Agustín y la chica que solía patinar
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Matilde, la madre de Elisa, muestra una extraña aversión hacia ella, su felicidad parece enfermarla. Aunado a ello, la paciencia de Agustín se pone a prueba ante la presencia de Fabricio, el atractivo entrenador de Elisa, quien está enamorado de ella.
Fernando Reyes Ros
Fernando es licenciado en Administración Financiera, egresado de la Universidad Autónoma de Chihuahua, en México. Cerca de sus treinta años ha decidido a enfocarse en lo que verdaderamente le ha apasionado desde adolescente: escribir. Le gusta conocer ciudades de su país, la música electrónica y las melodías clásicas. Asiste diariamente al gimnasio, pero de lo que no pierde oportunidad es de arrastrar la pluma mientras da rienda suelta a su imaginación.
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Agustín y la chica que solía patinar - Fernando Reyes Ros
Fernando Reyes Ros
Agustín y la chica que solía patinar
Agustín y la chica que solía patinar
Fernando Reyes Ros
Esta obra ha sido publicada por su autor a través del servicio de autopublicación de EDITORIAL PLANETA, S.A.U. para su distribución y puesta a disposición del público bajo la marca editorial Universo de Letras por lo que el autor asume toda la responsabilidad por los contenidos incluidos en la misma.
No se permite la reproducción total o parcial de este libro, ni su incorporación a un sistema informático, ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio, sea éste electrónico, mecánico, por fotocopia, por grabación u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito del autor. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual (Art. 270 y siguientes del Código Penal).
© Fernando Reyes Ros, 2018
Diseño de la cubierta: Equipo de diseño de Universo de Letras
Imagen de cubierta: ©Shutterstock.com
universodeletras.com
Primera edición: abril, 2018
ISBN: 9788417274979
ISBN eBook: 9788417275495
Capítulo uno
La luz de la Luna alumbra las negras intenciones de un adolescente que camina vagamente por la calle. Eso es lo que asegura la mirada de Elisa, una chica que está por cumplir sus 16 años. Ella lo contempla sin parpadear a través de la ventana de su recámara.
Siete minutos después de la media noche marca el reloj de pared. Elisa se percata de ello y decide meterse a la cama. Sabe que tiene que levantarse sólo unas horas más tarde para acudir a la escuela secundaria. Acaricia su hermoso cabello castaño mientras el chico que vio en la calle cruza por sus pensamientos.
Avienta sus cobijas y se asoma nuevamente por la ventana. El adolescente corre por la banqueta con una frazada en sus brazos. Elisa se intriga, se pone sus aún tibias pantuflas, sale de su recámara y corre por las escaleras.
Pone su mano sobre la perilla de la puerta principal. Duda por un segundo, pero lo hace, sale de la casa. Tiene miedo de la noche pero la intriga no la deja detenerse. Camina apresuradamente y logra ver al chico dar la vuelta en la esquina.
Cuando Elisa llega a ese punto voltea hacia todos lados, el pequeño hombre ha desaparecido. Entre la oscuridad distingue a dos personas en el suelo. Se acerca con un paso precavido. Una mujer de edad avanzada abraza a una niña y la cubre con una frazada color verde limón, la frazada que el adolescente cargaba. La anciana mira a Elisa, Elisa la mira a ella. Aparta su mirada, camina hacia atrás y corre para volver a casa.
Aunque no pudo distinguir al chico, su figura le pareció conocida. Trata de descifrar quien era pero no lo logra. Solo se da cuenta que ella estaba equivocada, las intenciones del adolescente no eran malas como suponía.
Se sienta en el tercer escalón. Se queda tranquila al ver que sus padres no se dieron cuenta de su salida a media noche. Pone su frente sobre sus rodillas. Aunque la temperatura no es tan fría siente un escalofrío. Recuerda a la anciana y la niña cubriéndose con la frazada. Siente el calor que ellas sintieron en aquel momento. Rodea sus piernas con sus brazos. Sonríe.
—¡Agustín! ¡Agustín Mancera!
Agustín levanta su cabeza de la paleta de la butaca. Mira a todos sus compañeros de clase con la vista fija en él. La profesora no dice nada ante la mirada adormilada de su alumno. Toma su lista de asistencia y le pone falta. Los chicos empiezan a burlarse de su compañero pero al parecer a él le importa poco lo que ellos digan.
Elisa, sentada lejos de él, mira hacia sus ojos, esos ojos negros y atractivos. Esa mirada tierna y sincera. Son compañeros de clase desde hace meses pero solo han cruzado algunas cuantas palabras.
Mary, amiga de Elisa, le habla, pero ella no la escucha, sigue observando a Agustín. Intenta nuevamente ganar la atención de su amiga pero no lo logra. Sube la voz hasta que Elisa despierta de su contemplación.
—¿Tienes un nuevo interés romántico? Pensé que seguías cortándote las venas por Fabián —dice Mary.
—No me corto las venas por nadie.
—Bien que darías un riñón a cambio de que Fabián te invitara al baile.
—Cállate… No puede ser, te escuchó.
—No me escuchó, volteó de casualidad, tal vez y está pensando en eso, en invitarte al baile.
Elisa no dice una palabra más, se sonroja de la pena al imaginar que Fabián las pudo haber escuchado. Él efectivamente las escuchó. Sonríe y se queda pensando. Fabián se acomoda su cabello al mismo tiempo que hace fuerza resaltando los músculos de sus brazos. Sin lugar a dudas se ha matado en el gimnasio para lograr exhibir esos bíceps.
Durante la clase las miradas entre Elisa, Mary y Fabián no cesan. Las palabras de la profesora solo hacen eco en el salón pero no entran a ningún oído, menos a los de estos tres alumnos.
Cuando la clase termina, el corazón de Elisa late fuertemente al ver que Fabián se levanta de su butaca y se dirige hacia ella. La está viendo a los ojos, sin duda va a platicar con ella. Elisa aparta su mirada, voltea hacia su amiga.
—Elisa, no pusiste nada de atención en clase —dice Fabián.
—Sí, si puse atención, me distraía de repente nada más.
—¿En qué pensabas? ¿En el baile?
—El baile, ni lo recordaba ¿Es hoy verdad?
—Sí ¿Quieres ir conmigo?
Elisa trata de guardar las apariencias, guardar la emoción de que el chico más atractivo de la clase le propone ser su pareja para el baile. Tarda unos segundos en contestar.
—Sí ¿Por qué no?
—Paso por ti a las nueve.
Elisa y Fabián se quedan poniéndose de acuerdo para su cita mientras Agustín los mira. Observa detalladamente los gestos de ella, sus ojos, su sonrisa. Mira la forma en que Fabián actúa, le genera un mar de desconfianza, no es una persona auténtica, puede percibir su falsedad. Los demás compañeros se cruzan frente a Agustín, algunos topan con él así que sigue su camino.
Tres años menos tiene Lucy, la hermana de Elisa, quien recostada en la cama la mira con admiración. Es la hora esperada, la hora en la que Fabián debe llegar a recoger a la chica de su cita. Elisa está nerviosa frente al espejo, se acomoda su ajustado vestido color azul, le pide a su hermana acomodarle nuevamente su cabello. Se pone unos zapatos, se pone otros.
Unas carcajadas llenan la recámara, las dos chicas voltean, es Matilde, su madre. Se sienta en la cama al lado de Lucy y no deja de reír. Elisa baja su cabeza, no entiende la risa de su madre pero no puede evitar sentirse burlada.
—¿Es mi vestido? —pregunta Elisa mientras la mujer recupera la cordura.
—No, te ves preciosa. Heredaste lo atractivo de tu madre.
—¿Entonces porque la risa?
—¿Estas ciega? ¡Mira la hora! Ese vestido no te lo va a ver más que el panadero, te voy a encargar unas piezas de pan.
Silencio, nadie dice nada más. La madre se levanta de la cama sabiendo que fue grosera con su propia hija, pero aun así no ofrece disculpas, sólo sale de la habitación. Lucy trata de hacer sentir mejor a su hermana pero ella le pide que la deje sola.
Elisa se recuesta. Piensa que no es tan tarde, Fabián se pudo haber retrasado. Lo único que escucha son las manecillas del reloj. Mira la hora mientras los minutos siguen corriendo. Quitarse el vestido o no es su dilema. Lo hace, con ojos húmedos se quita su vestido y sus zapatos. Toma su blusa y sus pants de pijama, muy a su pesar se los pone.
El timbre de la casa suena, diez con veinte minutos marca el reloj. Elisa está segura que es Fabián, por fin llegó y ella no está lista. Tocan la puerta de su habitación.
—Alguien te busca —dice Lucy.
—¿Es Fabián? ¿Me pongo el vestido de nuevo?
—No te lo pongas, solo ve.
Con tremenda intriga Elisa llega a la puerta de su casa y al abrirla ve a Agustín. Tenía la esperanza de que fuera su cita pero no lo es, es sólo su compañero de clase.
—¿Qué haces aquí?
—Te invito, vamos a caminar o a patinar en la pista de hielo.
—¿A esta hora? Mi papá no está en casa y mi mamá no me dará permiso. Aparte ando en pijama.
—Sí, bonitas pantuflas de Snoopy. Así puedes ir, allá nos prestan patines.
—Está bien, en cinco minutos vuelvo para decirte que mi mamá no me dio permiso.
Aunque las palabras de Elisa no son muy alentadoras, Agustín sonríe. No fue invitado a siquiera pasar, pero él sonríe. Pasan unos instantes cuando la puerta se vuelve a abrir.
Agustín corre por la calle con una sonrisa pintada en su rostro. Está agitado pero luce muy feliz.
—¿Por qué tan contento? —pregunta Elisa corriendo a su lado.
—Si hablas mientras corres vas a perder.
—¡No es justo, traigo pantuflas!
Agustín aprieta el paso, Elisa trata de alcanzarlo. Corren a media calle hasta que ella se detiene y se sienta en la banqueta. Él se da cuenta y regresa caminando. Se pone de rodillas y sus rostros quedan frente a frente. Ella piensa que él intentará darle un beso pero no lo hace. Más atrevido aún, estira sus brazos y la carga. Elisa no se molesta, muy al contrario, se divierte.
Agustín la baja hasta que entran al centro de patinaje. Aunque ella insiste en que nunca ha patinado, ambos se ponen los patines. Con sumo cuidado Elisa pone su primer pie sobre el hielo.
—No me sueltes.
—Jamás —contesta él.
—¿Cuánto tienes haciendo esto?
—Es la segunda vez que entro a una pista.
—¡Pensé que eras experto!
—Podemos aprender juntos, puedes llegar a ser la patinadora más encantadora de todas.
Sin soltarse de la mano de Agustín, Elisa patina casi hasta media noche. Son los únicos en la pista. Se atreve a dejar el apoyo de su acompañante. Patina perfectamente a un ritmo constante y cuidadoso. Lo hace más velozmente, cuando intenta dar una vuelta su cuerpo completo cae sobre el hielo. Agustín se acerca inmediatamente, la levanta y la abraza.
—Soy una tonta.
—Definitivamente no, yo comí hielo en cuanto pisé por primera vez la pista.
—Claro que no, solo lo dices por…
—¿Por quedar bien?
—No me interesa quedar bien, solo disfruto este momento.
—¿Por qué me invitaste? ¿Cómo supiste donde vivo?
—El interés tiene pies y tú tienes una amiga muy comunicativa.
—¿Fue Mary? ¿Te dijo algo del baile?
—No ¿Qué me tendría que decir?
—No, nada. Ahorita todos han de estar enfiestados en el dichoso baile.
—Yo estoy feliz aquí, contigo.
—Gracias por invitarme y ya que perdí en las carreritas en la calle ahora te debo algo ¿Qué vas a querer?
—Dejaré mi premio para después, es hora de volver a casa.
La angustia es la disposición fundamental que nos coloca ante la nada
es la frase que Elisa lee decenas de veces en su cuaderno durante la clase de filosofía. No voltea a los lados, teme cruzar su mirada con la de Fabián. Prefiere no saber la razón por la que él no acudió a la cita. Prefiere no confirmar el nulo interés que él pueda tener en ella.
La escena en la que su madre ríe a carcajadas viene a su mente. Sabe que Matilde tenía razón, nadie vio lo hermosa que lucía con el vestido azul. Elisa no puede levantar su mirada, siente pena, piensa que sus compañeros se burlarán de ella. Fabián la dejó plantada y puede ser que todos en el salón estén enterados.
La clase termina, Elisa guarda su cuaderno evitando cualquier mirada, ni siquiera busca el apoyo de Mary. Una mano se posa sobre su hombro. No quiere voltear pero tiene que hacerlo. Es Fabián, quien parece estar apenado.
—Te debo una disculpa. Tuve una noche de perros, se me ponchó mi auto, mis papás se pusieron en un plan terrible, en fin no pude llegar a tu casa.
—Escuché que sí fuiste al baile.
—Sí, sí fui, ya era tarde, mis amigos pasaron por mí, pero me la pasé aburridísimo, no podía dejar de pensar en ti.
Elisa no sabe si creer las palabras de Fabián, sabe que lo más probable es que se esté burlando de ella. Un rayo de esperanza cruza su alma cuando se da cuenta que él está ahí frente a ella pidiéndole disculpas. Está interesado, si no no se tomaría la molestia de tratar de arreglar las cosas.
—Di algo, no te quedes callada ¿Nos tomamos un café en la tarde? —exclama Fabián.
—No sé, aún no sé si tenga la tarde libre.
—Nos vemos en la cafetería que está enfrente del Parque Hundido ¿Te parece a las siete?
Elisa se muestra indecisa y asienta moviendo la cabeza. Fabián le sonríe y regresa a su butaca. Ella también se sienta en su lugar, un papelito topa en su cabello, alguien lo ha lanzado. Lo toma y lo abre. Eres una tonta
dice la pequeña nota. Elisa no duda que es su amiga quien se comunica con ella. Se voltean a ver, Mary sabe que no es lugar para platicar así que se levanta, toma del brazo a Elisa y salen del salón.
—Se lo pasó de lo lindo mientras tú llorabas como Magdalena en tu cama.
—No lloré como Magdalena, en realidad salí con alguien más.
—Sí claro y yo soy la Madre Teresa de Calcuta.
—De hecho tú hablaste con él, eso me dijo.
—¿Agustín? ¿Él te invitó a salir? ¿Qué hicieron? ¿No te aburriste?
—Sólo caminamos un poco y patinamos sobre hielo.
—Eso sí no me lo esperaba. ¿Pero si ya sales con el seriecito para que aceptas ir por un café con Fabián?
—No salgo con Agustín y con Fabián es eso, sólo un café. Por cierto no ha llegado Agustín.
—Te vas a enamorar del seriecito, por mí perfecto, así me dejas libres los músculos de Fabián.
Elisa ríe, sabe que Mary sólo bromea. Lo que le causa pesadumbre es la idea de que sea nuevamente la única en