DAHL ROALD - Genesis Y Catastrofe

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GNESIS Y CATSTROFE Una historia real

Todo va bien deca el mdico. Ahora, recustese y reljese. Su voz sonaba a kilmetros de distancia y pareca que le estaba gritando. Tiene usted un hijo. Cmo? Que tiene usted un hermoso hijo. Lo comprende, verdad? Un hermoso nio. Le ha odo llorar? Est bien, doctor? Claro que s. Djeme verlo, por favor. Lo ver usted en seguida. Est seguro de que se encuentra bien? Completamente seguro. Sigue llorando? Intente descansar. No debe preocuparse por nada. Por qu ha dejado de llorar, doctor? Qu ha pasado? No se excite, por favor. Todo va bien. Quiero verle. Djeme verle, se lo ruego. Querida seora dijo el mdico, dndole un golpecito en la mano. Tiene usted un hermoso nio, fuerte y sano. Es que no me cree? Qu est haciendo aquella mujer? Est poniendo guapo a su nio para que usted lo vea dijo el doctor. Slo lo estn lavando un poco. Tiene que darnos unos minutos. Me jura usted que est bien? Se lo juro. Ahora, recustese y reljese. Cierre los ojos. Eso es. As est mejor. Buena chica... He rezado sin parar para que viva, doctor. Claro que vivir! De qu est usted hablando? Los otros no vivieron. Cmo? Ninguno de mis otros hijos ha sobrevivido, doctor. El mdico estaba al lado de la cama, mirando la cara plida y exhausta de la joven. No la haba visto hasta entonces. Ella y su esposo eran nuevos en la ciudad. La duea de la fonda, que haba ido a ayudar en el parto, le haba dicho que el marido trabajaba en la aduana, en la frontera, y que haban llegado a la fonda sin avisar, haca tres meses, con un bal y una maleta. El marido era un borracho, segn la duea de la fonda; un borrachuzo chulo, arrogante y tirnico, pero la joven era amable y religiosa. Y estaba siempre muy triste. Nunca sonrea. En las pocas semanas que llevaban all, la duea de la fonda no la haba visto sonrer ni una sola vez. Tambin corra el rumor de que era el tercer matrimonio del marido, que su primera esposa haba muerto y que la otra se haba divorciado de l por razones bastante deshonrosas. Pero era slo un rumor. El mdico se inclin y tir de la sbana para tapar el pecho de la paciente. No debe preocuparse por nada dijo amablemente. Es un nio absolutamente normal. Eso mismo me dijeron de los otros. Pero los perd a todos, doctor. En los ltimos dieciocho meses he perdido a mis tres hijos, as que no puede usted reprocharme que est preocupada. Tres? ste es el cuarto... en cuatro aos. El mdico movi, incmodo, los pies sobre el suelo desnudo.

Doctor, no creo que sepa usted lo que supone perderlos a todos, a los tres, lentamente, uno a uno. An los estoy viendo. En este momento veo la cara de Gustavo tan claramente como si estuviera aqu, en la cama, a mi lado. Gustavo era un nio precioso, doctor, pero siempre estaba enfermo. Es terrible que siempre estn enfermos y no se pueda hacer nada para ayudarles. S, lo comprendo. La mujer abri los ojos, mir fijamente al mdico unos segundos y los volvi a cerrar: La nia se llamaba Ida. Muri unos das antes de Navidad, hace slo cuatro meses. Me gustara que hubiera visto a Ida, doctor. Ahora tiene usted otro hijo. Pero Ida era tan guapa... S dijo el mdico. Lo s. Cmo puede usted saberlo? exclam. Estoy seguro de que era una nia preciosa, pero ste tambin lo es. El doctor se separ de la cama, se dio la vuelta, fue hasta la ventana y se qued mirando afuera. Era una tarde de abril, lluviosa y gris, y en la acera de enfrente vio los techos rojos de las casas y las enormes gotas de agua que se aplastaban contra las tejas. Ida tena dos aos, doctor... Era tan guapa que no poda dejar de mirarla, desde que la vesta por la maana hasta que la acostaba por la noche. Entonces viva aterrorizada de que le ocurriese algo a aquella criatura. Gustavo haba muerto, y tambin el pequeo Otto; ella era lo nico que me quedaba. A veces me levantaba por la noche, iba de puntillas hasta la cuna y le pona el odo junto a la boca para comprobar que respiraba. Intente descansar dijo el mdico, volviendo a acercarse a la cama. Por favor, intente descansar. El rostro de la mujer estaba blanco y exange, con un ligero tinte gris azulado en torno a la nariz y la boca. Unos mechones de pelo hmedo le caan sobre la frente y se le pegaban a la piel. Cuando muri... Ya estaba embarazada otra vez cuando ocurri aquello, doctor. Estaba de cuatro meses cuando muri Ida. No lo quiero!, gritaba despus del funeral. No quiero tenerlo! Ya he enterrado bastantes hijos! Y mi marido... se paseaba entre los asistentes con un gran vaso de cerveza en la mano... Se volvi hacia m y me dijo: Tengo buenas noticias para ti, Clara, buenas noticias. Se lo imagina usted, doctor? Acabbamos de enterrar a nuestro tercer hijo y l, tan tranquilo, con un vaso de cerveza en la mano, me dice que tiene buenas noticias. Hoy me han destinado a Brunau, as que ya puedes hacer el equipaje. As empezars desde cero, Clara. Es un sitio nuevo, y tendrs otro mdico... No hable usted ms, se lo ruego. Usted es el mdico nuevo, no doctor? S. Y estamos en Brunau. S. Estoy asustada, doctor. Intente tranquilizarse. Qu posibilidades tiene el cuarto? Tiene usted que dejar de pensar en esas cosas. No lo puedo remediar. Estoy segura de que es algo hereditario, que hace que mis nios se mueran de ese modo. Tiene que ser eso. No diga tonteras. Sabe usted lo que me dijo mi marido cuando naci Otto, doctor? Entr en la habitacin, mir la cuna en la que estaba el nio y dijo: Por qu todos mis hijos tienen que ser tan pequeos y dbiles? Estoy seguro de que no dijo eso. Meti la cabeza en la cuna de Otto, como si estuviese examinando un insecto, y dijo: Lo nico que quiero saber es por qu no pueden ser mejores ejemplares. Es lo nico que quiero saber. Y tres das despus Otto haba muerto. Le bautizamos rpidamente. Y luego

muri Gustavo. Y despus Ida. Todos murieron, doctor..., y la casa se qued vaca de repente. No piense ahora en eso. ste es igual de pequeo? Es un nio normal. Pero pequeo? Un poco, s, pero a veces los pequeos son mucho ms fuertes que los grandes. Imagneselo, seora Hitler, el ao que viene por estas fechas estar casi aprendiendo a andar. No es una idea maravillosa? La mujer no contest. Y dentro de dos aos probablemente hablar por los codos y la volver loca con su parloteo. Ha decidido ya qu nombre ponerle? El nombre? Claro. No s. No estoy segura. Creo que mi marido dijo que si era nio le pondramos Adolfo. Entonces le llamarn Adolfo. S. A mi marido le gusta ese nombre porque se parece un poco a Alois. l se llama Alois. Estupendo. Oh, no! exclam, incorporndose bruscamente sobre la almohada. Es lo mismo que me preguntaron cuando naci Otto! Eso significa que se va a morir! Quieren bautizarlo inmediatamente? Vamos, vamos dijo el mdico cogindola suavemente por los hombros. Est usted completamente equivocada. Es que soy un viejo curioso, pero nada ms. Me gusta hablar de nombres. Me parece que Adolfo es un nombre muy bonito, uno de mis favoritos. Mire, aqu le tenemos. La duea de la fonda, con el nio apretado contra su enorme pecho, atraves majestuosamente la habitacin y lleg hasta la cama. Aqu tiene a esta hermosura! exclam rebosante de alegra. Quiere usted cogerlo? Se lo pongo a su lado? Est bien abrigado? pregunt el mdico. Aqu hace muchsimo fro. Claro que est bien abrigado. El beb iba apretadamente envuelto en un chal de lana blanca, del que slo sobresala la cabecita sonrosada. La duea de la fonda lo coloc con cuidado en la cama, al lado de la madre. Bueno, aqu lo tiene dijo. Ahora puede mirarlo todo lo que quiera. Creo que le gustar dijo el mdico, sonriendo. Es un nio muy hermoso. Tiene unas manos preciosas! exclam la duea de la fonda. Qu dedos tan largos y delicados! La madre no se movi. Ni siquiera volvi la cabeza para mirar. Vamos! exclam la duea de la fonda. No le va a morder! Me da miedo mirar. No me atrevo a creer que tengo otro nio y que est bien. No sea usted tonta. Muy despacio, la madre volvi la cabeza y mir la carita increblemente serena que reposaba en la almohada, a su lado. Es ste mi nio? Claro! Pero..., pero si es muy guapo! El mdico se dio la vuelta, fue hasta la mesa y empez a guardar sus cosas en el maletn. La madre, tumbada en la cama, miraba al nio, le sonrea, le tocaba y emita ruiditos de contento. Hola, Adolfo! susurraba. Hola, Adolfito mo...! Chiss! dijo la duea de la fonda. Escuche! Creo que llega su marido. El mdico se dirigi a la puerta, la abri y mir al pasillo. Seor Hitler?

S, soy yo. Entre usted, por favor. Un hombre bajo, de uniforme verde oscuro, entr en la habitacin sin hacer ruido y mir a su alrededor. Le felicito dijo el mdico. Tiene usted un hijo. Aquel hombre llevaba bigote y unas patillas enormes, meticulosamente recortadas al estilo del emperador Francisco Jos, y apestaba a cerveza. Un hijo? S. Cmo est? Muy bien. Y su esposa tambin. Estupendo. El padre se dio la vuelta y, con un andar curiosamente saltarn, se acerc a la cama en la que descansaba su mujer. Vamos a ver, Clara dijo, sonriendo bajo el bigote. Qu tal ha ido todo? Se inclin para mirar al nio y sigui inclinndose con una serie de movimientos sincopados, hasta que su cara qued a unos cuarenta centmetros de la cabeza de la criatura. La mujer estaba tumbada de lado, apoyada en la almohada, y lo observaba con una mirada suplicante. Tiene unos pulmones fantsticos le hizo saber la duea de la fonda. Tendra usted que haberle odo gritar nada ms llegar al mundo. Pero, por Dios, Clara... Qu pasa, cario? Que ste es an ms pequeo que Otto! El doctor dio rpidamente unos pasos hacia adelante. Este nio no tiene absolutamente nada anormal dijo. El marido se enderez despacio, se separ de la cama y mir al mdico. Pareca herido y desconcertado. No sirve de nada mentir, doctor dijo-. Yo s lo que pasa. Ser lo de siempre. Haga el favor de escucharme replic el mdico. Pero sabe usted lo que ocurri con los otros, doctor? Tiene que olvidarse de los otros. Concdale a ste una oportunidad. Pero es tan pequeo y tan dbil! Mire usted, seor mo, no es ms que un recin nacido! Aun as... Qu es lo que quiere hacer? gimi la duea de la fonda. Cavarle la tumba? Basta ya! exclam el mdico con brusquedad. En aquel momento la madre se ech a llorar. Fuertes sollozos le sacudan el cuerpo. El doctor se acerc al marido y le puso una mano en el hombro. Sea bueno con ella, se lo ruego susurr. Es muy importante. Apret el hombro del marido con ms fuerza y lo empuj disimuladamente hacia el borde de la cama. El marido dudaba. El mdico apret an ms, mientras le haca gestos apremiantes con la mano. Por fin, el marido se agach de mala gana y bes ligeramente a su mujer en la mejilla. Vamos, Clara dijo, deja de llorar. He rezado tanto para que viva, Alois... Ya. Durante meses he ido todos los das a la iglesia para pedir de rodillas que ste pueda vivir. S, Clara, ya lo s. Tres hijos muertos es lo mximo que puedo soportar. No te das cuenta? S. Tiene que vivir, Alois. Tiene que hacerlo. Oh, Dios mo, ten misericordia de l! ***

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