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El crimen del lago (versión latinoamericana)
El crimen del lago (versión latinoamericana)
El crimen del lago (versión latinoamericana)
Libro electrónico373 páginas6 horas

El crimen del lago (versión latinoamericana)

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Algunos lugares parecen demasiado hermosos para ser tocados por el horror. Summit Lake, ubicado en las montañas de Carolina del Norte, es ese tipo de lugar con atractivas casas a lo largo de la costa al borde de un lago de agua prístina.   
Pero hace dos semanas, Becca Eckersley, una joven estudiante de derecho fue brutalmente asesinada en una de esas casas. Hija de un poderoso abogado, Becca era una chica brillante y ambiciosa. Ahora, mientras la ciudad se tambalea por el dolor y los conmocionados residentes especulan e intercambian sus teorías, la policía se encuentra perdida.
La periodista Kelsey Castle, encargada de la investigación, piensa que su tarea tiene poca importancia. Pero lo salvaje del crimen y el silencio férreo de los vecinos apuntan a algo mucho peor que solo el ataque impulsivo de un extraño.   
A medida que Kelsey profundiza en el caso, avanzando a pesar
del peligro y las advertencias, siente una conexión cada vez mayor con la chica muerta. Y cuanto más aprende sobre las amistades de Becca, su vida amorosa y los secretos que escondía, más se convence de que conocer la verdad sobre ella podría ser la clave para superar su propio y oscuro pasado.   
IdiomaEspañol
EditorialMotus
Fecha de lanzamiento17 oct 2022
ISBN9789878474649
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    4/5
    El libro en si, me gustó pero lo.mas interesante es casi el final, no me lo esperaba.
  • Calificación: 5 de 5 estrellas
    5/5
    Excelente narrativa, te lleva poco a poco a descubrir la verdad, y aunque por un momento creí que tenía la respuesta, no fue lo que esperaba!
  • Calificación: 5 de 5 estrellas
    5/5
    Es un
  • Calificación: 5 de 5 estrellas
    5/5
    Es mi primera novela negra y me ha encantado, ya espero poder seguir leyendo a Charlie y más novelas del género!
    La historia fácilmente me atrapo desde el primer momento y no podía soltarla, adictiva en verdad.
    Que personajes tan completos y llenos de matices, quisé entenderlos a todos aunque me rompieran el corazón.

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El crimen del lago (versión latinoamericana) - Charlie Donlea

PARTE I

LA CASCADA MATINAL

CAPÍTULO 1

Becca Eckersley

Summit Lake

17 de febrero de 2012

La noche de su muerte

La noche invernal se había tragado el cielo negro cuando ella salió del café. Caminó por las calles oscuras de Summit Lake, ajustándose la bufanda para protegerse del frío. La decisión de contárselo finalmente a alguien la hacía sentirse bien. Lo tornaba real. Confesar su secreto la liberaba de una carga de mucho tiempo, y Becca Eckersley se relajó. Creyó que por fin todo saldría bien.

Cuando llegó al lago, caminó por el muelle y lo sintió crujir debajo de sus pies hasta que pasó a la terraza de madera de la casa sobre pilotes que pertenecía a sus padres. Tras las horas pasadas en el Café de Millie, Becca se sentía despreocupada y liberada, y en ningún momento percibió la presencia de él. No advirtió que se hallaba en las sombras, escondido en la oscuridad. Abrió la puerta que daba al recibidor, la cerró con llave y se quitó la bufanda y el abrigo. Conectó la alarma, se dirigió al baño y se metió debajo del agua caliente de la regadera, dejando que se llevara la tensión de su cuerpo. Su confesión en el café había sido una prueba. Un ensayo. Durante el último año había guardado demasiados secretos, y ese era el más grande y estúpido de todos. Los otros podían considerarse secretos de juventud, producto de la inexperiencia. Pero ocultar la parte más reciente de su vida era pura inmadurez, solo explicable por miedo e ingenuidad. El alivio que sentía por haber podido contárselo a alguien confirmaba su decisión. Sus padres tenían que saberlo. Ya era tiempo.

Exhausta como estaba por la facultad de Derecho y el ritmo frenético de su vida, le habría resultado fácil deslizarse debajo del edredón y dormir hasta la mañana siguiente. Pero había llegado a Summit Lake para cumplir con su propósito. Para encarrilar su vida. Dormir no era una opción. Se tomó diez minutos para secarse el pelo y calzarse ropa de deporte cómoda, calcetines de lana gruesa. Encendió el iPod, abrió el libro de texto, los apuntes, su computadora portátil, y se dispuso a trabajar sobre la isla de la cocina.

Minutos antes, la ducha y el secador habían ahogado el ruido de la manija de la puerta y los dos golpes con el hombro que habían puesto a prueba la resistencia del cerrojo. Pero ahora, tras haber pasado una hora estudiando Derecho Constitucional, Becca lo oyó. Un ruido o una vibración en la puerta. Bajó el volumen del iPod y escuchó con atención. Pasó medio minuto de silencio y luego escuchó unos golpes a la puerta. Tres potentes golpes de nudillos en la madera la hicieron sobresaltarse. Miró su reloj y se paralizó de emoción y anticipación; sabía que él no llegaría hasta el día siguiente. A menos que quisiera sorprenderla, cosa muy común en él.

Becca fue al recibidor y corrió las cortinas. Lo que vio la confundió y esa confusión no le permitió pensar con lógica. Se sintió presa de excitación y de emoción, lo que le nubló la mente de tal manera que ningún pensamiento pudo hacerse oír lo suficiente como para detenerla. Los ojos se le llenaron de lágrimas y una sonrisa se dibujó en su cara. Pulsó el código de la alarma hasta que la luz cambió de rojo a verde, corrió el cerrojo y giró la manija. Se sorprendió cuando él empujó la puerta e irrumpió en el recibidor con la fuerza del agua acumulada detrás de una compuerta. Más sorprendente aún le resultó su agresividad. Desprevenida ante el ataque, sintió que sus talones resbalaban sobre el suelo hasta que él la estrelló contra la pared. La tomó primero por los hombros y luego por el pelo de la nuca para llevarla a empellones desde el recibidor hasta la cocina.

El pánico le puso la mente en blanco; las imágenes y las ideas que habían estado presentes segundos atrás desaparecieron dominadas por un instinto primitivo. Becca Eckersley luchó por su vida.

El frenesí de violencia continuó en la cocina. Becca asía o pateaba cualquier cosa que pudiera ayudarla. Vio el libro y la computadora caer al suelo mientras trataba de no resbalar con los calcetines de lana sobre las losas frías. Mientras él la arrastraba por la cocina, Becca lanzaba puntapiés desesperados con las piernas como tijeras. Uno de ellos dio de lleno en un armario y la vajilla se desparramó por el suelo. Rodaron platos y taburetes por la cocina y, en el caos, Becca notó que ya estaba pisando la alfombra de la sala de estar. Eso le dio más estabilidad y la aprovechó para intentar liberarse de las manos de él, pero esa resistencia no hizo más que alimentar la furia de su atacante. Le jaló la cabeza hacia atrás con tanta fuerza que le arrancó un mechón de pelo y la hizo caer al suelo. Becca sintió que su cabeza golpeaba contra el extremo de madera del sofá; él se abalanzó sobre ella. El dolor del golpe le recorrió toda la columna. Se le nubló la vista y los ruidos del mundo exterior comenzaron a desaparecer, hasta el momento en que sintió que él introducía las manos heladas dentro de su pantalón. Al instante recuperó la conciencia. Con todo el peso de él encima, lo golpeó y rasguñó hasta que se le lastimaron los nudillos y las uñas se le llenaron de piel y de sangre.

Cuando sintió que él le arrancaba la ropa interior lanzó un grito agudo y desgarrador que solo duró unos segundos; él la tomó del cuello y la voz de Becca se quebró en ásperos susurros. Feroz y despiadado, como poseído, él le apretó el cuello para acallarla. En vano, Becca intentó respirar, pero el aire no llegaba y muy pronto dejó caer los brazos a los lados, como si se hubieran desinflado. Pero a pesar de que su cuerpo no respondía a los gritos desesperados de su mente, en ningún momento dejó de mirarlo a los ojos. Hasta que su vista se apagó igual que su voz.

Rota y sangrante, quedó tendida allí; su pecho casi no se movía, con una débil respiración. Entraba y salía del estado de conciencia, despertaba cada vez que él la sometía en violentas oleadas. El ataque se prolongó durante una eternidad, hasta que él la soltó y escapó por la puerta corrediza de cristal, dejando que el aire frío de la noche llenara la habitación y se deslizara sobre el cuerpo desnudo de Becca; ella tenía los ojos entrecerrados. Solo quedaba el reflejo halógeno de la luz de la puerta contra la oscuridad de la noche. Inmóvil, Becca era incapaz de parpadear o apartar la mirada, aun si hubiera tenido la voluntad de hacerlo. No la tenía. Se sentía extrañamente contenta en esa parálisis. Las lágrimas le rodaban por las mejillas, recorrían los lóbulos de las orejas y caían, silenciosas, al suelo. Había pasado lo peor. Ya no sentía dolor. La lluvia de golpes había cesado y su garganta estaba libre de esa presión demoledora. Ya no tenía el aliento caliente de él sobre la cara, él no estaba sobre ella y su ausencia era todo lo que necesitaba para sentirse libre.

Tendida con las piernas abiertas y los brazos como ramas quebradas a los lados del cuerpo, vio que la puerta que daba a la terraza estaba totalmente abierta. En la distancia, el faro que, con su luz brillante, orientaba los barcos perdidos en la noche era lo único que reconocía y necesitaba. El faro representaba la vida y Becca se aferró a esa imagen oscilante.

A lo lejos, el ruido de una sirena rebotó por el aire nocturno, bajo al principio y luego cada vez más sonoro. Llegaba la ayuda, aunque Becca sabía que era demasiado tarde. De todos modos, la sirena y el auxilio que traería le resultaron reconfortantes. No era a sí misma a quien esperaba salvar.

CAPÍTULO 2

Kelsey Castle

Revista Events

1 de marzo de 2012

Dos semanas después de la muerte de Becca

El regreso al trabajo de Kelsey Castle fue sin aspavientos ni ceremonias, justo como ella quería. Aparcó en la parte posterior para que nadie viera su coche y, como no deseaba arriesgarse a utilizar el elevador, entró sigilosamente por la puerta trasera y subió por la escalera. Todavía era temprano y la mayoría del personal estaba batallando contra la hora punta o robándole minutos al reloj despertador. No podría mantenerse invisible para siempre. Iba a tener que hablar con alguien. Pero Kelsey esperaba mantener la puerta de su despacho cerrada y poder ponerse al día durante unas horas, sin que la interrumpieran sonrisas tristes ni miradas que preguntaran cómo estaba.

Cuando asomó la cabeza desde la escalera, vio que los cubículos estaban vacíos. Caminó con paso liviano por el corredor, manteniendo la mirada fija en la puerta de su despacho: un caballo de carrera con anteojeras. La puerta del despacho de su editor estaba abierta y las luces, encendidas. Kelsey sabía que no había forma de llegar antes que él a la redacción, nunca lo había hecho. Tras varios pasos más, llegó a su despacho, se deslizó por la puerta y la cerró de inmediato tras ella.

—¿Qué haces aquí? —preguntó Penn Courtney con una mirada reprobadora—. No tienes que volver hasta dentro de dos semanas.

Estaba sentado sobre el sofá de Kelsey, con los pies sobre la mesa baja, hojeando borradores de artículos que se publicarían en la edición de esa semana.

Kelsey respiró hondo y se volvió.

—¿Por qué estás en mi despacho? Cada vez que necesitas algo esperas aquí.

—Yo también me alegro de verte.

Kelsey fue hasta el escritorio y guardó el bolso en la última gaveta.

—Lo siento. —Volvió a inspirar profundamente y sonrió—. Me alegro de verte, Penn. Y gracias por todo lo que has hecho por mí. Eres un buen amigo.

—De nada. —Tras una pausa, continuó—: ¿Cómo estás?

—Madre santa, no termino de pasar por la puerta y ya empezamos con eso. Hemos hablado del tema. No quiero que todos vengan corriendo cada dos minutos a preguntarme cómo estoy.

—¿Por eso el regreso sigiloso antes de que lleguen las tropas? Apuesto a que subiste por la escalera.

—Me viene bien hacer ejercicio.

—Apuesto a que aparcaste detrás del edificio.

Ella se quedó mirándolo.

—No puedes esconderte de todo el mundo. Todos se preocupan por ti.

—Lo comprendo. Es que no quiero nada de sensiblería, ¿sabes?

Penn hizo un movimiento con la mano.

—No volveré a preguntártelo. —Ordenó los papeles delante de él para mantener las manos ocupadas—. Pero de verdad: ¿qué haces aquí?

—Estoy por enloquecer en casa, sin hacer nada, así que no voy a tomarme seis semanas. Aguanté un mes, y ya está. Entonces, volvamos a mi pregunta original: ¿por qué estás en mi despacho?

Penn se puso de pie, con el montón de papeles en las manos, y fue hasta el escritorio.

—Pensaba hacer esto dentro de dos semanas, pero supongo que puedo pedírtelo ahora.

Kelsey se sentó detrás del escritorio. La pantalla de la computadora ya había captado su atención; desplazó el cursor por el correo electrónico.

—Mira todos estos mensajes. Cientos de ellos. ¿Ves? Por eso quería trabajar desde casa.

—Olvídate de los mensajes —dijo Penn—. Son pura basura. —Le permitió leer durante un minuto antes de continuar—: ¿Has oído hablar de Summit Lake?

—No. ¿Qué es?

—Un pueblito en las montañas Blue Ridge. Pintoresco. Hay mucha gente de fuera que tiene allí sus casas de fin de semana. Deportes acuáticos cuando hace calor, esquí y vehículos de nieve cuando hace frío.

Kelsey le dirigió una mirada, luego volvió a fijar la vista en la computadora.

—¿Necesitas loción para el crecimiento del cabello? Tengo como cincuenta mensajes de publicidad.

Penn se pasó una mano por la cabeza calva.

—Creo que es demasiado tarde para eso.

—¿Viagra? ¿Estos idiotas no saben que soy mujer? Sí, casi todos estos correos son basura.

—Quiero que vayas allí —dijo Penn y dejó caer las páginas sobre el escritorio de Kelsey.

Ella dejó de mover el cursor. Su mirada pasó de la pantalla a los papeles y luego a los ojos de su editor.

—¿Qué vaya a dónde?

—A Summit Lake.

—¿Por qué?

—Por una historia.

—No empieces con esto, Penn. Acabo de decírtelo.

—No empiezo con nada. Hay una historia allí y quiero que la cubras.

—¿Qué historia podría haber en un pequeño pueblo turístico?

—Una importante.

—Pésima respuesta —dijo ella—. Quieres deshacerte de mí porque piensas que no estoy preparada para volver.

—No es cierto. —Hizo una pausa—. Quiero deshacerme de ti porque pienso que lo necesitas.

—¡Vaya, Penn! —Kelsey también se puso de pie—. ¿Así es como va a ser de ahora en adelante? ¿Vas a andar de puntillas a mi alrededor como si fuera una muñeca de porcelana, me vas a dar historias bobas y vacaciones porque piensas que no puedo hacer mi trabajo?

—Para ser franco, no creo que puedas hacer tu trabajo en este momento y tampoco pienso que debas volver tan pronto. Y no, no va a ser así de ahora en adelante. —Penn bajó la voz, apoyó las palmas sobre el escritorio y se acercó para mirarla directamente a los ojos. La doblaba en edad, tenía dos hijos varones y una vasectomía, por lo que Kelsey Castle era lo más parecido a una hija que tendría en su vida—. Pero así es como va a ser en este momento. Hay una historia en Summit Lake. Quiero que la investigues. ¿Es casual que la ciudad tenga una vista magnífica de las montañas y un hermoso lago azul? No. ¿La revista normalmente te mandaría a un hotel cinco estrellas con todos los gastos pagos? Mil veces no. Pero soy el dueño de la revista, tú has ayudado a construirla y quiero que esta historia salga bien. Irás a Summit Lake durante el tiempo que te tome resolverla. —Penn se sentó en una silla delante del escritorio de Kelsey y soltó una larga exhalación para calmarse.

Kelsey cerró los ojos y se dejó caer en su asiento.

—¿Resolver qué cosa? ¿Sobre qué es la historia?

—Sobre una chica muerta.

Ella levantó las cejas y lo miró con sus grandes ojos castaños.

—Continúa.

—Es el único homicidio registrado en la historia de Summit Lake y actualmente es de lo único que se habla allí. Sucedió hace un par de semanas y comienza a aparecer en los titulares nacionales. El padre de la chica es un abogado reconocido. Familia adinerada. La policía no tiene pistas todavía. No hay sospechosos ni personas de interés. Solo una chica que un día estaba con vida y al día siguiente estaba muerta. Algo no cierra. Quiero que hagas ruido y remuevas el avispero. Que descubras lo que todos están pasando por alto. Y que después escribas un artículo que la gente quiera leer. Quiero la cara de esta pobre chica sobre la portada de Events, no solo con una historia sobre su muerte, sino también con la verdad. Y quiero hacerlo antes de que los otros buitres la huelan e invadan Summit Lake. Una vez que ese pueblo se llene de reporteros y de prensa amarillista, nadie va a querer hablar.

Kelsey recogió las páginas que Penn había dejado caer sobre su escritorio y las hojeó.

—No era tan tonta la historia.

Penn arrugó la cara en una mueca de fastidio.

—¿Crees que enviaría a mi mejor periodista de noticias policiales a escribir sobre tiendas y galerías pintorescas? —Se puso de pie—. Te tomas un par de días ahí para investigar el asunto y luego te marchas. Averigua si hay una historia interesante detrás de los sucesos y, si la hay, escríbeme un artículo fabuloso. No necesito que vuelvas pronto. La quiero para la edición de mayo. Eso significa que, aun si descubres toda la historia y la escribes el día que llegas, el hotel está pago por todo el mes.

Kelsey sonrió.

—Gracias, Penn.

CAPÍTULO 3

Becca Eckersley

Universidad George Washington

30 de noviembre de 2010

Catorce meses antes de su muerte

En los recovecos de la biblioteca de la Universidad George Washington, Becca Eckersley se encontraba sentada con sus tres amigos. Las lámparas de escritorio iluminaban la mesa, les daban brillo a los libros y papeles, y hacían resaltar sus caras en la penumbra. Tres años antes, Becca había llegado a la universidad sola, sin amigos del bachillerato, pero no tuvo problemas de adaptación. En el primer año compartió dormitorio con Gail Moss y se hicieron amigas enseguida. Cuando terminaran sus estudios de grado, Becca y Gail, al igual que sus amigos Jack y Brad, pensaban ingresar en la facultad de Derecho. Siempre estudiaban juntos y formaban un cuarteto inusual.

—Lo dicen todo el tiempo —dijo Gail.

—¿Quiénes? —preguntó Brad—. ¿Quién habla tanto de nosotros?

—No lo sé —respondió Gail—. Los otros chicos. Escuché que algunas chicas hablaban.

—¿Y cuál es el problema?

—Que piensan que somos raros.

—¿A quién le importa lo que piensen? —agregó Brad—. En serio, está todo en tu imaginación.

—No es mi imaginación —dijo Gail—. Bien, pondré sobre la mesa la pregunta: ¿por qué somos amigos?

—¿Qué quieres decir? —preguntó Becca—. Porque lo pasamos bien juntos. Nos llevamos bien, tenemos cosas en común. Por eso las personas se hacen amigas.

—Está hablando de sexo o, mejor dicho, de la falta de sexo entre nosotros —dijo Brad—. No se atreve a decirlo. —Miró a Gail—. Más vale que encuentres una manera mejor de expresarte si quieres ser abogada litigante.

—Muy bien —dijo Gail, y cerró los ojos por un instante para evitar mirarlos—. ¿No les parece raro que, siendo amigos desde el primer año, no hayamos tenido una relación, que no nos hayamos acostado y no haya habido problemas entre nosotros?

—Tú tenías un novio en primer año, cuando nos conocimos —dijo Jack.

—¿Cómo se llamaba el chico?

—Gene.

Jack rio y señaló a Gail.

—Exacto, lo llamábamos Euge. Me caía bien ese tipo. Era un poco tonto, pero tenía algo de friki que lo hacía entretenido.

Brad también rio.

—Me había olvidado de él. Detestaba que lo llamáramos Euge. Gene, nada más, decía todo el tiempo. ¿Se acuerdan de ese fin de semana?

Becca también rio.

—El fin de semana de Gene, nada más. Por Dios, eso fue hace más de tres años.

Gail se esforzó por disimular la sonrisa.

—Sí, muy divertido. ¿Se dieron cuenta de que no regresó a Washington después de aquel fin de semana?

—Cortó contigo unas pocas semanas después, ¿no? —preguntó Jack.

—Sí, por culpa de ese fin de semana.

—Ay, vamos —dijo Jack—. ¿Solo porque lo llamábamos Euge?

—Olvídalo —respondió Gail—. Lo que quiero decir es que el cuarteto que formamos es único. Dos chicas y dos chicos, todos mejores amigos en la universidad, sin ninguno de los condimentos que pueden estropearlo.

Jack cerró el libro de Derecho Comercial. Palmeó la espalda de Brad.

—Brad llegará a ser el senador más poderoso del Congreso, ustedes dos serán las abogadas bobas que trabajarán para él. Y yo, el lobista que le conseguirá todo el dinero a Brad, y siempre seremos amigos. ¿A quién le importan nuestros motivos y qué importa si los demás no los entienden? —Guardó los libros en la mochila—. Ya tuve suficiente por hoy. Vayamos a tomarnos unas cervezas al Diecinueve.

—Amén—aseveró Brad.

Guardaron sus cosas y se prepararon para salir. Becca miró a Jack.

—¿A ninguno de ustedes le preocupa el examen final con el profesor Morton? —preguntó.

—A mí, sí —respondió Jack—, pero estoy en un proceso de absorción lenta que me permite digerir a cucharaditas sus clases terriblemente aburridas y abstractas. Si lo estudio de manera intensiva, la mayor parte se me escapa.

—Claro —dijo Becca—. Es un buen plan para alguien que estuvo al día con las lecturas durante todo el semestre. Pero nosotras tenemos que estudiar intensivamente. Chicos, vayan ustedes, Gail y yo nos quedaremos.

—Vamos, no sean aburridas —dijo Jack.

—Los finales son dentro de dos semanas —le recordó Becca.

—Dejen todo por hoy y mañana le dedicaremos más tiempo —propuso Jack.

Brad puso de pie y levantó las manos.

—Señoras y señores, Bradley Jefferson Reynolds tiene la solución. Esto iba a ser una sorpresa, pero veo que lo necesitan ya. La semana que viene conseguiré una copia del examen final de Derecho Comercial del profesor Morton. Para que hagan con ella lo que quieran.

Becca frunció los labios.

—Mentira.

—No estoy mintiendo —aseguró Brad—. Tengo un contacto, es todo los que les puedo contar por ahora. Así que vayamos a celebrarlo con unas cervezas.

Becca miró a Jack, que se encogió de hombros y dijo:

—¿Quiénes somos para desconfiar de nuestro amigo?

A regañadientes, Becca guardó sus libros y miró a Gail.

—Esto será como cuando nos prometió los informes completos de Historia de Asia para el examen de primer año y terminamos quedándonos hasta las cinco de la mañana para terminarle su trabajo porque se había bloqueado. —Flexionó los dedos en el aire haciendo comillas mientras miraba a Brad—. ¿Lo recuerdas?

—Esto es diferente —dijo él.

—Seguro que sí. —Becca se colgó la mochila, tomó a Brad del brazo y le apoyó la cabeza sobre el hombro mientras salían de la biblioteca—. Pero seguiré queriéndote de todas maneras, aunque nos falles y yo obtenga un cinco o un seis, lo que estropeará mi certificado.

Los dos siguieron caminando; Brad le dio unas palmaditas en la cabeza.

—Ninguna universidad prestigiosa, de la Ivy League, te aceptará con un cinco o un seis en tu certificado de estudios. Me parece que esta vez no voy a poder fallar.

El bar Diecinueve del barrio Foggy Bottom de Washington, con la clientela habitual de un martes, desbordaba de estudiantes universitarios que se sentían en el apogeo de su existencia. La mayoría provenía de familias acaudaladas de la Costa Este y planeaba seguir carreras políticas o Abogacía. Algunos querían dedicarse a otras cosas, pero eran minoría.

Los cuatro amigos encontraron una mesa libre cerca del frente, un enorme ventanal de cristal a través del cual los transeúntes podían mirar con envidia la vida de esos estudiantes encaminados al éxito. Pidieron cervezas de barril y cayeron en su rutina habitual de hablar de política. Tras unas cuantas cervezas, Brad comenzó con su diatriba habitual, colmada de palabrotas, sobre el hecho de que ningún presidente de los Estados Unidos había sido fiel a sus principios y había gobernado conforme a ellos.

—Siempre terminan cayendo en las garras de la política de Washington, siempre se rinden ante intereses específicos. ¿Quién puede nombrarme un presidente que durante su mandato haya tenido en cuenta a los ciudadanos en la mayoría de sus decisiones? Ninguno lo ha hecho, y el actual tampoco lo hace. Todo se trata de poder: de mantenerlo y repartirlo entre los que más dinero les ofrecen.

—¡Así se habla, Bradley! —lo arengó Becca—. Y tú serás el que ponga fin a todo eso, ¿no es así?

—O moriré en el intento. Y empezaré por el corrupto hijo de puta que se hace llamar mi padre. —Bebió un trago de cerveza—. En cuanto tenga el título y la matrícula.

—Yo conseguiría algunos contactos y algo de apoyo antes de ir tras tu padre. O tras el Derecho de Responsabilidad Extracontractual en general.

—Buena idea —dijo Brad señalando a Becca. Luego bebió su cerveza como si estuviera en un pub irlandés a punto de competir en una pulseada. Se limpió la boca con el antebrazo con un ademán teatral y contempló el techo. Los demás rieron ante la escena—. Tiene que ser un ataque sorpresa, totalmente imprevisto. Sí. Voy a armar una coalición, y cuando el viejo piense que tiene todo cubierto, lo derribaré como el alcalde Giuliani al mafioso Teflon Don.

—Ni siquiera ha sido admitido en una universidad reconocida y el tipo ya se compara con Giuliani. —Jack rio—. Me encanta tu confianza.

A Becca y sus amigos les fascinaban las diatribas de Brad. Jack y Gail escuchaban entretenidos, pero Becca tenía un oído más perspicaz. Era la que mejor conocía a Brad, sus secretos, sus deseos y sus luchas. Comprendía que sus opiniones eran producto de la rebeldía. Un padre autoritario, que había amasado una fortuna dirigiendo uno de los bufetes especializados en Derecho de Responsabilidad Extracontractual más importantes de la Costa Este, trataba incansablemente de encaminar la vida de su hijo en una dirección que él no quería tomar. Fingiendo rendirse y planeando a la vez vengarse en secreto, Brad aceptó asistir a la Universidad George Washington y luego obtener el título de abogado en una de las universidades más prestigiosas. Pero en lugar de unirse a su padre para robar, como él mismo decía, utilizaría su título y la educación que le había pagado para combatir a los buitres carroñeros que practicaban Derecho de Responsabilidad Extracontractual y defenestrar a su padre. Ese era su plan, al menos.

En los tres años que llevaba de amistad con Brad, Becca había estado con el señor Reynolds

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