Jugando con el Novato
Por Rachelle Ayala
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Jessica Song está cansada de ser una buena chica, quedándose en relaciones hasta bien pasada la hora del cierre. Recién salida de una ruptura, se da una vuelta por el lado salvaje de la vida como becaria de eventos deportivos.
El jugador de beisbol novato Jay Pak Ahn se ha quemado demasiadas veces con buenas chicas, especialmente con su ex prometida, quien le fue infiel. Cuando conoce a la salvaje Jessica, abandona todas sus precauciones para disfrutarla al máximo.
Jessica y Jay se ponen de acuerdo para pasar una semana de encantadoras y emocionantes citas, y salvaje sexo sin límites para sacarse a sus ex parejas de la cabeza.
Rachelle Ayala
Rachelle Ayala is an award-winning USA Today bestselling author of contemporary romance and romantic suspense. She writes emotionally challenging stories but believes in the power of love and hope. Her book, Knowing Vera, won the 2015 Angie Ovation Award, and A Father for Christmas garnered a 2015 Readers' Favorite Gold Award. Christmas Stray was awarded the 2016 Readers' Favorite Gold Award and A Pet for Christmas had an Honorable Mention. In 2017, Playing for the Save received the Readers' Favorite Gold Award for Realistic Fiction. Sign up for her NEWSLETTER to get a FREE surprise book and her latest book news! http://smarturl.it/RachAyala Visit her Reader's Guide at http://rachelleayala.net/books/ or contact her at http://smarturl.it/ContactRachelle Join her STREET TEAM https://www.facebook.com/groups/ClubRachelleAyala/
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Jugando con el Novato - Rachelle Ayala
Capítulo 1
~Jessica~
–No tenía ni idea de que los jugadores de béisbol fueran tan enormes.
Una sarcástica voz masculina detrás de mí dice: –Son jugadores de las grandes ligas, ¿qué esperabas?
Ups. Giro la cabeza en redondo y pillo a Todd Martin, mi amigo y coordinador de becarios, sonriéndome. Sus brillantes dientes sonríen de forma intencionada, y sacude la cabeza, haciendo que su pelo afro rizado rebote y se sacuda.
–Algo un poco más grande que enanos, pero estos tíos son armarios empotrados. ¿Estás seguro de que esto no es fútbol americano?
–Jessica Song–. Sacude su dedo índice y me mira por encima de sus emperifolladas gafas de carey al estilo Johnny Depp. –Por favor evita referirte a cualquier atleta como enanos, o revocaré tu beca.
–Entendido, jefe–. Enderezo las hojas de inscripción en mi portapapeles y me coloco detrás de mi mostrador, De la A a la C
. –Solo los he visto en televisión y, bueno, vaya, en la vida real son preciosos.
–Limpia las babas del suelo y haz que se inscriban–. Todd ahueca su mano junto a su boca y susurra: –Si ves a uno que te guste, apunta tu número de habitación en la parte de atrás de su tarjeta de identificación.
–Eh, no es para eso para lo que estoy aquí. Además, todavía estoy un poco colgada de alguien.
–Exactamente por eso es por lo que necesitas estar aquí, chica. Se supone que le estás olvidando. En cuanto a los jugadores de béisbol, tres nunca es multitud–. Las cejas de Todd bailan una conga y levanta el pulgar. –¡Pelota en juego! Aquí vienen.
Una oleada de calor me sobreviene cuando el primer grupo de jugadores de las ligas mayores se contonea hacia mi mesa. ¿De verdad estoy aquí para pillar a uno de estos tíos para meterlo en mi cama? Nunca he tenido sexo sin compromiso; a ver, no soy exactamente del tipo grupi.
Pero eso dicen todas, mi sarcástica voz interior me hace una peineta.
Da igual. Se corren hacia aquí. ¿Se corren? No sabía que tuviera una mente tan sucia.
¿Ah no?
Mi diosa interior pone los ojos en blanco, como si tuviera ojos. Ja, la dejaré tan ciega como a la Dama de la Justicia, o quien quiera que sea la que lleva esa balanza. No hay tiempo de luchar contra ella ahora, con esos jugadores de béisbol cerniéndose.
Enormes y guapos cachas se detienen delante de mi mesa. Mi rostro se levanta hacia arriba, y hacia arriba, y mi voz se atasca en mi garganta.
–Bien... bienvenido a... al entrenamiento de primavera. Por favor, registrese y coja una chapa con su nombre. Oh, y su carpeta, señor... señor...? Eh, no sé su nombre porque no lleva la identificación.
Contrólate, Jessie. Eres una imbécil.
En algún lugar en los confines de mi tartamudez, la diosa tenía que meter baza. ¿Por qué es siempre tan elocuente?
Porque soy una diosa y tú eres una imbécil.
Tres hombres con cuerpo de leñadores forman un denso muro de masculinidad delante de mi mesa, bloqueando toda luz de mis ojos y absorbiendo el oxígeno de la habitación.
Trago saliva, incapaz de dejar de mirar fijamente sus mandíbulas cinceladas, rostros bronceados, y sólidos músculos, evidentes incluso debajo de sus trajes de chaqueta.
Uno de los jugadores se ríe. –Debes de ser nueva si no sabes quien soy.
O estar ciega,
mi yo interior me pega en las costillas.
Su amigo le da un puñetazo en el bíceps. –Mejor alégrate de que ella no reconozca tu feo careto.
–Oh, lo siento. Déjeme que le busque–. Paso las hojas de la alineación del equipo, apenas capaz de mantener las babas en mi boca. ¿Por qué no me estudié esto la noche pasada en vez de jugar a videojuegos con los otros becarios?
Videojuegos, por favor. Deberías haber estado buscándolos. Te lo dije, eres una imbécil.
–A.J. Callahan–. Un hombre con un ancho bigote señala su nombre. –Tengo una suite. Mi esposa e hijos me visitan los fines de semana.
Cállate, diosa. Está casado, ¿vale?
–Gracias, señor Callahan–. Tacho su nombre y cojo una bolsa de regalos cortesía de nuestros patrocinadores. –¿Cuántos niños?
–Tres–. Sonríe, sacando pecho. –Dos niños y una niña.
Buscando debajo de la mesa, encuentro las mochilas infantiles. Se cuelga las tres en la muñeca y guiña un ojo. –Si quieres ganarte un dinerillo, llámame.
–¿Perdone?– Mi corazón se derrumba y mi mandíbula se abre. ¿Una esposa y tres hijos y yo?
Suena divertido,
la sarcástica diosa empieza de nuevo.
¿No te he dicho que te calles? Voy a sentarme encima de ti. Eso es, y me tiraré un pedo en tu nariz. Ahora quédate dentro y cállate, bruja. Hace una mueca. Ella odia cuando la apago. Ja ja.
–Tienen cuatro, siete, y nueve años. La niña es la mayor–. Le echa un vistazo a mi tarjeta de identificación y garabatea en su tarjeta. –Su nombre también es Jessica. Dile qué hacer y ella hará que los pequeños hombrecillos obedezcan.
Los pequeños hombrecillos, suena pervertido,
mi D interior suelta a pesar de que yo esté bloqueando sus pasajes aéreos.
–¡Oh! Claro. Gracias, señor Callahan–. Me meto la tarjeta en el bolsillo y paso al siguiente jugador. Vaya. Eso ha ido realmente bien. Este proyecto de hacer que Jessica sea más golfa no va a pasar. No soy una destrozahogares, ni tampoco soy una rompecorazones.
Sí, claro, solo hacemos que nos rompan y destrocen el corazón, nunca conseguimos canalizar a Afrodita, diosa del amor.
¿Y de quién es la culpa? Tú eres la diosa, se supone que tú tienes que ayudarme.
Los hombres se amontonan delante de mi mesa.
Yuju, amontonaos, ahora vamos a algún sitio.
Sí, y mejor voy procesándolos antes de que me despidan. No hay tiempo de echarles el ojo. Lo siento, D.
Manos, la mayoría enormes, rostros cincelados y guapos, torsos jodidamente perfectos, pero como estoy demasiado ocupada como para levantar la mirada, mis ojos están atascados al nivel de sus entrepiernas. Una sinfonía de voces sexis con una multitud de acentos se mezcla cerca de mí. Olvídate de coquetear y de sentirte fascinada, apenas soy capaz de seguir el ritmo de darles las bolsas de regalos, sus pases, mochilas, chapas de identificación, bolígrafos, cuadernos, y carpetas mientras respondo a preguntas.
Echo una mirada a mis compañeros becarios, pero nadie tiene tiempo de charlar. Sonrisas pegadas a sus caras, trabajan las filas, clasificando a los jugadores por equipos e instalaciones. Quince equipos profesionales descienden a la gran área metropolitana de Phoenix para el entrenamiento de primavera, manteniendo los negocios hosteleros a tope. Campamentos para niños de todas las edades, spas para las esposas, y, por supuesto, los jugadores y entrenadores tienen que ser acomodados.
Hay un momento de calma en los registros. Me sorprende que D no haya intervenido. Quizás tenga una sobredosis de hombres calientes, o la amenaza de mi pedo en su nariz ha hecho que se acobarde.
De todos modos, me retiro el pelo de la frente, suelto un suspiro purificador, y vuelvo a derrumbarme en mi silla plegable.
El jefe Todd se acerca, sonriendo. –¿Cuántas tarjetas de béisbol has recogido?
–Una, y es para hacer de niñera–. Le doy la vuelta para enseñársela.
–Ah, qué lástima, pobrecita. Tu campeón todavía tiene que entrar por la puerta.
–Oye, no estoy buscando. Además, todos tienen ya mujeres, y no voy a ponerme a la cola.
Quizás deberíamos. Una conga suena divertido,
apunta D. Ella se está afilando las uñas, y no estoy segura de para qué.
No, no deberíamos. Especialmente si hay esposa o están en una relación seria. Tengo principios, a diferencia de ti. No soy una destrozahogares ni una robanovios. ¿Qué tiene de malo con querer un hombre para mí sola?
Matemáticas, hermana. Las apuestas van contra nosotras si no compartimos.
Cállate. Todd me está hablando.
–Ese es el problema con las mujeres, que queréis exclusividad demasiado pronto. Libérate de esa mentalidad. No tienes solo una mejor amiga, ¿verdad? ¿Por qué limitarte? –Todd se encarama en la mesa y le da un golpecito a la última chapa de identificación.
Lo que yo he dicho,
asiente la cabezona interior.
–¿Aparte del factor sórdido? No, gracias. Solo queda un tipo que no se ha registrado–. Cojo la tarjeta con el nombre y leo. –A.H.N. Nunca he oído hablar de él.
–Probablemente un novato. Ahí tienes la oportunidad de escoger la primera.
Le lanzo la tarjeta a Todd. –¿Cómo sé que no es gay? Quizás tú tengas suerte."
Él se ahueca