Tiempo para el amor
Por Anne Weale
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Neal Kennedy no era precisamente lo que ella tenía en mente. Era muy atractivo, un perfecto príncipe azul para cualquier cenicienta. Pero era mucho más experimentado y sofisticado que ella. ¡Y más joven! Él había dejado claro que le gustaría tener una aventura con ella, ¿pero podría Sarah arriesgar su corazón con un amante temporal y más joven?
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Tiempo para el amor - Anne Weale
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www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47
Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 1998 Anne Weale
© 2020 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Tiempo para el amor, n.º 1081 - septiembre 2020
Título original: Sleepless Nights
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-1348-686-4
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Índice
Créditos
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Epílogo
Si te ha gustado este libro…
Capítulo 1
SI CONOCES a un tipo realmente atractivo por ahí y él trata de ligar contigo, no retrocedas.
Naomi siguió hablándole a Sarah en los mismos términos.
–La vida no es como ir a comprarse un vestido. Tú tienes ahora esta fantástica oportunidad para escapar de la jaula. Hazlo lo mejor que puedas. Por aquí no hay muchos hombres por los que morirse… más bien, no hay ninguno. En Nepal hay más… O, por lo menos los había el año en que yo estuve allí. A los hombres de verdad les gustan los sitios incómodos, los mares, las selvas y las montañas. ¿Cuándo has visto a alguno que merezca la pena en un centro comercial? Nunca… o casi. Son como las demás especies raras. Si te quieres acercar a ellos, tienes que ir a sus hábitats… Y no es ahí donde nosotras dos nos pasamos la vida, eso es seguro.
Cuarenta y ocho horas más tarde, mientras el avión sobrevolaba montañas y desiertos por la noche, Sarah no dejaba de pensar en lo que le había dicho Naomi acerca de que la mayor parte de la gente se pasa la vida enjaulada por causas y circunstancias más allá de su control. A veces sus condiciones eran miserables y eran muy infelices. Otras veces las jaulas eran cómodas e, incluso, lujosas, pero seguían siendo jaulas y no llenaban sus necesidades reales.
Las jaulas de Naomi y Sarah estaban más o menos en medio. Sus vidas no eran como les hubiera gustado que fueran. Eran incapaces de cambiarlas, así que las disfrutaban lo mejor que podían. Hasta que, de repente e inesperadamente, la puerta de la jaula de Sarah se había abierto.
Y allí estaba ella, volando libre en un entorno desconocido que se haría más exótico según fuera progresando la aventura.
Durante dos semanas sería libre, libre de responsabilidades y para ser ella misma, fuera cual fuese.
La mujer del asiento de al lado estaba dormida. Por lo que había hablado con ella sabía que era una azafata fuera de servicio para la que andar de un lado a otro por el mundo era su rutina habitual.
Sin embargo, ella estaba demasiado excitada para cerrar los ojos ni siquiera por un momento. Se pasó la noche hasta el amanecer leyendo una guía. Poco después del desayuno, aterrizaron en Doha, un lugar del que no había oído hablar hasta muy recientemente.
La azafata que estaba sentada a su lado, que trabajaba para unas líneas aéreas árabes y vivía en Doha, estaba esperando con ansia llegar a su casa y relajarse con un buen baño caliente. A Sarah le quedaban otras cinco horas de vuelo antes de llegar a su destino. Mientras tanto, pasaría el siguiente cuarto de hora en la sala de espera del aeropuerto.
Se despidió de la tripulación y salió al brillante sol de la mañana en el Oriente Medio.
El día anterior, en Gran Bretaña, hacía frío y llovía, un adelanto del invierno que se aproximaba. Allí, en Quatar, un estado rico por el petróleo en el Golfo Pérsico e, incluso a esa hora temprana, hacía tanto calor como en medio de una ola de calor veraniega en Europa.
Sólo llevaba como equipaje una pequeña mochila. Una vez la hubo pasado por los rayos X, se la colgó del hombro y fue a buscar el tocador de señoras para refrescarse un poco.
La imagen que vio en el espejo era sorprendentemente diferente de la que estaba acostumbrada. Naomi prácticamente la había obligado a cambiarse el color del cabello además de forma de vestir y, todavía no se había acostumbrado a su nueva imagen. Ni a la sensación de las botas de montaña.
Se las había estado poniendo durante todo el mes anterior, pero todavía le parecían pesadas y rígidas. ¿Y qué podría tener un aspecto más incongruente que unas botas de montaña bajo el borde del volante de una falda estampada de flores?
Naomi le había asegurado que, a donde iba ella, ésa era la forma normal de vestir. Nadie se sorprendería.
Las faldas inarrugables y fácilmente lavables habían sustituido las espesas de tweed preferidas por las intrépidas damas viajeras victorianas de hacía un siglo.
Por arriba llevaba una camisa de manga larga de algodón. Bajo ella, llevaba una camiseta de Naomi con un dibujo en el pecho de una ruta de montaña que había recorrido con un novio durante el año sabático que se dio entre el colegio y la universidad.
Se las quitó las dos. Si alguna señora árabe entraba, esperaba que no se ofendiera por verla en el cómodo sujetador deportivo. Ya llevaba doce horas de viaje y un buen lavado la refrescaría durante el resto del mismo.
Un cuarto de hora más tarde, llevando sólo la gastada camiseta y sintiéndose sorprendentemente despierta después de una noche sin dormir, volvió a la sala de espera. Allí había varios árabes con aspecto de importantes, vestidos con sus chilabas inmaculadamente blancas y sus tradicionales Keffieh a cuadros rojos y blancos en la cabeza, pero la mayoría de la gente iba vestida al estilo occidental.
Encontró la puerta de salida de su vuelo y se sentó cerca de ella. Cuando lo hizo, fue muy consciente de que sus compañeros de viaje la observaron con el interés de la gente que sabe que va a pasar los próximos días en compañía de desconocidos.
Sólo una persona no la miró. El hombre que estaba sentado justo delante de ella, que estaba enfrascado en la lectura de un libro.
Con el interés habitual de una lectora reconocida en lo que leen los demás, Sarah trató de ver el título. El que ese hombre estuviera leyendo en vez de hacer otra cosa hizo que subiera en su escala de estimación.
Entonces se dio cuenta de otras cosas que, además del libro, lo hacían atractivo. Alto, de hombros anchos y largas piernas, llevaba una camisa caqui y unos pantalones con rodillas reforzadas y un montón de bolsillos. Como no llevaba más equipaje que la bolsa de plástico de la tienda libre de impuestos del aeropuerto de Heathrow, ella pensó que llevaba sus pertenencias personales más necesarias encima y el resto en el avión.
Ese cuerpo musculoso sugería que bien podía ser un montañero que se dirigiera al Himalaya. Las dos razones principales por las que los extranjeros iban al Nepal y su capital, Kathmandú eran para escalar y hacer trekking por las montañas.
Sarah ya se había dado cuenta de que la mayoría de los viajeros masculinos necesitaban un afeitado. Pero no el hombre del libro. Tan profundamente bronceado como un árabe, sus mejillas y barbilla estaban perfectamente afeitadas. Todo en él era limpio e inmaculado.
Le pareció como si, incluso, oliera bien. No a colonia cara, sino de la manera en que los niños recién lavados y la colada tendida al sol olía bien.
Mientras estaba pensando eso y seguía observándolo, el hombre levantó la mirada y se cruzó con la de ella.
El instinto de Sarah fue apartarla, pero no pudo hacerlo. Había algo en esos ojos grises que se lo impidió. Estuvieron así durante algunos segundos. Luego él sonrió levemente y se dedicó a observarla tan detenidamente como ella lo había observado a él.
«Si conoces por ahí a un hombre realmente atractivo…». Las palabras de Naomi resonaron en su cerebro.
Fue el humor de su amiga más que la situación lo que la hizo sonreír.
Le dedicó esa sonrisa a todos los demás viajeros y eso sirvió para romper el hielo. La mujer que estaba sentada a su lado le preguntó en qué grupo estaba y luego todo el mundo empezó a charlar entre sí. Todos excepto el hombre del libro, que siguió leyendo.
Cuando llamaron a los pasajeros del vuelo a Kathmandú, Neal Kennedy siguió leyendo. Su larga experiencia en viajes por avión le había enseñado que no tenía que unirse nunca a la primera oleada hacia la puerta de embarque. Incluso aunque los autobuses que llevaban a los aviones en los aeropuertos árabes eran excepcionalmente espaciosos, los primeros dos o tres seguro que estaban abarrotados y el último semi vacío. Y ese corto trayecto hasta el avión le daría la oportunidad de charlar con la atractiva mujer que tenía delante.
Pero cuando cerró el libro y levantó la mirada, se sorprendió al ver que ella ya se había ido. Por la ropa que llevaba, la había tomado por alguien con tanta experiencia como él. Viajar con botas era una de las señales de un viajero experimentado. Cualquier otro equipo que se perdiera por el camino era reemplazable. Pero un buen par de botas ya domadas, no.
Se había dado cuenta de su presencia cuando salieron del avión de Londres. Ella había pasado por delante de él en la cola de los rayos X. La había observado mientras se dirigía a los lavabos y le gustó lo que vio por detrás. Pero, tal vez vista por delante…
Luego se olvidó de ella hasta que poco después levantó la mirada y la pilló observándolo. La vista por delante le había confirmado la primera impresión. Tenía de todo lo que le gustaba en el cuerpo de una mujer. Delgada, pero no demasiado, bien proporcionada y con gracia.
No era una belleza o, ni siquiera muy bonita. Pero tenía unos ojos castaños inteligentes y una sonrisa irresistible y cálida. Su padre siempre le había dicho que las chicas con cerebro y naturaleza generosa eran las que tenía que buscar.
Con diecisiete años, no le había prestado demasiada atención. ¿Qué saben los padres de la vida? Eso era lo que él pensaba entonces, como todos los demás adolescentes.
Pero en los siguientes veinte años, había aprendido que sus padres eran dos de las personas más cuerdas y sabias que conocía. Él, su hermano y sus hermanas habían crecido con la cada vez menos habitual ventaja de tener unos padres que los amaban y que tenían la clase de matrimonio que duraría toda la vida.
Entre la generación de sus padres y la suya, la sociedad occidental había sufrido un terremoto cultural. Los valores humanos y las formas de vida habían cambiado. Mucha gente, incluyéndose él mismo, pensaba que el matrimonio era una institución a extinguir. En la actualidad, el desastroso matrimonio de su hermano Chris parecía algo más típico que el de sus padres. Teniendo en cuenta la experiencia de su hermano y sus resultados, Neal había decidido que no seguiría ese camino.
Tenía cinco sobrinos, así que no necesitaba hijos propios. Ni una esposa en el sentido habitual de un ama de llaves, cocinera y acompañante en actos sociales.
Se las arreglaba muy bien con los aspectos cotidianos de la vida en su casa. Su madre los había educado a todos de forma que todos supieran limpiar, cocinar y hacerse