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En la ciudad de cristal y acero del Estado Único, separada por un muro del mudo salvaje, la vida transcurre sometida a la inflexible autoridad del Bienhechor: los hombres-número trabajan con horarios fijos, siempre a la vista de todos, sin vida privada: el "yo" ha dejado lugar al "nosotros". El narrador de este diario íntimo, D-503, es el constructor de una nave interestelar que deberá llevar al universo «el bienaventurado yugo de la razón». Pero se enamora: el amor equivale a la rebelión, y el instinto sexual al deseo de libertad. Aunque, tras extirparle a D-503 el "ganglio craniano de la fantasía", el Estado sedentario, entrópico, salga victorioso de la conspiración, allende sus muros siguen los hombres nómadas, llenos de energía, que generarán nuevos insurrectos: no existe, ni jamás existirá, la última revolución.
Muchos lectores, al leer NOSOTROS, escrita entre 1919 y 1921, prohibida oficialmente hasta 1988 en la URSS, comprobarán cómo se anticipa magistralmente a todas las novelas posteriores sobre utopías totalitarias, sobre todo la de Orwell, 1984.
Junto a Un mundo Feliz (Aldous Huxley). y 1984 (George Orwell) forma la trilogía clásica de novelas antiutópicas de la primera mitad de siglo XX.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento13 ago 2017
ISBN9788822811455
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    Nosotros - Yevgueni Zamiatin

    En la ciudad de cristal y acero del Estado Único, separada por un muro del mudo salvaje, la vida transcurre sometida a la inflexible autoridad del Bienhechor: los hombres-número trabajan con horarios fijos, siempre a la vista de todos, sin vida privada: el yo ha dejado lugar al nosotros. El narrador de este diario íntimo, D-503, es el constructor de una nave interestelar que deberá llevar al universo «el bienaventurado yugo de la razón». Pero se enamora: el amor equivale a la rebelión, y el instinto sexual al deseo de libertad. Aunque, tras extirparle a D-503 el ganglio craniano de la fantasía, el Estado sedentario, entrópico, salga victorioso de la conspiración, allende sus muros siguen los hombres nómadas, llenos de energía, que generarán nuevos insurrectos: no existe, ni jamás existirá, la última revolución.

    Muchos lectores, al leer NOSOTROS, escrita entre 1919 y 1921, prohibida oficialmente hasta 1988 en la URSS, comprobarán cómo se anticipa magistralmente a todas las novelas posteriores sobre utopías totalitarias, sobre todo la de Orwell, 1984.

    Junto a Un mundo Feliz (Aldous Huxley). y 1984 (George Orwell) forma la trilogía clásica de novelas antiutópicas de la primera mitad de siglo XX.

    Yevgueni Zamiatin

    Nosotros

    Título original: Мы

    Yevgueni Zamiatin, 1922

    Prólogo

    Zamiatin y la antiutopía

    Julio Travieso Serrano

    Antiguo, casi tan antiguo como el mismo ser humano, es su deseo de vivir en un estado mejor, de plena felicidad y justicia. Aprisionado en un mundo cruel, absurdo e irracional, donde su existencia es precaria y angustiosa, el Hombre siempre ha soñado con otra existencia, de perfección e igualdad. Tal vida pudiera darse en los paraísos de casi todas las religiones, en las sociedades que, según las doctrinas milenaristas, advendrán al final de la historia o en los mundos perfectos que, desde la Antigüedad, nos han presentado numerosos escritores en sus novelas, relatos y ensayos. ¿Dónde localizar tales mundos?

    En Utopía, es decir, en ninguna parte.

    La lista de aquellos que nos describen Utopía es grande y variada. Ya desde la Antigüedad tenemos a Platón con su República, pero es a partir del Renacimiento cuando la relación se hace amplia.

    En 1516, Tomás Moro publica Utopía. Ésta es un mundo desconocido al que arriba un tal Rafael Hitlodeo, compañero de Américo Vespucio. En ella, según nos cuenta Hitlodeo, «no existe ocasión para la ociosidad ni reuniones secretas, pues el hecho de estar cada uno bajo la mirada de los demás oblígales a un diario trabajo y a un honesto reposo». Los utopianos sólo podían aventurarse más allá de su ciudad con un permiso expreso de un Magistrado. Si alguien se aventuraba a salir sin ese permiso y era capturado, podía se condenado duramente y, en caso de reincidencia, ser reducido a la esclavitud. Allí, nos sigue contando Hitlodeo, los utopianos eran felices.

    Más tarde, en 1621, Robert Burton nos entrega Anatomía de la melancolía; hacia 1622 aparece La nueva Atlántida, de Francis Bacon, y en 1632 es editada La ciudad del sol, de Tommaso Campanella. Luego, la relación de obras de corte utópico se mantiene con James Harrington, Samuel Gott, John Harlitb, François Fénelon.

    Esas Utopías siguen un patrón común: la existencia de una comunidad maravillosa, donde los hombres viven, armoniosamente, una existencia diaria regularizada y prefijada, bajo la sabia dirección de un rey, un patriarca, un dictador o un grupo de sabios. Nada falta, nada sobra, todos tienen lo mínimo indispensable, trabajan jubilosamente y reina el igualitarismo y el amor. En pocas palabras, la felicidad y la justicia imperan en el reino del hombre.

    Sin embargo, ninguna era real, ninguna se materializaba en un lugar concreto. Ellas sólo eran el sueño de un autor, plasmación de la mítica Edad de Oro de la humanidad que nos presentó Hesíodo en Los trabajos y los días, cuando los humanos vivían sin miserias ni inquietudes, en la abundancia de bienes.

    La última obra utópica de esa época, Las aventuras de Telémaco, de Fénelon, es de l699. Luego, el siglo XVIII no fue fértil en literatura utópica, aunque sí en obras críticas del orden social establecido, como las de Jonathan Swift.

    Sin embargo, en el siglo XIX, las Utopías vuelven de la mano de los llamados socialistas, que a ese nombre añaden el adjetivo utópico. Ahora, el reino de la Utopía será dominado por una forma de vida, la socialista, donde un grupo social, el de los trabajadores oprimidos, instaurará un régimen de felicidad, igualdad y justicia. Sus grandes profetas son bien conocidos: Proudhon, Owen, Fourier, Saint-Simon. Incluso, uno de ellos, Étienne Cabet, autor de una célebre novela utópica El viaje a Icaria, puso en práctica su proyecto social y fundó, en los Estados Unidos, hacia 1849, una comunidad utópica socialista que, al final, fracasó.

    En el siglo XX, la Utopía en la literatura pervive, pero se produce una reacción contra ella. Éste es el siglo de las guerras ideológicas (como las llamó Octavio Paz), de los grandes proyectos revolucionarios y de reformas sociales, de las terribles masacres étnicas y de los grandes sistemas totalitarios que esclavizaron al hombre. Es también la época de la decepción de muchos y de las novelas antiutópicas que denuncian a las sociedades aparentemente perfectas.

    Tres de ellas son fundamentales: Nosotros (1924), del ruso Yevgueni Zamiatin; Un mundo feliz (1938), del inglés Aldous Huxley; y 1984 (1950), del también inglés George Orwell. Las tres nos muestran una futura sociedad humana. Las tres tienen un antecedente en La máquina del tiempo de H. G. Wells, publicada en l895, que no es exactamente una obra antiutópica, sino sólo una visión parcial de lo que sería la civilización dentro de muchos siglos. Entonces, el Viajero de la Máquina del Tiempo se encuentra con una raza de seres humanos, los Eloi, que viven bucólicamente, entre risas y juegos, a la espera de que lleguen los Morlocks, habitantes de las profundidades de la Tierra, humanos también, que cada cierto tiempo salen por la noche a la superficie, para capturar a los Eloi, con los que se alimentan. Eso es todo. Wells no nos explica qué tipo de sociedad es la de los Morlocks, si son felices o no, quién los gobierna, cómo viven. Tampoco nos habla mucho de los Eloi, con la excepción de su vida bucólica, aparentemente feliz, hasta ser devorados por los Morlocks.

    En realidad, la primera novela antiutópica es Nosotros, publicada inicialmente no en ruso, sino en su traducción al inglés, en Nueva York, en 1924, y en ruso solamente en 1952.

    En Nosotros, Zamiatin, salvando las distancias, sigue el modelo de las novelas utópicas. Aquí también hallamos una sociedad donde, aparentemente, reina la felicidad, bajo la férrea tutela de un Estado Único, regido por una sola persona, el Bienhechor, al que todos deben obediencia ciega. En esa sociedad han desaparecido los nombres y los apellidos de las personas. Éstas sólo son números y por sus números se les llama. Así, el personaje principal, un gran científico, ingeniero constructor de un cohete que irá a otros planetas, que nos narra parte de su vida, se llama D-503. Luego de doscientos años de guerras, los humanos viven en paz, rodeados por un muro verde que no deben traspasar, más allá del cual se halla un espacio desconocido y peligroso. Todo es tranquilidad, bienestar y orden absoluto.

    En Nosotros, los Números visten igual, se alimentan a base de nafta, viven en departamentos de paredes de cristal, por lo que pueden ser vistos desde fuera, y tienen un horario de vida estrictamente regulado y controlado.

    Así, deben despertar y marchar al trabajo a una hora fijada. «Cada mañana, nosotros —nos dice D-503—, una legión de millones, nos levantamos a una misma hora, a un mismo minuto y a un mismo tiempo; todos, como un ejército de millones, comenzamos nuestro trabajo y al mismo instante acabamos». Tales desplazamientos se realizan en filas de a cuatro, bajo la música del Himno del Estado Único.

    Disponen de una hora de descanso, durante la cual se pasean en grupos, y también durante una hora se les permite bajar una cortina de sus departamentos para tener relaciones sexuales.

    Éstas las regula el Departamento de Cuestiones Sexuales. Los hijos que nazcan pasan a manos del Estado Único.

    Todos son observados por los Guardianes, auxiliares y ejecutores de las órdenes del Bienhechor, que castigan a quienes incumplen las reglas establecidas, a veces con un simple toque de electricidad de un bastón que llevan consigo.

    En casos de más gravedad, el infractor es llevado, en el Día de la Justicia, a la Plaza del Cubo. Allí se le introduce en la Máquina del Bienhechor, una especie de campana de cristal en la que se le encierra y lentamente se le asfixia.

    Sin embargo, en este Estado perfecto, aún subsisten la envidia, la haraganería e, incluso, el deseo de libertad de un grupo de Números, entre ellos D-503. El Bienhechor considera que tales manifestaciones son provocadas, porque aún impera la fantasía en la mente de los Números. Para ponerles fin, se realiza, masivamente, una operación quirúrgica en el cerebro de los Números, que extirpa la fantasía. Entonces, todos, como D-503, serán felices y olvidarán sus deseos de libertad y rebelión.

    Al final, D-503 acepta esa operación, denuncia a la joven I-330, de la cual se ha enamorado, y quien intentó rebelarse contra el Estado Único, y, con total frialdad, asiste a su ejecución por asfixia en la Maquina del Bienhechor.

    Muy lejos nos hallamos ya de los paraísos terrenales presentes en la anterior literatura utópica. Atrás quedaron los reinos de la igualdad y justicia social entrevistos por Moro, Campanella, Burton, Bacon y todos los demás soñadores de la felicidad.

    En Nosotros, el Proyecto Utópico se ha desarrollado, pero su resultado es terrible y cruel. Lo que Zamiatin nos describe es una inmensa cárcel, en la cual los seres humanos han sido transformados en zombis. Privados de su conciencia, e individualidad, son incapaces, en su inmensa mayoría, aunque tengan un alto conocimiento tecnológico, de enjuiciar el mundo que les rodea, y se sienten satisfechos, con la misma satisfacción que siente un animal cuando tiene mínimamente satisfechas sus necesidades materiales. El precio de esa satisfacción es la ausencia de libertad y libre albedrío. El único capaz de razonar y decidir por todos es el Bienhechor. Él sí tiene libertad y libre albedrío.

    Aquí estamos en los mundos de los totalitarismos del siglo XX, con masas dominadas y manipuladas que se inclinan, acatan y adoran al Gran Caudillo.

    Como todas las obras antiutópicas, Nosotros es una novela pesimista, pero Zamiatin no nos cierra las puertas de la esperanza. La joven I-330 y otros se rebelan, conspiran y tratan de cambiar las cosas. Han cruzado el muro verde, han ido más allá de los límites permitidos, han encontrado a seres humanos normales, con todos los defectos y virtudes de los hombres, pero libres, y han votado en contra del Bienhechor cuando éste se hace reelegir en el Día de la Unanimidad. Al final, terminan ejecutados en la Máquina, pero algunos de sus compañeros logran escapar.

    Más allá de las calidades literarias de la novela, el gran mérito de Zamiatin (como el de Kafka) es que actuó como una especie de profeta, capaz de prever la actividad de los regímenes totalitarios que dominarían parte del mundo en el siglo XX.

    Mucho le deben Un mundo feliz y, sobre todo, 1984 en cuanto a ambientes y personajes; al extremo de que vale la pena preguntarse si Huxley y Orwell no la habrán leído antes de publicar sus respectivas obras. En Nosotros tenemos al Bienhechor; en Un mundo feliz, a Mustafá Mond; en 1984, al Big Brother. En las tres novelas, el mundo ha pasado por largas y exterminadoras guerras, luego de las cuales se ha implantado una sociedad, cerrada y supuestamente perfecta, donde las relaciones sexuales, la reproducción y la educación de los niños es absolutamente controlada por el Estado. En Nosotros, las personas no llevan nombres, sino números; en Un mundo feliz, las diferentes categorías de seres humanos se identifican con una letra del alfabeto. Tanto Huxley como Orwell, siguiendo el modelo de Zamiatin, nos presentan una sociedad vigilada y controlada por una policía política que castiga el más mínimo incumplimiento de la ley con la pena de muerte. En las tres sociedades descritas impera la vida colectiva y hay una total ausencia de individualidad y derechos. En ellas, casi todos piensan que viven en el mejor de los mundos posibles, fuera del cual sólo impera el caos. Casi todos piensan que el alto poder que los gobierna hace todo lo posible por el bienestar de la sociedad, aunque en esa sociedad se viva en viviendas transparentes, observables desde todas partes, y la alimentación, el transporte y el resto de los medios de vida sean espantosos y mínimos.

    Otras muchas son las similitudes entre las tres obras, pero lo relevante es que la primera en publicarse fue Nosotros.

    Como la mayoría de los intelectuales rusos de fines del siglo XIX, Zamiatin tuvo una vida agitada y expuesta al peligro. Nacido en 1884, cursó estudios de ingeniería naval y en 1913 se unió a los bolcheviques. Detenido, fue enviado a la cárcel y al destierro en Siberia. De allí escapó, regresó a San Petersburgo, nuevamente fue apresado y otra vez mandado al destierro. De ese periodo son importantes dos novelas suyas El provinciano y En el fin del mundo.

    En 1917 se produjo la Revolución de Octubre, y Zamiatin estuvo, al igual que casi todos los jóvenes escritores rusos, entre sus sostenedores y defensores. En 1918 publicó una serie de importantes relatos: El norte, El agrimensor, Infancia, El dragón, Ivanes, La cueva. Este último, muy cercano a El hombre del cubo de Kafka, es, en palabras de un crítico ruso de la época, «la materialización de una pesadilla, la historia de la degradación y miseria de personas cuyo único objetivo es la obtención de comida y alimentación». Es también obra de experimentación formal, novedosa en cuanto al estilo y el lenguaje.

    Hacia 1920, cuando escribió Nosotros, Zamiatin era ya un reconocido autor. En ese año, la situación material y cultural de Rusia tocaba fondo. La guerra civil había provocado el cierre de editoriales, periódicos, universidades, centros culturales; había dispersado a los intelectuales, muchos de los cuales, en especial los jóvenes, se alistaron en el Ejército Rojo. Otros, los más viejos, emigraron. Luego, el fin de la guerra civil provocó un renacimiento de la vida cultural. Se reabrieron las universidades, aparecieron nuevos periódicos, revistas, editoriales, centros culturales. El gobierno revolucionario impulsó una campaña para acabar con el analfabetismo y propiciar, en el gran imperio ruso, la lectura entre las masas analfabetas. Todos quisieron aprender y superarse. Aquella fue la década de la gran eclosión de la cultura, la cual llegó hasta los más apartados rincones del país. Entre la intelectualidad, todos discutían, polemizaban, sobre cómo debería ser la nueva cultura. Al mismo tiempo, se reafirmaban las vanguardias culturales.

    Pronto aparecieron innumerables tendencias en la literatura. Tres fueron las principales: el Lef (Frente de Izquierdas), acaudillado por Vladimir Mayakovski, cuya consigna era barrer con el pasado cultural y hacer del escritor el escudo y la lanza de la Revolución. El Proletcult (Cultura proletaria), con un programa similar al Lef, pero con la diferencia de que la nueva cultura sólo podían engendrarla los obreros y campesinos; éstos debían ponerse al servicio incondicional de la Revolución, ir a donde ésta les pidiera y escribir sólo de aquellos temas que le interesasen a la Revolución. Para el Proletcult, los viejos escritores apestaban, eran representantes de la burguesía, al igual que todos aquellos que procedieran de la intelectualidad y de las capas medias. Para el Proletcult, Gorki y Mayakovski no pasaban de ser unos decadentes.

    La tercera tendencia en aquel agitado mundo fue la de los Hermanos Serapios, que tomaron su nombre de un personaje de E. T. A. Hoffman. Los Serapios, casi todos muy jóvenes, apoyaron, desde sus inicios, la Revolución y una buena parte de ellos peleó en las filas del Ejército Rojo. Desde el primer momento, reivindicaron su derecho a escribir libremente de lo que quisiesen y cuando quisiesen. Se manifestaron por la experimentación formal en la literatura, con rupturas en el lenguaje, la sintaxis, y la incorporación de nuevos vocablos procedentes del folklore ruso. El mentor de los Serapios fue Zamiatin.

    Como es natural, el Lef y el Proletcult atacaron a los Serapios y, en especial, a Zamiatin. No por casualidad, el título de la novela Nosotros es una respuesta a las obras de dos importantes representantes del Proletcult: Alexander Bogdanov y Aleksei Gastev.

    En la poesía de Gastev son muy frecuentes versos como: «Nosotros crecemos a partir del hierro», «Nosotros vamos», «Nosotros juntos», «Nosotros en todas partes», «Nosotros atacaremos», en los cuales el pronombre nosotros es una clara alusión al colectivismo, en este caso proletario, en contraposición a un yo individualista, burgués.

    En su poema Tren expreso, Gastev dibuja la vivienda del futuro, la vivienda del pueblo, como una edificación de diez pisos, con cristales desde el suelo hasta la azotea, que se extiende a lo largo de cuatro calles. Para Gastev, el hombre y la máquina deben acoplarse en una sola cosa, transformarse en un organismo único de producción. Para ello se requiere de la más férrea disciplina y fiscalización de la vida laboral y personal de los humanos.

    En la novela de Bogdanov Estrella roja, el héroe principal ha sido elegido para un viaje a Marte, porque precisamente él reúne la condición que se necesita: poseer un mínimo de individualismo.

    Zamiatin no sólo nos da su visión de un horripilante mundo futuro. También se está burlando de aquellos escritores rusos, como Gastev y Bogdanov, para quienes el futuro sería perfectamente luminoso y sin contradicciones.

    He ahí el segundo gran elemento de Nosotros, la burla, la sátira. A casi noventa años de la publicación de la novela, al lector moderno le cuesta trabajo distinguir la burla presente en ella. Sin embargo, para los contemporáneos de Zamiatin que leían a Bogdanov, Gastev y a otros iguales, todo estaba claro.

    Al burlarse y ridiculizar, Zamiatin prosigue esa corriente de sátira tan típica de la literatura rusa, que viene desde Gogol, se continúa en Chejov y culmina en una obra magistral como El Maestro y Margarita, de Mijail Bulgakov.

    Zamiatin se burla de sus colegas, pero lo más importante es que nos plantea una eterna pregunta: ¿puede el ser humano ser feliz sin libertad, en una situación semejante a la de los animales de los zoológicos, que son alimentados y cuidados? En un Estado donde reina la tranquilidad y en el cual las necesidades materiales de la vida han sido mínimamente solucionadas, pero donde no hay libertad, de conciencia, de expresión, de movimientos, ¿alcanza el hombre su total desarrollo?

    El mundo alucinante que Kafka describió ya existía en vida de él. Lo mismo puede decirse de las obras de Huxley y Orwell, pero cuando Zamiatin escribió su novela, en 1920, aún faltaban dos años para que Mussolini controlase Italia y la era de los totalitarismos modernos aún no había llegado.

    Sin duda, el escritor ruso fue un visionario, con esa capacidad de visión característica de los buenos escritores, en especial de los de ciencia ficción, como Ray Bradbury, que en su Fahrenheit 451 nos muestra un futuro lleno de comodidades materiales y, al mismo tiempo, aberrante.

    A veces, ser visionario puede ser peligroso.

    Aunque su novela se publicó originalmente en inglés y sólo muchos años después en ruso, los

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