Los derechos de los animales
Por Héctor Hidalgo
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Comentarios para Los derechos de los animales
4 clasificaciones1 comentario
- Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Es muy bueno, pero muy triste y muestra la maldad de el ser humano.
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Los derechos de los animales - Héctor Hidalgo
circo!
Las toninas
Artículo 1:
Todos los animales nacen iguales ante la vida y tienen los mismos derechos a la existencia.
LAS TONINAS saltaban traviesas sobre el lomo del mar encrespado del canal de Chacao y la espuma de las aguas en movimiento acariciaba su piel lisa y brillante, creándose así la sensación de que estaban hechas de una especie de goma fina y compacta. Se veían muy elegantes con su traje oscuro y con toques pardos en la parte ventral. Eran cinco toninas nadando en columna y saltando al mismo tiempo, como si estuvieran representando un número acrobático para una exhibición en un acuario. Las toninas tomaban todo el aire que les permitían sus pulmones, ya adaptados al agua, para luego zambullirse por una larga e increíble hora.
¿Cómo lo hacen para no ahogarse si son mamíferos y no peces? Se podría decir que son ballenas muy pequeñas, aunque mucho más estilizadas, juguetonas, livianas e incomparablemente amistosas: son los delfines chilenos.
A veces, las toninas se acercaban temerariamente a los grandes transbordadores que cruzaban desde Pargua a Chacao, en el punto de inicio de la gran isla de Chiloé. Lo mismo hacían los lobos marinos, que se consumían mostrando su lomo redondeado hasta perderse en las profundidades del mar.
Las gaviotas acechaban tras una buena pesca y no faltaba la bandada de patos que cruzaba el mar en dirección a las islas, antes de que el escaso verano se fuera de la región. Las toninas vigilaban a los cardúmenes de peces pequeños que zigzagueaban de un punto a otro. Cómo les gustaba agitar las sabrosas manchas de diminutos peces, que más parecían plumillas balanceadas por el viento que seres en plena actividad de supervivencia, para después regresar a sus saltos hasta la llegada de la noche en la inmensidad del mar sureño. Ese mar incontenible, oscuro, rumoroso y agitado como si fuera una sopa hirviendo en una olla gigantesca bajo las estrellas, en un cielo frío y limpio, sólo cubierto con nubes pasajeras. Qué grata era la vida en esas llanuras de aguas saladas y horizonte cortado por la gran isla de Chiloé.
Una noche, cuando las toninas se aprestaban para echar una pestañada, divisaron muy a lo lejos un extraordinario resplandor en el cielo. Era como los fuegos artificiales que lanzan los transatlánticos en noches festivas. Ellas habían visto tantas veces luminarias parecidas desgranadas en los cielos nocturnos, en medio de la bulla de los seres humanos que bailaban en la cubierta de las grandes naves. Pero esta vez no eran esas luces las que creaban formas coloridas en el espacio, sino una luminosidad extraña, como un árbol de luz que desprendía sus ramas encendidas y provocaba una verdadera conmoción en quien observaba. Esto ocurría una y otra vez, en intermitencias preocupantes.
Con el agudo chillido que las caracteriza se comunicaron rápidamente y dos de las cinco amigas toninas partieron a investigar el significado de las misteriosas luminarias lanzadas al espacio en forma tan regular. Entendieron que alguien quería entregar una señal, un mensaje que se comprendiera a la distancia. ¿Pero, qué sería? Las toninas exploradoras navegaron rápido, como solo ellas lo suelen hacer. En el trayecto no se entretuvieron en nada, iban con sus ojillos prácticamente cerrados, siempre apuntando hacia el torrente de luces que se diseminaba en el cielo solitario con explosiones escandalosas, iluminando grandes paños de mar aún no conquistado.
En el trayecto se toparon con muchos peces de apariencia bastante extraña. Flotaban sobre la superficie y estaban embadurnados con una sustancia oleaginosa y pestilente. ¿Acaso estaban ante un misterioso veneno? ¿De dónde provendría tal daño, inusual en un océano siempre en paz? Eran cientos los peces que, presos de esa sustancia oscura y siniestra, se debatían entre la vida y la muerte. Algunos ya no se movían. Las toninas exploradoras emitieron un sonido, mezcla de chillido y silbido, que se extendió a través de la noche, esa noche tan tenebrosa. ¿Cuánta distancia recorrieron esos mensajes? ¿Llegarían al resto de las toninas que esperaban noticias de sus amigas? Nadie lo supo.
Las toninas exploradoras ahorraron la mayor cantidad de oxígeno que pudieron para avanzar bajo los peligros que avistaron en la superficie. Media hora o un poco más viajaron bajo el mar para investigar, siempre dirigiéndose hacia el punto desde donde surgían las luminarias, de las que ya no dudaban de su significado: alguien estaba pidiendo ayuda. Cuando ya casi no les quedaba aire en sus pulmones, emergieron para ver qué pasaba y si ya habían llegado a destino. Pero lo único que encontraron en la superficie fue una mancha oscura y brillante bajo la luz de la luna. También vieron un enorme barco hundiéndose irremediablemente y muchos seres humanos en botes, alejándose rápidamente del lugar. Del barco se desprendía un líquido oscuro y pestilente; era el veneno que mataba a los peces. Debían actuar con la mayor rapidez. Lo que más importaba era avisar a los demás peces para que no se acercaran al lugar de la muerte. Pero cuando quisieron tomar oxígeno para poder nadar en las profundidades, sintieron que sus pulmones iban a reventar y que estaban nadando en aguas peligrosas. Con gran esfuerzo bajaron a las profundidades y nadaron en dirección contraria. En el camino