Por siempre San Valentín
Por Jessa James
4.5/5
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Cinco días. Cuatro noches.
Es todo lo que tengo.
Cuando decidí alejarme lo máximo posible de mi traicionero ex, un retiro del Día de San Valentín en un resort de esquí de Colorado sonó como una buena idea.
Excepto que no sé esquiar.
Dejando a un lado la experiencia cercana a la muerte, cuando Nick aparece y me salva, literalmente, de perder el control en las pistas, me inspira para perder el control en otras…áreas. Recién salido del ejército, lleno de músculos y tatuajes, me ofrece exactamente lo que necesitaba: cinco días, cuatro noches sin compromiso.
Vivimos en mundos diferentes. A miles de kilómetros de distancia.
Pero ¿qué pasará cuando mi corazón termine enredándose con él?
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Por siempre San Valentín - Jessa James
Autor
1
Angela
Día uno
Jadeé cuando salí de la acogedora furgoneta del hotel y el frío me golpeó con toda su fuerza como una avalancha imparable. Temblé de frío, pero una sonrisa se dibujó en mi rostro al admirar la vista montañosa. Las cimas puntiagudas parecían lo suficientemente afiladas como para cortar, y en algunos lugares se cubrían de nieve blanca que daban a los picos una vista más amigable. Usualmente no me gustaba el clima frío y unas vacaciones en la playa eran más de mi estilo, pero esta vez estaba haciendo una gran excepción. Solo esta vez. El viaje fue comprado y pagado por… no por mí.
—El registro es por aquí, señorita Rose.
Me di la vuelta y le sonreí al asistente del hotel.
—Claro, muéstreme el camino.
Él sonrió y lo seguí hacia las hermosas puertas de roble sólido del Refugio Silverwood, el resort ultra exclusivo y aislado en la montaña de Colorado Rockies.
Normalmente, gente como yo nunca hubiera podido poner un pie dentro de este lugar, ni siquiera estar dentro de un radio de dos millas de un resort tan costoso —ellos podían oler que yo no pertenecía aquí y enviarían a alguien de la seguridad para que me echara—, pero mi caso era diferente. Hacía un mes gané el premio.
Las puertas se abrieron y entré con una sonrisa en mi cara que iba ampliándose, lista para comenzar a relajarme. Podía imaginarme sentada al lado de una fogata envuelta en sábanas y leyendo un libro mientras bebía un whisky como acompañamiento. Y después, sacaría provecho del servicio a la habitación. Y tal vez si me sentía con energía y lo suficientemente valiente, le daría una oportunidad a las pendientes.
Pero luego advertí la decoración, los corazones, las pancartas, y que todo era rosado y rojo. Era demasiado. Había pequeños querubines felices con sus malditas flechas puntiagudas listas para disparar.
Gruñí por dentro. El interior estaba dominado por todos los tipos de rosado existentes, todo decorado para el día más nauseabundo del año, el Día de San Valentín. Pensé que venir aquí significaba alejarme de mi festividad menos favorita y de todos mis amigos cursis.
Sacudí mi cabeza. Esto no iba a arruinar mi estadía. No lo permitiría. Al menos se sentía el reconfortante aroma a pino y madera quemándose en el aire. Ignoraría la decoración y me concentraría en pasar un tiempo inolvidable, aprovechando cada oportunidad mientras pudiera.
El botones me enseñó el escritorio al frente y colocó mi equipaje a mis pies.
—Disfrute su estadía, señorita Rose.
—Lo haré, gracias —dije cambiando mi actitud. ¿Qué importaba si el lugar parecía el interior de un malvavisco? ¡El hecho era que estaba aquí, haciendo algo por mí para variar!
Busqué mi cartera para darle una propina, pero él sacudió su mano y su sonrisa nunca desapareció.
—Me pagan bien aquí. Las sonrisas fueron gratis.
Las cosas estaban mejorando, pensé mientras el botones me guiñaba el ojo al retirarse.
—¿Va a registrarse?
Me di la vuelta hacia la alegre recepcionista de grandes mejillas rosadas que estaba detrás del escritorio. Por encima de su blazer llevaba una etiqueta dorada con su nombre: Mandy. Si tuviera afición por las apuestas, hubiera apostado todo mi dinero a que ella era la causa de las abundantes decoraciones del refugio. Con su cara redonda y sus rizos dorados, Mandy parecía uno de los muchos querubines que volaban entre las nubes falsas por encima de nuestras cabezas.
—Sí, Angela Rose. Yo gané el concurso de la radio.
—Bienvenida, señorita Rose. La felicitamos por su victoria. La tendremos por cinco días y cuatro noches, su salida será el sábado 17. Va a pasar una maravillosa estadía con nosotros, se lo puedo asegurar.
Asentí con emoción creciente en mi cuerpo. Durante mis horas de almuerzo en la oficina, me había informado acerca del resort la semana pasada y me quedé en shock al descubrir cuánto costaría mi estancia en este lugar si la tuviera que pagar yo misma. Era la cantidad de mi paga mensual y un poco más.
—Sí, cinco días largos y gloriosos.
—Perfecto —contestó ella, escribiendo en el teclado—. ¿Cuántas llaves?
—Solo una, por favor —contesté con un suspiro involuntario y luego me regañé de inmediato a mí misma.
Si esto hubiera sido un mes atrás, no estaría sola en este viaje para dos, pero suspirar ya no estaba permitido. Ya no más. Me había prometido que no iba a languidecer por él. Se había terminado. Acabado. Y estaba aquí por mí. Yo no necesitaba estar con alguien en el Día de San Valentín… de hecho, no necesitaba estar con nadie en general. Podía ser feliz conmigo misma, pensaba mientras asentía orgullosa.
—Muy bien —dijo Mandy, y deslizó una tarjeta delgada junto con algunas instrucciones sobre dónde se ubicaba todo—. Habrá actividades en el transcurso de la semana, así que no tenga miedo de participar. Tenemos muchos solteros que se hospedan con nosotros, no se preocupe —dijo con un guiño muy evidente—. Una lista repleta de actividades estará en el paquete de bienvenida de su habitación. Y como ya debe saber, todas sus comidas y bebidas son de cortesía, parte del premio del concurso. Solo asegúrese de cargarlos a su habitación y todo estará en orden. Lo mismo va para el equipo de esquí que desee alquilar y los tratamientos de spa que desee disfrutar.
Música para mis oídos.
—Muchas gracias.
—Disfrute su estadía y si hay algo que necesite, solo pregunte por mí. —Mandy tocó la campanilla en el mostrador y comenzó a mirar alrededor como si buscara a alguien. La recepcionista tocó de nuevo con impaciencia—. ¡Rich! ¿Puedes llevar las pertenencias de esta dama a su habitación, por favor? —dijo cuando vio pasar a un miembro del personal.
—Estoy por ir a mi descanso —explicó él, un poco dudoso y con su mirada puesta en la puerta del personal que casi había alcanzado.
—¿Rich, por favor? No puedo abandonar mi escritorio.
—Está bien, estoy bien. Puedo subir mis cosas.
—No, no. Todo es parte del servicio, ¿cierto, Rich? —dijo Mandy, mirándolo intensamente.
Él suspiró, pero sonrió de inmediato.
—De acuerdo. Sígame. —Yo lo escuché decir en voz baja—. Me debes una, Mandy.
Rich, mi reticente maletero, cogió mi equipaje y obedientemente lo seguí hasta el elevador y luego, entusiasmada, presioné el botón antes de que él pudiera hacerlo.
Honestamente, no esperaba ganar el concurso de la radio cuando hice la llamada mientras me dirigía al trabajo una mañana. El viaje romántico sería un bonito gesto para mí y para mi novio Tim para que pudiéramos compartir juntos el Día de San Valentín si llegara a ganar, pensé yo. Sin embargo, antes de que pudiera contarle sobre mi buena suerte y el viaje, él me soltó una bomba e hizo desaparecer cualquier pensamiento que tuve con respecto a que la diosa de la fortuna había decidido que era mi hora de brillar.
Las puertas se abrieron, entré en el elevador de vidrio y presioné el botón del tercer piso, donde se ubicaba mi suite. Era como estar dentro de una licorera de cristal y tuve consideración por la persona que tendría que estar limpiando continuamente las superficies y mantener las manchas a raya.
Sin querer, mis pensamientos fueron hacia mi ex. Las travesuras que podríamos haber hecho en este elevador si Tim no hubiera resultado ser un desperdicio de la humanidad.
Había una parte de mí que pensaba que Tim finalmente me iba a proponer matrimonio cuando me invitó a cenar. Después de todo, nosotros habíamos estado juntos por dos buenos años —al menos yo pensaba que habían sido buenos—. Quizás tuvimos algunos problemas ocasionales, pero nos amábamos y yo no me estaba volviendo más joven, como me lo recordaban mis amigas ya casadas. Pero la propuesta no era lo que él quería decirme. No, en vez de eso, Tim me arrancó el corazón —en público— cuando me dijo que estaba aburrido. Aburrido de mí, de nuestra relación, y que quería conocer a otras personas. De hecho, él ya