Hacia el reino de los Sciris
Por Cesar Vallejo
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Cesar Vallejo
César Vallejo (1892 – 1938) was born in the Peruvian Andes and, after publishing some of the most radical Latin American poetry of the twentieth century, moved to Europe, where he diversified his writing practice to encompass theater, fiction, and reportage. As an outspoken alternative to the European avant-garde, Vallejo stands as one of the most authentic and multifaceted creators to write in the Castilian language.
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Hacia el reino de los Sciris - Cesar Vallejo
SCIRIS
HACIA EL REINO DE LOS SCIRIS
1. El otro imperialismo
Este rumor lo producía el ejército del príncipe heredero, al entrar a la ciudad, de regreso de su expedición conquistadora a Quito. De las terrazas de Sajsahuamán se veía el desfile de las huestes, a su entrada a la Intipampa, por el ancho camino de la sierra.
A la cabeza venía Huayna Cápac, cuya figura aún adolescente–pues era su primera campaña militar–, aparecía curtida por las intemperies, los calores y fríos del norte. El ejército, mermado por el hielo en el heroico sitio de los chachapoyas, cruzaba las primeras rúas del Cusco, a paso lento, que marcaban los tambores de guerra. Las armas del imperio venían precedidas, aun tiro de honda, por los expertos rumanchas. Flameaba luego el Iris, recamado sobre un pendón de lana y plumas, dardeado por los rayos solares y rematado en un suntupáucar, consistente en una irón de oro. Iban angulosos héroes, triangulados de arrugas,sujeta al hombro la compacta masa de queschuar, mellada y ojosa por los golpes contrarios; honderos enflaquecidos y mustios;consumidos y curvos flecheros de anascas raídas, embrazado el tercio de flechas de metálica punta emponzoñada, el arco de bejuco en descanso al omoplato; lanceros de brazos enormes y colgantes, las celadas de guayacán deshechas en colgajos; hacheros desprovistos de la cuña, cojeando dolorosamente... Al medio iba el apusquepay, un viejo de enorme mentón y ojos serenos, con su turbante amarillo, ceñido por un ruinoso burelete de plumas.
El ejército entraba a la ciudad, decaído, inválido. Solamente algunos generales, oficiales de la nobleza o veteranos, sonreían al pasar por las calles. Mas, en general, los expedicionarios y hasta el propio príncipe heredero, venían poseídos de honda pesadumbre.
Al desaparecer los últimos soldados en el fondo de la ciudad,los obreros de la fortaleza los vieron, embargados de extraña indiferencia. No sonó un aplauso, ni un grito de entusiasmo. Las mujeres y los niños, asomados a las puertas, contemplaban fríamente a los guerreros. Algunas mujeres atravesaron la calzada y dieron a beber al pariente que volvía, unos tragos de chicha o llevaron a su boca un poco de cancha y ocas dulces. Mudos
estaban los heraldos. En lugar del hailli de victoria, llenaba las bocas un turbio silencio. Cuando el ejército cruzó delante del templo de las escogidas, en el Hanai-Cusco, una anciana se puso a llorar.
A lo lejos, vibraron las trompas bélicas, al penetrar el ejército ala Plaza de la Alegría. Eran apagados aullidos de unos clarines hechos de cráneos de perros, cazados a los enemigos. A la dentadura de estos cráneos venían atadas sonoras sartas de dientes de monos del norte, de modo que, al agitarse el aire y jugar en el bárbaro instrumento, se oía un chillido calofriante y famélico... Al oírlos ahora, la ciudad Te arrebujó en lástima y silencio.
Túpac Yupanqui, al saber la aproximación de Huayna Cápac,le esperó en el patio de cobre del palacio, rodeado de la corte. Tenía el rostro contraído por la ira. El príncipe heredero avanzó hasta el pie del trono imperial, la frente descubierta