Hijo secreto
Por Kim Lawrence
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Kim Lawrence
Kim Lawrence was encouraged by her husband to write when the unsocial hours of nursing didn't look attractive! He told her she could do anything she set her mind to, so Kim tried her hand at writing. Always a keen Mills & Boon reader, it seemed natural for her to write a romance novel - now she can't imagine doing anything else. She is a keen gardener and cook and enjoys running on the beach with her Jack Russell. Kim lives in Wales.
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Hijo secreto - Kim Lawrence
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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 1998 Kim Lawrence
© 2021 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Hijo secreto, n.º 1052 - febrero 2021
Título original: The Secret Father
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.
Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-1375-107-8
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Índice
Créditos
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Epílogo
Si te ha gustado este libro…
Capítulo 1
SAM Rourke miró, una a una, las mesas del restaurante. Reconoció e intercambió saludos con varios miembros de la profesión.
Había tres mujeres solas y ninguna de ellas se parecía a la divina Lacey.
Habló con el propietario del restaurante, quien se había materializado como por arte de magia, y descubrió que la única mujer que no lo miraba era la que él había ido a buscar.
De hecho, era la única persona en toda la sala que no tenía los ojos clavados en él.
«Necesita que todo el mundo lo mire», pensó Lindy.
Obvio la presencia de Sam Rourke y miró la reloj. Su hermana llegaba tarde. Claro que ya era legendaria la falta de puntualidad de su hermana.
–¿Doctora Lacey?
Lindy dirigió la mirada hacia la voz que había interceptado sus pensamiento.
Como mucha gente en el mundo, había visto con frecuencia aquella cara en la gran pantalla. Antes de oír su voz, ya se había preparado para una notable decepción. Como todo el mundo sabía, las luces y el maquillaje solían hacer milagros.
Sam Rourke, sin embargo, no tenía nada que agradecer al artificio. Tenía unas largas y espesas pestañas que enmarcaban unos ojos de color zafiro, labios sensuales, esculpidos con toda delicadeza, la mandíbula angulosa y bien dibujada…
–Señor Rourke –dijo ella, como si estuviera más que acostumbrada a encontrarse con estrellas internacionales a la hora de la comida.
–Hope no ha podido venir –sin esperar la correspondiente invitación, se sentó frente a ella–. Me pidió que viniera en su lugar y le enseñara el camino a su casa.
Así que Sam Rourke sabía dónde vivía su hermana. ¡Qué curioso! Lindy no pudo evitar especular sobre la relación que podría haber entre su hermana y Sam Rourke. No le había contado nada sobre él, más allá de explicarle que era coprotagonista y director de la película en la que llevaban trabajando desde hacía dos meses.
Lindy no sabía si debía o no leer más allá en el hecho de que él supiera su dirección.
Lo que estaba claro era que Sam Rourke y Hope podía ser una pareja muy llamativa y que a ninguno de los dos le vendría mal aquella publicidad.
–No me gustaría… –comenzó a decir ella, poco contenta con la perspectiva de tener que compartir mesa con aquel hombre.
Ya había cometido una vez el error de dejarse seducir por un hombre atractivo. Aquel desengaño había hecho que desconfiara de los hombres guapos.
–¿Ha pedido ya lo que quiere? –miró el menú–. La langosta suele estar buenísima. ¿Cómo está hoy, Albert?
El maître había aparecido por arte de magia a su lado. Sin esperar respuesta, Sam Rourke continuó.
–Tráenos dos.
–Me da alergia el marisco.
–¡No puede ser! –exclamó Sam.
–No, no puede ser, de hecho, no es así –respondió ella–. Pero podría haberlo sido.
–Gracias, Albert –el camarero se marchó.
–No recuerdo haberle pedido, en ningún momento, que se sentara conmigo.
Sam la observó detenidamente. Era la primera vez que se fijaba realmente en ella.
No era una de esas bellezas llamativas. Tampoco hacía nada para que lo fuera. Su atuendo era neutro y sencillo. Pero tenía unas bonitas facciones, dulces y delicadas, y un cuerpo realmente hermoso. El cuello largo y delgado era tremendamente tentador.
–No soy muy bueno en eso de los buenos modales.
–Yo sí –respondió ella con total clama–. Ayuda a evitar malentendidos.
Inmediatamente después de decir aquello, Lindy pensó que debería haber mantenido la boca cerrada. Aunque aquella mirada autosuficiente la crispara no tenía sentido que se pusiera tan a la defensiva.
–¿Podemos empezar de nuevo? Soy Sam Rourke y Hope me ha pedido que venga a buscarla –estaba claro que trataba de contener la rabia. No había hecho nada que justificara semejante actitud.
–Sé quién es usted, señor Rourke. Obviamente, absolutamente todo el mundo en este local sabe quién es usted y le aseguro que tanta curiosidad me provocaría una indigestión.
Tampoco a él le gustaba ser el centro de todas las miradas. Por regla general, cuando comía en algún lugar público, solía hacerlo en un reservado.
¿Qué le hacía pensar que le gustara tanta atención?
Lo que estaba claro era que su acompañante tenía una idea preconcebida de sus gustos y preferencias. Y, después de todo, ¿por qué decepcionarla?
Sam volvió la cabeza hacia un grupo de mujeres. Se rieron como si fueran unas colegialas. Él sonrió abiertamente, invitando al murmullo.
Rick, un miembro del equipo con el que solía trabajar Nick, se quedó muy confundido ante aquella actuación de Sam. Lo conocía desde hacía mucho tiempo y sabía que aquél no era su estilo.
La expresión de sus ojos al volverse a Lindy fue absolutamente cínica.
–Le preocupa tremendamente que haya alguien que no se esté fijando en usted –dijo ella.
Sam se dio cuenta, por el brillo que tenía en los ojos, que ella se sentía mucho mejor desde que sus sospechas habían sido confirmadas.
Sam era un profesional y sabía darle al público lo que quería ver.
–Por favor, dígame cómo se va a casa de mi hermana y le dejaré que coma tranquilamente. Un momento, tengo un cuaderno en el bolso.
–¿Tiene algún problema? –preguntó él.
Ella levantó la cabeza.
–¿Perdón?
–Sí, me gustaría saber si tiene algo personal contra mí.
–Le pediré su autógrafo, si eso le va a ayudar a vencer el ataque de ansiedad –una vez más, se arrepintió de la frase nada más haberla dicho. ¿Por qué estaba creando semejante hostilidad entre ellos? No era su modo de hacer las cosas.
–Escuche, puedo tolerar la frialdad británica, pero creo que acaba de incurrir en la mala educación. Escuche, ya me ha quedado claro que no le gusto. Pero yo le he dado mi palabra a Hope de que la llevaría salva y sana a su casa. No pienso darle ninguna indicación de cómo llegar allí. El único modo de llegar allí soy yo.
Lindy se puso furiosa.
–No tengo hambre.
–Según mi lógica deductiva, si lleva varias horas de viaje, necesitará comer.
La lógica deductiva era, por desgracia, completamente ilógica. ¿Por qué, si no, estaba montando aquel numerito espectacular? ¿Qué le impedía tener con Sam Rourke la misma actitud que tendría con cualquier persona a la que acabara de conocer?
Además, la langosta estaba deliciosa.
–¡Estoy llenísima! –dijo ella, después de acabar su ración.
Sam soltó una hermosa carcajada.
–Acaba de parecerse a Hope.
–Somos hermanas.
–Hasta ahora me ha resultado difícil creerlo.
–Hope es hermosísima –dijo Lindy, sin ninguna traza de celos. Lindy se sabía atractiva, pero jamás se había planteado competir con la extrema belleza de su hermana.
La verdad era que las tres hermanas se parecían mucho entre sí, no sólo en el físico, sino también en la forma de ser.
–No me refería a lo externo, sino a que Hope es muy cálida y espontánea…muy abierta.
–Yo no suelo ser muy efusiva con extraños –respondió ella en venganza por haberla llamado pescado frío.
–¿Nunca hace una tregua? –preguntó él–. Claro que sé que me va a responder que eso no es asunto mío. Mi cometido aquí es ejercer de guía y es lo que voy a hacer.
Ella bajó la cabeza.
–Lo siento. Creo que me he excedido.
–Gracias. No suelo provocar tanta violencia a las mujeres. A los hombres sí. Suelen decirme eso de nunca veo películas de ese tipo. Luego está el subtipo que trata de demostrarme que no soy tan duro como aparento en pantalla.
–¿Lo es?
–¡Vaya, un poco de interés! –dijo él con sorna–. ¿Qué ha ocurrido con la actitud de «no me impresiona usted para nada»?
Lindy no pudo evitar ruborizarse. Él respondió antes de que ella pudiera decir nada.
–No me dedico a hacer hazañas para impresionar a las damiselas. Tampoco podría arriesgarme a partirme la cara. Me da demasiado dinero –su tono era sarcástico y ligeramente cínico.
–Gajes del oficio. La gente tiende a confundir a la persona con los personajes que interpreta, aunque sean…
–Continúe –le pidió él.
–Aunque sean completamente planos y estereotipados –levantó la barbilla, tratando de no sentirse culpable por el crítico comentario que acababa de hacer.
Sam respiró profundamente.
–¡Vaya! –exclamó él, en una profusión de sincero dolor–. ¿No le parece que está siendo usted la primera culpable en juzgarme por los personajes que interpreto? Ya sabe, uno de esos tipos que siempre acaba con la rubia del brazo…
–En la cama, más bien –respondió ella, al recordar su última película. Sólo que recordó muchas cosas más, especialmente su torso, bien construido, bien dibujado…
–Así que lo admite.
Lindy no pudo negar que, de algún modo, así era. Lo consideraba el típico prototipo machista, que no tenía demasiado que ofrecer.
–A lo mejor, resulta que soy un gran actor y no tengo nada que