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Relatos de una pandemia inesperada
Relatos de una pandemia inesperada
Relatos de una pandemia inesperada
Libro electrónico437 páginas5 horas

Relatos de una pandemia inesperada

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Información de este libro electrónico

De forma inesperada, de un día a otro, nuestra rutina cambió, nuestra vida cambió. No solo en un país o en una región... en todo el planeta. La cercanía quedó prohibida. Fuimos atados, enjaulados a causa de un enemigo diminuto, invisible, pero peligroso. Miles de historias han surgido, entre ellas de: Argentina, Bolivia, Chile, Colombia, Ecuador, El Salvador, Guatemala, México, Nicaragua, Paraguay, Perú, Uruguay y Venezuela.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento14 ene 2021
ISBN9781370702091
Relatos de una pandemia inesperada

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    Relatos de una pandemia inesperada - Caza De Versos

    RELATOS DE UNA PANDEMIA INESPERADA

    Smashwords Edition

    Categoría: Relato

    Instagram: cazadeversos

    RELATOS DE UNA PANDEMIA INESPERADA

    De forma inesperada, de un día a otro, nuestra rutina cambió, nuestra vida cambió. No solo en un país o en una región... en todo el planeta. La cercanía quedó prohibida. Fuimos atados, enjaulados a causa de un enemigo diminuto, invisible, pero peligroso. Miles de historias han surgido, entre ellas de: Argentina, Bolivia, Chile, Colombia, Ecuador, El Salvador, Guatemala, México, Nicaragua, Paraguay, Perú, Uruguay y Venezuela.

    VirusTapabocaspara ebook

    AUTORES

    Adolfo Rincón (México)

    Adriana Guzmán (Ecuador)

    Adriana Reyes (México)

    Alessa Navarro (Colombia)

    Alma Fuerte (Colombia)

    Alvaro Rojas Eyraud (Chile)

    Ana Carrera (México)

    Andrea Antón (Guatemala)

    Andrea Fernanda Hernández (México)

    Andrea González (Venezuela)

    Andrea Rosellón (México)

    Andrés Cuellar (Colombia)

    Andrés Riveros (Colombia)

    Angela López (Colombia)

    Angela Reyes (Guatemala)

    Angie Hernández (Colombia)

    Avlis Tena (México)

    Bethany Tudor (Argentina)

    Carla González (Ecuador)

    Carmen Quiroz (México)

    Carolina Martínez (Paraguay)

    César Aldana (Colombia)

    Clara Maltas (Argentina)

    Claudia Cristina Reyes (Guatemala)

    Constanza Terranova (Argentina)

    Cora Gutiérrez (Guatemala)

    Cristofer Ruiz (Venezuela)

    Dahiana Torres (Colombia)

    Daniel Moran (El Salvador)

    Daniela Arce (México)

    Daniela Cáceres López (Colombia)

    Darwin Cruz (Nicaragua)

    Dayana Rada (Venezuela)

    Diana Sánchez (Venezuela)

    Diego Díaz (Colombia)

    Dissavok Gamboa (Venezuela)

    Doris Smith (México)

    Edi Caleb Ricardez (México)

    Eileen Hernández (Guatemala)

    Elvis Gonzalez (Venezuela)

    Erika González (México)

    Fany Rodríguez (Nicaragua)

    Felipe Nesbet (Chile)

    Frankyely Ruiz (Venezuela)

    Gabriel Regalado (Perú)

    Geraldine Crocci (Chile)

    Geraldine Fortes (Argentina)

    Germán Carrillo (Venezuela)

    Gianni Sanchez (Perú)

    Ivana Videla (Argentina)

    Janneth Rodríguez Zavala (México)

    Javiera Iturra (Chile)

    Jean Pierre Jimenez Limo (Perú)

    Jennifer Medina (México)

    Jessica Hernando (México)

    Jhon Anderson Hernández (Colombia)

    Jofiel Habib Conde Luna (México)

    Jonathan Álvarez (México)

    José Antonio Arguijo (México)

    Juan Rísquez (Venezuela)

    Juliana Moreno (Colombia)

    Julieta Ax (Paraguay)

    Karen Chuchuca (Ecuador)

    Karen Leighton (Chile)

    Karen Portillo Merlos (El Salvador)

    Karen Vergara (Ecuador)

    Karina Reyes Morales (México)

    Kelly Velásquez (El Salvador)

    Karen Quetama (Colombia)

    Kiara Soplopuco (Perú)

    Lady Orozco Ortiz (Colombia)

    Leidy Mantilla (Colombia)

    Leidy Ruiz (Colombia)

    Leilani Mijangos (México)

    Lizbeth Pérez (Colombia)

    Luisiana Breto (Colombia)

    Luján Brítez Antúnez (Paraguay)

    Manuel Bayala (Argentina)

    Manuel Vega (México)

    Marcelo Herrera Gonzalez (Colombia)

    María Belen Duran (Bolivia)

    María Calixtro Hernández (México)

    María Fernanda Monasterio (Venezuela)

    María José González (Chile)

    Mariposa (Venezuela)

    Martha Rivera (Colombia)

    Marycielo Bereche Nizama (Perú)

    Maschio Ludmila (Argentina)

    Maythe Vega (México)

    Mélanie Martínez (Venezuela)

    Melchora Costa (Uruguay)

    Melissa Zambrano (Ecuador)

    Milagro Ortiz (Argentina)

    Natalia Balul (Argentina)

    Natalia Cantarell (México)

    Nayeli Ninett Viaña (Bolivia)

    Nicolas Hermosilla (Chile)

    Oriana Poletto (Argentina)

    Oscar Raúl Gil Zarza (México)

    Oscar Velasquez (Venezuela)

    Osmand Romero (México)

    Paola Nava Baralt  (Venezuela)

    Paul Alomoto (Ecuador)

    Roberto Barboza (Bolivia)

    Rocío Gamón (Paraguay)

    Rosanna Bracho (Venezuela)

    Rosmery Uzcategui (Colombia)

    Samantha Bonilla (Colombia)

    Sara Ozuna (Paraguay)

    Scarlet Oliva (México)

    Sebastián Martínez (Argentina)

    Sofía Garzón Sánchez (Colombia)

    Stefannya Murcia Grande (Colombia)

    Tania Muñoz (Nicaragua)

    Tissiana Lluberas (Uruguay)

    Valentina Cozzi (Argentina)

    Vanessa Juliana León Osma (Colombia)

    Víctor Escobar (Ecuador)

    Victoria Radivoy (Argentina)

    Virginia Tox (Argentina)

    Yasil Reyes (México)

    Yeison Gomez (Venezuela)

    Zury Diand (México)

    RELATOS DE UNA PANDEMIA INESPERADA

    Fondo blanco2

    La carta

    Gabriel Regalado

    E-mail: [email protected]

    Facebook: gabrielorlando.regaladomontalvo

    Instagram: @gabo_regalado

    País: Perú

    En aquellos días él no era más que un cúmulo de tristeza, cansancio, y confusión, sin hablar de los incontables huecos repletos de miedo. Todo sucedió una mañana en que el teléfono no paraba de sonar, con un sonido totalmente diferente, un sonido inalcanzable. Su padre había fallecido. Ese fue su primer encuentro cercano con la muerte.

    Esa misma noche, al acostar a su abuelo, este le hizo una pregunta, que por unos segundos lo dejó sin palabras. Ya no era que olvidara su nombre, o que olvidara el nombre de otro de sus nietos, era algo mucho más grave, eso pensó Lucas al escuchar su pregunta: ¿Qué ha pasado hoy? ¿Quién ha muerto? Lucas no encontró forma de decirle la verdad. Él sólo veía los ojos melancólicos del hombre que tanto admiraba. Lo único que llegó a hacer fue contestarle con otra pregunta: Abuelo, ¿A dónde vamos al morir? Ha vuelto a recordar aquellos días dónde todo parecía gris, porque hoy ha encontrado una carta, una carta con la respuesta a la pregunta que le hizo a su abuelo años atrás.

    Ahora que él se ha ido, ahora que le hace una falta sin fondo, ahora que está sentado en el pasadizo de aquella casa, y las paredes de la vivienda parecen de cartón. Pero, sólo cuando pierde la noción del tiempo y se queda con una mirada desorientada. Aún así ha logrado ponerse de pie, para volver a ver la habitación que fue de su abuelo, para pensar que, lo que él les deja a ellos, son sus ocurrencias, su eterna calidez, la manera de darle luz a cada lugar que pisa; pero, sobre todo, y precisamente lo que más recordarán, sea eso, sus atinadas respuestas. Su padre decía que cuando uno se va, el legado que deja, y quizás el más importante, sea las cosas que escribió, las cosas que dijo, y las que hizo. Y ahora, Lucas, sabe que eso, es más verdad que nunca. Ha encontrado en esas palabras su mayor consuelo.

    Ha pasado casi un mes desde la muerte del abuelo de Lucas, que fue víctima de una temible enfermedad, una enfermedad que se ha expandido prácticamente por todo el mundo, un poderoso virus que dolorosamente ha cobrado varias vidas. Todo eso piensa Lucas mientras trata de descansar en la cama de su abuelo. Recuerda que él decía que la persistente lucha-más en horas inciertas-, era como esa luz al final del túnel, ya que hasta en la noche nos topamos con esa brillante luna.

    Evoca la última vez que sus abuelos bailaron juntos, todos aplaudían alrededor. El tocadiscos había vuelto a funcionar, nadie nunca supo el porqué, y no les importó, la melodiosa música acompañaba sus inevitables sonrisas. Al final su abuelo gritó: Cuando yo muera, y quieran recordarme, por favor, recuerden este momento, y todos lo abrazaron, toda la familia estaba ahí; tíos, sobrinos, primos, amigos de la familia. Todos reían, bailaban, disfrutaban el momento. Y la música, a todo esto, no se detuvo nunca.

    Exactamente han pasado tres semanas desde que su abuelo ya no está. Pero Lucas ha encontrado, en uno de los cajones de la habitación, una pequeña carta con su nombre en ella, una carta que escribió un año antes de morir. Al abrirla, lo que estaba escrito, ha sido hermoso e implacable para él. 

    En ella decía lo siguiente:

    Chiclayo, 30 de mayo de 2020

    Querido Lucas:

    Te pido el más sincero perdón si en aquel momento no pude responder a tu pregunta. En ese instante todos estábamos impactados con la muerte de mi hijo y de tu padre. Nadie, incluyéndome, podía pensar con claridad. Me la pasé preguntando a cada persona quién había muerto, puesto que no podía concebir la idea de su muerte. Días después, tu pregunta daba vueltas en mi cabeza, y era imposible sacármela de ahí, así que decidí escribirte esto. A pesar de ser algo muy anticuado para ti, escribir una carta es una bonita forma de expresar todo lo que uno siente. ¿A dónde vamos al morir? Al morir, cada parte de nosotros, cada partícula de nuestro cuerpo, se muda a un rincón especial del corazón de las personas que amamos, y que nos aman, aún después de la muerte, porque el amor es inmortal. Al corazón de las personas que formando parte de nuestra vida nos han hecho disfrutar el momento. Y quizás, cuando leas esto, yo esté acomodando mi habitación, en alguno de los rincones de tu corazón.

    Con muchísimo amor, 

    y con parte de mi alma,

    tu abuelo.

    El adiós de una sombra

    Alessa Navarro

    Correo electrónico:

    [email protected] 

    Redes sociales:

    Facebook: Alessa Navarro Sanjuan

    Instragram: @alessa.navarros

    Twitter: @AlessitaYNS 

    País: Colombia 

    No recuerdo mucho a mi padre, siempre ha sido una sombra que aparece y se oculta, pero es mucho más el tiempo que permanece escondida. Cuando vine a este mundo, mi padre ya se había marchado, así que nunca ha estado en los momentos realmente importantes, sólo si ocurre algo extraordinario, siempre recibo una llamada suya, en la cual intenta ser una mejor figura paterna. Tengo que confesar, que aunque pretende lograrlo, no hay una sola ocasión en la que no fracase. Mi hermano lo recuerda mucho más, es cinco años mayor que yo,  nuestro padre aún vivía con mamá, y por supuesto con él. Supongo que cuando intervine en aquel triangulo, algo cambió; nadie se atrevería a confirmarlo, pero tengo la sensación de que es así.

    Hace un par de días, mi madre recibió una llamada telefónica; era él. Me pareció extraño, siempre nos telefoneaba a final de mes, y justo ahora, no había sucedido algo fuera de lo común. Quiso conversar conmigo, pero como en anteriores ocasiones, me negué. Al poco tiempo de esa irregularidad, mi hermano, Esteban, me contó la razón de aquel acontecimiento; papá volvería pronto, en unos escasos días regresaría a nuestra casa. No me gustó para nada, no quería que viviera con nosotros. Según mamá, lo hacía porque deseaba compartir más tiempo a nuestro lado, pero no era verdad, si fuera así, habría vuelto antes. Además, conozco el origen de aquel repentino cambio. Ellos creyeron que no lo descubriría, pero sé que en el país en el que vive mi padre está ocurriendo algo terrible; un catastrófico virus está azotando esa zona, y él lo único que busca es protegerse. No vuelve porque nos extraña o nos quiera tener cerca, sólo lo hace por motivos netamente egoístas y que solo le benefician a él. Así ha sido siempre, por lo tanto no me extrañó cuando lo averigüé.

    En casa todo es celebración por su llegada, mi hermano parece que no puede ser más feliz, y he visto más de una vez, a mamá, reír como una niña tonta, cuando muchas veces aseguró detestar a ese hombre. Por mi parte, sólo deseaba que aquel jolgorio se acabara para poder encerrarme en mi habitación, y no salir hasta que él se fuera. Sin embargo, en medio de tanta felicidad, llegó la tormenta; papá no podría venir. Sabía que lo que hacía estaba mal, pero no pude evitar sonreír, ahora era mi turno para festejar. Corrí a mi habitacion y di volteretas como un desquiciado. Justo en aquel momento, amaba a aquel ser que decidió que el vuelo en el que vendría mi padre, no despegaría; al parecer cerrarían los aeropuertos, y nadie más saldría, o entraría al país hasta que todo se regulara, o el virus se apaciguara. A papá no le quedó de otra que quedarse ¡Vaya suerte la mía!

    Los días pasaron, y aunque Esteban y mi madre estuvieron tristes por lo acontecido, pronto se les pasó, y nuestra vida continuó como antes, o por lo menos eso creí. En las noticas, comenzaron a anunciar que posiblemente estaríamos conviviendo con aquella enfermedad que estaba a millas de distancia, y que asumí que jamás tocaría nuestra tierra. Pero como cualquier humano erré, después de todo, sólo era un niño con pensamientos, en su mayoría, ingenuos. 

    Primero inició con un caso confirmado, y con el pasar de los días, empezaron a acumularse las personas contagiadas. Creyeron que podrían detenerlo, pero resultó imposible detener esa enorme tormenta que nos acechaba; no quedó de otra que aislarnos, y olvidarnos de nuestra cotidianidad. Cuando mi padre se enteró de lo ocurrido, la preocupación parecía haberse adueñado de él; no había día en que no llamara. Siempre decía que quería abrazarnos, que nos extrañaba y que no deseaba perderse un solo día más a nuestro lado; por lo menos eso era lo que me decía Esteban, yo nunca hablé con él. Lo único que podía pensar era por qué no lo había hecho antes, en el tiempo en que todo parecía ser posible y no había complicaciones.

    Pasaron los meses, y aún seguía reticente a hablarle, mi madre me insistía, pero seguía con la firme convicción de que yo tenía la razón; ese hombre que decía ser mi padre, no merecía que después de tanto tiempo de ausencia, lo recibiera como si nada hubiera sucedido. Si no fuera por las fotografías que mamá tiene con él, ni siquiera lo conocería; nunca se tomó ni un segundo para venir a vernos, o por lo menos darnos una mirada de desagrado.

    A pesar de todo, y a diferencia de muchos, estábamos bien, no lo necesitábamos, mi madre tenía trabajo, y aunque ni Esteban ni yo podíamos ir a la escuela, nos divertíamos mucho en casa. 

    Esta mañana, papá llamó sin falta, pero a diferencia de todos los días, hoy sucedió algo diferente. Después de terminar de hablar con él, Esteban corrió llorando hacia su habitación, y mamá adoptó un semblante que no me gustó. Le pregunté qué pasaba, y dijo que ocurrió lo que más se teme en estos tiempos; alguien de nuestra familia había sido contagiado. No tuve que deducir mucho para saber que era  mi papá. Sentía lástima por él, era alguien por quien no tenía mucho afecto, pero eso no significaba que le deseara algún mal. 

    En la tarde volvió a llamar e insistió en hablar conmigo; no es que quisiera hacerlo, pero quizás algo de compasión embargó mi corazón, y acepté a regañadientes. La verdad no comenté mucho durante la conversación, fue mi papá quien dijo prácticamente todo. Los días posteriores, continúe aceptando la plática con él. Al principio me pareció completamente tedioso, pero con el pasar del tiempo empecé a tomar confianza, y en algunas ocasiones intervenía en su usualmente monólogo. Durante estas dos semanas que trascurrieron, descubrí que mi padre tenía mucho en común conmigo; nos gustaban muchos los caballos, y también las novelas de misterio. Una semana más tarde, papá me agradaba un poco; no había olvidado el porqué estaba enojado con él, pero mi ira había disminuido. Además, tenía que aceptar que me gustaba mucho nuestra charla, y en ocasiones, muy raras, discutía con Esteban porque ambos queríamos tener su atención. Papa se había convertido en alguien importante, aunque no lo aceptara, en poco tiempo. 

    La última vez que había conversado con él, estaba contento, según la prueba que le habían hecho, su cuerpo se había librado del virus. Sin embargo, su voz se percibía cansada y sin fuerzas, quería pensar que todo estaba en perfectas condiciones, pero hace varios días que no sabíamos de él. Sinceramente temía que desapareciera igual que antes, que justo ahora que realmente nos estábamos dando la oportunidad de resarcirnos, todo lo logrado se esfumara en el aire, y no pudiera detenerlo. A las pocas horas de ese pensamiento, él llamó; estaba en el hospital. Aquella mortal enfermedad ya no prevalecía en su cuerpo, no obstante había dejado secuelas. Mi madre nos contó que de joven, nuestro padre tenía problemas respiratorios, que habían menguado con los años, pero que a raíz del virus que se insertó en su cuerpo, ahora estaba viviendo con las consecuencias de este hecho.   

    A mi padre cada día le costaba más respirar, hasta el punto que no podía hacerlo por sí mismo. A causa de esto, ya no podíamos hablar, sólo sabíamos que estaba estable, y que en algún momento ocurriría lo que más temíamos. La noche en la que nos enteramos, lloré por horas. No era justo que ahora que había dejado de lado todo el rencor, que veía la oportunidad de conocerlo y compartir genuinamente con él cuando el virus se esfumara, la despiadada muerte me lo arrebatara. 

    Aquel día, antes que diera su último suspiro, habló con mamá y Esteban unos minutos, y por ultimo conversó conmigo. Me pidió disculpas por todo el tiempo perdido, y porque jamás fue un buen padre; entre lágrimas quería expresarle que sí lo fue, que se tardó, pero lo logró, que de corazón ya lo había perdonado, sin embargo, de mis labios sólo salían gimoteos. Al final, y con gran esfuerzo, solo pude decirle que lo amaba. Las últimas palabras que le escuché pronunciar fue Yo también, y después más nada. Grité al teléfono como un loco, pero no hubo respuesta, mi madre con lágrimas en sus ojos, me quitó el aparato, y al otro lado le dijeron lo que ya sabíamos; él se había ido, y esta vez para siempre.

    Mi hermano me abrazó, y más tarde se unió nuestra madre; los tres lloramos sin consuelo, deseando que todo fuera diferente, no sólo que mi padre volviera, sino que también, algún día pudiéramos recuperar nuestras vidas, y no temer constantemente a que alguno de nosotros fuera el siguiente.

    Encierro u oportunidad

    Adriana Reyes Molina

    Correo electrónico:

    [email protected]

    Facebook: Nega Nadd

    País: México.

    Qué importancia tiene la humanidad en nuestro planeta, que puede hacer y deshacer de este mundo cualquier cosa en poco tiempo. Nosotros no estamos preparados para enfrentar una situación por la que ahora estamos pasando COVID-19, estas cortas letras que han representado el cambio total a varias colonias, pueblos, ciudades, estados de nuestro gran México y otros países, pero aun así pienso en lo personal que México no se ha paralizado en su totalidad, es cierto que muchos perdieron su empleo, otros las ventas de sus negocios, su actividad cotidiana y social para muchos mexicanos, lo que para mí y para muchos fue un reto para otros una oportunidad que no esperaban o quizás algo que no deseaban, y me refiero aquellos a los que representó una fuente de empleo de manera inmediata y oportuna. Tuve la oportunidad de ver a jóvenes haciendo mandados en ese vehículo que para muchos representa un peligro andando pero hoy fueron famosos por los motomandados como se denominaron y otros jóvenes que emprendieron una experiencia haciendo mandados en bicicletas y aunque muchos pequeños comerciantes cayeron, no pienso lo mismo para las grandes empresas, un tema que tendríamos que exponer.

    En lo personal mi vida cotidiana no fue totalmente un confinamiento, no viví una cuarentena como la mayoría de las personas y no porque no la quisiera, sino simplemente en mi trabajo no lo permitieron y creo que en el fondo, es algo que agradezco, pues nunca deje de convivir con mis compañeros de trabajo y con otras personas, y aunque la actividad laborar se vio mermada siempre había un cliente despistado exigiendo su trámite.   Pero no fue lo mismo en casa, ya que las actividades domésticas y la escuela de mis hijos eran un tema que tenía que alear., el tiempo de descanso y paseo habían terminado convirtiéndose en un ambiente tenso y de trabajo, sobre todo con las guías de estudio y tareas en línea, vaya que significaron un momento de tensión., llegando a casa me esperaban tres pequeños de diferente edad a quienes tenía que atender, un marido y tareas que resolver que parecían no terminar… carpetas que armar, correos que enviar, videos que grabar y fotografías que tomar, todo como evidencias del trabajo en casa.  No imaginas lograr lo que logras hasta que decides realizarlo siempre con esmero y compromiso.  Es impresionante ver que los niños solo necesitan atención y un poco de tiempo para darles la oportunidad de demostrar que son capaces de aprender. Me costó una semana de trabajo arduo para lograr que mi niño menor entendiera y se acoplara a la nueva forma de trabajo, yo era su maestra, algo que empezó como algo divertido después de convirtió en algo más complicado, y es entonces cuando empiezas a valorar lo que tenías…, tus maestros, tu tiempo, tu libertad, pero también aprendes a conocer lo que no sabías, aprendes a convivir con tus hijos, con tu esposo, contigo mismo, al final terminamos las tareas con éxito superando esta etapa escolar, y yo… simplemente ¡ya no quería ser maestra!.  Afortunadamente para mi tengo un trio de pequeños que son 70% ermitaños, ellos se facilitaron el encierro en casa, para ellos no ha sido más que unas largas largas vacaciones, y aunque disfrutan mucho salir con nosotros no extrañaron tanto dejar de hacerlo pues siempre tenían algo que hacer o algo a que jugar.  No puedo dejar de mencionar que hubo algo bueno en esta contingencia y fue promover la actividad física, haciendo ejercicio juntos, que hasta la fecha seguimos realizando.

    Para finalizar invito a la sociedad y al lector a que reflexionemos sobre los momentos críticos a los que el ser humano no está preparado, no sabemos sobrevivir a una crisis, no hay cultura de ahorrar y menos sabemos convivir con las personas que vemos a diario en casa. Al final de todo, muchos tuvimos algo que aprender y más aún tuvimos lo que parecía nunca podíamos tener… tiempo. El tiempo es más valioso que cualquier otra riqueza y solo depende de nosotros si lo aprovechamos o simplemente lo dejamos pasar. Y tú, ¿qué hiciste en esta cuarentena?

    Puertas cerradas

    Victoria Radivoy

    E-mail: [email protected]

    Facebook: Victoria Radivoy

    Instagram: @victoriaradivoy

    País: Argentina

    Papá amaba peinar mi pelo con sus dedos.  Decía que le recordaba el pelo de mi madre.   Siempre me pedía que me peinara, que no anduviera así, toda despeinada.   Pero a mí no me importaba mi pelo.  Sólo quería que él estuviera bien.

    Hace un año tuve que internarlo en un hogar de ancianos porque la enfermedad nos pasó por arriba.  Un mal llamado Parkinson nos atropelló sin permiso, nos dejó sin palabras, sin fuerzas.  Sólo nos quedaron las miradas, eso no pudo robarnos.  Lo visitaba todos los días, porque lo amaba y porque la culpa de dejarlo ahí no me dejaba vivir.  Pronto comencé a peinarme y hasta me compré un shampoo de los buenos para que él estuviera contento.  Pero hace 30 días que empezó la cuarentena por covid 19.  Creí que sólo iba a durar unos días por eso no me preocupé.  Pero no,  hace ya más de 30 días que no puedo verlo y esto no termina, parece que va a ser eterno. No me dejan entrar, no pueden recibir visitas y yo ya no puedo aguantar más.  Él no usa teléfono, ni nada, está solo en una cama, en una habitación fría, en una cama dura, en una cárcel, porque él no sólo está preso ahí, también está preso dentro de su cuerpo.  Y ahora este virus nos separa aún más.  No me dejan entrar.  No lo puedo creer.  ¿Quién le va a dar de comer? ¿Quién le va a poner los auriculares para que escuche música? 

    Hoy me levanté y en mi almohada había mechones de pelo.  Si los viera papá… Me diría que cambie de shampoo.   Pero si ya lo cambié, pensé.  Me  puse a tomar unos mates y en el silencio de mi casa vacía lo planeé  todo.  

    A las tres de la tarde cuando todos dormían la siesta,  me acerqué a la ventana de su habitación y lo vi mirando el techo, como siempre.  Le golpeé el vidrio.  Su cara hizo una pequeña contracción de músculos, y comenzó lento a girar la cabeza hacia la ventana.  Cuando me vio sonrió con sus ojos, que se humedecieron, que pedían piedad.  Intenté abrir la ventana.  Estaba medio trabada pero...¡Se abrió!  De un salto me metí adentro y corrí a abrazarlo.   Me quedé así con él que apenas me tocaba el pelo.  Después de unos minutos, escuché unos pasos, le di un beso y me fui.  Pero un mechón de pelo había quedado en su mano.  

    Cuando volví al otro día, en su lugar había otro hombre.  Llamé enseguida al hogar con la excusa de saber cómo se encontraba mi padre,  me dijeron que alguien había entrado y que habían tomado medidas de seguridad más severas.  Caminé por la casa cegada  de un lado a otro, atrapada.  Todo empeoraba, no podía estar sin verlo, sin saber cómo estaba.   Aguanté unos días, que fueron eternos, para dejar que se calmaran las aguas.  Volví, rodeé el lugar, todas las habitaciones tenían ventanas a la calle o al parque del hospital.  Caminé entre las plantas, mirando en cada ventana hasta que lo vi.   Una enfermera le tomaba la fiebre, salió y volvió con un médico que firmó unos papeles, apareció un enfermero con una camilla con ruedas y entre varios lo pasaron, lo taparon con unas frazadas y se lo llevaron.   Me fui llorando por las calles, sin saber que pasaba, el barbijo absorbía las lágrimas y lo llené de mocos por dentro, pero en verdad ya nada me importaba.  Sonó mi celular.

    — ¿Ludmila?

    —Sí

    —Te llamo del hogar, te quería avisar que a tu papá le subió la fiebre y lo tuvimos que internar, se le va a hacer un hisopado por protocolo. ¿Sí?  

    —Bueno, ¿Lo puedo ver?

    Fueron 85 horas las que pasaron hasta saber que mi papá había dado positivo.  No podía verlo, ni entrar, ni llamar ni hacer una videollamada.  Igual que antes pero peor.  Estábamos más solos que nunca.  

    Catorce días después de rondar por el hospital todos los días, buscando la ventana, el hueco, la forma de entrar me llamaron otra vez.

    —Su papá falleció.

    Esas tres palabras fueron las que desataron el comienzo de mi apocalipsis. 

    El silencio se hizo un todo, el mundo quedó en pausa.  Cuando llegué a mi casa me tiré a dormir para irme de mi realidad y que el tiempo dejase de moverse.  Después de varias horas o días de dormir y llorar me levanté como más liviana.  Sin peso en la cabeza, la toqué y estaba fría.  Miré la almohada y ahí estaba todo mi pelo.

    Volver a volar

    Tote González

    [email protected]

    Instagram: @totegonzalezd

    Chile

    Según yo, mi vida era perfecta. Tenía miles de amigos, un trabajo increíble, un sueldo envidiable, miles de destinos para visitar y millones de anécdotas para poder contar, cuando de repente y sin previo aviso, todo eso que me hacía tan feliz, se había terminado en un abrir y cerrar de ojos; todo debido a una pandemia inesperada que estaba afectando al mundo entero y también a mí; el Covid-19. Ser azafata y viajar por el mundo era lo que más me gustaba, pero aquella pandemia le había puesto pausa a esa vida tan agitada y llena de adrenalina que llevaba. No me había dado cuenta de lo mucho que me había perdido durante esos años de trabajo, en los que había sido muy feliz, pero en ese momento de emergencia sanitaria, había vuelto a disfrutar de los placeres de la vida familiar, cosa que había olvidado y que estaba disfrutando enormemente; reírme por tonterías, unirme al equipo lavaplatos, escuchar música, jugar juegos de mesa y tener que aguantar los spoilers en medio de una función casera (clásico de Sol, Vivi y Nico, mis hermanos chicos). Ya llevaba casi cuatro meses desde el día que mis padres me habían vuelto a abrir las puertas de su casa, pues hacía ya casi ocho años de no vivir con ellos, toda una vida. Les confieso que al principio me costó mucho adaptarme. Todo era muy distinto, pues estaba acostumbrada a vivir con mi mejor amiga, a pedir comida preparada (a veces nada saludable), a poner la música a todo volumen y hacer prácticamente mi santa voluntad.

    Era independiente y eso me gustaba, sentirme libre y poder disfrutar de ello al máximo. Viajar era lo que más me gustaba y conocer el mundo entero había sido mi sueño desde que era pequeña. Había crecido escuchando los cuentos de mi abuelo, un gran aviador a quien admiraba mucho y yo, quería seguir sus pasos.

    Ese día mi madre estaba haciendo la comida y mis hermanos pequeños estaban estudiando. Era una mañana como cualquier otra, ya había hecho mi rutina de ejercicios, me había tomado un café bien cargado mientras que mi padre leía el periódico y ahora estaba a punto de empezar una clase de dibujo por zoom (lo cual seguía siendo extraño para mí y a lo que aún no me había acostumbrado, a pesar de llevar cuatro meses siguiendo la misma rutina).

    Las clases vía streaming ya eran una realidad y estaba empezando a aceptarlas, y aunque ya había terminado unos cursos de fotografía y de astronomía, los cuales habían estado muy entretenidos (sin tener que salir de casa), pero yo quería volver a viajar, a donde fuera.

    Me senté frente a la computadora y esperé a que el hospedador me diera la bienvenida a la clase de dibujo, cuando de repente sonó el celular y contesté.

    Ajá... ajá, sí... emm... un poco... es diabético... mmm, está bien... lo hablaré con ellos y le devuelvo la llamada.

    Cuando colgué me di cuenta que la cámara de la computadora estaba prendida y que todos los que estaban detrás de la pantalla habían escuchado mi conversación, me puse colorada y apenada me desconecté de la clase.

    Me acosté sobre la cama llena de peluches y miré el techo estrellado, cuando de pronto escuché que alguien golpeaba la puerta. Era mi hermana Sol que necesitaba que le prestara mis colores, ahí fue cuando me di cuenta de lo mucho que extrañaba volar, pero que no podría volver a vivir sin mis hermanos. La pequeña de ojos grandes me miró con suspicacia y me regaló un abrazo.

    Después de pensar y darle vueltas al asunto me acerqué a mis papás; tenía que volver a la realidad y mi trabajo me estaba esperando. Ellos lo entendieron, pues sabían que necesitaba salir de ese encierro y me dieron su aprobación.

    Días después llegó el día, iba a volver a volar y surcar los

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