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Maud-evelyn
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Libro electrónico49 páginas1 hora

Maud-evelyn

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Maud Evelyn es un relato de fantasmas del escritor norteamericano Henry James(1843-1916), publicado originalmente en la edición de abril de 1900 de la revista Atlantic Monthly, y luego reeditado en la antología de 1949: Cuentos de fantasmas de Henry James (The Ghostly Tales of Henry James).

Maud Evelyn, uno de los mejores cuentos de Henry James, narra una situación particularmente inquietante: un matrimonio sufre la peor de las pérdidas, la muerte de su hija, llamada Maud Evelyn. Incapaces de aceptar aquella pérdida, resuelven recrear su vida diaria como si ella nunca hubiese muerto. Y no sólo eso, para darle a la muchacha la vida plena y feliz que seguramente hubiese tenido, la pareja decide casarla, en ausencia, con un noble y apuesto joven.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento4 may 2019
ISBN9788832952964
Maud-evelyn
Autor

Henry James

Tras dos estancias en Europa, Henry James (Nueva York, 1843 –Sussex, Inglaterra, 1916) publicó en 1875, su primera novela, Roderick Hudston. Más tarde, vivió durante dos años en París, donse conoció a alagunos de los grandes maestros europeos de la época (Turgenev, Flaubert y Zola), que influyeron decisivamente en su estilo. En 1876, tras escribir El americano, se estableció en Inglaterra, donde publicó sus obras más conocidas: Daisy Miller (1879), Washington Square (1880), El sitio de Londres (1883), Los papeles de Aspern (1888), Lo que Maisie sabía (1897) y Otra vuelta de tuerca (1898), en las que demostró su habilidad para mostrar la lucha entre deseo y convención, y aportó una visión crítica de la moral americana. Para muchos Henry James es el precursor de la novela psicológica moderna y la principal influencia de autores tan importantes como James Joyce o Virginia Woolf

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    Maud-evelyn - Henry James

    VIII

    MAUD-EVELYN

    HENRY JAMES

    A una alusión a una señora que yo no conocía, pero que era conocida por dos o tres de los que estaban conmigo, uno de éstos preguntó si sabíamos la extraña circunstancia que motivaba su «venida», el golpe de fortuna en el atardecer de la carrera de una persona tan oscura y solitaria. De momento, en nuestra ignorancia, quedamos reducidos a la simple envidia; pero la anciana Lady Emma, que desde hacía rato no decía nada y que aparecía para escuchar unas palabras de la conversación y se iba, que estaba sencillamente al margen de la charla, volvió de su ausencia mental para observar que si lo que le había sucedido a Lavinia era maravilloso, ciertamente, lo que había pasado antes, durante años, lo que había llevado a ello, era igualmente curioso y singular. Nos dimos cuenta de que Lady Emma disponía de una historia superior al somero conocimiento que cualquiera de sus oyentes pudiera tener de la apacible persona objeto de la conversación. Casi lo más extraño -como supimos después- era que aquella situación hubiera quedado sumergida tan en el fondo de la vida de Lavinia. Por «después» quiero decir, sencillamente, antes de separarnos, porque lo que se supo, se supo a continuación, por estímulo y presión, por nuestra insistencia. Lady Emma, que siempre me recordaba un instrumento musical, antiguo y de gran calidad, que hay que afinar antes de tocar, convino -tras hacerse rogar un rato- en que, dado que ya había dicho tanto, no había razón alguna para abstenerse de contarlo todo sin que su reserva fuera causa de tormento para nosotros, encendida ya nuestra curiosidad. Lady Emma había conocido a Lavinia, a la que mencionó siempre sólo por el nombre, hacía ya mucho tiempo; y había conocido también a... Pero lo que ella sabía debo contarlo como nos lo contó, en la medida en que esto sea posible. Nos habló desde un extremo del sofá, y el reflejo de las llamas de la chimenea en su rostro era como el resplandor de la memoria, un juego de fantasía, que emergía de su interior.

    ​I

    -Entonces, ¿por qué no lo aceptas? -le pregunté.

    Creo que fue así, un día, cuando Lavinia tenía unos veinte años -antes de que algunos de ustedes hubieran nacido-, como empezó, para mí, el asunto. Le hice aquella pregunta porque sabía que había tenido una oportunidad, aunque no podía imaginarme el gran error que resultaría no haberla aprovechado. Me interesé porque me gustaban los dos -ya ven cómo aún hoy día me gustan los jóvenes- y porque, puesto que se habían conocido en mi casa, tenía que responder por el uno ante el otro. Me parece que debo empezar la historia desde muy atrás, diciendo que si la chica era la hija de mi primera institutriz -de hecho, la única-, con la cual me había mantenido en buenas relaciones y que al dejarme se había casado, yo diría que

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