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TRADICIONES PERUANAS - 27 cuentos populares peruanos
TRADICIONES PERUANAS - 27 cuentos populares peruanos
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Libro electrónico223 páginas4 horas

TRADICIONES PERUANAS - 27 cuentos populares peruanos

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RICARDO PALMA (1833 - 1919) fue un escritor peruano, erudito y bibliotecario. Su obra magna se llama ‘Tradiciones Peruanas’. Se desempeñó el papel de Director de la Biblioteca Nacional del Perú durante muchos años hasta su muerte en 1919. Palma se encargó de hacer la reconstrucción de la Biblioteca Nacional después de que fue saqueada por las fuerzas del ejército chileno en 1881. Palma alcanzó transformar la Biblioteca Nacional de pura ceniza en una de las bibliotecas principales de América del Sur. Por intermedio de su amistad personal con el entonces presidente chileno, Domingo Santa María, Palma logró recuperar unos 10,000 libros y también llegó a
recuperar muchos más por su mismo esfuerzo personal. La reputación literaria de Palma se basa en la creación y desarrollo del género literario conocido como ‘tradiciones’ historias cortas que mezclan la historia y la ficción, escritas tanto para divertir como para educar. Sus ‘Tradiciones Peruanas,’ publicadas entre 1872 y 1910, cubren los eventos de varios siglos. La ficción histórica de Palma hasta el día de hoy entretiene y divierte a los lectores de todas las edades. Ricardo Palma aportó bastante a la literatura peruana y de América del Sur. La mayoría de la gente estaría de acuerdo en que la universalidad de las ‘Tradiciones Peruanas’ y su éxito seguido resultan del hecho de que reflejan la idiosincrasia no solo del alma nacional sino de la cultura y la historia del pueblo peruano.
10% de los beneficios de la venta de este libro estarán donados a PROYECTO PERÚ.
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KEYWORDS/TAGS: Tradiciones Peruanas, Ricardo Palma, Traditions of Peru, Peruvian folklore, tales, stories, Folclore peruano, cuentos, historias, Los Duendes, Del Cuzco, Los Polvos De La Condesa, El Justicia Mayor De Laycacota, Racimo De Horca, Amor De Madre, Lucas El Sacrílego, Rudamente, Pulidamente, Mañosamente, El Resucitado, El Corregidor De Tinta, La Gatita De Mari-Ramos Que Halaga Con La Cola Y Araña Con Las Manos, ¡A La Cárcel Todo Cristo!, Nadie Se Muere Hasta Que Dios Quiere, El Fraile Y La Monja Del Callao, Por Beber Una Copa De Oro, Una Excomunion Famosa, Aceituna, Una, Oficiosidad No Agradecida, El Alma De Fray Venancio, La Trenza De Sus Cabellos, De Asta Y Rejon, Los Argumentos Del Corregidor, La Niña Del Antojo, La Llorona Del Viernes Santo, ¡A Nadar, Peces!, Conversion De Un Libertino, El Rey Del Monte, Tres Cuestiones Historicas Sobre Pizarro
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento1 sept 2018
ISBN9788829503148
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    TRADICIONES PERUANAS - 27 cuentos populares peruanos - Ricardo Palma

    Tradiciones Peruanas

    Ricardo Palma

    Publicado Entre 1872 y 1910

    publicado de nuevo Por

    Abela Publishing, Londres

    [2011]

    a beneficio de

    Proyecto Perú

    Organización benéfica

    registrada en Inglaterra y Gales

    No. 1049413

    Apoyando a los en extrema pobreza

    TRADICIONES PERUANAS

    Disposición tipográfica de esta edición

    © Abela Publishing 2018

    Este libro no puede ser reproducido en su formato actual de ninguna  manera en ningun medio de comunicación o transmisión por ningun medio, que sea electrónico, electrostático, magnético o mecánico (incluyendo fotocopias, archivo o  grabación de vídeo,  sitios web de Internet, blogs, wikis,  ni en ningun almacenamiento de información o sistema de recuperación),  excepto lo permitido por la ley, sin el permiso previo por escrito de la Editorial.

    Abela Publicación Londres

    Reino Unido

    2018

    ISBN-13: 978-X-XXXXXX-XX-X

    Correo Electrónico:

    [email protected]

    Sitio web

    AbelaPublishing

    Agradecimientos

    Abela Publishing

    reconoce el trabajo que hizo

    Ricardo Palma

    en la compilación y publicación de las

    Tradiciones Peruanas

    antes de que los medios de comunicación electrónica estaban en uso

    * * * * * * *

    10% de los beneficios de la venta de

    este libro estarán donado a

    Proyecto Perú

    www.projectperu.org.uk

    Ricardo Palma

    (1833 – 1919)

    INDICE

    Los Duendes Del Cuzco

    Los Polvos De La Condesa

    El Justicia Mayor De Laycacota

    Racimo De Horca

    Amor De Madre

    Lucas El Sacrílego

    Rudamente, Pulidamente, Mañosamente

    El Resucitado

    El Corregidor De Tinta

    La Gatita De Mari-Ramos Que Halaga Con La Cola Y

    Araña Con Las Manos

    ¡A La Cárcel Todo Cristo!

    Nadie Se Muere Hasta Que Dios Quiere

    El Fraile Y La Monja Del Callao

    Por Beber Una Copa De Oro

    Una Excomunion Famosa

    Aceituna, Una

    Oficiosidad No Agradecida

    El Alma De Fray Venancio

    La Trenza De Sus Cabellos

    De Asta Y Rejon

    Los Argumentos Del Corregidor

    La Niña Del Antojo

    La Llorona Del Viernes Santo

    ¡A Nadar, Peces!

    Conversion De Un Libertino

    El Rey Del Monte

    Tres Cuestiones Historicas Sobre Pizarro

    Fin

    Notas:

    Los Duendes Del Cuzco

    crónica que trata de cómo el virrey poeta

    entendía la justicia

    Esta tradición no tiene otra fuente de autoridad que el relato del pueblo. Todos la conocen en el Cuzco tal como hoy la presento. Ningún cronista hace mención de ella, y sólo en un manuscrito de rápidas apuntaciones, que abarca desde la época del virrey marqués de Salinas hasta la del duque de la Palata, encuentro las siguientes líneas:

    «En este tiempo del gobierno del príncipe de Squillace, murió malamente en el Cuzco, a manos del diablo, el almirante de Castilla, conocido por el descomulgado».

    Como se ve, muy poca luz proporcionan estas líneas, y me afirman que en los Anales del Cuzco, que posee inéditos el señor obispo de Ochoa, tampoco se avanza más, sino que el misterioso suceso está colocado en época diversa a la que yo le asigno.

    Y he tenido en cuenta para preferir los tiempos de don Francisco de Borja; y Aragón, no sólo la apuntación ya citada, sino la especialísima circunstancia de que, conocido el carácter del virrey poeta, son propias de él las espirituales palabras con que termina esta leyenda.

    Hechas las salvedades anteriores, en descargo de mi conciencia de cronista, pongo punto redondo y entro en materia.

    I

    Don Francisco de Borja y Aragón, príncipe de Esquilache y conde de Mayalde, natural de Madrid y caballero de las Ordenes de Santiago y Montesa, contaba treinta y dos años cuando Felipe III, que lo estimaba, en mucho, le nombró virrey del Perú. Los cortesanos criticaron el nombramiento, porque don Francisco sólo se había ocupado hasta entonces en escribir versos, galanteos y desafíos. Pero Felipe III, a cuyo regio oído, y contra la costumbre, llegaron las murmuraciones, dijo:—En verdad que es el más joven de los virreyes que hasta hoy han ido a Indias; pero en Esquilache hay cabeza, y más que cabeza brazo fuerte.

    El monarca no se equivocó. El Perú estaba amagado por flotas filibusteras: y por muy buen gobernante que hiciese don Juan de Mendoza y Luna, marqués de Montesclaros, faltábale los bríos de la juventud. Jorge Spitberg, con una escuadra holandesa, después de talar las costas de Chile, se dirigió al Callao. La escuadra española le salió al encuentro el 22 de julio de 1615, y después de cinco horas de reñido y feroz combate frente a Cerro Azul o Cañete, se incendió la capitana, se fueron a pique varias naves, y los piratas vencedores pasaron a cuchillo a los prisioneros.

    El virrey marqués de Montesclaros se constituyó en el Callao para dirigir la resistencia, más por llenar el deber que porque tuviese la esperanza de impedir, con los pocos y malos elementos de que disponía, el desembarque de los piratas y el consiguiente saqueo de Lima. En la ciudad de los Reyes dominaba un verdadero pánico; y las iglesias no sólo se hallaban invadidas por débiles mujeres, sino por hombres que, lejos de pensar en defender como bravos sus hogares, invocaban la protección divina contra los herejes holandeses. El anciano y corajudo virrey disponía escasamente de mil hombres en el Callao, y nótese que, según el censo de 1614, el número de habitantes de Lima ascendía a 25.454.

    Pero Spitberg se conformó con disparar algunos cañonazos que le fueron débilmente contestados, e hizo rumbo para Paita. Peralta en su Lima fundada, y el conde de la Granja, en su poema de Santa Rosa, traen detalles sobre esos luctuosos días. El sentimiento cristiano atribuye la retirada de los piratas a milagro que realizó la virgen limeña, que murió dos años después, el 24 de agosto de 1617.

    Según unos el 18 y según otros el 23 de diciembre de 1615, entró en Lima el príncipe de Esquilache, habiendo salvado providencialmente, en la travesía de Panamá al Callao, de caer en manos de los piratas.

    El recibimiento de este virrey fué suntuoso, y el Cabildo no se paró en gastos para darle esplendidez.

    Su primera atención fué crear y fortificar el puerto, lo que mantuvo a raya la audacia de los filibusteros hasta el gobierno de su sucesor, en que el holandés Jacobo L'Heremite acometió su formidable empresa pirática Descendiente del Papa Alejandro VI (Rodrigo Borgia) y de San Francisco de Borja, duque de Gandía, el príncipe de Esquilache, como años más tarde su sucesor y pariente el conde de Lemos, gobernó el Perú bajo la influencia de los jesuítas.

    Calmada la zozobra que inspiraban los amagos filibusteros, don Francisco se contrajo al arreglo de la hacienda pública, dictó sabias ordenanzas para los minerales de Potosí v Huancavelica, y en 20 de diciembre de 1619 erigió el tribunal del Consulado de Comercio.

    Hombre de letras, creó el famoso colegio del Príncipe, para educación de los hijos de caciques, y no permitió la representación de comedias ni autos sacramentales que no hubieran pasado antes por su censura. «Deber del que gobierna—decía—es ser solícito por que no se pervierta el gusto».

    La censura que ejercía el príncipe de Esquilache era puramente literaria, y a fe que el juez no podía ser más autorizado. En la plévade de poetas del siglo XVII, siglo que produjo a Cervantes, Calderón, Lope, Quevedo, Tirso de Molina, Alarcón y Moreto, el príncipe de Esquilache es uno de los más notables, si no por la grandeza de la idea, por la lozanía y corrección de la forma. Sus composiciones sueltas y su poema histórico Nápoles recuperada, bastan para darle lugar preeminente en el español Parnaso.

    No es menos notable como prosador castizo y elegante. En uno de los volúmenes de la obra Memorias de los virreyes se encuentra la Relación de su época de mando, escrito que entregó a la Audiencia para que ésta lo pasase a su sucesor don Diego Fernández de Córdova, marqués de Guadalcázar. La pureza de dicción y la claridad del pensamiento resaltan en este trabajo, digno, en verdad, de juicio menos sintético.

    Para dar una idea del culto que Esquilache rendía a las letras, nos será suficiente apuntar que, en Lima, estableció una academia o club literario, como hoy decimos, cuyas sesiones tenían lugar los sábados en una de las salas de palacio. Según un escritor amigo mío y que cultivó el ramo de crónicas, los asistentes no pasaban de doce, personajes los más caracterizados en el foro, la milicia o la iglesia. «Allí asistía el profundo teólogo y humanista don Pedro de Yarpe Montenegro, coronel de ejército; don Baltasar de Laza y Rebolledo, oidor de la Real Audiencia; don Luis de la Puente, abogado insigne; fray Baldomero Illescas, religioso franciscano, gran conocedor de los clásicos griegos y latinos; don Baltasar Moreyra, poeta, y otros cuyos nombres no han podido atravesar los dos siglos y medio que nos separan de su época. El virrey los recibía con exquisita urbanidad; y los bollos, bizcochos de garapiña chocolate y sorbetes distraían las conferencias literarias de sus convidados. Lástima que no se hubieran extendido actas de aquellas sesiones, que seguramente serían preferibles a las de nuestros Congresos».

    Entre las agudezas del príncipe de Esquilache, cuentan que le dijo a un sujeto muy cerrado de mollera, que leía mucho y ningún fruto sacaba de la lectura:—Déjese de libros, amigo, y persuádase que el huevo mientras más cocido, más duro.

    Esquilache, al regresar a España en 1622, fué muy considerado del nuevo monarca Felipe IV, y murió en 1658 en la coronada villa del oso y el madroño.

    Las armas de la casa de Borja eran un toro de gules en campo de oro, bordura de sinople y ocho brezos de oro.

    Presentado el virrey poeta, pasemos a la tradición popular.

    II

    Existe en la ciudad del Cuzco una soberbia casa conocida por la del Almirante; y parece que el tal almirante tuvo tanto de marino, como alguno que yo me sé y que sólo ha visto el mar en pintura. La verdad es que el título era hereditario y pasaba de padres a hijos.

    La casa era obra notabilísima. El acueducto y el tallado de los techos, en uno de los cuales se halla modelado el busto del almirante que la fabricó, llaman preferentemente la atención.

    Que vivieron en el Cuzco cuatro almirantes, lo comprueba el árbol genealógico que en 1861 presentó ante el Soberano Congreso del Perú el señor don Sixto Laza, para que se le declarase legítimo y único representante del Inca Huáscar, con derecho a una parte de las huaneras, al ducado de Medina de Ríoseco, al marquesado de Oropesa y varias otras gollerías. ¡Carillo iba a costarnos el gusto de tener príncipe en casa! Pero conste, para cuando nos cansemos de la república, teórica o práctica, y proclamemos, por variar de plato, la monarquía, absoluta o constitucional, que todo puede suceder, Dios mediante y el trotecito trajinero que llevamos.

    Refiriéndose a ese árbol genealógico, el primer almirante fué don Manuel de Castilla, el segundo don Cristóbal de Castilla Espinosa y Lugo, al cual sucedió su hijo don Gabriel de Castilla Vázquez de Vargas, siendo el cuarto y último don Juan de Castilla y González, cuya descendencia se pierde en la rama femenina.

    Cuéntase de los Castilla, para comprobar lo ensoberbecidos que vivían de su alcurnia, que cuando rezaban el Avemaría usaban esta frase: Santa María, madre de Dios, parienta y señora nuestra, ruega por nos.

    Las armas de los Castilla eran: escudo tronchado; el primer cuartel en gules y castillo de oro aclarado de azur; el segundo en plata, con león rampante de gules y banda de sinople con dos dragantes también de sinople.

    Aventurado sería determinar cuál de los cuatro es el héroe de la tradición, y en esta incertidumbre puede el lector aplicar el mochuelo a cualquiera, que de fijo no vendrá del otro barrio a querellarse de calumnia.

    El tal almirante era hombre de más humos que una chimenea, muy pagado de sus pergaminos y más tieso que su almidonada gorguera. En el patio de la casa ostentábase una magnífica fuente de piedra, a la que el vecindario acudía para proveerse de agua, tomando al pie de la letra el refrán de que agua y candela a nadie se niegan.

    Pero una mañana se levantó su señoría con un humor de todos los diablos, y dió orden a sus fámulos para que moliesen a palos a cualquier bicho de la canalla que fuese osado a atravesar los umbrales en busca del elemento refrigerador.

    Una de las primeras que sufrió el castigo fué una pobre vieja, lo que produjo algún escándalo en el pueblo.

    Al otro día el hijo de ésta, que era un joven clérigo que servía la parroquia de San Jerónimo, a pocas leguas del Cuzco, llegó a la ciudad y se impuso del ultraje inferido a su anciana madre. Dirigióse inmediatamente a casa del almirante; y el hombre de los pergaminos lo llamó hijo de cabra y vela verde, y echó verbos y gerundios, sapos y culebras por esa aristocrática boca, terminando por darle una soberana paliza al sacerdote.

    La excitación que causó el atentado fué inmensa. Las autoridades no se atrevían a declararse abiertamente contra el magnate, y dieron tiempo al tiempo, que a la postre todo lo calma. Pero la gente de iglesia y el pueblo declararon excomulgado al orgulloso almirante.

    El insultado clérigo, pocas horas después de recibido el agravio, se dirigió a la Catedral y se puso de rodillas a orar ante la imagen de Cristo, obsequiada a la ciudad por Carlos V. Terminada su oración, dejó a los pies del Juez Supremo un memorial exponiendo su queja y demandando la justicia de Dios, persuadido que no había de lograrla de los hombres. Diz que volvió al templo al siguiente día, y recogió la querella proveída con un decreto marginal de Como se pide: se hará justicia. Y así pasaron tres meses, hasta que un día amaneció frente a la casa una horca y pendiente de ella el cadáver del excomulgado, sin que nadie alcanzara a descubrir los autores del crimen, por mucho que las sospechas recayeran sobre el clérigo, quien supo, con numerosos testimonios, probar la coartada.

    En el proceso que se siguió declararon dos mujeres de la vecindad que habían visto un grupo de hombres cabezones y chiquirriticos, vulgo duendes, preparando la horca; y que cuando ésta quedó alzada, llamaron por tres veces a la puerta de la casa, la que se abrió al tercer aldabonazo. Poco después el almirante, vestido de gala, salió en medio de

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