Paseador de perros
Por Sergio Galarza
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El narrador, un joven inmigrante, viaja en metro y en autobús de un lado a otro para llegar a tiempo a su trabajo: pasea perros. Así sobrevive. Parece un oficio sencillo, pero el desamor y la sensación de esclavitud del que trabaja de lunes a domingo, lo hacen tan vulnerable y frágil como lo son, por otros motivos, algunos de los personajes con los que se cruza: un anciano con un mapache enjaulado, una mujer adicta a la autoayuda y aterrada por su rostro, un matrimonio que espera su final y, sobre todo, perros, de todas las razas y tamaños.
Sergio Galarza reflexiona sobre los cambios que se han producido en las grandes ciudades tras la llegada masiva de nuevos vecinos de otras latitudes. La suya no es una visión "políticamente correcta", pero se acerca a la verdad que se respira en las calles. Paseador de perros es la primera novela de lo que Galarza ha llamado su "Trilogía Madrileña".
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Paseador de perros - Sergio Galarza
Sergio Galarza Puente
galarzaEstudió en el Colegio San Agustín. Se licenció en Derecho por la Universidad de Lima, pero nunca ejerció dicha profesión. Fue redactor de noticias para un canal de televisión y editor de cultura para una revista. Tiene publicados cuatro libros de relatos. El primero fue Matacabros (Asma, 1996) y el último La soledad de los aviones (Estruendomudo, 2005). El 2005 se mudó a Madrid. El 2006 obtuvo el segundo lugar del Premio Copé de Cuento con El Mapache. El 2007 la editorial Periférica reeeditó Los Rolling Stones en Perú, reportaje coescrito con Cucho Peñaloza, cuya primera versión se había publicado el 2004 en Perú. El 2008 ganó el I Concurso de Narrativa del Migrante Peruano en España por su cuento Teleoperadores. El mismo año se publica en Perú su primera novela, Paseador de perros, reeditada el 2009 en España por la editorial Candaya, y merecedora del premio Nuevo Talento FNAC. Paseador de perros es la primera parte de su Trilogía Madrileña. En 2012 publico JFK, segunda parte sobre su trilogía sobre Madrid y la soledad en las ciudades contemporáneas, que ahora completa La librería quemada.
Candaya Narrativa, 15
PASEADOR DE PERROS
© Sergio Galarza
Primera edición: diciembre de 2009
© Editorial Candaya S.L.
Camí de l’Arboçar, 4 - Les Gunyoles
08793 Avinyonet del Penedès (Barcelona)
www.candaya.com
facebook.com/edcandaya
Diseño de la colección:
Francesc Fernández
Imagen de la cubierta:
Francesc Fernández
BIC: FA
ISBN:978-84-15934-78-3
PASEADOR DE PERROS
Para José Manuel Silvestre y Julio Manzanares,
por su amistad y los perros, los perros y los perros.
Índice
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Postdata desde Malasaña
1
Trabajo paseando perros, también cuido gatos y limpio la jaula de un mapache, ese mamífero gris plataque lleva un antifaz negro como los osos panda. He realizado toda clase de trabajos desde que iniciara este peregrinaje por la ruta incierta de los anhelos, pero nunca imaginé que me haría cargo hasta de un mapache. Al comienzo pensé que pasear perrosme alejaría de la gente y sus taras. Cuando era lavaplatos el dueño me apuraba a gritos aunque no hubiera muchos clientes y encima tenía que ahuyentar a las ratas del Deep South para podertirar la basura en un contenedor que emanaba gases tóxicos. Cuando limpiaba la piscina de un hotel los huéspedes se quejaban siempre: habían encontrado un pelo o la hoja de un árbol flotando a su alrededor. Y cuando fui teleoperador tuve que soportar los discursos motivadores de un colombiano que no paraba de preguntarme cómo me sentía.
Una de las cosas que más odio es que alguien me interrumpa para preguntar cómo me siento. He llegado a creer que mi rostro refleja a un tipo huraño. ¿Acaso necesitoayuda? ¿Será por eso que los amigos de mis amigos me miran raro y me hablan con timidez?, como si acabara de salir de un centro de rehabilitación para drogadictos o de un manicomio. A veces no me interesa hablar en las reuniones. Si llego de trabajar, lo único que necesito es el descanso en una cama hecha a la perfección. Que por dentro me carcoma una calamidad, es lo de menos. Lo que importará siempre es que la cama esté bien hecha y limpia, como la jaula de Odo, el mapache.
Llegué a Madrid en compañía de Laura Song, mi novia. Madrid es como una maternidad para los viajeros. Aquí todo empieza y yo tenía ganas de borrar el Lado A de un disco sin éxitos. El Lado B es éste que empieza, como todo aquí, en Madrid. Convencí a Laura Song de que no valía la pena quedarse estacionado en una misma ciudad, y menos en Lima. Le dije que siempre tendría a su familia como un mapa de afectos que podría visitar cuando quisiera, y me creyó. Evitaré caer en el recuento amoroso de nuestra relación, lo intentaré pero ya verán que es imposible, las cicatrices y los vicios siempre atraen a los reflectores del morbo.
Confieso que el día en que nuestra relación empezó fue el más feliz que he tenido hasta ahora, sobre todo con la escasez de alegrías que atravieso. Sucumbí, hay que reconocerlo, a los temblores que ocasiona una chica frágil escondida bajo el caparazón de la indiferencia. Esa madrugada nos quedamos dormidos en el sofá de su salón con el televisor prendido. La dejé desayunando en la cocina y en la calle una 4x4 llena de jóvenes me sopló en la cara a toda velocidad. Adiviné que unas cuadras más allá una patrulla de la policía los detendría y así fue, yo los vi desde la combi. Quería contarle a los noctámbulos que viajaban conmigo que había dormido en un sofá junto a mi nueva chica. No me atreví. Y le dije a la cobradora de la combi que yo había adivinado que esos policías pararían a la 4x4. La señora me miró desconfiada y exigió que le pagara el pasaje de inmediato. Tenía la mirada de un mapache aquella mujer.
2
Vivo en Malasaña, antes lo hice en La Latina, el barrio al que me mudé con Laura Song después de unos meses de ocupargratis una habitación en el piso de un amigo en la Concepción, frente al parque Calero, ese ex hogar de yonquis donde hoy sólo queda el cadáver de sus leyendas. Después de la ruptura,unos parientes tan lejanos que recién conocí aquí, me alojaron por unos días a unas calles de la habitación que alquilamos, pero no soporté cruzar a diario por delante del edificio donde todo terminó. Tuve la suerte de que unas estudiantes danesas me eligieran como compañero de piso al lado de la Plaza del Dos de Mayo, el alma de Malasaña, donde los niños corretean y trepan entre los juegos de un pequeño parque infantil, mientras bandas de adolescentes latinos matan las horas disfrazados de pandilleros del Bronx y los gringos convertidos en madrileños artificiales comparten las terrazas de los bares con los jóvenes españoles que se mudan al barrio de moda (para siempre). La habitación de La Latina quedaba en un sótano, lo que nos emparentaba con los topos. En invierno el sol apenas se asomaba por las ventanas a ras del suelo y para saber si era de día o de noche había que mirar el reloj, aunque la hora nos tenía sin cuidado porque entonces éramos dos jóvenes desempleados y deslumbrados por el bullicio de una ciudad que respiraba el polvo de las construcciones y el humo de la fiesta perpetua.
Al principio La Latina me deslumbró. Sus calles apretadas, empedradas, y los balcones, despertaban mi imaginación y activaban esa central nostálgica que la distancia y el odio son incapaces de borrar. Lima no tiene balcones como Madrid, los que aún resisten la humedad quedan en el distrito del Cercado y sólo sir ven como testigos de la decadencia que impera en esa zona de la ciudad. Ésa es la nostalgia que me invadía: la certeza de que todo se iría a la mierda más temprano que tarde.
La ruptura con Laura Song sucedió al comienzo de esta primavera, cuando vivir en La Latina ya no me llamaba la atención, pues me parecía un barrio para gente adulta contemporánea, esa edad que se corresponde con un periodo de capitulaciones, sobre todo la aceptación de que las sorpresas desaparecen para ceder su lugar a la planificación. Los adultos contemporáneos escuchan la música a volumen bajo. Por ese entonces yo ya había conocido a Odo. Mi jefe, un español que decía haberse hartado de trabajar para otrosdesde muy joven y quehabía puesto una empresa de servicio para mascotas que maneja desde su piso, pensaba que si perros y mapaches tienen cuatro patas, daba lo mismo que yolo cuidara. Mi jefe se llama JFK. Jotaefeka, como el presidente asesinado y miembro principal de una dinastía desgraciada. Mi jefe no pertenece a ninguna dinastía y prefiere que lo llamen Jota. La F es por Fernández y la K por Klimkiewicz. La primera impresión que me dio fue