Cuéntamelo Otra Vez
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travs de las historias que le narra su abuela. La curiosidad infantil no tiene lmites y las enseanzas de Mam Josefita, tampoco; para ella no
hay preguntas irreverentes.
Cuntamelo otra vez es un prodigio novelstico de prosa delicada, atmsfera de alegra, colores vivos, y ntida la descripcin del lugar.
Una mujer fuerte, laboriosa, realista enamorada, enfrenta con dignidad y sentido comn los problemas de cada da en la frontera norte de Mxico, apreciando su condicin femenina como un obsequio destinado a aliviar el dolor humano.
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Cuéntamelo Otra Vez - Blanca Esthela Treviño Pepi
Copyright © 2011 por Blanca Esthela Treviño Pepi.
Número de Control de la Biblioteca del Congreso de EE. UU.: 2011913406
ISBN: Tapa Blanda 978-1-4633-0167-5
ISBN: Libro Electrónico 978-1-4633-0168-2
Todos los derechos reservados. Ninguna parte de este libro puede ser reproducida o transmitida de cualquier forma o por cualquier medio, electrónico o mecánico, incluyendo fotocopia, grabación, o por cualquier sistema de almacenamiento y recuperación, sin permiso escrito del propietario del copyright.
Esta obra está basada en personajes, lugares y hechos verídicos en la frontera México-Estados Unidos.
Impreso en Estados Unidos de Norteamérica.
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346437
Índice
Agradecimientos
Capítulo I Mamá Josefita
Capítulo II Cuando la Revolución
Capítulo III Soledad
Capítulo IV Armando
Capítulo V Anastasia
Capítulo VI Preguntas irreverentes
Capítulo VII Disciplinar con amor
Capítulo VIII Papá Roberto
Capítulo IX Los Abuelos
Capítulo X Memorias
DEDICATORIA
Dedico este libro a la memoria de mi abuela, Josefa Flores de Treviño por atreverse a pensar y a educar con amor en una época en la cual el castigo y el miedo constituían una parte importante del método utilizado en la disciplina infantil.
Mamá Josefita para educar contaba historias hermosas, unas heredadas y otras inventadas por ella. La información contenida en cada relato, la realidad escondida en cada cuento, los pedacitos de vida de personas en otros tiempos, lugares y circunstancias confirman que no hay imposibles para el espíritu humano, y que sí, el amor todo lo puede porque es eterno.
Agradecimientos
Agradezco profundamente a mi maestro, el Lic. Jaime Torres Mendoza el haber insistido, una y mil veces, que debía trabajar en narrativa para escribir historias y cuentos en el Taller de Literatura que él dirigió en la Casa de la Cultura de Piedras Negras, Coahuila.
Desde 1987 escribo artículos, y me inscribí en el Taller de Literatura para mejorar mi trabajo periodístico, sin embargo, la insistencia del Lic. Torres hizo que me atreviera a incursionar en narrativa. El apoyo de mis compañeros de taller, sin el cual no hubiera sido capaz de hacer el esfuerzo, me sostuvo en esta tarea para mí monumental: escribir sobre una persona que encarnó todo lo bueno y lo bello que existe en el mundo, Mamá Josefita.
Agradezco a mis compañeros de taller María del Carmen Maqueo Garza, Asalia Solís, Julia Berenice, Claudia de los Santos Amaya, María Alicia Galván Muñoz, Esperanza Cárdenas Cervera, Sergio Cardell, Raúl Mario, Araceli Sánchez Riojas, Marcelino Hernández y, particularmente, al Lic. Carlos Flores Revuelta, por sus comentarios y sugerencias después de leer el primer capítulo: Cuéntanos más sobre el personaje principal
. Y así nació este libro.
Agradezco a Dios el haber tenido un maestro de Literatura que haya sido capaz de ensanchar nuestro mundo insistiendo en ampliar nuestro lenguaje. Nos ha mostrado que el mundo poético es fascinante; la poesía, al penetrar la palabra, la abre a todos los matices de la significación. Bajo las imágenes poéticas la palabra se transparenta y deja entrever, ya no lo que dice, sino lo que calla. Entre palabra y palabra, hay corredores secretos y puentes levadizos que conjuran mundos ignotos, permitiendo el contacto con Aquél o aquello que está más allá.
Agradezco a mi maestro, Lic. Jaime Torres Mendoza el haberme arrancado esta historia familiar que estaba guardada en mi memoria para ofrecerla a mi familia, a mis amistades y a mis lectores. Me ha dicho: Sé que les gustará; si no la escribes se perderá para siempre
.
Capítulo I
Mamá Josefita
Mis abuelos paternos eran tan distintos como la noche y el día. El abuelo Roberto era presumido, todo un catrín. Viajaba a diario de Allende a su notaría en Piedras Negras de traje completo, sombrero Stetson, calzado Florsheim. Mamá Josefita era totalmente indiferente a su aspecto físico; antes que despuntara el alba preparaba el almuerzo del abuelo y después del baño recogía en un nudo su abundante cabellera aún húmeda, sin necesidad de verse en el espejo. Vestía ropa demasiado holgada y usaba medias de popotillo; mientras transcurrían las horas de sus interminables quehaceres, las medias de algodón terminaban hechas rollo en sus tobillos y las canas traviesas escapaban del nudo en una aureola resplandeciente en torno a su rostro.
Decían las tías que de joven mi abuela había sido muy hermosa, y que las penas habían acabado con su belleza; para mí, Mamá Josefita era la encarnación misma de todo lo bueno y lo bello que existe en el mundo. Contaban que las penas de mi abuela en realidad habían sido enormes: fue una de las pocas mujeres que permaneciera en Allende durante la Revolución de 1910. Los federales tomaron el pueblo, ejecutaron en el acto a los hombres que tenían fama de levantados, hicieron prisioneros a letrados, comerciantes y líderes y el resto fue reclutado. Las mujeres y los niños huyeron a poblados y ranchos circunvecinos; mi abuelo, notario público, fue encarcelado y mi abuela, a punto de dar a luz, quedó en total desamparo. No pudo escapar. Reforzó con gruesos tablones las puertas y ventanas de su casa y cuando llegó la hora del parto fue auxiliada por su hijo mayor, Armando, de ocho años. El alumbramiento fue difícil: mi abuela casi muere. El momento fue aún más angustiante porque los revolucionarios llegaron en masa, y el golpeteo de los cascos de los caballos estremecía los mismos cimientos de la habitación. Los jinetes pasaron de largo sin advertir la presencia de la mujer y los cinco niños escondidos en la penumbra.
La casa de mi abuela tenía paredes sin cuadros, ventanas sin cortinas y