Yo Te Contaré…: Sermones Sobre Personajes Bíblicos.
Por Juan E. Huegel
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Juan E. Huegel
Breve biografía del autor Juan E. Huegel nació en la ciudad de Aguascalientes, México, hijo de padres misioneros. Él también sirvió como misionero de la Iglesia Cristiana (Discípulos de Cristo) en México por cuarenta y dos años. Durante ese tiempo fue pastor de varias iglesias evangélicas, profesor y presidente del Seminario Evangélico Unido en la ciudad de México, y director del Centro de Estudios Teológicos en la ciudad de San Luis Potosí. Después de jubilarse, se mudó al estado de Texas, donde sirvió brevemente como profesor de teología práctica en el Seminario Teológico de Edinburg y fue pastor interino de tres congregaciones. Ha escrito varios libros en inglés y español. Radica con su esposa, Yvonne West, en la ciudad de New Braunfels, Texas. Tienen cuatro hijos y once nietos. Todos sus hijos sirven a la Iglesia en diferentes ministerios.
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Yo Te Contaré… - Juan E. Huegel
ÍNDICE
Introducción
HISTORIAS del ANTIGUO TESTAMENTO
1 Sara confronta a su esposo
2 Jacob lucha con Dios
3 Samuel y la petición del pueblo
4 Betsabé cuenta su historia
5 Elías oye un silbo apacible
6 Giezi paga por su avaricia
7 Hilcías y un descubrimiento
8 Jeremías y el rey Joacim
9 Ester salva su pueblo
10 Nehemías reconstruye las murallas
HISTORIAS del NUEVO TESTAMENTO
11 José resuelve su dilema
12 Nicodemo entrevista a Jesús
13 Una mujer satisface su sed
14 Buenas noticias a la una de la tarde
15 Un paralítico camina
16 Un leproso agradecido
17 ¿Quién está ciego?
18 Dos ricos y su dinero
19 Lázaro vive otra vez
20 María Magdalena y Jesús
INTRODUCCIÓN
Estaba yo en mi primer cargo pastoral sirviendo a la congregación de la Iglesia Cristiana (Discípulos de Cristo) en el rancho de Los Nogales, estado de Zacatecas, México.
Una noche en el mes de febrero de 1955, me encaminé con linterna en mano a la casa de Luis Pérez de Loera para merendar. Después de ordenar a los perros que me dejaran entrar, don Luis me ofreció una silla junto a la mesa. Su esposa, Apolonia Acevedo, con aquel rostro risueño que siempre la adornó, se acercó y me preguntó:
—¿No le gustarían unas gorditas de harina con un cafecito calientito?
— Ni qué preguntar, doña Pola, -- le respondí --. Usted sabe que me encantan las gorditas que hace usted.
El frío del invierno zacatecano y lo entumido de mi alma huían ante el calor de la estufa de leña y lo cálido del ambiente que reinaba en ese hogar. Una de las hijas, Helda, me acercó un plato con dos gorditas, y su hermana, Hortensia, me sirvió el café, y luego don Luis tomó la palabra:
— A mí siempre me han gustado las historias de los patriarcas y demás personajes del Antiguo Testamento.
—Pues así parece. Algunos de sus hijos llevan sus nombres de personajes del Antiguo Testamento –le dije, repitiendo los nombres de Abner, Joab, Jonatán, Josué, Ruth, y Vasti.
Luego se me ocurrió preguntarle:
—Oiga, don Luis, ¿le gustaría una serie de sermones sobre algunos de esos personajes?
—Claro que sí—, replicó con entusiasmo.
Durante los siguientes meses prediqué una serie de sermones sobre los siguientes personajes de la Biblia: Jacob, José, Moisés, Ruth y Nohemí, Elí y sus hijos, Elías y la batalla del Carmelo, Ezequiel en el camposanto, y un sermón sobre la infame Jezabel que llevó el título Del balcón al callejón.
Si bien es cierto que las historias bíblicas nutrieron mi niñez, fue en la congregación de Los Nogales donde descubrí su poder cautivador.
* * * * *
A todos nos gustan las historias. Por medio de ellas revelamos los valores que sostenemos, las creencias que abrazamos, las emociones que sentimos y los anhelos que tenemos en la vida.
La Biblia está llena de historias individuales que de una forma o en otra contribuyen a la historia cabal de cómo Dios en su amor se ha manifestado entre nosotros los seres humanos.
En este libro ofrezco a mis lectores veinte historias tomadas de la Biblia, diez del Antiguo Testamento y diez del Nuevo Testamento. En cada historia intento narrar la experiencia del personaje principal o uno que contribuye a la historia colocándome dentro de su pellejo. Es decir, cuento la historia desde el punto de vista del personaje. Adopto el papel del personaje.
Trato de ser fiel a los datos y detalles que el texto bíblico presenta, sin embargo, en numerosas ocasiones estos son escasos. Me he tomado la libertad de completar las historias con aportes de mi imaginación. Por ejemplo: La Biblia nos dice muy poco acerca de Betsabé, la mujer con la cual el rey David cometió adulterio. Por medio de la imaginación he tratado de construir su experiencia desde el punto de vista de ella misma. En otros casos, como en la vida de Jacob, la Biblia ofrece abundantes detalles acerca de su vida, y sólo he empleado mi imaginación para llenar ciertos huecos.
Algunos de mis lectores podrán sentirse incómodos con estos aportes porque no están acostumbrados al uso de la imaginación en la exposición bíblica, sin embargo, no debemos despreciar la imaginación. Las parábolas de Jesús son fruto de su imaginación y el Maestro las usó precisamente para fortalecer su mensaje.
Muchos expositores de la Biblia han encontrado una fuente inagotable de instrucción ética y moral en las historias bíblicas, especialmente las del Antiguo Testamento, pero yo he preferido no señalar lecciones espirituales y dejar que las historias hablen por sí solas, pues estas historias tienen su propio poder.
* * * * *
No sólo podemos contar las historias bíblicas, también las podemos predicar. Muchos pastores creen que para nutrir a la congregación hay que predicar sermones cargados de doctrina y teología. La inmensa mayoría de los sermones que he escuchado en español tratan de exponer el mensaje bíblico por medio de conceptos abstractos y exhortaciones morales. También se cree que un sermón que sólo cuenta una historia carece de profundidad teológica, pero yo he descubierto que los sermones que se recuerdan y hacen más impacto en las vidas de las personas son los que cuentan una historia. Son las parábolas de Jesús que recordamos y compartimos con mayor facilidad y éstas en realidad son historias.
He llegado a la conclusión que un sermón basado en la vida de un personaje o un acontecimiento bíblico puede comunicar la verdad divina tan efectivamente como un sermón con el desarrollo lógico de ideas teológicas. Se puede escoger un pasaje bíblico exponer su trasfondo histórico y cultural, tomar los detalles encontrados en el texto, salpicarlo con trozos de la imaginación y mezclarlo todo de tal manera que se puede ofrecer un sabroso sermón que satisfaga el apetito espiritual de la congregación.
Invito a mis lectores permitir que estas historias hablen a sus situaciones particulares y enriquezcan sus propias historias, pero también apelo a mis hermanos pastores que preparen algunos de sus sermones basándolos sobre estas y otras historias de la Biblia.
HISTORIAS
DEL
ANTIGUO TESTAMENTO
1
SARA CONFRONTA A SU ESPOSO
Génesis 12, 16-19, 21, 22
Mis padres me dieron el nombre de Saray, y el nombre de mi esposo era Abram. La historia de su vida es bien conocida, y él ha recibido mucho reconocimiento debido a su fe en Dios y obediencia. Yo quisiera contarles nuestra historia desde mi punto de vista, ya que es un poco diferente.
Los dos nacimos en la ciudad de Ur de los Caldeos en la ribera del río Eufrates, en la región de Mesopotamia. Ur es una ciudad universitaria, un centro de cultura y comercio. Mi esposo tenía muchas tierras y animales y estábamos rodeados de nuestros familiares. Un día mi suegro Taré decidió que nos mudáramos a Canaán, un lugar del cual yo jamás había escuchado. Me invadieron pensamientos encontrados, cierta tristeza por abandonar a mis padres, pero también algo de emoción por lo que podría ser una nueva aventura.
Hicimos los debidos preparativos para el viaje y después de las despedidas dolorosas, partimos. Muchas semanas más tarde llegamos a un pueblo llamado Jarán, en la ribera de uno de los ramales del río Eufrates, a unos mil kilómetros de Ur. Ya que el pueblo está ubicado en la principal ruta comercial entre Babilonia y el Mediterráneo, Taré decidió que nos quedáramos allí.
Mi esposo estableció un negocio en camellos y ovejas y pronto empezó a prosperar, pero después de la muerte de su padre, Taré, se sintió intranquilo. Un día, cuando regresó del campo, noté, por su semblante, que algo le había ocurrido. Esa noche me pidió que lo acompañara fuera de la tienda y me dijo:
—Esta mañana el Señor me habló y me dijo que debemos abandonar este lugar, dejar nuestros familiares e ir a un lugar que él nos indicará Luego el Señor me dijo,
"Haré de ti una nación grande, y te bendeciré;
haré famoso tu nombre, y serás una bendición.
Bendeciré a los que te bendigan
y maldeciré a los que te maldigan;
¡por medio de ti serán bendecidas
todas las familias de la tierra!"
(Gn 12:2,3)
Mi esposo me tomó de la mano y me dijo tiernamente, pero con firmeza:
—Creo que debemos seguir las instrucciones del Señor.
!O no!
dije dentro de mí, otro viaje largo.
Después de unos minutos se me vino a la mente una pregunta, ¿Cómo es posible que lleguemos a ser una gran nación, si ni siquiera tengo un hijo?
Yo percibí que Abram estaba convencido que esto era lo que debíamos hacer, y ya que me habían educado a ser sumisa y obediente a los deseos de mi esposo, ni siquiera traté de disuadirlo. Invitamos a Lot, el sobrino de Abram, que nos acompañara. Juntamos todos nuestros sirvientes, nuestros enseres y los animales que habíamos adquirido y emprendimos el viaje hacia el sur. Después de varios meses llegamos a Siquem y acampamos varios días debajo de un gran encino. Ahí el Señor se apareció a mi esposo y le dijo que esta era la tierra que le había prometido y Abram le construyó un altar.
Durante el tiempo que estuvimos explorando la región para encontrar un lugar apropiado donde nos podíamos establecer en forma permanente, hubo una sequía, las lluvias se retiraron y los arroyos se secaron y muchos de los animales murieron. Abram decidió que debíamos ir Egipto para encontrar alimento para la familia y los animales que sobrevivieron. La situación era desesperante y fue necesario otro viaje largo.
Cuando finalmente regresamos a Canaán, nos establecimos en la región del Néquev bajo la sombra de unos enormes encinos. Durante nuestra estancia en Egipto Abram y Lot habían adquirido unos cuantos animales. Ahora se multiplicaron y el agostadero de la región ya no ofrecía suficiente pasto para las manadas y los rebaños de ambos, así es que Lot se mudó a la ciudad de Sodoma en la llanura del río Jordán.
Una noche, cuando estábamos dormidos, de repente Abram despertó y me dijo que había tenido un sueño en el cual el Señor le había prometido ser su escudo y recompensa. Abram le recordó al Señor que, ya que no tenía hijos, su siervo Eliezer heredaría todos sus bienes, y que la más grande recompensa que podría recibir del Señor sería tener un hijo. Después no pudo conciliar el sueño, y se levantó y salió de la tienda.
Un poco después regresó y me dijo: