Abdel
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Abdel - Enrique Páez
Dedicado a los culpables
de nacer en otro sitio.
INTRODUCCIÓN
Me cuesta mucho escribir. Lo hago solo para ayudar a mi amigo Abdel, por si le pueden servir de algo estas líneas. En la editorial me han dicho que publicarán su historia si yo añado una introducción contando quién es Abdel, dónde le conocí y cómo llegó hasta mí su cuaderno de apuntes. Y eso es lo que estoy haciendo. O lo que voy a hacer a partir de ahora, para ser exactos.
Me llamo Charo Lafuente, aunque mi nombre en este caso sea lo de menos. Trabajo desde hace tres años en los Servicios Sociales del Ayuntamiento de Málaga, como educadora. Es un trabajo duro y con pocas satisfacciones, para el que se necesita mucha vocación. Se trata de ayudar a niños y adolescentes que, por razones ajenas a ellos mismos, están en estado de abandono, predelincuencia u otras situaciones límite.
Padres enganchados a la droga, malos tratos, alcoholismo, ausencia de escolarización... Los chicos que nos mandan a este centro siempre tienen una historia tremenda a sus espaldas. No se los puede juzgar con dureza. Cualquiera de nosotros, en su piel, actuaría de la misma manera. Aprendieron desde niños que la ley de la selva, la ley del más fuerte, es la regla de oro de la supervivencia. No confían en nadie, porque nadie les ha dado motivos para hacerlo. Aquí conocí a Abdel Muhbahar. Es uno de ellos.
Cuando lo trajeron, Abdel no parecía diferente a los demás. Otro chaval con problemas, una familia deshecha y carente de afecto, supuse yo. Pero pronto empecé a ver la diferencia: no es un chico agresivo y envalentonado como el resto. Es más bien tranquilo, muy expresivo y solitario. No quiero decir con ello que sea débil: en poco tiempo se ha hecho respetar, porque tiene una fuerza y una agilidad asombrosas. Está un poco asustado, aunque apenas se le nota. Pasa largas horas sentado en su cama escribiendo en un cuaderno forrado con piel de oveja que siempre lleva consigo.
Al principio no presté demasiada atención al hecho de que dedicara tantas horas a escribir. En cualquier caso, pensaba yo, lo hará en árabe, y de poco me va a servir pedirle que me preste su cuaderno.
Abdel pronuncia bastante mal el español, pero tiene un vocabulario considerable. Muy superior, desde luego, a la media de los chicos españoles de su edad. Por lo visto, según me ha contado él mismo, en Hauza su padre era muy amigo de Ben Abjalah, un líder de la resistencia saharaui, el cual tenía una extensa biblioteca de libros españoles. Abdel aprendió el español muy pronto con Ben, y se llevaba prestados libros, que leía una y otra vez cuando realizaba largas travesías por el desierto acompañando a su padre.
Es un lector infatigable. En el breve tiempo que lleva aquí ya se ha leído la mitad de los libros de la biblioteca. Así sucede que, aunque no habla demasiado bien, sobre todo en lo que se refiere a la pronunciación, escribe perfectamente, como muy pronto veréis. Le he tomado un cariño muy especial, y él me ha correspondido con su amistad. Por eso le llamo «mi amigo Abdel».
Un día me empezó a picar la curiosidad y comencé a preguntarme qué escribiría Abdel con tanta meticulosidad en su cuaderno. Intenté sonsacarle algo, y al principio me contestó con evasivas. Al fin logré que me prestara sus escritos. El cuaderno estaba cuidadosamente forrado, hojas duras y caligrafía diminuta. «Me lo regaló mi padre. Lo hizo él mismo», me dijo con orgullo, como mostrando un trofeo.
Abdel escribe con letra de imprenta, imitando los caracteres de los cientos de libros que ha leído. Me pidió que le corrigiera las faltas de ortografía o de sintaxis, pero la verdad es que no he tenido que tocar ni una coma. Abdel escribe mucho mejor que yo. Cuando leí el manuscrito, me quedé impresionada. A lo mejor es porque le conozco, pero me hizo llorar más de una vez.
Después de leer su historia, hice algo que tal vez no sea muy correcto. Fue algo instintivo. Fotocopié el cuaderno sin su permiso y guardé la copia en un cajón. Al día siguiente le entregué las fotocopias a mi amiga Soledad Alvarenga, que trabaja en una editorial. Tal vez a ella se le ocurriera algo para ayudar a mi amigo Abdel, pensé. Ahora no me arrepiento, porque una semana más tarde me llamó la directora de la editorial diciendo que lo quería publicar, que le parecía fantástico, y que yo escribiera una introducción. Es la que estáis leyendo todavía, pero ya termino. Os aseguro que para mí ha sido muy difícil.
Yo no sé mucho de literatura, pero la editora me ha dicho que la historia de Abdel tiene mucho ritmo y una estructura inmejorable. Yo estoy de acuerdo. Puede que esté hablando de quien será con el tiempo un escritor muy famoso. Abdel se merece un futuro algo mejor de lo que ha vivido hasta ahora. Si no tuviera padre, a mí me encantaría pedir su custodia legal y llevármelo a casa a vivir conmigo. Es un compañero adorable.
Espero no haberos aburrido, porque lo importante es lo que viene a continuación. Os dejo con la historia de mi amigo Abdel escrita por él mismo. Sé que os va a encantar.
Charo Lafuente
Málaga, 10 de septiembre