El instante en que todo cambió para Lola
Por Connie Jett
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Aunque me cueste mucho aceptarlo, sueño con independizarme, casarme y ser feliz, pero cada vez que se me acerca un buen chico, hago algo para que todo se acabe. A veces escapo sin despedirme, jamás les digo mi verdadero nombre, ni dónde trabajo y es la cuarta vez que he cambiado de número de teléfono.
¿Conseguiré algún día borrar la etiqueta de feliz soltera de oro?
Connie Jett
Connie Jett nació en Argentina en 1983. Estudió Filosofía en la Universidad de Buenos Aires y Comunicación Intercultural en la Universidad de Génova. Desde 2002 vive en Europa, entre Italia y España. Trabajó como periodista para la televisión italiana y para diversas revistas. En la actualidad es profesora en una escuela infantil y una apasionada de la literatura romántica. Es la autora de Mi colección de secretos, novela chick lit galardonada con el premio Mejor novela contemporánea 2012 por la web romántica «Autoras en la sombra».
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El instante en que todo cambió para Lola - Connie Jett
Para mis padres.
Más amor no me cabe en el alma,
a pesar de una dura distancia que
se hace aire con una sola mirada.
Nota de la autora
Todo puede cambiar en un instante es el título de mi primera novela con el sello Esencia, del Grupo Planeta. En ella encontraréis a Cristina, una voz femenina actual, fresca y divertida, que nos cuenta su vida, de una manera muy cercana, a partir de que su prometido cancela su boda.
Es una preciosa novela en la que me he dejado el alma con la clara intención de transmitir un mensaje positivo y conmovedor: ¡vive y disfruta todo lo que haces!
Pero Cristina no está sola: trabaja en una peluquería con su mejor amiga, Lola. Y, a raíz de que las dos se cogen de la mano desde pequeñas y juntas se enfrentan a todas las peripecias de la vida como auténticas luchadoras, he sentido la necesidad de hablaros más de ambas.
Aquí os presento El instante en que todo cambió para Lola, contado con desenfado y alegría.
Os recomiendo empezar por orden, ya que os he dejado un montón de guiños entre las dos novelas. Pero, si tenéis ésta en vuestras manos, disfrutadla y, luego, no dudéis en embarcaros con Cristina, porque la aventura acaba de empezar…
Y si todavía no has leído Todo puede cambiar en un instante te invito a que le eches un vistazo a los primeros capítulos.
CONNIE JETT
Todo puede cambiar en un instante
1
orla.jpgTodavía
Mi mejor clienta, la señora Maite, viene cada tres semanas para retocarse las mechas. Mantiene tan a rajatabla un rubio chillón, que llegará el día en que no tendré más cabellos suyos que aclarar, pero su coquetería no le permite verse con raíces oscuras o con canas. Hace años que únicamente se deja atender por mí, sin excepciones; confía en mis manos y mis habilidades.
Tendrá unos veinticinco años más que yo y, pensándolo bien, cuando yo tenga su edad espero albergar tanta energía como ella. Es una abogada prestigiosa y muy querida en el barrio, una mujer menudita, que parece que no haya matado una mosca en su vida, pero nada más lejos de la realidad, ya que es conocida como la leona de los tribunales.
Hace años que la conozco y puedo decir que hasta la aprecio. En todo el transcurso de nuestra relación, ella se ha mantenido siempre fiel a su cabellera rubia platino y a su falso bronceado en todas las estaciones y yo he respetado su invariabilidad haciendo mi parte lo mejor posible. Debo reconocer que pasan los años y se conserva espléndida. No es sólo mérito mío, hay mujeres que nacen con ese don o gen natural y cualquier edad les sienta bien.
Yo soy Cristina, la peluquera, tengo treinta y tres años y trabajo con mi gran amiga de la infancia, Lola, en un pequeño barrio de Murcia. Una ciudad pequeña, cómoda, verde y cerquita del mar.
Al comienzo de mis estudios vivía obsesionada con aprender e innovar, me imaginaba peinando en los más importantes desfiles de alta costura, marcando tendencias y, cómo no, viajando por el mundo.
No sé por qué de jóvenes soñamos a lo grande y de mayores, cuando más herramientas poseemos para cambiar el mundo, decidimos optar por lo seguro.
¿Arriesgarse? Eso nunca ha sido una buena idea. Llevo seis años con mi novio, cinco de convivencia y cuatro meses de compromiso: ¡voy a casarme!
Por fin puedo gritarlo a los cuatro vientos.
No ha sido una tarea fácil. Mi flamante prometido se vio influenciado un poco por la presión social y otro poquitín por mis insistentes indirectas, hasta que me compró un brillante anillo y me pidió matrimonio.
Y no fue únicamente con la famosa y simple pregunta, no. Nos saltamos la rutina de un martes y nos dimos cita a las nueve de la noche para cenar fuera.
Juntos en casa, nos vestimos para la ocasión: los dos sabíamos que era una noche especial. Cuando vi que él cogía su traje negro y la camisa lila que sabe el efecto love que me produce, me temblaron hasta las pestañas. Sin dudarlo, yo opté por un sobrio pero seductor vestido azul noche, que, por cierto, él solía quitarme bajándome la cremallera trasera con los dientes.
Como hacía buen tiempo, nos sentamos en una terraza cerca de la iglesia de San Juan; las mesas estaban decoradas con velas aromáticas y se perfilaba una velada inolvidable.
Después del gran sí a una pregunta temblorosa, con una duda en los ojos y una gran felicidad en el corazón, abrí la cajita y dejé que me pusiera el precioso anillo.
Toni, mi futuro marido, sonrió e, incorporándose, me besó en los labios, muy lento, muy suave. Se apartó y nos miramos en silencio. Aunque yo deseaba gritar de alegría, mantuve la calma.
Aun así, le devolví el beso con la misma intensidad. El amor flotaba en el aire y no era la primera vez que la afinidad de nuestras bocas decía las palabras que nosotros no sabíamos enunciar.
A partir de aquel momento me puse manos a la obra para organizar la boda. No podía dejar de soñar despierta. Todos mis caprichos se harían realidad. Y lo que más me apetecía era deslizarme en el vestido de novia, que me sienta como un guante. Por eso, a día de hoy sigo una dieta estricta, porque no soy la chica de tipazo perfecto, tengo unos enormes pechos, una tripita no indiferente y unas caderas juguetonas. Nunca he sido delgadita, pero me he mantenido en el grupo de las rellenitas evitando pasarme con los dulces y con toda la comida en general. He tenido la suerte de heredar el rostro de mi madre, con rasgos perfilados muy dulces, frente pequeña, labios carnosos y mininariz. Mi punto fuerte han sido siempre mis ojos azul oscuro, que parecen delineados por un pintor; me basta una raya negra y un poco de máscara de pestañas para quitarle el aliento a mi presa, haciendo que un pestañeo se convierta en un enigma.
Siempre he podido sacar provecho de mis curvas. En el instituto nos unimos las chicas «guitarra española» y triunfamos, fuimos las más populares durante todos los cursos, aunque es cierto que sufríamos silenciosamente; nos moríamos de hambre y nos embutíamos en fajas adelgazantes. En cambio, las delgaduchas deseaban engordar, porque parecían sosas y sin gracia.
Está claro que rompimos muchas reglas aprovechando el subidón de hormonas de aquellos adolescentes, nuestras faldas eran cortísimas, maquillaje a todas horas y ropa sexy, muy sexy siempre.
¡Al cabo de un mes me sentía radiante! Había perdido tres kilos y se me notaba hasta en la cara. Y todo se debía a la lista interminable de cosas que tenía que hacer; cuando vas a celebrar tu boda, quieres que todo sea perfecto.
Estaba a punto de casarme, ya habíamos reservado hasta el viaje de novios. ¡Por fin conocería Nueva York! Y me haría una megafoto en los cristales de una peluquería que ocupa todo un edificio, es la más importante del mundo: una fábrica de peinados. ¡Qué ilusión!
Los preparativos marchaban genial, aunque con las típicas peleas de nervios prematrimoniales.
Mi prometido es, para mí, el ser más guapo que camina sobre la faz de la Tierra. No estoy siendo objetiva y no puedo hacer nada al respecto. Él es mayor que yo, me lleva unos siete años, aunque apenas se nota, pues es un hombre muy moderno. Tiene unos grandes ojos marrones de mirada penetrante, pelo color castaño claro en el que ya puede apreciarse alguna cana, su cara expresa astucia y aunque no tiene esa tableta de chocolate que muchos tíos macizos se curran en el gimnasio y a más de una nos hace babear, todas las mañanas antes de ir a trabajar sale una hora en bicicleta, el resultado de lo cual