Los secretos de la reencarnación
Por Andrea Rognoni y Gianni Norta
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- Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Muy interesante y bastante completo, ya que aborda diferentes culturas
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Los secretos de la reencarnación - Andrea Rognoni
Los secretos de la reencarnación
Andrea Rognoni Gianni Norta
LOS SECRETOS
DE LA
REENCARNACIÓN
A pesar de haber puesto el máximo cuidado en la redacción de esta obra, el autor o el editor no pueden en modo alguno responsabilizarse por las informaciones (fórmulas, recetas, técnicas, etc.) vertidas en el texto. Se aconseja, en el caso de problemas específicos —a menudo únicos— de cada lector en particular, que se consulte con una persona cualificada para obtener las informaciones más completas, más exactas y lo más actualizadas posible. DE VECCHI EDICIONES, S. A.
A nuestras madres, escogidas por nosotros como fuentes de esta vida para avanzar al máximo por el camino de la salvación.
Traducción de Nieves Nueno Cobas.
© De Vecchi Ediciones, S. A. 2012
Diagonal 519-521, 2º 08029 Barcelona
Depósito Legal: B. 15.917-2012
ISBN: 978-84-315-5290-9
Editorial De Vecchi, S. A. de C. V.
Nogal, 16 Col. Sta. María Ribera
06400 Delegación Cuauhtémoc
México
Reservados todos los derechos. Ni la totalidad ni parte de este libro puede reproducirse o trasmitirse por ningún procedimiento electrónico o mecánico, incluyendo fotocopia, grabación magnética o cualquier almacenamiento de información y sistema de recuperación, sin permiso escrito de DE VECCHI EDICIONES.
INTRODUCCIÓN:
CREENCIAS SOBRE LA
REENCARNACIÓN
Indicios prehistóricos
Puede decirse que ya en la Antigüedad el fenómeno de la reencarnación se conocía en todo el mundo. Los más diversos pueblos tomaban en consideración, aunque de formas distintas, la hipótesis del viaje que lleva a cabo el alma de un cuerpo a otro, objeto efectivo de creencia o bien sólo de interés y asombro.
En cambio, es un error considerar que ya en la Edad de Piedra pudieron florecer ideas o creencias de este tipo. Ello se debe a que el género humano, incluso en la versión del homo sapiens, último fruto de la evolución, aún no era capaz de imaginar un viaje tan largo. Existía ya el culto de los muertos y se consideraba que el difunto podía sobrevivir a la vida terrenal; no obstante, el fatigoso régimen de vida, basado en la caza y la recolección, dejaba poco tiempo para reflexiones más profundas sobre el destino del alma.
Dicho esto, no deja de ser cierto que en algunos pueblos primitivos, como se observa aún hoy en ciertas tribus africanas, se abrían paso algunas intuiciones que más tarde ofrecerían bases interesantes para la doctrina de la reencarnación.
Dentro del animismo (fe primitiva que consideraba que existía un espíritu para cada animal o cosa) habían nacido unas convicciones particulares. Por ejemplo, se consideraba que en ciertos animales estaba presente el alma o soplo vital una explicación espiritual o moral; todo ello era sólo objeto de una especie de percepción extrasensorial. Si una planta o una roca eran animados por espíritus superiores, ello dependía de la extraordinaria potencia de la naturaleza, potencia que adorar o propiciar más que comprender. Se trataba precisamente de ese comportamiento un poco mágico que los estudiosos de los pueblos primitivos han llamado «participación mística».
La prehistoria, en conjunto, no fue capaz de producir una doctrina religiosa verdaderamente consumada.
Sin embargo, animismo, idolatría y totemismo (adoración de los tótems, es decir, de los protectores animales o vegetales de las diversas tribus) habían dado lugar a una serie de símbolos y mitos que prepararon el terreno para las grandes religiones de la protohistoria (5000-2000 a. de C.) y de la Antigüedad.
Por ejemplo, el mito del renacimiento ya debía estar presente, aunque de forma muy fantástica y confusa. No obstante, la falta de testimonios escritos nos impide hacer valoraciones seguras.
La reencarnación en las religiones antiguas
La Antigüedad se caracteriza por la presencia de muchas religiones de tipo politeísta, es decir, dotadas de múltiples divinidades que eran adoradas de forma más o menos intensa. Cabe afirmar que, mientras que en las religiones orientales (Asia oriental) la creencia en la reencarnación asumió poco a poco el carácter de auténtico dogma, en las occidentales, a pesar de resultar presente y relevante, asumió unos tonos más matizados, menos contundentes, o bien la profesaron cultos secundarios, heréticos o poco dominantes.
Se podría pensar que en Occidente, desde la protohistoria, la doctrina de la reencarnación se ha considerado demasiado profunda y delicada para ser impartida de forma directa y transparente a las grandes masas de fieles.
Resulta muy significativo el conjunto de creencias que se desarrollaron en esa parte de la cuenca mediterránea —Egipto— que los historiadores consideran la cuna de la civilización.
Los misterios de Egipto
Así pues, hay que dirigir una primera mirada a los misterios de Egipto, que comprenden un tipo de enseñanza relativa al fenómeno de la supervivencia del alma.
Los egipcios creían en la «metempsicosis» o transmigración de las almas de un cuerpo a otro. No obstante, sólo los iniciados, es decir, aquellos que eran merecedores desde el punto de vista moral y cultural de conocer la verdad espiritual, podían acceder a los profundos secretos de las leyes supremas que regulan dicha transmigración.
Los «secretos de Isis» (máxima divinidad del antiguo Egipto) ya distinguían claramente entre el cuerpo material, Khat, el cuerpo intermedio entre materia y espíritu que los modernos llaman «astral» y en egipcio recibe el nombre de Kha, y, por último, el espíritu puro, o Khou.
Según los egipcios, el ser humano está compuesto de estas tres realidades, pero la verdadera esencia eterna que llena el universo (vegetales, animales y seres humanos) es aún otra realidad, llamada Ba (podríamos traducir este término con la palabra alma). Cuando el ser humano muere, la vida no termina sino que se retira a Ba. Ba puede volver a reencarnarse de tres formas:
a) reencarnación normal, que se produce sólo después de cierto periodo de tiempo;
b) reencarnación anormal, que se produce justo después de la muerte;
c) reencarnación mágica, que es llevada a cabo manteniendo a Kha y Khou dentro del cuerpo del difunto, a través de la técnica de la momificación, más compleja y delicada de lo que suele enseñarse en el colegio, precisamente porque se hace en función de la supervivencia.
En Egipto se consideraba que la reencarnación normal se producía incluso después de muchos cientos de años, porque la mayoría de las almas no ha cometido en vida unos actos tan graves que tengan que volver en seguida a la Tierra para ponerles remedio.
En cambio, tenía una notable importancia la reencarnación anormal para los malvados y, sobre todo, para los suicidas.
Por último, en lo que respecta a la reencarnación mágica, con la momificación se impedía la dispersión de las células de Khat (cuerpo material) y se retenía el cuerpo astral Kha, lo que permitía al difunto guiar la existencia de los vivos y actuar normalmente, como si nunca hubiese muerto.
Hermes Trimegisto
Las principales indicaciones sobre la reencarnación normal se encierran en las enseñanzas de Hermes Trimegisto, nombre legendario que sustituye el de anónimos pero sabios sacerdotes que compilaron la doctrina.
Hermes habla de traslados del alma por los cielos, con la consiguiente caída o recaída final en la Tierra. Sin duda, se trata de un lenguaje muy ambiguo, difícil de interpretar incluso en la versión que ha llegado hasta nosotros, en lengua griega. En el lenguaje común hermético es sinónimo de concepto difícil.
Es posible que Hermes no se refiriese a cielos reales, sino a cuerpos sutiles en los que el alma vive durante cierto periodo de tiempo. Sólo los iniciados podían conocer el verdadero significado de estas palabras, y, por otra parte, el conocimiento debía ser gradual y altamente seleccionado, porque aquellos que entraban en posesión de la verdad suprema podrían liberarse del cuerpo y del ciclo de las encarnaciones con mayor facilidad que la gran masa de las personas: ¡cada «milagro» tiene su precio!
El Libro de los muertos
Otro prestigioso punto de referencia para la espiritualidad del antiguo Egipto es el Libro de los muertos, cuyo título es muy significativo.
En él se daban unos consejos sobre la mejor forma de pasar del mundo terrenal a la dimensión ultraterrenal. Morir significa unir la propia alma a la gran alma universal, al menos durante el tiempo que se le ha concedido antes de una nueva encarnación. En este periodo de tiempo se concede el conocimiento de la divinidad, que también implica unión con ella. Algunas almas pueden unirse definitivamente, otras se ven obligadas a encarnarse, ya no en un ser humano, sino en un animal; y otras pueden asumir incluso una nueva forma de vida, aún desconocida.
Osiris, Set y Horus
Antes hemos citado a Isis, la diosa egipcia que custodiaba los secretos de la vida y de la muerte. Isis tenía dos hermanos, que también desempeñaban una función importante para la reencarnación de las almas y el comportamiento en una determinada vida como consecuencia de elecciones anteriores.
Osiris reinaba sobre el Más Allá. Su muerte y resurrección, como cuenta el mito que enlaza con las intuiciones prehistóricas sobre el renacimiento, no simbolizan sólo la sucesión de las estaciones, sino que son un verdadero modelo del fenómeno que afecta a todas las almas: la reencarnación. Osiris viaja por el mundo y difunde la civilización precisamente para permitir a las almas encarnarse en personas de todas las razas cada vez más sabias y devotas.
Su hermano Set, asaltado por la envidia, lo mata; él representa las fuerzas del mal, las que obligan a los seres humanos a cometer acciones malvadas, sembrando desorden y violencia. Puede decirse que Set obliga a recibir nuevo mal a las almas que en otras vidas hicieron de todo, bajo su misma instigación, para perjudicar a los demás. ¿Nos hallamos ante una espiral sin fin? No, porque Osiris resucita y guía el camino de las encarnaciones hacia la salvación espiritual de cada uno de nosotros, ayudándonos a entender los errores cometidos por culpa de Set y dirigiéndonos poco a poco, vida tras vida, hacia elecciones y acciones cada vez mejores.
Es cierto que Set está siempre al acecho, pero finalmente el bien triunfará. En efecto, Horus, hijo de los hermanos-esposos Isis y Osiris, se convertirá en dios del Cielo derrotando definitivamente a Set. Horus lleva la luz final con su potencia e inteligencia. Simboliza el alma universal, que es restablecida después del ciclo de todas las reencarnaciones de las almas que se habían desprendido de ella, en busca de nuevas experiencias terrestres que le hagan madurar.
Hemos tratado así de explicar al lector la fe egipcia en la reencarnación, pero los misterios de Egipto nunca podrán ser desvelados por completo, salvo después de nuestra muerte.
La reencarnación según los celtas
y los antiguos griegos
También en Europa se fueron difundiendo una serie de intuiciones y de primitivas creencias, que no conocemos en detalle porque nuestro continente tardó en producir unas civilizaciones como la egipcia o la asirio-babilonia.
De todas formas, dichas intuiciones y creencias concluyeron en unas doctrinas más seguras en torno al final del segundo milenio a. de C.
Los pueblos que se mostraron más interesados en la doctrina de la reencarnación fueron el celta y el helénico (antigua Grecia).
Mitos y ritos de los druidas
Los celtas ocupaban Europa central y occidental antes del ascenso de la potencia romana. Además de una óptima organización civil y militar, contaban con una clase social muy particular, los druidas, a los que consideraban unos sacerdotes dotados de extraordinarios conocimientos. Podían ser médicos, jueces o poetas, pero todos practicaban las artes vinculadas a la magia.
Su conocimiento más profundo se refería precisamente al comportamiento del alma después de la muerte física.
Según los druidas, que como sucedía en Egipto sólo confiaban sus secretos a personas debidamente iniciadas, el alma del ser humano no sólo es inmortal sino que, sobre la base de determinados privilegios, es capaz de entrar en nuevos cuerpos sin detenerse demasiado tiempo en el más allá. Taranis, dios de la Ultratumba, rige los plazos y las modalidades de la nueva encarnación.
Por otra parte, los parientes del difunto pueden propiciar con ritos particulares una vida siguiente más feliz que la que acaba de concluir.
También resulta interesante la creencia, atestiguada por relatos de la literatura celta, de que es posible de algún modo recordar la última vida de forma espontánea o mediante unas prácticas mágicas. Estos recuerdos afloraban, por ejemplo, gracias a las narraciones que las tribus celtas escuchaban cada noche en torno a una hoguera.
Los misterios de Orfeo
Desplacémonos a orillas del Mediterráneo. La península Helénica se caracterizó, ya desde la época protohistórica, por una notable autonomía de asentamientos humanos. Esta autonomía tuvo sus efectos sobre todo en los ámbitos cultural, filosófico y religioso. En Grecia florecieron así diversas versiones de la visión espiritual de la realidad, según las propias experiencias de cada uno de los centros culturales.
Un movimiento cultural que adquirió un tono de larvada polémica con la religión oficial y con aquellos centros que preferían permanecer vinculados a la filosofía naturalista y materialista (que puede resumirse con el lema «Sólo creo en lo que toco y en lo que veo») fue, sin duda, el orfismo.
En el siglo VI a. de C. comenzaron a moverse por Grecia central y meridional los «orfeotelestes» (cuyo nombre significa literalmente «iniciadores en los misterios de Orfeo»), una especie de predicadores que proponían llevar cierto régimen de vida para obtener el perdón de las culpas y llegar a la verdadera salvación espiritual. Oponiéndose a la religión oficial, que pedía hacer numerosos sacrificios de animales en honor a las diversas divinidades, no comían carne y evitaban entrar en contacto con los cadáveres. Esto se debía a que para ellos nuestra verdadera esencia no es la materia sino el espíritu, que debe alimentarse mucho más que el cuerpo, prisión sucia e impura. El alma es inmortal y para ella la muerte física representa una auténtica liberación. Si es apresada en un nuevo cuerpo estará obligada a hacerlo sólo por un proceso de purificación.
Los órficos se remitían claramente al mito de Orfeo y Eurídice: el poeta Orfeo no cesaba de volver al más allá en busca de su amada, hallándola y perdiéndola de nuevo. Esta es la metáfora del camino de la reencarnación, en busca de una salvación que sólo se le da al ser humano gracias a continuas y fatigosas tentativas. Lo que se encuentra en la Tierra no basta para ser felices, ¡pero indica el buen camino hacia la salvación!
Las enseñanzas de Pitágoras y los platónicos
El filósofo Platón, que vivió en el siglo IV a. de C., se remitió a la tradición órfica al elaborar algunos pasajes importantes de su monumental obra filosófica.
Sin embargo, antes que él, en una tierra distinta de la griega pero colonizada por los propios griegos, había dicho cosas similares, y en ciertos aspectos aún más agudas, otro gran maestro: Pitágoras de Samos.
En la península que ahora recibe el nombre de Calabria, el maestro fundó una escuela que incluía entre sus principales materias el estudio de la transmigración de las almas. Él había alcanzado un grado de conocimiento excepcional gracias a los viajes realizados primero a Egipto (misterios de Isis), luego a Babilonia (misterios caldeos) y, por último, a la propia Grecia continental (misterios de Orfeo). Ningún aspecto de la realidad espiritual le era desconocido y sabía relacionar las verdades de la reencarnación con operaciones mágicas dentro de la vida actual, como la práctica de la «retrospección» (visión de los antiguos acontecimientos a través del estudio del cuerpo astral). Él mismo conocía perfectamente el número y las características de todas sus vidas anteriores.
Según las enseñanzas del maestro, el alma es prisionera del cuerpo porque debe pagar las culpas cometidas en las vidas pasadas. En el momento de la muerte se siente transportar a una dimensión completamente distinta de la terrestre, llena de luz, sólo si el comportamiento del encarnado ha sido moralmente correcto. De lo contrario, el ascenso hacia las esferas espirituales resulta mucho más fatigoso. En la peor de las situaciones, el alma se verá obligada a reencarnarse después de un breve tiempo de reposo espiritual en el cuerpo de un animal. Para evitar semejantes consecuencias negativas hay que seguir unas normas de vida ejemplar y purificadora. La disciplina que permite hacerlo mejor es la filosofía, término griego que significa literalmente «amor por la sabiduría». Para Pitágoras la verdadera sabiduría parte del estudio de los números.
Platón, los platónicos, los neoplatónicos y los gnósticos difundieron entre mediados del primer milenio a. de C. y mediados del primer milenio d. de C. una especie de ideología filosófica que, pese a no tener como referencia directa la doctrina de la reencarnación, hacía frecuentes alusiones a la misma, que de algún modo favorecían su continuación en el tiempo.
Los estudiosos y movimientos citados contaban con la ventaja de expresarse en lengua griega, conocida en todo el mundo de entonces, como ocurre hoy con el inglés.
No es este el momento para extendernos en la ilustración de ideas que fueron indudablemente complejas y difíciles. Basta con decir que, según