El eneagrama
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El eneagrama - Equipo de expertos Ómicron
PRÓLOGO
Justifica la edición de un libro de las características del que tiene el lector en sus manos la voluntad de divulgar los principios más elementales de un conocimiento profundo y antiguo, de una forma de pensar que es compendio de culturas diversas y que ha madurado en la mente de hombres de sabiduría durante siglos.
El eneagrama no es una teoría nueva, pues es fruto de una sabiduría milenaria; tampoco es una filosofía de la vida ni ofrece salvación eterna ni da a conocer el camino de la felicidad. No es la respuesta a los problemas del hombre moderno ni la solución para la paz mundial; no es una corriente filosófica de moda que quiera adeptos o socios ni se dedica a hacer proselitismo vendiendo sus textos y sus doctrinas en los grandes aeropuertos.
Algunos se sentirán atraídos porque la palabra «eneagrama» tiene connotaciones esotéricas, suena a ciencia oculta, a magia, a religión, a misterio por descubrir, y el gráfico que lo representa tal vez parecerá fruto de un imaginativo diseño; en realidad su significado es simple: es un dibujo o figura geométrica de nueve puntos, de nueve líneas. Y no hay ninguna secta ni hermandad que lleve ese nombre ni ningún dogma ni confesión religiosa que adopte este símbolo como bandera. ¿Qué es o qué representa, así pues, el eneagrama para que cada vez más se oiga hablar de esta figura y se publiquen más libros? Tras la sencilla representación gráfica, el eneagrama viene a ser como la llave que permite adquirir el conocimiento profundo de uno mismo y de los demás, de las relaciones que rigen entre los hombres y entre estos y el mundo.
No es, con todo, la panacea, la fórmula que todo lo abarca o la ciencia que todo lo sabe. El eneagrama es, sobre todo, memoria, sólo eso, la memoria del conocimiento de cientos de generaciones de hombres sabios que desde la antigüedad han sabido aunar culturas y sabidurías muy distintas y sobrevivir a las religiones y a las ideologías dominantes para perpetuar una visión global del universo, un conocimiento profundo del mundo, una especial manera de sentir, de hacer y de comunicar. Entonces el eneagrama sería sólo una herramienta que, en manos de gente abierta de espíritu, permitiría adentrarse en el conocimiento de uno mismo y, gracias a ello, alcanzar un cierto grado de comprensión del mundo en que vivimos y nos desarrollamos.
Los sufíes son los maestros que han permitido que este conocimiento llegue a los albores del siglo XXI, pero antes que ellos, sabios, matemáticos, astrólogos y filósofos griegos, árabes, persas, babilónicos, judíos y egipcios se reunían en hermandades cerradas, auténticas escuelas de pensamiento, para intentar dar con la respuesta a los grandes enigmas del universo y para hallar un camino hacia la renovación, la pervivencia o la inmortalidad.
A decir verdad, poco se sabe acerca del origen del eneagrama, en qué momento se desarrolló y por qué adquirió la forma concreta que posee. Se supone que en realidad era sólo un método de trabajo de los maestros sufíes, algo así como un camino de iniciación hacia el conocimiento, en primer lugar de uno mismo, y, más allá, de los misterios del universo. Pero la ciencia de estas hermandades no estaba al alcance de cualquiera: además de renunciar a la vida mundana en favor de un riguroso ascetismo, quien quisiera aprenderla debía llegar a ella por sí mismo, conociendo las propias debilidades y las virtudes para, de este modo, ser capaz de «ver» el mundo sin la distorsión de las pasiones; a continuación, el diálogo y las preguntas-guía de un maestro permitían al iniciado acceder a distintos niveles de conocimiento, pues se creía que cada cual debía llegar allí donde alcanzara su deseo o su necesidad de saber, su capacidad de aprender.
La figura del eneagrama surge, así, pues, como instrumento —método si se quiere— para conocer más de uno mismo. Inscritos en una circunferencia encontramos nueve vértices, los de un triángulo equilátero y los de un hexágono superpuestos. Los puntos de la figura están marcados con números del 1 al 9 y enlazados entre sí mediante líneas que presentan una especial significación. En el eneagrama de la personalidad, cada uno de estos puntos representa un tipo determinado de personalidad, un carácter distinto. Cualquier persona, por poco que profundice en la lectura de las definiciones de estos tipos, podrá hallar una con la que se identificará mejor que con las otras.
Visto en conjunto viene a ser un complejo mapa de la sociedad que sería universal, es decir, en él quedarían representados todos los hombres. La disposición de los números y de las líneas no es al azar: con ello se pretendería reproducir el conjunto de procesos que rigen o influyen en cualquier ciclo vital; las líneas del eneagrama permitirían entonces descubrir las relaciones entre el estar bien y seguir una determinada conducta y el estar mal y seguir otra bien distinta. Ayudaría asimismo esta figura a comprender a los demás, a saber por qué son, actúan y reaccionan de esta manera o de aquella otra, y, llevado este conocimiento más allá de las relaciones humanas, ofrecería la posibilidad, en un eneagrama de los pueblos, de conocer a cuál pertenecemos y por qué somos como somos.
Aparte de esta aportación, la que ha llegado a divulgarse por Occidente, lo que ha trascendido del eneagrama y de la ciencia que lo ha generado aún es muy poco. Apenas ahora empezamos a vislumbrar que tras este símbolo se esconde una ciencia tan profunda, tan compleja, como antigua y llena de historia. La introdujo en Europa un filósofo de origen armenio, George Ivanovitch Gurdjieff, que la aprendió de maestros sufíes en sus viajes por Asia central.
De él fue la primera tarea de divulgación del eneagrama, a pesar de que tal palabra no la utilizaba comúnmente. Tras él, sus discípulos, P. D. Ouspensky, James Webb y J. G. Bennett, entre otros, llevaron los estudios del eneagrama a buena parte de Europa y América. Y, como veremos más adelante, sería un boliviano, Óscar Ichazo, quien viajó al Pamir, en Afganistán, quien por fin hablaría ya de eneagrama como método o herramienta de conocimiento y quien difundiría y daría mayor énfasis a sus aspectos psicológicos.
Organizar y elaborar un trabajo que vertiera una chispa de luz sobre el eneagrama no fue tarea fácil, sobre todo porque se pretendía un enfoque original que, con lenguaje sencillo, diera una visión clara de lo que puede representar este conocimiento para cualquier persona no iniciada. Si, como es de esperar, estas páginas despiertan su interés, sepa el lector que el camino no ha hecho más que empezar.
La mejor manera, y tal vez la única, para adentrarse por la senda del eneagrama es hacerlo con el espíritu abierto de quien está dispuesto a aprender, apartando de la mente cualquier juicio de valor previo. Para adquirir una comprensión del mundo positiva, útil y enriquecedora nada mejor que empezar por mirar en nuestro interior... y comprendernos y aceptarnos.
PRIMERA PARTE:
El saber del eneagrama
El eneagrama se ha dado a conocer recientemente al público del mundo occidental mediante cursos y seminarios, sobre todo en el continente americano y en instituciones docentes, gracias a la labor desarrollada por el profesor Óscar Ichazo, pero también mediante la edición de numerosas publicaciones y reediciones de obras de Gurdjieff, Bennett, Ouspensky y Don Richard Riso, entre otros.
Cuando el no iniciado en este conocimiento accede por primera vez al eneagrama de la personalidad mediante las ediciones de divulgación en lengua castellana se encuentra, en su ignorancia y por así decirlo, ante un dilema.
Mientras la psicología oficial, en sus distintas corrientes y líneas de trabajo, es muy cauta al hablar del concepto de personalidad y evita catalogar en esquemas rígidos a los individuos según su comportamiento social o su actitud ante la vida, el eneagrama ofrece una catalogación muy clara en nueve tipos distintos y afirma que cualquier persona debería encajar en alguno de ellos.
Así, pues, ¿de dónde procede el conocimiento, la experiencia necesaria para elaborar esta particular teoría de la personalidad? La psicología tradicional cuenta con más de un siglo de existencia y de experiencia en universidades, reuniendo el pensamiento de hombres de ciencia que han dedicado su vida al estudio.
¿En qué se basa el eneagrama para afirmar precisamente que se dan nueve —y no diecisiete o veintitrés— tipos de personalidad? ¿Cuál es el bagaje cultural y el empírico en el que se apoyan los diseñadores del eneagrama?
En las páginas que siguen se expondrá cómo ha llegado a Occidente este conocimiento, cómo ha perdurado y se ha transmitido durante los últimos siglos y cuál se supone que es el origen o el fundamento de esta escuela de pensamiento.
Las fuentes del eneagrama
Satisfacer la necesidad de conocer el mundo
Es curioso asistir al proceso de aprendizaje que lleva al bebé a ser niño, al niño a ser adolescente, al adolescente a joven y al joven a ser maduro. Puedo uno llegar a descubrir cosas interesantes, por ejemplo, si se pregunta en qué preciso momento y por qué razones los bebés empiezan a sentir miedo ante la oscuridad.
Por supuesto, no todos los niños expresan del mismo modo esos temores, que, además, se manifiestan en épocas diferentes y se explican por distintas razones, según el caso; pero conviene realizar una explicación sencilla del porqué de esos miedos.
El bebé ha pasado nueve meses en el seno materno, en una relativa comodidad y sin apenas ejercitar los sentidos, por lo que tiene un conocimiento más bien escaso del mundo que lo rodea, y así, la oscuridad sólo representa un acontecimiento fortuito e inofensivo, como la temperatura ambiente, que no lo afecta en absoluto, pues quien le ha dado la vida, la madre, lo cobijará y procurará su bienestar en toda circunstancia. Para el recién nacido, detrás de la oscuridad no hay todavía nada, se acaba el mundo.
Pero el bebé crece, pasa cada vez más tiempo despierto y su mente se va llenando de impresiones y sensaciones, de modo que empieza a hacerse y a guardar en la memoria una composición del mundo inmediato que lo rodea; y llegará un momento en que será capaz de pensar y recordar que cuando la luz se va lo demás se queda.
Es decir, en la oscuridad sigue habiendo mundo, hay objetos, hay cosas, algunas de las cuales le son familiares y otras no. Cuando este mismo bebé se encamine hacia la niñez y adquiera la autonomía que da poder andar y desplazarse, incluso comunicarse, aprenderá que hay muchas más cosas en el mundo y que, desgraciadamente, algunas de ella pueden resultar perjudiciales, dañinas.
Así, la noche, la oscuridad, que antes equivalía a nada, esconde al fin y al cabo cosas, y es posible que algunas de ellas no sean del todo buenas. Se apaga la luz de la habitación y el niño recuerda que en aquel rincón hay una silla, y que ha tropezado con ella; o que ahí está la ventana y que por ella penetran ruidos que no reconoce, todo un mundo, en definitiva, que no alcanza a comprender y del que no permanecen ajenos los miedos atávicos que despiertan, desde lo más hondo de la herencia genética, a la conciencia cuando la mente madura.
Y surge el miedo. Y la necesidad de superarlo, del mismo modo que el instinto de conservación nos imprime la necesidad de superar y «curar» el dolor.
El animal del que procede el hombre, por otra parte, es como el bebé recién nacido: evolucionado hasta el punto que se ha acomodado al entorno en que vive, ha aprendido a dominarlo y controlarlo para asegurar su supervivencia; conoce los peligros, las fuentes de alimento, el terreno que pisa, y eso le basta. No tiene mayores necesidades, otras preocupaciones.
El hombre, al inicio de los tiempos de la humanidad, cuando pierde la conciencia animal para encaramarse a la más elevada del ser pensante, sería entonces como el niño que empieza a comprender que existe un universo y que fuerzas que desconoce lo rigen, y no precisamente en su provecho: y siente miedo, una sensación intelectualizada que no pertenecía o no se daba en el mundo animal.
Como el niño, ha aprendido que la oscuridad, la ignorancia en