Filosofía del duelo
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Filosofía del duelo - Rocío Cázares Blanco
Filosofía del duelo
© Rocío Cázares Blanco
Francisco J. Serrano
Coordinadores
Imagen de portada: Sarah Cassidi. Líneas de vida, 2022
Primera edición abril de 2024, Ciudad de México, México
Derechos reservados para todas las ediciones en castellano
© Editorial Gedisa Mexicana, S.A.
Tepeji No. 86, Col. Roma Sur
06760 Ciudad de México, México
Tel.: +52 55 5564 5607
www.gedisa.com
ISBN 978-607-8866-82-3
IBIC: HPQ
Impreso en México
Printed in Mexico
Libro arbitrado por pares académicos
Queda prohibida la reproducción total o parcial por cualquier medio de impresión, en forma idéntica, extractada o modificada, en castellano o cualquier otro idioma.
Conversión gestionada por:
Sextil Online, S.A. de C.V./ Ink it ® 2024
+52 (55) 52 54 38 52
www.ink-it.ink
Índice
Prefacio
I. Introducción. Filosofía del duelo
Rocío Cázares-Blanco y Francisco J. Serrano
II. Mictlán: vivir la propia muerte
Abraham Sapién y David Fajardo-Chica
III. Duelo anticipado, enojo y resentimiento
Rocío Cázares-Blanco
IV. El significado ético del duelo
Roger G. López
V. ¿Cómo afecta el duelo a la identidad práctica?
Francisco J. Serrano y Rocío Cázares-Blanco
VI. El duelo como reconfiguración del modelo narrativo del yo
José M. Araya
Acerca de los autores
Prefacio
Los colaboradores que participan en este libro acogimos con entusiasmo la propuesta de explorar juntos el tema del duelo, desde mediados de 2021. Previamente, cada uno de nosotros había hecho investigación en el campo de la filosofía de las emociones, pero no todos sobre el duelo. La pérdida de un ser querido y el tipo de duelo asociado con ella son experiencias indisociables de la vida humana; sin embargo, la pandemia de COVID-19 hizo que muchas personas enfrentaran tales experiencias por primera vez, y en condiciones especialmente difíciles. El tema del duelo, pues, es de importancia vital y no solo filosófica. Esperamos que cualquier persona que se acerque a este libro encuentre en él reflexiones que le sean significativas.
Ya que los autores de este libro trabajamos en distintas universidades, dentro y fuera de México, celebramos dos talleres presenciales para conocernos personalmente, examinar los avances de los ensayos que cada uno de nosotros estaba preparando, y pensar juntos en nuestras ideas sobre el duelo. El primero de esos talleres tuvo lugar en octubre de 2021 en la ciudad de Zacatecas, y el segundo, en marzo de 2023 en Morelia. Este libro es el resultado de esas reflexiones individuales y compartidas, de esos encuentros que felizmente dieron lugar también a la amistad.
Agradecemos a Olbeth Hansberg, Gustavo Ortiz Millán y Margarita M. Valdés porque, en su momento, fueron el puente que nos permitió conocernos a quienes colaboramos en este libro. Con Efraín Gayosso Cabello, Baruch Peralta Huerta y Juan Rockyi Reyes compartimos ideas y reflexiones en el taller que celebramos en Zacatecas y, por esto, les estamos muy agradecidos. Gracias también a quienes nos apoyaron para lograr la culminación de este proyecto, especialmente a la Universidad Autónoma de Zacatecas, a través de su Secretaría Académica y su Unidad Académica de Filosofía, al Consejo Zacatecano de Ciencia, Tecnología e Innovación, y a la Mtra. Gabriela Pinedo Morales, Diputada de la LXIV Legislatura del Estado de Zacatecas.
Zacatecas, Zacatecas, 19 de julio de 2023
I. Introducción. Filosofía del duelo
Rocío Cázares-Blanco
Francisco J. Serrano
Es inevitable sufrir por la pérdida de algo que valoramos. Podemos perder a un ser querido, nuestro país, una amistad, un animal de compañía, un trabajo estimulante, objetos cargados de simbolismo y otras cosas más. Los ensayos de este libro se ocupan predominantemente, aunque no exclusivamente, del fenómeno del duelo asociado con la muerte de una persona humana, incluyendo tanto al duelo detonado tras la pérdida de una madre, un hijo, un amigo, etc., como al sufrido por aquellas personas que saben de su muerte inminente y por quienes son cercanas a ellas, como es el caso de los duelos que inician con el diagnóstico de una enfermedad terminal. El enfoque teórico de los autores de este libro se nutre de disciplinas filosóficas —como la filosofía de la mente, la filosofía de las emociones o la filosofía moral—, pero hay lugar, incluso, para evidencia y consideraciones provenientes de las ciencias de la mente, el cerebro, la salud y el cuidado.
Este capítulo introductorio no sólo ofrece un acercamiento panorámico al contenido del libro; es también guía y apoyo para la identificación de algunos de los conceptos, temas y problemas sobresalientes en la filosofía del duelo, incluyendo algunos de los debates que siguen abiertos, como no podría dejar de ser tratándose de la filosofía. Aunque hay varias coincidencias en los puntos de vista que suscribimos los autores de estos ensayos, hay también diferencias importantes entre nosotros. No todo lo que se sostiene en esta introducción es atribuible, pues, a los demás autores y, si no señalamos explícitamente otra cosa, las posiciones aquí defendidas son adjudicables únicamente a quienes firmamos este capítulo inicial.
1. ¿Qué es el duelo? ¿Qué tienen en común los distintos tipos de duelo?
El duelo es una reacción emocional a la pérdida real, percibida o anticipada de algo que es especialmente significativo en nuestras vidas, y a lo que consideramos irreemplazable.¹ Así, podemos distinguir entre el duelo, sin más, y el duelo anticipado, dependiendo de si la experiencia emocional en cuestión es aquella que sigue a una pérdida, o la que tiene lugar ante la perspectiva de su ocurrencia. Aunque la experiencia paradigmática del duelo es la detonada por el fallecimiento de una persona importante para uno, también se puede estar en duelo por el rompimiento de una relación amorosa, la muerte de un animal de compañía, la pérdida de nuestra patria, el desencanto de un ideal que fue central en nuestras vidas, etc.
¿Qué tienen en común todos los tipos de duelo, ya sea los que se deben a la muerte de una persona o a cualquier otra causa? ¿Por qué cabe reconocer a tan diversos tipos de experiencias emocionales como instancias de duelo? Hemos definido éste por referencia a la pérdida de algo especialmente significativo en la vida del doliente, y que él considera irremplazable. Pero se podría pensar que tal definición es demasiado general, y que para entender mejor al duelo, se requiere una explicación más sustantiva, que al mismo tiempo contribuya a esclarecer la razón de las diferencias entre distintos tipos de duelo. Queremos proponer aquí que la importancia o significatividad de la pérdida sufrida por quien está en duelo, sea cual sea el objeto que ha perdido, se puede caracterizar en términos de la frustración de uno o varios de sus deseos categóricos.² Un deseo es categórico para la persona que lo tiene, como argumentó Bernard Williams, si le proporciona motivos para vivir, en contraste con otros de sus deseos que están condicionados a la presuposición de su existencia:³
Se admite como verdadero que muchas de las cosas que deseo, las deseo sólo suponiendo que voy a estar vivo; y algunas personas —algunos viejos, por ejemplo— desean desesperadamente ciertas cosas cuando, sin embargo, preferirían estar muertas junto con sus deseos. Cabría pensar que no sólo estos casos especiales, sino de hecho todos los deseos estarían supeditados a estar vivo. […] Pero, sin duda, la afirmación de que todos los deseos están condicionados en este sentido debe ser falsa. Considérese la idea de un cálculo racional a futuro de un suicidio: puede existir tal cosa, aunque muchos suicidios no sean racionales […]. En tal cálculo, un hombre podría considerar lo que le espera en el futuro y decidir si desea o no soportarlo. Si decide soportarlo, entonces un deseo lo empuja hacia el futuro, y este deseo, al menos, no opera supeditado al hecho de estar vivo, dado que resuelve la cuestión de si va a estar vivo. El hombre tiene un deseo no condicionado, o (según mi terminología) un deseo categórico. (2013, pp. 117-118)
Una persona que dice que en su próximo cumpleaños quiere hacer una gran fiesta, está expresando un deseo condicionado a la suposición de que para entonces seguirá viva; en cambio, si ella dice que no quiere morir sin haber hecho ese gran viaje internacional en bicicleta, con el que siempre ha soñado, está expresando un deseo categórico, un deseo cuya perspectiva de realización es una motivación para vivir. Vemos que ambos tipos de deseos desempeñan un papel motivador de acciones, a saber, aquellas que el agente considera necesarias para la satisfacción de su deseo. Pero es interesante observar que los deseos categóricos aportan, además, motivos por los cuales vivir nos parece deseable.
Aunque haya importantes variaciones entre lo que para cada persona cuenta como un deseo categórico, los objetos de tales deseos no tienen por qué ser necesariamente grandiosos, ni tienen por qué impactar en cada aspecto de la propia existencia; por el contrario, como dice Williams, los intereses motivantes pueden ser de tipo relativamente común, como los que ciertamente proporcionan las bases de muchos tipos de felicidad
(1993, p. 26). El conjunto de los deseos categóricos de una determinada persona podría incluir, por ejemplo, su compromiso con una causa ambientalista y sus proyectos profesionales, pero también las rutinas compartidas con su perro y su pasión por la jardinería. Puesto que cada persona tiene típicamente muchos y muy diversos deseos categóricos, ver irremediablemente frustrados uno o varios de tales deseos no implica la pérdida absoluta de motivaciones para vivir, aunque, seguramente, sí una merma (más o menos intensa y profunda, dependiendo de la centralidad que en la propia vida tenga el deseo categórico frustrado) en aquello que hace que para una persona su vida tenga sentido o merezca la pena de ser vivida.
Los deseos categóricos son esenciales, pues, respecto de la felicidad, el sentido o el interés que uno encuentra en seguir viviendo, pero, además, son importantes para la configuración de la propia identidad práctica, para la conformación de quien uno es, en tanto que agente, es decir, en tanto que es un ser capaz de actuar de acuerdo con sus creencias y deseos. Una persona llega a ser el agente concreto que es, porque aquellos de sus deseos más básicos —o vitales— definen o particularizan los valores, compromisos, actividades, proyectos, etc. en torno a los cuales su vida cobra una forma determinada, y le dan razones para vivir, sea o no plenamente consciente de ello. Enfrentarnos con la irremediable frustración de uno o varios de nuestros deseos categóricos, que es precisamente lo que afirmamos que es común a todos los tipos de duelo, impacta, entonces, tanto en la felicidad o el sentido que uno encuentra en su propia vida, como en la configuración de su identidad práctica. Sufrir la muerte de una persona amada, romper nuestra relación con un amigo de muchos años, perder a nuestro querido perro, desencantarse de una causa que hasta hace poco orientaba muchos de nuestros esfuerzos, etc., conlleva la frustración de los deseos categóricos que tenían por objeto a cada una de aquellas cosas. Y en eso consiste la específica significatividad o importancia de la pérdida de un doliente.
Esta concepción del duelo que defendemos con pretensiones de aplicación general es del todo compatible con los análisis más específicos que sobre el duelo por la muerte de una persona que nos importa han llevado a cabo Martha C. Nussbaum (2008), Michael Cholbi (2019, 2021), Kathleen Marie Higgins (2013) y Thomas Attig (2011), entre otros. Ninguno de estos filósofos hace uso de la noción de deseo categórico, ni está interesado en caracterizar al duelo en general; no obstante, pensamos que abona a favor de nuestra propuesta el hecho de que, pese a las diferencias teóricas que hay entre ellos, y en consonancia con lo que hemos dicho que supone la frustración de un deseo categórico, todos caracterizan al duelo recurriendo a una o ambas de las siguientes dos ideas: a) que el duelo se sufre no por la muerte de cualquier persona, sino sólo por la de aquellas a quienes consideramos importantes para nuestra felicidad, o lo que entendemos por una vida deseable de vivir; b) que el duelo conlleva una fractura de la identidad práctica del doliente. A modo de ilustración, veamos muy sucintamente algunas de las menciones que hacen de esas dos ideas Nussbaum y Cholbi, en sus respectivos análisis del duelo por la muerte de un congénere.⁴
Para Nussbaum el duelo o la aflicción (grief) no se entiende sin el amor, porque lo sufrimos precisamente cuando perdemos a alguien amado. Ella hace notar la conexión de ambas experiencias emocionales con los objetivos y proyectos de un agente, los cuales —dijimos anteriormente— forman parte de lo que define la identidad práctica de éste, así como con lo que él considera que contribuye a la eudaimonia o completud de su vida, es decir, a su felicidad entendida en un sentido amplio:
He alegado que los juicios implicados en el amor y la aflicción […] son eudaimonistas: esto es, evalúan el objeto o persona externos como una parte importante del mundo, no desde una perspectiva imparcial o impersonal, sino desde el punto de vista de los objetivos y proyectos del propio agente. He señalado que esto es plenamente compatible con valorar a esa persona y buscar su beneficio por sí misma […] y que este género de reconocimiento del valor intrínseco no resulta fácilmente separable (si es que lo es) de la idea de que sin esa persona o relación mi propia vida no está completa. Así pues, el pensamiento de la aflicción incluye de modo prominente el de una brecha abisal en mi propia vida (Nussbaum, 2008, p. 105; cursivas nuestras).
Examinando su experiencia tras la muerte de su madre, Nussbaum reitera que sufrir el duelo es sufrir la fractura de nuestro yo como agente con planes y expectativas que la desaparición de la otra persona hace inviables, así como una experiencia de desgracia e infelicidad desgarradora:
Me invadía la sensación de que una persona de enorme valor que ocupaba un lugar crucial en mi vida ya no estaba. Tenía la impresión de que se me había hundido en las entrañas un clavo procedente del mundo; también sentía que de repente se había abierto un desgarrón o una grieta en la vida, una brecha abisal […]. Cuando me hago cargo del conocimiento de la muerte de mi madre, el carácter lacerante de tal conocimiento procede parcialmente del hecho de que desgarra con violencia el tejido de esperanzas, planes y expectativas que he fabricado a su alrededor durante toda mi vida (2008, pp. 61-62 y pp. 104-105).
En Cholbi encontramos ideas similares. Él sostiene que el duelo se vive como una crisis en nuestra relación con la persona fallecida, porque esta no deja de estar presente para nosotros de manera emocional y simbólica, pero, evidentemente, tras su muerte ya no podemos tener con ella el tipo de relación que antes teníamos en un plano físico y con intercambios bilaterales de diversos tipos. Además, agrega Cholbi:
[D]ebido a la naturaleza de las relaciones que mantenemos con aquellos por quienes sufrimos el duelo, esta crisis de la relación tiene una cara egocéntrica, basada en la identidad […] Como animales sociales, nuestra propia naturaleza se individualiza en gran medida por nuestras relaciones con los demás. Y excepto en los casos más raros de alienación, nuestras preocupaciones y compromisos dependen de la existencia de otros en quienes se han depositado nuestras esperanzas eudaimónicas (2019, p. 500; cursivas nuestras).⁵
El duelo por la muerte de un congénere supone la frustración irremediable de algunas de las esperanzas relativas a nuestra felicidad o buena vida, que Cholbi identifica como eudaimónicas, y que en gran medida descansan en nuestras relaciones con otras personas, especialmente con aquellas con quienes tenemos vínculos emocionales significativos o importantes. En un texto posterior al ya citado, Cholbi subraya de nuevo el impacto que el duelo tiene en el carácter del agente que uno es:
Los individuos por quienes sufrimos el duelo son, de alguna manera, vitales para nuestra comprensión de quiénes somos y qué nos importa. Han sido incorporados en esas concepciones y, de este modo, desempeñan roles cruciales en nuestras identidades prácticas. Cuando mueren, sus muertes representan una amenaza para una dimensión de nosotros mismos […] nuestras autoconcepciones pueden verse sacudidas, a veces de forma dramática (2021, p. 33).
En suma, pues, los teóricos del duelo por la muerte de una persona que nos importa han examinado ya la conexión de esta experiencia con la fractura de la identidad práctica y con la pérdida de algo que, desde el punto de vista del doliente, contribuía a su felicidad o a la deseabilidad de su vida. La concepción del duelo que nosotros proponemos consiste en unir ambos elementos a partir de la noción de deseo categórico, y extender esta explicación a todos los tipos de duelo, incluyendo los duelos por la muerte de un animal de compañía, el rompimiento de una amistad íntima, etc.
Varios de los autores de este libro tienen en cuenta la relación entre el duelo y la identidad del doliente. Dos de los capítulos están dedicados específicamente al análisis de dicha relación, aunque cada uno explora facetas distintas de la misma, y lo hace desde perspectivas también distintas. En el capítulo VI, José M. Araya argumenta que todos los tipos de duelo consisten en un proceso de reconfiguración de la identidad narrativa o el modelo autobiográfico del yo, independientemente de si su detonante es la percepción de la muerte de un ser querido, la pérdida de un embarazo, la amputación de una extremidad, una ruptura romántica, etc. De acuerdo con él, una pérdida personal significativa —o profunda— perturba nuestra representación del yo, la cual se correlaciona con determinadas estructuras neurológicas, y tiene una función esencial en la organización de nuestras relaciones con el espacio social. El proceso de duelo —cuyas etapas no se despliegan de manera lineal ni del mismo modo en todos los dolientes— es beneficioso, porque a través de él la persona logra identificarse con una historia autobiográfica actualizada, que incorpora la pérdida sufrida y, de este modo, puede sintonizar con el nuevo espacio social, crear nuevos vínculos y continuar con su vida. Un duelo exitoso, pues, culmina con la actualización y reconfiguración adaptativa del yo; sin embargo, el doliente no siempre es capaz de alcanzar esta etapa final y, entonces, lo que sufre es un duelo patológico, que tiene efectos paralizantes prolongados. Muchos factores podrían fallar para que el doliente