El Intruso Nancy
El Intruso Nancy
El Intruso Nancy
lean Luc-Nancy
No hay, en efecto, nada ms innoblemente intil y superfluo que el rgano llamado corazn que es el medio ms sucio que los seres hayan podido inventar para extraerme la vida.
AntoninArtaud
El intruso se introduce a la fuerza, por sorpresa o por engao, en todo caso sin derecho y sin haber estado previamente admitido. Es necesario que haya intruso en el extrao, sin lo cual ste pierde su extraeza. Si tiene derecho de entrada y de permanencia, si es esperado y recibido sin que nada suyo quede al margen de la espera y de la acogida, entonces ya no es ms el intruso, pero tampoco es el extrao. Tampoco es lgicamente recibible ni ticamente admisible excluir cualquier intrusin en la llegada de un extrao. Una vez que est all, si contina siendo extrao, por mucho tiempo que lo sea, en lugar de "naturalizarse" simplemente, su llegada no acaba: contina llegando, y su llegada no deja de ser, desde un cierto punto de vista, una intrusin: es decir, no deja de ser una llegada sin derecho y sin familiaridad, sin acostumbramiento, al contrario de ser una molestia, un trastorno en la intimidad. Se trata de pensar esto, y por lo tanto de practicarlo: de lo contrario la extraeza del extrao es reabsorbida antes de haber franqueado el umbral, ya no es ms cuestin de ella. Es necesario que acoger al extrao sea tambin experimentar su intrusin. A menudo no se lo quiere admitir: el motivo del
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intruso es en s mismo una intrusin en nuestra correccin moral (es incluso un ejemplo remarcable de 10 politically correct). Sin embargo esta correccin moral es indisociable de la verdad del extrao, y supone que recibimos al extrao disolviendo de entrada su extraeza: quiere pues -esta extraeza -: que no lohubiramos recibido. Pero el extrao insiste y lleva a cabo su intrusin. Es esto 10 que resulta difcil de aceptar, y tal vez de concebir... . Yo (quin "yo"? esta es precisamente la pregunta, la vieja pregunta: cul es ese sujeto de la enunciacin, siempre extrao al sujeto de cuyo enunciado es forzosamente el intruso y sin embargo forzosamente el motor, el embrague o el corazn) -yo, pues, recib el corazn de otro, pronto se habrn cumplido diez aos de esto. Me 10 transplantaron. Mi propio corazn (todo es cuestin de 10 "propio", est claro, o bien, no se trata de esto, y entonces no hay nada que entender, ningn misterio, ninguna pregunta siquiera: slo la simple evidencia de un transplante, como prefieren decir los mdicos) -mi propio corazn, entonces, no funcionaba ms por una razn que nunca se aclar. Era necesario pues, para vivir, recibir el corazn de otro. (pero qu otro programa se cruzaba entonces con mi programa fisiolgico? Hace menos de veinte aos no se transplantaba, menos an recurriendo a la cicloporina, que protege contra el rechazo al transplante. En veinte aos sin duda habr otro tipo de transplantes utilizando otros medios. Cruzamos una contingencia personal con una contingencia en la historia de las tcnicas. Antes me hubiera muerto, despus hubiera sobrevivido de otra manera. Pero siempre "yo" est ceido a una almena de posibilidades tcnicas. Por eso es vano el debate desplegado entre aquellos que queran que fuera una aventura metafsica y aquellos que sostenan que se trataba de una performance tcnica: se trata de las dos cosas, una dentro de la otra.) Desde el momento en que me dicen que es necesario el transplante, todos los signos podan vacilar, todas las seales reacomodarse. Sin reflexin, claro est, e incluso sin identificar ningn acto, ninguna permutacin. Simplemente la sensacin fsica de un vaco abierto ya en el pecho, y una especie de apnea en la que nada, estrictamente nada podra, incluso hoy,
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discernir para m 10 orgnico, 10 simblico y 10 imaginario, ni distinguir 10 continuo de 10 interrumpido: fue como un mismo soplo, lanzado de ahora en ms a travs de una caverna que ya estaba imperceptiblemente entreabierta, como una misma representacin de estar en el mar quedando en el puente. Si mi propio corazn me dejaba, hasta qu punto era el "mo", y "mi propio" rgano? Acaso era un rgano? Desde haca ya algunos aos conoca un pulso, fisuras en el ritmo, poca cosa en realidad (cifras de mquinas, como la "fraccin de expulsin", cuyo nombre me gustaba): no un rgano, no una masa muscular roja y oscura llena de tubos, que en este momento necesitaba reconocer pronto, ni "mi corazn" latiendo sin cesar, tan ausente hasta ahora como la planta de mis pies al caminar. Se me volva extrao, haca intrusin por abandono: casi por rechazo, e incluso por deyeccin. Tena ese corazn al borde de los labios, como una comida inapropiada. Algo proveniente de un vmito, pero con suavidad. Un suave deslizamiento me separaba de m mismo. Yo estaba all, era verano, era necesario esperar, algo se desligaba de m, o esta cosa surga en m all donde no haba nada: nada ms que inmersin "propia" en m de un "yo-mismo" que jams se identific como ese cuerpo, menos an como ese corazn, y que de repente era visto. Por ejemplo, subiendo las escaleras y sintiendo luego cada desprendimiento de extra-sstole como la cada de una piedra en el fondo de un pozo. Cmo es que uno se convierte en una representacin para s mismo?, un acoplamiento de funciones? Y dnde desaparece entonces la evidencia poderosa y muda que mantena todo esto sin una historia aglutinada? Mi corazn se converta en mi extrao: extrao justamente porque estaba dentro. La extraeza no tena que venir de afuera ms que por haber surgido de adentro. Qu vaco abierto de repente en el pecho o en el alma-es 10 mismo- cuando me dicen: "va a ser necesario un transplante"... Aqu el pensamiento se golpea contra un objeto inexistente: nada que saber, nada que comprender, nada que sentir. La intrusin de un cuerpo extrao en el pensamiento. Ese blanco quedar en m como el pensamiento mismo y su contrario al mismo tiempo.
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Un corazn que late a medias es un corazn a medias. Ya no estaba ms en m. Vengo de otra parte, o ya no vengo ms. Una extraeza se revela "en el corazn" de lo ms familiar -pero familiar es poco decir: en el corazn de lo que jams se sealaba como "corazn". Hasta aqu el corazn era extrao 'a.fuerza de no ser ID siquiera sensible, ni siquiera presente. De ahora en ms falta, y esta extraeza me devuelve a m mismo. "Yo" soy, porque estoy enfermo. ("Enfermo" no es el trmino exacto: tampoco infectado, es herrumbrado, rgido, bloqueado.) Pero el que es ridculo es este otro, mi corazn. Es necesario extraer este corazn intruso de ahora en ms. Sin duda esto ocurre a condicin de que yo 10 quiera, y de que otros 10 quieran conmigo. "Otros": mis allegados, pero tambin los mdicos, y finalmente yo mismo descubrindome aqu ms doble o ms mltiple que nunca. Es necesario que toda esa gente al mismo tiempo, por motivos siempre distintos, se ponga de acuerdo en pensar que vale la pena prolongar mi vida. No es difcil representarse la complejidad del conjunto extrao que interviene en lo ms vivo de "m" mismo. No nos detengamos sobre los allegados, no nos detengamos sobre m "mismo" (que sin embargo, ya lo dije, se desdobla: un extrao suspenso en el juicio me lleva a representarme muriendo, sin rebelin, sin atractivo tampoco ... se siente que el corazn abandona, se piensa que se va a morir, se siente que no se va a sentir ms). Pero los mdicos -que son aqu todo un equipo- intervienen mucho ms de lo que hubiera pensado: primero tienen que considerar la indicacin del transplante, luego tienen que proponerla y no imponerla (para ello me dicen sin ms que voy a tener un "post-operatorio" apremiante -y qu otra cosa podran asegurar? Ocho aos ms tarde, y despus de muchas otras dificultades, tendr un cncer provocado por el tratamiento; pero an hoy sobrevivo: quin dir lo que "vale la pena", y qu pena?). Pero los mdicos, lo sabr por restos de conversacin, tienen tambin que decidir la inscripcin en lista de espera (y acceder, por ejemplo, a mi requerimiento de que no me inscriban hasta el final del verano: lo que supone cierta confianza en la resistencia de mi corazn), y esta lista supone dos elecciones: me hablarn de otra persona susceptible de ser transplantada, pero manifiestamente sin posibilidades de soportar el tratamiento mdico del transplante, particularmente la ingestin de los medicamentos. S tam-
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bin que yo slo puedo ser transplantado con un corazn del grupo 0+, lo cual limita las posibilidades. No har nunca la pregunta: cmo se decide, y quin decide cuando un rgano disponible conviene para ms de un eventual transplantado? Se sabe que aqu la demanda excede la oferta... De entrada mi supervivencia est inscripta en un proceso complejo, en una trama de extraos y de extraezas. Qu es lo que hace que sea necesario que todos estemos de acuerdo en la decisin final?: A dnde iramos a buscar una supervivencia que no se puede considerar estrictamente desde el punto de vista de una pura necesidad? Qu es lo que me obligara a sobrevivir? Esta pregunta se abre sobre muchas otras: porqu yo? porqu sobrevivir en general? qu significa "sobrevivir"? es, por otra parte, un trmino apropiado? en qu sentido la prolongacin de la vida es un bien? Ahora tengo cincuenta aos: esta edad es joven slo para la poblacin de los pases desarrollados de finales del siglo XX... Morir a esta edad no tena nada de escandaloso hace tan slo dos o tres siglos. Porqu la palabra "escandaloso" me viene en este contexto? Porqu y cmo es que ya no existe para nosotros, los "desarrollados" del ao 2000, el "tiempo justo" para morir (no antes de los ochenta aos y esto seguir avanzando)? Un mdico me dijo un da -habiendo renunciado a encontrar la causa de mi cardiomiopata- "su corazn estaba programado para durar hasta los cincuenta aos". Pero qu programa es ese del que no puedo hacer ni destino ni providencia? No es ms que una corta secuencia programtica en una ausencia general de programacin. Dnde est la justeza y la justicia? Quin la mide, quin las pronuncia? En este asunto todo me vendr de otra parte y desde afuera -as como mi corazn y mi cuerpo me vinieron de otra parte, son otra parte "en" m. No pretendo tratar con desprecio la cantidad, ni declarar que slo sabemos contar con la duracin de una vida, indiferentes a su "calidad". Incluso estoy dispuesto a reconocer que en una frmula como "algo es algo" se esconden ms secretos de los que parece. La vida no puede ms que tender a la vida. Pero la vida va tambin hacia la muerte: porqu en m ella llegaba hasta este lmite del corazn? O Porqu no habra de hacerlo? Aislar la muerte de la vida, no dejar a una ntimamente trenzada en la otra,
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introducindose cada una en el corazn de la otra, eso es 10 que nunca hay que hacer. Despus de ocho aos habr comprendido y me habr repetido tanto a m mismo durante las pruebas: "pero no, no vas a estar ms all!". Cmo pensar esta especie de cuasi necesidad, de carcter deseable, de una presencia cuya ausencia siempre hubiera podido configurar simplemente de . otro modo el mundo de algunos? Al precio de un sufrimiento? Seguramente. Pero porqu perseguir la asntota de una ausencia de sufrimiento? Vieja pregunta, pero exacerbada y llevada por la tcnica a un nivel para el que, hay que confesarlo, estamos lejos de estar preparados. Desde la poca de Descartes, por 10 menos, la humanidad moderna ha hecho del anhelo de supervivencia y de inmortalidad un elemento perteneciente al programa general de "dominio y posesin de la naturaleza". Program as una extraeza creciente de la "naturaleza". Reaviv la extraeza absoluta del doble enigma de la mortalidad y la inmortalidad. Lo que representaban las religiones la humanidad 10 llev al poder de una tcnica que rechaza el [m en todos los sentidos de la expresin: al prolongar el trmino establece una ausencia de fin: qu vida prolongar, con qu objetivo? Diferir la muerte es tambin exhibirla, sealarla. Slo es preciso decir que la humanidad nunca estuvo preparada para ningn estado de esta pregunta y que su falta de preparacin para la muerte no es ms que la muerte misma: su golpe y su injusticia. As, el mltiple extrao que se entromete en mi vida (mi delgada vida desalentada, deslizndose a veces por el malestar, al borde de un abandono apenas asombrado) es la muerte, o ms bien la vida/muerte: una suspensin de la continuidad del ser, una escansin en la que "yo" no tiene/tengo mucho qu hacer. La rebelin y la aceptacin son igualmente extraas a la situacin. Pero no hay nada que no sea extrao. El medio mismo de supervivencia, ste sobre todo, es de una completa extraeza: qu significa reemplazar un corazn? La cuestin excede mis posibilidades de representacin. (La apertura de todo el.trax, el mantenimiento en estado de transplante, la circulacin extra-corporal de la sangre, la sutura de los vasos... Entiendo bien que los cirujanos declaren la insignificancia de este ltimo punto: en
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las puntadas los vasos son mucho ms pequeos. Pero sin embargo el transplante impone la imagen de un paso por la nada, de la salida a un espacio vaciado de cualquier propiedad o de cualquier intimidad, o bien al contrario la intrusin en m de este espacio: tubos, pinzas, suturas y sondas.) Qu es esta vida "propia" que debe ser salvada? Est probado que esta propiedad no reside en absoluto en "mi" cuerpo. No se sita en ninguna parte, ni en este rgano cuya reputacin simblica ya no tiene ningn sentido. (Se dir: queda el cerebro. Y: por cierto, laidea del transplante de cerebro de un tiempo a otro agita las crnicas. Sin duda la humanidad volver a hablar de ello un da. Por el momento est admitido que un cerebro no sobrevive sin un resto de cuerpo. Por el contrario, y para no desplazamos del tema, sobrevivira tal vez con un sistema entero de cuerpos extraos transplantados...) Vida "propia" que no est en ningn rgano y sin los cuales no es nada. Vida que no slo sobrevive sino que vive siempre correctamente, bajo una triple influencia extranjera: la de la decisin, la del rgano, la de los momentos siguientes al transplante. Primero el transplante se presenta como una restitutio ad integrum: se hall un corazn que late. Desde este punto de vista, toda la simbologa dudosa del don del otro, de una complicidad o de una intimidad secreta, fantasmal, entre el otro y yo, se desmorona rpidamente; parece, adems, que su uso, an difundido cuando me realizaron el transplante, desaparece poco a poco de las conciencias de los transplantados: hay ya una historia de las representaciones del transplante. Se puso mucho el acento en una solidaridad, casi en una fraternidad entre los "donantes" y los receptores, con el objetivo de incitar a la donacin de rganos. y no hay dudas de que ese don se ha convertido en una obligacin elemental de la humanidad (en los dos sentidos del trmino), ni que instituye entre todos nosotros, sin otro lmite que las incompatibilidades de los grupos sanguneos (sin lmites sexuales o tnicos: mi corazn puede ser el corazn de una mujer negra), la posibilidad de una red en la que la vida/muerte est compartida, en la que la vida se conecta con la muerte, en la que 10 incomunicable comunica. Sin embargo rpidamente el otro en cuanto extrao puede manifestarse:
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no la mujer, o el negro, o el hombre joven o el Basca, sino el otro inmunolgico, el otro insustituible que sin embargo se ha sustituido. Esto se llama "rechazo": mi sistema inmunolgico rechaza al del otro. (Esto quiere decir: "tengo" dos sistemas, dos identidades inmunolgicas...) Muchas personas creen que el rechazo consiste literalmente en escupir su corazn, vomitarlo: despus de todo, la palabra parece elegida para que se crea esto. No es as pero seguramente se trata de 10 que es intolerable en la intromisin del intruso, y es inmediatamente mortal si no se 10 trata. La posibilidad del rechazo instala una doble extraeza: por un lado, la del corazn transplantado, que el organismo identifica y ataca en cuanto extrao, y por otro lado, la del estado en el que la medicina instala el transplantado para protegerlo. sta disminuye su inmunidad para que el organismo soporte al extrao. Lo vuelve pues extrao a l mismo, a esta identidad inmunolgica que es de alguna manera su firma fisiolgica. Hay un intruso en m, y yo me vuelvo extrao a m mismo. Si un rechazo es muy fuerte, es necesario tratarme para que pueda resistir las defensas humanas (esto se hace con inmunoglobulina proveniente del conejo y destinada a este uso "anti-humano", as est especificado en su prospecto, y cuyos efectos sorprendentes, temblores casi convulsivos, an recuerdo). Pero volverme extrao a m mismo no me acerca al intruso. Pareciera ms bien que se expone una ley general de la intrusin: jams hubo una sola intrusin, desde el momento en que se produce una, sta se multiplica, se identifica en sus diferencias internas renovadas. As, conocer reiteradas veces el virus de la zona, o el citomegalovirus, extraos adormecidos en m desde siempre y despertados de repente contra m por la necesaria inmuno-depresin. Como mnimo se produce 10 siguiente: la identidad vale por la inmunidad, una se identifica con la otra. Disminuir una es disminuir la otra. La extraeza y la extranjeridad se toman comunes y cotidianas. Esto se traduce por una constante exteriorizacin de m: es necesario moderarme, controlarme, testearme. Nos llenan de recomendaciones con respecto al mundo exterior (las multitudes, los negocios, las piscinas, los nios, los enfer-
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mos). Pero los enemigos ms vitales estn en el interior: los viejos virus cubiertos desde siempre en la sombra de la inmunidad, los intrusos de siempre, puesto que siempre los hubo. En este ltimo caso no hay prevencin posible. Slo hay tratamientos que nos desvan an hacia otras extraezas, que fatigan, que arruinan el estmago, o bien el dolor de la zona que grita. A travs de todo esto, qu "yo" sigue cul trayectoria? Qu extrao yo! No es que me hayan abierto, expuesto, para cambiarme de corazn. Es que esta abertura no se puede cerrar. (Adems cada radiografa lo muestra, el esternn est unido nuevamente con trozos de hilo de hierro retorcidos.) Estoy abierto cerrado. Hay all una abertura por la que pasa un flujo incesante de extraeza: los medicamentos inmuno-depresores, los otros medicamentos encargados de combatir ciertos efectos llamados secundarios, los efectos que no se sabe combatir (como la degradacin de los riones), los controles renovados, toda la existencia puesta sobre un nuevo registro, barrida de una parte a la otra. La vida escaneada y trasladada a mltiples registros de los que cada uno inscribe otras posibilidades de muerte. As pues, yo mismo me convierto en mi intruso, en todas estas formas acumuladas y opuestas. Lo siento bien, es mucho ms fuerte que un sensacin: jams la extraeza de mi propia identidad, que sin embargo siempre me fue tan viva, me toc con semejante agudeza. "Yo" se volvi claramente el ndice formal de un encadenamiento inverificable e impalpable. Entre yo y yo siempre hubo espacio-tiempo: pero actualmente hay la abertura de una incisin, lo irreconciliable de una inmunidad contrariada. Llega adems el cncer: un linfoma, del que slo percib la eventualidad (por cierto, no la necesidad: pocos transplantados pasan por l), estaba sealado en el informe impreso de la ciclosporina. Este linfoma proviene de la disminucin inmunitaria. El cncer es como la figura mascada, encorvada y devastada del intruso. Extrao a m mismo y yo mismo extran.1
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dome. Cmo decirlo? (pero todava se disputa la naturaleza exgena o endgena de los fenmenos cancerosos.) Aqu tambin, de otro modo, el tratamiento exige una intrusin violenta. Incorpora una determinada cantidad de extraeza quimioteraputica y radioteraputica. Al mismo tiempo que ellinfoma roe el cuerpo y 10 agobia, los tratamientos 10 atacan, 10 hacen sufrir de muchas maneras -y el sufrimiento es la relacin entre una intrusin y su rechazo. Incluso la morfina, que calma los dolores, provoca otro sufrimiento, el embrutecimiento y el extravo. El tratamiento ms elaborado se llama "autotransplante" (o "transplante de clulas-cepas"): luego de haber lanzado de nuevo mi produccin linfocitaria por "factores de crecimiento", me extraen, durante cinco das, glbulos blancos (hacen circular toda la sangre fuera del cuerpo y quitan glbulos al pasar). Los congelan. Luego me ponen en una habitacin estril durante tres semanas, realizan una quimioterapia muy fuerte que aplasta la produccin de mi mdula antes de lanzarla una vez ms injectndome de nuevo clulas-cepas congeladas (reina un extrao olor a ajo durante esta injeccin...) La disminucin inmunitaria se vuelve extrema, por 10 que surgen fiebres muy fuertes, micosis, desrdenes en serie, antes de que se reinicie la produccin de linfocitos. Se sale extraviado de la aventura. Uno ya no se reconoce: pero "reconocer" ya no tiene sentido. Pronto uno no es ms que un balanceo, una suspensin de extraeza entre estados mal identificados, entre dolores, entre impotencias, entre desfallecimientos. Referirse a uno mismo se ha vuelto un problema, una dificultad o una opacidad: es a travs del mal, o el miedo, ya nada es inmediato -y las mediaciones fatigan. La identidad vaca de un "yo" ya no puede reposar en su simple adecuacin (en su "yo =yo") cuando se enuncia: "yo sufro" implica dos yo, uno extrao al otro (tocndose sin embargo). Lo mismo sucede con "yo gozo" (podramos mostrar cmo esto se indica en la pragmtica de uno y otro enunciado): pero en "yo sufro", un yo rechaza al otro, mientras que en "yo gozo", un yo excede al otro. Sin duda estos dos fenmenos se parecen como dos gotas de agua, ni ms, ni menos.
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Yo terminaJo por no ser ms que un hilo sostenido, de dolor en dolor y de extraeza en extraeza. Se llega a cierta continuidad en las intrusiones, a un rgimen permanente de la intrusin: a la toma ms que cotidiana de los medicamentos y a los controles en el hospital se agregan las secuelas dentarias de la radioterapia, as como la prdida de la saliva; el control de la alimentacin, de los contactos contagiosos, el debilitamiento de los msculos y el de los riones, la disminucin de la memoria y de la fuerza para trabajar, la lectura de los anlisis, los regresos insidiosos de la mucita, la candidosa o la polinevrita, o ese sentimiento general de ya no ser disociable de un tramado de medidas, de observaciones, de conexiones qumicas, institucionales, simblicas, que no permiten ser ignoradas como aquellas de las que siempre est tramada la vida ordinaria, pero que, al contrario, sin cesar advierten expresamente a la vida de su presencia y su vigilancia. Me torno indisociable de una disociacin polimorfa. Siempre fue ms o menos as la vida de los enfermos y de los viejos: pero, precisamente yo no soy exactamente ni una cosa ni la otra. Es lo que me cura lo que me afecta o me infecta, es lo que me hace' vivir y que me hace envejecer prematuramente. Mi corazn tiene veinte aos menos que yo, y el resto de mi cuerpo tiene una docena de aos (por lo menos) ms que yo. As rejuvenecido y envejecido a la vez, ya no tengo edad propia, ya no tengo propiamente edad. Igualmente ya no tengo propiamente oficio, ni estoy an en la jubilacin. No soy nada de lo que tengo para ser (marido, padre, abuelo, amigo) sin serlo bajo esta condicin muy general de intruso, diversos intrusos que a cada instante pueden ocupar mi lugar en la relacin o en la representacin de otro. En un mismo movimiento el "yo" ms absolutamente propio se aleja a una distancia infinita (a dnde va? en qu punto huidizo se podra proferir an que eso sera mi cuerpo?) y se hunde en una intimidad ms profunda que cualquier interioridad (el nicho inexpugnable que yo nombro "yo", pero que s que est tan absorto como un pecho abierto sobre un vaco o como el deslizamiento en la inconciencia morfnica del dolor y el miedo mezclados en el abandono). Corpus meum e interior intimo meo, los dos juntos para decir muy exactamente, en una configuracin completa de la muerte de dios, que la verdad del sujeto es su exterioridad y su exceso: su exposicin infinita. El intruso me expone excesivamente. Me extrae, me
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exporta, me expropia. Soy la enfermedad y la medicina, soy la clula cancerosa y el rgano transplantado, soy los agentes inmuno-depresores y sus paliativos, soy el extremo de lo hilos de hierro que sostienen mi esternn y soy ese sitio de inyeccin constantemente cocido bajo mi clavcula, as como ya estaba antes, adems esos tomillos en mi cadera y esta placa en mi ingle. Me convierto en algo parecido a un androide de ciencia ficcin, o en un muerto-vivo, como dice un da mi hijo ms pequeo. Junto a todos mis semejantes somos cada vez ms numerosos', somos los comienzos de una mutacin, en efecto: el hombre comienza nuevamente a pasar infmitamente al hombre (es lo que siempre signific "la muerte de dios", en todos sus sentidos posibles). El se convierte en lo que es: el ms terrorfico y el ms trastornante tcnico, como Sfocles lo dijo hace veinticinco siglos, aquel que desnaturaliza y rehace la naturaleza, que recrea la creacin, que la saca de la nada y que, tal vez, la conduce nuevamente a la nada. Aquel que es capaz del origen y del fin. El intruso no es otro que yo mismo y el hombre mismo. No es otro que el mismo que no termina nunca de alterarse, agudizado y agotado a la vez, desnudado y sobrecargado, intruso en el mundo como en s mismo, inquietante embestida del intruso, conatus de una infmidad entumecedora'. Traduccin de Emestina Garbino
1 Reno algunos pensamientos de amigos: Alex diciendo en alemn que hay que ser "uneins" con el Sida, por nombrar una existencia cuya unidad se sostiene en la divisin y la discordia consigo mismo, o Giorgio hablando en griego de un bios que no es ms que zo, de una forma de vida que ya no sera la simple vida mantenida. Cf. Alex Garca-Dttmann, Uneins mit Aids, Francfort, Fischer, 1993, y Giorgio Agamben, Horno sacer 1,Torino, Einaudi, 1995. Por no decir nada de los transplantes, suplementos y prtesis de Derrida. Yel recuerdo de un dibujo de Sylvie Blocher, "Jean-Luc tena un corazn de mujer". 2 Este texto fue publicado por primera vez en respuesta a la invitacin de Abdelwahab Meddeb, de participar en su revista Ddale, en un nmero cuyo ttulo era: "La llegada del extranjero" (No 9-10, Paris, Maisoneuve y Larose, 1999).
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Sin ttulo (Autorretrato), c. 1944 Tinta china y pluma sobre papel. 32 x 24 cm. Coleccin partcular.