Escoja perdonar
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Escoja perdonar - Nancy Leigh DeMoss
OH DIOS
LA SANGRE DE NUESTRO HIJO HA MULTIPLICADO EL FRUTO DEL ESPÍRITU EN EL TERRENO DE NUESTRAS ALMAS;
POR ESO, CUANDO SUS ASESINOS SE LEVANTEN DELANTE DE TI EN EL DÍA DEL JUICIO
RECUERDA EL FRUTO DEL ESPÍRITU POR EL CUAL ELLOS HAN ENRIQUECIDO NUESTRA VIDA. Y PERDONA.
— Obispo Hassan Dehqani-Tafti de Irán[1]
Contenido
Cubierta
Portada
Cita
Prólogo
Con gratitud
Introducción
1. Caminar lastimado
2. Lo que sucede cuando rehusamos perdonar
3. La promesa del perdón
4. Perdonar por causa de Jesús
5. El arte de perdonar
6. Enojado con Dios
7. Qué es el verdadero perdón y qué no lo es
8. Devolver una bendición
Epílogo
Notas
Créditos
Editorial Portavoz
PRÓLOGO
Durante mis muchos años como pastor, he visto cuánta destrucción y enfermedad acarrea un espíritu que no perdona. No es posible exagerar el daño emocional, espiritual y físico que se produce cuando rehusamos perdonar.
Alguien ha descrito la falta de perdón como la acumulación de ira reprimida. Con frecuencia, la ira puede pasarse por alto porque se niega, mientras continúa arraigándose y creciendo como un tumor invisible. El esfuerzo por almacenar nuestras heridas para que queden fuera del alcance de nuestra memoria consciente es como tratar de sujetar bajo el agua una pelota de playa totalmente inflada. Ante el más leve cambio de presión, sale disparada sin control.
Los psicólogos afirman que quienes cultivan malezas de amargura y falta de perdón pagan un alto precio. Cuando elegimos aferrarnos a nuestro rencor, renunciamos al control sobre nuestro futuro; perdemos el frescor del nuevo día y todas sus posibilidades a cambio del dolor del pasado. Muy a menudo desperdiciamos preciada energía física y mental cavilando acerca de alguien que puede estar muy alejado y ser totalmente ajeno a nuestros pensamientos. Tal vez incluso esta persona no es consciente de lo sucedido y, sin duda, en ninguna medida se siente afectada por lo que pensamos o hacemos.
Pero antes de haber terminado de leer el título de este libro, usted habrá asimilado la verdad más importante acerca del perdón: ¡El perdón es una elección! Nancy Leigh DeMoss deja muy en claro que cada uno de nosotros tiene el poder para perdonar y ser perdonado.
A partir de historias de la vida real, podemos ver la dicha del perdón y la amargura del resentimiento prolongado. Cada capítulo lo invita a experimentar la dinámica espiritual y emocional del perdón.
Este es un libro interactivo que le plantea interrogantes importantes. En varias partes, la autora presenta un cuestionario para ayudarle a evaluar su progreso en el ciclo del perdón. Las preguntas me parecieron prácticas, profundas y reveladoras.
Si bien Nancy Leigh DeMoss es una autora excelente, es ante todo una maestra de la Biblia. Como podría esperarse de cualquier libro con su nombre en la cubierta, este ofrece una prolija exposición de las Escrituras. No se me ocurre algún pasaje clave sobre el perdón que Nancy haya pasado por alto. De forma erudita y práctica, expone cada pasaje bíblico con toda su fuerza, a fin de que se entienda claramente el mensaje acerca del perdón.
En Escoja perdonar están ausentes las trivialidades que tantas veces aparecen en libros como este. No hay fórmulas ni respuestas simples. Pero si usted está buscando la realidad y la belleza del perdón bíblico, aquí la encontrará.
La forma como la autora aborda el tema del perdón a uno mismo
es la mejor respuesta a este asunto que he leído hasta ahora. Si usted es una de las tantas personas que cree que Dios puede perdonarlo, y al mismo tiempo no se perdona a sí mismo, este libro lo liberará de ese yugo.
Sea que usted necesite perdonar o ser perdonado, en este libro encontrará la fuerza espiritual que necesita para lograrlo.
DAVID JEREMIAH
Pastor principal, Shadow Mountain Community Church
Presidente, Turning Point Ministries
CON GRATITUD
No me parece justo que sólo mi nombre aparezca en la cubierta de un libro.
Como sabe cualquiera que ha escrito un libro o coronado cualquier otro logro, desde construir una casa hasta poner en marcha un negocio o criar una familia, no existen empresas de valor notable y duradero que se hayan realizado sin la ayuda de otros.
Cada libro que escribo, cada mensaje que doy a conocer a otros, es el fruto de la obra misericordiosa de Dios en mi vida. Y mi vida ha sido moldeada por un sinnúmero de maestros, mentores, pastores, líderes espirituales, autores, oradores y amigos que me han enseñado a vivir en los caminos del Señor siendo ejemplos para mí de su verdad, y aportando todo lo que son a lo largo de casi cinco décadas. Creo que la lista de sus nombres (incluso aquellos cuyos nombres nunca conoceré mientras viva aquí en la tierra), y todo lo que han contribuido a mi vida, llenaría un volumen de extensión considerable.
El Señor sabe cuánto me considero deudora, y cuán agradecida estoy por cada uno de estos siervos fieles.
Con respecto a este libro en particular y arriesgándome a omitir algunos nombres que deberían incluirse, reconozco con gratitud la participación de las siguientes personas en la creación de este libro:
♠ Lawrence Kimbrough, quien después de tomar montones de mis notas, copias de mensajes, archivos y correos electrónicos, junto con algunas conversaciones telefónicas, armó y configuró con destreza las diversas piezas logrando un borrador inicial que era la expresión de mi corazón; también me ayudó con el posterior desarrollo de muchos apartados del libro. Lawrence es un talentoso escritor que está cimentado en las Escrituras y que ama con ternura al Señor. Su toque personal es evidente en todo el libro, dando como resultado una obra mejor de la que yo hubiera podido escribir sin sus considerables aportes y esfuerzos.
♠ Robert Wolgemuth, quien me presentó a Lawrence y nos ha ofrecido su valioso apoyo al equipo de Moody Publishers y a mí a lo largo de este proceso.
♠ Mis apreciados amigos del equipo de Moody Publishers, entre ellos Greg Thornton, Elsa Mazon (ahora con Radio Moody), Betsey Newenhuyse, Dave DeWit, Judy Tollberg, John Hinkley, y otros que comparten la misma pasión que yo siento por ver vidas transformadas por el poder de la verdad del Señor.
♠ El Dr. Bruce Ware por su cuidadosa revisión teológica de no solo una sino dos versiones del manuscrito. Él y su esposa Jodi son almas gemelas que han servido de gran inspiración para esta sierva.
♠ Amigos que leyeron y comentaron el manuscrito en varias etapas, entre ellos Del Fehsenfeld III, Andrea Griffith, Paula Hendricks, Laine y Janet Johnson, y Kim Wagner, al igual que Dawn-Marie Wilson, que también colaboró en la investigación. También mi preciosa hermana, Elisabeth DeMoss, que siempre me trae citas e ilustraciones útiles.
♠ Mike Neises, colega por mucho tiempo y director de publicaciones de Aviva Nuestro Corazón. No hay forma de medir o reconocer adecuadamente su ayuda manifestada en su sabia dirección y supervisión, en su consejo y manejo de múltiples asuntos tan diversos.
♠ Sandy Bixel, mi extraordinaria asistente ejecutiva, cuyo corazón servicial y dotes administrativas hacen de mí una sierva mucho más eficiente y fructífera de lo que jamás hubiera sido sin ella.
♠ Cada hombre y cada mujer del equipo de Aviva Nuestro Corazón que sirven a mi lado. Este maravilloso equipo de colaboradores es una rica e inmerecida bendición del Señor. Su estímulo, sus oraciones y su infatigable labor que superó cualquier expectativa del deber durante un difícil año de transición en nuestro ministerio, me permitieron dedicar el tiempo requerido para escribir este libro.
♠ Mis amados compañeros de oración, y muchos otros que trabajaron conmigo, intercediendo por mí y por aquellos cuyas vidas serían liberadas mediante este llamado a elegir el camino del perdón.
SER PERDONADO ES TAN DULCE,
QUE LA MIEL ES INSÍPIDA EN COMPARACIÓN.
SIN EMBARGO, HAY UNA EXPERIENCIA AÚN MÁS DULCE,
Y ESTA ES PERDONAR.
—C. H. Spurgeon
INTRODUCCIÓN
Regina Hockett esperó su turno en la fila del supermercado para finalizar una transacción rutinaria en un día cualquiera. De pronto, comenzó a percibir un alboroto a su alrededor, un bullicio y voces raras. Sintió las primeras oleadas de alarma y adrenalina que lo invaden a uno ante la percepción del peligro.
De manera instintiva, se volteó para asegurarse de que Adriane, su hija de doce años, estuviera a su lado, justo donde segundos antes le había pedido una moneda para la máquina de gomas de mascar.
Pero no veía a Adriane por ninguna parte.
Alguna vez, en esos fugaces momentos entre el pasado y el presente, la chica había recordado dónde había dejado su mamá las monedas del cambio en el auto. La niña había salido del almacén para buscar una moneda en el cenicero del auto, y luego se disponía a regresar a la entrada del establecimiento, con la intención de cambiar su moneda por un chicle.
En ese momento, contra la puesta de sol color carmesí de mediados de octubre, se oyó el disparo de un rifle en el estacionamiento. Hubo pánico.
Para entonces, Regina recorría de arriba abajo los pasillos y los corredores de las cajas registradoras, llamando a Adriane, con sus ojos ansiosos, escudriñando, relampagueando. ¿Dónde podría estar? ¡Pero si estaba justo aquí! Por último, abriéndose paso con violencia hacia la salida, divisó el cuerpo sin vida de una niña sobre el pavimento, con zapatos que parecían conocidos y que destellaban con las luces del alumbrado público.
Era Adriane. Estaba muerta.
Pero ¿por qué?
Pasarían tres largos años antes de que la respuesta a ese interrogante comenzara a surgir; tres dolorosos aniversarios preguntándose quién había hecho esto y dónde se escondía.
Con el tiempo, los hechos salieron a la luz. Dos miembros de una pandilla de adolescentes habían partido aquella noche para darle un nombre
a su grupo rebelde. Cuando recorrían el estacionamiento de la tienda en ese vecindario de clase media de Nashville, con la ventana del lado del pasajero abierta, y un lustroso rifle de asalto completamente cargado en su regazo, habían escogido al azar una mujer de mediana edad que estaba de pie junto a su auto. Supongo que ella sería el objetivo.
Algo provocó que el tirador errara en su objetivo, y la bala alcanzó a una estudiante ejemplar de sexto grado.
Los sospechosos sonrieron y se burlaron del juez cuando al fin los apresaron y trajeron a un juzgado nocturno, y cuando se leyeron los cargos en su contra. Uno de ellos incluso amenazó al detective que los acompañó, advirtiéndole que nunca viviría para ver el día del juicio de ellos.
Se descubrió que aquel había sido sólo el primero de tres asesinatos cometidos por la pareja en cuatro meses.
Puede estar seguro de que nunca antes Regina había sentido tanto dolor en su vida. Estaba destrozada, tan destrozada como se puede estar
—dijo ella—. Durante un año estuve tan deshecha, tan deprimida, que no pude hacer nada
.
Los años pasaron, y cada uno era un recuerdo de su pérdida, un esfuerzo obligado de imaginar lo que Adriane hubiera podido hacer, dónde hubiera podido ir, cómo podría ser… si estuviera presente.
Cuando Regina se expresó públicamente en una entrevista con el periódico The Tennessean[2] en octubre de 2005, diez años después del asesinato, confesó que nunca entendería por completo por qué su preciada hija tuvo que morir de esa manera. "Pero sé esto: Adriane está en el cielo, y Dios me ha dado el poder para decir algo que nunca pensé poder decir: Los perdono".
De hecho, a raíz de su pena investigó tanto como pudo sobre los asesinos que le habían quitado la vida de su hija. Se enteró de su crianza disfuncional, de sus familias destruidas, su carencia de buenos modelos que pudieran imitar. Incluso participó en una organización que ministraba a los prisioneros condenados a muerte. Regina recuerda bien la primera vez que pudo visitarlos como parte de un grupo. Mientras hablaba con el guardia en el vestíbulo, uno de los prisioneros condenados a muerte pasó cerca; las cadenas de sus pies sonaban, y ella pudo ver su cara. Era el asesino de Adriane. Justo delante de sus ojos. Pensó que debía haber sentido ira, pero en lugar de eso sintió pena.
Mi corazón estaba muy cargado porque había orado por ambos chicos. Mi oración es que ellos puedan encontrar a Dios y sepan que no tienen que vivir una vida miserable, incluso allí
.
Incluso ellos.
¿Cómo es posible?
Me gustaría poder decirle que el perdón no exige semejante sometimiento y renuncia. De hecho, en un sentido sería más fácil eludir el tema por completo, en vista de que vivimos tiempos en los cuales muchos enfrentan problemáticas que afectan lo más profundo de su ser, y que para tantos la única forma de sobrevivir es mantenerse alejados de los demás.
Cónyuges infieles. Padres descuidados e insensibles. Duros recuerdos de abuso sexual. Hijos rebeldes. Parientes despiadados. Jefes y figuras de autoridad arrogantes. Puedo añadir más y más.
A lo largo de treinta años de ministerio, he encontrado más dolor en el corazón humano y en las relaciones humanas de lo que jamás hubiera podido imaginar.
Por ejemplo, creo que nunca olvidaré a la mujer que pasó al micrófono en una de mis conferencias e hizo salir como un torrente la trágica historia del cruento asesinato de su hija adulta a manos de un acosador. Todavía puedo oír la profunda angustia y vehemencia en la voz de esta madre, cuando parada junto a mí frente a cientos de mujeres gritó: "¡He odiado a este hombre