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El gran libro de los perros de raza
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El gran libro de los perros de raza
Libro electrónico777 páginas6 horas

El gran libro de los perros de raza

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La mayoría de nosotros pasa gran parte de nuestra vida intentando ser feliz a través de cualquier medio, pero desgraciadamente muy a menudo no lo conseguimos con la intensidad que nos gustaría, porque no somos capaces de decidir lo que queremos. Los perros no tienen este problema, pues saben exactamente qué quieren y qué los hace felices: convivir con alguien y sentirse queridos. Los métodos que emplean para ello son muy numerosos. De hecho hay tantos como razas caninas se conocen actualmente, ya que cada una de ellas posee una forma distinta de expresarse y de ser.
Gracias a este libro usted podrá conocer todas las razas de perros del mundo, incluso las menos extendidas. Encontrará fichas informativas en las que se detalla la historia, el carácter, el comportamiento, la salud y todo cuanto debe saber acerca de las razas más bonitas y difundidas.
Si le gustan los perros y quiere compartir con ellos su vida, esta es la guía que más le conviene para escoger bien al que será su amigo más fiel. Tenga en cuenta que desde el momento que entre en su casa, se convertirá en un compañero inseparable.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento22 ago 2018
ISBN9781644615416
El gran libro de los perros de raza

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    El gran libro de los perros de raza - Valeria Rossi

    Notas

    INTRODUCCIÓN

    En estos últimos diez años hemos asistido a un inusitado auge de la cinofilia, tanto desde el punto de vista afectivo, por lo que se refiere a las relaciones entre el perro y el hombre, como desde el económico, por lo que respecta a la cría de los perros de raza.

    La imagen del perro se ha hecho un hueco en los medios de comunicación. Hoy en día aparece tanto en la televisión como en la prensa escrita para respaldar cualquier tipo de información, por peregrina que sea, e incluso, por si fuera poco, numerosas películas tienen a un can como protagonista.

    Sin embargo, a pesar de esta familiaridad, no debe pensarse que cuidar un perro es algo sencillo. Lo único «fácil», o que puede darse por descontado, es el deseo de cuidarlo. De hecho, su adquisición debe realizarse con tanto cuidado como la de una vivienda. A diferencia de tiempos pasados, en los que sólo unas pocas razas eran accesibles al gran público, hoy en día la variedad es tal, que quien no posea una cierta idea de lo que desea tendrá graves dificultades a la hora de escoger. Existen muchos tratados y enciclopedias que podrían serle de utilidad, mas por desgracia suelen ser demasiado especializadas y su consulta no es siempre fácil.

    Este libro abre las puertas a quien se aproxima por primera vez al mundo de las razas caninas así como a todas aquellas personas que poseen algunas nociones y desean aprender más gracias a la concisión, claridad y precisión con las que detallan los rasgos más importantes del estándar de cada raza, además de las numerosas fotografías con que se ilustran las explicaciones.

    Las razas más significativas por sus aptitudes o por su popularidad se han comentado ampliamente en fichas ilustradas, agrupadas según sus orígenes y características funcionales (perros de pastor, lebreles, etc.), y ordenadas alfabéticamente para facilitar la búsqueda.

    En la última parte del libro, se presentan todas las razas reconocidas por la Federación Cinológica Internacional según la clasificación oficial acompañadas por una fotografía que tal vez pueda ser útil para hacerse una primera idea de sus características.

    Escrito de una forma clara y ágil, este libro sin duda se convertirá en una obra de consulta sobre las razas caninas apta para toda la familia.

    Candida Pialorsi Falsina

    LOS ORÍGENES

    Los primeros restos fósiles de cánidos hallados en asentamientos humanos se remontan a unos 12.000 años. Durante mucho tiempo se ha supuesto que se trataba de perros domésticos, aunque también se ha planteado la hipótesis de que pertenecieran a cánidos salvajes que se aproximaban a un poblado para robar restos de comida y que, en alguna ocasión, eran capturados.

    Actualmente se estima que la domesticación del perro debió de iniciarse hace unos 10.000 años, una cifra nada desdeñable por lo que respecta a la historia humana y canina, sobre todo si se tiene en cuenta que esta relación ha perdurado a través de glaciaciones, terremotos, guerras y carestías. Ninguna empresa habría durado tanto tiempo de no haber sido muy provechosa para ambas partes.

    El perro es doméstico desde hace 10.000 años. Durante todo este tiempo su morfología ha evolucionado de muy diversas formas

    Presumiblemente, el primer perro domesticado fue un cachorro, ya que los cánidos de aquellos tiempos eran lobos de gran envergadura y ferocidad que hacían imposible toda tentativa de captura para obtener su colaboración. Quienes hubiesen intentado llevar a cabo tan descabellado plan habrían perecido entre sus fauces.

    Es muy probable que este cánido, además de cachorro, debió de ser huérfano, ya que ninguna madre habría dejado que se lo sustrajeran sin haber presentado batalla. Además, tuvo que ser bastante joven, de alrededor de un mes de vida —pues si hubiese sido mayor no hubiese sobrevivido—, pero no más. La idea más lógica es que los primeros hombres lo capturasen para cebarlo, con la esperanza de que no escapara y de que creciera lo suficiente como para alimentar a tres o cuatro personas.

    Naturalmente el cachorro creció, pero el hombre en lugar de una cena se encontró con un amigo al que no abandonaría nunca.

    ¿Por qué?

    Es demasiado fácil responder «porque le era útil», y más si se tiene en cuenta que un perro (o un lobo) de cuatro o cinco meses no sirve prácticamente para nada, excepto para ensuciar y roer todo lo que encuentra. Podemos admitir que el hombre primitivo no concediera una excesiva importancia al brillo del suelo, pero todo el mundo sabe perfectamente que un perro joven destaca más por su capacidad de ocasionar desperfectos que de mostrarse útil, especialmente si nadie lo educa ni lo adiestra (y no creo que en aquella época hubiese un campo de adiestramiento cerca de casa preparado para el primer perro de la historia).

    Entonces, ¿por qué no se comieron al cachorro?

    Habría podido empezar a ser útil a los ocho o nueve meses, aunque no había ningún motivo para dejarlo que creciese tanto. Primitivos o no, los hombres con toda seguridad habían saboreado carne de animales jóvenes y adultos, y cuesta creer que no hubieran descubierto que la carne joven es más tierna. Si en un primer momento era demasiado pequeño, un perro de cuatro meses ya tenía las dimensiones suficientes como para saciar el hambre de unos cuantos.

    El perro no acabó en la mesa porque alguien de la familia se opuso tajantemente. Y es dudoso que hubiera sido un cazador o cabeza de familia, que pasaba poco tiempo en casa y no tenía tiempo para sentimentalismos; es mucho más probable que fuera una mujer, quizás a instancias de un niño que no podía soportar la idea de comerse a su mejor amigo.

    La caza ha sido seguramente una de las primeras actividades que ha desempeñado el perro, pero no fue el motivo de su domesticación

    Sea como fuere, el cachorro no acabó en la olla porque alguien lo quería, esta es la única deducción lógica que se puede hacer. Las explicaciones utilitaristas solamente puede inventarlas quien nunca ha tenido un cachorro de cuatro meses correteando por casa.

    Salvado por cariño, el primer perro doméstico creció hasta convertirse en un animal verdaderamente útil, acompañando al dueño en sus cacerías y mostrando los dientes al intruso que se asomaba por la puerta de la cabaña, o quizá las dos cosas a la vez.

    Así se inició la historia de un dúo hasta el momento indisoluble. Y empezó más o menos al mismo tiempo en todos los puntos de la Tierra, tal como demuestran los hallazgos prehistóricos europeos, asiáticos y americanos.

    A continuación, la evolución humana no siguió el mismo paso en todo el mundo. Algunas civilizaciones progresaron rápidamente, otras se mantuvieron mucho tiempo en un estadio primitivo, y otras desaparecieron, subyugadas o aniquiladas por las guerras que, por desgracia, acompañan al hombre desde sus orígenes más remotos.

    Hoy en día existen culturas que apenas han salido del estadio primitivo. No sé si vivimos mejor nosotros con los ordenadores y la televisión (y los impuestos, los accidentes de tránsito y una larga retahíla de «inconvenientes» propios de las culturas «avanzadas») o los pueblos menos civilizados. Lo cierto es que nosotros, gracias a nuestros medios y a la tecnología, podemos estudiar otras culturas y ver cómo se comportan. Esto nos ha permitido descubrir algunos poblados perdidos en las montañas peruanas, en donde no hay ordenadores ni llega la televisión, y que aún tienen la costumbre de que las mujeres de la tribu amamanten a los cachorros de perro huérfanos, hecho que demuestra un respeto y una consideración para el animal mucho mayor que la que probablemente tienen los más encendidos amigos de los animales de la parte «civilizada» del mundo. Pero, además, es una conducta que nos ayuda a entender que la relación entre el perro y el hombre nunca ha sido una unión exclusivamente por intereses y que no ha nacido como una relación de dar-tener, porque un cachorro de pocos meses no tiene nada que dar, fuera de su ternura.

    Entre el hombre y el perro ha habido, y esperamos que siga habiendo, una gran amistad. Y como tal debe ser considerada la relación que mantienen, por delante de valoraciones de carácter utilitario, si realmente queremos entender al perro y conocer algo más de nosotros mismos.

    EL DESARROLLO DEL CACHORRO

    Actualmente el lobo y el perro parecen dos realidades muy distantes: el lobo es malvado y el perro es bueno; el lobo es feo y el perro es bonito; el lobo se come a las ovejas, el perro las defiende.

    Por otro lado, hay perros que todavía guardan un vago parecido con su antepasado lejano, pero ¿qué tienen en común con el lobo un setter, un carlino o un dogo?

    A pesar de que la tentación de responder «nada» es muy fuerte, es preciso contestar «casi todo».

    El setter y el lobo son ambos animales sociales, con una organización de la manada idéntica. El carlino y el lobo mueven la cola de la misma manera. El dogo y el lobo gruñen, aúllan y gritan «cai-cai» cuando notan dolor. Tanto el carlino como el lobo, cuando desean expresar «esta casa es mía y aquí no puede entrar nadie», lo hacen alzando la pata y orinando. Y, lo más importante, si un setter y una loba se encuentran y se gustan, nace una camada. Si se encuentran un caballo y una cebra, que tienen muchas más similitudes, apenas se prestan atención.

    El comportamiento y la organización social del perro son todavía similares a los del lobo

    Las dos especies son interfecundas, y según la ciencia esto sólo significa una cosa: no son dos especies, sino que todavía son la misma especie.

    El hombre (y en parte las condiciones climáticas, ambientales, etc.) ha modificado enormemente sus características físicas y sus hábitos comportamentales, pero nunca ha llegado a cambiar su íntima manera de ser. El perro todavía es lobo, razona como un lobo y posee los mismos instintos que el lobo; de hecho, si pudiera, seguiría comiendo ovejas muy gustosamente.

    ¿Por qué no sólo ha dejado de hacerlo sino que realiza exactamente lo contrario?

    Por un solo motivo: para complacer al dueño.

    Sin embargo, el perro no desea complacerlo porque este último sea más atractivo, o porque le caiga particularmente simpático: el perro está convencido de que vive en una manada, y hace lo que le ordena el hombre sólo porque cree que es quien manda.

    La explicación de este mecanismo mental debe buscarse en el primer lobezno que vivió en una cabaña primitiva; ya hemos dicho que tuvo que ser muy joven, de un mes de edad, lo cual significa que se encontraba en plena fase de imprinting.

    Todos los lobos —y por lo tanto todos los perros— durante los tres primeros meses de vida pasan por diversas etapas de desarrollo que han sido estudiadas en profundidad por los etólogos modernos y que podemos resumir como sigue:

    De 1 a 15 días: fase vegetativa.

    Los cachorros se limitan a comer y dormir, sin tener ningún vínculo con el mundo exterior y sin ser conscientes de la existencia de los otros seres vivos a su alrededor.

    De 16 a 21 días: fase de transición.

    Los cachorros abren los ojos y empiezan a usar el oído: es así como toman conciencia de que existe un mundo a su alrededor.

    De 22 a 50 días: fase del imprinting.

    Los cachorros se relacionan con el exterior recién descubierto y con los otros seres vivos que viven en él, y consideran congéneres —es decir, parte integrante de su mundo—, a todos cuantos conocen durante este periodo.

    De 51 días a 3 meses: fase de socialización.

    Los cachorros aprenden a relacionarse con el mundo que se encuentra fuera de la madriguera. En esta fase deben aprender a diferenciar los amigos de los enemigos, los predadores de las presas, los hermanos de los extraños, y necesitan que alguien se lo enseñe.

    La fase de imprinting discurre entre la cuarta y la séptima semana de vida

    Está claro, por consiguiente, que un cachorro de aproximadamente un mes de edad se encuentra en plena fase de imprinting, durante la que se produce el reconocimiento de la propia especie.

    En un entorno natural, entre los 22 y los 50 días de vida, el cachorro sólo está en contacto con sus congéneres, madre y hermanos. La manada le acogerá en su seno, lo protegerá y le enseñará a comportarse. Si hubiera tenido la desgracia de encontrarse con un ejemplar de una especie depredadora más fuerte que él, se habría prescindido de presentaciones y reconocimientos, y el cachorro habría sido devorado.

    El hombre, al adoptar al primer cachorro huérfano para alojarlo en su casa, alteró por completo sus previsiones. Tanto es así que el cachorro creció convencido de que aquellos eran sus congéneres: el hombre, la mujer y los niños.

    Es una convicción que tienen todos los cachorros del mundo: si es huérfano, el imprinting lo vincula sólo a los humanos; si no es huérfano, lo vincula a la madre, a los hermanos y a los humanos, porque todos ellos intervienen en el periodo que va de la cuarta a la séptima semana de vida. En consecuencia, para los cachorros de perro, son «perros» tanto la madre y los hermanos, como los seres humanos. Y en este simple hecho se basa la domesticación y el adiestramiento.

    Tal como hemos visto anteriormente, después del imprinting el cachorro entra en la fase de socialización, en la que se relaciona con el mundo externo, y para hacerlo necesita una guía.

    En estado natural este papel lo desempeña la madre, y un poco más tarde el padre; en cambio, en cautividad, este papel corresponde al hombre.

    Es el hombre quien pone el collar y la correa al cachorro y lo lleva a pasear por primera vez fuera de casa, a conocer el mundo. Es el hombre quien le dice «¡no!» cuando se dispone a perseguir por vez primera a un gato, quien le consuela si por vez primera un gato le persigue a él y consigue arañarle en la nariz, y quien le lleva cerca de otros hombres y le enseña a no tenerles miedo y a dejarse acariciar.

    Por tanto, para cualquier cachorro, «madre» equivale a «dueño».

    Pero aquí no acaba todo.

    La fase de socialización va seguida, antes de que el cachorro llegue a la pubertad y por tanto a la madurez sexual, de otras dos etapas importantes:

    — de los tres a los cinco meses: fase de ordenación jerárquica;

    — de los cinco a los seis meses: fase de ordenación de la manada.

    En el primer periodo el cachorro empieza a descubrir que en la manada no reina la anarquía, sino que existen unas reglas muy concretas que deben ser respetadas. Hay quien manda y quien obedece, quien goza de algunas prerrogativas y quien debe estar callado.

    En el segundo periodo el cachorro, ahora ya perro joven, empieza a relacionarse con toda la manada, y no sólo con su propia familia. A partir de este momento, pone a disposición de la comunidad todo cuanto haya podido aprender. En estado natural, es admitido en las actividades comunes (caza en grupo) y empieza a ser útil a la manada.

    La fase más interesante es la primera, es decir, cuando el cachorro descubre que existe la opción de mandar o bien de obedecer.

    ¿A quién y por qué se debe obedecer?

    De manera instintiva el cachorro obedece al más anciano. Por ello, cuando se encuentra por primera vez ante un adulto se somete a él sin un atisbo de duda.

    Este tipo de comportamiento no puede ser cuestionado: si un perro ha alcanzado la madurez, significa que ha aprendido bien las reglas de la supervivencia. Por tanto, está en condiciones de enseñar al cachorro, que debe obedecer sin rechistar.

    Trasladando el mismo esquema a la familia humana, veremos que el cachorro se somete de manera espontánea a todos los adultos de casa, mientras que los niños nunca logran ni obediencia ni sumisión. Al cachorro le basta la fase de imprinting para formarse una idea clara de los miembros que la componen. Al mes de edad ya sabe perfectamente quiénes son los adultos, los jóvenes, los machos y las hembras. Cuando llega a la fase de ordenación jerárquica, tenderá a considerar «madres» a todas las hembras adultas, «padres» a todos los machos adultos y «hermanos» a todos los niños de la casa. Por tanto, obedecerá a los padres y no tendrá el menor respeto por los hermanos.

    El dueño asume el papel de «madre» y de jefe de la manada

    En este momento, si los «hermanos» son físicamente más fuertes se rendirá (aunque a días alternos, ya que el cachorro se rinde momentáneamente y reanuda los intentos para ver si puede imponerse). Si consigue morder a un hermanito con la suficiente contundencia como para obligarle a hacer «cai-cai» creerá que es el más fuerte, al menos aquel día, y esperará a que al día siguiente el hermano vuelva a la carga, igual que habría hecho él en caso de salir derrotado. Todo ello se traduce en interminables peleas, gruñidos, en un continuo estira y afloja con palos y trapos y mil y una actividades más, que en el lenguaje infantil reciben el nombre de «jugar con el perro», y en el lenguaje de los perros «ordenación jerárquica en el seno de la manada».

    Al adulto, por el contrario, lo reconoce instintivamente como superior jerárquico, al que debe obediencia y respeto.

    Y todo esto, ¿vale para siempre?

    No, evidentemente, porque los jóvenes crecen, maduran, aprenden... y en un determinado momento se sienten capaces de cuestionar la autoridad. Esto ocurre en la pubertad, que el perro alcanza a los seis meses. En este momento el ser humano pierde su papel de «padre» o de «madre», y para continuar siendo respetado y obedecido debe adoptar el nuevo papel de «jefe de la manada».

    El paso de una función a otra no siempre es fácil.

    Hasta el momento el perro ha obedecido ciegamente a sus superiores jerárquicos, y al mismo tiempo ha aprendido las reglas de la pelea, de la caza, de la convivencia pacífica y de la oposición.

    Entonces, si cree que el jefe de la manada —ya sea perro u hombre— es de toda confianza, una guía segura y un punto de referencia para todos los demás, es probable que siga obedeciéndole y respetándole sin interponer queja. Pero si observa alguna irregularidad o si cree que no es su ideal como guía y que no se comporta siempre de forma intachable —dicho de otro modo, si cree que puede hacerlo mejor que él—, entonces le desafiará e intentará ocupar su puesto.

    Esta es la razón por la que muchos cachorros «buenos y obedientes» se transforman, hacia los seis meses, en perros «tozudos y desobedientes», al menos según dicen los afligidos propietarios que no se explican este repentino cambio.

    En realidad el perro es el mismo y razona de la misma manera; es el dueño quien no ha estado a la altura de su rol de jefe, y ha sido descalificado.

    Los principiantes, al no conocer las reglas ni la psicología canina (o lupina, si se prefiere, puesto que son idénticas) caen a menudo en este error, porque no se preocupan de consolidar su posición de privilegio respecto al cachorro. A veces puede ocurrir incluso que un perro deje de obedecer al dueño adulto, pero que se ponga a las órdenes del hijo de diez años, que ha aprendido las reglas «desde dentro» y ha entendido lo que espera un perro de un auténtico «jefe».

    NEOTENIA Y RELACIONES CON EL HOMBRE

    Ser un buen dueño no es fácil. Las cosas no ocurren siempre igual. Es cierto que todos los perros han seguido siendo «lobos por dentro», pero no todos el mismo tipo de lobo. Para explicarlo nos referiremos a la teoría de la neotenia.

    ¿Qué sucedió cuando el hombre empezó a manipular al lobo, creando diferentes razas caninas, modificando su aspecto y su carácter?

    El hombre pensó que si el cachorro es más fácil de dominar, el menos agresivo, ¿por qué no hacer que el perro sea lo más parecido posible al cachorro de lobo?

    Así, primero por intuición, y más tarde de forma consciente, empezó a seleccionar los lobos más «retrasados» desde el punto de vista psicológico y trabajó con eternos «jovencitos», con los menos astutos y más fáciles de manejar.

    Este trabajo de «infantilización» del lobo en algunos casos ha sido llevado hasta el extremo, y ha detenido el desarrollo psíquico de los perros a un nivel comparable al de un lobezno de uno o dos meses. En otros casos en los que se requerían perros más maduros para destinar a trabajos más difíciles, el desarrollo se detuvo más adelante. El perro no debía alcanzar el nivel mental de un lobo adulto, porque hubiera sido demasiado dominante y agresivo, sino que debía detenerse «inmediatamente antes» para que adquiriera las astucias necesarias para llevar a cabo un trabajo de calidad.

    Este proceso, en etología, se designa con el término de neotenia, y se podría definir como el mantenimiento en el adulto de las características psicofísicas del cachorro. Es evidente que los genes que intervienen en el desarrollo psíquico no pueden desvincularse por completo de los que determinan el desarrollo físico.

    De este modo, trabajando el ámbito psíquico, se ha «rejuvenecido» el aspecto de algunas razas.

    Las razas que se han detenido en los primeros estadios de la escala neoténica (por ejemplo los molosoides) han conservado algunas características del aspecto del cachorro: cabeza grande, morro corto, orejas colgantes, ojos dulces.

    Los molosos se han detenido en un estadio precoz de la escala neoténica

    En cambio, las razas que se han detenido más adelante (cuarto o quinto estadio) tienen una apariencia más «lupina»: orejas erguidas, hocico afilado, cráneo más estrecho, etc.

    De todo ello se deriva una consecuencia importante que analizaremos acto seguido.

    Hemos visto anteriormente que las fases de ordenación jerárquica y de ordenación de la manada (es decir, las que hacen posible que aparezca un jefe y unos inferiores jerárquicos, o lo que es lo mismo: un dueño y un perro obediente) tienen lugar pasados los tres meses. Por tanto, las razas caninas detenidas en un estadio precoz no alcanzan el desarrollo mental de un lobo de tres meses. Esto significa que maduran, crecen, desarrollan una inteligencia en algunos casos notable, igual que los perro de tipo más lupino, si bien todo ello ocurre «dentro de la cuna», por decirlo de algún modo. Es un caso que sería comparable al de una persona adulta, madura e inteligente que hubiera pasado toda la vida dentro de una guardería, sin conocer otra realidad.

    Es difícil efectuar este tipo de comparaciones, pero la idea se le asemeja bastante. Los perros que se han detenido en los tres primeros grados de la escala neoténica prácticamente no reconocen las fases de desarrollo prepuberal en las que se relaciona con los demás miembros de la familia o de la manada, por lo que no son muy jerárquicos, y tienden a considerar al jefe de la manada como si fuera su madre.

    Otra característica de estos perros es que no son muy hábiles en las relaciones intraespecíficas. Al no asumir las relaciones jerárquicas desconocen los gestos de sumisión y rendición, y cuando pelean con otro perro pueden hacerlo hasta la última gota de sangre, hecho que entre lobos adultos sólo ocurre excepcionalmente.

    En cambio, los perros más adelantados en la escala neoténica reconocen las jerarquías, e identifican el dueño como el jefe de la manada, no como un padre. Esto, por un lado, hace más fáciles las rebeliones (a la madre no se le replica casi nunca, al jefe de la oficina casi siempre), pero por el otro, una vez ha aceptado al dueño como superior jerárquico, su relación es mucho más estable. De estos perros no podemos esperar la obediencia de un niño que tiene miedo de que mamá le regañe, sino la de un adulto responsable, quien sabe que se le pide que realice un trabajo útil para la comunidad.

    En general los perros de morro redondo y orejas colgantes (por ejemplo los molosoides) son perros situados en la parte baja de la escala neoténica (primer o segundo grado); los perros de caza y los perros de defensa (setter, pointer, schnauzer) están en torno al segundo o tercer grado; los perros de pastor que defienden el rebaño (pastor maremmano, pastor del Cáucaso, etc.) también se sitúan entre el segundo y el tercer grado, mientras que los perros que conducen el rebaño se encuentran más arriba, entre el tercer y el cuarto grado (pastor alemán, pastor belga, etc.). Los perros nórdicos, los primitivos y casi todos los spitz están entre el cuarto y el quinto grado, es decir que son más «adultos» y menos dóciles porque dependen menos del hombre.

    TENER UN PERRO

    Para adquirir un perro no basta con saber qué aspecto tiene, cuánto dinero vale y cuáles son sus dimensiones. Hay que conocer sus características psíquicas y físicas para saber lo que podemos esperar de él y lo que él esperará de nosotros.

    La adquisición de un perro no es como la de un par de zapatos. Es «casi» como adoptar a un niño, porque requiere responsabilidad.

    El perro es un ser vivo, sensible e inteligente, y como tal se le debe respetar.

    El perro puede ser un amigo, un colaborador, un miembro de la familia y no un animal al que únicamente hay que dar de comer dos veces al día, porque —al igual que un niño— no sólo necesita comida, sino también amor, atenciones y educación.

    El hombre debe ser el mejor amigo del perro

    Ser propietario de un perro significa tener las ideas muy claras sobre su posible peligro para los niños, el coste real del mantenimiento y la dedicación que requiere el adiestramiento. Las enfermedades que pueda contraer o transmitir, aunque deben tenerse siempre en cuenta, son algo secundario a la hora de decidirse.

    A continuación intentaré dar respuesta a las preguntas más frecuentes que los futuros dueños de perro se plantean antes de adquirirlo o después de haberlo hecho.

    Antes de proseguir, quisiera añadir que, por lo general, quien habla categóricamente de perros, suele hacerlo de oídas (de lo que les ha contado otro gran experto), o quizás ha tenido un par de perros que han vivido siempre en el jardín sin que su relación con ellos fuese muy estrecha, y a la hora de la verdad no sabe nada de perros, a pesar de expresarse con todo el convencimiento posible. Ningún cinófilo experto adoptará nunca esta actitud, porque la persona realmente experta sabe que para saberlo «todo» sobre los perros debería vivir diez veces o más.

    En otro orden de cosas, conviene aclarar que los perros asesinos no existen. No existen razas propensas a morder a los niños, ni tampoco los perros que rondan constantemente con la boca babeando y los ojos fuera de las órbitas, en búsqueda de un ser humano al que hincar voluptuosamente el diente. Existen perros muy agresivos y perros menos agresivos, pero la agresividad no es un defecto, sino un componente del carácter como cualquier otro. En unas razas se ha seleccionado más que en otras y se han creado perros muy agresivos contra los animales salvajes (por ejemplo los terrier), y también perros muy agresivos contra otros perros (razas concebidas para pelear), pero ninguno de ellos tiene aversión por el hombre. Es más, normalmente las razas con mayor tendencia a morder a sus congéneres adoran al hombre y son extraordinariamente dulces con los niños. Si por un lado es cierto que los perros asesinos no existen, por el otro podemos afirmar que los que sí existen son los hombres asesinos. Estos últimos pueden convertir en un animal peligroso y mordedor incluso a un inocente caniche, porque el perro tiene el único y grave defecto de estar dispuesto a todo para complacer a su dueño: si se le pide que muerda a niños y ancianos, él morderá a niños y ancianos. Pero la bestia no es el perro. El hecho de que los caniches no figuren entre los perros más crueles y mordaces simplemente quiere decir que las personas desequilibradas no compran caniches y prefieren otro tipo de perros. Sin embargo, un ejemplar de cualquier raza, en manos de personas responsables y prudentes, será muy cariñoso y fiable, lo que no hace más que confirmar nuestra tesis: la única especie realmente capaz de actuar con salvajismo es el ser humano.

    NIÑOS E INSTINTO PREDATORIO

    Existe la posibilidad de que un perro muerda a un niño, sin que el animal o el dueño padezcan un desequilibrio psicológico. En algunos casos el niño actúa de forma incorrecta y se comporta como una presa en lugar de hacerlo como un pequeño ser humano.

    Todos los perros mantienen parte de su instinto predatorio. Una pulsión instintiva se desencadena automáticamente, sin que el perro tenga la posibilidad de razonarla. Esta pulsión es la que le induce a perseguir —y en alguna ocasión a morder— todo lo que tiene el aspecto de una presa y se comporta como tal.

    Para el perro, igual que para su antepasado lobo, es «presa» todo aquello que es más pequeño que él y que huye con rapidez, emitiendo sonidos agudos; esto responde exactamente a la imagen de un gato dándose a la fuga, de un animal de corral que corre aleteando... y de un niño que, por miedo al perro, huye gritando o llorando. Con un estímulo de estas características cualquier perro puede emprender la persecución. Quizá lo haga solamente para jugar, pero el niño se puede asustar y tener todavía más miedo a los perros.

    Por esta razón es indispensable enseñar a los niños a no escapar y a no chillar a un perro, sino a mantener la calma y esperar quietos a que intervengan los padres.

    Está claro que si el niño tiene miedo, las recomendaciones servirán de bien poco. Por tanto, la única solución es impedir desde el principio que el niño tema a los perros

    El perro es un amigo, y es absurdo y antinatural tenerle miedo; un niño que tiene fobia a los perros no tiene una buena relación con la naturaleza y esto repercute en su carácter. Se ha demostrado que los niños que aman a los animales son los que se relacionan mejor con todo el mundo). En muchos casos el niño «hereda» de sus padres, el temor hacia los perros, a través de la conducta que observa en ellos.

    En los recuadros de la derecha pueden verse algunos consejos útiles.

    PARA PADRES QUE TIENEN MIEDO DE LOS PERROS

    • En primer lugar, han de explicarse a ellos mismos, y luego al niño, que el miedo a los perros quizá se deba a un hecho concreto (por ejemplo, un susto cuando se era niño) que no puede hacerse extensivo a toda la especie. El 99 % de los perros es totalmente inofensivo.

    • No hay que gritar ni hacer movimientos bruscos si el niño, de forma espontánea, se dirige a un perro desconocido, pues se asustaría al animal y podría inducirle a pensar que el niño representa una amenaza para él.

    • No pueden decirse nunca al niño frases como «¡no lo toques que te morderá!» o «¡no lo toques, está lleno de pulgas!», ya que además de inducir al niño a temer a los perros, no se corresponden con el verdadero peligro que pueden representar. Las pulgas, en caso de haberlas, prefieren estar en el manto del perro, y difícilmente pasan al hombre, cuya sangre encuentran menos apetecible. En cuanto al peligro de ser mordido, recordemos que un perro mordedor que su dueño lleve de la correa, seguramente llevará también el bozal puesto. Si no lo lleva será porque no muerde y no tiene ningún sentido asustarse. En cuanto a los perros callejeros, es difícil adivinar su carácter; de todos modos, al no estar retenidos por la correa, si no les gustan las atenciones del niño siempre pueden irse, que es lo que normalmente hacen. En definitiva, es rarísimo que un perro muerda a alguien si tiene posibilidad de irse.

    • Es preciso enseñar al niño a no correr y a no gritar nunca cuando está delante de un perro.

    El perro es un buen amigo que el niño debe conocer

    PARA PADRES QUE NO TIENEN MIEDO DE LOS PERROS

    • No hay que explicar al niño cuentos en los que aparezca un «lobo feroz» entre los protagonistas, o bien hacerle entender (con palabras simples y adecuadas a la edad) que el «lobo feroz» es una invención literaria, y que los lobos de verdad no se comen a nadie.

    • Es preciso enseñar al niño a no abalanzarse sobre un perro desconocido, sino a acercarse a él lentamente, llamándolo y mostrándole la mano para que la pueda oler. Un perro al que alguien se acerca correctamente no morderá nunca sin aviso previo.

    • Además, hay que explicar al niño cuáles son los signos de agresividad (pelo erizado, orejas hacia atrás, gruñido) para que entienda que el perro utiliza este «lenguaje» para decir que no quiere que le toquen, y que se debe respetar su deseo y dejarle en paz.

    • Se debe enseñar al niño a no

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