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Regiones Encadenadas: Presagios Vespertinos, #1
Regiones Encadenadas: Presagios Vespertinos, #1
Regiones Encadenadas: Presagios Vespertinos, #1
Libro electrónico279 páginas3 horas

Regiones Encadenadas: Presagios Vespertinos, #1

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Información de este libro electrónico

En las tierras devastadas por la guerra y la ambición, donde los guerreros luchan bajo la sombra de pactos oscuros, se libra una batalla oculta.

"Regiones Encadenadas" nos transporta a un mundo donde la magia, la traición y los poderes ocultos se entrelazan, dando inicio a una historia cargada de violencia, dolor y resistencia.

La trama arranca con una introducción que luego en un próximo libro se irá desglosando. Sin embargo, en este primer libro, las protagonistas son Elora y Lhyanne, dos hermanas que han sido arrebatadas de su hogar por traficantes de esclavos, quienes las venden al mejor postor. Atrapadas en un ciclo de tortura, vejaciones y humillación, son obligadas a ser el entretenimiento de los políticos corruptos de una ciudad sin ley. La desesperación y el sufrimiento son parte de su día a día, hasta que la oportunidad de escapar llega de la manera más inesperada.

Lejos de la civilización, se encuentran con una antigua entidad oscura. Esta fuerza les ofrece poder ilimitado para vengarse de sus captores.

Elora, la mayor, está dispuesta a todo por obtener la venganza que tanto anhela. Su odio por aquellos que las oprimieron la consume, y acepta el pacto sin dudar. En cambio, Lhyanne, la hermana menor, lucha con la decisión. Sabe que aceptar significaría perder su humanidad, y aunque desea justicia, no está segura de querer convertirse en un arma de destrucción bajo el control de una entidad siniestra Finalmente, ambas hermanas aceptan el convenio.

Dicho camino las lleva a un enfrentamiento de proporciones colosales, donde los poderes oscuros chocan y la magia ancestral despierta.

"Regiones Encadenadas" es una novela cargada de emociones intensas, con personajes profundamente marcados por la esclavitud, la traición y el deseo de libertad. Con temas como el sacrificio y justicia, la trama ofrece un viaje épico lleno de magia, enfrentamientos y la búsqueda incesante de una venganza que no se puede detener.

IdiomaEspañol
EditorialEli Key
Fecha de lanzamiento5 oct 2024
ISBN9798227338600
Regiones Encadenadas: Presagios Vespertinos, #1
Autor

Eli Key

Eli Key, de 22 años; oriunda de Gualeguaychú. Provincia de Entre Ríos, Argentina, es estudiante de marketing y trabaja como niñera para poder pagarse sus estudios. A partir de los doce años comenzó a escribir, y no fue hasta que leyó a Charlotte Brontë ya sus hermanas Anne y Emily, que comenzó a interesarse seriamente en la literatura. Después de conocer a Emily Dickinson; Richard Bach; Patrick Leigh Fermor; Megan Mayhew Bergman y Joan Didion, entre otros; se decidió a incursionar en ideas más decentes y prolijas, relativo a la narrativa y a las prolijidades de los textos. A partir de los dieciocho años, se arrojó de lleno a escribir todo cuanto pudiera salir de su pluma. Después de probar en varias plataformas digitales y de explorar los blogs, se decidió autopublicar en Draft2 Digital. Y mientras el país donde vive se debate en un mar de angustias y déficit económico; ella se esfuerza cuanto puede para depurar sus obras.  La vida no es fácil, se hace lo que se puede con lo que se tiene, pero al final de una tormenta siempre sale el sol;  es lo que dice siempre.

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    Regiones Encadenadas - Eli Key

    PRESAGIOS VESPERTINOS

    Regiones Encadenadas

    Libro 1

    Eli Key

    Dedicatoria

    A mi padre y chofer oficial

    de mis idas al colegio

    PRESAGIOS VESPERTINOS

    Regiones Encadenadas. Libro 1

    Copyright © 2024 Eli Key.

    Escrito por Eli Key.

    Quedan reservados todos los derechos. La reproducción total o parcial de esta obra o su transmisión sin autorización previa por escrito de los titulares del copyright puede constituir un delito contra la propiedad intelectual.

    Contenido

    Prólogo

    Capítulo 1

    Capítulo 2

    Capítulo 3

    Capítulo 4

    Capítulo 5

    Capítulo 6

    Capítulo 7

    Capítulo 8

    Capítulo 9

    Capítulo 10

    Prólogo

    PRIMERA ODA

    ¿Dónde están las contemplaciones divinas,

    los marcos de los indiscutibles centuriones,

    cuyas hazañas rebotan en los años?

    ¿No es esta la Tyneple forjada en fuego,

    en orgías de pasiones mentales,

    que vestían de encajes de seda,

    de suave raso y finas bandejas de plata?

    Sirven las copas ufanadas de vino,

    el aroma de los asados, de la carne,

    el rigor de las mesas, los invitados,

    y las miradas que acechan en las esquinas,

    Oh, si, ellos ríen, tiranizan y ríen,

    cubren los campos de sangre,

    de hiel y muerte y ríen de valor,

    de arrojo, por sus envenenados dardos,

    que han impuesto como coronas,

    sobre las trémulas cabezas de los vencidos,

    Más allá, en el poste de los aderezos,

    en las recámaras de aseo,

    donde las damas parlotean frente a los nobles,

    en los pasillos de mármol, de granito,

    frente a la arquitectura de un mundo,

    plagado de injurias, deseos y ambiciones,

    estallan las traiciones, las manos se ensucian,

    lo sádicos parroquianos de la alta estirpe,

    quiebran los dominios de otros,

    y Tyneple es sodomizada,

    arden los fuegos extraños, no hay veredicto,

    se usurpan los mandatos a través del puñal,

    y la sensualidad ya no es lírica ni gentil,

    el amor perece por un alto precio,

    la burguesía triunfa sobre todos, ellos,

    ríen bajo los arcos de la inmoralidad y el desdén,

    y los palacios se cubren exquisitos festejos.

    Las esculturas alaban a sus amos, a sus dioses,

    pronto dejarán esos atavíos y vestirán otro,

    uno que mancillaran a un despojado cordero,

    maniatarán las verdaderas enseñanzas,

    y quebrarán los pactos antiguos,

    El Justo Nombre de lo verdadero será pisoteado,

    porque habrán descubierto, la nueva mortaja,

    el látigo que podrá dominar, extenderse,

    en ríos de sangre, en ríos de conquista,

    como herejes endemoniados, como verdugos,

    y de nuevo reirán, se sentirán en la cúspide,

    persiguiendo a inocentes, destruyendo los hogares,

    escupiendo,

    sobre los rostros de las madres subyugadas,

    mientras las niñas son violentadas, acosadas,

    en medio de risas, de juicios que ellos mismos,

    inventarán, con la excusa de ser los elegidos,

    los heraldos de una orden superior,

    Todo lo cubrirán de deshonra, de feroces castigos,

    todo lo harán, bajo el criterio de una religión autoimpuesta,

    en nombre de algo que nunca les perteneció,

    Su banalidad los ha encarcelado,

    pronto recibirán su merecido,

    el juicio divino espera a sus puertas,

    y el antiguo y verdadero fuego,

    ese que consume las rocas y el agua,

    los convertirá en cenizas,

    Y entonces el gran templo de oro,

    de mentiras e idolatría,

    se vendrá abajo,

    la desolación visitará esa tierra,

    la libertad enseñará sus dientes,

    y el lobo que se escondía,

    detrás de esa túnica de finas sedas,

    huirá lejos, vencido y deshonrado,

    ¿Cuándo será eso?

    Nadie lo sabe,

    pero el pacto perpetuo,

    convertirá en ruinas ese oscuro santuario de muerte.

    LOS ETHONNIS

    El territorio se presentaba hostil, severo, inapropiado para cualquiera que no estuviera acostumbrado a sus recovecos. Y los animales que los poblaban, eran en extremo peligrosos. Cualquier cosa peluda y con dientes agudos podía salir detrás de algún follaje.

    La loba líder de la manada ─cuyo número de miembros se contaba por cincuenta, treinta eran machos y veinte hembras, cuatro de los cuales tiraban de un viejo carromato cuya cargar estaba cubierta de pieles de oso─; había distinguido a lo lejos, las sombras de los primeros árboles del Bosque Sereno.

    Ella había enfatizado en sus instintos, que aquello podría considerarse como una salida del abrazador desierto, una solución al problema del sol, la sed y de las incontables horas que arañaban sus cuerpos, incluyendo los fríos vientos que se descolgaban por las noches. Sin embargo, también lo supo, que de seguro que estaría plagado de bestias y otros nativos propios del lugar.

    Los enormes lobos que halaban el viejo armatoste, tras dejarlo detrás de unos árboles, se movilizaron en parejas junto a otros cuatro, para estudiar el peculiar páramo agreste.

    La líder procuró ser la primera en avanzar, pero estaba demasiado debilitada como para formar parte de una expedición. Se replegó y se recostó sobre unos mullidos arbustos. Nadie rebatió su decisión. La necesidad de hallar agua era primordial y más urgente que cualquier otra cosa.

    Olfateó en el aire en busca de amenazas cercanas. No pudo percibir nada. Nada que le indicara que sus hermanos pudieran estar en peligro. Sintió la impotencia de no poder moverse, de no poder ir con ellos. Pero uno de los miembros de la manada, se movió en su dirección y se acurrucó a su lado. Una hembra joven que se limitó a gimotear, en un intento por calmar los nervios de su líder que gruñó complacida por el gesto.

    No muy lejos de ahí, otra situación se suscitaba como imprevista. Una pequeña dotación compuesta por hombres y mujeres, se aproximaba también a las puertas del mencionado bosque. Un nutrido grupo de esclavos tiranizados por un veterano de voz aguda y chillona, se colaba por el sendero, liderando a una facción de guerreros y amazonas que custodiaban varios carros que contenían diversos equipamientos, así como prisioneros entre otras cosas. Esclavos y esclavistas. Acarreadores guiando a caballos tan desnutridos como ellos mismos. Y los prisioneros encadenados unos, moribundos otros.

    La guarnición de infantería avanzaba impulsada por el látigo del presunto jefe de coalición que se abría camino entre gritos y reproches, rodeado por las insoportables moscas que zumbaban enloquecidas. Detrás de él, los mercenarios y otros rejuntes de guerra, cabalgaban con prudencia entre el llano polvoriento y la nueva vegetación que se extendía delante. Lo hacían abrazados por el sudor y el deseo de llegar de una buena vez a las tierras que conocían.

    El día continuaba siendo agobiador. Y el sol pegaba tan fuerte con ramalazos de aire caliente. La sequedad árida parecía alargarse hasta las ramas y las hojas de los inmensos árboles que permanecían incólumes frente a la odisea del desierto.

    ─ ¡VAMOS PERROS CARROÑEROS ─dijo el guardia-cárcel, empujando a un grupo de esclavos. Desgreñados y cultivados en el peor de los castigos brutales de la tortura y el encierro─ ¡Muévanse malnacidos! Debemos llegar cuanto antes a la arboleda de allá ─señalando a las inmediaciones del bosque Sereno.

    Su boca se movió en un gesto de desaprobación. Las llagas por la deshidratación le partían el rostro y le secaban cada vez más la boca, toda cuarteada y blanca.

    «Debería estar en los senderos, protegiendo a las yeguas de los vicarios y revolcándome con las novicias nuevas.»

    El obispo encargado de supervisar las tareas de los esclavos y esclavistas había notado irregularidades en los envíos que provenían desde la costa este, más precisamente, de los puertos de Alshor, cercana a la próspera New Holand; por donde una gran cantidad de tráfico de especias, minerales, telas y armas se comercializaban bajo el escrutinio vigilar de los Cónsules Tenhadrem.

    Dicho vicario, presumía que saqueadores podrían llegar a tener algún tipo de alianza con los transportadores. A tal motivo, Niphon, a quien apodaban: Kaliel, el guardia-cárcel de las Mazmorras Negras en la fortaleza de Tyneple, fue escogido para investigar este asunto; en especial este envío que se consideraba urgente con importancia diplomática.

    ¿La razón?

    Un guerrero que se adjudicaba el título de rey heredero a la corona de Amisbialth, había sido capturado, y era menester que llegara con vida a las fronteras del reino de Tyneple.

    «Condenado obispo. Me he secado la cabeza procurando que todo este cargamento llegue a buen puerto. Descontando que debimos combatir con los sabuesos de las praderas, y las salvajes Orquidem de cabellos rizados.»

    Al recordarlas, su reseca lengua se movió con lujuria por su boca.

    «¡Cómo me gustaría echarle mano a una sola de esas arpías! No imagino el placer que me daría poseerla toda una noche. Las haría aullar de placer.»

    ─ ¡Con mil rayos! ─expresó golpeando a uno de los acarreadores. Levantó su mano para alcanzar una pesada correa trenzada que se hallaba por detrás de su espalda─. ¡Vamos, inútiles pordioseros! ¿Para qué reciben su paga? ¡Muévanse!

    Pero los designados a cuidar de las jaulas que contenían hombres y mujeres sobrevivientes de la Primer Emancipación ─una trifulca que habíase originado tras el derrocamiento del gobierno circasiano─, y conjurados por un acechante peligro que enturbiaba los ánimos, se movieron hacia la izquierda del grueso del contingente, para otear lo que había más adelante. El guardia-cárcel notó el extraño movimiento y también levantó su cabeza para ver hacia el frente del camino, arrastrado por la repentina curiosidad.

    ─ ¿Qué demonios? ─dijo pasando el dorso de la mano sobre sus agrietados labios─. ¡No solo el calor, también lobos ahora!

    Bekum de Stroglia estaba con una pierna cruzada sobre la cruz de su montura. Se apoyaba sobre la rodilla con su codo, mientras esgrimía desconfianza y apatía a todo lo que representaba en la vida del viejo guarda-cárcel. La espada de doble filo aserrada, se escondía en su vaina sobre su espalda. Todos o la mayoría de los que lo acompañaban en esa peculiar facción de esclavistas, lo conocían bien. Y todos lo trataban con deferencia.

    Bekum, que vestía una cómoda armadura de plata y acero, era adepto al vino, a la cerveza y las mujeres. Vivía la vida con prudencia y desapego. A pesar de que, en más de una ocasión, su temeridad lo hacía rozar el velo de la muerte entre carcajadas y burlas que arrojaba a sus enemigos. Pero también odiaba perder el tiempo. Mucho más, odiaba tener que vérselas con animales salvajes. La brizna que sostenía con sus dientes se rompió al distinguir la manada de lobos al frente del bosque. Supo que eso no era una buena señal. Su semblante coriáceo se tensó en un despreciable gesto de fastidio.

    ─Porquería ─dijo escupiendo al suelo─. Tengo sed, estoy hambriento y todavía debo lidiar con estos carroñeros─. ¡Kaliel! Soy un mercenario y no un mata lobos ni nada parecido. Envía a otros o me devuelvo por donde vine.

    ─No tengo a nadie más, tozudo de melena larga ─gruñó con soberbia, en tanto bebía de lo que quedaba del agua en su pellejo─. Solo a ti y a tus hombres. Duplicaré la paga si te deshaces de ellos. Deja de quejarte y haz tu trabajo.

    Por arriba de la boca del mercenario, una clara y vieja cicatriz, se abría camino desde el labio superior hasta su mandíbula. Un recuerdo con un rabioso lobo de las Estepas Florianas. De ahí su desdén para vérselas con estas criaturas.

    ─ ¡Púdrete viejo cascarrabias! Haré el maldito trabajo y más te vale que me consigas doble ración de carne y cerveza, además de mi pago.

    ─ ¡Jajaja! ─resonó la exclamación del guardia-cárcel─. No eres más que un metiche maloliente que nadie contrata, excepto yo. No dejes que esos perros te alcancen o no tendrás nada de eso.

    «Muérete infeliz.»

    Uno de los subordinados de Kaliel, resopló resentido sobre su puño. De gran estatura, cubría sus lomos con una armadura de hierro y cuero. Murmuró por lo bajo y se adelantó al grupo.

    ─Iré primero ─dijo sin mirar a nadie.

    ─No te descuides, Moren ─observó su líder─. Haremos lo de la última vez. El fuego siempre gana contra estos montaraces.

    ─Y la carne chamuscada nunca cae bien entre los de su especie.

    ─De ninguna manera retrocederán ─expresó interviniendo un larguirucho espadachín vistiendo de negro, con una increíble espada larga sobre su espalda.

    ─Que se pudran, perros estercoleros y sarnosos ─dijo una mujer que vestía apenas unas prendas, y sobre las mismas, una armadura de cuero y hierro. Llevaba, además, unas calzas negras y unas botas largas hasta por encima de las rodillas con abrazaderas y unas cadenillas de acero por encima del empeine, similar a las amazonas del norte. La armadura, desde la cintura y por debajo de su cinturón donde pendía varios puñales cortos, dejaba caer una especie de vestido de cuero fino corto a los muslos. Sus cabellos cortos se encontraban sucios y llenos de tierra. Su rostro curtido por los desiertos, dejaban entrever varios rasgos femeninos atractivos a la vista. Sonrió despectivamente, mientras devoraba un trozo de carne seca.

    ─Runely ─así se llamaba la mencionada amazona─, llévate a tres de tus hermanas, y junto a Moren, rodeen las bestias o vean que clase de trampa es mejor para deshacernos de ellos.

    ─ ¡Porquería, Kaliel! Siempre nos mandas al frente.

    ─No discutas, mujer. Tu paga espera, también. Solo no pierdas tus bragas.

    ─ ¡Móntate a tu chiva loca, mercader de esclavos! Condenado imbécil.

    Kaliel se carcajeó con fuerzas, y se dedicó a revisar las jaulas. Una en especial fue a la que le dedicó más atención. Esta llevaba cadenas por dentro y por fuera. Adentro, un enorme guerrero se hallaba sentado a modo turco, viendo hacia el contingente que partía rumbo al encuentro con los lobos. Vestía una chamarra de cuero larga de color marrón oscuro trabajada a mano. Pantalones de cuero y un par de botas. Sus manos encadenadas no le impedían moverse, y, aunque el reducto resultaba no ser pequeño, la poca movilidad lo llevaba a sentarse o verse recostado sobre el suelo de madera. La jaula estaba construida con barrotes de acero de cuatro centímetros de diámetro y con poca brecha entre uno y otro. Medía dos un metro y medio de alto por dos de ancho y dos de largo.

    ─Todavía no puedo creer que tú eras la razón principal del envío ─repuso Kaliel─. Y a pesar de que no logramos hallar esas irregularidades de las que tanto se hablaba, sospecho que todo se debía a un acto fingido por parte del obispo con tal de que me trajera a los mejores para tu traslado ─bufó con sorna─. Desgraciados clérigos, esto debía ser una acción militar. Pero al camuflarse con un ordinario tráfico de esclavos, nadie podría presumir que traeríamos al mismo rey de los picos helados con nosotros. Si supiéramos por las penurias que debimos atravesar para dar contigo, no...

    ─Hablas y chillas como una vieja, viejo fanfarrón ─gruñó el hombretón.

    ─Perro engreído, ya verás el trato que te dan los idiotas de la corte.

    ─ ¿Eres uno de ellos?

    Kaliel pateó uno de los barrotes y escupió hacia adentro.

    ─Mófate todo cuanto quieras. Cuando lleguemos, no te quedarán ganas de hacerlo.

    El guerrero no contestó. Su vista estaba puesta en la delantera. Recogió un pedazo de manzana y le echó un mordisco. Un gruñido de satisfacción brotó de su boca.

    ─Cretino estúpido, siquiera te das cuenta en el aprieto en el que te encuentras.

    Bekum de Stroglia, parpadeó inquieto y desmontó pocos metros antes de llegar a una pequeña elevación de abundante follaje. El viento del desierto había estado soplando sin cesar a lo largo de todo el día, levantando polvo y tierra e inundando los alrededores con su insoportable calor.

    Runely se apeó también de su montura y flexionó sus macizas piernas hasta colocarse de rodillas. Bekum como al descuido le echó un ojo al fondo de las calzas de la amazona quien no se dio por enterada del vistazo que acababa de recibir por parte del osado guerrero.

    «Menuda curvatura hay allí adentro. Debes gritar como una loca si alguien te llega a rozar con menudencias y pasión. Por supuesto, en caso de que ese alguien sea lo suficientemente audaz y capaz de acercarse a ti, y no termine de cabeza en algún abrevadero.»

    Su pensamiento le arrancó una sonrisa. Enseguida puso una rodilla en tierra, y clavó en el húmedo suelo, el extremo de su lanza corta y pesada.

    ─Muy bien, ahora veamos a nuestros amigos de piel negra y dientes amarillos.

    Paseó con su mirada al grueso grupo de lobos que se hallaba a unos doscientos metros. La manada se mantenía quieta, inquiriendo en dirección de la facción. Atentos. Con sus ojos rojizos, con el cruento peligro de sus colmillos y el filo de sus garras. Un escalofrío le recorrió la espalda al sentir la fuerza que despedía esa oscura realidad. Una fría y viscosa realidad. Y él temía esa furia ofensiva cuando esta se desataba.

    Remolinos de tierra y hierba se elevaban por aquí y allá. Y por todas partes se oía la vida que rebullía en los múltiples recovecos del interior del bosque.

    «No he olvidado el acre aliento de la bestia que me rasgó la cara. Y en estos momentos, el hedor de todos ellos me llega hasta aquí. Y no solo son del tamaño de un ternero; son muchos más de lo que imaginaba. Sería una estupidez enfrentarnos a campo abierto. No. Tiene que existir otra manera.»

    ─No creo que nos ataquen ─dijo Runely acercándose despacio al observador─. Sospecho que más bien desean descansar del calor ardiente del desierto. Todo indica que solo están tomando un respiro.

    La fragancia que desprendía la amazona no resultaba ser el asqueroso olor a grasa de potro, ropa vieja y cerveza rancia, que ciertas amazonas solían portar sobre sus cuerpos con el único fin de mantener alejado a los hombres.

    No. El de ésta, asumía a madreselva y peonías. Más allá de lo desquiciada que podría llegar a ser dicha mujer, tal revelación de fresco aroma le despertó la curiosidad, así como el interés.

    ─ ¿Qué te hace pensar tal cosa? ─respondió sin dejar de ver a la manada.

    ─Mira aquella loba. La más grande, la que se encuentra en la retaguardia del grupo. Parece agotada y hasta enferma, sin embargo, sigue siendo la líder; de otro modo, hace ya rato que la hubieran dejado abandonada. Lo cual es extraño. Pero no viene al caso. Presta atención. ¿Alcanzas a ver como la rodean? De seguro están a la búsqueda de algún paraje donde puedan establecerse. Lo cual nos conviene, por cierto. Porque aún no han marcado territorio. Intuyo que, si no los molestamos, nos dejarán pasar. Después de todo, el camino se abre en dos. Uno que atraviesa el bosque, y el otro que podríamos tomar, en caso de rodearlo. Lo cual me parece acertado y prudente. Y agradezcamos que no es invierno, es cuando más enloquecidos están por causa del hambre. Sostengo que deberíamos dejarlos en paz... y seguir con lo nuestro, lejos de ellos, muy lejos.

    ─Pienso que deberíamos atacar y eliminarlos a todos ─interrumpió el espadachín uniéndose a la plática.

    ─No puedes ser menos idiota, Gelmeth ─repuso Runely con

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