Todos los osos son zurdos
Por Ignacio Padilla
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Ignacio Padilla
Ignacio Padilla is the author of several award-winning novels and short story collections, and is currently the cultural attache at the Mexican Embassy in London.
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Todos los osos son zurdos - Ignacio Padilla
La Ley Rulo de la Rompitud de las Cosas
Rulo tiraba cosas. No lo hacía adrede: simplemente se le caían. Casi siempre tiraba cosas que se rompían con facilidad. No se le caían las hojas de papel ni los calcetines ni las borlas de algodón que usaba su mamá para quitarse el maquillaje. A él se le caían los vasos de vidrio y los floreros, sobre todo si eran caros. Se le caían las esferas de Navidad y los barcos de madera que armaba su papá.
A veces Rulo no tenía que tirar algo para romperlo. Si chutaba un balón, rompía una ventana. Si se agachaba para recoger un lápiz, rompía una silla con la cabeza. El caso es que siempre estaba rompiendo algo.
Desde luego, Rulo también podía tirarse y romperse a sí mismo. Tropezaba siempre, con las banquetas, con los muebles, con el suelo. Aunque era muy joven, Rulo se había dado muchos golpes en la vida. En las fotos familiares aparecía como un bebé con la frente llena de chipotes. Por eso ahora tenía la cabeza más dura que una bala de cañón. ¡Había logrado que su cuerpo fuera un peligro para cualquier cosa rompible que se atravesara en su camino!
Durante un tiempo, Rulo pensó que tropezaba porque nunca le enseñaron a amarrarse las agujetas. Entonces inventó un nudo complicadísimo al que llamó Nudo Ruliano. Desde ese día sus zapatos no se desataban por más que uno lo intentara. Pero Rulo no dejó de tropezar. Era como si un ejército de enanos le metiera el pie a cada rato. ¡Cómo le hubiera gustado mandar a esos enanos a la estratósfera! Pero los enanos eran invisibles, así que nunca consiguió atraparlos. De modo que siguió rompiendo cosas.
Los padres de Rulo eran científicos y trabajaban en un laboratorio. La gente decía que eran muy sabios, pero ellos decían que la naturaleza es todavía más sabia que los científicos, pues tiene sus propias leyes y siempre las obedece. También decían que todas las cosas pueden ordenarse en listas enormes y que el universo entero estaba hecho de números. A la madre de Rulo le gustaba hacer listas y a su padre le gustaban los números. Cuando estaban juntos, hacían listas de cosas, les ponían números y estudiaban las leyes de la naturaleza. Eso los divertía muchísimo.
A Rulo no le divertían tanto los números ni las listas ni las leyes de la naturaleza porque, entre otras cosas, sus padres habían creado una Tabla Numérica de Castigos sobre los objetos que rompía su hijo: quebrar un vaso de vidrio significaba cinco días sin usar su patineta, tres ventanas rotas equivalían a un mes entero sin ver a sus primos, destrozar un animalito de porcelana de la abuela podría costarle hasta dos semanas de lavar platos. En cambio,