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No Pierdas Tu Tren…
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Libro electrónico195 páginas2 horas

No Pierdas Tu Tren…

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Información de este libro electrónico

Cree usted en el destino?

No pierdas tu tren narra una historieta de amor sucedida en diferentes escenarios: Irlanda, Espaa y Estados Unidos. Se trata de una autobiografa sincera que refleja los pensamientos, los miedos y los deseos de cualquier mujer que ha vivido en otros lugares distintos a su pas natal. En el libro se presentan pinturas plasmadas por el compaero de la autora y poemas escritos por ella, enriqueciendo la lectura y permitiendo que el lector pueda experimentar una completa inmersin durante el transcurso del libro.
IdiomaEspañol
EditorialPalibrio
Fecha de lanzamiento28 feb 2015
ISBN9781463397371
No Pierdas Tu Tren…
Autor

Cristina Martínez García

Nacida en Bilbao en 1980, Cristina Martínez es una autora que escribe desde el corazón y donde en este libro “No pierdas tu tren…” desnuda un trocito de su vida personal. Cristina ha vivido en varias ciudades y su vida profesional a día de hoy está dedicada a la enseñanza del castellano en un colegio privado en Boston, Massachusetts. Una viajera soñadora a la que le entusiasma escribir poesía y a la que le apasiona escuchar las historias de la “gente corriente”. Cristina siempre demuestra un especial interés por los inmigrantes, lo cual quedó reflejado en un trabajo de investigación enfocado en este tema y que fue publicado en el año 2009.

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    No Pierdas Tu Tren… - Cristina Martínez García

    Copyright © 2015 por Cristina Martínez García.

    Número de Control de la Biblioteca del Congreso de EE. UU.:   2014922013

    ISBN:   Tapa Dura              978-1-4633-9739-5

                 Tapa Blanda            978-1-4633-9738-8

                 Libro Electrónico   978-1-4633-9737-1

    Todos los derechos reservados. Ninguna parte de este libro puede ser reproducida o transmitida de cualquier forma o por cualquier medio, electrónico o mecánico, incluyendo fotocopia, grabación, o por cualquier sistema de almacenamiento y recuperación, sin permiso escrito del propietario del copyright.

    Las opiniones expresadas en este trabajo son exclusivas del autor y no reflejan necesariamente las opiniones del editor. La editorial se exime de cualquier responsabilidad derivada de las mismas.

    Fecha de revisión: 27/02/2015

    Palibrio

    1663 Liberty Drive, Suite 200

    Bloomington, IN 47403

    Gratis desde EE. UU. al 877.407.5847

    Gratis desde México al 01.800.288.2243

    Gratis desde España al 900.866.949

    Desde otro país al +1.812.671.9757

    Fax: 01.812.355.1576

    669564

    Contents

    ULTIMA PARADA: EN EL AHORA:

    PRIMERA PARADA: IRLANDA, DUBLIN

    SEGUNDA PARADA: PALMA DE MALLORCA

    AQUI ESTAMOS OTRA VEZ… TERCERA PARADA: BILBAO

    CUARTA PARADA: DESTINO: SANTANDER

    QUINTA PARADA: YA LLEGO EL MOMENTO- DESTINO: BOSTON

    CAPÍTULO SEXTO- RETROCEDEMOS- VIAJE A BILBAO: PINTXOS, PINTXOS Y MAS DELICIOSOS PINTXOS …

    PARADA SEPTIMA: BOSTON: JUGANDO A SER PROFESORA

    TOMAS FALSAS. ANÉCDOTAS.

    Les contaré brevemente que nunca pensé que iba a publicar este libro. Todo lo aquí escrito lo plasmé en papel con la idea de organizar mis ideas. Al escribir, mis dedos iban más rápido que mis pensamientos y enseguida me encontré con unas hojas llenas de palabras que hablaban de un trocito de mi vida. Escribir este cuento fue como una terapia: conseguí viajar en el tiempo y recordar los acontecimientos más importantes que habían sucedido en los últimos años a una velocidad fugaz. En este libro menciono a muchos personajes de una etapa de mi vida aunque muchos de los protagonistas que están en mi presente no quedan nombrados debido a que dejé de escribir en el año dos mil doce. A partir de ahí, otros personajes se han presentado en escena y a muchos de ellos les debo mi presente, la persona que soy a día de hoy. El que ha dibujado esta historia es una persona a la que admiro y de la que aprendo cada día, y aunque a veces nuestro camino esté guiado por interrogantes sobre decisiones que han de ser tomadas, vamos de la mano y afrontamos el día a día con ilusión y agradecimiento de lo que tenemos en el presente, entre ello, dos preciosos hijos: Marcos y Diego, a los que desde aquí les dedico esta historia esperando que algún día conozcan mejor a sus padres cuando lean este libro…

    Tren.JPG

    Es como estar en un vagón de tren,

    entro con las puertas abiertas,

    los personajes me miran, pero no me ven.

    Me siento y me pongo a pensar,

    a pensar en mí y en mi vida,

    y la sensación de estar perdida

    me hace parar,

    me bajo

    y cambio de tren.

    He olvidado adónde iba,

    he olvidado a qué dirección me dirigía…

    ¡Stop! Paren el tren un momento,

    que aquí hay una chica perdida…

    No, espera, no está confundida,

    ella sólo quiere llegar adonde el corazón le diga…

    Chica triste y bonita:

    Date tiempo y dile al conductor que siga…

    ¿Realmente las cosas ocurren por algún motivo?

    ¿Qué sucedería si tomásemos el tren equivocado?

    ¿Por qué existen los malos momentos, las noticias tristes y las preocupaciones?… ¿Están éstos predestinados también?…

    Supongo que es más reconfortante pensar que Paulo Coelho tenía razón cuando lanzó ese mensaje de esperanza a los millones de lectores del libro El alquimista. Es más fácil pensar que tenemos un camino diseñado para cada uno de nosotros, y que nuestra misión se basa en no desviarse o en no tomar el tren equivocado

    Empecé creyendo en esas teorías del destino cuando un curioso día el tatuaje que me había hecho en un acto de rebeldía adolescente cobró sentido tres años más tarde. Una mañana de las treinta y cinco que trabajé como camarera en un pueblo costero de Inglaterra, decidí ir al centro de Londres a hacerme un tatuaje discreto en la parte baja de la espalda con mis amigos de aquel momento. Elegimos al azar un centro de tatuajes, escogiendo uno de los lugares más sencillos y rudimentarios de la zona. Tan fuertes eran estas dos características que no hacían diseños personalizados, había que elegir el dibujo que querías tatuarte a partir de un libro negro, usado y grueso lleno de corazones, tigres y letras chinas. Al final, decidí que me dibujaran permanentemente en la espalda un trébol de cuatro hojas. Argumentando que este símbolo no me traería suerte, me dijeron que sólo me podían hacer uno de tres hojas. Ante la locura del momento y la sensación de estar haciendo algo prohibido, tomé una rápida decisión y acepté la idea de llevar un trébol de tres hojas calcado en mi espalda durante el resto de mi vida….

    Los años pasaron, y este dibujo cobró sentido cuando un día decidí dar un giro a mi vida yendo a Dublín (Irlanda) como celebración por haber terminado mi capítulo como estudiante universitaria. En el instante en el que mis ojos se recrearon en la idea de que el símbolo del país en el que viviría durante una temporada era ese trébol verde de tres hojas que llevaba marcado en mi espalda, en ese instante, tuve la sensación de que algo importante me iba a suceder….

    La mayor rémora de la vida es la espera del mañana y la pérdida del día de hoy. (Seneca, 2AC-65) Filósofo latino.

    ULTIMA PARADA: EN EL AHORA:

    El viento agitaba,

    el siliencio callaba…

    Ante mí todo seguía su ritmo…

    Y la película continuaba.

    Seguía el agua sonando,

    el viento agitando

    y el silencio callando,

    y yo, como espectador,

    permanecía viendo cómo la vida pasaba…

    ¿Acaso podía estar yo sola,

    sólamente como espectador…?

    Me quedé pensando un momento…

    Y me di cuenta de que era yo la protagonista de este cuento.

    Es tarde, hora en la que debería estar dormida. Hace frío ahí fuera pero todavía la nieve no ha venido a visitarnos; todos aquí, en la ciudad de Boston, sabemos que no tardará en presentarse y en menos de un mes habrá conseguido cubrir toda la ciudad iluminándola de blanco y forzando a los vecinos con sus gorros de lana a sacar las palas para quitar la nieve de sus coches y dejar despejadas las carreteras para poder acudir al trabajo.

    Foto_2_Calle%20de%20Boston.jpg

    Mi nombre es Cristina, soy morena, mediana, bueno, bajita para muchos, si me estiro ante la cinta métrica podría llegar a un metro sesenta y dos centímetros. Describiendo mi personalidad, destacaría una de mis cualidades, que es la de ser soñadora. Probablemente, sin esta última característica no estaría viviendo aquí, al otro lado del gran charco. Vivo en Boston desde hace ya unos años y todavía, cuando cierro los ojos y bajo la guardia, no consigo creerme que vinimos a probar suerte a esta ciudad en el verano del dos mil ocho. Desde que posamos las maletas en la terminal de llegadas en el aeropuerto de Logan, han pasado muchas cosas, hemos vivido en la casa de mi suegra, nos hemos mudado, he encontrado trabajo como profesora de español, he logrado entender las películas sin leer los subtítulos, he conseguido memorizar la receta para hacer apple pie y muchas, muchas cosas más. Llegar hasta aquí no ha sido fácil pero puedo decir que me he divertido por el camino, y lo más importante es que las cosas están empezando a salir como planeábamos, que no es poco, ¿verdad?.

    La decisión de venirnos a vivir a esta cuidad empezó a partir de una combinación de ingredientes que se iban alineando como si de una receta de cocina se tratara. Tras varios meses, finalmente estos elementos cogieron fuerza suficiente como para meter la masa en el horno y mirar a través del cristal para ver si todo cuajaba. Este tipo de pasos vitales no se dan nunca con absoluta certeza, pero esta vez teníamos esa latente corazonada que nos indicaba que las cosas iban a salir bien. Mi compañero de aventuras, el que mira conmigo a través del cristal para ver si todo sale bien, se llama Federico. Todavía es el día en el que sigo pensando en la suerte que tuve cuando coincidimos en la idea de intentar llevar a cabo aquella ya lejana relación a distancia…

    Déjenme retroceder, en el año dos mil dos …

    PRIMERA PARADA: IRLANDA, DUBLIN

    Todas sus calles del centro olían a patatas fritas sumergidas en aceite requemado. Mientras los turistas recorrían las aceras, los restaurantes de comida rápida abrían sus puertas de par en par dejando escapar el incitante olor de su comida y así conseguir más clientes que cualquier fish and chips o cualquier burguer de O’Conell street.

    Las calles del centro de Dublín eran un espléndido espectáculo de color y diversidad. Cada personaje marcaba un estilo y tendencia mientras en sus esquinas se acumulaban grupos de italianos y españoles que habían ido a la ciudad con la intención de aprender inglés. Entre uno de aquellos grupos de españoles, me encontraba yo, y todo sucedía a la sombra del emblemático edificio del la universidad The Trinity College. Aquella tarde lo último que me apetecía era ir a la academia a hablar un idioma que no era el mío, necesitaba expresarme a mi manera y contarle a Rocío lo triste que me encontraba en aquel gris y lluvioso día. Tuve suerte, Rocío estaba igual o más desanimada que yo, por eso fue fácil cambiar el plan de la clase de inglés por unas pintas en el pub de enfrente. Ahí nos encontrábamos, ahogando penas entre pinta y pinta de auténtica Guiness, la espuma, su olor característico y su espesor nos invitó a seguir cómodamente nuestra conversación…

    Las dos llevábamos más de un año viviendo en Dublín, concretamente en Dublín nueve, una zona temida debido a los vampiros que recorrían las calles a partir de las diez de la noche. En el momento en el que el día dejaba el turno a la noche, los bares de la zona abrían sus puertas y dejaban que sus clientes bebieran en la barra del pub. En este ángulo del bar charlaban amistosamente con el camarero y dejaban que la Guiness se consumiera en sus pintas como si de agua bendita se tratara. De esta manera, las calles quedaban abarrotadas de personajes sonrientes y no tan sonrientes que regresaban a sus casas después de haber escuchado la doble campanada del barman marcando el final de la noche. La idea de ir al pub era comparable a la de ir al cine o a la de ver un partido de fútbol; el objetivo era evadirse y pasar un rato ameno.

    Así que Rocío y yo aprendimos la lección y nos encontrábamos en uno de los pubs más conocidos de la zona The Temple Bar pidiendo pints of Guiness. Aquella noche la conversación y el replanteamiento de nuestras vidas nos permitía animarnos cada vez más. El humo se perdía entre la gente y los ruidos de vasos y palabras suspendidas en el aire se fundían en el ambiente dotando al bar de un carácter personal y afable. En el local, había una oleada constante de entradas y salidas.

    De repente, entre las personas que iban pasando por la puerta del bar se colaron dos chicos con gorritos de lana y pantalones de talla XXL. Se sentaron en la parte de arriba, en la esquina, pero eso no evitó que Rocío y yo tuviéramos un buen ángulo de visión desde nuestra mesa. Los veíamos perfectamente, eran dos chicos con un look distinto al que nos tenían acostumbradas las calles de Dublín, eran grandes, fuertes y su holgada vestimenta no nos dejaba darles una nota con exactitud. Nos emocionamos, dejamos que retornara la sensación de dos quinceañeras impresionadas por su profesor de educación física. Pronto, comenzamos a intercambiar miradas y nos fuimos al servicio a controlar que nuestras caras no delataran el cansancio y la tristeza que permanecían en nosotras hacía una hora. De pronto, sonó la campana dejando un sonido estridente al otro lado de la barra, la cuerda la sujetaba un camarero regordete con los mofletes rojizos y con cuatro pelos estudiadamente peinados que le tapaban su incipiente calva. Esa señal nos indicaba que se nos acababa el tiempo, el bar iba a cerrar y teníamos que empezar a colocarnos en la fila para ir abandonando aquel lugar. Enseguida estábamos fuera, poniéndonos capas de ropa para sobrevivir al frío invierno irlandés. Como gesto ya rutinario típico de esa época del año abrimos nuestros paraguas, y esperamos a que los dos chicos salieran detrás. Ahí estaban. Ellos comenzaron a caminar en dirección contraria a la nuestra y al ver que se nos escapaban, había que idear un plan, no daba tiempo a pensar en frases originales o en la manera perfecta de presentarnos. De pronto, me encontré sin palabras tocándole el hombro al chico rubio. Dejé que mi espontaneidad cogiera las riendas y lo único que salió de mi boca fue una inesperada pregunta sobre un sitio par ir a bailar. Enseguida descubrimos de dónde eran, venían de EE.UU. y uno de ellos, el rubio, el que se llamaba Federico, había nacido en Italia…

    -¡Qué buena mezcla!-pensé yo-.

    La lección de inglés que recibimos aquella noche fue la mejor de todas. Practicando el idioma se nos fueron los remordimientos por haber faltado esa tarde a clase. Nos esforzamos y reunimos todas nuestras ganas de comunicarnos. Cedí la palabra a Rocío que se manejaba mejor que yo en la lengua inglesa, y así pronto quedó clara nuestra presentación, enseguida ya sabían de dónde éramos, qué hacíamos en Dublín y cuánto tiempo llevábamos viviendo en Irlanda.

    -You have been living here for a year and you still don’t know a place to dance?-dijo uno de ellos con un tono sorprendido.

    -Estupendo, más evidente no puede ser-pensamos las dos a la vez-. Estaba claro que si llevábamos un año viviendo en aquella ciudad, teníamos que conocer algún lugar para bailar.

    De hecho, este atrevimiento nos ayudó al instante, ellos ya sabían que teníamos ganas de conocerlos así que fugazmente la noche empezó a fluir como debía. Acabamos en un bar bailando, por suerte yo había elegido al rubio y a Rocío le llamaba más la atención el moreno. Esa noche fue muy divertida, acabamos dejando que nuestros pies se movieran con libertad y yo descubrí la sensación de orgullo que provocaba la idea de poder tener una conversación completa en inglés. Entre las endorfinas que corrían por mi cuerpo y el empujón del alcohol, la timidez se había quedado escondida, dejando

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