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Papá, ¿por qué existen las moscas?
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Libro electrónico214 páginas5 horas

Papá, ¿por qué existen las moscas?

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Las preguntas de los niños pueden dejarnos pensativos, o incluso mudos: hay muchas que parecen evidentes, hasta que intentamos responderlas.

Mediante diálogos y complicidades con el lector, el autor invita a mirar la realidad con ojos de curiosidad, sin miedo al dolor de cabeza: qué nos mueve a discutir, por qué son buenos los lunes, qué relación mantiene el tiempo con el reloj que lo mide, o qué porcentaje de realismo posee la persona optimista.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento26 may 2011
ISBN9788432138973
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    Papá, ¿por qué existen las moscas? - Oscar Pintado Fernández

    padres

    1. VESTÍBULO DE ESTE LIBRO

    Las adivinanzas que más nos gustan son las que acertamos, las mejores anécdotas las que nos han sucedido a nosotros mismos; los mejores políticos los que más nos agradan, las mejores películas, las que más nos han gustado; los mejores periodistas, aquellos con los que estamos de acuerdo, los mejores filósofos los que han pensado hace muchos años algo que se nos ha ocurrido también a nosotros. Lo que consideramos bueno lo entendemos así porque nos toca de alguna manera. Esto no significa que la definición de «bueno» sea «aquello que a uno le gusta», desde luego; pero sí implica lo contrario, que para reconocer algo como bueno, tiene que gustarnos en algún sentido.

    Recuerdo que hace años, en la universidad, me obligaron a leer La Odisea de Homero. Una de las obras cumbre de la Literatura Universal. Tengo que confesar que no me gustó. ¿Qué hay que hacer si un libro que forma parte de lo que denominamos «clásicos», no nos gusta? Sin duda, dejarlo. Así lo hice. Conseguí un resumen del libro que me capacitase para poder someterme al examen y no añadí al mal trago de la prueba el suplicio de la lectura de Homero. Hoy actuaría de manera diferente, desde luego, incluso creo que La Odisea es una joya. Sin embargo, sigo pensando que es una joya aburrida, una gran obra que a mí no me toca de cerca. Siento no congeniar con Homero, que es un genio, pero sería una hipocresía decir que Homero es bueno porque me gusta. Creo más bien que es bueno por otras razones, a pesar de que yo no soy capaz de disfrutar con él.

    La intención de quien escribe una obra, en este sentido, probablemente ha de ser la de gustar al lector. No depende de mi deseo el que lo que usted tiene entre sus manos sea mejor o peor. Mi deseo de que sea bueno no lo mejora. Únicamente el lector puede hacerlo bueno si participa, si hay cosas en su cabeza y en la mía —o en su cabeza y mis palabras— que se encuentran. Por tanto, la intención de este libro, habré de decir, es que el lector diga o piense que es bueno. Y, con no ser definitivo, el juicio de quien lo lee, en todo caso, es más válido que el de quien lo escribe. Tal vez esa sea una razón por la cual considero que una introducción ha de ser corta, como símbolo de que habría de ser escrita por quien lee en lugar de por quien escribe.

    Pues bien, aquí se han reunido un buen número de capítulos cortos que tienen relación con la filosofía; que muy probablemente podrían pasar por ser denominados como «de contenido filosófico»; pero ello no es obstáculo, al menos así me lo he planteado en todo momento, para que no puedan ser leídos por el público poco o nada familiarizado con la filosofía. La pretensión de esta pequeña colección de cosas pensadas es la de hacer pensar, más que la de presentar una teoría o un sistema de ideas coherente.

    Los temas, muy diversos, que se tratan son seguramente aquellos que personalmente hacen que algo en mí se remueva. Lo que me inquieta, lo que me toca de cerca, cosas que me preocupan y que llaman mi atención. Espero que el lector pueda juzgar su valor en la medida en que nuestros intereses se encuentren, en que sienta que podríamos discutir un buen rato sobre cualquiera de las propuestas que se le ofrecen.

    Pero el lector no encontrará mucho más que fragmentos. Esto es, piezas sueltas de un rompecabezas que siempre puede seguir completándose. Piezas sueltas en sentido estricto. De modo que este libro, aunque tiene introducción, al margen de ella no tiene comienzo y, por lo tanto, puede empezar a leerse por cualquier página.

    2. EL COMIENZO DE LA FILOSOFÍA

    Había una vez, en un lugar muy lejano respecto de cualquier lugar conocido hasta entonces, un hombrecillo de gesto despierto y ademanes amables. Su trabajo consistía en hacer preguntas cuando las conversaciones decaían. Se decía de él que era el antídoto del aburrimiento. Que mientras se estaba en su compañía, nadie pensaba en otra cosa que no fuera el tema que la pregunta desenterraba. Sus palabras parecían sacadas de otro mundo. El tono de su voz era amable, pausado, sereno. Cuando varias personas se le acercaban situándose a su alrededor, era capaz de captar la atención de todos ellos con una leve sonrisa de complicidad, mirando a los ojos a cada uno de los oyentes. Y entonces, como surgiendo de lo más remoto que todas aquellas gentes pudiesen haber imaginado, con voz apenas perceptible comenzaba a hablar, dejando que las frases fuesen enhebrándose solas, con una magia muy discreta; el volumen de su voz iba creciendo sin llegar nunca a hacerse molesto. Y de esta manera, decía, por ejemplo:

    —Si todos fuésemos más envidiosos, no veríamos mal la envidia, porque no la veríamos. Parece entonces que hemos de ser menos envidiosos para conocer mejor la envidia. ¿A quién le hace más falta conocer la envidia, al envidioso o al indiferente? Y quien se interesa por la envidia, ¿lo hace por indiferencia o por envidia?

    Quienes le escuchaban sonreían mientras intentaban dar con la respuesta más adecuada, pero normalmente dejaban pasar unos instantes para comprobar si aquel hombrecillo daría la respuesta. Era una costumbre, pero lo cierto es que él nunca respondía. No era su trabajo. Su cometido consistía en preguntar, no en responder. Ante las respuestas, «solo los envidiosos necesitan saber lo que es la envidia para evitarla» o «los indiferentes conocen mejor la envidia porque la enjuician sin pensar en lo que los otros pensarán de su punto de vista», o también «quien se interesa por la envidia es porque quiere dejar de ser envidioso y no sabe cómo hacerlo», etcétera, contestaba, como cabe esperar, con más preguntas:

    —¿Y si la envidia nos hiciera más indiferentes? ¿Y si la indiferencia nos hiciera tan egoístas como la envidia?

    La filosofía surgió con las preguntas de un hombrecillo al que las respuestas no le interesaban y para el que el preguntar era el único modo de poder llegar a entender que había algo que merecía la pena ser comprendido. Porque hay algo que vale la pena entender, es imprescindible hacerse preguntas. Si nada de lo que puede conocerse mereciese el esfuerzo de ser conocido, daría igual preguntar que responder, o incluso cualquier pregunta sería retórica, sería la introducción de la respuesta. Pero si, por el contrario, hay algo por lo que pueda apostarse con la seguridad de ganar, entonces hay que apostar, sabiendo que la victoria viene garantizada por el hecho de que ninguna respuesta es la respuesta definitiva.

    3. EL OTRO COMIENZO DE LA FILOSOFÍA

    La filosofía puede dividirse en dos períodos que se establecen atendiendo a la figura de Sócrates, hacia el sigloVI a.deC. Se habla de la filosofía Presocrática, o sea, de lo que se pensó en determinadas regiones de lo que hoy es Italia, Grecia, el norte de África y la zona de Oriente Próximo, antes de Sócrates. Se unifica a todos los filósofos presocráticos bajo ese rótulo, como si hubiesen pensado acerca de las mismas cosas; en cierto sentido podría ser así, pero hay más detalles que los separan que aquellos que los unen.

    Algo que puede permitir entender este estilo, esta manera de hacer filosofía, anterior a Sócrates, está caracterizado por dos factores sumamente interesantes que podrían resumirse así: hacían una filosofía poética cuya máxima preocupación era la de intentar descubrir la denominada «unidad en la multiplicidad». Lo de filosofía poética no debe despistarnos. Precisamente la génesis de la filosofía posee elementos de la racionalidad anterior, que era eminentemente poética, mítica. Esta es la razón por la cual se habla del surgimiento de la filosofía en esta época. De explicaciones míticas, esto es, narradas, fabulosas, se pasa a explicaciones racionales de la realidad, aunque el componente poético no se pierda del todo en los primeros filósofos. Expliquemos esto.

    Antes del surgimiento de la filosofía —y también de la geometría— el conocimiento, se dice, era mítico. A menudo se ha querido significar con ello que se trataba de formas supersticiosas de entender el mundo, de creencias infundadas y primitivas. El comienzo de la filosofía habría supuesto en ese caso el surgimiento de la racionalidad como tal. Pero esto tal vez sí sea un modo mítico de entender las cosas, un modelo poco fiable. Por supuesto la filosofía no surgió una tarde, ni con el modo de pensar o de explicar la realidad de un solo hombre —se suele hablar de Tales como del primer filósofo—.

    La filosofía, la geometría, una visión del mundo matemática y musical (Pitágoras), surgieron como alternativa a otro modelo de racionalidad, los mitos. No ocurre que nace la racionalidad como opuesta al pensamiento mítico, sino que más bien, una versión de la racionalidad va sustituyendo paulatinamente a otra. Las explicaciones míticas son explicaciones poéticas. Cabría acordarse aquí de las palabras de Rilke, quien afirma que «la poesía es la ciencia más exacta». El conocimiento mítico, del que son ejemplo las narraciones de Hesíodo y Homero, es un conocimiento poético, metafórico, que solía transmitirse de forma oral, pero es conocimiento en todo caso. El modelo de racionalidad que inauguran la filosofía y las matemáticas es diferente, pero no encuentro argumentos de peso para decir que es mejor en términos absolutos. No creo que el surgimiento de la filosofía que, insisto, es un fenómeno cultural y, por tanto, no es algo puntual, sea un progreso para los seres humanos como lo es la abolición de la esclavitud, por ejemplo. La razón de mayor peso que encuentro para defender esta posición es que los mitos de la Odisea, por poner un caso, encierran tanta «filosofía» como el Poema del Ser de Parménides o los diálogos de Platón. Es decir, hay tanta filosofía en sentido amplio, sabiduría, en el mito como en la concepción de la racionalidad lógica (filosófica en sentido más restringido, geométrica, aritmética,...). Pues bien, ¿en qué consiste esta nueva forma de entender la racionalidad o el pensamiento, dónde residen las claves con las que tradicionalmente se caracteriza el arranque del pensamiento filosófico?

    Habitualmente se ha identificado el comienzo del pensamiento abstracto —no del pensamiento como tal— en esta etapa de la historia occidental, hacia el sigloVII a.deC. Se dice que los filósofos presocráticos, los primeros filósofos, pueden ser calificados como tales filósofos por haber empezado a pensar el problema de lo uno y lo múltiple ¿En qué consiste dicho problema? Solemos decir que pensar es unificar. El concepto de «gato» se extraería a partir de la multiplicidad de gatos. Recogiendo todo aquello que tienen de común los diversos gatos, producimos el concepto «gato». Éste sirve para nombrar a cualquier gato. El concepto de gato no es ningún gato, no tiene color, ni peso, ni siete vidas —los conceptos no tienen vida, en ese sentido—. Pero justamente por carecer de las cualidades que podemos captar a través de los sentidos, los conceptos son capaces de unificar todos los particulares a los que se refieren. En el ejemplo propuesto, el concepto «gato» unifica la multiplicidad de los gatos. Sin esa capacidad de unir, seríamos incapaces de un pensamiento abstracto, que significa separado; separado de la inmediatez de lo que vemos, oímos, etcétera.

    Ahora bien, los primeros filósofos, recurriendo a esta forma abstracta de pensar, apostaron muy fuerte —algo propio de filósofos—. No se trataba tanto de producir conceptos o de explicar cómo se ha hecho el proceso mediante el cual abstraemos, como de intentar pensar la totalidad. Qué gran misión. Buscaban aquello que unificaba, no una serie de objetos iguales, sino la totalidad de la realidad. De esta manera la cuestión de dar con la unidad de lo múltiple se refería al Cosmos. De dónde proviene todo, qué es lo que sostiene todo, ¿hay algo en todo que haga que la realidad posea un orden?

    Si no lo hemos pensado nunca nos percatamos de que es una manera de proceder muy interesante. Porque, en efecto, la realidad posee un orden. Los primeros filósofos se dan cuenta de que constantemente vuelven la noche y el día, que las estaciones se repiten, que las mismas estrellas están en el mismo lugar,... ¿Qué sostiene ese orden? Ha de haber un principio, un comienzo que explique el modo como las cosas que hay, siguen un orden. En definitiva lo que se buscaba, no nos engañemos, era un porqué. Esta costumbre no solo es propia de filósofos, sino de todos los seres humanos. Desde muy niños, nuestro contacto con la realidad se realiza a través de la pregunta «¿por qué?» ¿Qué me dicen de las preguntas, completamente geniales, de los niños? «Papá, ¿qué es el plástico?; ¿y por qué no te lo puedes comer?». «¿Por qué yo siempre voy a ser mayor que mi hermano?». Una de las preguntas más difíciles a las que me sometió uno de mis hijos fue: «¿por qué existen las moscas?».

    Realmente portentoso, ¿nunca se lo han preguntado? Se trata de una cuestión en la que probablemente esté en juego el sentido todo de la filosofía de la naturaleza. A estos primeros filósofos les interesaba buscar respuestas a preguntas que hoy no nos hacemos porque pensamos que sabemos más de lo que sabemos. Por qué otra vez de noche en vez de durar siempre el día, por qué se repiten las estaciones, por qué animales tan diferentes manteniendo un equilibrio natural, por qué somos capaces de engendrar, por qué... En definitiva se trata de encontrar una clave que explique el orden que subyace al aparente desorden.

    Si estudiamos un poco a fondo la anatomía humana nos sorprende precisamente eso, el orden. Cada uno de nuestros órganos posee una misión en conexión con el resto de los órganos. Y juntos colaboran a mantener la unidad. En la diversa morfología orgánica, encontramos algo que no es un órgano (como el concepto «gato», que no es un gato). Ese algo es lo que ordena, lo que organiza, lo que permite que el organismo esté organizado, esto es, que sea uno. Digamos que el monstruo de Frankenstein es imposible porque, a pesar de poseer todos los órganos, le falta la organización. La unidad de lo múltiple, en el ejemplo del organismo, es la vida. Todos los órganos trabajan para un único fin, la vida, el vivir, que a su vez no es un órgano más. Pues traslademos la metáfora orgánica a la totalidad del universo.

    ¿Qué hace que haya un orden, que las cosas se mantengan siguiendo unas pautas de comportamiento o unas estructuras con un sentido? A ese principio unificador, aquellos primeros filósofos, con mucho tino, lo denominaron Arjé, que quiere decir Primer Principio. El orden de todo lo ordenado; lo que está desde el principio aportando unidad a la multiplicidad. Para algunos ese principio supremo era el agua, para otros el aire, otros pensaron que se trataba de una combinación de los denominados «cuatro elementos» (agua, aire, tierra y fuego). En estos puntos de vista encontramos que, como se decía más arriba, aún persisten elementos poéticos en la nueva racionalidad de estos primeros filósofos. Otros, sin embargo, fueron más atrevidos y propusieron explicaciones más abstractas. Anaximandro, por ejemplo, sostuvo que la unidad de todo no podía ser, a su vez algo. No podía ocurrir que algo determinado fuese la explicación del origen de todo. Y llamó al Primer Principio, al Arjé, «Lo Indeterminado».

    Heráclito pensaba que aquello que aportaba unidad a la multiplicidad era que solo había multiplicidad. Podría decirse que para él todo era puro tiempo, que no existía un modo de encontrar una unidad, porque el paso del tiempo impedía que pudiésemos pensar, unificar. Por seguir con el caso de nuestro gato, pensar un gato sería imposible para Heráclito, porque un gato siempre es ya otro gato. A cada millonésima de segundo, un sujeto cambia, por lo que es imposible nombrarlo. El gato de ahora ya no es el gato de antes. Esa es la razón de que declarase que el Primer Principio era la contradicción: el hecho de que las cosas son y no son ya. Una de las más célebres frases que se le atribuyen es aquella que declara que «nunca te bañarás dos veces en el mismo río». El tiempo es para Heráclito como el fuego, todo lo destruye. Capítulo aparte merece la contribución de Parménides a la historia de los inicios de la filosofía.

    4. POR QUÉ LA FILOSOFÍA PRODUCE DOLOR DE CABEZA

    Parménides fue un poeta-filósofo que profundizó las doctrinas de Heráclito. Si lo que éste decía era cierto, entonces, ¿qué valor tendría el carné de identidad? Si yo ya no soy el que era y después de un instante ya no seré el que ahora soy, ¿qué sentido tiene que presente mi carné para identificarme? En la ventanilla de Hacienda, me pedirían una identificación y, la fotografía, por reciente que fuese, delataría que no se

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