Más dulce que la venganza
Por Maya Blake
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Carla Nardozzi, campeona de patinaje artístico, había perdido la virginidad con el aristócrata Javier Santino. Afectada por una tragedia familiar, se entregó a una apasionada noche de amor. Pero, a la mañana siguiente, se asustó y huyó a toda prisa.
Tres años después, las circunstancias la obligaron a pedirle ayuda. Javier, que no había olvidado lo sucedido, aprovechó la ocasión para vengarse de ella: si quería salvar su casa y su estilo de vida, tendría que convertirse en su amante.
Maya Blake
Maya Blake's writing dream started at 13. She eventually realised her dream when she received The Call in 2012. Maya lives in England with her husband, kids and an endless supply of books. Contact Maya: www.mayabauthor.blogspot.com www.twitter.com/mayablake www.facebook.com/maya.blake.94
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Más dulce que la venganza - Maya Blake
Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2016 Maya Blake
© 2016 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Más dulce que la venganza, n.º 2495 - septiembre 2016
Título original: Signed Over to Santino
Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-687-8766-4
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Índice
Portadilla
Créditos
Índice
Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
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Prólogo
CARLA Nardozzi aceptó la mano que el conductor del lujoso vehículo le había ofrecido. El trayecto desde el hotel del Upper East Side hasta el centro de Nueva York había sido tan frío como la temperatura del aire acondicionado, y la tensión del hombre que estaba a su derecha no había contribuido a mejorar las cosas: Olivio Nardozzi, su padre.
Si hubiera sido capaz, habría sonreído al amable chófer; pero los acontecimientos de la última semana la habían dejado en un estado de conmoción que le impedía pensar. Y aún faltaba lo más duro de todo.
Ajena a las luces y los sonidos de la ciudad, Carla alzó la cabeza y contempló el rascacielos donde se encontraba la sede de J. Santino Inc. Arriba, en el piso sesenta y seis, le esperaba un hombre al que no deseaba volver a ver.
Por desgracia, no tenía elección. Su padre y sus consejeros la habían presionado hasta conseguir que se reuniera con él. Le habían repetido constantemente que era una gran oportunidad, algo único en la vida, y que solo un loco la habría rechazado. Hasta el solemne y práctico Draco Angelis, su agente y amigo, se había sumado al bombardeo. Pero Draco desconocía los motivos que la llevaban a resistirse.
Carla no quería tener ninguna relación con el dueño de aquella empresa, una de las más importantes del mundo en el mercado de bienes de lujo. Y se habría negado hasta el final si las circunstancias no hubieran dado un giro en contra suya.
Resignada, se armó de valor para ver al hombre al que había rehuido durante tanto tiempo. El hombre con el que había perdido la virginidad. El hombre que le había regalado la noche más apasionada e intensa de su vida. El hombre que, a la mañana siguiente, había rechazado sus torpes palabras de amor con la precisión de un cirujano.
–Vamos, Carla… Por mucho que mires el edificio, ese acuerdo no se va a firmar solo –dijo su padre.
Carla sintió un escalofrío que no guardaba ninguna relación con la temperatura de aquella mañana de marzo. Estaba triste, enfadada y, sobre todo, decepcionada. Olivio Nardozzi tenía una forma verdaderamente extraña de demostrarle su afecto; una forma que no encajaba bien con el concepto de paternidad.
–No estaríamos aquí si tú no hubieras perdido…
–No empieces otra vez, Carla –la interrumpió–. Lo hemos hablado mil veces, y no quiero repetirlo en público. Tienes una imagen que mantener. Una imagen por la que tú y yo hemos trabajado mucho. En menos de una hora, nuestros problemas económicos serán cosa del pasado. Tenemos que mirar hacia delante.
Carla se preguntó cómo podía mirar hacia delante cuando estaba a punto de meterse en la guarida del león. Un león cuyo rugido le asustaba bastante más que el silencio que había guardado durante tres años.
Pero no podía hacer nada, así que respiró hondo y, tras pasar por la puerta giratoria del edificio, entró con su padre en el ascensor.
La sede de J. Santino Inc no era como se la había imaginado. Desde luego, tenía el ambiente frenético de cualquier empresa grande, pero se quedó asombrada cuando salieron del ascensor y entraron en un vestíbulo lleno de plantas, con paredes de un color cálido, sofás de aspecto cómodo y obras de arte latinoamericanas que, además de parecerle exquisitas, le recordaron el lado más pasional de Javier: su lado hispano.
Al cabo de unos segundos, se les acercó una mujer impresionante. Era la recepcionista, quien los saludó y los acompañó a una enorme sala de reuniones.
–El señor Santino estará con ustedes enseguida –dijo.
La aparición de Carla y Olivio causó un pequeño revuelo entre los miembros del equipo jurídico de Javier, que ya habían llegado. Sin embargo, Carla no les prestó mayor atención de la que había prestado a los suntuosos sillones, la gigantesca mesa de madera de roble y las preciosas vistas de Manhattan. Estaba demasiado preocupada ante la perspectiva de reunirse con Javier, así que se limitó a guardar silencio.
¿Cómo la mirarían sus ojos de color miel? ¿Seguirían llenos de ira, como la última vez? No tenía motivos para creer que su actitud hubiera cambiado; pero, si aún la odiaba, ¿por qué le había ofrecido aquel acuerdo? ¿Solo porque era una estrella del patinaje artístico? Ella no era la única deportista famosa del país. Podría haber buscado a otra. De hecho, había docenas de personas que podrían haber representado los intereses publicitarios de su empresa.
Por si eso no fuera bastante sospechoso, Javier había dejado las negociaciones previas en manos de sus abogados y ejecutivos. Era obvio que no la quería ver. Tan obvio que Carla tenía la sensación de haber caído en una especie de trampa.
Pero quizá estuviera exagerando. Conociendo a Javier, cabía la posibilidad de que la hubiera olvidado y de que aquel acuerdo fuera exactamente lo que parecía, un simple y puro negocio. A fin de cuentas, ella no había sido ni la primera ni la última mujer que había compartido su lecho. Javier se guiaba por dos normas que aplicaba a rajatabla: trabajar duro y divertirse mucho. Y, según la prensa amarilla, se estaba divirtiendo a lo grande.
¿Se habría equivocado al pensar que había surgido algo entre ellos? ¿Se habría engañado a sí misma al creer que su extraña noche de amor lo había cambiado todo?
–¿Se va a quedar de pie, señorita Nardozzi?
La voz de Javier Santino la sacó de sus pensamientos y la dejó momentáneamente sin aire. Estaba al otro lado de la mesa, tan formidable, masculino y sexy como lo recordaba. Llevaba camisa blanca, corbata azul y un traje de color gris oscuro que enfatizaba la anchura de sus hombros.
Carla clavó la vista en sus esculpidos pómulos y en sus sensuales labios, que siempre tenían un tono más rojizo de lo normal. Era como si los hubieran besado tanto que, al final, se hubiesen quedado así.
–Muy bien, si prefiere quedarse de pie… –continuó Javier, mirándola con sorna–. ¿Le apetece tomar algo?
Carla tuvo que hacer un esfuerzo para contestar.
–No, gracias.
–Entonces, será mejor que empecemos.
Él le ofreció una silla que estaba a su derecha, y ella no tuvo más remedio que aceptarla. El corazón le latía tan fuerte que casi se podía oír, pero su nerviosismo no estaba justificado. Ironías aparte, la actitud de Javier era absolutamente impersonal, típica de un hombre de negocios. No la miraba con ira. No la miraba con deseo. Nadie se habría podido imaginar que habían sido amantes.
–Tengo entendido que nuestros abogados se han puesto de acuerdo, y que está dispuesta a aceptar los términos que estipula el contrato.
Carla miró brevemente a su padre, que mantenía un silencio tenso y orgulloso. Ardía en deseos de abalanzarse sobre él y exigirle una explicación. Se había jugado todo su dinero, todo lo que había ahorrado con su trabajo. Se lo había jugado y lo había perdido, llevándola al borde de la bancarrota.
–Sí, así es. Estoy dispuesta a firmar.
–Sé que los pagos serán trimestrales –intervino Olivio–, pero ¿no es posible que se pague por adelantado, de una sola vez?
–No –dijo Javier, mirándolo a los ojos–. Y espero sinceramente que no hayan venido a esta reunión con intención de romper los términos del acuerdo a última hora.
–En absoluto –dijo ella–. A mí me parecen bien.
–Pero… –empezó a decir su padre.
–He dicho que me parecen bien –insistió Carla.
Javier la miró con dureza.
–¿Es consciente de que, debido al retraso en la firma del acuerdo, no habrá periodo de reflexión? El contrato entrará en vigor en cuanto lo firme.
Carla respiró hondo e intentó mantener el aplomo.
–Sí, soy perfectamente consciente. Pero no entiendo por qué se empeña en recordármelo. Mis abogados me lo han explicado con todo lujo de detalles, y estoy decidida a firmar –contestó–. Solo necesito una cosa: un bolígrafo.
Si Carla hubiera pronunciado esas palabras para provocar algún tipo de reacción, se habría sentido profundamente decepcionada. Él la miró con una falta de interés que rozaba la crueldad y, acto seguido, hizo un gesto a sus colaboradores.
Al cabo de unos segundos, le dieron los documentos en cuestión y un bolígrafo de diseño, con el que empezó a firmar en las páginas que le indicaron.
La suerte estaba echada. A partir de ese momento, pasaba a trabajar en exclusividad para J. Santino Inc. Sería la imagen pública de sus elegantes productos, y tendría que participar en campañas publicitarias y actos sociales cada vez que se lo pidieran.
Carla intentó animarse con la idea de que en esos momentos podría negociar con el banco y salvar la casa de su familia, que estaba en la Toscana. No podía decir que hubiera sido un verdadero hogar para ella, pero era el único que les quedaba. Ya habían perdido el piso de Nueva York y el chalet de Suiza.
Cuando terminó de firmar, dejó el bolígrafo en la mesa y se levantó.
–Gracias por su tiempo, señor Santino. Ahora,