LA ESCLAVITUD EN ESPAÑA
A finales del siglo XVI, según distintos documentos comerciales, se calcula que había en la península ibérica más de sesenta mil esclavos. Muchos eran bereberes y guanches, pues eran preferidos por su piel más clara. Los amos hispánicos evitaban en lo posible adquirir esclavos de raza negra, pues llamaban demasiado la atención. Estos eran embarcados en espantosas condiciones hacia las Américas para convertirlos en mano de obra para la agricultura y otros duros trabajos. En este trasiego, España tuvo sus polos esenciales en los puertos de Barcelona, Sevilla y Cádiz, ciudades en las que a principios del siglo XVII el porcentaje de población esclava llegó a ser del 10%.
“El esclavo es el siervo, el cautivo, porque no es suyo, sino de su señor, así que le es prohibido cualquier acto libre”, proclamó el escritor y lexicógrafo Sebastián de Covarrubias en 1610. Legalmente, la condición de esclavo era igual a la de un objeto a comprar o vender sin matiz moral alguno. Su precio dependía de la edad, la salud y las cualidades físicas. Si carecía de fuerza o estaba demasiado enfermo para trabajar, su amo lo vendía a precio de ganga o le daba una libertad de la que ya no disfrutaría por ser viejo o estar casi moribundo. Estas circunstancias
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