Mamá, me duele el corazón
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En lo más profundo de su ser, Julia siempre supo que era momento de partir. La necesidad de alejarse la sentía en su cuerpo, en sus deseos y, sobre todo, en su sonrisa. La libertad se convirtió en prisión cuando los abrazos comenzaron a escasear y las lágrimas se empezaron chocar con sus labios, dejando un infinito rastro de sal. Los besos dejaron de ser un comienzo y se transformaron en despedidas inevitables. En el fondo uno siempre sabe cuando debe irse pero no se va, por miedo, por inseguridad, por la inmensa caída.
De un "te necesito" a un "te quiero" hay una ruptura de distancia.
En Mamá, me duele el corazón, la protagonista se enfrenta a un viaje de autodescubrimiento y aprendizaje. Esta historia invita al lector a reflexionar sobre la importancia de reconocer cuándo es momento de soltar, a pesar de los obstáculos que puedan surgir en el camino.
Con una relato profundo y emotivo, la novela captura la esencia de los pensamientos y los sentimientos más profundos de Julia. Su travesía emocional nos sumerge en una montaña rusa de emociones, donde los lectores se sentirán identificados con sus propias luchas internas. Mamá, me duele el corazón es una obra que nos invita a explorar el poder transformador del amor propio y la valentía de seguir adelante en busca de nuestra propia felicidad.
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Comentarios para Mamá, me duele el corazón
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- Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Se puede sentir cada una de las palabras como si las estuvieses viviendo en carne propia. Hayas o no hayas pasado por tu primer desamor, es un libro que hay que leer para poder conectar con esos sentimientos incómodos pero necesarios que tenemos y no queremos ver.
Me encantó.
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Mamá, me duele el corazón - Silvina Santamaría Acuña
© Derechos de edición reservados.
Letrame Editorial.
www.Letrame.com
© Silvina Santamaría Acuña
Diseño de edición: Letrame Editorial.
Maquetación: Juan Muñoz Céspedes
Diseño de portada: Rubén García
Supervisión de corrección: Ana Castañeda
ISBN: 978-84-1181-388-4
Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida de manera alguna ni por ningún medio, ya sea electrónico, químico, mecánico, óptico, de grabación, en Internet o de fotocopia, sin permiso previo del editor o del autor.
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Para Julia y Pedro
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Julia se despidió de su primer amor en el frío invierno del año dos mil veintidós. Este libro es una pequeña lluvia de relatos que ella escribió para desahogar sentimientos de un amor pasado. Puede que compartas cada uno de sus pensamientos o algunos pocos. Puede que llores con ella al recordar a quién se fue, o que te sientas feliz por haberlo dejado ir. Tal vez sientas ganas de abrazarla o te dé tanto miedo que quieras cerrar el libro después de cada capítulo. Lo más importante es que si estás viviendo lo mismo que Julia, sepas que esto es un abrazo, un comienzo y un todo va a estar bien.
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—No puedo continuar —dijo el muchacho mientras algunas lágrimas se asomaban en sus ojos y al rodar por la mejilla chocaban con sus labios algo agrietados por el comienzo del invierno.
—Podemos conversarlo e intentar otra vez —exclamó ella tomándolo de la mano.
—Ya no soy feliz, Julia —murmuró Pedro mientras el atardecer inundaba la ciudad y una pizca de frío se colaba por la ventana mal cerrada. Ese fue el último rayo de sol que Julia vio reflejado en los ojos de Pedro y la última vez que brillaron los de ella.
Amor sabor café
En un sueño profundo imaginé quererlo de la misma forma que ya lo hacía despierta. Se sintió lejano, como si por un momento todos mis recuerdos con él fueran parte de esa frustración de no poder recordar lo soñado. El vacío se apoderó de mí, sentí que lo había perdido para siempre. El sol, colándose por la ventana rota, cegaba mis ojos generándome cierta confusión bajo la sábana manchada de café. Al instante recordé que esa mancha no era producto de un propio descuido, sino de una guerra de cosquillas de la mañana anterior. Los rayos luminosos desaparecieron y la habitación quedó a oscuras otra vez.
—Buenos días —pronunció y confirmé que había sido él quien muy inteligentemente había corrido la cortina.
—Creí que te habías ido con mis sueños. —Me tranquilicé y sonreí.
—¿Otra vez volando? —Sonrió. Así era como él llamaba a las cosas poco creíbles que acontecían en mi día a día. Se acostó a mi lado y me abrazó por la cintura—.Feliz treinta, mi amor —me dijo al oído y estremeció cada parte de mí. Hoy hacía tres años que habíamos elegido hacernos compañía en la vida del otro y animándome a mirar hacia el pasado, si se tratara de una decisión, sería la mejor tomada hasta el momento. Le respondí con un beso y miré sus ojos marrones, ese color que a él no le gustaba tanto como a mí.¿Por qué no le gustará? Si se parece al café de cada mañana, a las montañas que más alto me hacen llegar y a los bombones que muy ansiosa espero cada cumpleaños. ¿Será porque no los ve como los veo yo? ¿Será justo que no vea lo que yo veo?
—Feliz aniversario, Pedro —pronuncié su nombre y él frunció el ceño mientras me reía, nunca lo llamaba por su nombre, siempre usaba alguno de esos apodos que al principio juramos no usar por la sobrecarga de dulzura que conllevaba cada uno.
Nuestro comienzo fue bastante particular. Ambos nos elegimos a través de una de las tantas aplicaciones para buscar pareja, de esas en las que te dejan subir apenas algunas fotos y una descripción de no más de cuatro renglones. Sin darme demasiado mérito tengo que admitir que fui la primera en hablar, y luego de tres años y ya conociéndolo bastante, puedo asegurar que mi instinto me jugó una buena pasada, porque sin duda alguna hablar no es su mayor virtud. Y ahora, poniéndolo en claro tendría que haberme dado cuenta, pues su perfil no tenía descripción, que ilusa.
Conocí a Pedro en una plaza cerca de mi casa. Por alguna extraña razón antes de encontrarlo me dijo «Nos vemos en la plaza de perros», y realmente creía conocer mi barrio hasta ese momento. No había ningún registro de esa plaza en mi cabeza y al parecer en Google tampoco. Más tarde entendí que él le daba el sentido a esas cosas y a un montón más.
Lo saludé con un beso en la mejilla el 9 de agosto del año 2017, cerca de las cuatro de la tarde. Más tarde él se iba a referir a ese día como «El momento en el que dejamos de ser fugaces y todo tuvo un nuevo sentido», y por más que Pedro siempre intente tener la razón en todas las situaciones que se presentan en su vida, podría admitir que en esa en particular sí la tuvo.
Nos besamos por primera vez en un museo, pretendiendo ambos mostrar interés por conocer a la momia que se encontraba en una de las habitaciones del lugar. Afuera llovía y adentro las ganas de acercarme a su boca. Recorrimos el museo entero, evitándonos, cambiando de tema una y otra vez. ¿Por qué tanta demora si los dos queríamos lo mismo? Muy inocentemente creíamos que ver a la momia era nuestro objetivo, el cual aplazamos lo suficiente, ignorando las indicaciones de su localización para hacer de cuenta que era imposible encontrarla y así recorrer el museo otra vez. Mi días con él siguen siendo así, nos encanta ignorar que tenemos que irnos, que a veces los minutos no alcanzan y hasta sospechando que tampoco alcanzará una vida para que se sienta suficiente. De ese día lo que menos recuerdo es la momia, y lo que más su boca sobre la mía. ¿Cuándo admitiremos cuál era nuestro verdadero objetivo?
Me dijo que me quería antes de subirme a un avión con destino a Brasil, y aunque estuve nada más que una semana lejos de él, solo podía pensar en mis ganas de volver y decirle que yo también lo quería. Unos meses más tarde le dije que lo amaba sin saber cómo se lo iba a tomar. Lo increíble es que si bien en ese momento literalmente no tenía ropa, así es como yo me siento con él, libre y sin nada que ocultar.
—¿Preparo el desayuno?—me preguntó.
—Mi turno —exclamé levantándome enseguida.
Lo miré mientras me sumergía en uno de sus tantos buzos, ya perdiendo la cuenta de cuales realmente eran de él y cuales me había robado del armario unos meses atrás, yo amaba los buzos de talla grande y él sin duda se aprovechaba de la situación. Envuelto en la sabana manchada lo veía sonreír, no tan segura de si era debido a verme caminar sin pantalones o si solamente estaba contento porque podía recostarse unos minutos más. Su cabello algo largo y ondeado estaba disperso por la almohada recordándome cuánto me gustaba y cuánto me gustaba él por la mañana.
—Dos huevos —pronuncié calzándome.
—Y dos tostadas —me interrumpió—. Y el café —agregó. Pedro amaba el café y además de amarlo realmente no podía vivir sin él.
Después de un rato en la cocina me senté con Pedro en la cama a disfrutar el desayuno.
—¿Qué soñaste? —me preguntó interesado mientras le daba un mordisco a la tostada. Las migas cayendo en la cama me generaban incomodidad y lo notó ya que pasó su mano rápidamente tratando de tirarlas al suelo.
—Te soñé, como si no fueras real —le contesté.
—¿Cómo? —Otro mordisco y otras migas en la cama—. Está para lavar —pronunció refiriéndose a la sábana.
—Sí, como si hubiese soñado tres años. —Le di un sorbo al café.
—¿No te parece imposible soñar todo lo vivido?
—Depende —le contesté no muy segura.
—¿Sí? —preguntó incrédulo.
—¿Que tan rápido se te pasaron estos tres años?
—En un abrir y cerrar de ojos. —Sonrió.
—Similar a cuando soñamos, ¿no? —Asintió dudoso.
Apoyé mi boca en sus labios con sabor a café. Otra vez pensé en el color de sus ojos ¿Cómo es posible que no le guste? Entonces en ese momento pensé que si mi vida con Pedro fuese un sueño, preferiría vivir dormida para así poder decirle que el tiempo por fin es infinito, me reiría con él mientras ambos pensamos que tampoco sería suficiente. Si pudiera solo encontrarlo en ese sueño lo buscaría para encontrarlo y otra vez desnuda decirle que lo amo y que no me importan las migas en la cama, ni la mancha de café en la sábana, y que el color de sus ojos es bonito. Volvería otra vez al nueve de agosto y le besaría la mejilla sabiendo que, dentro de un tiempo, esa sería una de las tantas partes de su cuerpo que tendría uno de mis besos. Volvería a nuestro