El Tiple PDF

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EL TIPLE

Bien entrada ya la noche del 22 de diciembre de villa de la anti gua Provincia del Socorro, no muy distante de la bella y pintoresca San Gil. El ejrcito haba hecho una mar cha forzada, pues que iba dando alcance al enemigo que hula, casi picndole la retaguardia. Algunos soldados francos se hablan dispersado por la poblacin en busca de alimento y bebida, y haban encontrado en cierta tienda un tiple rezagado que, a fuerza de industria, lograron arreglar,. de manera que podla acompaar pasablemente, por va de descanso de la fatiga, los alegres-o ms bien tristes- cantares de estos aficionados, de que no faltan en un cuerpo de tropas tres o cuatro, por lo menos. Algunos individuos de la Compaa de Cachacos de Bogot estbamos tirados sobre el empedrado de una cal1e, ms muertos que vivos, por la cruda fatiga de aquel dia y la falta de alimento, y precisamente al frente de nosotros se instal el filarmnico grupo en que cantaban, bien a do, bien alternando, dos voces varoniles. Ms o menos roncas esas voces, pero afinadas, dejaban percibir bien la letra que cantaban, verdadera poesla nacional, inimitable por su. sencillez y aun por su lenguaje incorrecto: .

1840, habamos llegado a Chitaraque,

Si al volver de la guerra Me has olvidado, Har cuenta, mi chata, Que me mataron .. -Adis porque ya me voy, Despedirme de vos quiero; Pero tengo la esperanza De volver, si no me muero" . .Debajo de unos naranjos Escuch tus juramentos: Como aroma de sus flores Se los llevaron los vientos ..

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Esta calle est mojada, Como que hubiera llovido, . De lgrimas de un amante Que anda por aqu perdido . Debajo de tu ventana Me cogieron prisionero, y para mayor dolor Me ataron con tu pat'iuelo*.

y por ese estilo iban ensartando, sin ms intermisin que la de un breve ritornello rasgueado -como todo el acompaamiento- varias coplas populares, que trat lugo de apuntar en mi cartera, a pesar del cansancio, y ayudado de aquellos de mis compaeros que tambin las habfan ofdo. La ltima que cantaron fue aquella tan conocida:
Mat'iana me voy de aqu, Como todos lo vern; A vuelta de mis espaldas Sabe Dios lo que dirn.

y asi lo hicieron, en efecto, dos de ellos, pues anochecieron y no amanecieron en el pueblo. Esa misma noche desertaron, y cuando al dia siguiente, al toque de corneta, nos reunimos en la plaza para formar, supimos que se les buscaba, nada menOs que para fusilarlos, de orden del General en Jefe, como desertores en campaa. Tal fue el efecto que en esos pobres labriegos produjeron los tristes recuerdos de su tierra, de su rancho, de su familia, y en qJienes los melanclicos sonidos de un tiple despertaban la memoria vivfsima de todo lo que amaban en el mundo. Nunca habfan sentido ms profundamente la ausencia forzada de su hogar, y la tentacin fue irresistible. Me levantar e -ra mi cas3, dijeron como el Prdigo, y as lo hicieron. Esta experiencia del mgico poder del tiple es tan constante, que por eso sin duda se pjva entre nosotros al pobre soldado que sale a campaa de llevar y acariciar ese fiel compaero de sus penas y fatigas. No volvimos a saber cul fuese la suerte de estos pjaros escapados de la jaula del cuartel, que tan bien cantaban, ni si al fin les dieron caza, porque ese mismo

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da seguimos nuestra marcha para darla a otros pjaros. Al cabo de algunos dlas se dio a nuestra compaia orden de contramarcha, y regresamos al Socorro, donde permanecimos tres das esperando nuevas rdenes, y no sin grave riesgo de caer en una celada. Aquella ciudad es alegre y animada, y hablamos llegado alll en dia de mercado, en que, como es costumbre general, permanecen en la poblacin hasta el dia siguiente muchos de los que a l vienen, y destinan la noche a divertirse co~ bailesicos y cantatas. Precisamente al pie de las ventanas de la casa en que estbamos alojados la mayor parte -por cierto de las princi. pales, y perteneciente aUlla estimabillsima familia, a quien debimos toda clase de atenciones y la ms culta hospitalidad- se haba instalado desde las primeras horas un grupo de cantores de ambos sexos, los cuales, acompandose con dos acordes tiples, de vqces a cual ms claras y vibrantes, nos tuvieron encantados hasta medianoche. Si lag muchachas -porque sin duda lo cran-- que cantaban alegres coplas populares, hubiesen cultivado el arte, y, llegando a una .mejor posicin social, se hubiesen contratado para un teatro, es posible que hubiesen sido famosos sopranos y contraltos: tal era la belleza y suavidad de sus voces argentinas, lo extenso de su diapasn y la facilidad cor. que las manejaban. Las coplas que cantaron fueron tntas que habrfa sido imposible retenerlas todas en la memoria, e impresas, habran llenado tres columnas, por lo menos, de un p ~ridico. Lo singular era que casi siempre la copla que cantaba el hombre tenfa relacin con la que cantaba la mujer, o era una especie de contestacin a ella. Tom nota de algunas, por ejemplo: Mi mama me aconsej Que no fuera enamorado: Por eso cuando te encuentro Te miro de medio lado. Qu alta que va la luna y un lucero la acompaa! Qu triste se pone un hombre Cuando una mujer lo engaal

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Mi mujer y mi mulita Se me murieron a un tiempo: Qu mujer ni qu demoniosl Mi mulita es lo que siento. Cogi la pluma en la mano
y el tintero en la rodilla,

Pero fue escrita mi carta Con ms lgrimas que tinta. Qu bonito pauelito! Mi vida, quin te lo dio? -En la plaza del Socorro Un buen mozo lo compr. Mi chatica se muri All abajo en la quebrada; Yo no la vide morir, Pero vide la chulada. No necesito de lefia Para encender mi fogn: Qu ms fuego he menester Que el que arde en mi corazn! Una noche en un fandango Yo vide unos ojos negros; Si la fortuna me ayuda, No me he de quedar sin ellos. Mi chatica es muy bonita; Slo un defecto le hall: No tener los ojos negros, Pero yo se los pondr. Mi vida, si me muriere, Echame mi churumbela, Por si acaso en la otra vida Me aprieta el dolor de muela.

No son estas, por cierto, de las ms sentimentales y conceptuosas, como otras muchas que dicen .casi improvisadas, y en las cuales se revela UI1 verdadero numen potico; pero las que hemos apuntado bastan para nuestro propsito. En estas inspiraciones f.ugitivas, hijas de la natura_ leza y no del arte, y de dificil imitacin para las perso nas civilizadas, y aun para los que se llaman poetas:

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~s donde debemos buscar nuestra verdadera poesa nacional y el genio de nuestro pueblo. La sencillez, el candor, y a veces el fuego espontneo de la inspiracin, valen ms que las formas y las reglas y constituyen el carcter de la verdadera poesa. Al da siguiente me dijo uno de mis camaradas, cuan do recordbamos el agradable concierto nocturno: cAqui tienes un buen tema para un artculo de costumbres de los que escribes. En efecto, me pareci buena la idea; pero qu podla yo escribir en un cuartel con honores de casa particular, o, ms bien, en una casa con deshonores de cuartel, cdonde toda incomodidad tiene su asien to y donde todo triste ruido hace su habitacin? Sin embargo, comenc a ponerlo por obra, y mientras el dueo de casa estaba en su almacn, ocup las piezas que l habitaba, donde tenia Su escritorio y buena Ibreria, y con una confianza enteramente militar, me puse a escribir este artculo titulado El Tiple, a que no pude dar fin sino a mi regreso a Bogot. Decia as poco ms o menos: cCul fuese la msica primitiva es cosa difcil de averiguar. En lo que no cabe duda es en que primero se conoci la vocal que la instrumental, por aquella propensin innata, digmoslo as, del hombre a hacer uso de la laringe para producir sonidos inarticulados. Sin duda con tal objeto se le dot de ese rgano de una sola flauta; y notemos de paso que sta es una de las grandes diferencias entre el hombre y los cuadrpedos, aunque si tiene de comn con las aves lo que se llama canto, o modulacin de la voz. Convengamos en que la msica, como la palabra, son un privilegio de la especie humana que la separa de los dems seres animados por un abismo insondable, que en vano se esfuerzan por llenar los amigos de novedades absurdas y de sistemas ridiculos. cEsas primeros cantos debieron ser algo como los recitados de nuestras peras, o como el canto llano, lIa mado gregoriano, que, como todo el mundo sabe, no estn sujetos a medida ni ritmo determinado. cPero lo cierto es que la msica existe desde la ms remota antgedad. Desde los tiempos fabulosos hallamos entre los hombres este elemento de vida, y no es preciso citar a Orfeo, ni a Tracio, ni a Tubal, ni a Pan con su flauta, o capador. Todos los pueblos, aun los

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ms brbaros e incultos, han tenido su canto y sus instrumentos peculiares. que han inventado, cada uno segn su carcter, muchos de los cuales han quedado sin perfeccionarse. Los israelitas tenlan ya el arpa; los egipcios la flauta; los griegos el cistro; los romanos, la ctara y el heptacorde; los chinos, hindes, turcos, mejicanos, etc., tenian sus instrumentos propios; los gallegos y escoceses, la gaita; los muiscas, el fotuto; yasi los dems. Muchos de estos instrumentos, tlpicamente nacionales, como el arpa y la guitarra, se han generalizado con el tiempo en otros paises. "Pero para un simple articulo de peridico hemos tomado el asunto, como suele decirse, desde los huevos de Leda, cosa que no le gustaba al viejo Horacio. Vengamos, pues, a nuestra Amrica: aqul, y particularmen te en la Nueva Granada, tenemos el tiple y la bandola, que son una degeneracin de la vihuela espaola, importada en estas regiones por los conquistadores, entre los cuales no dejarla de haber algunos barberos. contrabandistas y dems gente del bronce, de aquella que en las calles de Mlap;a, Cdiz o Sevilla se solaza con su bandurria, sus castauelas y panderos. cEI tiple, decamos, es una degeneracin grosera de la espaola guitarra, lo mismo que nuestros bailes lo son de los bailes de la Peninsula. Para nosotros es evidente que nuestras danzas populares no son sino urJaparodia medio salvaje de aqullos. Comparemos nuestro bambuco, nuestro torbellino, nuestra caa, con el fandango, los boleros, la jota aragone3a y otros, y hallare mos muchos puntos de semejanza entre ellos: elegantes y poticos stos, groseros y prosaicos aqullos; pero hermanos legitimos y descendientes de un comn tronco. Qu es, en efecto, el bolero espaol sino el baile de una o dos parejas, que al sn de una ronca guitarra y al comps de un pandero, mueven el cuerpo con elegancia y gracia y ejecutan pasos verdaderamente airosos y pintorescos? Y qu les falta a nuestro bambuco o torbellino -que bien merece ste tal nombrepara imitar grotescamente aquel baile? cUna o dos parejas salen a bailar en medio de un corro de candidatos terpsicorianos: un alegre tiple suple la guitarra; un pandero suele acompaarle; el canto afinado y acompasado de los mismos msicos tiene todos los caracteres de las alegres seguidillas y de las pican-

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tes malagueas; yen fin, para que nada falte a la semejanza de esta caricatura, el alfandoque o chuchas con su ruido spero y seco, hacen las veces de las castauelas, que en vano intentaran manejar nuestras ninfas campestres, para las cuales el arte de la crotalcgia es enteramente desconocido. Ni podrian ellas atender al redoble y repiqueteo de las castauelas, sindoles forzoso emplear ambas manos en arremangar las largas ena guas, inconveniente que no tiene el corto zagalejo de las manolas y bailarinas de teatro. Hasta el zapateado que hacen con las quimbas nuestros calentanos, tiene no s qu olorcillo a jota aragonesa, o al zapateado espaol. La diferencia, pues, que hay entre unos y otros bailes est en el modo y no en la cosa. Los majos del bolero visten rica y elegantemente: el raso, la seda, el oro y la plata campean profusamente en 8 us lindos vestidos: sus movimientos son suaves y voluptuosos, y no respiran sino amor y deleite. Nuestras parejas rsticas, vestidas toscamente, dejan a un lado la mochila, la coyabra y los pltanos, y, anemangndose la ruana al hombro, emprenden al comps de la msica sus estpidas vueltas y extravagantes contorsiones, con las cuales ms parece que van a darse de mojicones que a bailar. En nada se parece una camiseta a la chaquEtilla de terciopelo con alamares de plata de un majo; en nada se semeja una camisa calentana, de tira bordada, al jubn ajustado que cie el talle flexible y esbelto de una manola; en nada unas enaguas de fula, al picaresco zagalejo que, bajando tres pulgadas de la liga, deja ver una fina media de seda. Volvamos al tema que hemos enunciado. Nuestro tiple es una degeneracin informe de la vihuela: un vestigio de las antiguas costumbres peninsulares mal aclimatadas en nuestro suelo. vestidas casi siempre con el traje indlgena, y caracterizadas con el sello agreste de nuestra Amrica; vestigios que estn connaturalizados con la ndole y genio de nuestros pueblos. El tiple es un instrumento pequeo y sencillo; tan pequeo como dulce y agradable al oldo. En vano intentaramos definirlas sensaciones que eXDerimenta el habitante del interior de la Repblica al or el rasgueado de una mano diestra en las cuatro cuerdas de un acordado tiple. Placer intenso, alegra, recuerds indescifrables
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de pocas pasadas y de lugares lejanos, melancola, ternura, propensi6n al baile y al bullicio: todo esto, pero no se sabe a punto fijo qu despierta el alegre sn de un tiple. En la ciudad recuerda el campo y sus placeres: en el cam,Jo recuerda la algazara de las poblaciones. Oldo de lejos en una noche despejada y tranquila, cuando el viento duerme, o slo nos trae sus gratGs sonidos una aura tlmida, nos da la idea perf~cta de la grandeza de la soledad, nos transporta, como el canto de la rana, a regiones extraas y solitarias, nos hace saborear algo tan apacible y tan dulce como un amor puro. Cuando se halla uno en fiestas en algn pueb:o de tierra caliente, y al acercarse ya la aurora se retira a' descansar, si alcanza a oir a lo lejos el canto triste y expresivo de UJ bambuco femenil acompaado de un par de tiples, cree uno percibir en medio del silencio y de la calma de la naturaleza algo que no es de este mundo. Extrao poder el del tiplel Oculta magia la de ese canto apacible, aunque montono! El tiple, hecho toscamente de madera de pino, sin pulimento ni barniz, no excede en su mayor longitud de cincuenta centmetros. El mstil o cuello ocupa, por lo regular,.m3 de la mitad de esa extensin, yen l se hallan incrustados los trastes de metal o hueso, cuyo nmero varia mucho; pero, no siendo de uso sino los dos O tres ms cercanos a la cejuela, en los dems po ca se curan los fabricantes de colocarl(,s a distancias convenientes y segn las reglas de la guitarra. Por lo regular llevan cuatro cuerdas de las que se fabrican en el pals; algunos suelen tener encordado doble, pero es ms comn el sencillo. Estas cuatro cuerdas, tan altas O agudas como lo permite la extmsin del instrumen to, estn templadas como las cuatro primeras de la guitarra: mi, si, sol, re; pero, siendo demasiado dbil esta ltima, por lo delgado de la cuerda, para que pueda distinguirse con claridad su sonido, se requinta ordinariamente, agregndole otra cuerda unisona con ella y en octava aguda. Suele templarse de alguna otra mane ra, pero esta es la ms comn y usada (1). (1) Desde la poca en que se escribi este artculo el tiple y la bandola han sufrido modificaciones: hoy se fabrican con grande esmero y perfeccin artstica, y los que se usan entre cierta clase de la sociedad son.finos y elegantes. Manos

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El torbellino, ms comnmente conocido en las provincias del interior de la Nueva Granada, tanto en los paises fros como en los clidos, es un aire en tres movimientos rpidos, de suerte que es tanto o ms allegro que los valses alemanes. Cada uno de los tres tiempos consta de dos notas de igual valor, y cada una de ellas es un acorde completo ya en la tnica, ya en la cuarta. Los tonos ms comunes del torbellino, que siempre es en el modo mayor, son do, re, sol. la. El juego de la ma no derecha consiste en rasguear alternativamente con cuatro dedos para abajo, y con el pulgar para arriba. Pero hasta aqul slo hemos hablado del torbellino comn, que no es otra cosa que un verdadero acompaamiento del alegre canto de este nombre. Igual c osa sucede con el bambuco que se ra~guea en el tiple, el cual, con el mismo aire y la misma construccin y comps, se toca siempre por te no menor, siendo los ms comunes mi, re y la. En el canto, que es mucho ms melodioso, tiene regularmente una parte en mayor, siempre en el relativo, la cual, contrastando con la parte menor, lo hace ms triste y melanclico. La impresin que causa en el nimo la m3ica del bambuco est ya perfectamente definida: es una alegra triste; o tambin pudiera decirse, una tristeza alegre, y la cuestin sera de colocacin de las palabras. El torbellino, por el contrario, es todo alegra, todo animacin, todo vida: es una especie de tarantela que incita a bailar y cantar con un poder mgico, irresistible. Si en tiempo de Homero hubieran existido el tiple y el torbellino, el poeta griego sin duda habra representado a sus dioses en bullicioso corro, riendo y cantando en rededor de dos tiples bien rasgueados. Es muy comn que se junten una bandola y un tiple: la primera puntea, o lleva el canto obligado, mientras que el tipl~ la acompaa de la manera que hemos di cho. Si a esto se agregan dos buenas voces de homaristocrticas no se desdeflan de puntear un tiple o bandola, instrumentos que han pasado a ser melodiosos, de manera que se ejecutan en ellos, no slo valses, polkas y otras piezas fugaces, sino aun oberturas enteras, acompafladas por una guitarra para la armonla. No ha faltado colombj:no que en paises extranjeros se haya hecho admirar por esta habi Iidad.

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bre y mujer bien entonadas, queda completo el rsti ca concierto. La bandola es un tiple algo ms ilustrado: la diferencia consiste en que aqulla suele tener el buque o parte posterior de la caja formada de la concha oe un armadillo o tortuga, y en qu~ las cuerdas, en vez de tocarse con los dedos, se puntean con un pedacillo de can de pluma, de cuerno u otra sustancia semejante, a manera de ua larga. Los tiples ms acreditados eran los que se fabricaban en Chiquinquir y en Guaduas, de donde solfan sacarlos por cargas, como las papas, para expender los en los pueblos principales. Se haelan algunos con ms esmero y lujo que los comunes, de madera de grao nadilla, con embutidos y otros adornos. An se ven en algunas casas antiguas de Bogot tiples de estos que llamaremos aristocrticos, y que en tiempos ms felices han sido punteados por blancas y delicadas manos. Para ciertos hombres del campo que llevan una vida errante de pueblo en pueblo, el tiple es un compaero inseparable; en los caminos, en las poblaciones y aun en las calles mismas de la capital, se les encuentra departiendo alegremente, con la mochila a la espalda y el tiple por delante. Estos rsticos dilettanti primero se proveen de cuerdas que de ninguna otra cosa. En las ventas y posadas se buscan y se juntan para templar acordes sus tiples, y, dando la vuelta a la totuma colorada de Timan, entonan con sus voces broncas aquello de Hay ojos que dan enojos, Hay ojos que congracean, Hay ojos que con mirar Consiguen lo que desean. Es digna de verse una caravana compuesta de ocho o diez personas de ambos sexos, que van o vienen de los mercados, o se dirigen a Chiquinquit a [cumplir una promesa, o bien se encaminan a fiestas a algn pueblo. Unos llevan ambas manos apoya das en un palo que se atraviesa por delante del pecho, asegurado a las cuerdas de la maleta!que va a la espalda; otros arrean dos o tres bestias de ruin:estampa, ensilladas con los antiguos sillones forrados en pao color de grana, y pertenecen a las patroncitas de ms

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respetabilidad entre ellos, las cuales prefieren por lo pronto ir a pie, tomando parte en la algazara general. Ellas y las otras compaeras llevan por lo regular la ruana fina del marido o del hermano puesta sobre la mantilla. Quin lleva dos sombreros, montado uno sobre otro, quin cubre la copa del suyo con la totuma que ha de servir para muchos usos en la peregrinacin, cul tiene un par de alpargatas colgado del cinto. En el centro de la caravana campean dos o ms alegres msicos que con cara risuea van rasgueando o cantando a voz en cuello, y que parecen decir a los que pasan, quin ms feliz que nosotros? En todos los pueblos de alguna consideracin, y particularmente en los de tierra caliente, es muy comn hallar 103domingos por la noche grupos de per sanas de ambos sexos, que, sostenidos por el guarapo y alentados por los humos del anisado, se disputan la palma, como los pa!;tores de Virgilio y de Tecrito, apostando a cul dice ms coplas; aunque no se adjudiquen como premio al vencedor en el certamen un cayado o una copa de encina tallada. Estos alegres corros se forman por lo regular en cierta calle que hay en casi todos los pueblos, a la cual por un instinto popular se llama en todas partes la calle caliente: nombre significativo que dice ms de lo que nosotros pudiramos explicar. La nica monotona agradable que conocemos es la de estos cantos; y tanto, que al oyente o espectador, como sea un poco aficionado a la msica, se le pasan las horas insensiblemente, y tambin las noches, deleitado con los encantos del tiple y de las voces argentinas de nuestras cafentanitas. Muchas veces el da sorprene a estos cantores infatigables, que a la luz de la aurora se dispersan y retiran a sus estancias o casas, despus de haberse dicho y contestado innumerables coplas, acordes en su sentido y feliclsimas en sus conceptos. Varias de ellas son improvi3adas, que no es raro hallar entre estos msicos destellos de un genio verdaderamente potico. Asi es como, sin saberlo apreciar, hollamos realizado entre nosotros aquello de los improvisadores napolitanos. Los habitantes de los llanos de San Marlin y Casanare son admirables en el gnero jocoso, y por rareza se encuentra nada sentimental en sus coplas y gafe-

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rones, que siempre afectan la forma del romance octo


slabo, como se ve por el siguiente fragmento: Por los yanos de Setenta Onde se colea ganao, Me dieron para mi siya Un cabayito melao. Me echaron un toro josco, Los cachos aborcelaos; Le di tan fuerte jaln Que lo dej mancornao. Vino el mayoldomo y dijo: No me martrate er ganao. Yo le dije: Cabayero, Sea ust mejor hablao, Que me yaman tantas muelas, Aunque no las he mostrao, Pues si las yego a mostral, ~e ha de vel el sol clisao, La luna tefla en sangre, Los elementos trocaos; Que jumo tabaco en bomba y escupo de medio lao. Un habitante de los Llanos puede estar una noche entera cantando o recitando en montono 5n, acompaado o n con el tiple, esas jcaras que ellos llaman galerones, sin fatigarse, y sin que se le agote el caudal de desatinos que ensarta en su lenguaje, mitad llanero, mitad andaluz; pero el tiple es siempre el fondo y parte esencial de nuestros cantos populares.

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