Una herencia maravillosa: Subastas de seducción (4)
Por Paula Roe
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Vanessa Partridge tenía un buen motivo para querer el valioso manuscrito que se subastaba; era el legado de sus hijas gemelas, pero no había contado con que el multimillonario Chase Harrington lo comprase y después se presentase en su puerta.
Chase tenía una nueva obsesión: Vanessa. Aquella mujer de familia adinerada, trabajadora y madre de dos niñas era algo más de lo que parecía… y él quería descubrirla. Chase también tenía secretos pero, sobre todo, quería dejarse llevar por aquella fuerte atracción. ¿Podría permitirse jugar con fuego?
Paula Roe
Former PA, office manager, theme park hostess, software trainer, aerobics instructor and Wheel of Fortune contestant, Paula Roe is now a Borders Books best seller and one Australia's Desire authors. She lives in Sydney, Australia and when she's not writing, Paula designs websites, judges writing contests, battles a social media addiction, watches way too much TV and reads a lot. And bakes a pretty good carrot cake, too!
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Una herencia maravillosa - Paula Roe
Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2012 Harlequin Books S.A. Todos los derechos reservados.
UNA HERENCIA MARAVILLOSA, N.º 98 - octubre 2013
Título original: A Precious Inheritance
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Publicada en español en 2013
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.
Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.
® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Books S.A.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
I.S.B.N.: 978-84-687-3840-6
Editor responsable: Luis Pugni
Conversión ebook: MT Color & Diseño
Capítulo Uno
–Quinientos mil. Medio millón de dólares, damas y caballeros. ¿Alguien da más?
La voz de barítono del subastador, que tenía acento francés, se elevó por encima de los susurros que inundaban la sala de Waverly’s. El ambiente estaba cargado de emoción y curiosidad, y Chase Harrington casi podía sentir la energía que emanaban cada uno de los postores.
La sala, con su lámpara de araña, las mullidas sillas de respaldo alto y el brillante suelo de madera, no se parecía en nada al estilo de Obscure, Texas. Y, por una vez, nadie estaba hablando de él: todo el mundo estaba centrado en la subasta.
Waverly’s, que era una de las casas de subastas más antiguas, y con más escándalos, de Nueva York, había dado la campanada al conseguir poner a subasta el manuscrito final, con anotaciones a mano, de D.B. Dunbar. Millones de personas de todo el mundo se habían sorprendido con la trágica muerte del famoso autor de literatura juvenil, que había fallecido en un accidente de aviación en octubre. Después de llorar su pérdida, su público había empezado a preguntarse si habría un cuarto y último libro de su serie de Charlie Jack: El guerrero ninja adolescente y cuándo iba a publicarse.
No se hablaba de otra cosa.
Chase agarró con fuerza su pala, nervioso como un adolescente en su primera cita. Vio al pariente lejano de Dunbar, un primo desesperado por conseguir dinero y fama... Un tal Walter Shalvey, que era un narcisista sin principios. Aquel tipo no solo tenía la vida resuelta, entre derechos de autor y licencias de los tres primeros libros, sino que había un cuarto volumen. El agente de Dunbar lo había vendido la semana anterior por una cantidad de siete cifras, con la idea de publicarlo en abril.
Pero eso era demasiado tarde.
Chase miró con impaciencia a su alrededor. A juzgar por el número de asistentes, el despliegue publicitario había funcionado. Las personas invitadas a la subasta eran ricas, famosas o tenían buenos contactos. Ya había visto a un político y a un miembro de la alta sociedad, además de a un actor de incógnito que, según se rumoreaba, estaba interesado en adquirir los derechos cinematográficos para su productora.
Dunbar, que había sido un hombre extremadamente reservado, debía de estar revolviéndose en su tumba en esos momentos.
–¿Alguien da más? –repitió el subastador, dispuesto a cerrar la puja.
Chase llevaba años practicando su expresión indiferente y distante, pero por dentro sonreía triunfante. El manuscrito sería suyo. Ya casi podía saborearlo.
–Quinientos diez mil dólares. Gracias, señora.
Se oyó un grito ahogado entre la multitud y Chase juró entre dientes antes de levantar de nuevo la pala.
El subastador asintió con la cabeza.
–Quinientos veinte mil.
La elegante rubia que había sentada cerca de él levantó por fin la vista de su teléfono móvil.
–¿Sabe que el libro se va a publicar dentro de seis meses?
–Sí.
Ella esperó, pero al ver que Chase no decía nada más, se encogió de hombros y volvió al teléfono.
Otra oleada de murmullos inundó a los espectadores, y entonces...
–Quinientos treinta mil dólares.
«De eso nada», pensó Chase, levantando su pala de nuevo.
Su rival estaba en la otra punta de la sala, con la espalda pegada a la pared. Era menuda, con los ojos grandes, la melena rojiza recogida y expresión seria. Él pensó enseguida que el traje negro que llevaba puesto no le sentaba bien, ya que tenía la tez muy pálida.
No obstante, parecía decidida a llevarse el manuscrito, porque volvió a levantar la pala al tiempo que alzaba la barbilla de manera desafiante.
Chase también se dio cuenta de que la mujer quería dar una imagen de persona altiva e intocable. Al parecer, era una mujer acostumbrada a salirse con la suya.
Eso lo llevó a recordar un fragmento de su pasado y apretó los labios mientras lo invadían los recuerdos amargos.
«De eso nada. Tú ya no tienes dieciséis años y es evidente que ella no es Perfecta».
Los Perfectos... Durante años, había conseguido no pensar en aquellos tres cretinos y en sus novias. De aspecto perfecto, de habilidades sociales perfectas. Tan perfectos que habían hecho que sus años de instituto fuesen un infierno.
Fulminó a la mujer con la mirada. Era de las que miraban a todo el mundo con arrogancia, de las que pensaban que eran superiores a los demás.
«Olvídalo. Eso forma parte del pasado. Ya no eres un chico indefenso de familia humilde», se dijo a sí mismo.
Aun así, no pudo apartar la vista de ella. Apretó los dientes con tanta fuerza que empezó a dolerle la mandíbula.
Por fin, consiguió mirar al subastador antes de envenenarse por completo y dijo en voz alta:
–Un millón de dólares.
Toda la sala se sorprendió y él miró a su rival con expresión anodina. «Intenta superar eso, princesa».
Ella parpadeó una vez, dos, y sus enormes ojos lo estudiaron con tal intensidad que Chase no pudo evitar fruncir el ceño.
Entonces, dejó la pala a un lado y miró al subastador mientras negaba con la cabeza.
Un par de segundos después se había terminado.
Sí. Chase sintió la emoción de la victoria mientras se levantaba y avanzaba por el pasillo.
–Enhorabuena –lo felicitó la rubia, siguiéndolo entre la multitud–. Aunque a mí se me ocurren muchas maneras mejores de gastar un millón de dólares.
Chase respondió con una ligera sonrisa y luego miró hacia el otro lado de la sala.
La otra mujer había desaparecido.
Buscó entre la multitud, pero al principio no vio a ninguna pelirroja. Hasta que la sala empezó a vaciarse y la vio charlando con una mujer rubia que iba vestida de traje. Esta se giró y Chase la reconoció.
Era Ann Richardson, la directora ejecutiva de Waverly’s.
En los últimos meses, había leído muchas cosas acerca de la casa de subastas. Se había hablado de actrices, de escándalos, de una estatua que no aparecía. Cosas que parecían sacadas de una novela. En ocasiones, le costaba creer que él se moviese también en aquellos círculos sociales.
Pero sabía de primera mano lo oscura que podía llegar a ser la otra cara, sobre todo, cuando había dinero de por medio. El ejemplo era la propia Ann Richardson, una mujer decidida y carismática, que había hecho que el nombre de Waverly’s apareciese en todos los periódicos gracias a su supuesta aventura con Dalton Rothschild.
Chase frunció el ceño. Rothschild tenía algo que no le gustaba... Era encantador y un hombre de negocios con mucho talento, pero a él nunca le había gustado que quisiese atraer la atención en los actos benéficos, para que todo el mundo se enterase de las donaciones que hacía.
Varias personas le dieron la mano y Chase volvió a mirar a las dos mujeres que, a juzgar por cómo estaban charlando, parecían conocerse bien. Él sacó su teléfono para seguir observándolas mientras fingía hacer una llamada.
Cualquiera habría dicho que el aspecto de la pelirroja era impecable, pero él no tardó en encontrarle varios fallos: un hilo en el puño, unas arrugas en la chaqueta, las asas del bolso desgastadas. Bajó la vista por sus piernas delgadas y se fijó en los zapatos, de tacón muy alto, limpios y evidentemente caros. Le resultaron familiares.
Hacía un par de años que había salido con una diseñadora de moda que los había tenido iguales en varios colores. Si aquellos eran de verdad, tenían por lo menos tres años. Si eran falsos, la cosa se ponía todavía más interesante.
La pelirroja cambió el peso del cuerpo de una pierna a la otra e hizo un gesto de dolor, como si los zapatos le estuviesen haciendo daño. Eso indicó a Chase que no estaba acostumbrada a llevar tacones y que, evidentemente, no era una mujer que pudiese gastarse medio millón de dólares así como así.
Todos aquellos pequeños detalles le hicieron explotar de repente, se sintió furioso. Aquello no podía ser una coincidencia. Las cosas siempre ocurrían por algún motivo, no por casualidad. La pelirroja tramaba algo. Entre su aspecto, su relación con Ann Richardson y la reputación que esta última había adquirido en los últimos tiempos...
Si Richardson había utilizado un señuelo para hacerle subir la puja, él no permitiría que se saliese con la suya.
«Has perdido», pensó Vanessa mientras golpeaba con la punta de sus Louboutins rojos el suelo encerado de Waverly’s. Se sentía decepcionada.
No obstante, su fracaso se había visto ligeramente eclipsado por el encuentro con Ann Richardson, que había sido compañera de habitación de su hermana en la universidad y, por unos minutos, había vuelto a ser solo la hermana de Juliet.
–Juliet va a estar un par de semanas en Washington –le había dicho Vanessa a Ann–. Deberías llamarla. Podríamos quedar para comer, si no estás demasiado ocupada.
Ann sonrió.
–Siempre estoy ocupada, pero me apetece mucho. Me vendría bien escapar un poco de aquí.
Vanessa sabía cómo se sentía.
Charlaron un par de minutos acerca de la subasta y después de la familia de Vanessa, hasta que esta mencionó que tenía que tomar un avión y Ann le ofreció su coche. Vanessa quiso rechazar el ofrecimiento, pero lo cierto era que tendría más intimidad con un chófer privado que yendo en taxi.
Intimidad para regodearse en su fracaso.
Había