Una mujer sofisticada
Por Bj James
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Una mujer sofisticada - Bj James
Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2001 Bj James
© 2017 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Una mujer sofisticada, n.º 1138 - agosto 2017
Título original: The Taming of Jackson Cade
Publicada originalmente por Silhouette® Books.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-9170-050-0
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Índice
Portadilla
Créditos
Índice
Prólogo
Capítulo Uno
Capítulo Dos
Capítulo Tres
Capítulo Cuatro
Capítulo Cinco
Capítulo Seis
Capítulo Siete
Capítulo Ocho
Capítulo Nueve
Capítulo Diez
Capítulo Once
Capítulo Doce
Si te ha gustado este libro…
Prólogo
En un escaso momento de paz, Jackson Cade estaba frente a la puerta del granero, tan rígido como una estatua. En aquella repentina y bendita tranquilidad, recorrió con triste mirada la tierra que se extendía hacia el horizonte, pero no veía nada.
Su mente estaba demasiado llena de pena y sufrimiento como para apreciar lo hermosos que estaban los pastos a la luz de la luna. No olía el perfume de la noche sureña, que flotaba en la brisa que acariciaba su acalorada piel con un refrescante beso.
En otro momento, habría contemplado aquella vista con orgullo por todo lo que veía. Aquello era River Trace, su tierra, su hogar, un lugar que él había convertido en lo que era. Sin embargo, aquella noche, no había orgullo, ni satisfacción por lo conseguido, sino solo la sensación de que había entablado una batalla feroz y frenética… y había perdido.
A causa de su fracaso y de su empecinada altanería, una magnífica criatura iba a morir. Y con ella, todos sus sueños.
Sonaron unos pasos a sus espaldas y una mano le agarró por el hombro. Jesse Lee, un buen amigo y experto en caballos, le preguntó con voz ronca:
–¿Qué haces aquí de pie?
–Supongo que pensando que ojalá pudiera cambiar las cosas –respondió Jackson, encogiéndose de hombros.
–Creo que los dos desearíamos poder cambiar un montón de cosas –afirmó Jesse–, pero el caso es que no podemos. Y no hay vuelta atrás. Solo se puede ir hacia delante.
–¿Y cómo lo hago? –preguntó Jackson, con una amarga sonrisa.
–Se hace entrando en la casa y realizando la llamada de teléfono que te has negado a considerar. No sé si vas a conseguir algo con eso, pero debes intentarlo. Y si salvas al pobre animal que está sufriendo en ese establo, o al menos alivias su sufrimiento, ¿qué es eso comparado con el esfuerzo que tendrías que hacer?
–No te tragas las palabras, ¿verdad, viejo?
–No lo he hecho nunca. Y tienes razón en lo que has dicho. Ya soy demasiado viejo para comenzar.
Jackson asintió, pero no apartó la vista del horizonte. Aquello era más que River Trace. Era su sueño. El trabajo de toda una vida. La inversión de todo lo que tenía, de su corazón, de su sangre, de su sudor y de sus lágrimas. Después de años de lucha, solo faltaban uno o dos potros para que se cumplieran sus sueños más ansiados, unos potros que podrían no nacer nunca. A menos que una llamada de teléfono consiguiera el milagro.
–A menos que… –musitó él, dando un paso al frente.
–¿Qué significa eso? –le preguntó Jesse, mientras dejaba caer el brazo.
–Exactamente eso, Jesse. A menos que –dijo Jackson, tristemente, mientras iba en dirección hacia la casa, que estaba algo descuidada, siempre por favorecer a los establos y a los caballos.
–¿Dónde demonios vas, Jackson Cade?
–A hacer una llamada de teléfono. A rezar.
–¿Te importa si me uno a ti en lo de rezar?
–Hazlo –respondió Jackson. Cuando estaba al lado de la escalera que llevaba a la puerta trasera, se dio la vuelta–. Gracias por venir esta noche, Jesse. Sé que lo has intentado.
–Los dos lo hemos hecho, Jackson, pero lo que podíamos hacer no era suficiente.
Jackson respiró profundamente y asintió. Entonces, se dio la vuelta y empezó a subir los escalones de piedra.
–Nuestra mala suerte es que tu hermano no esté aquí. La buena es que hay otra persona. Llama –susurró Jesse–. Arriésgate. Lo que consigas con ello podría valer su peso en oro.
Capítulo Uno
Los gritos. Todavía podía escuchar los gritos…
Haley Garrett se aferró al volante y, tratando de olvidarse de la incongruencia de su elegante vestido negro y del perfecto recogido con el que se había peinado su cabello rubio platino, apretó el pie sobre el acelerador.
Era muy tarde. La luna llena brillaba en el cielo. Sin embargo, Haley no pensó en la bella noche sureña mucho más que en la fastuosa fiesta o en el atractivo hombre al que había abandonado para acudir a aquella llamada. Solo pensaba en su destino y en el misterio que allí la aguardaba.
Por fin, pasó a través de una verja abierta que precedía a una larga avenida de robles. Más allá, había vallas que guardaban los pastos de River Trace, uno de los mejores criaderos de caballos de todo el sur. Sabía que la tierra era magnífica y que los animales eran extraordinarios, pero, a pesar de su belleza, para Haley, aquella tierra estaba desgarrada por los gritos de un único caballo, unos gritos agónicos, enloquecidos, que resonaban sin cesar en su memoria.
A pesar de que, a través del auricular del teléfono, habían sonado algo amortiguados, se habían convertido en un lúgubre acompañamiento a la petición de ayuda que había escuchado. Jackson Cade tenía que estar completamente desesperado para buscar la ayuda de Haley, recién llegada a Belle Terre y, por lo tanto, la veterinaria de la que menos referencia se tenía en la ciudad.
Al fin, iluminada por la luz de la luna, llegó al rancho. La casa había visto días mejores, pero, todo el conjunto podría haber sido sacado de las páginas de un libro de Historia. Detrás de la casa encontró la única nota discordante: el establo principal. A pesar de que estaba construido en un estilo tradicional, se notaba que era completamente nuevo. Seguramente sus instalaciones serían de las más modernas.
Tras detener su furgoneta, Haley saltó del vehículo. Solo se tomó el tiempo necesario para cambiarse las elegantes sandalias que llevaba puestas por unas botas de goma y se colocó unos guantes. Sin prestar atención a lo ridículo de su atuendo, agarró su maletín. No obstante, decidió que, en lo sucesivo, llevaría siempre unos vaqueros y una camisa en el maletero.
Rápidamente, se dirigió hacia el establo. Al llegar, notó que el interior estaba profusamente iluminado. Entró y se detuvo en la puerta. Tal y como había pensado, las instalaciones eran de última tecnología.
–Doctora –le dijo un hombre, desde el final del impecable pasillo.
–Jesse –respondió Haley, al reconocer al vaquero que trabajaba como capataz en Belle Reve, el rancho que Gus Cade, el patriarca de la familia, dirigía con mano de acero.
No le sorprendió la presencia de Jesse Lee, dado el amplio conocimiento que tenía sobre los caballos. Haley se habría imaginado que, en ausencia de Lincoln Cade, su socio en la consulta de veterinaria, Jesse hubiera sido el primero al que se recurría.
Se preguntó dónde estaría él. Él. Jackson Cade, el hermano de Lincoln, el tercero de los hijos de Gus Cade, el hombre que, desde el principio, había mostrado una abierta antipatía hacia ella y que siempre había rechazado que Haley se ocupara de sus caballos. Hasta aquella noche.
–¿Cómo está? –preguntó ella–. La situación parecía urgente. He venido tan rápidamente como he podido.
–A mí me parece que ha venido demasiado rápido –bromeó Jesse, recorriendo con la mirada el vestido negro que Haley llevaba puesto.
–¿Está tratando de demostrar algo, doctora? –le preguntó una segunda voz, a sus espaldas, en un tono muy diferente al de Jesse.
Cuando Haley se dio la vuelta para enfrentarse con su acusador, vio que la mirada de Jackson Cade era todavía más fría que su tono de voz. La joven veterinaria trató de guardar la compostura y no responderle en el tono insultante que él había efectuado la pregunta, sin sentirse intimidada ni provocada.
–Estoy aquí porque usted me ha llamado, señor Cade. Aparte de eso, no tengo nada que demostrar.
–Ah –replicó él, mirándola de arriba abajo. Sus ojos se entretuvieron más de lo necesario sobre el escote, para luego deslizarse por la falda y terminar sobre las botas–. Entonces, ¿tenemos que creernos que siempre acude a hacer sus visitas vestida como la duquesa de Belle Terre? ¿O, mejor aún, que ha hecho una concesión al recibir esta llamada y que está rebajándose al acudir a River Trace?
–Los dos sabemos muy bien que nunca he venido a River Trace –replicó ella, a pesar de que aquel comentario le había dolido–. Nunca he venido a este rancho porque usted nunca ha querido que viniera. Esta noche, he acudido directamente, tal y como estaba. Por el tono de su voz y por los gritos de su caballo, sentí que la rapidez en acudir a su llamada era más importante que el modo en el que estuviera vestida. Lincoln no está aquí, como bien sabe usted cuando se dignó a llamarme, así que espero que se dé cuenta de que hay situaciones en las que uno no puede ser exigente. Esté o no vestida como usted considera apropiado, soy lo único que tiene.
Haley se irguió y miró fijamente los ojos de Jackson Cade, que podrían haber resultado muy hermosos de no ser por aquella dura mirada. Sin embargo, él decidió mirarla de nuevo de arriba abajo, con el mismo detenimiento que lo había hecho antes.
Haley soportó la situación aferrándose a su compostura. Se negaba a darle a aquel hombre tan insufrible la satisfacción de sonrojarse. La había llamado para que fuera ayudarlo. La situación era muy grave y, sin embargo, él parecía estar perdiendo un tiempo precioso con aquel comportamiento tan machista y tan extraño en él. Se sabía que Jackson Cade era un hombre al que le encantaban las mujeres, sin reserva. No obstante, a las mujeres profesionales, ambiciosas y motivadas como Haley, solía tratarlas cortésmente, con un respetuoso distanciamiento. A todas, menos a Haley Garrett, que parecía merecerse una hostilidad especial. Ella no entendía aquella antipatía, que parecía aumentar cada vez que se encontraban.
Incluso en aquellos momentos, por razones que él solo conocía, la necesidad de humillarla era aún más fuerte que su desesperación, lo que no parecía encajar con su amor por los caballos. Como propietario de algunos de los mejores caballos de la tierra, Jackson Cade no escatimaba ni tiempo ni dinero para asegurar el bienestar de sus animales.
A pesar de que desconfiaba plenamente de la socia de su hermano en la consulta veterinaria, la actitud que demostraba hacia Haley rayaba en lo ridículo. Ella no llegaba a comprender los motivos ni a vislumbrar el origen de los mismos. Sin embargo, dado que había dejado de pensar que él pudiera dirigirse a ella de un modo normal y mucho menos explicarle cuáles habían sido sus pecados, la joven había dejado de tratar de comprender a Jackson Cade hacía semanas.
Si solo fuera por aquel frustrante hombre, se daría la vuelta y se marcharía de allí inmediatamente. No obstante, el que necesitaba su ayuda no era solo el enigmático Cade, sino su caballo. Desde su llegada al establo, Haley había escuchado los sonidos angustiados que provenían de uno de los pesebres. Como no podía darle la espalda a aquella criatura que necesitaba