Un virus sin corona: Crónicas de la pandemia
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Un virus sin corona - Sonia Evangelina Alcántar Jaime
Portadilla
Falsa del libro Un virus sin corona. Crónicas de la pandemia.UNIVERSIDAD AUTÓNOMA DE LA CIUDAD DE MÉXICO
DIFUSIÓN CULTURAL Y EXTENSIÓN UNIVERSITARIA
RECTORA
Tania Hogla Rodríguez Mora
COORDINADORA DE DIFUSIÓN CULTURAL Y EXTENSIÓN UNIVERSITARIA
Marissa Reyes Godínez
RESPONSABLE DE PUBLICACIONES
José Ángel Leyva
Portada
Portadilla del libro Un virus sin corona. Crónicas de la pandemia.Créditos
COLECCIÓN: MEMORIAS Y TESTIMONIOS
Un virus sin corona. Crónicas de la pandemia.
D.R. © Universidad Autónoma de la Ciudad de México
Dr. García Diego, 168,
Colonia Doctores, alcaldía Cuauhtémoc,
C.P. 06720, Ciudad de México
Primera edición 2021
ISBN (impreso) 978-607-8692-27-9
ISBN (ePub) 978-607-8692-61-3
publicaciones.uacm.edu.mx
Reservados todos los derechos. Ninguna parte de este libro puede ser reproducida, archivada o transmitida, en cualquier sistema —electrónico, mecánico, de fotorreproducción, de almacenamiento en memoria o cualquier otro—, sin hacerse acreedor a las sanciones establecidas en las leyes, salvo con el permiso expreso del titular del copyright. Las características tipográficas, de composición, diseño, formato, corrección son propiedad del editor.
Prólogo
Era marzo y las jacarandas teñían la ciudad con sus anuncios impacientes de primavera. La comercialización de cubrebocas en el Metro y en la calles comenzaba a ser parte del bullicio urbano. El anuncio de la cuarentena estaba en el ánimo de la población que se aprestaba a hacerle frente a los pronósticos de contagio y riesgos de saturación hospitalaria. Lo que se empezaba a vivir requería el registro de los hechos y del imaginario nacional y, además, hacer acopio de las visiones sobre los acontecimientos en otros lugares del mundo. Desde la Coordinación de Difusión Cultural y Extensión Universitaria y Publicaciones, de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México ( UACM ), ideamos dos iniciativas culturales e informativas: un programa radial con Código Ciudad de México y la UACM : «Voces en la pandemia», para conversar con intelectuales y artistas mexicanos y de diversos países, dos veces por semana. La otra parte del plan era una convocatoria para concursar con crónicas periodísticas y literarias.
El concurso llevaría el título que aludía a una vieja película mexicana: Campeón sin corona (1946). Así, «Un virus sin corona» nos recordaba la historia del Chango Casanova, un boxeador que merecía ganar por su ferocidad en el combate, pero lo coronaba la derrota. Con humor, presentimos que el virus dejaría su estela de mortandad, de sufrimiento, pero la ciencia y la sociedad le arrancarían el triunfo y la corona en un plazo no mayor de tres meses. Finaliza el 2020 y el flagelo del coronavirus mantiene postrado al mundo, acumula cifras de decesos y provoca efectos desastrosos en las economías, acelera cambios y nos sitúa en escenarios distópicos, profundiza en formas de comunicación que modifican relaciones y vínculos humanos. La educación, la cultura, la lectura, los rituales de la muerte experimentan un cambio de percepción del tiempo y del espacio. Con certeza, asistimos a un punto de inflexión de la historia contemporánea, caracterizada por su velocidad, sus guerras de exterminio, la realidad virtual, la globalización, la hipercomplejidad, las pandemias.
Durante ocho semanas lanzamos las convocatorias para la recepción de crónicas escritas por mexicanos o extranjeros con residencia en el país. Durante ocho semanas publicamos y leímos a los ganadores de dicho certamen literario en el portal de la UACM. Durante ese tiempo recibimos la solidaridad de los miembros del jurado, escritores e intelectuales de prestigio, que sin remuneración alguna por su trabajo asumieron la tarea de revisar y discutir, emitir sus fallos. Son estos los mejores trabajos elegidos y los que nos fueron propuestos para su publicación. Pero, lo más importante, son testimonio de un fenómeno desconocido, inédito. Habíamos vivido, sí, situaciones similares como la del virus de la influenza H1N1 que, por cierto, se intentó etiquetar como la gripe mexicana. No tuvo la misma presencia global ni se diseminó con la velocidad del coronavirus en todos los continentes y en todas las regiones del planeta. A lo largo de un año hemos vivido en el filo de la navaja y no se vislumbra con claridad el final de este episodio; el mundo espera con impaciencia la aparición de una vacuna efectiva que permita regresar a una nueva normalidad, donde la vida colectiva se restablezca y las economías recuperen el aliento.
La crónica es uno de los géneros más familiares en la cultura mexicana. Desde la llegada de los españoles a estas tierras, fueron los cronistas quienes dieron cuenta de esa gesta en la que el asombro y la ambición, el miedo y el dogma, la conquista y la derrota fueron parte de un cambio radical en la cultura, en la civilización, en la economía. En sus Cartas de relación, Hernán Cortés echa mano de la crónica para informar al rey de España de sus triunfos y de las grandes riquezas que significa para la monarquía el nuevo Mundo. Cartas de relación donde se amalgama la realidad con la mitomanía, la imaginación, la fantasía. Una narrativa que pretende forjar su propia dimensión epopéyica, su mitología.
Como género periodístico y literario, la crónica responde más a la microhistoria que a la gran historia, pero tampoco la descarta. La subjetividad no puede ser desprendida del testimonio y el reporte, el cronista hace sentir su presencia y su mirada sobre los acontecimientos que narra. A diferencia del reportaje y de la historiografía, la crónica emplea los recursos literarios en sus afanes narrativos, recurre a la seducción tan propia de la poesía y de la literatura, pero afianza su credibilidad en el rigor documental y en la investigación, en fuentes confiables y a menudo en testimonios de los protagonistas, en la memoria registrada y en la oculta. La voz del cronista particulariza su versión de los hechos, la visión de sí mismo en el episodio y el tema que nos expone. La crónica tiene, además, la frescura del tiempo porque tiende más a desenvolverse en la inmediatez o en la mediatez de lo que cuenta, no obstante, puede también, en ciertos casos, aproximar realidades distantes y antiguas.
Aristóteles sostenía en su Poética: «Es preciso preferir lo imposible que es verosímil a lo posible que es increíble». Y es allí, en esa capacidad de seducir donde el escritor establece un pacto de credibilidad con los lectores. No se trata de mentir o de engañar al público, sino de persuadirlo sobre el sentido y los significados del relato apegado a la realidad o distante más o menos de ésta. Todo escritor ejerce ese poder y esa conciencia sobre las palabras. Y su poderío depende del arte de seducir con tales herramientas del lenguaje, que son empleadas también por los políticos y los demagogos, los merolicos y los locutores.
La crónica periodística y la literaria pueden verse como describe Olga Orozco al referirse a las dimensiones de su pampa natal. Desde una avioneta se ve a dos gauchos conversar a uno y a otro lado de una cerca. A simple vista ignoramos cuál de ellos está afuera y cuál dentro. La pampa es inmensa o son enormes los latifundios. La crónica, más que el reportaje, permite ese diálogo entre dos campos y dos voces sin que podamos con rapidez definir su pertenencia, pero ambos, el periodismo y la literatura, cruzan sus alientos y sus sombras. Y es sobre todo por lo que afirmaba Edmundo Valadés, el valor de la narración no está en el qué sino en el cómo, aun cuando la realidad cruda sea la materia de la persuasión. O el realismo estremecedor de relatos de ficción, seguramente inspirados en la vivencia misma o en la conversación, de autores como John Reed en sus cuentos La hija de la revolución, o en la narrativa de José Revueltas donde la realidad supura sin concesiones a través de una prosa delicada y brillante como filo de escalpelo. Ejemplos habrá miles, pero echo mano de los que me están más próximos a mi entorno y formación para señalar cómo desde la literatura se llega al borde del periodismo o a la inversa. Hoy en día se reconoce más la importancia de estos géneros y la calidad prosística de los periodistas que han dado representantes reconocidos por los literatos, no sólo por los testimonios que aportan a la historia, sino por la calidad misma de sus plumas: Oriana Fallaci, Ryszard Kapuscinski, y la más reciente reconocida por la Academia Sueca con el Nobel de Literatura, Svetlana Alexievich. En México y España se ha reconocido también a Elena Poniatowska por sus aportaciones a la lengua desde la literatura, pero sobre todo desde el periodismo. Hay un ánimo por animar la historia cultural, la vida de nuestra sociedad en aproximaciones destellantes, como lo hizo Martín Luis Guzmán en El águila y la serpiente o Memorias de Pancho Villa. La subjetividad en todos los ejemplos está admitida.
En los casos explícitos de Noticias de un secuestro o de Crónica de una muerte anunciada, Gabriel García Márquez tiene dos propósitos distintos, uno es el de narrar un hecho real como si fuera literatura, y otro narrar un asunto literario como si fuese periodístico. Periodista de oficio al fin, García Márquez supo emplear a fondo todos sus recursos y en el secuestro nos lleva abiertamente a un fenómeno muy dramático que se vivía y se vive aún en Colombia, y que se reprodujo en otros países de la zona como México, Venezuela y Brasil. La sustancia del relato está extraída directamente de fuentes reales, objetivas, de entrevistas y documentos, aun cuando el escritor emplea para ello recursos literarios, una prosa de novelista, pero intentando no faltar a la verdad. Por el contrario, en su novela, emplea la estructura de la crónica para narrar un hecho ficticio, que pudo o no tener su motivo original en hechos reales, pero donde nos cuenta desde el inicio el desenlace, es decir, la noticia; el desafío entonces es contar cómo sucedió. Allí está justamente lo literario, en el cómo y no en el qué; allí también lo periodístico, en el qué y el porqué. Ambos exigen dos perspectivas de visibilidad con propósitos y motivos diferentes.
También está la tradición literaria apegada a la historia como lo hace de manera notable Alfonso Reyes en Chroniques parisiennes, como lo practican los Contemporáneos o como continúan ejerciéndolo dos académicos y poetas: Marco Antonio Campos y Vicente Quirarte, siguiendo los pasos de la ya fallecida Clementina Díaz y Obando, para hablarnos de los cafés de la Ciudad de México. Sin duda en ese sentido Carlos Monsiváis representa un referente ineludible donde abrevan las plumas de autores actuales como Juan Villoro, quien hace acopio de todos los recursos para elaborar una crónica urbana y cultural de alta factura, y hacernos ver la historia que transcurre con sus enlaces al pasado. La historia local atravesada por todas las señales de este mundo, fuera de su envoltura de aislamiento, expuesta al ruido cultural del planeta.
Hoy en día concurren en la crónica diversos aparatos discursivos para hablar de la realidad. En México son mujeres como Magali Tercero o Josefina Estrada quienes se emplean a fondo en la investigación documental y periodística para elaborar crónicas dignas de cualquier novela negra, pero sin ser novelas y sin pintarse de oscuras. Son escrituras de una alta calidad literaria al servicio de un objetivo periodístico, pueden ser historias de mujeres en los reclusorios, ceremonias y rituales en los estratos donde se mueve la delincuencia común y la llamada organizada, sus creencias, sus mitos, sus prácticas culturales, o el destino de los muertos en la Morgue o Semefo (Servicio Médico Forense). Mundos subterráneos que emergen ante la indiferencia de la gran mayoría ciudadana y por tanto de las autoridades mismas. La crónica pues como un acto de visibilidad de la realidad oculta o transparente, de las emociones y de los acontecimientos en sus extremos invisibles, donde la imparcialidad no es necesariamente un principio ineludible, pero sí la honestidad, donde no hay lecciones moralizantes, pero si una ética que puede revelar lo contrario de aquello que se cuenta a causa de su propio principio de verdad. Una vez más cabe la cita de Carlos Marx para sentenciar que Balzac enseñó, sin proponérselo, con la Comedia Humana, más de la burguesía que cientos de tratados sociológicos.
Estas crónicas, nacidas en el seno del 2020, nos aportan el sentimiento y la vivencia particular o colectiva de un fragmento de la historia que es, desde ahora, parte de una memoria dolorosa y confusa, enferma y reactiva, temerosa e insumisa. Un momento en el que la humanidad vuelve a mostrar lo mejor y lo peor de su naturaleza, para preguntarse, con suerte, ¿qué ha hecho bien y mal para causar la ruptura de fronteras biológicas, para inundar con desechos su hogar, para verse en la vertiente misma de un riesgo de extinción? Un momento también en el que la solidaridad, la presencia del otro, el reconocimiento de un yo comunitario nos conduce a cultivar la esperanza, la resistencia al impulso consumista, a la cultura del úsese y tírese, al reconocimiento de la fragilidad y de la transitoriedad humana. Esa toma de conciencia que la literatura y el arte hacen posible desde la perspectiva no sólo de la belleza y sus significados, sino desde la sentimentalidad del instante. Crónicas de un virus sin corona, registros emocionales de una experiencia planetaria en la vida singular, en la vivencia particular de quienes las escriben. La UACM deja en manos del lector esta obra múltiple y diversa, atada al micromundo y su correspondencia con los hombres.
José Ángel Leyva
noviembre, 2020
Concurso de crónicas
«Un virus sin corona»
Textos ganadores
Abril-agosto, 2020
Primer lugar. Primera semana
Disgusto en conocerlo
Sonia Evangelina Alcántar Jaime
¹
Allá lo vi y aquí lo traté. Me entregué a sus brazos sin saber que me seguía. Creí escapar, pero ahora está a mi lado…
A la media noche del 26 de enero llego al aeropuerto de Singapur con destino a Hong Kong —una semana más entre protestas y estaré de vuelta en México—, recuerdo— ¿Por qué entregan mascarillas gratuitas? Qué bueno que compré la de tela en Vietnam—. Aparento estar a la moda asiática de la prevención y cuidado. Total: donde fueres, haz lo que vieres. Nadie sospecha que me es incómodo usarla. Es más, noto su molestia al quitármela para comer. ¡Qué raro! Es el primer aeropuerto cuyos pilotos y aeromozas no entran sin protección. ¿De qué me perdí? ¿Será algo relacionado con él?
Conecto mi celular a la fuente de energía; será una larga noche para revisar con fino detalle la trayectoria del enigmático coronavirus. Hace casi un mes leí por primera vez de él, a finales de diciembre, para ser precisa. Después de los primeros minutos, los mensajes de mis amigos cobraban sentido. El Covid 19 dejaba muertos y contagiados en los países que visitaba. ¡Vaya ingenuidad la mía! La arrogancia del falaz conocimiento en los medios de comunicación me invadió. —Es un problema real en una dimensión alentada por el amarillismo—, concluí una semana atrás. ¡Vaya desdén mío anteponer la discusión de rivalidades políticas minimizando la penumbra que arrastraría! No sé si lo ignoraba o realmente quería ignorarlo.
La ciudad de siete millones de habitantes la percibí de tres. ¡Inusual! En toda mi estancia académica las calles de Hong Kong se inundaban de manifestantes entre consignas prodemocráticas cada domingo por la tarde. En esta ocasión, solo a unos cuantos se les veía caminar; sus cubrebocas mudaron la función de cubrir su identidad por cubrir su sanidad. Bibliotecas, parques, plazas públicas y algunos restaurantes que solía frecuentar, todo cerrado. Raro es ver a alguien sin cubrebocas, regularmente son extranjeros. No puedo ver a mis amigos, no puedo despedirme de mis conocidos: están encerrados en sus casas, están en cuarentena.
—Sólo una semana, sólo una semana, sólo una semana más—. Los mensajes de amigos y familiares velando por mi bien aumentan. Comienzo por documentar en redes sociales la vida desde acá. El impacto es tal que mis amigos de la prensa local de Tijuana me llaman para escribir sobre mí. Vivo en una extraña distopía: un áspero cambio más allá de la diferencia cultural; una diferencia por la salud, el contagio y la muerte. Me encontraba en los brazos del país epicentro, pero no en su corazón.
Cada día es más largo que el anterior. La rutina se rompió. Todos nos vemos con temor. Hallé a cientos de personas haciendo filas por una caja de cubrebocas en las farmacias. Compré para cubrir toda la semana, en mi país son más baratos. Es un