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Sangre de Centauro
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Libro electrónico199 páginas2 horas

Sangre de Centauro

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¿Qué relación tiene un hombre quemado cuyos restos aparecen de madrugada en un callejón de Madrid con la representación de una tragedia griega?
La inspectora Clara Valentín será la encargada de resolver un caso en el que nada es lo que parece.
El mito clásico y la ficción policíaca se dan la mano en esta cuarta novela de Mercedes Aguirre.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento27 mar 2023
ISBN9788419485533

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    Sangre de Centauro - Mercedes Aguirre

    «No llames a un hombre feliz o infeliz hasta el día de su muerte».

    Sófocles, Traquinias

    Prólogo

    No es fácil saber por dónde empezar una historia.

    Cualquier suceso, cualquier acontecimiento en nuestras vidas tiene su origen —por insignificante que sea—, en un tiempo muy atrás del tiempo del suceso mismo.

    ¿Empezamos a contar la vida de una pareja el día en que se les declara marido y mujer ante un altar o ante un juez? ¿O el día en que por primera vez descubrieron que no se estaba tan mal juntos?

    ¿Empezamos la narración de un asesinato cuando tenemos el cadáver aún caliente y al asesino a punto de huir de la escena del crimen?

    En fin, cada historia tiene su comienzo y el de esta será de madrugada, en una calle mal iluminada de un barrio del centro de una gran ciudad. Pero los sucesos que vendrán después nacieron hace tiempo, en el pasado.

    Primero fue un ruido sordo, como de una explosión. Luego una luz brillante, cegadora, y entonces comenzó el fuego. Parecía que se hubiera generado desde el interior, extendiéndose después al resto del cuerpo.

    El hombre casi no tuvo tiempo para reaccionar ante lo que le estaba ocurriendo. Primero gritó pidiendo auxilio pero nadie acudió a su llamada. La calle en la que se encontraba parecía desierta. Agitó los brazos como quien espanta a un molesto insecto, tratando de apagar las llamas. Luego intentó quitarse la ropa que ya se adhería a su cuerpo por efecto del fuego. Pero no pudo hacer nada. Y se fue desmoronando y consumiendo como si fuera el muñeco de una falla.

    Y ya en el suelo, estremeciéndose aún sus miembros achicharrados, las llamas fueron devorando poco a poco lo que quedaba de él. El traje, la carne, el pelo, todo ardía en una única masa compacta y oscura.

    Desde el otro lado de la calle alguien contemplaba la escena.

    Clara

    1

    —¿Cuánto hace que fue descubierto?

    —Como una hora.

    —¿Y quién lo encontró?

    —Los hombres de la basura. Nos llamaron inmediatamente. Nadie ha tocado nada, jefa.

    Estaba en el suelo, en la acera, entre una farola y una moto aparcada. A primera vista parecía un montón de desperdicios. Basura quemada y maloliente. Sin embargo, había algo extraño, algo de humano en aquellos restos. No sabían aún lo que había sucedido, pero fuera lo que fuera había parecido suficientemente sospechoso a los policías que patrullaban por la zona y que habían escuchado por sus radios el código que procedía de la central donde avisaban de un suceso que requería su presencia. Ahora comenzaría un proceso que llevaría a determinar de qué clase de crimen se trataba. Y aquí el único testigo era la propia escena, tal y como la habían encontrado a aquellas horas de la noche.

    Clara miró detenidamente y luego giró la vista a su alrededor: El callejón oscuro, sin salida, los cubos de basura aún con las bolsas de plástico negras asomando por los lados de la tapa mal cerrada, los coches aparcados, el portal que hacía años que no había visto una mano de pintura. Y detrás de ella los dos coches de policía proyectando una luz azul que teñía la escena de un colorido un tanto fantasmagórico.

    Como en una película, pensó. Pero ella no se sentía la protagonista de ninguna película. Era, simplemente, su trabajo.

    La policía científica había acudido con presteza confirmando que aquella supuesta basura era en realidad unos restos humanos. Dos agentes se habían encargado de extender una cinta de plástico para mantener el escenario aislado de curiosos. Aunque esta precaución resultaba superflua porque a esas horas y en ese rincón la posibilidad de que pasara alguien era bastante remota.

    El procedimiento habitual siguió su curso. Se tomaron datos y finalmente los restos fueron recogidos y colocados en un furgón para ser trasladados al lugar donde pudieran ser examinados debidamente.

    Clara siguió las formalidades de rutina. Eran ya las dos de la madrugada. Debía haberse ido a casa hacía horas. Pero este caso correspondía a su departamento en la comisaría de distrito del centro de Madrid y ella, en la posición que tenía en el cuerpo, era la responsable, la encargada de la investigación.

    Todo indicaba que lo que habían descubierto requería la presencia de un cargo superior que se ocupara de ello.

    Todavía no se había acostumbrado a la responsabilidad que su nuevo puesto de inspectora exigía, sobre todo en circunstancias como estas. Hasta ahora los casos de asesinato que habían llegado a sus manos habían sido bastante claros, aunque no por ello menos desagradables: una anciana que había matado a su vecina, también anciana; una mujer amenazada por su ex pareja que había sido encontrada estrangulada en el salón de su casa.

    Lo de siempre, pensó. Nada especialmente misterioso ni desacostumbrado. Por desgracia parecía que esa clase de sucesos formaban parte de nuestras vidas. Aunque este constante despliegue de violencia nunca sería parte de la vida de un lugar pequeño en contraste con una ciudad en crecimiento constante como Madrid, donde, como en otras grandes ciudades, gentes de todas las nacionalidades habían encontrado un hueco en los últimos años: inmigrantes, refugiados, gente sin trabajo de Europa, Asia y América que aspiraban a una vida mejor que la que sus respectivos países podían ofrecerles.

    —¿Cómo creéis que ha sido?

    Dos agentes se volvieron hacia ella.

    —¿Una bomba? —aventuró uno de ellos.

    Clara negó con la cabeza. No. Si hubiera sido una bomba la expansión del impacto habría alcanzado a los coches y los objetos de los alrededores. Y el ruido habría tenido despiertos y alarmados a todos los vecinos.

    —¿Entonces…?

    —No lo sabremos hasta que no se hagan los análisis de los restos y de la escena.

    —Después de todo a lo mejor ha sido un accidente. Un mendigo encendiendo fuego…

    —Sea lo que sea nadie parece haber oído nada ni visto nada. Claro que a estas horas…

    Poco a poco los trabajos en el lugar del suceso se fueron completando hasta que al fin los agentes regresaron a sus coches patrulla.

    Clara se dirigió a su coche dispuesta a volver a su casa y empezar la investigación a la mañana siguiente, en su oficina.

    Debería sentirse orgullosa de su carrera en la policía. Fulminante, podría decirse, dada su juventud —aún no había cumplido los treinta y cinco—. Había sido su ambición casi desde el instituto. Sin embargo, en una noche como esta se replanteaba si estaba haciendo lo correcto con su vida. Si esto era lo que de verdad quería.

    Y cuando llegó a su casa y pudo por fin sentarse en el sofá del salón con una copa de vino en la mano, reconoció que estaba completamente agotada. Y que apartar de su mente esos restos humanos ennegrecidos e irreconocibles no le iba a resultar fácil.

    2

    Fue la primera en llegar y sentarse a su mesa en las oficinas del primer piso de aquella comisaría de distrito. Si su temprana aparición había sido el resultado de una noche en vela o si había sido la impaciencia por ponerse al trabajo no sabría decirlo.

    La oficina olía un poco a viejo, a polvo nunca limpiado y acumulado en viejas carpetas y papeles, aunque ella trataba de enmascararlo con un ambientador de lavanda.

    Los informes de la noche anterior ya estaban junto a su ordenador, cuidadosamente colocados en una carpeta azul y asímismo habían sido enviados electrónicamente: fotografías tomadas en la escena, la hora en que se encontraron los restos, el testimonio del empleado del servicio de recogida de basuras y la descripción de los restos en sí, así como de los alrededores del lugar del supuesto crimen.

    A pesar de su experiencia aún había algo que se le atenazaba en la garganta cuando pensaba en una vida humana arrebatada de forma violenta. Una persona que tendría padres, tal vez hijos o amigos que sufrieran su pérdida. Aunque no se tenía por una persona sensible quizá todavía no había adquirido la suficiente entereza para enfrentarse a la muerte, a esa clase de muerte, de una forma fría y profesional.

    Todavía nada confirmaba que hubiera sido un asesinato, pero un accidente parecía bastante improbable. Ni un atropello, ni una caída podrían explicar lo que quedaba de aquella persona, quienquiera que fuese.

    Una explosión… eso también lo habían descartado. Había habido fuego, eso sí, pero no restos de cerillas o de un explosivo, ni impacto en los alrededores.

    Clara dirigió su atención al ordenador y luego comenzó a leer el informe cuidadosamente.

    —Buenos días. Muy madrugadora te veo… ¿Cómo estás después de lo de anoche?

    Ella ni siquiera levantó la cabeza.

    El hombre que había abierto la puerta de su despacho no aguardó una respuesta y avanzó decididamente hacia la mesa.

    —Últimamente trabajas mucho. Demasiado, diría yo.

    —Marcos, por favor, déjalo. Sí, tengo mucho trabajo pero estoy bien.

    Marcos Arroyo había sido su jefe, su inmediato superior en los años en los que acababa de ingresar en el cuerpo. Su constante trato en el trabajo había desembocado en unos sentimientos que él nunca trató de ocultar. Al principio todo estuvo bien. Incluso los compañeros parecían disfrutar viéndoles juntos con la perspectiva de que quizá formalizaran su relación un día. Sin embargo, acabaron rompiendo. Llegó un momento en que Clara supo que no era la clase de hombre con el que quería compartir su vida y que seguir por el mismo camino solo la conduciría a la decepción. Y fue ella la que tomó la decisión. Demasiado tarde comprendió que romper con Marcos, que ahora había ascendido a comisario y por lo tanto seguía siendo su superior, no le iba a hacer la vida fácil.

    Había pasado ya más de un año y Marcos aún no se resignaba, ni se acostumbraba a la idea de que Clara no volvería a caer rendida en sus brazos. Y no era porque ella no los echara de menos. Mantenerse firme en su decisión era todo lo que quería conseguir, sin que la soledad o la amargura que su trabajo a veces le producía la llevaran a cometer el error de aceptar sus intentos de nuevo. Ahora no era el momento ideal de tener a Marcos flirteando a su alrededor.

    —Conozco los detalles del caso de anoche —prosiguió él asomándose por encima de su hombro para leer en la pantalla del ordenador—. Menuda historia ¿no? Cuando tengas algo me lo pasas.

    Clara hizo un gesto con la cabeza que no la comprometía a nada mientras contenía las palabras furiosas que le venían a los labios. ¿No te das cuenta de que estás empeorando las cosas? Déjame trabajar en paz, le dieron ganas de gritar. Pero sabía que si le decía algo luego se arrepentiría.

    Haya paz en la oficina, pensó. Ya hay suficientes guerras ahí afuera.

    Pero un momento después, cuando vio a Marcos abandonar el despacho para ir al encuentro de dos agentes que venían por el pasillo, reconoció el atractivo físico del que había sido su jefe y su último novio.

    Solo cuando él desapareció de su vista volvió a interesarse por la pantalla del ordenador.

    Había que esperar a los resultados procedentes de la unidad central de investigación científica. De momento todo lo que tenía eran los datos que recogieron la noche pasada en el lugar de los hechos. La hora en que se recogieron los restos y el lugar exacto, junto al portal número nueve de una calle secundaria no lejos de la estación de metro de La Latina, cerca de la plaza de Puerta de Moros. Clara no había empezado siquiera a hacer suposiciones sobre lo que había ocurrido. Ni siquiera sabía si se trataba de un hombre o de una mujer. La edad, los rasgos físicos o la causa de la muerte vendrían también con los análisis.

    Por suerte la prensa no parecía demasiado interesada en el caso. Se habían presentado un par de periodistas para dar cuenta del suceso pero eso había sido todo. No era como si se hubiera tratado de un atentado. O de uno de esos casos de algún chiflado emprendiéndola a tiros con el resto del mundo.

    De alguna manera esta muerte parecía envuelta en el mayor silencio, un silencio tan intenso como el que la noche pasada envolvía al callejón donde había aparecido.

    Clara contestó dos llamadas. Luego consultó su correo electrónico. Dejó de lado los mensajes más personales: uno de su amiga María, un anuncio de una firma comercial que había usado recientemente y un mensaje recordándole la reunión del sábado con el grupo de teatro y se centró en el que le habían enviado desde el departamento central de la policía científica confirmando que estaban trabajando en su caso. Clara, entonces, en lugar de contestar al mensaje, descolgó el teléfono y se encaró directamente con ellos.

    —¿A última hora de la tarde? ¿Seguro? Si puede ser antes mejor. Lo necesito ya.

    Su tono de voz reveló una impaciencia tal vez motivada por un sentimiento de disgusto hacia Marcos pero también porque tenía que ver esos resultados. Sin ellos no había mucho que hacer.

    Sin embargo, cuando Marcos regresó a su oficina dispuesto a consultar los datos del caso, su ánimo se había calmado un poco.

    —¿Se sabe si alguien ha denunciado una desaparición? —le preguntó.

    Marcos negó con la cabeza.

    —De momento nada —respondió.

    —¿Y personas desaparecidas en la zona? ¿Algo por donde empezar?

    Marcos negó de nuevo.

    —Haré que te pasen la información de personas

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