Una mujer con pasado
Por Ryanne Corey
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Connor Garret era tenaz y siempre conseguía lo que quería, así es que cuando la ex modelo le dijo que no quería una entrevista, algo se encendió dentro de él. Claro que no sabía hasta qué punto elevaría su temperatura aquella mujer, ni que acabaría deseando tenerla a su lado el resto de su vida.
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Una mujer con pasado - Ryanne Corey
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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2000 Tonya Wood
© 2019 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Una mujer con pasado, n.º 1009 - agosto 2019
Título original: Lady With a Past
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.
Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.:978-84-1328-426-2
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Índice
Créditos
Capítulo Uno
Capítulo Dos
Capítulo Tres
Capítulo Cuatro
Capítulo Cinco
Capítulo Seis
Capítulo Siete
Capítulo Ocho
Capítulo Nueve
Capítulo Diez
Capítulo Once
Epílogo
Si te ha gustado este libro…
Capítulo Uno
Connor Garret era el primero en admitir que le gustaba mimarse. Era una de esas personas que adoraba la comodidad, le gustaban las tarjetas de crédito sin límite de saldo, enviar toda la ropa a la lavandería, y tener casas magníficas al lado de la costa.
Con lo único que no se llevaba bien era con el microondas, pero eso tampoco suponía un grave problema, pues su ama de llaves le preparaba puntualmente la comida en las escasas ocasiones en que no comía fuera.
La verdad era que, quitando aquel misterioso horno, no había nada que hubiera perturbado su existencia… hasta entonces.
Lo primero que lo irritaba era aquel maldito deportivo de alquiler, tan llamativo en el aeropuerto, pero tan incómodo. Su metro noventa de estatura no cabía allí dentro. La solución habría sido quitar el techo, pero había empezado a llover. Su pelo castaño dorado lucía más oscuro por obra del agua que se lo había humedecido.
También había descubierto el terrible hábito de los animales salvajes de Wyoming, que se dedicaban a cruzar la carretera sin aviso. Aquello no tenía nada que ver con Los Angeles, donde los únicos animales que frecuentaban la calle eran los conductores.
Sin embargo, el siniestro estado de ánimo de Connor tenía más que ver con una mujer que con ninguna de esas otras circunstancias. Se trataba de Glitter Baby. Connor llevaba diez días buscándola, pero ella no quería que nadie la encontrara. Y, de momento, estaba ganando la batalla.
Miró la foto que tenía en el asiento de al lado. Era una de esas fotos tomadas «a la caza», en la que se apreciaban los ojos de color violeta de aquella mujer, su pelo rubio que caía como una gloriosa cascada. Tenía la piel pálida y luminosa, que casi se confundía con el traje que llevaba. Sus labios gruesos y bien dibujados parecían haber sido esculpidos para incitar al pecado.
–¿Dónde demonios se habrá metido? –murmuró Connor–. ¿Cómo puede alguien con un rostro como este desaparecer sin dejar rastro.
Volvió a centrar su atención en la carretera, justo a tiempo para evitar chocar con otro vehículo que circulaba demasiado despacio.
Estaba harto de viajar, estaba harto de dormir en moteles. Sobre todo odiaba viajar, a través de las montañas, en pequeñas avionetas. Sabía que aquella podía ser una búsqueda infructuosa, pero se negaba a cesar en su intento por hallar a aquella mujer. No estaba dispuesto a dejarse vencer, mucho menos aún en aquellas circunstancias.
El móvil que llevaba en el bolsillo de la chaqueta sonó y él lo buscó sin apartar la vista de la carretera. Solo había una persona que conociera aquel número: su ayudante Morris Gold.
–Dime, Morris. ¿Has tenido suerte en Texas? Sí, ya sé que es un sitio muy grande… No, no quiero entrevistar a Alan Greenspan. ¿Quién quiere escuchar a alguien hablar de tipos de interés durante una hora? No, necesito algo especial. Nadie ha sido capaz de encontrar a esta mujer en dos años –hubo un corto silencio, solo interrumpido por las gotas de lluvia que golpeaban sobre el capó–. No, no estoy poniendo las cosas difíciles. ¿Cómo que estás empezando a soñar con ella? ¡No te puedes enamorar de una foto! Yo soy un experto en no enamorarme, Morris. Conozco estas cosas. Llámame si ocurre algo.
Connor dejó el teléfono sobre el asiento y suspiró. Había trabajado como periodista con mucho éxito durante seis años, siempre buscando retos como aquellos. Glitter Baby había sido la punta del iceberg del mundo de la moda durante ocho años. Había empezado a desfilar a los catorce, ya entonces con gran éxito. Hacía dos años, se había retirado sin intención de regresar, ni anuncio alguno de planes futuros. El equipo de búsqueda de Connor la habían tratado de localizar, pero parecía haberse desvanecido. Su nombre verdadero era Frances Calhoon. Había nacido en Redfern, Wyoming, donde su padre había sido granjero hasta hacía seis años, en que había fallecido. Su madre se había trasladado entonces, pero ninguno de los vecinos sabía adónde. No sabía más. Connor estaba ansioso por saber más, por conocer la misteriosa historia de la modelo desaparecida, con la que habría logrado un programa de máxima audiencia.
Tenía que encontrarla.
Connor iba siguiendo todas las pistas, comprobando todos los lugares en los que había sido vista. La última noticia era que la habían visto en un rodeo, en Wyoming. Y allí estaba él, aunque no abrigaba muchas esperanzas de encontrarla realmente. Las vacas y las supermodelos no solían encajar.
Miró de nuevo la foto. Sin duda la cámara la adoraba. No le extrañaba que hubiera alcanzado el éxito. A diferencia de otras modelos de miradas vacías, sus ojos brillaban con fuego y fantasía. Tenía una aspecto mitad desamparado, mitad de sirena, una explosiva y afrodisíaca mezcla.
Se preguntó qué se sentiría en sus brazos.
Después de una noche inquieta en un motel de Oakley, Connor se recorrió, como de costumbre, los cafés y las tiendas de la zona, mostrando una foto de Frances Calhoon, y tuvo que escuchar los mismos comentarios una y otra vez.
–Sí, claro que sé quien es. Pero no, no la he visto por aquí.
Connor llevaba siempre gafas de sol, para ocultar en lo posible su conocido rostro. Una gorra de béisbol completaba el equipo de camuflaje.
Connor era uno de esos hombres a los que desean las mujeres, con anchos hombros y vaqueros ajustados. Desde su época de universidad, en que era la estrella del fútbol, las mujeres habían demostrado apreciar su físico. Él hacía lo que podía, no negándose a sus deseos. Una lesión de rodilla puso fin a tan gloriosa carrera, y tuvo que empezar a trabajar con su padrino, Jacob Stephens, en la televisión por cable. Su padrino le aseguró que tenía imagen y gancho para poder entrevistar a celebridades.
El trabajo resultó mucho menos estresante que el de jugador de fútbol y, muchas veces, se sentía culpable de estar recibiendo semejante sueldo por algo que realizaba con tal facilidad. Las altas esferas de la televisión parecían realmente contentos con su trabajo.
La verdad era que a Connor lo sorprendía aquel éxito. Sabía que sus formas, sus maneras, no eran la norma entre los periodistas de televisión, pero funcionaban.
Las mujeres afirmaban que su éxito se debía a su pelo, sus ojos y su boca. De hecho, Morris solía referirse a él como «ojitos de caramelo». A Connor no le gustaba en exceso que se hiciera tanto énfasis en su físico. Pero era una persona fácil y alegre que no se complicaba la vida en exceso. Dos veces al mes, recibía un cheque que lo curaba de objeciones.
Cuando se sentía aburrido de lo que hacía, se decía que, seguramente, cualquier hombre que no pudiera hacer del fútbol su carrera profesional se sentiría aburrido en la vida. Acto seguido, revisaba su capital bancario y se sentía muchísimo mejor.
No obstante, la labor que tenía encomendada en aquel momento no tenía absolutamente nada de aburrida. Se había convertido en un auténtico reto.
Además, le debía aquello a Jacob Stephens, que estaba a punto de invertir en toda una red de canales y necesitaría aquello para hacer subir la audiencia. Connor tenía que hacer aquello por su padrino.
Connor llegó a un establecimiento llamado «Howdy Do Farm and Feed», donde vendían abastecimiento para ganado. Miró el letrero y estuvo a punto de pasar de largo, cuando recordó lo que le habían comentado sobre