Forja
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Con 1055 puntos de meditación, distribuidos en trece capítulos (...), Forja acompaña al alma en el recorrido de su santificación, desde que percibe la luz de la vocación cristiana hasta que la vida terrena se abre a la eternidad (...).
Me atrevo a asegurarte, amigo lector, que si tú y yo nos metemos en esa forja del Amor de Dios, nuestras almas se harán mejores (...). San Josemaría Escrivá nos guiará por los caminos de la vida interior, con paso seguro, como quien conoce el terreno palmo a palmo, porque lo ha recorrido muchas veces." (del Prólogo de Mons. Álvaro del Portillo).
La primera edición es de 1987. Hasta el momento se han publicado más de 40 ediciones en 12 idiomas.
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Forja - Josemaría Escrivá de Balaguer
978-84-321-3935-2
Índice
El Autor
Presentación
Prólogo del Autor
Deslumbramiento
Lucha
Derrota
Pesimismo
¡Puedes!
Otra vez a luchar
Resurgir
Victoria
Labor
Crisol
Selección
Fecundidad
Eternidad
Índice analítico
Índice de textos de la Sagrada Escritura
El Autor
San Josemaría Escrivá de Balaguer nació en Barbastro (Huesca, España) el 9 de enero de 1902. A la edad de 15 ó 16 años comenzó a sentir los primeros presagios de una llamada divina, y decidió hacerse sacerdote. En 1918 inició los estudios eclesiásticos en el Seminario de Logroño, y los prosiguió a partir de 1920 en el de S. Francisco de Paula de Zaragoza, donde ejerció desde 1922 el cargo de Superior. En 1923 comenzó los estudios de Derecho Civil en la Universidad de Zaragoza, con permiso de la Autoridad eclesiástica, y sin hacerlos simultáneos con sus estudios teológicos. Ordenado de diácono el 20 de diciembre de 1924, recibió el presbiterado el 28 de marzo de 1925.
Inició su ministerio sacerdotal en la parroquia de Perdiguera —diócesis de Zaragoza—, y lo continuó luego en Zaragoza. En la primavera de 1927, siempre con permiso del Arzobispo, se trasladó a Madrid, donde desarrolló una incansable labor sacerdotal en todos los ambientes, dedicando también su atención a pobres y desvalidos de los barrios extremos, y en especial a los incurables y moribundos de los hospitales. Se hizo cargo de la capellanía del Patronato de Enfermos, labor asistencial de las Damas Apostólicas del Sagrado Corazón, y fue profesor en una Academia universitaria, a la vez que continuaba los estudios de los cursos de doctorado en Derecho Civil, que en aquella época solo se tenían en la Universidad de Madrid.
El 2 de octubre de 1928, el Señor le hizo ver con claridad lo que hasta ese momento había solo presagiado; y san Josemaría Escrivá fundó el Opus Dei. Movido siempre por el Señor, el 14 de febrero de 1930 comprendió que debía extender el apostolado del Opus Dei también entre las mujeres. Se abría así en la Iglesia un nuevo camino, dirigido a promover, entre personas de todas las clases sociales, la búsqueda de la santidad y el ejercicio del apostolado, mediante la santificación del trabajo ordinario, en medio del mundo y sin cambiar de estado.
Desde el 2 de octubre de 1928, el Fundador del Opus Dei se dedicó a cumplir, con gran celo apostólico por todas las almas, la misión que Dios le había confiado. En 1934 fue nombrado Rector del Patronato de Santa Isabel. Durante la guerra civil española ejerció su ministerio sacerdotal —en ocasiones, con grave riesgo de su vida— en Madrid y, más tarde, en Burgos. Ya desde entonces, san Josemaría Escrivá tuvo que sufrir durante largo tiempo duras contradicciones, que sobrellevó con serenidad y con espíritu sobrenatural.
El 14 de febrero de 1943 fundó la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz, inseparablemente unida al Opus Dei, que, además de permitir la ordenación sacerdotal de miembros laicos del Opus Dei y su incardinación al servicio de la Obra, más adelante consentiría también a los sacerdotes incardinados en las diócesis compartir la espiritualidad y la ascética del Opus Dei, buscando la santidad en el ejercicio de los deberes ministeriales, y dependiendo exclusivamente del respectivo Ordinario.
En 1946 fijó su residencia en Roma, donde permaneció hasta el final de su vida. Desde allí, estimuló y guió la difusión del Opus Dei en todo el mundo, prodigando todas sus energías para dar a los hombres y mujeres de la Obra una sólida formación doctrinal, ascética y apostólica. A la muerte de su Fundador, el Opus Dei contaba con más de 60.000 miembros de 80 nacionalidades.
San Josemaría Escrivá de Balaguer fue Consultor de la Comisión Pontificia para la interpretación auténtica del Código de Derecho Canónico, y de la Sagrada Congregación de Seminarios y Universidades; Prelado de Honor de Su Santidad, y Académico «ad honorem» de la Pontificia Academia Romana de Teología. Fue también Gran Canciller de las Universidades de Navarra (Pamplona, España) y de Piura (Perú).
San Josemaría Escrivá falleció el 26 de junio de 1975. Desde hacía años, ofrecía a Dios su vida por la Iglesia y por el Papa. Fue sepultado en la cripta de la iglesia de Santa María de la Paz, en Roma. Para sucederle en el gobierno del Opus Dei, el 15 de septiembre de 1975 fue elegido por unanimidad monseñor Álvaro del Portillo (1914-1994), que durante largos años había sido su más próximo colaborador. El actual Prelado del Opus Dei es monseñor Javier Echevarría, que también trabajó durante varios decenios con san Josemaría Escrivá y con su primer sucesor, monseñor del Portillo. El Opus Dei, que desde el principio había contado con la aprobación de la Autoridad diocesana y, desde 1943, también con la «appositio manuum» y después con la aprobación de la Santa Sede, fue erigido en Prelatura personal por el Santo Padre Juan Pablo II el 28 de noviembre de 1982: era la forma jurídica prevista y deseada por san Josemaría Escrivá.
La fama de santidad de que el Fundador del Opus Dei ya gozó en vida se ha ido extendiendo, después de su muerte, por todos los rincones de la tierra, como ponen de manifiesto los abundantes testimonios de favores espirituales y materiales que se atribuyen a su intercesión; entre ellos, algunas curaciones médicamente inexplicables. Han sido también numerosísimas las cartas provenientes de los cinco continentes, entre las que se cuentan las de 69 Cardenales y cerca de mil trescientos Obispos —más de un tercio del episcopado mundial—, en las que se pidió al Papa la apertura de la Causa de Beatificación y Canonización de Josemaría Escrivá de Balaguer. La Congregación para las Causas de los Santos concedió el 30 de enero de 1981 el «nihil obstat» para la apertura de la Causa, y Juan Pablo II lo ratificó el día 5 de febrero de 1981.
Entre 1981 y 1986 tuvieron lugar dos procesos cognicionales, en Roma y en Madrid, sobre la vida y virtudes de Josemaría Escrivá. A la vista de los resultados de ambos procesos, y acogiendo los pareceres favorables del Congreso de los Consultores Teólogos y de la Comisión de Cardenales y Obispos miembros de la Congregación para las Causas de los Santos, el 9 de abril de 1990 el Santo Padre declaró la heroicidad de las virtudes de Josemaría Escrivá, que recibió así el título de Venerable. El 6 de julio de 1991 el Papa ordenó la promulgación del Decreto que declara el carácter milagroso de una curación debida a la intercesión del Venerable Josemaría Escrivá, acto con el que concluyeron los trámites previos a la beatificación, celebrada en Roma el 17 de mayo de 1992, en una solemne ceremonia presidida por el Santo Padre, Juan Pablo II, en la Plaza de San Pedro. Desde el 21 de mayo de 1992 su cuerpo reposa en el altar de la iglesia prelaticia de Santa María de la Paz, en la sede central de la Prelatura del Opus Dei, continuamente acompañado por la oración y el agradecimiento de numerosas personas de todo el mundo que se han acercado a Dios atraídas por su ejemplo y sus enseñanzas.
Después de aprobar, el 20 de diciembre de 2001, un decreto de la Congregación para las Causas de los Santos sobre un milagro atribuido a su intercesión y de oír a los Cardenales, Arzobispos y Obispos reunidos en Consistorio el 26 de febrero de 2002, el Santo Padre Juan Pablo II canonizó a Josemaría Escrivá el 6 de octubre de 2002.
Entre sus escritos publicados se cuentan, además del estudio teológico jurídico La Abadesa de las Huelgas, libros de espiritualidad que han sido traducidos a numerosos idiomas: Camino, Santo Rosario, Es Cristo que pasa, Amigos de Dios, Via Crucis, Amar a la Iglesia, Surco y Forja, los cinco últimos publicados póstumamente. Recogiendo algunas de las entrevistas concedidas a la prensa se ha publicado el libro Conversaciones con Mons. Escrivá de Balaguer.
Una amplia documentación sobre san Josemaría puede encontrarse en www.escrivaobras.org y en www.josemariaescriva.info.
Presentación
El 7 de agosto de 1931, día en que la diócesis de Madrid celebraba la fiesta de la Transfiguración del Señor, Mons. Escrivá de Balaguer dejó anotada una de sus experiencias místicas, que el Señor le concedía. Al celebrar la Santa Misa, Dios le hizo entender de un modo nuevo las palabras del Evangelio: et ego, si exaltatus fuero a terra, omnia traham ad meipsum1; Comprendí que serán los hombres y mujeres de Dios, quienes levantarán la Cruz con las doctrinas de Cristo sobre el pináculo de toda actividad humana… Y vi triunfar al Señor, atrayendo a Sí todas las cosas. Luego, como respuesta a esas luces, continúa escribiendo: A pesar de sentirme vacío de virtud y de ciencia (la humildad es la verdad…, sin garabato), querría escribir unos libros de fuego, que corrieran por el mundo como llama viva, prendiendo su luz y su calor en los hombres, convirtiendo los pobres corazones en brasas, para ofrecerlos a Jesús como rubíes de su corona de Rey2.
Fruto de esas ansias fueron también Camino, Surco y Forja; aunque estas dos últimas obras se han publicado como póstumas, nacieron entonces y ninguna descripción más apropiada que aquellas palabras de su autor. Forja es un libro de fuego, cuya lectura y meditación puede meter a muchas almas en la fragua del Amor divino, y encenderlas en afanes de santidad y de apostolado, porque éste era el deseo de Mons. Escrivá de Balaguer, claramente reflejado en el prólogo: ¿Cómo no voy a tomar tu alma —oro puro— para meterla en forja, y trabajarla con el fuego y el martillo, hasta hacer de ese oro nativo una joya espléndida que ofrecer a mi Dios, a tu Dios?
Forja consta de 1055 puntos de meditación, distribuidos en trece capítulos. Muchos de esos puntos tienen un claro talante autobiográfico: son anotaciones escritas por el Fundador del Opus Dei en unos cuadernos espirituales que, sin ser un diario, llevó durante los años treinta. En esos apuntes personales, recogía algunas muestras de la acción divina en su alma, para meditarlas una vez y otra en su oración personal, y también sucesos y anécdotas de la vida corriente, de los que se esforzaba por sacar siempre una enseñanza sobrenatural. Como es característico de Mons. Escrivá de Balaguer, que siempre huyó de llamar la atención, las referencias a situaciones y sucesos de carácter autobiográfico suelen aparecer narradas en tercera persona.
Muchas veces a los que teníamos la gran fortuna de vivir a su lado nos habló de este libro, que fue tomando cuerpo a lo largo de los años. Deseaba, además de darle el orden definitivo, leer despacio cada uno de los puntos, para poner todo su amor sacerdotal al servicio del lector: no le interesaba abonitarlos, sólo pretendía llegar a la intimidad de las almas, y en esa espera… le llamó el Señor a su intimidad. Y tal como los dejó, aparecen ahora al público.
El nervio de Forja puede resumirse en esta afirmación: La vida de Jesucristo, si le somos fieles, se repite en la de cada uno de nosotros de algún modo, tanto en su proceso interno —en la santificación—, como en la conducta externa (n. 418).
La configuración progresiva con Jesucristo, que constituye la esencia de la vida cristiana, se realiza de modo arcano por medio de los sacramentos3. Requiere, además, el esfuerzo de cada uno por corresponder a la gracia: conocer y amar al Señor, cultivar sus mismos sentimientos4. Reproducir su vida en la conducta diaria, hasta poder exclamar con el Apóstol: vivo autem, iam non ego: vivit vero in me Christus5, no soy yo quien vive, sino que es Cristo quien vive en mí. Así nos concreta el programa —la santidad— que el Señor propone a todos, sin excepción de ningún tipo. Fíjate bien: hay muchos hombres y mujeres en el mundo, y ni a uno solo de ellos deja de llamar el Maestro. Les llama a una vida cristiana, a una vida de santidad, a una vida de elección (n. 13).
Este itinerario interior de progresiva identificación con Cristo viene a ser la trama de Forja. Una trama que no constituye un molde rígido para la vida interior; nada más lejos de las intenciones de Mons. Escrivá, que tenía un respeto grandísimo por la libertad interior de cada persona. Porque, a fin de cuentas, cada alma sigue su propio camino, a impulsos del Espíritu Santo. Estos puntos de meditación son más bien sugerencias de amigo, consejos paternos para quien resuelve tomar en serio su vocación cristiana.
Forja, en definitiva, acompaña al alma en el recorrido de su santificación, desde que percibe la luz de la vocación cristiana hasta que la vida terrena se abre a la eternidad. El primer capítulo está dedicado precisamente a la vocación; el autor lo titula Deslumbramiento, porque quedamos deslumbrados cada vez que Dios nos va haciendo entender que somos hijos suyos, que hemos costado toda la Sangre de su Hijo Unigénito y que —a pesar de nuestra poquedad y de nuestra personal miseria— nos quiere corredentores con Cristo: Hijos de Dios. —Portadores de la única llama capaz de iluminar los caminos terrenos de las almas, del único fulgor, en el que nunca podrán darse oscuridades, penumbras ni sombras (n. 1).
La respuesta a la vocación divina exige una lucha constante. Un combate sin estruendo en la palestra de la vida ordinaria, porque ser santo (…) no es hacer cosas raras: es luchar en la vida interior y en el cumplimiento heroico, acabado, del deber (n. 60).
En esta pelea interior no faltarán las derrotas, y puede acechar el peligro del desaliento. Por eso, el Fundador del Opus Dei inculcó sin tregua en las almas aquel possumus! de los hijos de Zebedeo6; un grito —¡podemos!— que no nace de la presunción, sino de la humilde confianza en la Omnipotencia divina.
Gustaba a Mons. Escrivá la imagen del borrico, un animal poco vistoso, humilde, trabajador, que mereció el honor de llevar en triunfo a Jesucristo por las calles de Jerusalén. Esa imagen del burro, perseverante, obediente, sabedor de su indignidad, le sirve para animar al lector a adquirir y ejercitar una serie de virtudes que, con agudo sentido de la observación, descubría en el borrico de noria: humilde, duro para el trabajo y perseverante, ¡tozudo!, fiel, segurísimo en su paso, fuerte y —si tiene buen amo— agradecido y obediente (n. 380).
Estrechamente ligada a la humildad y a la perseverancia del borrico de noria está, en efecto, la obediencia. Convéncete de que, si no aprendes a obedecer, no serás eficaz (n. 626). Porque obedecer a quien en nombre de Dios dirige nuestra alma y encauza el apostolado es abrirse a la gracia divina, dejar actuar al Espíritu; es humildad. Obediencia, pues, a Dios mismo. Y, por Dios, a su Santa Iglesia. No hay otro camino: Persuádete, hijo, de que desunirse, en la Iglesia, es morir (n. 631). Es otra de las ideas madre en la predicación de Mons. Escrivá de Balaguer: no separar a Cristo de su Iglesia, no separar al cristiano de Cristo, a quien está unido por la gracia. Sólo así la victoria es segura.
Los hombres y las mujeres que buscan la santidad en el mundo realizan su labor apostólica en y desde el cumplimiento de sus deberes habituales, en primer lugar el trabajo profesional. Por la enseñanza paulina, sabemos que hemos de renovar el mundo en el espíritu de Jesucristo, que hemos de colocar al Señor en lo alto y en la entraña de todas las cosas. —¿Piensas tú que lo estás cumpliendo en tu oficio, en tu tarea profesional? (n. 678).
Junto con el trabajo, han de convertirse en instrumento de santidad personal y de apostolado todas las realidades nobles de los hombres. Admira la bondad de nuestro Padre Dios: ¿no te llena de gozo la certeza de que tu hogar, tu familia, tu país, que amas con locura, son materia de santidad? (n. 689). Así, se refiere también en varios puntos al matrimonio y a la familia; y luego, a los deberes ciudadanos. Porque ha querido el Señor que sus hijos, los que hemos recibido el don de la fe, manifestemos la original visión optimista de la creación, el amor al mundo
que late en el cristianismo (n. 703).
No deja de recordar el autor que, para divinizar lo humano, se requiere una profunda vida interior: de lo contrario, se correría el riesgo de humanizar lo divino, sin olvidar —como oí repetir a Mons. Escrivá de Balaguer— que todo lo sobrenatural, cuando se refiere a los hombres, es muy humano. Por eso, cuanto más plena es la identificación con Cristo, más apremiante se torna el afán apostólico, porque la santidad —cuando es verdadera— se desborda del vaso, para llenar otros corazones, otras almas,