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La Araucana II
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Libro electrónico314 páginas3 horas

La Araucana II

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La experiencia americana de Alonso de Ercilla le inspiró su poema épico La Araucana, escrito en octavas reales y dividido en tres partes (1569, 1578 y 1589).
La Araucana es uno de los libros que se salvan en el capítulo VI del Quijote. El primer texto poético europeo en el que América es un tema literario.
Ercilla relata las cruentas luchas sostenidas en Chile entre araucanos y españoles, y describe el lugar y las costumbres de los indígenas.
La narración impresiona por la precisa descripción de paisajes y batallas, y los certeros retratos de los jefes araucanos. Se intercalan digresiones, según un procedimiento habitual en la lírica culta. Se incluyen relatos de las batallas de Lepanto y San Quintín. Se describen ciudades famosas, la leyenda de Dido o una justificación política de las pretensiones de Felipe II a la corona portuguesa.
Aunque Ercilla afirma ser testigo de las escenas que cuenta. El relato histórico muestra a menudo la influencia de las lecturas épicas del autor, con formación literaria. La obra tiene varios protagonistas, Lautaro y Caupolicán entre los indígenas araucanos. Mientras que son Pedro de Valdivia, García Hurtado de Mendoza, Pedro de Villagra o el propio Ercilla los personajes del lado español.
Sin embargo, se da más relieve individual y heroico a los primeros, y se destacan sus virtudes por encima de sus adversarios.
La obra fue escrita en tres entregas que se publicaron con diez años de diferencia cada una. Linkgua Ediciones ofrece al lector un volumen por cada una de la entregas.
La segunda parte o entrega se inicia en 1543 y finaliza en 1557 y cubre la toma de Tucapel, hasta la muerte Lautaro, el líder mapuche que luchaba bajo las ordenes de Caupolicán. 
IdiomaEspañol
EditorialLinkgua
Fecha de lanzamiento31 ago 2010
ISBN9788498970777
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    La Araucana II - Alonso de Ercilla y Zúñiga

    9788498970777.jpg

    Alonso de Ercilla y Zúñiga

    La Araucana

    Parte II

    Barcelona 2024

    Linkgua-ediciones.com

    Créditos

    Título original: La Araucana.

    © 2024, Red ediciones S.L.

    e-mail: [email protected]

    Diseño de cubierta: Michel Mallard.

    ISBN rústica: 978-84-9816-727-6.

    ISBN ebook: 978-84-9897-077-7.

    Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar, escanear o hacer copias digitales de algún fragmento de esta obra.

    Sumario

    Créditos 4

    Brevísima presentación 7

    La vida 7

    El texto 7

    Segunda parte 9

    Al lector 11

    Canto XVI 13

    Canto XVII 33

    Canto XVIII 49

    Canto XIX 67

    Canto XX 81

    Canto XXI 109

    Canto XXII 123

    Canto XXIII 137

    Canto XXIV 159

    Canto XXV 195

    Canto XXVI 215

    Canto XXVII 229

    Canto XXVIII 245

    Canto XXIX 263

    Libros a la carta 277

    Brevísima presentación

    La vida

    Alonso de Ercilla y Zúñiga (Madrid, 1533-1594). España.

    Hijo de una familia noble, acompañó como paje al príncipe Felipe en sus viajes a Inglaterra y Flandes. En 1554 se fue a América, donde participó en la conquista de Chile. De regreso a España (1563) entró de nuevo al servicio del rey y desempeñó diversas misiones diplomáticas. Perteneció a la Orden de Santiago (1571) y fue uno de los hombres más ricos de su tiempo.

    El texto

    La experiencia americana de Ercilla le inspiró su poema épico La Araucana, escrito en octavas reales y dividido en tres partes (1569, 1578 y 1589). Este es uno de los libros salvados en el capítulo VI del Quijote y el primer texto poético europeo en el que América es un tema literario. Ercilla relata las cruentas luchas sostenidas en Chile entre araucanos y españoles, y describe el lugar y las costumbres de los indígenas.

    La narración impresiona por la precisa descripción de paisajes y batallas, y los certeros retratos de los jefes araucanos. Se intercalan digresiones, según un procedimiento habitual en la lírica culta: relato de las batallas de Lepanto y San Quintín, descripción de ciudades famosas, la leyenda de Dido o una justificación política de las pretensiones de Felipe II a la corona portuguesa. Aunque Ercilla afirma ser testigo de las escenas que cuenta, el relato histórico muestra con frecuencia la influencia de las lecturas épicas del autor, con formación literaria.

    La obra tiene varios protagonistas, Lautaro y Caupolicán entre los indígenas araucanos, y Pedro de Valdivia, García Hurtado de Mendoza, Pedro de Villagra o el propio Ercilla por el lado español.

    Sin embargo, se da más relieve individual y heroico a los primeros, y se destacan sus virtudes por encima de sus adversarios.

    Segunda parte

    Al lector

    Por haber prometido de proseguir esta historia, no con poca dificultad y pesadumbre la he continuado; y aunque esta Segunda Parte de LA ARAUCANA no muestre el trabajo que me cuesta, todavía quien la leyere podrá considerar el que se habrá pasado en escribir dos libros de materia tan áspera y de poca variedad, pues desde el principio hasta el fin no contiene sino una mesma cosa, y haber de caminar siempre por el rigor de una verdad y camino tan desierto y estéril, paréceme que no habrá gusto que no se canse de seguirme. Así temeroso desto, quisiera mil veces mezclar algunas cosas diferentes; pero acordé de no mudar estilo, porque lo que digo se me tomase en descuento de las faltas que el libro lleva, autorizándole con escribir en él el alto principio que el Rey nuestro señor dio a sus obras con el asalto y entrada de Sanquintín, por habernos dado otro aquel mismo día los araucanos en el fuerte de la Concepción. Asimismo trato el rompimiento de la batalla naval que el señor don Juan de Austria venció en Lepanto. Y no es poco atrevimiento querer poner dos cosas tan grandes en lugar tan humilde; pero todo lo merecen los araucanos, pues ha más de treinta años que sustentan su opinión, sin jamás habérseles caído las armas de las manos, no defendiendo grandes ciudades y riquezas, pues de su voluntad ellos mismo han abrasado las casas y haciendas que tenían, por no dejar qué gozar al enemigo; mas solo defienden unos terrones secos (aunque muchas veces humedecidos con nuestra sangre) y campos incultos y pedregosos. Y siempre permaneciendo en su firme propósito y entereza, dan materia larga a los escritores. Yo dejo mucho y aun lo más principal por escribir, para el que quisiere tomar trabajo de hacerlo, que el mío le doy por bien empleado, si se recibe con la voluntad que a todos le ofrezco.

    Canto XVI

    En este canto se acaba la tormenta. Contiénese la entrada de los españoles en el Puerto de la Concepción e isla de Talcaguano; el consejo general que los indios en el valle de Ongolmo tuvieron; la diferencia que entre Peteguelén y Tucapel hubo. Asimismo el acuerdo que sobre ella se tomó

    Salga mi trabajada voz y rompa

    el són confuso y mísero lamento

    con eficacia y fuerza que interrompa

    el celeste y terrestre movimiento.

    La fama con sonora y clara trompa,

    dando más furia a mi cansado aliento

    derrame en todo el orbe de la tierra

    las armas, el furor y nueva guerra.

    Dadme, ¡oh sacro Señor!, favor, que creo

    que es lo que más aquí puede ayudarme,

    pues en tan grande peligro ya no veo

    sino vuestra fortuna en que salvarme.

    Mirad dónde me ha puesto el buen deseo,

    favoreced mi voz con escucharme,

    que luego el bravo mar, viéndoos atento,

    aplacará su furia y movimiento.

    Y a vuestra nave el rostro revolviendo,

    la socorred en este grande aprieto,

    que, si decirse es lícito, yo entiendo

    que a vuestra voluntad todo es sujeto;

    aunque el soberbio mar, contraveniendo

    de los hados el áspero decreto,

    arrancando las peñas de su suelo

    mezcle sus altas olas con el cielo.

    Espero que la rota nave mía

    ha de arribar al puerto deseado,

    a pesar de los hados y porfía

    del contrapuesto mar y viento airado

    que procuran así impedir la vía,

    y diferir el término llegado

    en que la antigua causa tan reñida

    por vuestra parte había de ser vencida.

    Los cuatro poderosos elementos

    contra la flaca nave conjurados,

    traspasando sus términos y asientos,

    iban del todo ya desordenados:

    indómitos, airados y violentos,

    removidos, revueltos y mezclados

    en su antigua discordia y fuerza entera,

    como en el caos y confusión primera.

    Pues de tantos contrarios combatida,

    la quebrantada nave forcejando,

    iba casi de un lado sumergida,

    las poderosas olas contrastando;

    mas ya al furioso viento y mar rendida,

    sin poder resistir, se va acercando

    a los yertos peñascos levantados

    de las violentas olas azotados.

    Con la congoja del morir presente,

    las voces y las lástimas crecían,

    que llevadas del céfiro inclemente

    lejos las rocas cóncavas herían:

    pilotos, marineros y la gente,

    como locos, sin orden discurrían.

    Unos dicen: «¡alarga!» y otros: «¡iza!»,

    quién por ir a la escota va a la triza.

    El uno con el otro se atraviesa

    y así turbado del temor se impide;

    quién a públicas voces se confiesa

    y a Dios perdón de sus errores pide;

    quién hace voto espreso, quién promesa;

    quién de la ausente madre se despide,

    haciendo el gran temor siempre mayores

    los lamentos, plegarias y clamores.

    Por otra parte el cielo riguroso

    del todo parecía venir al suelo,

    y el levantado mar tempestuoso

    con soberbia hinchazón subir al ciclo.

    ¿Qué es esto, Eterno Padre Poderoso?

    ¿Tanto importa anegar un navichuelo

    quel mar, el viento y cielo de tal modo

    pongan su fuerza estrema y poder todo?

    No la barca de Amiclas asaltada

    fue del viento y del mar con tal porfía,

    que aunque de leños frágiles armada

    el peso y ser del mundo sostenía.

    Ni la nave de Ulises, ni la armada

    que de Troya escapó el último día

    vieron con tal furor el viento airado,

    ni el removido mar tan levantado.

    La confianza y ánimo más fuerte

    al temor se entregaban importuno,

    que la espantosa imagen de la muerte

    se le imprimió en el rostro a cada uno;

    del todo ya rendidos a su suerte,

    sin esperanza de remedio alguno,

    el gobierno dejaban a los hados

    corriendo acá y allá desatinados,

    cuando un golpe de mar incontrastable,

    bramando, en un turbión de viento envuelto,

    rompió de la gran mura un grueso cable,

    cubriendo el galeón ya todo vuelto.

    Pero aquí sucedió un caso notable

    y fue que el puño del trinquete suelto

    trabó del gran vaivén a la pasada

    el un diente de la áncora amarrada,

    y cual si fuera estaca mal asida,

    la arranca de su asiento y la arrebata

    y acá y allá del viento sacudida

    todo lo abate, rompe y desbarata.

    Mas Dios, que de los suyos no se olvida,

    (aunque a las veces su favor dilata)

    hizo que en el bauprés dichosamente

    el áncora aferrase el corvo diente.

    La vela se fijó y en el momento

    gobernó el galeón rumbo derecho,

    y a despecho del mar y recio viento,

    botando a orza el timón, salió al levecho.

    Fue tanto nuestro súbito contento,

    que el temeroso inadvertido pecho

    pudo sufrir difícilmente a un punto

    el estremo de pena y gozo junto.

    Luego, pues, que la súbita alegría

    lanzó fuera al temor desconfiado,

    y a su lugar volvió la sangre fría

    que había los miembros ya desamparado,

    la esforzada y contrita compañía,

    el rostro al cielo en lágrimas bañado,

    con oración devota y sacrificio

    dio las gracias a Dios del beneficio.

    Mas el hinchado mar embravecido

    y el indómito viento rebramando,

    al bajel acometen con ruido,

    en vano, aunque se esfuerzan, porfiando

    que, la fortuna de Felipe, asido

    a jorro, ya le lleva remolcando

    sobre las altas olas espumosas,

    aun de anegar los cielos deseosas.

    En esto, la cerrada niebla escura

    por el furioso viento derramada,

    descubrimos al este la Herradura,

    y al sur la isla de Talca levantada.

    Reconocida ya nuestra ventura

    y la araucana tierra deseada,

    viendo el morro de Penco descubierto,

    arribamos a popa sobre el puerto;

    el cual está amparado de una isleta

    que resiste al furor del norte airado,

    y los continuos golpes de mareta

    que le baten furiosas de aquel lado.

    La corva y larga punta una caleta

    hace y seno tranquilo y sosegado,

    do las cansadas naves, como digo,

    hallan seguro albergue y dulce abrigo.

    La nave sin gobierno destrozada,

    surgió al alto reparo de una sierra

    en gruesa amarra y áncora afirmada

    que con tenace diente aferró tierra.

    Apenas la alta vela fue amainada

    cuando el alegre estruendo de la guerra

    nos estendió, tocando en los oídos,

    los ánimos y niervos encogidos.

    La isleta es habitada de una gente

    esforzada, robusta y belicosa,

    la cual, viendo una nave solamente

    venida allí por suerte venturosa,

    gritando «¡guerra!, ¡guerra!», alegremente

    toma las fieras armas y furiosa,

    con gran rebato y priesa repentina

    corre en tropel confuso a la marina.

    En la falda de un áspero recuesto

    en formado escuadrón se representa,

    y nosotros, con ánimo dispuesto

    a cualquiera peligro y grande afrenta,

    arremetimos a las armas presto,

    que el trabajo pasado y la tormenta

    nos hizo a todos estimar en nada

    cualquier otro peligro y gran jornada.

    Con recobrado aliento y nuevo brío

    corrimos al batel, de la manera

    que si lejos de tierra en un bajío

    encallada la nave ya estuviera;

    y por los anchos lados el navío

    sus dos grandes bateles echó fuera,

    en los cuales saltamos tanta gente

    cuanta pudo caber estrechamente.

    No es poético adorno fabuloso

    mas cierta historia y verdadero cuento,

    ora fuese algún caso prodigioso

    o estraño agüero y triste anunciamiento,

    ora violencia de astro riguroso,

    ora inusado y rapto movimiento,

    ora el andar el mundo, y es más cierto,

    fuera de todo término y concierto;

    que el viento ya calmaba, y en poniendo

    el pie los españoles en el suelo,

    cayó un rayo de súbito, volviendo

    en viva llama aquel ñubloso velo;

    y en forma de lagarto discurriendo,

    se vio hender una cometa el cielo;

    el mar bramó, y la tierra resentida

    del gran peso gimió como oprimida.

    Cortó súbito allí un temor helado

    la fuerza a los turbados naturales,

    por siniestro pronóstico tomado

    de su ruina y venideros males,

    viendo aquel movimiento desusado

    y los prodigios tristes y señales

    que su destrozo y pérdida anunciaban

    y a perpetua opresión amenazaban.

    Desto medrosos, aguardar no osaron,

    que, soltando las armas ya rendidas,

    del cerrado escuadrón se derramaron,

    procurando salvar las tristes vidas;

    el patrio nido al fin desampararon

    y con mujeres, hijos y comidas,

    por secretos caminos y senderos

    se escaparon en balsas y maderos.

    Luego los nuestros, sin parar corriendo,

    las casas yermas, chozas y moradas

    iban en todas partes descubriendo,

    las rústicas viandas levantadas,

    y con gran diligencia preveniendo

    los caminos, las sendas y paradas,

    por cavernas y espesos matorrales

    buscaban los ausentes naturales,

    donde en breve sazón fueron hallados

    algunos pobres indios escondidos,

    otros en pueblezuelos salteados,

    que aun no estaban del miedo apercebidos.

    Mas con buen tratamiento asegurados,

    dándoles jotas, llautos y vestidos

    y palabras de amor, los aquietaban

    y a sus casas de paz los enviaban:

    dándoles a entender que nuestro intento

    y causa principal de la jornada

    era la religión y salvamento

    de la rebelde gente bautizada

    que en desprecio del Santo Sacramento,

    la recebida ley y fe jurada

    habían pérfidamente quebrantado

    y las armas ilícitas tomado;

    pero que si quisiesen convertirse

    a la cristiana ley que antes tenían,

    y a la fe quebrantada reducirse

    que al grande Carlos Quinto dado habían,

    en todas las más cosas convertirse

    a su provecho y cómodo podrían,

    haciéndoles con prendas firme y cierto

    cualquier partido lícito y concierto.

    Luego los instrumentos convenientes

    al uso militar y a la vivienda

    sacamos en las partes competentes,

    que no hay quien nos lo impida ni defienda;

    donde todos a un tiempo diligentes,

    cuál arma, pabellón, cuál toldo o tienda,

    quién fuego enciende y en el casco usado

    tuesta el húmido trigo mareado.

    La negra noche horrenda y espantosa,

    cubriendo tierra y mar, cayó del cielo,

    dejando antes de tiempo presurosa

    envuelto el mundo en tenebroso velo;

    no quedo pabellón, tienda ni cosa

    que el viento allí no la abatiese al suelo,

    pareciendo con nuevo movimiento

    desencasar la isleta de su asiento,

    hasta que el tardo y deseado día

    las nubes desterró y dejó sereno

    el cielo, revistiendo de alegría

    el aire escuro y húmido terreno;

    luego la trabajada compañía,

    conociendo el instable tiempo bueno,

    procura reparar con diligencia

    del riguroso invierno la violencia.

    Unos presto destechan los pajizos

    albergues de los indios ausentados;

    otros con tablas, ramas y carrizos

    al nuevo alojamiento van cargados,

    y sobre troncos de árboles rollizos

    en las hondas arenas afirmados,

    gran número de ranchos levantamos

    y en breve espacio un pueblo fabricamos.

    Del modo que se veen los pajarillos

    de la necesidad misma instruidos,

    por trechos y apartados rinconcillos

    tejer y fabricar los pobre nidos,

    que de pajas, de plumas y ramillos

    van y vienen, los picos impedidos,

    así en el yermo y descubierto asiento

    fabrica cada cual su alojamiento.

    Ya que todos, Señor, nos alojamos

    en el húmido sitio pantanoso

    y con industria y arte reparamos

    la furia del invierno riguroso,

    las necesarias armas aprestamos,

    soltando con estrépito espantoso

    la gruesa y reforzada artillería

    que en torno tierra y mar temblar hacía.

    En las remotas bárbaras naciones

    el grande estruendo y novedad sintieron:

    pacos, vicuñas, tigres y leones

    acá y allá medrosos discurrieron;

    los delfines, nereidas y tritones

    en sus hondas cavernas se escondieron,

    deteniendo confusos sus corrientes

    los presurosos ríos y las fuentes.

    Sintióse en el Estado la estampida

    y algunos tan atónitos quedaron,

    que la dura cerviz, nunca oprimida,

    sobre los yertos pechos inclinaron.

    Así avisados ya de la venida,

    los instrumentos bélicos tocaron,

    descogiendo por todas las riberas

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