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Género y coeducación
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Libro electrónico260 páginas4 horas

Género y coeducación

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Un libro que llega a tiempo ¿Género? ¿Coeducación? He aquí dos conceptos con los que muchas maestras y profesoras llevamos años trabajando, pensando, imaginando, para proponer un conjunto de cambios fundamentales en la educación, para hacerla realmente igualitaria entre niños y niñas, entre chicas y chicos. A menudo hemos oído: "pero, ¿por qué? La educación ya es igualitaria, ya van a las mismas escuelas, las chicas tienen mejores notas…".
Comentarios bien intencionados pero mal informados, porque nosotras sabemos que la educación sigue siendo sesgada, pensada para los chicos, portadora y transmisora de unos géneros estereotipados que perpetúan y naturalizan diferencias y desigualdades entre hombres y mujeres. Ha llegado el momento de cambiar sistemáticamente la educación. Por suerte, no partimos de cero. El trabajo callado de tantos años ha permitido analizar el cómo y por qué se produce la transmisión de los géneros, y ha permitido también crear modelos de acción para introducir y evaluar los cambios.
Es ya una larga historia: el diagnóstico está hecho, por lo menos en gran parte; las soluciones están pensadas, sólo falta aplicarlas profusamente. Todo ello está en el libro de Carmen Heredero, que lleva años dedicándose a estudiar la coeducación, conoce a fondo el largo trayecto que fue necesario para que las españolas saliéramos de la ignorancia, los avances y retrocesos, las leyes que puntuaron este camino, la situación actual.
Todo ello nos trae Carmen ya ordenado, madurado, pensado, listo para pasar a la acción. Un libro luminoso que llega a tiempo, cuando por fin parece posible avanzar decididamente hacia una educación igualitaria, cuando más se necesita saber cómo actuar, qué hacer, en qué dirección movernos. Un libro para nuevos tiempos de la educación, en los que las mujeres no seamos ya las convidadas de piedra en el conocimiento y en la cultura.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento6 may 2019
ISBN9788471129253
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    Género y coeducación - Carmen Heredero de Pedro

    superarla.

    Primera etapa. Tímidos conatos en la incorporación de las niñas al sistema escolar. El influjo de la Ilustración

    Hasta finales del siglo XVIII la educación de la mujer era un asunto privado y se desarrollaba en el ámbito doméstico. La madre enseñaba a sus hijas, en casa, lo que la sociedad estipulaba que las mujeres debían saber para cumplir con su papel de madres y esposas. Las mujeres de la aristocracia sí fueron instruidas (BALLARÍN, 2001), pero esta era una excepcionalidad que no cuestionaba la falta de ese derecho para todas las demás.

    Los primeros textos legales del liberalismo (BENSO, 2006) intentan poner las bases de un sistema público de educación nacional, pero se trata de un sistema para los hombres y siguen contemplando la formación de la mujer como un asunto doméstico; la escuela está reservada para los niños, que son los únicos ciudadanos, destinados a ejercer los derechos civiles y a desarrollar los trabajos que la nueva sociedad industrial demanda.

    Pero ya en esta etapa se van dando diferentes experiencias en relación con la educación pública de las niñas. Siendo esta privada y doméstica de forma generalizada, no dejó de haber, desde los inicios de la Edad Moderna, una serie de instituciones —parroquias, conventos, escuelas municipales, orfanatos...— donde algunas niñas o mujeres adquirían instrucción (NAVA, 1995). Y es en 1783, con la promulgación por Carlos III de la Real Cédula de 11 de mayo para crear escuelas gratuitas para niñas pobres (PERNIL, 1989; SAN ROMÁN, 1998), el momento a partir del cual va regulándose formalmente la incorporación de las mujeres al ámbito educativo reconocido oficialmente.

    Es el influjo de la Ilustración y de las ideas de ROUSSEAU (1712-1778) y KANT (1724-1804) sobre la educación lo que enmarca la nueva realidad educativa española. Pero la Ilustración, que preconizaba un cambio social, que pretendía la búsqueda de la verdad a través de la razón y no de viejos prejuicios religiosos, que se proponía luchar contra los privilegios del Antiguo Régimen, que defendía la liberación de los individuos..., siguió defendiendo la sumisión de las mujeres, debido a una naturaleza diferente, en función de la cual las mujeres están excluidas de la ciudadanía (BALLARÍN, 2001; PÉREZ y MÓ, 2005; SAN ROMÁN, 1998), ocupando un lugar en un estado que podemos calificar de presocial (FUSTER, 2007).

    ROUSSEAU, en el libro V de su Emilio, o de la educación, al hablar de cómo debe ser Sofía, la compañera de Emilio, y de la educación que debe dársele nos dice:

    "Una vez que se ha demostrado que el hombre y la mujer no están ni deben estar constituidos igual, ni de carácter ni de temperamento, se sigue que no deben tener la misma educación...

    Las mujeres, por su parte, no cesan de gritar que nosotros las educamos para ser vanas y coquetas, que las entretenemos sin cesar con puerilidades para seguir siendo los amos con más facilidad; nos acusan de los defectos que nosotros les reprochamos. ¡Qué locura! ¿Y desde cuándo son los hombres los que se meten a educar a las chicas? ¿Qué impide a las madres educarlas como les place? No tienen colegios: ¡gran desgracia! Ojalá no los hubiera para los chicos, serían educados de forma más sensata y honesta. ¿Se obliga a vuestras hijas a perder el tiempo en estupideces? ¿Les hacen pasar la mitad de su vida, a pesar suyo, en el tocador, siguiendo vuestro ejemplo? ¿Os impiden instruir a vuestro gusto? ¿Es culpa nuestra si nos agradan cuando son hermosas, si sus monerías nos seducen...? Bueno, tomad la decisión de educarlas como a hombres, estos lo consentirán de buena gana. Cuanto más quieran ellas parecérseles, menos los gobernarán, y será entonces cuando ellos se conviertan verdaderamente en los amos".

    (ROUSSEAU, [1762], 1990, págs. 342-343).

    Por su parte, KANT, tan partidario de una buena educación pública para los niños, en su obra Pedagogía, en relación con las niñas manifiesta:

    "Hasta que no hayamos estudiado mejor la naturaleza femenina, se hace bien confiando a las madres la educación de las hijas y eximiendo a estas de libros. A la belleza y a la juventud no solo les es natural sino también conveniente ser cortés, complaciente y dulce, pues es un honor el poder ser dirigido por medio de afables sugestiones; y la aspereza de la coacción brusca es poco honrosa.

    En la habitación de las damas, cuando estas se entregan a las aficiones de su sexo, todo es más artístico, delicado y ordenado que en el caso de los hombres; pero, además, poseen la facultad de modelar estas aficiones por medio de la razón. La mujer necesita, pues, mucha menos crianza y educación que el hombre, así como menos enseñanza; y los defectos de su natural serían menos visibles si tuviera más educación, si bien no se ha encontrado todavía ningún proyecto educativo acorde con la naturaleza de su sexo.

    Su educación no es instrucción, sino conducción. Deben conocer más a los hombres que a los libros. El honor es su mayor virtud, y el hogar, su mérito".

    (KANT, [1803], 1983, págs. 104-105).

    Las similitudes, en relación con la educación de las mujeres, presentes en ambas figuras del pensamiento ilustrado, representantes del sentir de la mayoría, son grandes. La mayor parte de ellos no se hizo eco de lo que un siglo antes había sido defendido por un discípulo de DESCARTES, POULLAIN DE LA BARRE, en cuya opinión, tanto el método de aprendizaje como el contenido deben ser iguales para ambos sexos: la primera enseñanza de toda educación es una duda radical; la segunda etapa, la reconstrucción de un nuevo saber fundado exclusivamente sobre el uso permanente de la razón crítica, dice. En consonancia con sus concepciones educativas, POULLAIN DE LA BARRE reclama para las mujeres el acceso a todas las profesiones y funciones sociales (AMORÓS y COBO, 2005; COBO, 1993).

    Ahora bien, junto a ellos, otro ilustrado, el Marqués DE CONDORCET (1743-1794), rechaza el concepto de desigualdad natural de mujeres y hombres, defendido por ellos (AMORÓS y COBO, 2005; SAN ROMÁN, 1998, 2000) y rompe una lanza a favor de las mujeres, al creer que esas desigualdades son de origen social, resultado del interés dominante de relegar a las mujeres a la esfera doméstica. Defiende:

    Una educación común para hombres y mujeres, porque no se ve la razón para que siga siendo diferente, ni por qué motivo uno de los dos sexos habría de reservarse ciertos conocimientos, ni por qué los conocimientos generalmente útiles a todo ser sensible y capaz de raciocinio no habrían de ser igualmente enseñados a todos.

    (GONZÁLEZ y MADRID, 1988, págs. 78).

    Considera que es un peligro para el progreso relegar a la mujer al hogar y que el Estado tiene el deber de hacer posible la igualdad de los sexos, ofreciendo a las mujeres el derecho a recibir la misma educación que los hombres.

    Y una gran figura femenina, Mary WOLLSTONECRAFT (1759-1797) (AMORÓS y COBO, 2005; BALLARÍN, 2001; FUSTER, 2007), pionera en la defensa de los derechos de las mujeres, que, también desde el pensamiento ilustrado, y partidaria de las ideas de ROUSSEAU en muchos otros aspectos, en su obra Vindicación de los derechos de la mujer, en 1792, defiende una educación para las mujeres que no las predestine desde su infancia y no las condene a la dependencia del hombre, sino que les proporcione autonomía moral.

    ... para que ambos sexos mejoren, deben educarse juntos, no solo en las familias particulares, sino en las escuelas públicas. Si el matrimonio es el fundamento de la sociedad, todo el género humano debe educarse según el mismo modelo o la relación entre los sexos nunca merecerá el nombre de camaradería, ni las mujeres cumplirán las obligaciones propias de su sexo, hasta que se conviertan en ciudadanas ilustradas, hasta que sean libres al permitírseles ganar su propio sustento e independientes de los hombres. Quiero decir, para evitar malas interpretaciones, del mismo modo que un hombre es independiente de otro.

    (WOLLSTONECRAFT, [1792], 1994, págs. 350).

    Una sola educación para ambos sexos, pues hombres y mujeres tienen una sola naturaleza, una sola razón y una sola virtud. Pero este no deja de ser un pensamiento excepcional en la época.

    En España, fray Benito Jerónimo FEIJÓO (1676-1764), en el mismo sentido, defendió la igualdad intelectual entre hombres y mujeres (BALLARÍN, 2001; BLANCO CORUJO, 2005; PÉREZ y MÓ, 2005), dejando el camino abierto para su educación, lo que significó un salto cualitativo, a partir, precisamente, de las ideas ilustradas.

    En cualquier caso, debemos concluir que los ilustrados —unos y otros— no pretendían hacer de la mujer un personaje público con trascendencia política o social, sino un modelo de mujer-esposa-madre, instruida, eficaz, buena consejera de su esposo, buena gestora de su hogar y defensora del honor de la familia (BENSO, 2006; PÉREZ y MÓ, 2005).

    Así pues, las primeras escuelas que se implantan en nuestro país son escuelas segregadas —escuelas para niños y escuelas para niñas—, que enseñarán contenidos diferentes a unos y a otras, siguiendo las pautas rousseaunianas de sus modelos Emile y Sophie: Emile es educado para ocupar un lugar en la esfera pública, con responsabilidades en el mundo productivo y político; Sophie es educada como futura esposa de Emile, para la ternura y el cariño, para estar en el hogar y encargarse de los trabajos reproductivos.

    LOS PRIMEROS PROYECTOS DE INSTRUCCIÓN PÚBLICA

    En 1783, Carlos III firmó la Real Cédula de S.M. y Señores del Consejo, por la cual se manda observar en Madrid el Reglamento formado para el establecimiento de escuelas gratuitas en los Barrios de él, en que se dé educación a las Niñas, extendiéndose a las Capitales, Ciudades y Villas populosas de estos Reinos en lo que sea compatible con la proporción y circunstancias de cada una, y lo demás que se expresa, que significó el primer reconocimiento legal de la necesidad de educar a la mujer. El objeto principal de esta Real Cédula (Nava, 1995) es la buena educación de las jóvenes en la fe católica, el bien obrar y en el ejercicio de las labores propias de su sexo, expresado en su artículo primero, pero, en su artículo 11, se posibilita el aprendizaje de la lectura si alguna de las muchachas quisiere. Se establece un número de treinta y dos maestras, al menos una por cada barrio de Madrid, y la posibilidad de aumentar su número y de que se crearan en otras ciudades del reino. La enseñanza será gratuita para quien no pueda pagarla: ...pero a las pobres se las enseñará de valde con el mismo cuidado que a las que pagan..., reza su artículo

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