Un lugar a su lado
Por Betty Neels
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Así que cuando llegó el momento de que Roele regresara a Amsterdam para siempre, se sintió incapaz de dejar allí a Emma. Por eso le ofreció un empleo en su nueva consulta. Pero ¿quería que fuera su secretaria... o su esposa?
Betty Neels
Romance readers around the world were sad to note the passing of Betty Neels in June 2001.Her career spanned thirty years, and she continued to write into her ninetieth year.To her millions of fans, Betty epitomized the romance writer.Betty’s first book, Sister Peters in Amsterdam,was published in 1969, and she eventually completed 134 books.Her novels offer a reassuring warmth that was very much a part of her own personality.Her spirit and genuine talent live on in all her stories.
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Un lugar a su lado - Betty Neels
Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra. www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47
Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2001 Betty Neels
© 2019 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Un lugar a su lado, n.º 1680 - octubre 2019
Título original: Emma’s Wedding
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.
Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.:978-84-1328-645-7
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Índice
Créditos
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
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Capítulo 1
EN LA habitación había tres personas: un señor mayor con poco pelo y muy canoso; una señora de edad indefinida que debió ser muy guapa en su juventud y, sentada a esta, una joven pelirroja. La chica tenía una espléndida figura y su cara, aunque no era hermosa, resultaba muy agradable. Sus ojos eran verdes y grandes, y la boca, generosa.
El señor mayor terminó de hablar, ordenó los papeles que tenía delante y se ajustó las gafas sobre la nariz.
La mujer no podía pronunciar palabra, solo sabía mirar atónita al hombre. Entonces su hija, Emma, habló por las dos.
–Vamos a necesitar su consejo, señor Trump. Esto es una sorpresa para nosotras, no teníamos ni idea… Mi padre casi nunca hablaba con nosotras de sus asuntos. Aunque una semana antes de morir… –le falló la voz durante un segundo– me dijo que estaba invirtiendo en un plan que le iba a proporcionar gran cantidad de dinero. Cuando le pregunté de qué se trataba, simplemente se rio y me dijo que ya me lo contaría.
–Su padre tenía dinero suficiente para vivir holgadamente y dejarlas a ustedes bien situadas –dijo el señor Trump con frialdad–. Pero, desafortunadamente, la empresa de ordenadores en la que invirtió su dinero, estaba mal dirigida por un grupo de jóvenes sin escrúpulos. Durante las primeras semanas, el negocio dio beneficios, así que su padre invirtió el resto de su capital. Inevitablemente, todo se vino abajo, y él y otros inversores perdieron hasta el último céntimo. Lo siento mucho, pero para pagar las deudas, tendrán que vender esta casa, el coche y los muebles.
El señor Trump se dirigió hacia la madre y añadió:
–¿Entiende lo que les he explicado, señora Dawson?
–Que seremos pobres –respondió ella con un pequeño gemido–. ¿Cómo vamos a vivir? –preguntó mirando a su alrededor–. Mi preciosa casa… ¿Y adónde vamos a ir sin coche? –comenzó a llorar y, antes de que nadie pudiera decir nada, añadió–: Emma, tienes que pensar en algo…
–No te preocupes, mamá. Si esta casa se vende bien, podremos pagar todas las deudas e irnos a vivir al chalet de Salcombe. Allí conseguiré un trabajo y nos las arreglaremos muy bien.
El señor Trump asintió.
–Muy sensato. Cuando hayan vendido todo, seguro que les queda una pequeña cantidad. Probablemente no tenga ningún problema para encontrar trabajo, al menos durante el verano. Incluso puede que haya algo que usted pueda hacer, señora Dawson.
–¿Un trabajo? Señor Trump, no he trabajado en la vida y no pienso empezar ahora –dijo volviendo a echarse a llorar–. Mi querido esposo se revolvería en su tumba si pudiera oír lo que está sugiriendo.
El señor Trump puso los documentos en un maletín. Siempre había pensado que la señora Dawson era una dama encantadora, bastante mimada por su esposo, pero con unos modales exquisitos. Pero en esos momentos, al ver su postura petulante, se preguntaba si habría estado equivocado. Emma, por supuesto, estaba hecha de otra pasta. Era una jovencita llena de energía, amable y simpática. Además, estaba el asunto de su boda; ese matrimonio resolvería todas sus dificultades económicas.
Se despidió asegurándoles que se dedicaría inmediatamente a resolver todas las cuestiones legales.
Emma salió de la sala, bastante grandiosa, y cruzó el vestíbulo en dirección a la cocina. La casa era grande y bien amueblada. Una asistenta iba a diario y otra mujer, dos veces por semana para ayudar con el trabajo más pesado.
Emma puso la tetera al fuego y preparó una bandeja. Como la asistenta había salido, busco la caja de las pastas y el pastel de frutas por los armarios. Quizá hubieran recibido un duro golpe, pero un té y un poco de pastel les sentarían de maravilla.
Cuando volvió con la bandeja, su madre todavía estaba sentada en la silla, secándose los ojos.
Se quedó mirando a Emma mientras esta servía el té y le ofrecía una taza.
–¿Cómo voy a poder tomar algo mientras nuestra vida se viene abajo?
De todas formas, aceptó lo que su hija le estaba ofreciendo.
–Tendremos que despedir a la señora Tims. ¿Le pagamos semanal o mensualmente?
–No lo sé, hija. Tu padre nunca me molestó con esas cosas. Y esa otra mujer que viene a limpiar, Esther, ¿qué va a pasar con ella?
–Yo hablaré con las dos.
Emma se tomó su té e intentó tragarse las lágrimas con él.
Ella había querido a su padre, aunque el hijo preferido de este siempre había sido su hermano pequeño. James tenía veintitrés años, cuatro años menos que ella. Acababa de terminar su carrera y se había embarcado en un viaje alrededor del mundo.
No estaban muy seguras de dónde se encontraría en aquel momento. La última vez que había hablado con ellas estaba en Java y su próximo destino era Australia. Aunque hubieran tenido su dirección y hubieran podido contactar con él, Emma no creía que hubiera sido de gran ayuda. James era un chico encantador y ella lo quería mucho, pero sus padres lo habían mimado tanto que no había madurado. Su único objetivo en la vida era pasárselo bien, y el futuro no le preocupaba demasiado. Por eso, Emma pensó que lo más probable era que continuara con las vacaciones que se estaba costeando con una pequeña herencia de su abuela. Argumentaría que estaba en el otra extremo del mundo y que el señor Trump se ocuparía de todo.
Emma no expresó esa opinión en voz alta para no hacer daño a su madre. En lugar de eso, le sugirió que se echara un rato mientras ella iba a hacer la cena.
La señora Tims lo había dejado todo preparado, así que solo habría que calentar la comida. En vista de lo cual, Emma se sentó en la mesa, tomó lápiz y papel y empezó a anotar todo lo que debían hacer.
¡Una gran cantidad de cosas! Y no podía pretender hacerlas todas ella sola. El señor Trump se ocuparía de la complicada situación financiera, pero ¿y la venta de la casa y los muebles? Tampoco sabía qué podrían quedarse. Su padre había pedido prestado dinero para poder invertirlo y ahora tendrían que devolverlo con intereses.
Emma no pudo resistir más y las lágrimas empezaron a rodar por su mejillas. Apoyó la cabeza sobre la mesa y lloró desconsoladamente. Después de un rato, se limpió los ojos, se sonó la nariz y volvió a tomar el lápiz.
Si pudieran quedarse con el chalet, tendrían un lugar donde vivir sin tener que pagar alquiler. A ella le encantaba el lugar, pero su madre opinaba que Salcombe carecía del tipo vida social al que estaba acostumbrada. Por eso mismo, pensó Emma, también les resultaría más barato.
Buscaría trabajo. Durante el invierno no sería tan fácil, pero había un autobús directo Kingsbridge, una pequeña ciudad llena de cafés y tiendas.
Emma empezó a sentirse un poco más animada.
Preparó la cena pensando que era una pena que aún faltaran tres días para que Derek volviera a Inglaterra. Todavía no estaban comprometidos, pero su futuro juntos ya estaba bastante decidido. Derek era un joven serio que le había dado a entender que en cuanto consiguiera un ascenso en el banco en el que trabajaba se casarían.
Emma quería casarse. Derek le gustaba y, aunque la vida con él no iba a ser muy emocionante, un marido amable y una casa agradable podrían hacerla bastante feliz. Además, ya tenía veintisiete años y quería tener hijos.
Ella era una mujer decidida e independiente, pero desde que dejara el instituto, siempre había surgido algún motivo para tener que quedarse en casa. Había esperado poder independizarse cuando su hermano acabara la carrera; pero entonces James anunció que estaría un par de años viajando alrededor del mundo y su madre no quería quedarse sin ninguno de sus hijos.
Durante los tres días siguientes echó de menos a Derek. El asunto de la liquidación conllevaba un montón de papeleo y mucha gente fue a visitarla. Su madre declaró que no quería tener nada que ver con el asunto, así que, ella sola se las arregló lo mejor que pudo.
Le habría gustado tener un rato para llorar la muerte de su padre, pero resultó imposible. Mientras ella se ocupaba de todo, su madre permanecía sentada en un rincón con la mirada perdida y sin cesar de llorar.
Cuando Derek volvió de su viaje, Emma lo encontró cambiado. Con expresión grave, ofreció sus condolencias a la señora Dawson y se fue con ella al estudio de su padre. Si esperaba tener un hombro sobre el que llorar, no lo encontró. Él estaba preocupado por su carrera y, aunque se mostró muy amable, ella se dio cuenta de que nunca se casarían. Derek tenía un trabajo importante en el mundo de la banca y casarse con la hija de un hombre que había perdido una fortuna no iba a dar impulso a su carrera. Era un hombre atractivo, de unos treinta años, bastante solemne y agradable. Emma se imaginaba que había sido su trabajo el que le había robado el calor del corazón y lo había reemplazado por sentido común.
–Bueno –dijo ella con poca voz–. Ha sido una suerte que nunca me hayas regalado un anillo, así no tendré que devolvértelo.
Él asintió con gravedad.
–Me alegro de que seas tan sensata. Espero