacin". La propensin de los alacalufes por el robo era tambin muy grande y su habilidad para apoderarse de un objeto era sin igual, cualquiera que fuese la vigilancia que ejerciera sobre ellos. A penas haba pasado un da desde que Weddell les distribuy zunchos de hierro, fueron a buscar a otro grupo de indios para venir a visitar el Beaufroy, donde los trataban tan bien. Sin que los marinos se dieran cuenta, desguarnecieron a un barril de sus zunchos y hurtaron una pesada clavija de ensamblaje. Weddell seala tambin en sus relatos, observaciones y experiencias, que haban en la tribu un bello adolescente de 14 aos, a quien le habra gustado dejar con ellos, pero, a penas l comprendi este deseo, volvi a su canoa y nada pudo persuadirlo a regresar otra vez al barco. Uno de los latrocinios cometidos a bordo del Beaufroy muestra cuan grande era el poder de imitacin de los indios. "Un marinero haba dado a un fueguino una olla de hojalata llena de caf, que l bebi, y en seguida puso en prctica todo su arte para sustraer la olla. Como el marinero recordaba que la olla no haba sido devuelta, la reclam, mas, dijera lo que fuese, todas las palabras que empleaba eran repetidas con una perfecta imitacin por el fueguino. El marinero se impacient al ver sus demandas exactamente copiadas y, tomando una actitud amenazante, le dijo con clera: "Pcaro, color de cobre, dnde est mi olla de lata?". La imitacin era tan perfecta que todos se pusieron a rer, excepto el marinero, que se puso a registrar al indio y le hall bajo el brazo lo que le peda. Algunos das ms tarde, Weddell vio a los indios dejar su campamento con una discrecin anormal y sospechosa, bordeando la costa sin una voz y sin un ruido. Tena alguna razn para sospechar que, a pesar de la vigilancia, se habran robado algn objeto de a bordo. Lanz tras ellos una chalupa. Al ver aquello, los indios remaron con todas sus fuerzas, pero fueron pronto alcanzados y, todos corridos, se aprestaron al registro. Para su gran sorpresa, Weddell, en lugar de castigarlos, dio a cada uno de los hombres un pedazo de aro de hierro y a las mujeres una moneda nueva con un hoyo al medio para llevarla a modo de medalla. Hasta este momento de su relato, Weddell se limitaba a observar. Desgraciadamente, el inters es distinto cuando quiso experimentar. La experiencia que realiz, absurda en s misma, es curiosa, sin embargo, por las reacciones que suscit. Weddell reuni a los indios en torno suyo y les ley un captulo de la Biblia "haciendo, al mismo tiempo, signos de muerte y resurreccin y de invocacin al cielo. No me probaron por ningn signo que comprendieran lo que yo quera hacerles entender; mas, como yo lea haciendo los gestos, me imitaron, siguiendo la lectura con un ruido confuso de voces, bajando y elevando el tono, segn mi ejemplo. Sin embargo, durante este tiempo, estaban profundamente atentos y me miraban fijamente con marcas visibles de asombro. Uno de ellos apoy su oreja en el libro y otro mostr el deseo de llevrselo a su canoa". No se necesit de mucho, sin embargo, para romper esa armona. Un indio particularmente astuto haba logrado subir al palo mayor y se dedicaba a arrancar los fierros. Weddell le intim la orden de bajar. El indio no consinti en ello sino bajo la amenaza de la pistola apuntando sobre l para asustarlo. Baj por fin, con expresin de clera en el rostro. Apenas hubo tocado el puente, recogi un tornillo y lo arrojo a la cara del capitn. Weddell lo amenazo de nuevo con su arma. Esta vez, toda la tropa de indios se apeloton en la proa del barco, profiriendo gritos de espanto. Este malentendido haba roto para siempre la armona. Weddell trat de hacer paces, pero los indios se retiraron a su campamento mucho ms temprano que de costumbre. Al otro da, toda una tropa de indios, 40 50, hizo irrupcin a bordo, amenazado a la tripulacin, con el designio visible de apoderarse de la nave. Pero retrocedieron ante la sola presencia de Weddell y se mantuvieron tranquilos. Otra
1 Los relatos de Weddell son a veces difciles de localizar y pueden relatar hechos que han pasado tanto entre los alacalufes

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cosa habra sucedido si la tripulacin misma se hubiera aterrorizado ante la amenaza y hubiera tratado de rechazar a los indios. Ante la expresin de la fuerza, ellos volvieron, por lo menos aparentemente, a una actitud inofensiva. Hacia la misma poca, los indios que vean los capitanes Fitz Roy y Parker King (1826-1836), en el Estrecho y los archipilagos, parecan ms familiarizados an con los blancos. Los buques que pasaban por esa zona eran, sin embargo, muy escasos. Diez, veinte aos y aun ms podan pasar sin que se organizara ninguna expedicin a esa parte del mundo. Es probable que se estableciera una tradicin oral entre los indios. La visita de un buque y de hombres blancos sigui constituyendo un gran suceso en su vida, pero no les inspir ya el temor de los primeros encuentros. La presencia de extranjeros de mejores maneras que los de otro tiempo, menos agresivos y que no trataban de aterrorizarlos a tiros de arcabuz y de can, dej de producir entre los indios aun el menor malestar. El relato de Fitz Roy lo atestigua. Las observaciones de los comandantes del Adventure y del Beagle dan cuenta de los mismos rasgos de carcter, descontando ahora la agresividad, que anotaron Weddell y los otros. "Nos divertimos mucho con la sorpresa que mostraron los indios ante las cosa que tenamos y por el efecto producido en ellos por todo lo extraordinario que vean. Su expresin no era de alegra o de sorpresa, sino una especie de mirada vaca, estupefacta. Se miraban unos a oros. Deban sospechar de nuestras intenciones, o estar muy excitados por lo que haban visto ese da, pues toda la noche escuchbamos en su campamento su incesante parloteo, interrumpido por el ladrido de los perros". Parker king, que relata el hecho, encuentra a los indios del Estrecho ms tmidos y desconfiados que los tehuelches de las Pampas, lo que indicara, segn l, que eran ms desagradables. Es verdad que en esa poca los tehuelches eran poseedores de una gran cultura: hablaban espaol, posean caballos, comerciaban con los buques y no vivan en el extremo sur sino unos cuantos meses al ao. los indios nmades marinos se entregaban menos fcilmente. al lado de observaciones muy justas, Fitz Roy cuenta tambin sus ingenuas experiencias. La idea de las creencias de este pequeo grupo de indios que frecuentaban familiarmente el buque durante casi cuatro aos, lo preocupaba. " Puse mi reloj en su oreja. Se asombraron mucho y cada uno vino a su vez a escuchar su tic tac. Mostr el reloj y despus el cielo; sacudieron la cabeza y de pronto parecieron tan graves que, por sus maneras y por todo lo que pude comprender de sus signos, sent con certidumbre que tenan la idea de un ser superior, aunque ellos no tuvieran nada semejante a una imagen y no nos parecieran poseer ninguna forma de adoracin". El don de imitacin, sealado por todos los navegantes, asombr tambin a Fitz Roy. este don tena su lado pintoresco y sus cosas cmicas, pero presentaba tambin inconvenientes para los que queran informarse, pues, "en lugar de fijar su atencin sobre nuestros esfuerzos para tratar de informarlos, no hacan otra cosa que repetir nuestras palabras y nuestros gestos". (Relacin del viaje de la Santa Mara de la Cabeza, 1785-86). En cuanto a los misioneros, sus observaciones de orden psicolgico son bastante escasas. Las del P. Garca Mart (1766-67) se limitan a comprobar, en hombres y mujeres, la ausencia del sentimiento "de ese natural pudor que produce la desnudez. Les era absolutamente indiferente que yo los viera desnudos". En cuanto al perodo que se extiende de 1870 hasta nuestros das, sobre el cual se posee el menor nmero de documentos, es preciso dejar al margen una cantidad de leyendas tan absurdas, tan inverosmiles, que no pueden merecer ningn crdito. Parecen haber sido construidas pieza por pieza, acaso para disculpar a sus autores de algunas villanas. Segn lo que se cuenta an en ciertas estancias de Tierra del Fuego, los alacalufes habran masacrado, en la costa del Seno del Almirantazgo, a un grupo de blancos que inspeccionaban los pastizales y se los habran comido. El autor de la leyenda, uno de los primeros colonos ingleses o escoceses, el nico sobreviviente de la aventura, habra sido testigo de la escena. El hecho debe de ser invencin pura, o tuvo por fundamento una pequea emboscada de indios o acaso un simple encuentro, y en este caso es bien probable que no fueran los blancos las vctimas.

como entre los yaganes, lo que desde el punto de vista que nos interesa, no tiene importancia esencial. Los Nmades del Mar en Libros Biblioteca Territorio Recursos Ser Indgena http://www.serindigena.cl/territorios/recursos/biblioteca/libros/f_nomades.htm

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un cierto nmero de relatos, ms o menos fabulosos, y exagerados en cada etapa de la transmisin oral, muestra que, hace 50 aos, los alacalufes no vacilaban en atacar a los ms dbiles. Uno de esos hechos, que es preciso retener, porque presenta mejores garantas, es relatado por el primer colono alemn del actual departamento de Ultima Esperanza, el capitn Eberhardt. Los indios frecuentaban mucho esos parajes, atrados, sin duda, por el nuevo establecimiento aislado y sin relacin con el resto del mundo. No haba que dudar, por cierto, de sus intenciones cuando rondaban en buen nmero por el pequeo canal martimo que se extiende delante de la estancia. El capitn Eberhardt deba de mantenerse en guardia. Otro alemn, de humor bastante misantrpico, viva solo en un rancho alejado de la estancia Eberhardt, a donde vena regularmente de visita. Como no se lo haba visto desde haca varas semanas, el capitn Eberhardt fue a ver lo que hubiera podido pasarle. El rancho del viejo alemn estaba vaco. Slo mucho ms tarde, a unos 60 kilmetros de all, se encontr su cadver. Nadie, fuera de los alacalufes, habra podido transportarlo por mar y es bastante probable que ellos mismos fueran los autores del crimen. Otras veces los alacalufes se han apoderado o han tratado de apoderarse por la astucia de las chalupas de los loberos. El resto de los robos que pudieron cometer contra gentes que disponan de una fuerza superior a la suya, no representa sino latrocinios insignificantes, que ellos, sin embargo, pagaron a menudo con una represin sin piedad. Tan grande era el temor que inspiraban en los primeros tiempos de la colonizacin del estrecho de Magallanes. Una leyenda tenaz los haca ser siempre considerados como seres crueles, hasta antropfagos. Crueles, habran podido serlo si hubieran tenido fuerza. En cuanto a la antropofagia, para hallarla mencionada tenemos que remontarnos a la relacin de Darwin, sujeta a beneficio de inventarlo, y a los testimonios ms antiguos y un tanto inquietantes de los marinos holandeses de comienzos del siglo XVII1 . Para hallar pruebas verdaderamente vlidas, tenemos que remontarnos todava ms lejos y atenernos a los datos proporcionados por la arqueologa. En los montones de conchas de las costas y las islas del Seno Skyring, hemos hallado, entre la masa de restos alimenticios, una cierta cantidad de osamentas humanas fracturadas, dispersas, mezcladas a los huesos de animales y que representan, como stos, marcas de quebraduras intencionales. Por cierto, estas osamentas son poco numerosas, pues a lo sumo pertenecan a cuatro cadveres distintos. Un crneo de mujer, privado de su mandbula, haba sido abierto por medio de un instrumento de piedra. Estos pocos fragmentos de huesos largos y de huesos de caja craneana pareceran indicar que la poblacin fueguina que tena sus lugares de campamento en una terraza baja del Seno Skyring, hace dos o tres milenarios, poda ser, por lo menos ocasionalmente, antropfaga. Desde este lejano perodo, ningn documento arqueolgico prueba formalmente que esta tradicin de antropofagia, ritual o simplemente alimenticia, haya sido continuada. Sea como fuere, era interesante plantear este problema, tan a menudo abierto, que contina subsistiendo en estado difuso.

2. LA OPOSICION ENTRE LAS NUEVAS Y LAS VIEJAS GENERACIONES Es evidente que el carcter de los alacalufes ha cambiado a causa de su prolongado contacto con los blancos. Se podra afirmar tal cosa a priori, como una especie de necesidad, como una fase del proceso de transculturacin. En todos los casos, nada hay de comn entre lo que pueden denotar las pocas briznas acerca de la vida psicolgica de los indios recogidas desde Magallanes, con la mentalidad de un alacalufe actual. Los rasgos de audacia, de ferocidad aun, han desaparecido hoy. Cmo habran podido subsistir en una comunidad tan reducida?
1 La misma acusacin de antropofagia es mencionada como probable en una obra poco conocida del P. Snchez Labrador (Ed. Viau y Zona, Buenos Aires, 1936), fechada en 1772. Ella habra sido la causa de la ruina de las dos colonias espaolas de Sarmiento en el Estrecho. Los Nmades del Mar en Libros Biblioteca Territorio Recursos Ser Indgena http://www.serindigena.cl/territorios/recursos/biblioteca/libros/f_nomades.htm

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Estas modificaciones de la mentalidad pueden observarse en la escala de las tres generaciones agrupadas en torno a Puerto Edn. Las diferencias entre los viejos y los jvenes son sorprendentes. Esta observacin tiene acaso un alcance menor de lo que a primera vista parece, porque en todas las sociedades estas diferencias existen de una manera ms o menos sensible. Entre los alacalufes se pueden determinar cuatro estadios en la evolucin de la mentalidad. Aquellos que podran ser llamado antiguos, de los que, desgraciadamente, no hemos alcanzado a conocer a ninguno, que han debido desaparecer hacia 1930, y que eran los representantes autnticos del grupo. En el espritu de los alacalufes actuales, su leyenda est nimbada de una admiracin sin reservas. Se alaban sus hazaas de caza, su habilidad, su audacia. Ellos saban pintarse; ellos saban encontrar ballenas varadas en torno de las cuales se organizaban las fiestas o se danzaba durante la noche, en Puerto Bueno, en el Canal Fallos, en grandes cabaas comunes, de las que las mujeres eran mantenidas alejadas. Todo eso constitua lo que no se sabr nunca en el ritual de iniciacin de los alacalufes. La tradicin no se extingui lentamente. Hubo una brusca ruptura. Los blancos determinaron la prdida rpida y total de las tradiciones. De algunos de esos antiguos quedan en los archivos privados unas pocas fotografas de aficionados, en las que aparecen hirsutos, con el rostro hundido en una inmensa cabellera, deambulando completamente desnudos y muy a sus anchas sobre el puente de un buque, fumando un cigarrillo con supremo desdn por los espectadores. Los descendientes de estos antiguos son los de ms edad entre los alacalufes actualmente vivos. A fines de 1953, no eran ms que 2 3. Pero, entre 1946 y 1948, su nmero era de unos 1, cuyo gnero de vida era ya muy diferente al de sus descendientes inmediatos. Esta vida estaba marcada sobre todo por la no transmisin de las tradiciones, que se haban disipado en un tiempo anormalmente breve. Sin embargo, como la vida material casi no haba evolucionado, los viejos alacalufes de Edn conservaban an intactos en su memoria los recuerdos de los que fueron el modo de vida y las tcnicas tradicionales del grupo. La ruptura completa y definitiva haba afectado sobre todo a la vida social, que no era vivida ya por nadie, que haba llegado a ser cosa muerta y cuyos despojos estaban desligados de todo sistema. En cuanto a la generacin siguiente, la de los adultos escalonados entre 20 y 40 aos, est tambin en discordancia profunda con las anteriores. Participan, por cierto, de una vida material ms o menos ligada a las tradiciones, pero interiormente estn liberados de ellas. Aspiran salir de ellas y su ideal, aquello a lo cual sienten que podrn llegar, es la vida de sus propios vecinos, loberos, cazadores de pieles o leadores. Lo que buscan, en suma, es la vida independiente y la ruptura con el grupo. Estos sentimientos eran ya precisos en 1948. En 1953, un gran nmero haba debido ya realizar parcialmente sus deseos. Casi todos los adultos, sea en grupo, bajo la direccin de Lautaro, sea de una manera independiente, hacan la vida de los cazadores de pieles o haban ligado su suerte a la de los chilotes. En este estadio, el lazo, ya tan tenue, con la vida tradicional del grupo se haba roto. De las tradiciones que hubieran podido recoger, no saben nada y, an ms, no desean saber nada. Los hechos genealgicos son uno de los temas inagotables de conversacin y comentarios. En este punto se denota el profundo foso que ahora separa a los viejos de los jvenes: stos escuchan con indiferencia, no toman parte en la conversacin y, por lo dems, ignoran de qu se trata. Estos relatos genealgicos tienen un valor profundo, que muestra hasta qu punto los antiguos alacalufes tienen conciencia de los vnculos que los unan al grupo. Este sentimiento de participacin es la misma naturaleza que el que acompaa al tchas, o donaciones a la colectividad. Los viejos han sido suficientemente impregnados del mundo de la tradicin, al cual han tenido acceso en otro tiempo, como para conservar todava un cierto conocimiento de ella y no sentir la necesidad de cambiarla. Por lo dems, este cambio no sera posible para ellos. Por su edad y por su vida, estn fijados en ese mundo que es el suyo y del cual hoy tratan de escapar sus descendientes. la nueva actitud de los jvenes no se debe solo a la ignorancia de una poca desaparecida, sino tambin a la adquisicin de una nueva mentalidad.
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Los jvenes, por la simple frecuentacin de los blancos, han adquirido una especie de sentido prctico que no poseen los viejos. Abandonado voluntariamente todo lo que pueden de la vida tradicional, no han extrado de la nueva forma de civilizacin sino sus aspectos materiales, que se esfuerzan, en cierta medida, por imitar, aun cuando les sean totalmente intiles. Se los ve, por ejemplo, confeccionar perchas o esbozos de guitarras, que atestiguan un excelente don de imitacin y un cierto entendimiento de la msica. Han adquirido o confeccionado cofres de madera para guardar sus cosas, y estos cofres estn adornados por dentro con recortes de revistas americanas. Los jvenes son menos perezosos que sus padres, en cuanto se crean una actividad diferente a la del grupo, desinteresndose definitivamente de sta. Tampoco tienen ms gusto por la mendicidad que los viejos. Por el contrario, sienten una especie de vergenza y se refuerzan por disfrazarla bajo una forma aceptable. Por ejemplo, no les gusta acercarse a los buques en trnsito en sus canoas, para esperar a lo largo del casco que les arrojen desde arriba pan, vestidos y cigarrillos. Prefieren hallar un pretexto para subir a bordo, sea porque deben de ayudar en alguna maniobra, sea con cualquier otro pretexto ftil, y pedir a los marineros de la cocina lo que necesiten. Se sienten molestos si deben, como los otros miembros del grupo, esperar sentados en la canoa los efectos de la buena voluntad de a bordo, si, como sucede, se les ha prohibido el acceso al puente del barco. Sobre todo, y es esto lo que los diferencia ms de los viejos, tienen la nocin precisa de que llegarn a salir de esa vida, de la cual estn moralmente separados. Esta esperanza no habra podido siquiera rozar a la generacin de sus padres. Esta actitud de desprendimiento crea, sin embargo, en numerosos planos un empobrecimiento muy neto de los jvenes frente a los viejos. Lo poco de espaol que han podido aprender entra muy difcilmente en las categoras de su espritu y se superpone mal a la expresin de su pensamiento acostumbrado, cuyo soporte sigue siendo el alacalufe. En esto no marcan ningn progreso y bajo muchos respectos los viejos son mucho ms finos y expresivos, con un sentido de la poesa que los jvenes han perdido. Son tambin menos aptos y ms lentos en captar el pensamiento personal. Como los jvenes repudian voluntariamente todo lo que ante el extranjero los pudiera presentar demasiado incorporados al grupo, sus posibilidades de expresin se han limitado, sin haberse enriquecido, sin embargo, con ningn aporte nuevo. Algunos llegan al extremo de hablar de los otros, tratndolos de indios. Ahora somos civilizados y vestidos como los dems. Se puede or a veces frases de este tipo en la boca de jvenes de unos 20 aos que, bajo la chaqueta que los llena de orgullo, viven en la promiscuidad de la choza y se alimentan de mariscos. Toda la vida de los jvenes est vuelta hacia el exterior. Hacen proyectos, discuten acerca de las ocasiones favorables que podran presentarse, de tal o cual lobero que podra contrastarlos, de tal o cual maderero con el cual podran trabajar. Se dejan deslumbrar por los atractivos de una nueva vida y, despus de muchas vacilaciones, negativas, ocasiones frustradas seguidas de arrepentimiento, algn da uno de ellos realiza el gran deseo y desaparece sin posibilidad de retorno. Las mujeres jvenes esperan tambin la evasin, pero bajo una forma bien definida: estarn listas para dejarse raptar en la primera ocasin favorable. 3. EL ESPACIO, EL TIEMPO, LOS NMEROS Y LOS NOMBRES

Las divisiones del tiempo y del espacio. La divisin ms elemental del tiempo es para los alacalufes, como para el resto de los humanos, la del da y la noche, el corte ms natural en la serie de sus actividades normales. La palabra lafk, que indica el da de hoy, significa tambin el momento presente, joven, fresco, reciente o pronto. El da transcurrido o el da por venir se confunden en la misma designacin, aswalek: el pasado o el futuro se indican por la forma del verbo. Los das pasados o venideros se designan por la repeticin de la palabra. Anteayer o pasado maana se dicen tawaswalek (taw=otro). Para decir "hace dos das" o "en dos das ms", se emplea aswalek taw aswalek. Para tiempos ms antiguos o ms lejanos, el juego de los dedos ayuda a precisar el nmero de los das de que se trata. La misma palabra lafk puede tambin estar asociada a aswalek para
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significar maana -o ayer, segn el caso- temprano en el da. Los diferentes momentos del da estn indicados por la posicin del sol: aswal lafk, el sol levante; aswal oykyemna, el sol alto; aswal akyewena, el sol muy bajo, cerca de la noche. Las expresiones que indican el momento de acciones o acontecimientos que debern hacerse o que se han producido ya, con respecto al momento presente, son muy numerosas. El instante inmediato que sigue o precede al momento presente, el instante en que se producir una accin que no podr producirse sino despus de otra, los diferentes tiempos que debe durar una espera, etc., para no citar sino algunas, tienen su forma particular en esta gradacin muy matizada del tiempo. durante un mismo da, la alternativa de las mareas sirve tambin de referencia necesaria para la evaluacin del tiempo. En efecto, las mareas condicionan una parte de los actos de la vida, como la pesca o ciertos trayectos, que son favorecidos o retardados por los cambios de corriente. las mareas dividen al da en cuatro partes con respecto a las cuales se sitan las actividades del grupo: las mujeres volvern de la pesca antes de la marea alta, nosotros partiremos cuando la marea comience a subir, etc., son las maneras ms frecuentes de expresar la hora del da. El ciclo ms importante es el ciclo lunar que sirve para evaluar intervalos de tiempo ms largos. El que debe partir del campamento indicar por lunas el tiempo de su ausencia, cuando salen gira de caza: tkso arkakseles yerfaly, partir por una luna. Con la ayuda de los dedos se llega a expresar intervalos de tiempo considerables, seis, ocho, diez lunas. Duraciones mayores que no corresponden en ninguna necesidad de la vida, no se expresan. La vuelta de las estaciones marca ciertos acontecimientos, da ritmo a la vida, pero no sirve para apreciar intervalos de tiempo. El trmino estacin no posee, por lo dems significacin que bajo otras latitudes. Una estacin no corresponde a una modificacin climtica importante ni a una detencin marcada en el rgimen de lluvias ni a una renovacin sensible en la vegetacin. Slo dos acontecimientos marcan realmente el ritmo estacional para los alacalufes: la postura de los huevos y el nacimiento de los polluelos, por una parte, y la paricin de las focas, por la otra. Estos acontecimientos se sitan entre octubre y enero. En otro tiempo, este perodo corresponda a un cambio en la vida de los alacalufes. Era el momento de las grandes excursiones en busca de nidos a lo largo de los acantilados de los canales y sobre las rocas desnudas del Pacfico, la caza fcil y fructfera de focas en las playas, donde se juntan por miles. La vuelta del verano marcaba la multiplicacin de la vida animal y era la poca de una gran agitacin en el grupo. Para marcar la sucesin de los acontecimientos en el pasado, los alacalufes tienen un cierto nmero de puntos de referencia, escalonados en la memoria de un antiguo a travs de unos 40 aos, tales como el naufragio de tal o cual buque, las excursiones de ciertas goletas de loberos en tiempos en que la caza de focas era fructuosa, etc. A causa de su propia existencia de nmades, los alacalufes tienen una percepcin muy ntida del espacio en el cual viven. Llegan hasta orientarse con la mayor facilidad en el laberinto insular que forma el marco de sus correras. Todos los detalles topogrficos de los archipilagos les son familiares. La precisin de sus acontecimientos relativos a lugares asombra al europeo. Que gnero de representacin poseen del espacio, de la situacin de un lugar situado a veces a varios centenares de kilmetros de distancia? Por qu proceso mental pueden representarse, decidir, explicar un itinerario? Evidentemente, no lo aprehenden en su conjunto, sino de una manera fragmentaria, yuxtaponiendo en el orden las diferentes etapas sucesivas, de lugar de campamento en lugar de campamentos escalonados a travs del viaje. Con respecto a cada una de estas etapas, ellos aprecian la duracin del trayecto y los sucesivos cambios de orientacin que lo sealan. Cada etapa es apreciada segn el tiempo necesario para cubrirla, segn el ritmo habitual de la navegacin en canoa. Finalmente, todo ensayo de explicacin de un itinerario es siempre largo y embrollado y denota una dificultad extrema para expresar lo que es percibido intuitivamente.
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Por el contrario, las diferentes reas del espacio son designadas por subdivisiones bastante sutiles. El Oeste parece ser la posicin fundamental, la direccin del sol poniente y del Pacfico, aquella de donde soplan los vientos dominantes. Con respecto a este punto de referencia, los indios sitan las otras reas del espacio desde donde soplan los diferentes vientos: Noroeste, Noreste, Este, Sureste, Sur y Suroeste, cada uno de los cuales tiene su nombre distintivo en alacalufe, que ellos pueden, por otra parte, traducir al espaol. Cada detalle de la complicada topografa de los archipilagos tiene su designacin propia en lengua alacalufe, pero el empleo de estos nombres indgenas est ahora en regresin. Los indios adoptaron primero las designaciones topogrficas de los loberos, descriptivas o anecdticas, por ejemplo Puerto Rana, Baha Escondida, distintas de la nomenclatura oficial de las cartas. El fiordo Eyre, por ejemplo, en lengua de lobero es la Baha Escarchata. Pero desde que algunas decenas de faros automticos jalonan la ruta, de los buques, los loberos lo han adoptado como puntos de referencia para sus itinerarios, ms cmodos que las diversas particularidades de la ruta. Al mismo tiempo, han adoptado un nmero cada vez mayor de trminos de la nomenclatura oficial. Por imitacin, los alacalufes han prohijado tambin el nombre oficial de cierto nmero de islas, cabos y canales. Los alacalufes tienen conocimientos precisos de los menores detalles topogrficos de los archipilagos. Toda modificacin de un perfil de costa es inmediatamente interpretada como canoa de indios o chalupa de loberos que pasa a la cuadra. El indio se engaa raras veces. Sabe inmediatamente de qu se trata y a donde se dirige el que pasa. La seal de llamada es el humo denso de una fogata de ramas verdes que indica la presencia de un ser humano y exige un desvo. El mtodo indio ha pasado, por lo dems, al dominio comn: los loberos y aun los colonos que viven aislados en las costas desiertas o en las islas del Seno Skyring, lo emplean como sistema de llamada o de socorro. Toda humareda que se eleva desde un punto bien destacado, desde donde puede ser vista por el que pasa a la cuadra, es una seal de reunin. Se insiste encendiendo varios fuegos a la vez. Parker King, primer comandante de la expedicin del almirantazgo ingls en la Tierra del Fuego y en los archipilagos, menciona en las instrucciones nuticas que " los buques que pasan por el Estrecho divisan ordinariamente a pocos indios.

Lmina XIII

28. Yuras descuartiza una foca

29. Alacalufes en sus canoas junto a una goleta chilota Lmina XIV

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30. La fabricacin de la canoa, separando los dos lados del casco

31. La fabricacin de la canoa: levantando el casco

Pero la rapidez con la cual un centenar de ellos y aun ms se renen cuando husmean la presencia de un buque o de una pequea embarcacin es increble. La manera cmo puedan darse cita es un misterio, pero se ven, por millas y millas, fogatas que arden en las costas y de cada caleta parte una canoa que enfila hacia el lugar de reunin". En cuanto a saber cmo se representan los alacalufes en el tiempo y en el espacio, parece que el problema fuera actualmente de solucin imposible. Si han existidos mitos acerca de los origines, no queda de ellos la menor seal. Simplemente, con el trfico de los barcos a travs de los archipilagos, los alacalufes han adquiridos conciencia de un mundo diferente fuera del cual viven, un mundo que sitan globalmente den direccin Norte, de donde llegan los buques. La barrera helada de la Cordillera marca el lmite por el Este. En cuanto a las dos ciudades de Puerto Natales y Punta Arenas, estn situadas en un dominio conocido de la mayora y no presentan otras particularidades topogrficas que el formar dos centros de atraccin, a los cuales los ms jvenes suean con llegar a incorporarse. El lenguaje y la conversacin. No se trata aqu de un estudio sobre el lenguaje alacalufe, sino slo de

algunas observaciones que se refieren a su vida psicolgica. El contacto prolongado con los blancos no ha puesto a los indios en posesin de otro modo de expresin que su propio lenguaje. Han podido aprender, sobre todo los jvenes, algunas palabras de espaol que les bastan para cambiar varias expresiones elementales, para dar una respuesta incierta cuando son interrogados y para preguntar lo que desean a bordo de los buques. Pero de ninguna manera conocen suficientemente un vocabulario ni modalidades de expresin tan diferentes de las suyas, para expresarse o para comunicar ideas, por simples que sean, y para traducir adecuadamente las cosas de su universo. Como, adems, su capacidad de atencin sostenida y prolongan es mediocre, se hallan en la imposibilidad total de traducir no slo del alacalufe al espaol, sino tambin, lo cual debera ser ms simple, del espaol al alacalufe. Por lo dems, para los alacalufes cada palabra significa algo y no llega a ser concebida fuera de su significacin. La palabra no est nunca en reserva, por decirlo as. Es siempre empleada cuando se tiene algo que decir. Ejemplos precisos y reales nos ayudarn a comprender este aspecto de su mentalidad. Se pide a un indio joven, bastante familiarizado con el espaol como para poder responder, que traduzca alacalufe: "La madre mece a un nio". El responde de inmediato, en alacalufe: "Porque est llorando". Asimismo, a la pregunta: "Cmo se dice: maana saldr de pesca?". La respuesta viene, siempre en alacalufe: " No, no habr buen tiempo".

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En todos los ensayos de vocabulario que fueron intentados en otros tiempos, se observan errores del mismo tipo. La numeracin empleada por los alacalufes aparece curiosamente transformada de la manera siguiente en un informe de exploracin de fines del siglo XIX1 : "uno" se traduce por "una mujer", "dos" por "un hombre", "tres" por "otra mujer", "cuatro" por una palabra en la cual se reconoce la palabra "piel", y as sucesivamente. El procedimiento de interrogatorio se deduce bastante bien en las respuestas. El encuestador quiso hacer contar a las personas presentes, y los indios no comprendieron. Otro ejemplo de estos errores es la traduccin de la palabra "agua" por aret (balde) por un indio. Este sin duda comprenda la palabra espaola agua, y deseaba informar a su interlocutor, pero el continente llamaba ms la atencin que el contenido. En la vida corriente, la expresin de ciertos sentimientos se traduce por una mmica muy complicada y por verdaderos modismos del lenguaje. Para expresar una cosa asombrosa, anormal, nueva o muy grande, las slabas de cada palabra son cortadas con lentitud y suavidad, apenas pronunciadas; las vocales son suavemente moduladas en una larga, y la final prolongada en un caldern. La elocucin se hace con la punta de los labios. El lenguaje propio de la mofa es tambin expresivo: se separan lo ms posible las comisuras de los labios, con el borde externo replegado hacia los dientes, se inflan los carrillos, se arrugan los prpados. La elocucin, moderada en volumen, es, sin embargo, articulada. Unos "clics", que son el acompaamiento de todo lenguaje afectivo, se intercalan rtmicamente. El lenguaje de las madres con sus hijos se manifiesta tambin por una elocucin particular: con las mejillas recogidas y los labios hacia adelante, algunas consonantes son suavizadas con una entonacin de ternura: por ejemplo, leyesk (yo veo) se pronuncia yeyesk. En el lenguaje comn, que no es emocional, se pueden distinguir dos modos. El de la conversacin corriente es apenas perceptible, lentamente modulado, con "clics" y guturales muy atenuadas. Es una especie de canto en voz baja, acompaado por gestos bien cortados, amplios y lentos. El otro modo es ligeramente enftico. Quiere marcar insistencias y llamar la atencin. Sigue el mismo ritmo, pero su volumen es ms elevado, las slabas, los "clics" y los sonidos guturales mejor marcados y a veces vigorosamente cortados. Existe tambin una especie de conversacin que se podra llamar puramente narrativa. Sus temas son infinitos, y se desarrolla durante largas veladas en la choza. Ella corresponde tambin a un modo especial. La gente est recostada, agazapada bajo una delgada manta, con la cabeza reposando sobre un brazo. Con la otra mano, armada de un bastn, se aparta a los perros, se remueven los mariscos en la ceniza caliente, se rectifica la posicin de los leos. O bien el cuerpo est desnudo, con la espalda vuelta hacia el fuego. la conversacin se desliza en voz casi baja, indistinta, por largos perodos, extremadamente suave. Algunos pasajes son aun ms lentamente enunciados, pero son entonces marcados silbicamente a golpes de glotis y terminan en calderones. Varias personas expresan as simultneamente, de un modo casi musical, una especie de monlogo, al cual cada uno de los asistentes tiene que acordarse si desea tomar parte de la conversacin. La numeracin y los nombres. La numeracin es muy simple. Se limita a la unidad y al dos. La expresin de cantidades superiores es englobada en el vocablo taw (otro), completado por el juego de los dedos. Toda cantidad superior a la que los dedos pueden expresar, o cuya numeracin sera intil, es dada con el trmino akwal (muchos), si se trata de cosas, o por el trmino akyay, si se trata de seres vivientes. Nombrar las cosas es la funcin de la inteligencia, que las distingue de lo indeterminado, por oposiciones y relaciones. En las categoras de seres humanos que establecen los alacalufes, hay oposicin ntida entre ellos y los otros con los cuales estn en relacin. Existen primero ellos mismos, los kaweskar, los hombres, literalmente los que llevan una piel. La palabra kawes, en efecto, designa la piel, tanto la de los hombres como la de los animales (arkasi o lahaltel: kawes yetapana, la capa de piel de foca o de nutria cosida) y la palabra kar designa todo lo que es materia dura o soporte. Es kaweskar todo lo que se refiere al indio de los archipilagos;
1 Capitn JUAN JOS LATORRE: Exploraciones de las aguas del Skyring y de la parte austral de la Patagonia. (Dic. 1878-

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por ejemplo, kaweskar asar, el alimento indio. Es un trmino genrico, que se aplica tambin a los trminos hombre, eksenes y mujer, esatap. Por oposicin a lo que no es indio, existe lo que es chilote, taporay, y blanco, yema. La persona misma del extranjero es designada con la palabra pektchew. Los alacalufes no se designan jams a s mismos con este nombre, cuyo origen es desconocido, y parece haber sido empleado por primera vez por Fitz Roy, que designa as a un grupo de indios que hall en las islas del sudoeste del Estrecho. El trmino fue muchas veces vuelto a usar despus y sufri las numerosas transformaciones fonticas que le conocemos (alakaluf, alakulof, alikkolif, alakwulup, etc.). Un trmino cuya consonancia es extraamente vecina a la palabra alakaluf fue escuchada dos veces en 1946. Estbamos en una choza colocando anzuelos en una lienza, cuando una mujer pregunt si podamos alakala takso (darle uno) y que, a cambio de eso, ella "alakala" un canasto. Despus de varias explicaciones, nos dimos cuenta de que la palabra "alakala" era una deformacin de la palabra espaola regalar. Acaso de alacalufe, que recordara el tiempo, no tan remoto en que los kaweskar de los archipilagos suban a bordo de los barcos a pedir hierro y trajes. El trmino con el cual los navegantes, siguiendo a Bougainville, designaban a los indios del Estrecho, era la palabra petcheray con todas las deformaciones. Pues bien, como acabamos de ver, la palabra que sirve para designar al extranjero es justamente pektchewe. No ha variado, sin duda, desde 1764, y sin duda sta era la voz que aullaba los indios cuando rondaban en torno del casco de los barcos de Bougainville. "Los habamos llamado pecher porque sta fue la primera palabra que ellos pronunciaron al vernos", escribe Bougainville. Y agrega: "los pechers de que he hablado son pequeos, feos, flacos y de un hedor insoportable". A su nacimiento, los nios no reciben nombre. Slo cuando comienzan a hablar y caminar el padre les elige uno. Muy a menudo este nombre es un lugar geogrfico, un canal, una baha, un paso vecinos al lugar del nacimiento; a veces tambin el nombre de un animal (ganso, mosquito, nutria, coipu, etc.). Puede designar tambin una particularidad corporal (ojos pequeos, ombligo en forma de ojo, brazo tieso, manchas blancas en el cuello), o hacer alusin a objetos extraos. Cada indio se designa, en general, bajo dos o ms nombres sea el de un animal, pero el hecho es difcil de verificar, pues a menudo sucede que los indios, junto con rerse, se niegan a decir uno u otro de sus nombres. Desde que se dict la ley de proteccin y despus del breve paso de un misionero, se estableci, por lo menos tericamente, un estado civil, que incluye un nombre y un apellido usuales en el pas para cada indio. Se les ha impuesto, segn las circunstancias o la fantasa del momento, el nombre de personajes polticos que se interesaban entonces por su suerte, o apellidos corrientes en Chile, como Gonzlez, Molina, Martnez, Sotomayor, o los nombres de los descubridores de los archipilagos, como Ladrillero, Ulloa, Magallanes, y hasta nombres geogrficos: Messier, Campana, Molinar, Meidel, Canales, Norte, Wide, Edn, Wellington . . . Pero a los indios les importa bien poco el nombre prestado. Muchos se han apresurado a olvidarlo, puesto que para ellos no evoca nada. A lo sumo conservan el nombre de pila que les ha sido impuesto, pero no se sirven sino raras veces de l cuando se trata de nombrarse entre ellos. Los perros tienen tambin un nombre, que es con frecuencia una palabra de la complicada nomenclatura que designa la posicin de las manchas de color sobre el pelaje, en combinacin con la densidad de la piel, el porte de la cola, la talla del cuerpo, etc. Se puede, tambin, darles un nombre cualquiera: flaco, lenteja o corbata. 4. LA VIDA SOCIAL

Feb. 1879) en An. Hidr. Marina de Chile, VI, 1880. Los Nmades del Mar en Libros Biblioteca Territorio Recursos Ser Indgena http://www.serindigena.cl/territorios/recursos/biblioteca/libros/f_nomades.htm

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Las relaciones entre individuos.

En el interior del grupo, las relaciones entre individuo e individuo estn

marcadas por cierta indulgencia. En principio, todo lo que es indio es bueno. No se excluyen de este calificativo sino los ladrones, es decir, los que se apropian de los bienes del vecino, reservndoselos para su uso personal o los que huyen con tales bienes. No se pueden infringir impunemente las leyes del cambio, del tchas, que tolera para cada uno la libre disposicin del haber de otro. Usar el arpn, la canoa, el fusil, la ropa de otro es completamente lcito, a condicin de que el usuario est en buenos trminos con el propietario. Si no es aprobado es, entonces, un ladrn, y como tal es reprobado por su vctima, y, generalmente, por una porcin importante del grupo, si no por todos. Sea que se trate del robo de una canoa nueva, o del rapto de una mujer, el juicio sobre el acto es el mismo. Pero el interesado es el nico que tiene que explicarse con aquel que lo enga. En toda discusin, los otros se mantienen al margen y se abstienen de tomar partido, por lo menos exteriormente. Los dos interesados son los nicos jueces que arreglarn, aun por la fuerza, un diferendo que no concierne al resto del grupo. Todo robo que afecte a algn extrao al grupo es considerado como un acto que no daa a nadie, y el hecho no slo no suscita la reprobacin, sino, por el contrario, realza el prestigio del que lo ha cometido. Los hombres arreglan sus diferendos entre ellos y las mujeres entre ellas, y nadie interviene en los asuntos ajenos. Los robos son ms frecuentes entre las mujeres, quienes son, por lo dems, liberales para pasarse unas a otras vestidos, adornos, artculos de costura. Sus tesoros son mucho ms abundantes que los de los hombres y rellenan sus cajas o canastos, donde cada una guarda sus cosas. Aprovechando una ausencia momentnea, otra mujer puede introducirse en la choza y apoderarse de lo que desea. La explicacin entre ladrona y robada no tiene la misma reserva que entre hombres. La reaccin es tan inmediata como ruidosa. La mujer lesionada se deja llevar a un desborde de gritos y palabras, no para expresar su sorpresa, ni para llamar la atencin hacia el hecho -pues la ladrona, el objeto y las circunstancias del robo eran ya conocidos por todos-, sino para afrontar al autor del robo. La tensin de todo el grupo al acecho se canaliza y presta al acontecimiento una atmsfera de gravedad. Los hombres continan atendiendo a sus ocupaciones, simulando indiferencia. Las otras mujeres escuchan en silencio el despliegue verbal que constituye, no el proceso de la ladrona, sino una revista general de todos los actos reprensibles de su vida o, en caso necesario, la exhibicin de las propias miserias de la interesada. La sesin puede alcanzar a una grandeza casi bblica. Las antagonistas estn a veces alejadas una de otra. La mujer est sentada en el suelo, cerca de su cabaa. A los gritos del comienzo, sucede una alocucin solemne, amplia, armoniosa casi, puntuada por gestos de los brazos y de las manos, amplios y lentos. El discurso es interrumpido. Sin recuperar aliento ni permitirse una pausa, durante una hora o ms, la mujer contina, hasta el momento en que, los labios babeantes, ebria de sus propias palabras, cae agotada y regresa a su choza. Slo en ese momento se restablece la vida normal del campamento. He aqu algunos aspectos del tema oratorio que se desenvuelve sin lgrimas ni contorsiones, en una digna inmovilidad, los ojos fijos en el vaco, como tomando por testigos del hecho al mar y las montaas. Era una pobre vieja, a la sazn en los ltimos meses de su vida, a quien haban debido de robar algn andrajo desflecado: "No has cuidado a tus hijos. Tenan hambre, fro y sed. T, t comas. Eras siempre la primera a bordo de los buques para tener los mejores trajes, que guardabas para ti en tu caja; hilo y agujas, que guardabas en tu canasto. Te emborrachabas con los chilotes, y tus hijos no tenan ni agua que beber. Estabas calientita con tu ropa, mientras tus hijos lloraban. Adems, no has tenido muchos hijos: tres solamente (y los enumera con sus nombres y en orden, contndolos con los dedos) y t no eres valiente para pescar. Yo soy vieja y ya no veo y apenas puedo caminar despacio con mi bastn. No tengo a nadie, pues todos los mos murieron. Todos nos tenemos que morir y nadie puede quedarse vivo aqu1 . Todos mis hijos murieron ahogados en la isla Solitario un
1 Textual: el resto del discurso es prcticamente textual. Los Nmades del Mar en Libros Biblioteca Territorio Recursos Ser Indgena http://www.serindigena.cl/territorios/recursos/biblioteca/libros/f_nomades.htm

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da de gran viento (sofhyas kastapoyok+ = viento que arranca los pelos). Mi marido se ahog. Meseyen (su hijo mayor) fue muerto por un cristiano (volva a contar con los dedos los seis hijos ahogados: Atarmeroks, Taks, Aywoneyakanay, . . . Ateskowayera, el ms pequeo, que no caminaba todava . . .) Durante una hora, el campamento escucha esta improvisacin pica con una indiferencia que es, por lo dems, del todo convencional. Fuera de estos perodos de crisis, los alacalufes manifiestan poco sus sentimientos. Se inclinan poco a la ternura. Las caricias que se pueden dedicar a un nio son ms de la madre que del padre. De la ternura materna por los hijos se hallan muchos ejemplos contradictorios en los documentos histricos, desde la indiferencia hasta las violentas manifestaciones de dolor ante los raptos de nios que se practicaban en otro tiempo. Durante dos aos de observacin, en un perodo de coexistencia reciente, nunca se vieron casos de madres manifestando indiferencia por sus hijos an pequeos. El hecho sealado por Simn de Cordes y Sebald de Weert de la indiferencia de una madre, a la cual haban quitado su hijita de cuatro aos para llevarla a Amsterdam, donde, por lo dems, muri poco despus de su llegada, debe, sin duda, ser atribuido al terror que experimentaba esa india ante los marinos holandeses. Si un nio muere en los primeros das o en las primeras semanas que siguen al nacimiento, el hecho no es acogido con demostraciones de dolor y la pena interna parece limitada. Pero si el nio muere de ms edad, su prdida es vivamente sentida por los padres. A partir de los primeros das que siguen a su nacimiento, el recin nacido alacalufe est materialmente ligado a todas las idas y venidas de su madre. Bien amarrado en un vestido viejo a su espalda, le deja as las manos libres para remar. En otro tiempo, se apegaba en la misma espalda de su madre, en el interior de una especie de saco que formaba la capa de pieles, amarrada a la cintura y al cuello. El nio est siempre enteramente desnudo, como lo estar en los aos venideros hasta que encuentre algn harapo no utilizado por los adultos y siempre desmesurado para su talla, a menos que algunos pasajeros de buques regalen a la madre vestidos para su hijo. En tiempos ms antiguos, los recin nacidos no habran estado enteramente desnudos en el vestido de su madre, sino envueltos en una pequea piel de foca o de pingino. En la choza, el nio se agazapa en el pecho de su madre y, si sta tiene que ausentarse, el padre toma al nio y lo apoya en l con mucha ternura y atenciones. Cuando est un poco ms grande, el padre juega de buenas ganas con l, lo hace saltar en sus brazos, le sonre, le habla suavemente canturreando. Cuando el nio crece, no se ejerce sobre l coaccin de ninguna especie. Nadie le corrige las acciones, aunque sean causa de molestia para los padres. Sin embargo, tales hechos no son frecuentes, pues los nios no se entrometen en el dominio de los grandes. En el lapso de dos aos, una sola vez un nio penetr al dominio separado de los adultos y se permiti soltar la canoa de su padre, que parti a la deriva. El padre pidi otra canoa y se fue mar adentro a recuperar la suya, pero no hizo ningn reproche al nio. Los padres pueden pedir algunos pequeos servicios a los nios, como ir a buscar agua o mariscos a una choza vecina. Suele suceder, aunque raras veces, que el nio ponga odos sordos y, en este caso los padres, ms generalmente la madre, se incomoda sin recriminar, o protestando de un modo tan leve que no produce efectos en el comportamiento del nio. En la edad en que el nio puede participar eficazmente en la vida familiar, lo hace de buen grado. Ayuda a remar, acompaa a los adultos en las salidas de caza o va con ellos a buscar lea. Pero slo los nios de poca edad son llevados por los adultos a la pesca. Los indios manifiestan ante los pequeos animales una ternura que llega a ser conmovedora. Antes de destruir una pollada de pjaros nuevos, contemplan sonriendo a los pequeos seres que pan estirando el cuello, que un instante despus van a retorcer con la ms perfecta indiferencia. A veces traen al campamento algn polluelo de ganso o de gaviota, una pequea nutria o un pequeo coipu. Lo alimentan, mujeres llegan a darle el seno si su madre no basta para alimentarlos. lo acarician, se entretienen, se regocijan con su torpeza. Tienen una especie de ternura por los perros recin nacidos, y las

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Manifestaciones estticas.

Las manifestaciones estticas de los alacalufes son escasas. Ellos ignoran,

actualmente, toda creacin artstica, por tosca o elemental que sea. Acaso no haya sido siempre as, pues en varios sitios arqueolgicos, verosmilmente antiguos, que datan de 2.000 3.000 aos tal vez, se hallan algunos arpones gravados con finas incisiones geomtricas. Estas formas de arte han desaparecido. En cuanto a las pinturas corporales que han subsistido por ms largo tiempo, correspondan ms a manifestaciones religiosas que a necesidades estticas. Los alacalufes no son, sin embargo, indiferentes a las bellezas naturales, aunque no sean ya capaces de crear objetos bellos. Saben percibir la belleza de los colores de una puesta de sol, por ejemplo. La expresin verbal de los colores, sin embargo, es pobre, y est limitada al blanco (yerarya), al negro (semen), al rojo (keyero) y al azul (arka). Estas denominaciones van ms all de los colores: el negro significa tambin ofensa, era en otro tiempo el color de la guerra, y afseksta semen, significa "decir palabras ofensivas", "hablar negro". El azul, arka, significa tambin lo que est de pie, lo que se levanta, lo que esta lejos. Los alacalufes sobresalen en la imitacin de las actitudes de todos los animales. En este juego, son notables actores y saben expresar a la perfeccin el carcter ms tpico de un animal, desde la ballena al zorro, sin olvidar a los pjaros. Esta imitacin de los animales forma el tema de la mayora de sus cantos, que son pantomimas completas, pues no slo se representan las actitudes por los movimientos correspondientes del cuerpo del actor, sino, adems, por la descripcin de esas actitudes que forman el texto de cada canto y que son subrayadas por una modulacin de canto apropiada. Exista un gran nmero de tales cantos. Muchos han sido, ciertamente, olvidados, pero se recuperada todava el tema de gran nmero de ellos, retazos de msica, mmicas de circunstancias. Los alacalufes cantaban as a todos los animales de los archipilagos, en cortas frases indefinidamente vueltas a tomar con ritmos diferentes1 : - la ballena: "la ballena ha pescado peces: se hunde en el agua con la cola levantada". Este canto es dicho de una manera enftica. Como si los cantores tuvieran ante sus ojos el espectculo de la ballena hundindose majestuosamente. - el ciervo (huemul) que, "sobre la montaa, a lo lejos, vigila los alrededores y come". Se canta yektcal, apuntando con el dedo en direccin a la montaa, con la cabeza inclinada y el ojo arrugado, como para decir: el ciervo pasta, inquieto, y se interrumpe a cada instante para asegurarse de que est en seguridad, pero nosotros tambin lo observamos. El huemul

(PENTAGRAMA)

- el fil- fil: este pjaro negro, de pecho blanco, con patas y largo pico rojos, rectilneo, que se pasea con paso un tanto solemne por las playas abandonadas por la marea: "Peyeycka, tiene un cuchillo que usa para

1 Los alacalufes cantan lentamente, siempre a media voz y con un timbre rasgado. Alguien comienza a cantar primero. Los asistentes se unen poco a poco al cantor: el ritmo se hace entonces ms rpido. Todos los cantos conocidos se caracterizan por una acentuacin muy fuerte en las slabas, todas bien cortadas, por grandes contrastes de intensidad y por notas ornamentales. Los Nmades del Mar en Libros Biblioteca Territorio Recursos Ser Indgena http://www.serindigena.cl/territorios/recursos/biblioteca/libros/f_nomades.htm

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comer". Y Peyeyeka es imitado por el cantor, que agacha la cabeza, simula el pico del pjaro ponindose la mano extendida a la altura de la boca, imitando el movimiento de la cabeza del fil-fil en cada uno de sus pasos. - Tereksat, el coipu, seguido por sus pequeos, va de una planta a otra en el pantano, coge una hierba con la manita, la saborea, la bota y elige otra: "Tereksat combina cortando la hierba con sus dientes para los pequeos". El propio ritmo del canto imita los movimientos de vaivn de las mandbulas del tereksat, armadas con sus cuatro enormes incisivos1 . - Yasoep, el carancho, es un ave rapaz de gran talla que, para comer gusanos, "rasca con sus uas, mientras combina, la arena de la playa a lo lejos, kwol, kwol, kwol". Aqu tambin el ritmo indica el movimiento rabioso de las patas del pjaro, y el canto termina imitando el grito que lanza girando la cabeza. El carancho

(PENTAGRAMA)

- kuntcar, el zorro: "La piel del zorro es vieja: l endereza su cola que en otro tiempo estaba enrojecida". El zorro

(PENTAGRAMA) - Lahaltel, la nutria "que sigue su sendero, las patas separadas, por las ramas que lo rasmillan, aw, aw, aw". Existen an muchos otros cantos: el del pingino, cuyo grito es como una llamada; el de la foca, que berrea sobre sus roquerios; el de la rata, de la araa, de atayoesap, el ganso; el palpal, el loro. . . En los cantos mimados se insertan tambin el canto y la danza de las piedras de fuego. El danzarn, sujetando en las manos sus dos piedras las golpea una contra otra, puntuando cada slaba con la percusin de las piedras y el movimiento de sus pies: "Yo danzo firme (lanzo lejos mis piernas) para que t me des fuego". El fuego

(PENTAGRAMA)

1 La palabra kariesr, que designa a los cuatro incisivos cortantes y curvos del coipu, se aplica por analoga para designar el hacha de metal.

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Se canta tambin la rojez del cielo en el poniente, que indica el fin del mal tiempo. Algunos de estos cantos son de invencin reciente, como el del tabaco, que se ejecuta fingiendo presentar una pipa imaginaria a quien posee el tabaco. "Mi tabaco ha disminuido; dame algo para que yo no robe". El tabaco

(PENTAGRAMA)

Los juegos y las distracciones.

La existencia actual de los alacalufes es sombra y carece de relieve. La vida

del grupo no tiene ya la homogeneidad ni la cohesin de antao. El puesto de edn ha tratado de suministrarles una distraccin, la ms popular de Chile, la pelota. Cuando eran numerosos, agrupados en torno al puesto, casi todos los jvenes jugaban a lanzar la pelota al campo contrario. Despus de un perodo de excitacin que se debi a la novedad del juego, la pelota cay en el olvido y la indiferencia. Los nios juegan poco: bajar corriendo la pendiente del talud, luchar a quien echa al otro a tierra, rodar sobre la pendiente o vagar en equipo por la playa, son las distracciones ordinarias. Por perodos, se asiste a juegos nuevos: por ejemplo, hacer bogar embarcaciones pequeas de cortezas, lanzar sobre montones de tierra arpones en miniatura, confeccionados por los padres. Slo las nias construyen pequeas cabaas en las cuales hacen fuego y cuecen mariscos. Imitando la divisin del trabajo de los padres, los nios cazan pjaros a pedradas o capturan pequeos roedores. Es probable que se traten estos casos de juegos autnticos. Todos estos juegos de nios son graves, apenas ruidosos. No hay gritos, ni carreras locas ni disputas. Los nios manifiestan ya la gravedad y la reserva que caracterizan la vida de los adultos. Entre los grandes, no subsiste sino un juego tranquilo, que se practica ordinariamente en posicin horizontal. Consiste en fingir que se amarra lo ms rpido posible la canoa a uno de los postes de la choza y se juega por medio de juncos o de cabos de cuerda. A una seal dada, cada uno se amarra el dedo o la mueca, que representan la canoa, a un poste de la choza. A la segunda seal, "desamarrad la canoa", se trata de deshacer rpidamente el nudo, y el que se atrasa en liberarse, pierde. El juego puede as durar horas. Pero las risas y los juegos son escasos. La nota dominante del grupo es una vida silenciosa, que no implica, por lo dems, necesariamente la tristeza. Simplemente, las manifestaciones exteriores de alegra o de contentamiento, tanto como de dolor, son siempre mesuradas. Esta propensin natural explica tal vez el gran placer que los alacalufes experimentan con el uso del tabaco, que puede ser fumado lenta y tranquilamente en la choza, al lado del fuego. El uso del tabaco no debe de remontarse a una poca muy lejana. Hacia 1880, como lo advirti Coppinger, cirujano del Alert, la adaptacin de los indios del Canal Trinidad al tabaco debi de ser difcil. "Las mujeres truecan sus capas de pieles por paquetes de tabaco". Es difcil de comprender que esta gente conceda valor al tabaco, pues no slo no poseen ninguna pipa indgena, en la cual puedan fumar, sino, adems, en la medida en que podamos juzgar, nunca han disfrutado de ocasiones suficientes para hacer a este hbito agradable. Sin embargo, la expectativa del tabaco les procura, ciertamente, un gran placer. En el hecho, una o dos bocanadas les bastan para poner a un hombre en ese estado de molestia del corazn y aturdimiento, familiar a todo estudiante que hace su primera prueba con el tabaco".

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Los alacalufes actuales piden tabaco sin cesar, pero son indiferentes a su calidad. No fuman sino en reposo, en la choza, o bien si estn fuera en compaa de extraos. Pero el fumar no ha llegado a ser an para ellos un gesto automtico y soportan muy bien la privacin de tabaco. Las mujeres son menos moderadas que los hombres. Mujeres u hombres sacan algunas bocanadas de un cigarrillo o de una pipa y los pasan despus al vecino. Despus de una o dos vueltas, si no est terminada, la apagan y guardan el resto para otra ocasin. Como los regalos de pipas son raros, los indios las fabrican ellos mismos, haciendo una buena imitacin tallada, con cuchillo, en un pedazo de madera excavada con un alambre de hierro al rojo. La organizacin social. Todo lo que se conoce de la vida antigua y actual de los alacalufes no evoca, a

primera vista, ninguna sociedad muy estructurada. Es posible que esta ltima fase desorganizada de su vida no tenga mucha relacin con las antiguas estructuras. No se puede casi hablar de sociedad al referirse a esta reunin artificial creada en Edn desde fuera, a esta agrupacin que, junto con desaparecer, se desmembra y rompe con la tradicin. Un parte de los alacalufes no tiene otras relaciones con el grupo que el lenguaje y la pertenencia, pero no se sienten ligados a l. A pesar de todo, es posible que los despojos recogidos acerca de la sociedad alacalufe no sean slo el producto de la disgregacin, sino tambin el reflejo fragmentario y a menudo incomprensible de una organizacin muy antigua. La agrupacin fundamental, la unidad bsica del grupo, es la familia, en sentido estricto, cuyos lazos se fundan en la consanguinidad real, y cuya cohesin est asegurada por la subordinacin de los miembros a la autoridad del jefe de familia que, por su vigor fsico, impone su voluntad a su o sus mujeres, a su descendencia menor y a los ascendentes, que son puestos bajo su guardia. Actualmente, no hay por encima del jefe de familia ningn jefe de grupo y parece que ha sido siempre as. Hace cerca de dos siglos, en el diario de bitcora de la Santa Mara de la Cabeza, se seala que nada entre los indios "denota subordinacin, comando o superioridad". Esta ausencia de jefe es igualmente mencionada por Darwin. El grupo actual est formado por la simple yuxtaposicin de familias independientes. Ninguna autoridad viene a interponerse entre el grupo y las familias. A consecuencia de la cohabitacin voluntaria o accidental de varias familias en un mismo lugar, se crean relaciones ms o menos complejas, pero stas son voluntariamente aceptadas y no impuestas. Por simple decisin de su jefe, cada familia puede recobrar su independencia cuando quiera ir a establecerse a otra parte. La autoridad del jefe de familia se aplica directamente, sobre todo, a la mujer. La violencia es escasa, pero algunas veces estallan querellas y llueven los golpes por motivos tan insignificantes, como la prdida de una aguja. Por el contrario, los hombres no parecen mostrar autoridad para impedir las infidelidades de sus mujeres con los loberos. Por lo dems, se las arreglan para obtener algunas compensaciones y estn dispuestos a todo si la moneda de cambio es una botella de alcohol. La autoridad incumbe al jefe de familia mientras conserva las fuerzas necesarias para las excursiones en canoa. En caso de vejez o enfermedad prolongada, se pone bajo la proteccin de uno de sus hijos o bajo la del algn otro grupo amigo. Algunos ancianos, muy fastidiosos, pueden ser puestos al margen por su grupo familiar, cuando son elementos de trastorno o de disputa, por ejemplo cuando sus gemidos o sus discursos durante sus insomnios impiden dormir a los dems, o cuando se hacen demasiado irritables. Se les construyen chozas aparte, suficientes para una sola persona. El viejo o la vieja expulsado del grupo puede, sin embargo, obtener lea o alimento de las personas con quienes viva anteriormente. A veces alguna mujer, sobre todo una mujer soltera, si no puede entenderse con otra mujer de la choza, construye su propia vivienda, donde vive sola, por lo menos durante algn tiempo. La vida familiar, tal como la sobrellevan los alacalufes actuales, no est ya regida -cosa que, por lo dems, se repite en la mayora de los cactos de su existencia- ni por las creencias ni por la tradicin. En lo que concierne al matrimonio, no queda ningn vestigio de las ceremonias que deban de existir en otro tiempo. Esta desaparicin debe de ser de antigua data, y la memoria de los antiguos, que es la nica fuente de informaciones
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sobre los restos de la vida tradicional del grupo, no ha conservado huellas. Durante el perodo 1946-48, la mayora de las uniones entre jvenes se ha efectuado, en el campamento de Edn o en el curso de largas excursiones de caza, sin ningn acto pblico. Las visitas del joven a la choza de los padres de la muchacha se transformaban, en un plazo ms o menos largo, en cohabitacin definitiva en esa misma choza, si el entendimiento con sus padres no presentaba dificultades. Tal era el caso ms frecuente. El da en que surga algn diferendo, o, bien, simplemente, por razones de convivencia personal, el marido llevaba a su mujer a la choza de sus propios padres. Muy raras veces, al comienzo de su unin, la pareja se separa de los grupos familiares. La vida entre dos es difcilmente practicable, mientras no hay nios en edad de proporcionar una ayuda eficaz a sus padres. En efecto, se necesitan varias personas para maniobrar la canoa. Por eso los nuevos cnyuges se unen a uno de sus grupos familiares o aun a un grupo extrao. Una sola ves se efectuaron preparativos que podan parecerse a una ceremonia de matrimonio. El hecho no tena ningn carcter pblico y concerna solamente al grupo familiar de la joven. Se trataba del matrimonio de un joven de 17 aos y de una muchacha de ms o menos la misma edad. Esta haba vivido durante un tiempo con un grupo de loberos y haba vuelto embarazada al campamento de Edn. Se instal de nuevo en la choza de sus padres: su madre viva con otro hombre, pero bajo el mismo techo que su antiguo marido. Desde la llegada de Kayekyo al campamento, Lucho comenz sus asiduidades. Al cabo de algunos das, barri completamente la choza de los padres de ella, puso en orden las pieles que cubran el suelo, renov la cama de ramajes de todos los ocupantes. Despus de eso, se instal definitivamente1 . Lmina XV

32. Canoas alacalufes.

33. Cobertura de la choza: pieles de focas, sacos, vestidos, planchas metlicas. Lmina XVI

1 Los dos jvenes murieron dos aos despus: Kayekyo de un ictus hemipljico y Lucho a consecuencia de una breve enfermedad acerca de la cual no pudimos obtener noticias. En 1948, Lucho haba sido enviado a Santiago a hacer el servicio militar. Muri poco despus de volver a Edn. Los Nmades del Mar en Libros Biblioteca Territorio Recursos Ser Indgena http://www.serindigena.cl/territorios/recursos/biblioteca/libros/f_nomades.htm

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34. La choza en la nieve.

35. Campamento alacalufe en un da de invierno.

En el estado actual de las cosas, el asentimiento de los padres de uno u otro cnyuge no es tomado en cuenta. El joven escoge l mismo a su mujer y trata de hacerse aceptar por la familia de sta. Puede suceder, y el caso se produjo en varias oportunidades, que la joven rechace los avances de su pretendiente. En este caso, nadie trata de influir sobre su decisin ni de obligarla a aceptar. Ella es libre para elegir. Como en todos los actos de su existencia, desde la primera infancia, los nios son absolutamente libres y ninguna orden o coaccin de los padres interviene en su vida, con un carcter absoluto que exija obediencia. Ciertamente, puede producirse una falta de entendimiento entre los suegros y la pareja. En este caso, la pareja resuelve la dificultad yndose a vivir en otra parte o agregndose a otra familia no muy numerosa, o adoptando a algn aislado que no pida otra cosa que afiliarse a un grupo. Estos aislados son, en general, viudas o jvenes que no han sido aceptados por las mujeres o alguna mujer abandonada por su marido. Existen, en el pequeo grupo de los ltimos alacalufes, algunos abandonados, a quienes se denomina a menudo con el trmino espaol botado, adoptado en el vocabulario alacalufe, desdeados por las mujeres o que no han sabido conservar la suya. Estos viven con una familia o con otra, y estn siempre dispuestos a arreglrselas con alguna pareja que se halla en dificultades. La estabilidad de las uniones es muy variable. A menudo, tras un perodo ms o menos largo de vida comn, las parejas se separan. Generalmente, es el hombre quien, hallando otra mujer a su gusto, se v a vivir con ella. Sucede que el marido de esta ltima, aunque frustrado, se preste a la transaccin, y en este caso, todo pasa normalmente. La mujer abandonada y el marido bonachn cansado no tienen ms que agregarse a algn grupo de su eleccin, si desean vivir solos, o actuar como mejor les parezca. Si, por el contrario, un hombre est profundamente amarrado a su mujer, se opondr a su partida por todos los medios y estos pueden llegar hasta el asesinato del nuevo pretendiente demasiado audaz. Cuando una mujer no puede librarse de la tutela de su marido para seguir a otro hombre que desea vivir con ella, les queda a los dos cmplices el recurso de la fuga clandestina. Durante meses, no reaparecern en el campamento, por precaucin contra posibles represalias. Suele suceder, tambin, que un hombre, al cabo de cierto tiempo de vida comn, abandone a su mujer y vuelva por su entera voluntad a la vida de soltero. Cuando hay separacin, bajo cualquiera forma, los nios siguen con su madre. Sin embargo, en el pequeo grupo de un centenar de personas que formaban el ltimo de los campamentos alacalufes, la mayora de las parejas de edad eran uniones estables, que a veces databan de varias decenas de aos, lo no impeda, por lo dems, que se admitiesen algunas licencias pasajeras de una y de otra parte. a veces la mujer iba de visita a los campamentos de loberos y el hombre, si tena la posibilidad, hallaba, por su lado, algunos consuelos. Mientras tales relaciones no fueran sino pasajeras, mientras no adquirieran el carcter de una fuga o no se prolongaran demasiado, no afectaban a la estabilidad de la pareja. la edad del matrimonio se sita hacia los 15 16 aos para los muchachos y 13 14 aos para la mujeres, es decir, para los unos y los otros, un ao despus de la pubertad. Esta empieza entre los muchachos,

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en la medida en que nos pudimos dar cuenta, hacia los 14 aos, tal vez un poco antes. Desde esta edad dejan de andar desnudos. Entre las muchachas, la pubertad tiene lugar hacia los 12 13 aos. Las relaciones sexuales empiezan muy pronto entre los muchachos, hacia los 14 aos, y tienen, generalmente, como pareja a muchachas de ms edad, pero nunca muy jvenes. Estas ltimas, mucho antes de la pubertad, han sido ya partenaires de los botados o de los hombres que han roto su matrimonio. Aunque la homosexualidad no parezca habitual, hemos podido comprobar, sin embargo, varios casos de relaciones de hombres que han roto su matrimonio, con muchachos. El matrimonio y todas las relaciones sexuales entre hermanos y hermanas y primos hermanos, padres e hijos, probablemente en lnea materna, tanto como en lnea paterna, estn prohibidos, pero el grupo era ya tan pequeo, que es imposible extraer conclusiones generales de las observaciones que se hicieron. Por lo dems, todo lo que se relaciona con el matrimonio gira en un grupo minsculo, en el cual, desde hace tiempo, las posibilidades de combinaciones son muy reducidas. En consecuencia, el estado actual de las cosas puede no corresponder a las instituciones del pasado. Segn lo que dicen los antiguos alacalufes, la poligamia parece haber sido la regla general, por lo menos en la medida en que tal estado de cosas era posible. Cada uno de los ancianos de Puerto Edn y sus ascendentes de la generacin anterior, han tenido dos mujeres simultneamente y tres en un solo caso. La poligamia era objeto de consideracin, pero cierto nmero de hombres eran, por necesidad, mongamos y otros permanecan solteros. En 1946, la poligamia haba desaparecido del grupo, espontneamente, sin que este hecho se pueda imputar a la breve estada de dos semanas de un misionero en Edn. En 1953, la poligamia hizo una cierta reaparicin en el grupo, pues se presentaron dos casos: uno era el de Lautaro Wellington, ex suboficial de aviacin, que en su calidad de jefe se adjudic tres mujeres, y el otro era el de una familia cuyo jefe recogi a la mujer de su hermano menor despus de la muerte de este ltimo. La poligamia corresponda siempre a una cierta superioridad, fuerza fsica o habilidad, por ejemplo. Los polgamos de otro tiempo haban logrado imponerse en el grupo. Todava se habla de ellos con admiracin, designndolos, no por su nombre indio, sino por el nombre que les haban dado los blancos, Santiago Grande, por ejemplo. En cambio, la situacin del botado, el que nunca logr tener o conservar mujer, corresponda a los ms enclenques, a los enfermos, a los torpes. Entre ellas, las mujeres se burlan de estos hombres pero con una especie de conmiseracin. El ocupa, ciertamente, su lugar en el grupo, pero reducido y sin prestigio. Su estado deficiente es para l un estigma del que ni siquiera trata de librarse. Acepta su estado de inferioridad y se satisface de su condicin menor. Por lo dems, los otros lo dejan tranquilo. Ocupa su sitio en una choza, sea con sus padres, de edad avanzada, al lado de los cuales sigue como un nio, o bien se las arregla con algn matrimonio de su conveniencia que le ofrezca hospitalidad y en cuya vida participa, pero sin autoridad ninguna. El matrimonio confiere al hombre un estatuto social nuevo que lo libera de la sujecin a sus padres. En adelante tiene la posibilidad de vivir independiente, es decir, de tener su propia canoa, de adoptar decisiones de partida y de campamento cuando le parezca. Si lo desea puede vivir por un tiempo con otra familia, con sus padres o con los de su mujer, junto con conservar su libertad, mientras se construye su canoa. La posesin de la canoa confiere al individuo su independencia absoluta, mucho ms que la construccin de la choza personal. La joven pareja puede vivir con cualquiera de su eleccin que consienta en albergarla, con tal que aporte su contribucin de cueros de foca para cubrir la choza. Si sta es insuficiente para albergar a dos nuevos ocupantes, la agrandan. El da en que los nuevos ocupantes deciden hacerse a la mar, vuelven a tomar sus pieles, las ponen en su canoa para el prximo campamento y los que se quedan reducen las dimensiones de la choza, de modo que sus propias pieles bastan para recubrirla. Pero, mientras no haya logrado construir su canoa, el recin casado se pone, necesariamente, bajo la tutela de otro jefe de familia. La construccin de la canoa y de la choza personales se acompaa, necesariamente, de la adquisicin de perros.

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El tchas. En los archipilagos, el conflicto del hombre y su ambiente es, por cierto, ms arduo que en muchos otros sitios del mundo. El indio de los canales extrae de este medio la totalidad de su subsistencia, segn un modo que le es propio y es bien evidente que el conocimiento que el blanco puede tener de ese medio, aun cuando lo conozca perfectamente, es muy diverso al de los indios. Por lo dems, para el indio el conocimiento de su ambiente incluye una especie de personalizacin de los elementos de ese medio. los guijarros de la playa no son simples pedruscos, sino algo que no puede mover a voluntad, o mezclar a otros elementos, tales como el fuego, sin arriesgar los castigos de Ayayema. El peligro de los vastos pantanos, que es preciso atravesar para ir a cazar huemules en la montaa no reside en el hecho de que se trate de un terreno inestable que puede hundirse bajo el peso de un hombre, lo que, con un poco de habilidad, se puede evitar fcilmente, sino en la presencia de espritus subterrneos, de los cuales no es posible defenderse. El medio est mucho ms directamente ligado al hombre y su conocimiento es mucho ms complejo que lo que se puede imaginar desde fuera. el indio vive all en una participacin ms total que cualquier otro ser extranjero a los mismos lugares. Las ocasiones de defenderse contra el medio son mucho ms complejas y ramificadas que lo exigira la simple bsqueda de subsistencia. En este gnero la sociedad en que la divisin del trabajo, excepto la divisin sexual, prcticamente no existe, y en que el saber vital del grupo es exactamente igual al saber del individuo, la existencia de ste depende mucho ms del ambiente que de los otros hombres. En teora, las nicas relaciones sociales obligatorias existen en el interior de la familia. En el hecho, ellas son reforzadas, durante la cohabitacin espontnea en un mismo lugar, por una serie de trueques, sea bajo forma de cooperacin que une las fuerzas fsicas de varios individuos para un trabajo, sea bajo la forma de l transmisin de individuo a individuo de objetos materiales, como alimentos o vestidos, sea todava por el libre uso de lo que pertenece al vecino, especie de fondo comn de los medios de subsistencia, para la duracin del vnculo territorial que se forma entre varias familias. Aislada de nuevo, cada familia recupera su independencia y no conserva sino sus relaciones, obligaciones y dependencias hacia el ambiente. Existe en el interior del grupo, y de una manera ms precisa, entre las diferentes familias que acampan en un mismo lugar, una serie de ofrendas, llamadas tchas, a las cuales cada uno se somete espontneamente. Se ofrece, se da (tal es la traduccin de la palabra tchas, ofrenda, ddiva, intercambio), aunque no hyanla que esperar en trueque por el momento. Se trata, ante todo, de un acto gratuito, un acto de correspondencia, de participacin entre los individuos o las familias del grupo del momento. Por ejemplo, el alimento es repartido entre todas las familias del grupo sin que el que lo proporciona sea objeto de un reconocimiento especial por el esfuerzo o el trabajo que le ha costado. Es el tchas colectivo, al cual cada uno, segn las circunstancias, se somete libremente y que admite por beneficiarios a todos los miembros del grupo provisional. Ya Darwin haba sealado este espritu de participacin: "Cuando se da a uno de ellos un pedazo de tela, la despedaza, para que cada uno tenga su parte". Existe tambin un tchas individual, trueque o regalo, de individuo a individuo, sin reciprocidad inmediata, ni aun necesariamente intercambio posterior de valor igual con la persona que ha hecho el regalo. El beneficiario no est obligado a una ddiva equivalente hacia quien lo ha gratificado ni hacia alguna otra persona del grupo. No existe plazo fijo para cumplir con la reciprocidad de un tchas. Basta que cada uno se integre en el ciclo de los cambios en el interior del grupo, corresponda en la medida de su eleccin con otro y de algn modo acepte participar en la vida del grupo. El tchas se manifiesta tambin por lo que se podra llamar el espritu de visita y se halla en la base de un continuo ir y venir de unos y otros durante el da, cuando se dirigen a las chozas vecinas

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para charlar, comer y dormir. Bajo esta forma, ahora un poco tosca, parece cierto que el tchas es el vestigio de una institucin que en otro tiempo era mucho ms importante1 . La vida de relacin entre alacalufes y chilotes no presenta ninguna dificultad particular. Por su gnero de vida, los dos grupos estn muy cerca. Los chilotes se sienten ms prximos a los indios que a los blancos. Los loberos entran casi en el crculo del tchas y suele ocurrir que los indios les lleven espontneamente mariscos o les proporcionen lea para su campamento. Pero se producen tambin a menudo verdaderos intercambios, en los cuales los alacalufes desempean con frecuencia el papel de vctimas. Los chilotes saben a las mil maravillas hacer espejear ante los ojos de los indios ciertas posibilidades de trueque, un fusil viejo corrodo por el agua de mar o harina, contra pieles de nutria o de foca. A veces el negocio es exorbitante: veinte pieles de nutria contra un fusil viejo fuera de uso y para el cual no es posible obtener municiones. Los alacalufes se preocupan poco de la contraparte, con tal de tener una satisfaccin. Las relaciones con los blancos son de muy otra naturaleza. No son ms que una simple yuxtaposicin y no implican ninguna participacin real. El indio se coloca momentneamente bajo la dependencia del blanco, hasta que haya obtenido de l lo que desea, o de una manera de aprovechar lo que l dejar a su partida. Pero su primera actitud es la desconfianza y su intencin ms ntida es siempre recobrar su independencia apenas haya alcanzado el fin que persigue. Las ocasiones de trfico con los blancos son bastante limitadas, pues stos frecuentan poco los archipilagos. Fuera de los pasajeros y de las tripulaciones de los barcos que hacen escala en Puerto Edn, esta posibilidad es prcticamente nula. Desde hace ya mucho tiempo las mujeres preparan por adelantado una cantidad de pequeos canastos de juncos, que regalarn como recuerdo a los pasajeros a cambio de cigarrillos, vestidos y an rouge para los labios. Bruscamente, hacia 1947, apareci una nueva moda, la de botellas recubiertas con cestera de juncos. Es probable que no nos hallemos ante una innovacin espontnea, sino ante la respuesta a un encargo y a explicaciones y botellas suministradas por los marinos. La moda de las botellas no tuvo sino un tiempo, pues los pasajeros prefirieron los pequeos canastos que tenan un aspecto de recuerdos indios ms autnticos y ms personales. En 1953, las botellas rodeadas de cestera haban desaparecido completamente, pero fueron reemplazadas por minsculas canoas de cortezas, aproximadamente de las mismas formas y dimensiones que los que los yaganes ofrecen a los viajeros del Canal Beagle, pero de un trabajo mucho ms ordinario. Trtese de cestas, botellas o canoas en miniatura, son las mujeres quienes se encargan de la confeccin y del comercio a bordo. Los hombres se presentan con las manos vacas. Las mujeres, en espera de la prxima visita de un barco tienen tambin una pequea provisin de mariscos que les servirn como moneda de cambio. En 1948, el uso del dinero era an ignorado de los alacalufes. En cambio, en 1953, los hombres pedan claramente dinero o alcohol, a cambio de pieles de nutria o de foca. Estas proposiciones eran clandestinas y se hacan en los pasadizos del buque o en los puestos de la tripulacin, y con marinos muchas veces encontrados antes. Los loberos fueron los instigadores de este nuevo sistema de cambio. Ellos actan a veces como intermediarios en favor de los indios o controlan el producto de la venta. Como el negocio de los chilotes, desconfiados por naturaleza, est siempre rodeado de misterio, los alacalufes jvenes actan del mismo modo.

1 Institucin ciertamente muy antigua, que se prolong, intacta cerca de tres siglos. El filibustero Jean de la Guilbaudiere, nufrago durante alguno meses probablemente en el archipilago de la Reina Adelaida, cuenta que en las chozas de los indiosel de ms edad reparte los mariscos cocidos y "cuando han matado algn animal o pjaro o pescado peces y mariscos, se lo reparten entre todas las familias, teniendo nosotros la ventaja de que no tienen casi nada sino en comn en lo que concierne a la subsistencia". Cf. GABRIEL MARCEL: Les Fugiens a la fin du xvii sicle; Congres Internacional des Amricanistes. C.R. 8 sesin, Paris, 1890, p.485. Los Nmades del Mar en Libros Biblioteca Territorio Recursos Ser Indgena http://www.serindigena.cl/territorios/recursos/biblioteca/libros/f_nomades.htm

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CA PTULO AYAYEMA,

OCTAVO

EL ESPRITU DEL MAL

Los fenmenos religiosos sobreviven entre los alacalufes en actos materiales que en otros tiempos les servan de soporte y que se hallan hoy considerablemente alterados. Vida mental, probablemente, autntica entre los ms antiguos del grupo, instituciones truncadas, religin muy disminuida que no se expresa ya sino por retazos de los antiguos ritos, forman actualmente los elementos confusos de que dispone el observador. La dificultad consiste, primero, en descubrir los hechos que tengan relacin con estas creencias religiosas moribundas, en determinar en la vida cotidiana la parte cubierta por lo sagrado, empresa difcil en una sociedad en la cual de lo sagrada que, por decirlo as, ha perdido su vida, no subsisten ya sino algunos actos materiales que cierto nmero de individuos transgrede y que otros continan observando. A veces la transgresin es voluntaria, mediante ciertos subterfugios, y, a veces, es inconsciente. Es probable que en la vida de los actuales alacalufes la parte de los fenmenos religiosos no represente sino un fragmento, inorgnico y bien leve, de lo que era en otro tiempo. La ausencia de figuraciones y de smbolos dista mucho de favorecer a la investigacin. Aun cuando las respuestas sean completas y de buena fe, no pueden dar sino una visin fragmentaria de los fenmenos religiosos. Mas bien a menudo el informador eludir las preguntas o se negar a responder, movido por una especie de vergenza. Los pocos restos de obligaciones religiosas se observan secretamente y slo por los ms antiguos. Los cantos, danzas y mmicas son, a los ojos de los propios indios, cosas proscritas que no haran sino excitar la mofa de los blancos: es preciso, pues, abandonarlos. Slo despus de largos meses de frecuentacin se pueden exhumar de la memoria de los de ms edad, que son los nicos en conocerlos, los pocos cantos que no han cado an en el olvido. Los ritos positivos son raros. No se manifiestan, y eso no siempre, sino en los casos de extremo peligro o de muerte, y su significacin profunda escapa aun a los interesados. En cuanto a los ritos negativos, las interdicciones, no son siempre fciles de descubrir. Su observancia es tan sutil que pueden pasar por simples actos de la vida corriente. Cmo reconstituir en estas condiciones un conjunto de creencias casi completamente olvidadas? Los fueguinos, y los alacalufes en particular, han conocido en otro tiempo un sistema totmico? En todo caso, tal sistema ha desaparecido, y parece que desde hace largo tiempo. Sin embargo, uno se pregunta cmo explicar esta especie de culto difuso del zorro, que se traduce en cantos y en una atencin particular por este animal, o ciertos ritos que consisten en romper un arpn para focas en la espalda de un enfermo, en picar la cuerda de pescar en pequeos pedazos, en ponerlos al fuego y hacerlos tragar, quemantes, por el paciente. Con la mejor voluntad del mundo, los alacalufes son incapaces de dar una explicacin de esos ritos completamente aberrantes. Las fiestas de iniciacin han desaparecido sin dejar huellas, aparte un vago recuerdo de detalles materiales sin valor. Slo los ritos de la muerte, que se observan slo en pequea parte, siguen el vigencia entre los alacalufes. No forman un conjunto coherente. Con toda evidencia, una parte ha desaparecido y los indios actuales zurcen formas religiosas incompletas a una vida tnica disminuida y diferente. Establecer lazos entre estas migajas es una tarea prcticamente imposible, si se quiere conservar la objetividad a los hechos expuestos en este captulo. En lugar de un sistema, presentaremos hechos yuxtapuestos, a los cuales nos esforzaremos por no dar un contenido o conexiones que no estaran de acuerdo con la realidad actual, o que iran ms all del contenido suministrado por el informante.

1.

CREENCIAS E INTERDICCIONES

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Los espritus del mal. La existencia de un ser superior bueno no tiene prcticamente lugar en la vida religiosa de los alacalufes. Se ha perdido esta tradicin, habr cado en el olvido? No podramos decirlo, pero, en el hecho, toda la existencia de los indios de los archipilagos est centrada en la presencia de un genio perverso y poderoso, antropomorfizado en las representaciones que de l se hacen. Su personalidad y su accin poseen la imagen de la desolacin de su tierra. Ayayema -tal es su nombre- es el perseguidor obstinado de cada uno de los indios. El tiene un gran poder de difusin y maniobra a su arbitrio los elementos naturales. Su dominio durante el da es el pantano, el papi. Durante la noche ronda a lo largo de las costas en la espesura del bosque. Imaginemos esas noches en los canales, intensamente oscuras, ahogadas en torrentes de agua, sumergidas por el ruido lgubre de la tempestad contra la cual el indio no tiene ms refugio que su cabaa de pieles ni otro socorro que el fuego que arde en torno suyo. Cmo podra no experimentar el sentimiento de un asalto continuo contra su propia vida! Ayayema dispone de las fuerzas naturales y, en particular, del terrible viento del noroeste, que tumba la canoa. El dispone del fuego de la choza, cuyas llamas alarga hacia lo alto para incendiarla, mientras sus ocupantes dormitan. Es l quien hace crepitar las brasas y las proyecta sobre la piel desnuda. Las enfermedades, los accidentes son producidos por sus persecuciones asiduas y personales. Cuando todo el campamento est dormido, l viene a tomar posesin de los indios, ronda en la choza desde el suelo hasta el techo. Cuando Ayayema impone su presencia malfica en los sueos, en las enfermedades, es preciso cambiar de campamento, emigrar a otra playa menos frecuentada por el espritu del mal. Ayayema tiene olor de podredumbre. Los alacalufes son muy sensibles a ciertos malos olores, sobre todo a los que provienen de la descomposicin de las materias que impregnan el suelo. Cuando el suelo de la choza empieza a desprender ciertas emanaciones, se es un mal signo y denota la visita inslita del espritu del mal. En su avance subterrneo, l ha descubierto la choza. Es, pues, necesario cambiar de campamento. Esta circunstancia no implica siempre un cambio de baha o de playa, sino, simplemente, que se vaya a establecer un poco ms lejos. Kawtcho es, como Ayayema, el espritu rondador de la noche. Es descrito como un hombre de muy alta estatura, una especie de gigante. Durante el da, camina bajo tierra, pero emerge de pronto en la noche a lo largo de las playas. Su olor de podredumbre despierta a los perros que allan y dan noticia de su temida presencia. Cuando los perros arman una algazara nocturna, Kaetcho est en la vecindad. Los indios no salen de la choza y montan guardia. Si un hombre fuera sorprendido caminando solitario por la playa, sentira de pronto las manos enormes y ganchudas de Kawtcho estrechndole la cara y vacindole los ojos, hasta dejarlo muerto. Sus dedos se recurvan en garras. No ataca sino por detrs. Es invulnerable y nadie puede escaprsele por la fuga ni dominarlo en la lucha. Su cabeza est cubierta de cabellos "duros y rectos como clavos" y tocada con un bonete "duro como hierro". De su frente emergen dos cuernos igualmente "duros como hierro". En su pecho, dos luces que l enciende y apaga a voluntad sirven para guiarlo en su camino cuando l emerge sobre la tierra. Frecuentemente, en las negras noches de tempestad, los alacalufes, los viejos y a veces los jvenes, pretenden haber divisado las dos luces de Kawtcho. Otro espritu, menos daoso que Ayayema y Kawtcho, es el que ronda en la cima de las montaas y los glaciares. Tal es Mwono. El no abandona sus dominios y su accin no se ejerce sino contra los intrpidos que se aventuran cerca de los glaciares, en el fondo de los fiordos. Mwono es el espritu del ruido. Es l quien precipita con gran estrpito las avalanchas y hace deslizarse a lo largo de las pendientes pedazos enteros de montaas, que arrastran a rocas y rboles. Sobre todo, las turberas son las mansiones de los espritus malficos. Hay que acercarse a ella con muchas precauciones. Sobre todo, si est solo, el indio no se aventura sin aprensin por esos espacios desnudos donde, por encima de un lquido gelatinoso, flota un tapiz de hierbas speras que se hunde peligrosamente a cada paso. Este tapiz engaoso est roto en algunos sitios, por donde aparece el magma subyacente, en el cual nadan nubes de algas algodonosas. Si se hinca all una prtiga ms alta que un hombre,
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desaparecer sin la menor resistencia. Sobre una superficie oscilante a cada paso, se necesita caminar con precaucin y rapidez, fijar por adelantado puntos de apoyo ms firmes sobre excrecencias formadas por la acumulacin de musgos. Cuando, durante sus salidas a la montaa a la caza del huemul, un indio se ve obligado a pasar por ah, el pensamiento de Kawtcho lo acompaa, o el Ayayema, que podran emerger tras l, en un relente de podredumbre, y arrastrado para siempre a travs de una desgarradura del tapiz vegetal. Nada debe, pues, revelar la presencia humana, que no debe estacionarse en este dominio maldito sino el tiempo necesario. Hay que caminar sin descanso, no manifestarse encendiendo el fuego, o, simplemente, alumbrando un cigarrillo. En el extremo norte de la Siberia oriental existen tambin tundras pantanosas, cerca de los montes TasHaiakh-Takh. Una creencia de los iakuts y tunguses, que se refiere a ellas, se acerca mucho a la de los alcalufes. "El mundo animal evita esas tundras turbosas llamadas de engullimiento, lo mismo que el hombre. Toda vida parece all extinguida. Los tunguses y los iakutas estn convencidos de que las vastas mansiones de "taion cheitan", del prncipe del infierno, se hallan bajo ese tapiz engaoso, y en tales lugares se desarrollan los relatos de sus leyendas"1 . Los sueos y los presagios. No es casi posible, en el estado actual de las cosas distinguir, entre los actos de

la vida de los alacalufes, los que estn sometidos a un pensamiento religioso de los que no lo estn. Slo algunos acontecimientos de su vida conservan manifiestamente huellas de vida religiosa, aisladas, no integradas a un sistema. Se trata, sobre todo, de los que se relacionan con la enfermedad, la muerte y la vida en el Ms All. La muerte es el gran problema, pero la actitud ante ella es toda de pasividad y aceptacin. Slo sus sntomas, an lejanos, son objeto de ansiedad: sueos, presagios, alucinaciones o los sntomas ms benignos de la enfermedad. En este dominio no hay distincin entre viejos y jvenes. Estos ltimos se ligan al pasado. Aunque no creen ya en los sueos, en la presencia de los antepasados en su vida y en Ayayema sino de una manera muy confusa, estn atentos a lo que en su organismo pueda revelar cualquiera falla, por mnima que sea. El corazn es considerado como el rgano de la vida. La regularidad de sus pulsaciones es un sntoma del buen funcionamiento del cuerpo. Cuando se produce una palpitacin ms sensible o dolorosa, se trata de un presagio de muerte. El indio dice que su corazn salta. Se crispa de sbito, retiene su respiracin. Se quedar en una actitud lgubre y aplastada en el rincn del fuego, pensativo e inmvil, hasta que una diversin le haga olvidar la advertencia y lo introduzca de nuevo en su vida normal. Todos los dolores internos son interpretados de la misma manera. La mayor parte del tiempo son reales y corresponden a las deficiencias de que hemos hablado antes. Es posible que sean las numerosas muertes que diezman a la actual poblacin alacalufe la causa de este estado de hiperansiedad. La especie de letargo, hecho de inaccin, de semisueo perpetuo y de ensueo, la monotona de los das, la inclemencia prolongada del tiempo (que es el principal elemento de la vida indgena), contribuyen a crear un ambiente favorable a la continua auscultacin del propio cuerpo, al hbito de espiar todas las anomalas reales y de suponer otras. No se trata de una actitud individual. Toda la colectividad cae a la vez en esa actitud de tristeza o de desesperacin que se crea durante los interminables perodos de tempestades, de lluvia y de das sombros. Que se sobrevenga un da de calma y de buen tiempo, una partida de caza o el paso de un buque, y esa atmsfera de terror aplastante o de tristeza termina por un tiempo. Mucho menos dependientes de un clima en cierto modo externo, los sueos son la relacin directa con otro mundo. No representan un trastorno pasajero, sino una premonicin de un peligro amenazante, enfermedad o muerte. Estos sueos significan la visita nocturna de los muertos del grupo que, de esta manera, vuelven a entrar en el mundo de los vivos. En el momento de su deceso se haba intentado separarlos del grupo, dotndolos para su vida en el Ms All de lo que le era necesario; quemando y dispersando todo lo que les haba pertenecido, para cortarles el camino de vuelta entre los vivos. Cada uno de estos sueos, en el cual acta un
1 E. W. PFIZENMAYER: Los Mammouth de Sibrie, 1939. Los Nmades del Mar en Libros Biblioteca Territorio Recursos Ser Indgena http://www.serindigena.cl/territorios/recursos/biblioteca/libros/f_nomades.htm

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padre o un conocido, es una intromisin en el mundo de los vivos, tanto ms peligrosa cuando la aparicin est ligada al sujeto del sueo por lazos de parentesco o de amistad. Amigo se traduce por kotchalakso, el que va con. La presencia del amigo, del pariente en el sueo, significa que ser preciso "ir con l" por el reino subterrneo de Ayayema. El muerto no se resigna a su soledad. Tiene necesidad de la ayuda de sus conocidos y en la noche viene a tratar de apoderarse de ellos. El poder del muerto es ms fuerte que la resistencia del vivo. La advertencia debe de ser tomada en consideracin. Marca un fin tanto ms prximo cuando ms repetidas son las intervenciones del difunto. Las noches en la cabaa indgena dejan a veces una alucinante impresin de terror. El sueo es entrecortado por quejas, gemidos y llamados, por despertares huraos de seres aterrados. Es preciso evitar con cuidado todo lo que recuerde la vecindad perniciosa de los muertos. Evidentemente, no se trata de acampar en un sitio prximo a una sepultura. Este sitio est definitivamente proscrito. Tampoco hay que llamar la atencin del muerto, pasando demasiado cerca de la grieta de rocas, en la cual hay un cadver disecndose en su envoltura de pieles de foca. Todo lo que est asociado a la muerte es de mal augurio: el jote que pasa por haberse rellenado de carne humana, la noche que sorprende al indio solitario y que envuelve a todos los muertos, el claro de luna que alarga las sombras, los gritos de las aves nocturnas. Cuando la wauda viene a posarse en el borde de la canoa y lanza ante las cabaas su grito siniestro, cuando el gran bho de Magallanes ulula en la noche, los alacalufes oyen las llamadas de un muerto. La creencia de los mensajes del Ms All es acaso la ms viva de las creencias de los alcalufes. Ellos consideran siempre que estn unidos a sus muertos. Su desaparicin progresiva y cierta no es, por lo dems, extraa a la atencin particular que consagran a estos mensajes de los difuntos, que son a menudo seguidos por la partida de uno de los vivos. Ya no tienen actualmente nociones claras sobre la vida de los muertos en el otro mundo. Solamente saben que actan en nombre de Ayayema. Un hecho recientemente acaecido ha provocado un gran trastorno en sus espritus. Cuatro indios se ahogaron, en 1953, en el fiordo Baker. Algunos das despus se hall su chalupa vaca y el cadver de una de sus vctimas, un muchacho de 14 aos, botado en una playa. Al lado del cadver, una gran foca pareca montar guardia. Ante este cuadro, los indios fueron presa del terror. Esta especie de aparicin reaviv en aquellos en quienes estaba flaqueando la nocin de las relaciones con el Ms All. Los tabes. Aunque numerosas, las interdicciones no son siempre observables, por ser muy grande la similitud entre la manera como son respetadas y simples gestos naturales. Conciernen principalmente a la alimentacin que proviene del mar y a todo lo que a sta se refiere. El consumo de ciertos mariscos, que forman el fondo alimenticio de los alacalufes, est sometido a algunas reglas y restricciones. Las diferentes especies de choros, cholgas y, en la medida en que se consumen, los quilmahues, no deben jams comerse crudos. Las machas y los erizos pueden consumirse crudos el mismo da en que han sido pescados, pero deben cocerse desde el da siguiente. Las conchas no deben ser arrojadas al mar. Las conchas de machas y de erizos que han sido consumidos crudos no deben ser arrojados al fuego. Las de erizos son recogidas cuidadosamente en un canasto o una caja y alguien va a botarlas lejos de la choza. Lo mismo deba de ocurrir hace algunos milenios, pues en ciertos sitios arqueolgicos se hallan an las conchas cnicas de las machas apiladas unas sobre otras. Ninguna concha es arrojada voluntariamente al mar. Son vaciadas hacia la pendiente por la puerta de la cabaa. Por no haberse dado cuenta de estas observancias, el guardiamarina Byron, nufrago desde haca varios meses en los archipilagos (1741), suscit involuntariamente la clera de una familia de indios a la cual se haba unido con la esperanza de llegar a Chilo. Mientras coma machas, arroj las conchas al mar. Al ver eso, los indios estuvieron a punto de echarlo al agua, canoa abajo. Despus, actu prudentemente, imitando a sus

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huspedes, que amontonaban las conchas en el fondo de la canoa y, una vez en tierra, las llevaban hasta ms arriba de la marca de las altas mareas. Aun en nuestros das, cuando un fragmento de concha de erizo cae al fuego, se apresuran a sacarlo, aun con los dedos, al precio de quemarse. La transgresin de este tab, como de todos los otros, se paga con mal tiempo, con el terrible viento del Noroeste que pillar al indio cuando est de viaje. A este grupo de interdicciones alimenticias se agregan otras concernientes a la foca. El corazn, los pulmones y, en general, todas las glndulas y ganglios se sacan y se botan, para que los coman los perros. Los perros son tambin objetos de interdiccin. Esta prohibido matarlos y comerlos. Mas hay fciles subterfugios para transgredir la ley. Se espera que se anuncie un perodo de buen tiempo, y se lo aprovecha en matar los perros que sobran y comerlos. El riesgo de tempestad es as evitado. El hecho se ha producido muchas veces. Parece que hay una oposicin precisa entre el fuego y el mar, pero ignoramos su verdadero sentido. Numerosas son las interdicciones que de ella dependen. No se debe hacer fuego en la playa, sino ms arriba del nivel de las altas mareas. Asimismo, ninguna piedra o roca que haya estado en contacto con el agua de mar puede acercarse al fuego. No se puede verter agua de mar sobre el fuego, ni hacerla hervir. El fuego es descubierto, aun sobre la tierra firme, no debe de hacerse sino en ciertas circunstancias y siempre en pleno da, nunca de noche. Las mujeres de pesca, por ejemplo, despus de haber buceado muchas veces desnudas, pueden encender fuego en un islote para calentarse, pero, en la noche, todo fuego descubierto seala a Ayayema o a Kawtcho la presencia humana. Se trata, sin duda, en este caso, ms de una precaucin que de un interdicto. Mencionemos tambin que las armazones de cabaas abandonadas son objeto de interdiccin y que no son nunca destruidas. Todos estos hechos son prcticamente imperceptibles para un observador desprevenido y no se hallan registrados en los diarios de los navegantes. Fuera de las aventuras de Byron, no se puede citar a este respecto sino una observacin del P. Garca Mart. El vena al sur del Golfo de Penas a buscar gentiles para llevarlos a su misin de Cailln, y seala que uno de estos indios se indign cuando un espaol que acompaaba al misionero lav su poncho con agua de mar, porque eso traa mal tiempo. El indio tuvo el mismo sobresalto cuando el espaol se puso a cocer cochayuyo (gran alga laminar que se consume en Chilo), pues el mar se pondra malo. El indio se pint la cara para pedir buen tiempo. La importancia de los cabellos. Los alacalufes atribuyen cierto nmero de muertes sbitas, de otra manera

inexplicables, al hecho de haber venido alguien subrepticiamente, durante su sueo, a cortar a la vctima un mechn de sus cabellos. Al hacer tal cosa, ha adquirido poder sobre la vida del otro. Esta visita malfica puede, por lo dems, hacerse en sueos tanto como en la realidad. En nuestros das, a los alacalufes no les gusta ya usar sus cabellos largos, como en otro tiempo. Se los cortan con tijeras, y aveces, para que la operacin tenga mejores resultados estticos, piden la ayuda de un blanco. Hace algn tiempo, se los cortaban unos a otros por medio del filo del hacha, afilado como una navaja. Las guedejas, para ser cortadas, se apoyaban en un pedazo de madera que haca el papel de tajo de cocina. Para conjurar todo posible maleficio, si la operacin se desarrollaba en la propia cabaa, la persona a quien le cortaban los cabellos arrojaba un mechn al fuego. Si no, tomaba un puado y se iba inmediatamente a arrojarlos en su propio fuego. Dos siglos antes, las cosas eran ms complejas, mas el principio era el mismo: "Un tayjataf (de la isla Wellington) dice que la muerte por maleficio se produce as, pues l tuvo un hijo muerto de esta manera. Por razn de guerra o de simple enemistad, cuando se quiere perjudicar a un enemigo, se busca la ocasin, y se la encuentra ordinariamente, de cortarle los cabellos de lo alto de la cabeza cuando est dormido. Se amarra este mechn de cabellos con una fibra de barbas de ballena, y, para producir el maleficio, ante la familia reunida, el paquete de cabellos es puesto entre dos piedras y todos danzan alrededor durante toda la noche, invocando al demonio. De
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tiempo en tiempo, golpean, aplastan y agujerean el mechn y, si quieren que el sujeto del maleficio muera pronto, no cesan de danzar y de golpear. Cuando van a pescar mariscos, amarran el mechn a un alga, para que las olas lo golpeen. Cuando van a buscar lea, echan por tierra al mechn desde lo alto de un rbol, persuadidos de que el enemigo siente en su cuerpo, aunque est lejos, grandes olores y grandes fatigas, que sangra abundantemente y que, por fin, muere. . . Toda la gente que hall tiene cortados los cabellos de lo alto de la cabeza, por temor del maleficio". (P. Garca Mart. 1766-1767). Asimismo, el capitn Parker King (Fitz Roy, 1826) tuvo la ocurrencia de cortar un mechn de cabellos de la cabeza de un indio, "y ste se mostr muy ofendido por ese gesto; recuper los cabellos y los pas a su mujer que los envolvi cuidadosamente en el canasto en el cual guardaba perlas y pintura". Por el contrario, en 1842, el capitn James Clark Ross, mediante intercambio de rizos de su propia cabellera, pudo conseguir que los indios se dejaran cortar los cabellos, y mostraron aun gran satisfaccin por tener su pelo alivianado. El gesto que los indios efectan en nuestros das, quemando un mechn cualquiera de sus cabellos, se vincula, pues, a una lejana tradicin. 2. LOS RITOS DEL NACIMIENTO, DE LA ENFERMEDAD Y DE LA MUERTE Ritos y fiestas del pasado. La mayora de los ritos y las fiestas han desaparecido, y no se encuentran sino

alusiones o descripciones demasiado breves en los antiguos relatos. Entre los ritos que no estn ya en uso, pero que no han cado an en el olvido, es preciso citar algunas fiestas, que se efectuaban hace unos 50 aos y acaso an ms recientemente, pero en las cuales ninguno de los alacalufes vivientes ha participado de una manera efectiva. Se trata de una tradicin oral insospechable, pero cuyos detalles no son de absoluta certidumbre. Estas fiestas tenan lugar en las cabaas, cuando se produca algn acontecimiento feliz, como una caza particularmente fructfera, o, con frecuencia, cuando hallaban alguna ballena varada y un gran nmero de familias poda reunirse en torno a ella. Suceda tambin, pero en esto nos enfrentamos a problemas inciertos relacionados con las ceremonias peridicas sobre las cuales no es ya posible obtener detalles, que los alacalufes reunidos en gran nmero construyeran una vasta cabaa que poda contener a todos los hombres y que ellos llamaban el tchelo ayayema (la gran cabaa de Ayayema). en estas circunstancias, todos los hombres, sin duda ellos solamente, se pintaban el cuerpo de rojo, se ponan un bonete de plumas y alas de petreles, y rodeaban su cuello y sus brazos con collares y brazaletes de plumas blancas ensartadas en tiras de cuero. se pasaban carbn de lea por las cejas. Se limitaban la cara con rayas rojas, dos, simtricas, que iban desde la oreja hasta el mentn y otras dos desde la base de la nariz a la comisura de los labios. el pecho estaba adornado con anchas fajas rojas, dos en diagonal desde los hombros al esternn, y otras difusas en los pectorales, con la tercera dando vuelta por la cintura. Byron parece haber sido el nico navegante que, durante los meses que pas entre los indios, fue testigo de "ceremonias" religiosas. Desgraciadamente, sus descripciones del "salvajismo" de los indios son muy rudimentarias y l no intent en lo ms mnimo penetrar en el sentido de lo que vea. Segn l, los indgenas no tienen pocas fijas para sus ceremonias religiosas. Los antiguos comienzan la fiesta "por algunos gruidos profundos y sin gracia, que llegan gradualmente a una especie de canto espantoso", y de ah pasan a una especie de frenes. De pronto se ponen a saltar, cogen pajuelas ardiendo, se las meten en la boca y corren quemando a todos los que se les acercan. Otras veces se cortan unos a otros con conchas de choros afiladas, hasta quedar completamente untados de sangre. Estas orgas continan hasta que les brota espuma de la boca y, chorreantes de sudor, se desploman de fatiga. Cuando los hombres ya no pueden ms, las mujeres los siguen haciendo aun con ms ruido y con mayores gritos. De todo eso nada queda. Slo puede citarse un hecho que tiene tal vez relacin con fiestas antiguas. Peridicamente, en los perodos de depresin, que son propicios a la formacin de una psicosis de pesimismo
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colectivo, favorable a los sueos lgubres y a los presagios de muerte (lo que muestra, por lo dems, que el hecho no tiene relacin con la busca de excitaciones por medio del alcohol), un hombre o, ms a menudo, una mujer, declara que va embriagarse. El o ella toma entonces un cigarrillo o varios y se pone a tragar humo, vidamente, con aspiraciones cortas y rpidas. Pronto palidece, siente que sus miembros se hinchan y experimentan un vrtigo que lo invade. El paciente se derrumba, a menudo sobre el fuego, de donde los asistentes lo sacan cubierto de terribles quemaduras, a las que en una ocasin uno de ellos lleg a sucumbir. El sentido de este gesto es bien difcilmente definible. Cuando se les pone la pregunta, los indios responden: Tchetchekyuyefne kyena. "A m me gusta embriagarme". Kyuyefna significa tener vrtigo, sufrir de nuseas y, sin duda, por extensin, embriagarse, en el sentido propio del trmino. Habr que relacionar con este hecho esa especie de euforia, moderada, por lo dems, que se apodera de los indios en el momento en que maduran los frutos del canelo? Los alacalufes absorben grandes cantidades, por puados, a pesar del sabor picante, casi intolerable del fruto. Contendra un ligero alcaloide? Estamos frente a un resto de tradicin religiosa, a una sobrevivencia muy aminorada? Imposible decirlo. Actualmente el canelo no es objeto de consideracin sino por un follaje odorfico y las virtudes medicinales de su corteza, y por esa utilizacin de sus granos con el fin de producir una excitacin real o ficticia. Su uso no parece de ninguna manera legado a una nocin de lo sagrado. Tratamiento de las enfermedades. Los alacalufes agrupados en Edn reciben ciertos cuidados elementales

en caso de accidentes, cuando hay en el puesto algn militar que haga las veces de enfermero. Una pequea farmacia contiene los elementos necesarios para una intervencin de urgencia. Los indios de prestan voluntariamente a toda clase de cuidados y exmenes. Aceptan escrupulosamente los remedios que les dan, particularmente si su administracin va acompaada de un cierto ritual de asepsia, como cuando se trata de inyecciones. La facilidad que tienen de obtener, cada vez que lo piden, un cierto nmero de cuidados, no les impide abandonar su propia teraputica, a menudo en contradiccin con lo que se les ha prescrito. Continan administrndosela, adems, como una garanta complementaria de eficacia. Las heridas producidas por cortaduras o quemaduras se mantienen largo tiempo sin cicatrizar, a causa de su contacto constante con el agua. Se difunden y la infeccin se propaga rpidamente a causa del desaseo. El indio siempre se impresiona mucho por una herida que sangra y supura, aunque sea indolora. No sale de su cabaa, ni trabaja. Permanece tendido al lago del fuego, bajo sus restos de sacos y de mantas, ocupado en cuidarse. Cada uno se cura sus propias heridas, espolvoreando las ms leves con ceniza, y aplicando a las mayores remedios de origen vegetal. Los ms comunes son lquidos producidos por la maceracin en agua de plantas aromticas como la corteza de canelo, finalmente raspada por medio de una concha, y los tallos, hojas y races de una mirtcea rampante. El tabaco es tambin empleado en los mismos usos y segn los mismos procedimientos. El agua de maceracin sirve para lavar la herida y la estopa de corteza de canelo o el tabaco mojado se mantienen en aplicaciones. Si la llaga es dolorosa, o si el enfermo siente fiebre, adems de los cuidados anteriores, el miembro enfermo, pierna, pie, brazo, mano o dedo, es ligado con un garrote hecho con una tira de cuero o corrientemente con una cuerda o un tallo de esparto. Se procede de la misma manera cuando hay que tratar luxaciones, torceduras o contusiones, dolores internos sin lesin aparente, todo lo que el indio traducen su lenguaje por "sufrir de los huesos", es decir, tanto los dolores reumticos, las rigideces y anquilosis de los miembros, como cualquier dolor difuso que no llega a localizar. Todos los males del vientre, indistintamente, son tratados de una manera diversa: se muelen ortigas frescas, se calienta la pasta as obtenida, y se la aplica sobre el abdomen del enfermo. Cuando se trata de erupciones cutneas ligeramente dolorosas e infectadas, el tratamiento consiste en coger entre el pulgar y el ndice el punto doloroso, metiendo los dedos juntos en la boca y sacndolos bruscamente al
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expulsar el aire, es decir, el mal, con un chasquido sonoro. Esta tradicin es secular, pues, a fines del siglo XVIII, el narrador del viaje de la Santa Mara de la Cabeza anotaba ya que, cuando a los indios "les duele alguna parte, aplican la mano en el sitio doloroso y soplan sobre l mirando el cielo". Los curanderos. El asiento de las enfermedades ms graves, ms dolorosas, que se manifiestan con fiebre,

debilidad y abatimiento, son la garganta, o el conjunto corazn-pulmn, donde residen las funciones vitales. El tratamiento, entonces, no deriva ya de la teraputica individual, sino de los recursos del curandero, es decir, de la intervencin de otra persona, cuando, en cambio, en los casos anteriores cada uno trataba sus propios males. Un paciente del enfermo (en los casos observados se trataba siempre de una persona de edad) practica sobre la parte enferma, cuello y busto, algunas incisiones lineales de algunos centmetros de largo, grabando bastante profundamente la piel. El instrumento utilizado era la arista aguzada de una concha de choro. Actualmente se emplean tambin el cuchillo y la hoja de afeitar. La sangre que fluye de cada incisin se aspira por la boca, largamente y con fuerza. El operador permanece largos minutos inmvil, con los labios oprimiendo la piel del paciente. Se echa la sangre enferma en una concha. Esta operacin se succin se repite cuantas veces sea necesaria para recoger una cantidad apreciable de sangre. Una vez llena, la concha es depositada sobre las cenizas calientes cerca del fuego, y cuando la sangre se coagula y comienza a calcinarse, se la coloca bajo la cama del enfermo. Adems de este tratamiento, el enfermo debe baarse, "para que su corazn no salte ms", es decir, para calmar su fiebre. Al amanecer, despus de una noche agitada, se desliza completamente desnudo fuera de la choza, a pesar de la lluvia o del viento glacial. Si el mar est helado, rompe el hielo y se sumerge completamente durante algunos instantes, y despus se vuelve tiritando al lado del fuego. El uso de baos forma parte del bagaje tradicional de los indios. El P. Garca Mart seala el tratamiento que segua uno de los indios que l llev a su misin de Cailn: "Un pagano de los que trajimos se ba y entr en su choza; en seguida, su mujer se sent a su lado y empez a frotarle el pecho y la espalda. Algunas veces ella lloraba, otras veces cantaba y otras se quejaba, y otras veces, aplicndola boca sobre el hombro, aullaba, como quien se espanta de algo. Pronto lleg otra mujer, que lo ungi, impregnndolo con colo (?) en los brazos, el pecho y los hombros, acompaando a la otra con sus cantos, quejas y gritos, y el paciente haca lo mismo. Pregunt de qu se trataba y los remeros chilotes me respondieron que era un machitn para curar a ese hombre enfermo de la espalda. Entre los gritos, su mujer lo salpicaba de agua con la boca. Numerosas veces al da el enfermo se echaba al agua a nadar". He aqu otro modo de tratamiento descrito por Bougainville, que lo observ en un grupo de indios acampados en Puerto Galante. "Uno de sus hijos, de ms o menos doce aos, el nico de toda la banda cuyo rostro fuera interesante a nuestros ojos, tuvo de pronto unos esputos de sangre seguidos de violentas convulsiones. El desgraciado haba estado a bordo del Etoile, donde le dieron pedazos de vidrio y de cristal, sin prever el funesto efecto que deba seguir a este presente. Estos salvajes tienen el hbito de meterse en la garganta y en la nariz pequeos pedazos de talco. Tal vez la supersticin concede alguna virtud a esta especie de talismn; tal vez lo miran como un preservativo para alguna incomidad a la cual estn sujetos. Verosmilmente, el nio haba hecho el mismo uso del vidrio. Tena los labios, las encas y el paladar cortados en varios sitios y perda sangre casi continuamente. Este accidente produjo consternacin y desconfianza. Sin duda los indios nos hecharon la culpa de algn maleficio, pues la primera accin del que se apoder inmediatamente del nio fue despojarlo precipitadamente de una casaca de tela que le haban dado. El quiso devolverla a los franceses y, como se negaran a tomarla de nuevo, se las arroj a sus pies. Es verdad que otro salvaje, que sin duda era ms amante de la ropa que temeroso de los encantamientos, la recogi inmediatamente. El brujo tendi primero al nio de espalda en una de las cabaas y, ponindose de rodillas entre sus piernas, se curv sobre l, y con la cabeza y las dos manos le apretaba el vientre con todas sus fuerzas, gritando continuamente, sin que se pudiera distinguir nada de articulado en sus gritos. De tiempo en tiempo se levantaba y pareca tener al mal entre
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sus manos juntas, las abra de pronto en el aire, soplando como si hubiera querido expulsar a algn espritu maligno. Durante esta ceremonia, una vieja llorando aullaba al odo del enfermo hasta dejarlo sordo. El infortunado nio pareca sufrir tanto del remedio como de su mal. El brujo le dio alguna tregua, mientras iba a ponerse sus adornos ceremoniales, pero en seguida, con los cabellos empolvados y la cabeza adornada con dos alas blancas semejantes al gorro de Mercurio, recomenz sus funciones con ms confianza. aunque con tan poco xito como antes. Como el nio entonces pareca peor, nuestro capelln le administr furtivamente el bautismo. Los oficiales haban vuelto a bordo y me contaron lo que pasaba en tierra. All me dirig de inmediato con M. de la Porte, nuestro cirujano mayor, que hizo traer un poco de leche y una tisana emoliente. Cuando llegamos, el enfermo estaba fuera de la cabaa. El brujo, al cual se haba aadido otro, ataviado con los mismos ornamentos, haba reiniciado su operacin sobre el vientre, las nalgas y la espalda del nio. Daba piedad verlos martirizar a esa infortunada criatura, que sufra sin quejarse. Su cuerpo estaba ya todo martirizado, y los mdicos continuaban an el brbaro remedio con fuertes conjuraciones. El dolor del padre y de la madre, sus lgrimas, el vivo inters de toda la banda, inters manifestado por signos inequvocos, la paciencia del nio, nos mostraban el espectculo ms enternecedor. Los salvajes se dieron cuenta, sin duda, de que nosotros compartamos su pena. Por lo menos, su desconfianza nos pareci disminuir. Nos dejaron acercarnos al enfermo, y el cirujano examin su boca ensangrentada que el padre y otro indio succionaban alternativamente. Cost mucho convencerlos de hacer uso de la leche. Fue necesario probarla varias veces y, a pesar de la invencible oposicin de los magos, el padre al fin se decidi a darla a beber a su hijo. Aun acept que le regalaran la cafetera llena de tisana emoliente. Los magos manifestaban celos de nuestro cirujano, a quien parecieron reconocer por fin como un hbil hechicero. Aun abrieron para l un saco de cuero que llevan siempre colgando a un costado y que contiene su gorro de plumas, polvo blanco, yalco y otros instrumentos de su arte; pero, apenas l lo hubo mirado, volvieron a cerrarlo. Notamos tambin que, mientras uno de los magos trabajaba por conjurar el mal del paciente, el otro no pareca ocuparse sino de prevenir, por sus encantamientos, el efecto de la mala suerte que, segn se sospechaba, habramos echado nosotros sobre ellos. Volvimos a bordo a la entrada de la noche. El nio sufra menos. Sin embargo, un vmito casi continuo que lo atormentaba nos hizo temer que hubiera pasado vidrio al estmago. En seguida tuvimos lugar de creer que nuestras conjeturas haban sido justas. Hacia las dos de la maana, se oyeron desde el buque reiterados aullidos, y desde el alba, aunque hiciera un tiempo horrible, los salvajes se hicieron a la mar. Huan, sin duda, de un lugar mancillado por la muerte y de esos extranjeros funestos que, segn ellos crean, no habran venido sino a destruirlos. Jams pudieron doblar la punta occidental de la baha. En un instante ms tranquilo, volvieron a hacerse vela, pero un chubasco violento los arroj a la cuadra y dispers sus frgiles embarcaciones. Cundo se apresuraban en alejarse de nosotros . . . Abandonaron en la playa una de las piraguas, que tena necesidad de reparaciones. Se formaron la idea de que nosotros ramos seres malficos, la infancia . . . ". Existe an ahora en el grupo alacalufe un cierto nmero de curanderos, pero su papel no supone honores ni privilegios. El ceremonial y los adornos han desaparecido y los cuidados se limitan a la pocas manipulaciones descritas ms arriba. 1 El paso de la vida a la muerte. El problema de los ritos que se refieren al nacimiento, a la enfermedad o a la muerte entre los indios de los archipilagos de Magallanes son difciles de abordar. En los casos ms simples, la observacin directa de los hechos es suficiente. Cuando las enfermedades o las heridas son benignas, la eficacia de los gestos se adivina fcilmente y el fin curativo es visible. Sea eficaz o no, comprendemos el sentido de la aplicacin de tal o cual decoccin vegetal sobre una herida o una cortadura. Pasado este grado elemental, es claro que un simbolismo, es decir, el mundo del mito, entra en juego. La simple observacin es, entonces,
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pero,

quin no les perdonara su resentimiento en semejante coyuntura? Qu

prdida, en efecto, para una sociedad tan poco numerosa, la de un adolescente escapado a todos los azares de

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insuficiente, y se hace errnea si no nos ponemos en el plano de una mentalidad afectiva cuyas relaciones nos desconciertan y se nos escapan. En lo que toca al nacimiento, el sentido de algunos ritos que son an respetados, sigue sindonos oscuro, y tenemos que consternarnos con su simple notacin. Cuando est cerca el momento del parto, todos los hombres abandonan la choza. slo las mujeres debern ocuparse de la madre. Cuando el nio est a punto de nacer, ellas pones los pies en el pecho de la parturienta y se apoyan con todas sus fuerzas. En el instante del nacimiento, la madre de la parturienta corta el cordn umbilical. si ella falta, es la propia madre nueva quien lo corta con un cuchillo y lo guarda, colgado de los ramajes de la choza. La abuela del recin nacido envuelve, entonces, la placenta en un trapo o en un pedazo de cuero y va a enterrarlo en un hoyo hecho en el pantano, lejos de la cabaa. A falta de la abuela, otra mujer se encargar de este oficio. Despus del nacimiento, las asistentes lavan al recin nacido: toman un trago de agua, lo hacen circular en la boca hasta entibiarla y salpican con ella al recin nacido. En cuanto a la madre, una vez desembarazada, va a baarse al mar. a partir de ese momento, los hombres pueden entrar de nuevo en la choza. El padre toma el cordn y lo trenza en una especie de anillo, que llevar suspendido al cuello durante varias semanas. Durante 5 das, no tendr relaciones con su mujer y se acostar separado de ella. La observacin y la descripcin de las diferentes fases de la enfermedad y de la muerte permiten aproximarse mejor, y en cierta medida comprender el conjunto complejo, el mundo de los hechos religiosos que a ella se refieren, mundo infinitamente ms variado y complicado que los actos mismos que suscita. Las actitudes psicolgicas del individuo ante la enfermedad y la muerte revelan que el concepto de muerte no tiene para el indio alacalufe la misma acepcin que para nosotros. y, sin embargo, este valor concedido al trmino muerte por los alacalufes actuales es probablemente diverso del que le concedan cuando eran un grupo tnico ms poderoso, cuando la desaparicin de uno de los suyos no les afectaba socialmente. Como el grupo se ha empequeecido, la nocin de muerte ha llegado a ser diferente para ellos y, desde que estn reducidos a una mnima minora, no se ha acercado a nuestra nocin de la muerte? O bien, se habrn superpuesto estas dos nociones? Son stas otras tantas preguntas a las cuales no se puede responder sino por la descripcin minuciosa de los hechos materiales, junto con tomar siempre en cuenta en su interpretacin que est prximo el fin de este pueblo, que los sobrevivientes tienen conciencia de ello, y que para ellos las nociones y los valores tradicionales estn a la vez casi extintos y en parte renovados. Tal vez, como en otro tiempo, la muerte contina sealando el trnsito a una existencia total, real, fuera del mundo de los vivos. Pero a esta idea se agrega la que se impone: la desaparicin. La lenta decadencia numrica del grupo que se produce a la vista de los sobrevivientes aade la idea de destruccin definitiva. En otro tiempo la muerte no afectaba sino a la familia, al campamento momentneo; mas ahora, que el grupo est reunido, asiste a su propia desintegracin. Y no se trata con esto de una simple hiptesis sino de una deduccin fundada en sntomas evidentes, como son conversaciones escuchadas. Los sntomas de la enfermedad grave no escapan al indio alacalufe. Cuando, a pesar de todas las incisiones curativas, el mal contina empeorando, los cuidados son ms y ms espaciados y aun suprimidos. No se trata ya de devolver la salud al enfermo, sino de entregarlo a su destino. De todas maneras, es el fin y no queda ms que esperarlo, cuidndose slo de alejar a Ayayema por ciertos ritos. a partir de este momento, no existe ya distincin precisa entre la enfermedad, la agona y la muerte real. El instante del trnsito no tiene importancia. El moribundo pertenece ya a otra esfera. se toman disposiciones premortuorias mucho antes de los sntomas evidentes del fin, pero este ceremonial no tiene lugar seriamente sino en los casos de excepcional gravedad. si se trata de una enfermedad que se prolonga sin mejora, el enfermo es simplemente abandonado a sus propios recursos. El estado de duelo se instaura en la choza y en el campamento por el ceremonial destinado a la vez a preservar al enfermo que pierde sus fuerzas del imperio de Ayayema, y a preservar de ello a los vivos. Tres
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piquetes de madera coloreados de rojo son hincados en tierra y se juntan sobre la cabeza del moribundo, formando las aristas de una pirmide, cuya base triangular reposar cerca de la cabeza y de los hombros. Si el moribundo es varn, los extremos superiores son ligados por un fragmento de cuerda de arpn. La cuerda misma es trenzada en torno a la parte inferior de esta especie de baldaqun, como para formar un emparrado cerca de la cabeza del moribundo. si es una mujer, la cuerda de arpn es reemplazada por trenzas de plumas blancas suspendidas de los piquetes, sobre los cuales se apoya la paleta que sirve para sacar las manchas de las rocas. En la pared interna de la choza, cerca del moribundo, se tiende una tela blanca, sobre la cual se fija una cabeza disecada de albatros. En las dos entradas de la cabaa, y en exterior, se clavan hachas con sus mangos hacia tierra y los filos vueltos hacia afuera. En el centro de la cabaa arde un gran fuego claro. Todos estos dispositivos estn destinados a ahuyentar a Ayayema. es muy probable que en otro tiempo el interior de la choza estuviera pintado de blanco y que la tela blanca, fcilmente obtenida a bordo de los buques, no sea sino la sobrevivencia, bajo forma diferente, de una antigua tradicin. En la actualidad, el papel de los vivos se detiene en la observancia de esos ritos. Por largo tiempo que la agona se prolongue, el moribundo es abandonado a s mismo, y no recibe ningn socorro. Los asistentes lo observan, consternados, debatirse en su ltima lucha con la muerte. No hacen nada, ni siquiera gestos de alivio, aun ilusorios, como tratar de limpiar la ceniza que vuelve a caer en capas espesas sobre la cara del agonizante. La apreciacin del instante de la muerte no corresponde, por lo menos para los alacalufes de ms edad, al instante del ltimo suspiro. La muerte, desde el momento en que se producir con certidumbre, ha empezado ya, apenas el enfermo comenz a perder rpidamente sus fuerzas, y se acost para no volver a levantarse. En ese momento ha terminado su papel entre los vivos. "Ya est muerto", dicen los alacalufes. El luto. Si la muerte no sobreviene en una choza aislada, donde slo los pariente desempean el papel de

testigos y ordenadores de lo ritos fnebres, todos los miembros del campamento participan del luto, de la misma manera y con los mismos sentimientos que la familia del moribundo. Mucho antes de que sobrevenga la muerte, son las idas y venidas entre las chozas. Se establece un silencio consternado. Los rostros son graves y hermticos. Las ocupaciones de la vida cotidiana, caza, pesca, recoleccin de lea, se suspenden o se reducen a la indispensable necesidad. La participacin en el duelo de u miembro cualquiera del grupo es absolutamente colectiva y se manifiesta con una sinceridad y una profundidad de sentimiento extraordinarias. Toda la comunidad est estrechamente ligada al suceso. Qu pasaba en otro tiempo, cuando los alacalufes eran ms numerosos y ms dispersos y no tenan an el sentido de su extincin numrica y espiritual? Tal solidaridad, es un hecho tradicional o un efecto de su declinacin? Para un observador contemporneo de una agrupacin cercana a su fin, el pasado est lleno de oscuridades, y es difcil decir si la muerte de uno de los suyos ha tenido siempre sobre el grupo repercusiones tan profundas. Es posible que sea el sentimiento preciso de la decadencia el que haya creado un vnculo ms estrecho entre los miembros de esta minora. Es indudable que para cada fallecimiento los invade un verdadero pnico. Es posible tambin que esta participacin colectiva en el duelo sea de la misma naturaleza que el vnculo que existe entre comunidades familiares que viven aisladamente, sin ninguna jerarqua y que, por el tchas, se imponen la obligacin de servicios recprocos y de intercambios continuos de objetos. En el momento de la muerte, este lazo podra ser sentido con ms intensidad por los vivos, hacindose, a la vez, ms estrecho, a consecuencia de su continua disminucin. Cuando, por fin, llega la muerte, nios y grandes se amontonan en la choza hasta que sta no puede contener ms gente, formando un crculo en torno al cadver. Este es extendido, sin ropaje fnebre, por lo menos actualmente. Las viejas mujeres hacen su elogio, interminablemente, segn el modo de la lamentacin. Sus palabras, lentas y moduladas, son odas en un silencio interrumpido slo por los gemidos de uno u otro de los asistentes, o por las entradas y salidas fortuitas. El cuadro es de una tristeza desgarradora. Una gravedad
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angustiada se lee en los rostros. El campamento est ms siniestro que de costumbre. En las chozas se observa el silencio y se escucha. Una atmsfera de terror se descarga sobre el grupo. En la noche el aspecto cambia. llega a ser an ms aterrorizante que las noches en alguna rada perdida de los archipilagos. La obsesin de los misterios de la noche, habitual a los alacalufes, se intensifica. Ayayema ronda en torno a la choza mortuoria, invisible, pero activo. Escucha lo que se dice en las cabaas, observa lo que all pasa, esperando el momento favorable para dejarse caer sobre uno de los vivos, as como ha tomado ya posesin de uno de los miembros del grupo. El ronda el campamento, cerca de la cabaa del muerto, donde los indios permanecen amontonados sin dormir ni comer. Mantienen toda la noche una gran fogata para que ningn rincn de la choza quede en la oscuridad, pues Ayayema no puede acercarse a la luz. Si logra atravesar sin dao la barrera de las hachas en el exterior, se quemar en las llamas. el mismo estado de vigilia reina en las otras cabaas. La lamentacin de un viejo, murmurada en voz baja y casi ininteligible, es entrecortada por gemidos, quejas, y por el crepitar del fuego. La tristeza de los rostros revela una pena interior profunda. Esta intensa participacin del grupo en el drama de uno de sus miembros cesa, por lo dems, de una manera bastante curiosa apenas se manifiesta la presencia de blancos. A veces, en la pequea comunidad de Edn, se han interrumpido veladas fnebres por la simple llegada del Jefe del Puesto, que obedeciendo a un movimiento de compasin, se diriga a la cabaa. Esta aparicin fortuita bastaba para que se hiciera desaparecer instantneamente todo el aparato funerario, para que detuvieran las lamentaciones y cada uno se volviera a su casa, abandonando el cadver al cuidado de los huspedes habituales de la choza que, por lo dems, no tardaran en dormirse. Sucedi tambin que al da siguiente el Jefe del Puesto decidiera que el cadver fuera transportado bajo un hangar. All lo exponan entre dos velas que se consuman en tarros de hojalata, lo cual pretenda ser un honor cristiano pstumo. Los indios venan de tiempo en tiempo a visitar furtivamente al muerto, pero el verdadero duelo se verificaba en la choza de donde haban sacado al cadver. Si suceda que el muerto pasara una noche en el hangar, ellos no iban a visitarlo, y este abandono forzado de uno de los suyos los turbaba profundamente. "Nosotros velamos a los muertos a la luz de un gran fuego, sin dormir, ni comer", decan. La ltima morada. El difunto que durante su vida se sustrajo como pudo a la persecucin malfica de

Ayayema y a la miseria ambiente despus de haber terminado con sta, es defendido de la otra por los vivos, guardado por los bastones pintados, los collares de pluma, las telas blancas que rodean su cuerpo y las hachas plantadas a la entrada de la cabaa. Mas en el da termina la procesin de los vivos, y el muerto va a ser abandonado a Ayayema. Segn las circunstancias, ser colocado bajo una pequea choza, instalado en el horcn de un rbol, sumergido, o enterrado en el pantano o aun depositado en una grieta de rocas, al abrigo de la lluvia y del mar. Todos los indios que mueren en Edn son enterrados en un pequeo islote vecino al puesto, sembrado de cruces blancas, pero, cuando alguien fallece en cualquier punto de los archipilagos, se observan los ritos ancestrales de la sepultura. En la maana, el muerto, retorcido sobre s mismo en la posicin fetal, es envuelto en un cuero de foca que a continuacin se cose y se parte a edificar una cabaa mortuoria (lalat), pequea y recubierta de pieles de la propia choza del difunto. Fue sin duda una choza mortuoria de este tipo la que vio Spilbergen en la isla Isabel, a comienzos del siglo XVII. Ella contena, "dos cadveres, colocados a la manera de estas gentes entre arcos clavados en tierra y ramas de haya; estaban cubiertos con un poco de tierra. Uno era de talla ordinaria, y el otro no meda ms de dos pies y medio. Estaban envueltos en pieles y, en torno al cuello, tenan collares, relucientes como perlas y confeccionados con arte". Los bastones coloreados que protegieron al enfermo durante su agona servirn para sostenerlo. Lo amarran slidamente a ellos por los brazos y la cintura, Si se trata de una mujer, su bastn para machas es fijado por tierra, oblicuamente, sosteniendo a su canasta. Si es hombre, se colocan a su lado sus atributos de cazador,
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la cuerda y las puntas del arpn. Se enciende una pequea fogata y algunos mariscos se ponen a un costado. Se recubre la choza y todos se retiran precipitadamente. A partir de este momento, el muerto se transforma en propiedad de Ayayema. Se convierte en un ser perverso, que va a asediar los sueos de los vivos, llevndoles la enfermedad. Todos lanzan piedras contra la choza, diciendo: Ofsik tcawhs atktaal kuterek aloyerso tcaw yekwakar sekweker: "Ahora vas a dejar que nos sentemos en paz en tu cabaa". En adelante, el emplazamiento de kana kyeratlalat ser maldito. Nadie vendr a instalarse en esta playa, pues Ayayema viene a hacer causa comn con el muerto. Los buitres vendrn a planear por encima, a montar su guardia silenciosa sobre los rboles vecinos, a estirar el cuello y precipitarse sobre las carnes descompuestas. Ellos tambin son los pjaros malditos, que se llevan en su cuerpo ftido algo del muerto. Ni siquiera los perros querrn saber nada de ellos. Los huesos se hundirn poco a poco en el barro. Las hierbas , los arbustos y los musgos cubrirn todo eso, y no quedar sino el recuerdo de una playa tal vez acogedora, pero cerrada a todo campamento. El espritu del muerto vagar siempre por esos lugares. Para marcar una separacin ms ntida con el mudo de los vivos, el muerto es algunas veces sumergido. Parece que es ste el modo de sepultura ms a menudo practicado. De esta manera, el muerto es substrado para siempre de Ayayema, espritu de los pantanos, de las aguas gelatinosas y burbujeantes, del bosque y de las rocas. En el fondo del agua las grandes focas devoran el cadver. Hay en eso una forma de sacrificio propiciatorio, destinado a favorecer la caza? No es imposible. El cadver, cosido en un gran cuero de foca, es colocado en su canoa. Dos grandes piedras se le amarran slidamente en el pecho. Es sumergido en el agua profunda, lejos de la orilla. Lanzan piedras al sitio donde se ha hundido, y todas las otras canoas se retiran precipitadamente la canoa del muerto es abandonada al azar del viento y las corrientes. Otras veces, pero con menos frecuencia, un acantilado, a buena altura sobre el mar, constituye el ltimo refugio del muerto. Semejantes abrigos existen a lo largo de los acantilados que dominan el mar, pero su acceso es difcil y los rboles ocultan su entrada. El cadver, envuelto en una piel de foca, es adosado contra la pared, los piquetes pintados de rojo son puestos a su lado, as como el bastn de machas y el canasto o, segn el caso, las armas masculinas de caza. Se halla en el primer viaje de Byron la curiosa mencin de una sepultura en gruta: "Nuestro cirujano, que estaba entonces solo, descubri en las rocas un hoyo muy grande, que pareca conducir a algn cubil o refugio. No pareca natural, sino barrido y hecho ms accesible por la mano del hombre. Durante algn tiempo, el cirujano vacil en aventurarse adentro, pues tema la recepcin que podra tener de sus habitantes, mas, como su curiosidad se sobrepusiera al miedo, se decidi a entrar. Debi de avanzar sobre las manos y las rodillas, pues la pasada era muy baja para poder entrar de otro modo. Despus de haber recorrido un largo trecho de esta manera, lleg a una cmara espaciosa, que no supo bien si era natural o excavada a mano. La luz llegaba a esta cmara por un agujero abierto en lo alto. En el medio haba una especie de atad hecho con bastones entrecruzados apoyados en piquetes de 5 pies de altura, ms o menos. Sobre este atad haban tendido cinco o seis cuerpos, que en apariencia haban sido puestos all desde haca largo tiempo, pero no haban sufrido deterioro. No estaban cubiertos y la carne de sus cuerpos se haba secado y endurecido perfectamente. Yo no podra determinar si esto sucedi gracias a algn artificio o secreto de los salvajes, o por alguna virtud desecante del aire de la gruta . . . He olvidado mencionar que haba otra fila de cuerpos depositados de la misma manera en otra plataforma, bajo el fretro" los loberos, que acostumbran explorar todos los rincones de los archipilagos, han visitado esta gruta, que est probablemente situada en la Punta Cavernosa en la Pennsula Forelius, al norte del Golfo de Penas. Como suelen ser saqueadores de restos y buscadores de tesoros, es probable que la hayan deteriorado. En todo caso, segn ellos, los cadveres extendidos seran de nufragos. El acceso de la pennsula es muy difcil, y ninguna misin cientfica ha podido visitarla nunca. Aunque situada al norte del dominio de los alacalufes, el estudio de esta gruta proporcionara tal vez datos interesantes sobre un antiguo modo de sepultura de los indios de los archipilagos.
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Es excepcional enterrar al muerto en el pantano. Es un homenaje directo a Ayayema el hundirlo directamente en su dominio? Los indios no parecen haber tenido conciencia de ello. En este caso, el muerto es acostado en un hoyo, sin bastones, sin arma, sin canasto. Otro modo de sepultura que no est ya en uso, pero que se encuentra algunas veces en los archipilagos, es la acumulacin sobre el cadver de un enorme montn de grandes piedras. Una sepultura de esta clase, que databa de varios siglos, descubierta en un islote rocoso del Estrecho, contena cuatro esqueletos, un hombre, dos mujeres y un nio, cuyos huesos estaban deshechos bajo la acumulacin de varias toneladas de piedras. Al pie de los cuerpos, cuya posicin fetal poda an reconocerse, se notaban los restos de cuatro pequeas fogatas, con ofrendas de mariscos, anchos cuchillos de piedra y algunos trozos de madera de tepu no calcinados. Bajo las osamentas, en una especie de nicho cavado en el suelo, haba una ofrenda de instrumentos de piedra: grandes puntas de flechas finamente trabajadas, una punta de arpn y diversos guijarros de cuarzo coloreado. Una vez enterrado el difunto de una manera o de otra, haba que hacer desaparecer todas sus pertenencias. La canoa no era quemada, sino abandonada al viento; el canasto de machas, el alimento del muerto, sus ropas, todo lo que era preciosamente guardado en el canasto o en el kyakyon, todo deba ser quemado. Se permita, sin embargo, salvar de la destruccin a algunos de los mejores vestidos. La cabaa es abandonada. Slo mucho ms tarde podrn hacerse instalaciones en el mismo emplazamiento. Ayayema va a rondar varias lunas en torno de la antigua mansin. El muerto mismo llega a ser gua en el mundo de los vivos. El vendr en la noche a perseguir a los que duermen. Su sueo estar poblado de pesadillas y ser impresionante escuchar los gemidos lastimeros de los que duermen. Se suea en tal o cual de los desaparecidos. Es l quien viene a atormentar, a despertar de un sueo doloroso en el fro y la lluvia que gotea sin tregua sobre las mantas y las ropas. El muerto traer el mal tiempo, la enfermedad, la caza infructuosa y la invalidez. El traer el asedio y el miedo.

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APENDICE I INVENTARIO DE LAS MATERIAS PRIMAS AUTOCTONAS Y DE LOS APORTES EXTRANJEROS CONTEMPORANEOS 1. Materias primas y procedimientos autctonos (cultura reciente)

Para la Choza. En el exterior: Prtigas de 3 a 4 metros de largo y de 5 cm. De dimetro, hincadas por presin en el suelo y que sirven de armadura a la choza. Pieles de foca que sirven de cubiertas. Cortezas para tapar las aberturas a ras del suelo en todo el contorno de la choza. Lianas de juncos para unir las prtigas y amarrar las pieles. Paquetes de hierbas o de ramajes para obturar la abertura del techo, con el fin de evitar la entrada masiva de lluvia, sin impedir la salida del humo. Ramas frondosas de roble o de coihue que sirven para tapar la choza improvisada, en el caso de armar cabaas de caza o en caso de sorpresa por mal tiempo. Armadura de cabaa simplificada y provisional en las mismas circunstancias. Ramas frondosas de roble o de coihue que sirven de cama, dispuestas en una capa mullida, de un extremo a otro del fogn y del pasadizo central. Hierbas secas (en la misma disposicin y con el mismo fin). Haces de ramas dispuestos a una y otra parte de las entradas, para preservar del aire fro y servir de apoyo a cuatro ocupantes notables. Pieles de ciervo que sirven de frazadas. En el interior:

Para la Canoa. El casco: Cortezas de coihue de dimensiones suficientes segn la importancia de la embarcacin. Piedra bruta, naturalmente cortante, o quebrada, que sirve para hacer incisiones por medio de golpes en el contorno de la corteza. Bastones y cuas de hueso para levantar la corteza. Hueso de ballena destinado a la confeccin del punzn que servir para abrir los ojetes. Lianas de voqui para la costura de las tres cortezas. Conchas cortantes con mango o sin l para dividir las cortezas y cortarlas en la dimensin y las formas requeridas. Sirven tambin para tallar los remos. Tierra arcillosa plstica mezclada con races de hierbas de pantanos para calafatear a lo largo de las costuras. Varillas delgadas y rodrigones de canelo para largueros, travesaos y nervaduras. Troncos de ciprs para la confeccin de remos, entre los cuales uno, ms largo, sirve de remo-timn. Prtigas que sirven de mstiles y vergas. Pieles de focas, que sirven de velas. Tallos de copihue o juncos trenzados o acordados para servir de cables de atraque.
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Los remos y el aparejo:

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Achicador de piel de foca.

Instrumentos de Caza. El arpn: El arco: Varios: Honda de cuero o de junco trenzado. Piedras de honda o de lanzamiento para toda clase de usos. Piedras para rematar al ciervo en la montaa. Arco de madera de canelo o, mejor, de calafate. Cuerda de cuero de foca. Flechas de madera de calafate terminadas en una punta de hueso. Est hecho de hueso de ballena encontrado en las playas. Sus formas y dimensiones varan segn que est destinado a la caza de focas, de nutrias, de coipus, de lirones o de pajarillos. Asta del arpn, de madera de canelo. Cuerda del arpn en cuero de foca. Red para focas en tiras de cuero de focas nuevas, Garrote para rematar las focas. Nudo corredizo de junco en el extremo de un prtiga para capturar los que vienen a los alrededores de la cabaa. Nudo corredizo de voqui para pato a vapor. Choza de ramas para la caza al acecho del pato a vapor. Teas de ericceas para la caza nocturna de cormoranes.

Las trampas:

Instrumentos de Pesca. Canastos de juncos trenzados, utilizados por las mujeres en la pesca por buceo. Piquetes de madera para desprender las colonias de choros o de cholgas en agua clara. Fisga para erizos. Es una larga prtiga, cuyo extremo tiene ramales hendidos que se mantiene separados por una liana. Arpones de hueso para los peces grandes. Barreras de piedra, para pescar con marea baja. Piquetes de madera para pescar centollas y picos. Bastones para cavar la arena (pesca de tacas). Bastones cuyo extremo est tallado en paleta para sacar las machas.

Utensilios Domsticos, Alimento, Bebida. Pieza de piel de foca fresca para conservar la grasa de foca. Liana de voqui que pasa por los ojales de esa misma pieza y forma un cordn de bolsa. Excavacin de un hoyo en el suelo pantanoso donde se renen las aguas de infiltracin. Baldes de corteza de roble o de ciruelillo que sirven como recipiente de agua potable en la canoa o en la choza. Bastn hendido para mantener juntas las cortezas durante el trabajo de costura del balde.

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Lianas de voqui para las costuras y el asa. Conchas cortantes para el trabajo de las cortezas. Punzn de hueso para abrir los hoyos de la costura. Rama ganchuda para mantener sobre las brasas los trozos de carne. Piedras para romper las conchas de caracoles. Bastn porttil para ahuyentar a los perros. Canastos de juncos trenzados de mallas finas para guardar los objetos preciosos (mujeres). Cajas de corteza con la misma destinacin (hombres). Canasto de voqui con armadura. Canastos de juncos trenzados de mallas grandes para conservar los mariscos (hombres y mujeres). Escondites para conservar el alimento fuera del alcance de los perros (ramas de rboles, en la interseccin de los ramajes de la choza, bajo la cama). Arista cortante de una concha de choro para dividir el alimento y despedazar los animales.

Vestidos, Ornamentos y Conservacin. Para los hombres, taparrabos de piel, sujeto a la cintura por una tirilla de cuero. Para hombres y mujeres, capas de pieles que recubren los hombros. Pueden ser hechas de una piel de foca comn cuidadosamente adelgazada, de una piel de foca fina igualmente adelgazada, de pieles de nutrias cosidas con tendones de ballenas, de pieles de coipu cosidas de la misma manera. Las mismas capas sirven tambin de mantas. Collares de conchas para mujeres. Brazaletes, collares y diademas de plumas para hombres. Bonetes de plumas de alas de gaviotas. Ornamentos funerarios (pieles de pjaros: ganso blanco, garza, albatros); cuernos de huemul; prtigas pintadas de rojo. Depilacin con conchas bivalvas.

El Fuego: Obtencin, Mantenimiento y Uso. Piritas y cuartizas: por percusin. Pelusilla de pjaro y madera esponjosa (interior de cipreses secos) como primer combustible. Fragmentos de cipreses secos o matas secas de ericceas que se encuentran en las rocas acantiladas, como segundo combustible. Incendios de bosques en las pocas propicias para tener lea seca con ms facilidad. Conservacin del fuego en la choza y en la canoa, por medio de tizones. Provisin de combustible cerca de la puerta de la choza. Fuego permanente en la choza para la calefaccin y la coccin de los alimentos. Fuego encendido en la vecindad del lugar de la pesca y del buceo. Fuego fuera de la choza para el tratamiento de las cortezas de grandes dimensiones. Fuego en el interior de la choza para los pequeos trabajos de corteza, de juncos, de lianas y para la confeccin de la vaina del asta del arpn. 2. Aportes extranjeros contemporneos.

Para la Choza.

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En el exterior: Trapos viejos, secos, andrajos sobre el techo. Latas, planchas y cualquier objeto plano de cierta superficie para obturar las aberturas intiles (aun los objetos ms inesperados, como un cepillo). En el interior: Mantas y trapos que sirven para defenderse del fro. Cajas de madera que forman un cofre individual. A veces aun un colchn fuera de uso y marcos metlicos dejados por la marina.

Para la Canoa. El casco: Instrumental (hacha, hachuela, martillo, tenazas, clavos). Son generalmente herramientas de desecho, excepto el hacha. Tablas aserradas para levantar los bordes de las embarcaciones, hacer los bancos y las chumaceras. Materiales muy diversos (tablas, latas de conservas) para cegar las hendiduras o consolidar las partes demasiado dbiles o apolilladas. Material heterogneo, como pedazos de botas recortados. Trapos para el calafateo. Muesca en el fondo del casco, donde se introduce la base del mstil. Banco de proa horadado o sesgado, sobre el cual se apoya el mstil. Mstil y verga. Maniobras con cordajes. A veces poleas. Velas de tela de desecho o de sacos viejos. Remos ms largos. Achicador de lata de conserva. Remos y aparejo:

Instrumentos de Caza y de Pesca. Prcticamente no han variado.

Utensilios Domsticos, Alimento, Bebida. Vveres (arroz, pastas, azcar, leche en polvo, frjoles, etc.), distribuidos por el puesto de Puerto Edn. Galletas, caf de higos, etc., de los chilotes. Marmitas de hierro y coccin de alimentos hervidos. Cuchillos. Algunos platos de hierro esmaltado. Cajas de conserva o tarros para conservar agua. Gusto por el alcohol.

Vestidos, Ornamentos y Conservacin. La mayora de los vestidos europeos en estado de andrajos o de viejas sobras. No figura la ropa interior. Calzado solamente para los hombres.
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Peines o pacotilla de materia plstica slo para las mujeres. Jabn dado por el puesto de Edn, pero poco utilizados.

El Fuego. Uso general de los fsforos. Ocasionalmente, papel para encender el fuego.

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A P E N D I C E II BIBLIOGRAFIA SUMARIA CORRESPONDIENTE A LOS NOMBRES CITADOS EN LA OBRA Se hallar una bibliografa ms o menos completa, hasta su poca, de los trabajos relativos a los alacalufes y los viajes realizados en sus territorios, en: John M. Cooper. Analytical and critical bibliography of the tribes of Tierra del Fuego and adjacent territory, Smithsonian Institution, Bureau of American Ethnology, Bulletin N63, Washington, 1913. Padre Pedro Gonzlez de Ageros. Descripcin historial de la Provincia y Archipilago de Chilo en el Reyno de Chile, y obispado de la concepcin, Madrid, 1791. Louis Antoine de Bougainville. Voyage autour du monde par la frgate du Roy La Boudeuse et le flte LEtoile en 1766, 1767, 1768 y 1769, Pars, 1772. John Byron. The narrative of the Honourable John Byron containing an account of the great distresses suffered by himself and his companions on the coast of Patagonia, from the year 1740 till their arrival in England, 1746, London, 1768. John Byron. An account of a voyage round the world in the years 1764, 1765 y 1766 by the Honourable

Commodore Byron in H.M.S. the Dolphin, publicado en Hawkesworth, I. Cavendish. Cf. Knivet. James Cook. Captain Cooks Journal during his first voyage round the world made in H.M. bark Endeavour, 1768-1771, Londres, 1893. - A voyage toward the South Pole and round the world in H.M.S. Resolution and Adventure, in the years 1772, 1773, 1774 y 1775, including Captain Furneaux narrative, London, 1877. Richard W. Coppinger. Cruise of the Alert, four years in Patagonian, Polynesian and Mascarene waters (18781882), London, 1883. Simon de Cordes y Sebald de Weert. Relation du voyage (1598-1599), traduccin francesa del holands en Renneville, Recueil des Voyages, I. Francis Drake. The world encompassed by Sir Francis Drake, collected out of the notes of Master Francis Fletcher, preacher, and others, London, 1635; se encuentra en Hakluyt, 2. Ed., III. Fitz Roy. Narrative of the surveying voyages of H.M.S. Adventure and Beagle between the years 1826 y 1836, London, 1839. Frezier. Relation du voyage de la mer du Sud aux cotes du Chily et du Prou, fait pendant les annees 1712, 1712 et 1714, Pars, 1716.
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Padre Garca Mart. Diario del viaje i navegacin hechos por el Padre Garca (1766-1767), desde su misin de Cailn en Chilo, hacia el Sur, en Anuario Hidrogrfico de la Marina de Chile, XIV, 1889. Miguel de Goicueta. Viaje del Capitn Juan Ladrillero (1557-1558) al descubrimiento del Estrecho de

Magallanes, en Anuario Hidrogrfico de la Marina de Chile, VI, 1880, pp.482-520. Anthony Knivet. The admirables adventures and strange fortunes of Master Anthony Knivet, which went with Master Thomas Candish in his second voyage to the South Sea, 1591, republicado en Hawkins, IV. Ladrillero. Cf. Goicueta. Capitn Juan Jos Latorre. Exploracin de las aguas del Skyring y de la parte austral de la Patagonia por la Corbeta Magallanes, diciembre, 1878. Febrero, 1879, en Anuario Hidrogrfico de la Marina de Chile, VI, 1880. Lemaire y Spilbergen. Speculum orientalis occidentalis que Indiae navigationum quarum una Georgii a

Spielgergen classis cum postestate praefecti, altera Jacobi Le Maire auspiciis imperioque directa, annis 1614, 1615, 1616, 1617, 1618, Lugduni Batavorum, 1619. LHermitte. Relation de voyage, 1623-1626, traduccin del holands en Renneville, IV, 2. Ed. Padre Pedro Lozano. Historia de la Compaa de Jess en la Provincia del Paraguay, Madrid, 1755. Jos de Moraleda y Montero. Exploraciones geogrficas e hidrogrficas practicadas por don Jos de Moraleda y Montero (1792-1795), en Anuario Hidrogrfico de la Marina de Chile, XIII, 1888. John Narborough. Sir John Narboroughs voyage to the South Sea, 1669, London, 1711. Baldomero Pacheco. Exploracin del archipilago Reina Adelaida por la caonera Magallanes, en Anuario

Hidrogrfico de la Marina de Chile, XIII, 1888. Pedro Sarmiento de Gamboa. Viaje al Estrecho de Magallanes por el Capitn Pedro Sarmiento de Gamboa en los aos 1579 y 1580. noticia de la expedicin que despus hizo para poblarle. Madrid, 1768. reeditado en ingls en la Hakluyt Society, 1895, vol. XCI, y en espaol en el Anuario Hidrogrfico de la Marina de Chile, VII, 1881. Capitn Ramn Serrano Montaner. Reconocimiento del ro Buta-Palena y del Canal Fallos, en Anuario

Hidrogrfico de la Marina de Chile, XI, 1886. Spilbergen. Cf. Lemaire. Van Noort. Relation de Voyage (1598-1600), traduccin francesa en Renneville, II. Jos de Vargas y Ponce. Relacin del ltimo viaje al Estrecho de Magallanes de la Fragata de S. M. Santa Mara de la Cabeza, en los aos 1785 y 1786, Madrid, 1788.
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Samuel Wallis. An account of a voyage round the world in the years 1766, 1767 y 1768 by Samuel Wallis, commander of H.M.S. the Dolphin, en Hawkesworth, I. W.H.B.Webster. Narrative of a voyage to the Southern Atlantic Ocean in the years 1828, 1829.1830 performed in H.M Sloop Chanticleer, London, 1834. James Weedell. A voyage towards the South Pole, performed in the years 1822-1824, London, 1825. Sebald de Weert. Cf. Simon de Cordes. Hermann Wiegartt. El Territorio de Magallanes, tomo VI, Indgenas fueguinos y patagones, Santiago, 1896. John Wood. Captain Woods voyage through the Strait of Magellan (1670), se encuentra en Dampier, IV,

traduccin francesa, V.

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