En la orilla de las cosas
Por Gabriela Riveros
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Horacio se preguntaba "si acaso era posible con algunos versos expulsar del pecho los dolores, la pasión abrasadora o las cuitas". Este poemario de Gabriela Riveros muestra que las preguntas no cambian mucho. Que desde sus orígenes la pérdida, el dolor, y el deseo son una constante expresada de forma diversa. La poeta ha llegado al límite, y en la orilla se detiene para mirar, no el exterior que tiene a la vista, sino hacia dentro, en lo que es su vida íntima, voz cuya honestidad alcanza simas profundas de decepción y desilusión, de un pasado que no se puede cambiar: La poeta se siente asediada por una interioridad que alumbra las cosas, ahora bajo otra luz, otra edad, otra mirada.
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En la orilla de las cosas - Gabriela Riveros
agradecimientos
I
Doble vida
Me siento sobre la tarde de mis cinco años
en mis piernas el cosquilleo del césped
mi triciclo desconcertado
ficus hiedras devoran el muro
una cochinilla sobre mi palma
desesperada por enderezar su cuerpo
llanto mudo de antenas y tentáculos
En la vida desalojada y entera
ella la otra se cuela entre el filo de mi aliento
con su presencia apócrifa
se empalma a la niña que quiero ser
sombra que reclama una vida propia
a destiempo
en contrapunto
Desde entonces habito la grieta
mi vida en la hendidura
ahí el amparo de la abuela
un piano y un vals Sobre las olas
el dulce de leche en mi paladar
lengua cenit de los atardeceres
estrellas manto del cielo
horas de serena lectura
y el consuelo de los guardianes
Fuera de la grieta habito en la posibilidad de encontrarme con ella
de que me observe mientras duermo
de que la puerta se abra
de que me empuje por la baranda
de que me rebane el meñique con un cuchillo de cocina
de que los crujidos del pasillo sean sus pasos
de que anide bajo mi cama
de que muerda mis dedos si tropiezo en el Minuet de Bach
de que se apropie de quien quiero ser
Sentada sobre la tarde de mis cinco años
vislumbro el germen de esta doble vida
permanezco inmóvil ante lo desconocido
bajo la necesidad de huir de ella
Desde entonces soy la sombra de ese impulso
una persistencia
—tenaz como la memoria—
el firme reclamo
de no haber reaccionado a tiempo
Niño hermano
Nace él
cometa milenario
destellos de un mundo sin asidero
pozo de dolor sin fondo
El azar es absurdo
se complace en señalarme
con un niño hermano
llanto afónico rostro de costuras
y mi madre volcada en sanar heridas
La impotencia es una enredadera
de plegarias extendidas
hasta los brazos del crucifijo
a veces escucho las voces
las de Él
las de ella la otra
las mías
espero el milagro con esa fe que mueve montañas
un día y una noche
hasta setenta días y setenta noches
setenta veces siete insomnios de incertidumbre
Si Dios no escucha
mi hermano es sólo una posibilidad remota
la falla de un sistema
Una tarde violeta
encuentro compañía
quizá en un andante cantabile
o en esa presencia oscura que me habita
tengo ocho años y los miro a todos tras el cristal
acorde disonante
Guardián
Tú provocaste la caída de la noche
las estrellas no te