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La Resolución para Mujeres
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La Resolución para Mujeres

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En La Resolución para Mujeres, obra escrita en cooperación con la película Reto de Valientes (de los productores de la película A Prueba de Fuego), la popular disertante y escritora Priscilla Shirer desafía a todas las mujeres para responder decididamente y crecer en el hermoso y eterno llamado de Dios en sus vidas. 
Tal como los hombres de la película que deciden asumir plenamente sus responsabilidades ante Dios, Shirer explica la manera en que las mujeres de hoy día pueden y deben experimentar su propia resolución. Se trata de un estandarte decisivo que ondea sobre la vida de una mujer, un estandarte escrito con la tinta de sus propias determinaciones. El estandarte de una mujer tiene que ser un reflejo exacto de la persona que ella desea ser - alguien totalmente centrada en Cristo, que bendice y cambia lo que hay en su mundo para mejorarlo. 

La Resolución para Mujeres
inspira a las mujeres con un modo de vida deliberado y espiritual desde tres puntos de vista singulares. La primera sección ayuda a una mujer a definirse como auténtica, intencionalmente femenina, sorprendentemente satisfecha y fielmente consagrada al Señor. La segunda sección la invita a valorar lo mejor de sí misma, su bendición, su honor y su corazón. Y la tercera sección se concentra en honrar alegremente al Señor como esposa, madre y miembro de una familia, a la vez que decide vivir con una actitud que deje un legado cristiano. La Resolución para Mujeres se ha diseñado para inspirar una revolución.
Written in partnership with Sherwood Pictures' upcoming film, COURAGEOUS, in The Resolution for Women, popular speaker and author Priscilla Shirer challenges all women to be intentional about embracing and thriving in God's beautiful and eternal calling on their lives. 

Like the men in the movie who resolve to fully accept their responsibilities before God, Shirer explains how today's women can and should live out their own resolution. It is "a defining banner that hangs over your life, written in the ink of your own choices." A woman's banner should be an accurate reflection of who she desires to be-someone completely Christ-centered who blesses and changes things in her world for the better. 

The Resolution for Women inspires women with intentional, spirit-filled living from three unique angles. Section one, entitled, "This Is Who I Am", helps a woman define herself as "authentically me, purposefully feminine, surprisingly satisfied, and faithfully His." Section two, "This Is What I Have," invites her to value "my best, my blessing, my honor, and my heart." And Section three, "This Is What Matters To Me", focuses on joyfully honoring God as a wife, mother, and family member while resolving to live with the grace that leaves a godly legacy. The Resolution for Women is designed to inspire a revolution.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento15 oct 2011
ISBN9781433675454
La Resolución para Mujeres
Autor

Priscilla Shirer

PRISCILLA SHIRER (Dallas Theological Seminary) is an internationally-recognized Bible teacher who focuses her ministry on the expository teaching of the Word of God to women. She desires to see women both understand the uncompromising truths of Scripture intellectually and experience them practically. Priscilla is the author of A Jewel in His Crown, And We Are Changed, He Speaks to Me, and Discerning the Voice of God. She is also an accomplished vocalist. Priscilla and her husband, Jerry, are the founders of Going Beyond Ministries and live in Dallas, Texas with their three sons.

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    La Resolución para Mujeres - Priscilla Shirer

    PARTE I:

    Lo que soy

    Cada bocado es importante

    «Será un buen año para ti, amiga. Treinta y seis es una edad fabulosa».

    Treinta y seis.

    Eran los últimos días de diciembre y estaba a punto de cumplir 36 años. Sentada a la mesa frente a una amiga que ya había dejado atrás esa década hace mucho tiempo, observé cómo le brillaban los ojos color café, con un tinte de emociones recordadas.

    No sé por qué, pero algo de lo que dijo me impactó. Quizás fue la manera de decirlo. Tal vez fue la expresión de sus ojos o la sonrisita que le asomaba en la comisura de sus pequeñísimos labios. No importa qué fue, pero me atrajo, captó mi atención, y se instaló en mi mente y corazón para considerarlo.

    Pensé en este cumpleaños desde su perspectiva. Varias veces habíamos hablado de los incidentes de su vida como veinteañera, las sorpresas que la habían interrumpido como treintañera y la tranquilidad que la había tomado de la mano para guiarla hasta los 40. Hacía 25 años que estaba casada, había criado tres hijos increíbles, y lidiado con los giros inesperados de la vida que la mayoría de los que están a punto de cumplir 50 probablemente ha experimentado. Se había desilusionado, había experimentado un gozo increíble, y ahora vivía una vida plena y repleta de amistades profundas y de una fe aun más profunda.

    Y sentadas a la mesa navideña de aquel restaurante, mientras devorábamos un delicioso volcán de chocolate, mi amiga exhaló un profundo suspiro de mujer satisfecha. Se quitó el flequillo rubio de los ojos, levantó un poco la cabeza y me dijo que la etapa a la que yo estaba por entrar era buena, que tenía que recibirla con expectativa y disfrutar sus bendiciones. Los hijos ya son un poco más independientes, el matrimonio unos años más maduro y el cuerpo todavía apunta bastante al norte.

    Sí, el recuerdo de ese año de su vida la hacía sonreír. Había sido bueno.

    Y luego de ese comentario sencillo, regresó a la delicia de chocolate.

    Me parece que no notó mi reacción. No vio cómo el peso de su comentario me golpeó con toda su fuerza, como un jugador de béisbol que se balancea y le pega a la pelota con ímpetu. Con un giro repentino de la muñeca, había hecho volar mi corazón por el campo abierto de la convicción. Su sugerencia, implícita en pocas palabras (la manera en que me proponía enfrentar esta nueva etapa de la vida) era completamente opuesta a mis tendencias naturales.

    Verás, soy la clase de persona que se adelanta a los acontecimientos, y, a menudo, realizo la actividad presente en forma mecánica para llegar a la siguiente. Mi corazón y mi cuerpo no siempre comparten el mismo espacio. En lugar de saborear cada momento, cada año, cada oportunidad y cada paso del camino, no veo la hora de llegar a la próxima actividad, que siempre parece más atractiva que la presente. Casi nunca estoy del todo satisfecha con mi situación actual.

    Al hacer un rápido inventario mental, se comprobó que no había estado del todo presente en muchas partes de mi vida. En la adolescencia, me había apurado con impaciencia por alcanzar la mayoría de edad. En la universidad, cuando era soltera, no veía la hora de estar en una relación comprometida y terminar de estudiar, para que la vida pudiera «comenzar al fin». Entonces, cuando llegó mi compañero para la vida, disfruté de los primeros años de matrimonio, pero a veces abrigaba descontento por nuestra falta de hijos. Y cuando empezaron a llegar los hijos, las noches se hicieron largas y los días aún más largos, y me la pasaba orando para que la hora de ir a dormir llegara más rápido que el día anterior. Estuve presente todos esos años de mi vida como estudiante, esposa y mamá (como mujer), y sin embargo, tengo pocos recuerdos, pocos sentimientos que asocie con algunos de esos momentos de la vida. ¿Por qué? Porque había estado allí, pero en realidad no estuve.

    Y a punto de cumplir 36, comprendí que tampoco había participado del todo de ese último año. Es cierto, en general lo había disfrutado, pero no lo había absorbido, saboreado, valorado, celebrado ni apreciado por lo que fue: la única vez en la vida que tendría 35 años. Ahora ya se terminaba, y tenía ante mí un año nuevo, lleno de todas las cosas, las personas, las situaciones, las relaciones y los hitos que lo transformarían en una experiencia singular: mi única oportunidad de ser la persona que sería a esta edad y en esta etapa. Solo ese año, mi esposo sería exactamente así. Solo durante esos momentos fugaces, mis hijos hablarían, lucirían y actuarían precisamente así. Y si decidía apurarme para evitar las partes que no me gustaban, también perdería todo lo que apreciaba de esta época.

    Reconocí que al apresurarme por la vida, sutilmente había menospreciado a los que me rodeaban y las experiencias que me tocaron, por no estimar la importancia y el valor que traían a mi vida en ese momento y no asumir mi responsabilidad de apreciar y tratar bien esos regalos que Dios me confió. En lugar de asumir el privilegio de ser una bendición para mi esposo, mis hijos, mis amigos y los demás, les había comunicado en forma tácita que quería que cambiaran y que se apuraran para ser otra persona, alguien que se ajustara más a lo que yo deseaba y necesitaba, para seguirme a toda marcha a un lugar donde me hicieran más feliz que ahora.

    Así fui hasta hoy. Siempre con los ojos puestos en el próximo momento, el próximo mes, el próximo acontecimiento, y sin concederme casi nunca el privilegio de participar y disfrutar plenamente lo que sucedía en el presente.

    Y con el último bocado del postre más revelador que jamás había comido, comprendí que ese sentimiento tenía nombre: descontento. Toca a tu puerta al igual que la mía, ansioso por entrar y ponerse cómodo. Pero en lugar de hacer visitas cortas y esporádicas, se instala, desparrama su equipaje por todas partes y llena espacios que pensaste que habías guardado con llave contra este odioso intruso. Entra. Se queda. Te roba tus años. Y cuando te das cuenta, ya perdiste las alegrías de la vida, el crecimiento que produce combatir contra las dificultades, la experiencia cordial y agradable de crear recuerdos.

    Salí de mi trance momentáneo y miré mi plato. Ya no quedaban más bocados. Solo un poco de jarabe de chocolate adornaba el fondo, con algunas migas de torta esponjosa y unas gotitas de crema batida. Con una nueva determinación, comencé a raspar todo lo que podía rescatar, porque no quería dejar atrás nada de esta deliciosa experiencia. Mmmmm. Valió la pena el esfuerzo. Fue tan sabroso como el primer bocado.

    Me alegra no haber dejado nada en el plato.

    Prometí no volver a perderme nada en la vida.

    • Considera con cuidado qué dice la Biblia sobre el contentamiento:

    • «… la verdadera sumisión a Dios es una gran riqueza en sí misma cuando uno está contento con lo que tiene» (1 Timoteo 6:6, ntv).

    • «Así que, si tenemos suficiente alimento y ropa, estemos contentos» (1 Timoteo 6:8, ntv).

    • «Sean vuestras costumbres sin avaricia, contentos con lo que tenéis ahora; porque él dijo: No te desampararé, ni te dejaré» (Hebreos 13:5).

    • ¿Qué has estado pasando por alto?

    • ¿Adónde querías llegar con tanta prisa?

    • ¿Qué partes buenas de tu experiencia perdiste en el intento de evitar las difíciles?

    • ¿Qué puedes cambiar hoy para «raspar el plato» (juntar todo lo bueno que te rodea) y comenzar a disfrutar tu vida?

    El secreto

    A mis hijos les gustan los secretos. Es más, tenemos un juego que se centra en ellos. A veces, cuando vienen sus amigos, formamos una fila. El que está al frente le susurra un secreto al que está detrás y, después, el diálogo misterioso pasa de uno a otro hasta llegar al final. Casi siempre, lo que el primer participante le comunicó al segundo se malentiende, malinterpreta o manipula de alguna manera en el trayecto. Por alguna razón, el mensaje nunca se transmite con claridad hasta el final.

    Y según nuestra posición en la fila como mujeres hoy y en esta cultura, creo que nos ha sucedido lo mismo. Lo que oímos que debería ser el secreto de nuestra satisfacción parece totalmente distinto del que se pronunció originalmente, hace siglos.

    Hoy oímos sobre una filosofía de la felicidad que en realidad nos prepara para no ser felices. Dice que siempre hay otra cosa, algo más, algún requisito adicional que necesitamos antes de poder disfrutar de la vida como se debe. Entonces, las publicidades nos bombardean con sugerencias, nos cargan con recomendaciones para abrirnos el apetito y tentar nuestras papilas gustativas, alentándonos a deshacernos de lo viejo y adquirir lo nuevo, a estar insatisfechas con lo que ya tenemos.

    Si eres soltera, deberías tener la seguridad del matrimonio.

    Si eres casada, deberías tener la libertad de la soltería.

    Si vives en un apartamento, ya sería hora de que tengas una casa.

    Si tienes una casa, debería ser más grande que la que ya posees.

    ¿Entiendes el mensaje?

    Tu ropa debería ser de esta marca.

    Tienes que arreglarte según esta moda.

    Tus hijos deberían parecerse más a esos niños.

    Tu éxito debería medirse según estas normas.

    Las consecuencias son inevitables. Con una dieta constante de deseos sin cumplir, no podemos evitar desarrollar cierto desprecio por nuestras circunstancias actuales. Atrapadas en este círculo vicioso, nos sentimos incompletas y deficientes. Infelices. Descontroladas. Descontentas.

    Insatisfechas.

    Precisamente por esto, una mujer satisfecha es algo tan inusual. Llama mucho la atención en un mundo que vive con una versión aguada del secreto… un secreto del cual ella conoce la verdad. Es evidente por su paz y su serenidad, su consuelo y su tranquilidad, por la misteriosa soltura que la acompaña. Su mera presencia deja un aire fresco en cualquier lugar adonde está, y todos pueden percibirlo.

    La rareza y la singularidad de una mujer que ha decidido contentarse con lo que tiene, con lo que es y con su lugar en el mundo es algo tan inusual y digno de elogio como una nevada navideña en medio del desierto. Ella captó el susurro suave de un secreto trasmitido de generación en generación, y ha decidido confiar en esa sabiduría para construir su vida. Es una mujer de sustancia porque está satisfecha: ha escogido el contentamiento en vez del descontento.

    Igual que la persona que pronunció por primera vez este secreto.

    El contentamiento no era un regalo singular que el apóstol Pablo había recibido; una faceta automática de su personalidad, sino una habilidad que había escogido y adoptado, y que luego había dominado y aplicado a su turbulenta experiencia de vida. Como resultado, pudo decir con seguridad bíblica: «He aprendido a contentarme, cualquiera que sea mi situación» (Filipenses 4:11).

    Aprendió.

    Comprendió.

    Adquirió la habilidad.

    Desarrolló la disciplina.

    Perfeccionó la capacidad.

    Y todo comenzó con un «secreto» (4:12): un misterio inalterable aun cuando las circunstancias externas no fomentan una tranquila sensación de bienestar. Conocía bien la desilusión y la escasez. Sus enemigos lo habían golpeado, apedreado y acosado. Es más, cuando escribió estas palabras a los cristianos de la antigua ciudad macedonia de Filipos, estaba en la cárcel, se enfrentaba a la muerte y soportaba las circunstancias más extremas que podríamos imaginar. Nada le salía bien.

    No negaba la realidad. Sin problema, admitió que no veía un buen pronóstico. Tampoco se refugió detrás de la persecución ni actuó como un mártir, intentando hallar cierta satisfacción al saber que sufría más que los demás.

    Sencillamente, sabía un secreto. Eso le dio paz y serenidad frente a sus funestas dificultades… el mismo secreto al que podemos aferrarnos cuando todo va de mal en peor o quizás, simplemente, cuando la situación no es la que escogeríamos. Es la clave para inundar el corazón con esa alegría que permanece en el interior sin importar lo que suceda en el exterior.

    ¿El secreto de Pablo? Había resuelto contentarse.

    He aprendido a estar contento con lo que tengo. Sé vivir con casi nada o con todo lo necesario. He aprendido el secreto de vivir en cualquier situación, sea con el estómago lleno o vacío, con mucho o con poco. Pues todo lo puedo hacer por medio de Cristo, quien me da las fuerzas. (Filipenses 4:11-13, ntv)

    La palabra griega que utilizó Pablo en el versículo 11 para contento se refiere a una suficiencia interior: la satisfacción que se encuentra en la profundidad de la comunión personal con Dios, independiente de los factores externos. Cuando se descubre y se utiliza, la suficiencia de este «secreto» puede hacer que cualquier experiencia produzca un profundo deleite y establidad emocional, sin importar cuán monótona o inquietante parezca.

    No solo para Pablo.

    Para ti. Para mí.

    Y eso coloca a mujeres como nosotras en una posición de asombrosa libertad.

    Cuando llegas a la conclusión de que lo que ya tienes es suficiente y adecuado (y que Dios lo considera suficiente), tienes las herramientas y el poder para participar de lleno en las tareas que tienes por delante en esta etapa de la vida. Pablo lo describió así:

    «Y poderoso es Dios para hacer que abunde en vosotros toda gracia, a fin de que, teniendo siempre en todas las cosas todo lo suficiente, abundéis para toda buena obra». (2 Corintios 9:8)

    Una cosa lleva a la otra. Cuanto más crees que la gracia de Dios abunda para ti, más convencida estarás de que siempre tendrás lo que necesitas. Y cuanto más segura estés de que nada te faltará, más dispuesta estarás a entregar tus recursos y tu tiempo cuando sea necesario, porque sabrás que el Señor siempre repondrá tu reserva.

    Que no te quepa duda. Dios te dará lo que necesites para sobresalir en Sus propósitos. Así que, si no tienes eso (sin importar lo que sea), será porque no lo necesitas. Quizás lo quieras, pero no es necesario para lograr lo que el Señor considera importante para tu vida hoy. De lo contrario, ya te lo habría dado. Te ama demasiado y «no quitará el bien a los que andan en integridad» (Salmo 84:11).

    Dios da o retiene por razones específicas: razones que quizás solo Él conoce, pero puedes tener plena confianza de que es lo mejor. Para cada decisión que debas tomar, cada tarea que tengas que emprender, cada relación que necesites desarrollar y cada circunstancia de la vida diaria que tengas que atravesar, Dios ya tiene preparada una dosis de Su gracia, equivalente o aun mayor. Si no lo crees, no estás apreciando adecuadamente lo que tienes o estás haciendo algo que no es para este momento.

    Las personas que creen vivir con carencias son fáciles de divisar. Son mezquinas con su tiempo. Acaparan sus recursos. No comparten su energía. No están dispuestas a sembrar en las vidas de los demás porque temen que sus recursos no les alcancen; que no haya suficiente tiempo, energía, talento, dinero, capacidad ni paciencia. Es como mi hijo de dos años que no quiere compartir con sus amigos por temor a quedarse sin nada.

    No obstante, cuando actuamos así, la «toda buena obra» que Pablo señala (las tareas y las relaciones verdaderamente importantes en la vida, las que prometen bendición para nosotros y los demás) queda sin hacer. No podemos participar por completo, mucho menos sobresalir en algo, si en primer lugar sentimos que no tenemos la cantidad, la marca o la clase adecuada de recursos para hacerlo. Así que la «obra» queda sin nuestra participación, y nos perdemos las numerosas maneras en que esa «obra» puede tocarnos: el impacto, los recuerdos, las lecciones y las experiencias que Dios entreteje como parte fundamental de nuestra historia.

    Dios ya dio suficiente. Siempre lo hace.

    Y cuando escojamos reconocerlo y confiar en Su suministro continuo, podremos disfrutar de la vida como nunca antes. Por fin, viviremos con plenitud.

    Has hallado el secreto.

    Ahora puedes trasmitirlo.

    • La mujer con espíritu de contentamiento conoce sus necesidades y lo que Dios ya proporcionó para satisfacerlas. Comienza tu travesía haciendo una lista. De un lado, escribe «mis necesidades»; del otro, «la provisión de Dios». Luego, asocia tus necesidades con la manera en que el Señor las está cubriendo. Coloca la lista en un lugar accesible, para recurrir a ella cuando te veas tentada a tender al descontento.

    • ¿Qué querrá formar Dios en tu carácter o cimentar en tu relación con Él al mantenerte lejos de algunas de las cosas que quieres, pero que aún no tienes?

    La bendición que desborda

    Den, y recibirán. Lo que den a otros les será devuelto por completo: apretado, sacudido para que haya lugar para más, desbordante y derramado sobre el regazo. La cantidad que den determinará la cantidad que recibirán a cambio. (Lucas 6:38, ntv)

    «Utilizar las medidas exactas». Así dice la receta. Con énfasis en la palabra «exactas». Recibí una lista de instrucciones de parte de una amiga que no solo compartió su técnica para hornear el mejor pan que yo haya probado, sino que también me dio un frasco de «iniciador» para pan, que guardé en el refrigerador. Ahora tenía la oportunidad de ver si podía equiparar sus habilidades. Quería sorprender a mi familia con pan casero. Esa clase de pan casero. Como el de ella.

    Una vez a la semana, saco el iniciador de la heladera: una mezcla líquida y burbujeante que sirve como base para este pan increíble. Luego, despliego el papelito arrugado que me entregó y sigo con cuidado las instrucciones. Me dijo que eran sumamente importantes.

    Vaya si tenía razón.

    Este pan es temperamental. Tiene un problema de carácter. No sé bien qué lo provoca, pero un pequeño error en el proceso de preparación puede impedir que la masa se levante o que alcance un dorado perfecto en el horno. Hay que tener cuidado.

    Con el tiempo, mis hijos comenzaron a ayudarme: traen un taburete hasta la encimera, ansiosos por ensuciarse las manos en el proceso de amasado. Pero, antes de amasar, hay que añadir harina. Seis tazas, para ser exacta. Y estas medidas sí que deben ser exactas. Ahora puedo confiarle este paso a mi hijo de seis años, que ha visto con sus propios ojos la clase de cambios de humor que puede mostrar una hogaza cuando se le añade demasiada o muy poca harina. Él ha transformado este paso en una ciencia… una ciencia digna de Lucas 6:38: «una medida llena, apretada, sacudida» (nvi).

    Introduce el utensilio en la bolsa de harina y recoge «una medida llena»; una porción nada escasa. Por fortuna, mantiene la taza medidora sobre la bolsa, porque la harina se desborda por los costados. Pero como sabe que necesita la cantidad justa para añadir a los demás ingredientes, preparados ya en otro recipiente, sostiene bien el mango con sus deditos y «sacude» con suavidad la taza.

    Ya le expliqué que esto elimina las burbujas de aire que pueden formarse debajo, ocupando espacio que puede llenarse con harina. Al sacudir lo suficiente, se asegura de utilizar bien toda la taza para este propósito.

    Por último, coloca la otra mano sobre el montículo y le da golpecitos para asegurarse de que quede «apretado». Inevitablemente, descubre que la taza ahora puede contener más que antes. Entonces, vuelve a añadir harina y la nivela hasta determinar que ya no entra más. Luego, vierte la medida en el tazón de mezcla.

    Seis veces repite este proceso. Saca con la taza, sacude, aprieta. Saca con la taza, sacude, aprieta. A su ilustración, solo le falta una parte de las instrucciones bíblicas: la que nos insta a escoger cada día el contentamiento en vez del descontento: «una medida llena, apretada, sacudida y desbordante» (nvi).

    Al parecer, la receta de Dios para dar no tiene nada de exacta. Sus bondades son abundantes. No mezquina Su benevolencia, y es generoso con Su suministro. Promete que tendrás suficiente. Más de lo que piensas. Cuando das, te

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